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¿HACIA DÓNDE VA EL MUNDO?

Robert Cardenal Sarah

Seminario Diocesano de Morelia


Por Gabriel Eduardo Santana García

Hablar de la posmodernidad es todo un reto y a la vez una experiencia que interpela al que
profundiza. El presente escrito tiene como finalidad dar una pequeña síntesis acerca de lo
que es la posmodernidad desde el pensamiento del Cardenal Robert Sarah en su obra
Anochece y se hace tarde.
Inicia hablando de la realidad del hombre, un hombre que se siente orgulloso de su
civilización rechaza el pasado y a los que le han presidido. El hombre moderno es
amnésico. La tradición es fundamentalmente un acuerdo con el futuro que firmamos en el
pasado, es decir, el hombre ha de tener en cuneta que está ligado ontológicamente a la
historia de quienes lo han presidido. Este movimiento contemporáneo, el cual estamos
tratando, también lo hemos de aplicar al cristianismo, por el motivo tan esencial de que
para la Iglesia es necesario tener en cuenta su historia, de lo contario, si rompe su relación
con ella se puede perder. Ante esta realidad la tibieza del cristianismo y de la Iglesia
provoca cierta decadencia de la civilización.
Ante esta tendencia de cortar la raíz, debemos tener en cuenta que la raíz es el
principio y el alimento de la vida. Una vida sin raíz llama a la muerte. Las etnias, las
religiones y las culturas cuentan con antiguas historias, que son su raíz y de ellas siguen
nutriéndose. De aquí que muchas instituciones sean reducidas a una estructura económica o
administrativa. Como consecuencia el hombre posmoderno es una nómada permanente, un
títere zarandeado por cualquier corriente moda. De la búsqueda compulsiva del progreso ha
surgido un hombre virtual al que le cuesta encontrarse con Dios, es enemigo de la
contemplación. Ha olvidado que el sentido de cualquier progreso auténtico es Dios. La
Iglesia ha de alentar todo progreso científico que esté de verdad al servicio del hombre.
El hombre solo encuentra su lugar en virtud de su utilidad dentro de la inmensa tela
araña de los robots. El hombre solo se pone en contacto con su alma por medio de la vida
interior, y en la civilización de las máquinas la vida interior va adquiriendo poco a poco un
carácter de anormalidad. El hombre contemplativo es el que no produce. Sin Dios el mundo
solo puede seguir a las utopías y a los ídolos. Sabe que la muerte el hombre anuncia la
muerte de Dios y con ella la muerte del hombre.
Desde que la ruptura se ha convertido en el motor de la modernidad, las sociedades
accidentales son incapaces de garantizar y asumir la trasmisión de la herencia cultural y la
experiencia del pasado. Sin historia, sin raíces, sin referencias, se pierde en la ciénega de
los virtual. El pasado es una tierra incognoscible, y el presente una tiranía. El hombre
occidental se cree en adoptar una actitud de ruptura permanente para ofrecer una imagen de
modernidad.
¿Qué podemos hacer ante esta realidad? Es preciso hacer comprende al mundo
occidental que el apego excesivo a las cosas materiales es una trampa. La humanidad tiene
que concienciarse del callejón sin salida material y espiritual en el que se encuentra. Ha de
aprender a desprenderse de los bienes materiales y del poder. El hombre debe de aceptar su
pasado como un medio para poder valorar lo bueno que otros le han dejado.

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