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“Este es el momento que te das cuenta que todo lo que sucedió en el pasado siempre estará

presente en el ahora…” Éstas fueron las últimas palabras que dijo el padre de Darrel antes de que
la muerte le diera ese frío beso.
La vida para la familia Moore era buena, perfecta para la vista de muchos. La cabeza de la familia,
el señor Gerick Moore un habilidoso ex Die Kreuzritter actual consejero militar de los caballeros de
Elaine, su señora y mano derecha. La gran Isabel Moore, una de las leyendas de la escuela de
Zepeda en su nación y su hijo Darrel Moore un prodigio de ambos padres; el hijo que muchos
quisieran tener.
Su padre veía con lágrimas el nacimiento de la hermosa hija de Darrel pero también la
preocupación se apoderaba de su ser al saber que no habían muchas posibilidades de que la mujer
de éste sobreviva al dar a luz a su nieta.
Los recuerdos comenzaron a inundar su cabeza recordando aquellas palabras que le dijo el
mismísimo legión una vez en una de sus misiones como cruz negra.
“Dame la oportunidad de saber cómo será el rostro del primer hijo de mi primogénito… si es que
alguna vez sucede… luego de eso mi vida es toda tuya… perdóname la vida por esta vez y todo lo
mío será tuyo cuando mi petición se cumpla… “. Luego de esas palabras aquella sombra que le
quitaba el aliento en ese entonces al joven cruz negra, sonrió y desapareció dejando escapar una
sola palabra que lo condenaría completamente “Hecho… “
La realidad volvió a él cuando escuchó un grito de emoción de su hijo diciendo con mucho orgullo
“¡Es una niña!” Avanzó por el gran pasillo que lo separaba de su hijo y su nieta. Pero su emoción
fue cortada de tajo cuando el médico que atendió a su yerna le dijo a Darrel que algo había salido
mal. El joven mestizo le entregó a su hija al que era su predecesor y avanzó tratando de aguantar
las lágrimas hacia la habitación en donde yacía el cuerpo sin vida de la que fue el primer amor de
su vida. Las lágrimas ahogaron su emoción por ser padre y fue ahí cuando Gerick se dio cuenta que
Legión iba a comenzar a cobrar cada palabra de lo que dijo cuando era un joven caballero.
El tiempo pasó, el funeral de la esposa de su hijo fue muy simple, las emociones estaban divididas
porque era el nacimiento de un hermoso ángel pero así fue como la hija de unos, hermana de otro
abandonó ésta tierra. Los años siguieron su curso, Gerick simplemente había olvidado lo que aquel
día había ahogado su mente.
Su nieta ya con dos años de edad y su hijo saliendo adelante sin titubear como padre tan bueno
como él es y fue con su progenitor. Los aires se habían apaciguados, su hijo en ese momento
estaba trabajando como tutor, siendo padre y en sus tiempos libre practicaba una que otra de sus
dos escuelas. Hasta que en esa noche todo cambió, la fría mano de la muerte golpeaba la puerta
pero con la piel de un hombre como cualquiera que anduviera por la ciudad. Darrel se encontraba
en la pieza con su hija mientras que su madre estaba estudiando unos libros en la biblioteca y
Gerick fumaba de su pipa leyendo algo a la luz de la chimenea. Sintió una fría mano en su hombro
que esbozaba palabras muy calmada. “Es tiempo de irnos… pero… “. Hizo un suave movimiento
con su otra mano trayendo hacia él a la esposa del Cruz Negra, le sonrió al veterano mientras que
besaba los labios de Isabel y al mismo tiempo atravesaba su mano en el vientre rasgándole hasta
el pecho para que no hubiera una oportunidad de vivir.
“Dijiste que me podría llevar todo lo que tenías…“
Dejó escapar una risa totalmente macabra, formando una lanza en su mano para dejar empalado
al viejo caballero en la pared de la sala, se movió con sutileza y empezó a buscar a Darrel y su hija.
Gerick comenzó a forcejear tratando de quitarse la lanza de su hombro para ir a la ayuda de su hijo
pero fue demasiado tarde. Un fuerte golpe se escuchó en la habitación de su hijo, seguido por los
llantos ensordecedores de su nieta. Darrel medio inconsciente miraba la macabra escena. Aquel
hombre le sonrió tomando a su hija entre sus brazos mientras que se iba del cuarto como si no le
importara. “Dale gracias a tu padre… por querer verla a ella. Vendió la vida de todos… pero seré
piadoso… recordarás por siempre que no pudiste hacer nada para salvar a nadie… “
En ese momento el joven mestizo cayó inconsciente y de fondo se escuchaba el llanto
desesperado de su pequeña hija que se perdió en la nada.
Cuando Darrel pudo recuperar la consciencia, lo primero que hizo fue correr a la cuna de su hija
que ya no estaba. Comenzó a recorrer muy desorientado pero de forma desesperada lo que eran
los pasillos ensangrentados de su casa hasta que llegó a la sala principal para ver la aterradora
escena. Su padre se encontraba agonizando con su nieta sin vida en sus brazos y un poco más allá
el cuerpo desmembrado de su madre. Sólo atinó a correr para atender a su padre omitiendo todo
lo que estaba sucediendo pero sólo pudo oír aquellas palabras que le suplicaban perdón de aquel
que alguna vez fue su héroe pero ahora no es nada más que un recuerdo junto a toda su familia.
Llegó la caballería y lo único que vieron fue a Darrel llorando con el cuerpo de su hija en los brazos
mientras que su padre daba el último suspiro en ésta vida.
Para él, el tiempo fue lento, cada día era un suplicio hasta que conoció a aquella mujer en el
funeral de su familia. Ese cabello de oro que relucía por toda la iglesia, haciendo que todos los
lujos de ese lugar no fueran nada más que simples objetos sin valor.
“No te rindas…” –Dijo aquella mujer mientras se acercaba con calma a abrazar al destruido
mestizo.-
El mundo se había detenido en ese momento, no se movía una hoja en aquel otoño, sintió que la
vida le había dado otra oportunidad que debía seguir para remediar lo que sucedió. Escuchó lo
último que dijo esa misteriosa señorita. “Su nombre es Necros… “Aquel nombre que nunca iba a
olvidar.
Cuando los días pasaron, regaló todo su dinero quedándose sólo con un poco de éste, se llevó
consigo las armas que les pertenecían a sus padres y las ropas que usaba su padre. Dejó la vida de
lujos atrás y comenzó su nuevo camino.
Pasaron años en donde todo lo que hizo fue entrenar, quitando cada milímetro de ese sentimiento
que la gente le llamaba miedo. Preparándose para devolverle la mano a aquél ser que le arrebató
lo más preciado que tuvo alguna vez. Hasta que un día en un bar en los suburbios de una ciudad,
aquella mujer que hizo que supiera que la vida tenía sentido otra vez le dijo con esa misma voz
calma de hace años.
“A veces sólo necesitas unas alas para llegar donde debes” Mientras que dejaba un cartel de uno
de los piratas más buscados en todo Thea frente a sus ojos.
“El Cuervo… “

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