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Rouquié
Para los sectores nacionalistas del Ejército, el resultado de las elecciones se presentaba
sombrío. O bien las elecciones se llevaban a cabo respetando los deseos del presidente,
y resultaba elegido un sucesor de Castillo que no brindaba ninguna seguridad en materia
de defensa y de política exterior (corría el rumor de que se romperían las relaciones con el
Eje); o bien se respetaba el sufragio universal secreto, sin fraude ni violencia, y se
imponía el candidato de la Unión Democrática, ese tan temido “frente popular”. En tal
caso, la victoria de los sectores proaliados sería total, pudiendo esperarse un viraje en la
política exterior del país, y quizá hasta su entrada en la guerra. La solución que existía
para evitar ese dilema era precipitar un golpe de estado.
Un Estado corporativo y social a la vez, jerárquico y antiliberal, que desarrolla una política
nacional y autoritaria sin políticos.
La influencia de Perón
El GOU controlaba ya puestos decisivos al mando de Perón, quien también manejaba la
Secretaría de Trabajo y Previsión, “un juguete sin interés del que se aburrirá” (Ramirez).
Sin embargo, Perón sabría transformarla en un instrumento importantísimo para su
ascenso al poder mediante el apoyo de las masas civiles. Ya en 1944 con su cargo de
vicepresidente de Farrel, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, Perón
estaba en la cumbre del poder.
Caluroso, directo y familiar, quien sería bautizado más adelante como “el hombre con una
sonrisa en los labios” sabía emplear sus cualidades personales. Acogedor con los
sindicalistas, protector y atento con los humildes: parecía el padre del regimiento a nivel
de toda la nación. El mismo estaba en todos partes.
El plan de acción de Perón incluía tres objetivos: realizar una política social generosa,
“organizar a las masas” en los sindicatos, de los que serían excluidos los “extremistas”, e
instaurar un Estado fuerte capaz de terminar con la lucha de clases y de hacer respetar
sus decisiones por las partes en pugna.