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En este relato tenemos a cuatro protagonistas, Fray Antonio Montesinos, Fray Bartolomé de

las Casas, El líder indígena Hatuey, y el gobernador de Chile con sus capitanes españoles.
Lee los dos textos e identifiquen las acciones de los protagonistas. Dibuja a los
protagonistas en medio de sus cajas y escribe en cada caja las acciones de cada
protagonista. Debajo de las cajas, escribe una reflexión sobre la explotación y las defensas
de las indígenas encontradas en los textos.

Fray Antonio Montesinos Fray Bartolomé de las Casas

Pronunció un sermón ante las autono Trataba de aliviar sus penas y mejorar los
tales, en él qué sé opone rotundamente a condiciones de los indios.
la exploración indigena (contra Diego
Colon)

El líder indígena Hatuey El gobernador de Chile con sus capitanes


españoles
Decir a la religión qué no quería ir al cielo
sino al infierno, por no estar donde Esta incómodo con los acciones por
estuvieron y por no ver tan aruel gente. montesinos y pesaba de qué sabía qué esta
incurriendo, no daba su brazo a torcer.

Sé escabaron
Escribe una reflexión sobre la explotación y las defensas de las indígenas encontradas
en los textos. La explotación de los indígenas es una cosa muy grande ahora y hay
muchos casos de esto alrededor del mundo. Aquí él sermón es una defensa a los
indígenas y es una sermón muy bueno. También en los textos hay muchas personas
qué soportan él explotación pero esos personas recibieron qué justicia.

FRAY ANTONIO MONTESINOS Y FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, LA


DEFENSA DE LOS DERECHOS DE LOS INDÍGENAS

Los primeros defensores de los indios de América fueron hombres religiosos que abogaron con
firmeza y energía por la libertad y la justicia.

Fray Antonio Montesinos, que estaba instalado en La Española, fue el primero que levantó la voz
ante el maltrato que recibían los indios en esa región. En 1511 se quejó ante el gobernador Diego
Colón (hijo de Cristobal Colón), quien hizo la vista gorda para no tomar cartas en el asunto y seguir
con la explotación de los indígenas. En cierta ocasión, Montesinos, cansado de los abusos,
pronunció un sermón ante las autoridades, en el que se oponía rotundamente a la explotación
indígena. Diego Colón puso el grito en el cielo y le ordenó a Montesinos que se retractara de lo
dicho. No obstante, Montesinos, en otro sermón, en vez de retractarse se reafirmó en lo que había
dicho.

Con esta reafirmación, se produjeron una serie de polémicas que llegaron a oídos del rey Fernando.
Montesinos le anunció a Diego Colón que si no cesaban los abusos en contra de los indios los
padres dominicos no los admitirían al sacramento de la confesión. Las acusaciones hechas por él
fueron respaldadas por toda su congregación. Para darle más impulso al asunto envió un fraile a
España para que se entrevistara con el Rey Fernando y le diera la voz de alerta de lo que estaba
sucediendo con los indígenas del Caribe. Mientras tanto, Diego Colón, aunque estaba incómodo por
tal acción y a pesar de que sabía que estaba incurriendo en un error, no daba su brazo a torcer.

Las cosas se pusieron candentes cuando el rey Fernando convocó una reunión en el año 1512 en la
ciudad de Burgos. Diego Colón y sus lugartenientes no sabían la sorpresa que les esperaba. En
dicha reunión se proclamó el principio de los Derechos de los Indios. Así, la carta de los derechos
reducía un poco la carga en el horario laboral, atención médica, bautizo, enseñarles a leer y a
escribir, las mujeres casadas no podían trabajar en las minas y, por último, a los menores de catorce
años no se les podía imponer faenas duras. El proceso se completó cuando, en 1514, el Rey otorgó
permiso para que los españoles se pudieran casar con las indias.

La influencia de Montesinos para mitigar los sufrimientos de los indios fue decisiva, pero, en muchas
ocasiones, algunos gobernantes enviados a las colonias hacían caso omiso de las leyes.
La otra gran figura religiosa defensora de los indios que continuó la labor desarrollada por
Montesinos fue Fray Bartolomé de las Casas, el cual fue enviado a Puerto Rico como sacerdote en
1512. Se le conoce como el primer sacerdote ordenado en América.

Las Casas era un sevillano de buena familia y recordaba que de niño vio llegar a la ciudad a
Cristóbal Colón exhibiendo a unos seres humanos muy raros con taparrabos y que llevaban extrañas
aves.

Su padre, que había acompañado a Colón a América, le envió un esclavo indio para que le sirviera
de paje en la Universidad de Salamanca. Como a muchos otros jóvenes de su tiempo, las Indias son
una tentación para la imaginación y el gusto por la aventura de Las Casas, que en 1502 ya había
cruzado el mar en busca de fortuna rápida.

En las Antillas, Las Casas es dueño de minas y su situación económica es próspera. En 1512 ayuda
a la conquista de Cuba y se le entregan tierras e indios. Se hace eclesiástico, sin olvidar su papel de
rico caballero. Cuando los dominicos empiezan su gran protesta, Las Casas se resiste al mensaje de
Montesinos. En una ocasión, un fraile le niega los sacramentos porque tenía esclavos. Consternado,
Las Casas abre la Biblia y en el Eclesiástico (34, 18) lee: “Aquel que hace sacrificio de una cosa
torcidamente adquirida, hace ofrecimiento ridículo y las ofrendas de los injustos no serán aceptadas”.
A partir de este momento, la vida del padre Las Casas cambia radicalmente y dedica su vida a la
defensa de los indios colonizados y oprimidos. Su primera decisión es liberar a sus indios y empezar
a predicar severamente contra las encomiendas, al igual que Montesinos.

Su obra Brevísima relación de la destrucción de Indias le dio gran fama. Al parecer, este informe fue
leído por él mismo en Valladolid, ante una comisión especial, con ideas que influyeron en la
promulgación de las Leyes Nuevas de Indias, dictadas en 1542.

En el año 1512, sigue el mismo camino que éste y se entrevista con el rey Fernando, que de nuevo
toma cartas en el asunto. Por desgracia, el rey fallece y el asunto queda en manos del cardenal
Cisneros, el cual había sido nombrado regente del reino (por enfermedad de doña Juana, la hija de
los Reyes Católicos y minoría de edad de su hijo). Cisneros, coherente con la preocupación de la
reina Isabel por los indios, se indignó por las iniquidades que sucedían en el Nuevo Mundo y decidió
cortar los viejos abusos para incorporar a los indios a la fe católica por medios más eficaces y
humanos.

El Cardenal quería que una comisión de religiosos llegara a la Española con plenos poderes. Debía
empezar por declarar libres a todos los indios cuyos amos no residiesen en el Nuevo Mundo, lo cual
suponía dar un golpe decisivo a los cortesanos del rey Fernando. Debían averiguar la verdad sobre
los abusos que denunciaban y procurar remediarlos de inmediato. Además, debían reunir a los
caciques principales de la isla y declararlos súbditos libres de los reyes españoles, ofreciéndoles una
pronta reparación por los perjuicios sufridos. Debían extender estas garantías a todos los caciques e
indios del Nuevo Mundo, valiéndose de misioneros que ya tenían su confianza y que hablaban su
idioma, para hacerles entender que sólo trataban de mejorar su condición y aliviar sus penas. Los
castellanos debían respetar la libertad de los Indios: sólo podían reducir a la condición de esclavos a
los caribes antropófagos; pero sería castigado con la pena de muerte todo el que, con ese pretexto,
oprimiera a los indios pacíficos y sería juzgado por los tribunales todo aquel español que ejerciera
algún acto de violencia contra los indígenas, cuyas declaraciones serían admitidas como válidas.

Brevísima relación de la destrucción de la indias (fragmento)

De la isla de Cuba
El año de mil y
quinientos y once pasaron a la isla de Cuba, que es, como dije, tan luenga como
de Valladolid a Roma, donde había grandes provincias de gentes. Comenzaron y
acabaron de las maneras susodichas y mucho más y más cruelmente. Aquí
acaecieron cosas muy señaladas. Un cacique y señor muy principal que por nombre
tenía Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha de su
gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y
estando en aquella isla de Cuba y dándole nuevas ciertos indios que pasaban a
ella los cristianos, ayuntó mucha o toda su gente y díjoles: «Ya sabéis cómo se
dice que los cristianos pasan acá, y tenéis experiencia qué les han parado a
los señores fulano y fulano y fulano y a aquellas gentes de Haití (que es la
Española). Lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?».
Dijeron: «No, sino porque son de su natura crueles y malos». Dice él: «No lo
hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran y quieren
mucho, y por habello de nosotros para lo adorar nos trabajan de sojuzgar y nos
matan». Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas, y dijo: «Veis aquí el
dios de los cristianos; hagámosle, si os parece, areítos (que son bailes y
danzas) y quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal». Dijeron
todos a voces: «Bien es, bien es». Bailáronle delante hasta que todos se
cansaron, y después dice el señor Hatuey: «Mirá, como quiera que sea, si lo
guardamos, para sacárnoslo al fin nos han de matar: echémoslo en este río».
Todos votaron que así se hiciese y así lo echaron en un río grande que allí
estaba.
Este cacique y
señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella
isla de Cuba, como quien los conocía, y defendíase cuando los topaba, y al fin
lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel y se defendía de
quien lo quería matar y oprimir hasta la muerte a sí y a toda su gente y
generación, lo hobieron vivo de quemar. Atado al palo decíale un religioso de
San Francisco, santo varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra
fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo
tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía,
que iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, y si no, que había de
ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco,
preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió
que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más
pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde
estuviesen y por no ver tan cruel gente. Ésta es la fama y honra que Dios y
nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.
Una vez,
saliéndonos a recebir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran
pueblo y llegados allá nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida, con
todo lo que más pudieron. Súbitamente se les revistió el diablo a los
cristianos, y meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que
tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros,
hombres y mujeres y niños. Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos
tal vieron ni pensaron ver.
Otra vez, desde a
pocos días, envié yo mensajeros asegurando que no temiesen a todos los señores
de la provincia de La Habana, porque tenían por oídas de mí crédito, que no se
ausentasen, sino que nos saliesen a recebir, que no se les haría mal ninguno
(porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice
con parecer del capitán, y llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte
y un señores y caciques, y luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro
que yo les había dado, y los quería quemar vivos otro día, diciendo que era
bien porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en
muy gran trabajo quitallos de la hoguera, pero al fin se escaparon.
Después de que
todos los indios de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre y
calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos
comenzaron unos a huir a los montes, otros a ahorcarse de desesperados, y
ahorcábanse maridos y mujeres y consigo ahorcaban los hijos, y por las
crueldades de un español muy tirano que yo conocí se ahorcaron más de docientos
indios. Pereció desta manera infinita gente. Oficial del rey hobo en esta isla
que le dieron de repartimiento trecientos indios y a cabo de tres meses había
muerto en los trabajos de las minas los docientos y setenta, que no le quedaron
de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más
y también los mató, y dábanle y más mataba, hasta que se murió y el diablo le
llevó el alma.
En tres o cuatro
meses, estando yo presente, murieron de hambre por llevalles los padres y las
madres a las minas más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.
Después acordaron de ir a montear49 los indios que estaban por los montes,
donde hicieron estragos admirables, y así asolaron y despoblaron toda aquella
isla, la cual vimos agora poco ha y es una gran lástima y compasión verla
yermada y hecha toda una soledad.

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