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"Poder militar y sociedad política en la Argentina", A.

Rouquié

En vísperas del golpe militar de 1943


Castillo se empeñará en restablecer el conservadorismo clásico anterior a la era radical.
El mantenimiento del orden preocupa a los militares. Castillo multiplica las
demostraciones de buena voluntad para apaciguar al ejército, su único sostén. Sin
embargo, el cuerpo de oficiales, en una reacción de solidaridad corporativa,
responsabiliza al régimen del estado de “descomposición moral” en el que ha caído el
ejército. Se vuelve a conspirar. Pocas veces los móviles de la actividad militar han sido
tan heterogéneos, contradictorios e imperativos.

El fundamento ideológico del golpe de 1943


El manifiesto de los revolucionarios contenía lo siguiente: la condena de las autoridades
derrocadas y de todo un sistema basado en la corrupción, que llevó “al pueblo al
escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública, explotándolo en
beneficio de siniestros personajes”. Después del proceso a la “década infame” y al “fraude
patriótico”, los firmantes prometían un castigo ejemplar para los culpables y la restitución
al pueblo argentino de los derechos y garantías violados hasta entonces. Se
comprometían para el restablecimiento del pleno imperio de la Constitución, el
afianzamiento de las instituciones republicanas y la restauración de la honradez
administrativa.

La causa del golpe


El verdadero detonador de la situación que hizo estallar el golpe deben buscarse en lo
que respecta ala sucesión presidencial. El problema de la candidatura oficial, la manera
en que se intentaba imponerla y la personalidad del candidato, provocaron una reacción
unánime contra Castillo y el régimen por él encarnado.

Para los sectores nacionalistas del Ejército, el resultado de las elecciones se presentaba
sombrío. O bien las elecciones se llevaban a cabo respetando los deseos del presidente,
y resultaba elegido un sucesor de Castillo que no brindaba ninguna seguridad en materia
de defensa y de política exterior (corría el rumor de que se romperían las relaciones con el
Eje); o bien se respetaba el sufragio universal secreto, sin fraude ni violencia, y se
imponía el candidato de la Unión Democrática, ese tan temido “frente popular”. En tal
caso, la victoria de los sectores proaliados sería total, pudiendo esperarse un viraje en la
política exterior del país, y quizá hasta su entrada en la guerra. La solución que existía
para evitar ese dilema era precipitar un golpe de estado.

El papel del GOU


La ejecución del golpe de Estado no dependió mucho de los “oficiales unidos”. Sin
embargo, Perón se atribuía la redacción de la proclama revolucionaria y el modesto t´tulo
de jefe de Estado mayor de la revolución. En realidad, el GOU, recién surgió después de
la revolución de Junio, como una especie de prolongación del Ministerio de Guerra del
que Perón era secretario. La exageración de la importancia del GOU, la imagen
deformada de su verdadera naturaleza, parecen haber respondido a una táctica
deliberada de Perón para apoderarse de la revolución.

Las primeras medidas del gobierno militar


Estuvieron destinadas a reprimir los partidos obreros y los sindicatos. Lo que marcó
profundamente el accionar del gobierno fue la lucha contra la subversión social y los
reclamos laborales, o sea, de todo lo que se presumía tenía una ideología comunista. La
CGT 2, que agrupaba a los grandes sindicatos que apoyaban la actividad política del
Partido Socialista y del Partido Comunista, fue disuelta.
La política social se caracterizó por un paternalismo autoritario que exigía obediencia y
disciplina social a los trabajadores para poder recibir a cambio algunos beneficios
sociales. La represión y la justicia iban de la mano.

“Una de las preocupaciones fundamentales consiste en establecer sobre la base de la


justicia y equidad las relaciones de pacífica convivencia entre los diversos sectores que
integran la comunidad nacional”. Esa política se vio coronada cuando el Departamento
Nacional de Trabajo se convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión bajo la titularidad
del coronel Juan Domingo Perón”

Relación con la Iglesia Católica


“... hay que cristianizar el país, en armonía con su historia y su Constitución... hay que
extirpar las doctrinas del odio y de ateísmo; hay que afinzar el imperio de la ley”
El intento de instaurar un régimen nacionalcatólico no sólo corresponde a la desmedida
afición por el orden y al estrecho moralismo de los oficiales. La alianza de la cruz y la
espada reflejaba la necesidad de dar una legitimidad ideológica al sistema de las
bayonetas.

Un Estado corporativo y social a la vez, jerárquico y antiliberal, que desarrolla una política
nacional y autoritaria sin políticos.

La influencia de Perón
El GOU controlaba ya puestos decisivos al mando de Perón, quien también manejaba la
Secretaría de Trabajo y Previsión, “un juguete sin interés del que se aburrirá” (Ramirez).
Sin embargo, Perón sabría transformarla en un instrumento importantísimo para su
ascenso al poder mediante el apoyo de las masas civiles. Ya en 1944 con su cargo de
vicepresidente de Farrel, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, Perón
estaba en la cumbre del poder.
Caluroso, directo y familiar, quien sería bautizado más adelante como “el hombre con una
sonrisa en los labios” sabía emplear sus cualidades personales. Acogedor con los
sindicalistas, protector y atento con los humildes: parecía el padre del regimiento a nivel
de toda la nación. El mismo estaba en todos partes.
El plan de acción de Perón incluía tres objetivos: realizar una política social generosa,
“organizar a las masas” en los sindicatos, de los que serían excluidos los “extremistas”, e
instaurar un Estado fuerte capaz de terminar con la lucha de clases y de hacer respetar
sus decisiones por las partes en pugna.

Debilitamiento del gobierno militar


El gobierno estaba desestabilizado, ya que cada derrota de las potencias del Eje era
festejada ruidosamente por los opositores al régimen como si se tratara de una victoria
interna sobre el poder “nazifascista”. Si bien no todos los oficiales estaban felices de servir
de trampolín para las ambiciones políticas del vicepresidente (Perón), al menos coincidían
en un punto: oponerse al retorno de los políticos civiles.
Ante la presiones de la oposición, Perón fue destituido de sus cargo, detenido y deprtado
a la isla Martín García bajo la vigilancia de la marina de guerra. Los sindicatos y los
trabajadores se alertaron y la CGT decidió declarar una huelga para el 17 de Octubre.
Esta se convirtió en una enorme manifestación a favor de las reformas sociales de Perón
y su postulación como candidato para las próximas elecciones. Inmediatamente después
renunciaron los responsables del golpe.
El gobierno de los Estados Unidos brindó a Perón un apoyo tan decisivo como
involuntario, al publicar poco antes de las elecciones el “Libro Azul” destinado a denunciar
la complicidad de Perón y de sus partidarios con las potencias de Eje. La publicación
obtuvo resultados contrarios a los buscados. Proporcionó a Perón un magnífico slogan
electoral “Braden o Perón”, que le permitió denunciar la injerencia externa en los asuntos
internos argentinos, en especial los actos de espionaje norteamericanos, y le dio la
oportunidad de pintar a sus adversarios como lacayos del imperialismo yanqui. Perón fue
elegido presidente con toda normalidad.

El golpe de Menéndez en 1951


La gravedad del incidente puso de manifiesto del descontento de un sector del ejército. La
parte escondida del iceberg contestatario era mucho más importante de lo que permitía
suponer la cantidad de efectivos que participaron en la rebelión. Como consecuencia, ese
golpe miniatura de 200 hambres no podía afectar en nada al régimen, ni poner en peligro
al poder. La rebelión fue prematura y poco hábil.
Una de las principales causas era una insatisfacción de orden profesional que agravaba la
“manipulación” política. El presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas tendía a volver
al nivel de la década anterior.

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