Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Durante esos días no hubo contención alguna, pero aun así ellas se la dieron a sus
pacientes. Los sobrevivientes le decían a las mujeres que ellas eran las manos de
mamá: “fueron las más inexpertas, pero salió del corazón de cada una de
nosotras”, expresa María Graciela Trinchín. Y es que además de la atención
sanitaria, fue muy importante el apoyo y el vínculo emocional que las trabajadoras
construyeron con los soldados: ellas eran el primer contacto que recibían después
de haber estado en la zona del conflicto.
Según afirma Alicia Panero, autora de Mujeres Invisibles -el libro que recuperó la
silenciada historia de las mujeres que participaron de la Guerra de Malvinas-, las
trabajadoras del Irízar fueron en un principio aisladas porque se decía que las
mujeres a bordo daban mala suerte. Por otra parte, las pertenecientes a la Fuerza
Aérea fueron las que más sufrieron abuso verbal.
El silenciamiento del rol de las mujeres fue inmediato. En ningún momento se les
proporcionó atención médica o psicológica, ni se les permitió comunicarse con sus
familias durante varios días. Pero además, y como sucedió durante mucho tiempo
después, se les prohibió que hablaran sobre el tema, principalmente porque
habían visto las condiciones en las que volvían los soldados, mientras que los
medios de comunicación, en complicidad con la dictadura cívico-militar, habían
construido una imagen distorsionada de los hechos.
Hasta el momento son tres los casos de abuso sexual que se conocen, aunque
sus víctimas no quieren que trasciendan sus nombres porque nadie sabe lo que
padecieron. Una de ellas tenía 19 años, y al igual que el resto, culpa a Italia y
Vivanco, los tenientes acusados de los abusos sexuales mencionados con
anterioridad. “A mí me cagaron la vida. Me violaron en la habitación donde se
guardaban las valijas”, recuerda. La pesadilla duró unos meses, hasta que pidió la
baja. “Es una pesadilla que me llevaré a la tumba. Prefiero olvidar y tratar de pasar
lo mejor posible lo poco o mucho que me queda de vida.”
El sometimiento no fue sólo sexual. También hubo maltratos físicos y psicológicos.
Uno de los testimonios es el de Nancy Susana Stancato, que en aquél momento
tenía 17 años. “Soñaba con ingresar a la Armada para escapar del control de mis
padres. Nunca imaginé lo que estaba por vivir”, cuenta. Por saludar con la muñeca
doblada su instructor le pegó con una tabla, lo que le causó una fisura. En otra
oportunidad, en vez de saludar como les habían enseñado, el suboficial le dio una
trompada en el pecho que le dejó marcada por varios días un rosario que tenía.
Fue testigo de patadas por hacer mal las lagartijas o por rendirse por no aguantar
más.
Hace mucho tiempo, Nancy contó en una entrevista que cuando empezó a recibir a
los combatientes vio el grado de desnutrición que tenían. “Todo eso hizo un crack
en mi cabeza y lo comenté pero solo entre aspirantes y cabos”. De todas formas la
llevaron a Nancy con el director Arieu y le dijeron que cometió traición a la patria.
Le advirtieron que iban a pensar si le hacían una corte marcial y que la podían
fusilar. Después la volvieron a llamar, le hicieron firmar un montón de papeles y le
dijeron que no la iban a fusilar, pero que si hablaba de Malvinas, sus padres iban a
desaparecer.
***
A pesar de haber puesto el cuerpo y presenciado cada uno de los hechos trágicos
ocurridos durante la Guerra de Malvinas, a estas mujeres no las reconocieron
socialmente. Todo lo contrario, fueron silenciadas.
Aún así, a partir de la lectura del libro de Panero, Hilda Aguirre de Soria, senadora
nacional riojana por el Frente para la Victoria, redactó un proyecto para que se
reconozca a las veteranas y se les otorgue el derecho a una pensión vitalicia. La
petición, al día de hoy, también incluye la propuesta de que el 2 de abril sea
declarado como el “Día del Veterano, la Veterana y de los Caídos en la guerra en
Malvinas”.
Hoy el mundo está teñido de violeta. Hoy somos las mujeres y diversidades
quienes le hacemos frente a este sistema patriarcal que tanto nos condena y que
nos quiere por fuera de todo lugar de poder, de todo lugar de autonomía. Estas
mujeres, vivieron el horror y la crudeza de la guerra, muchas con apenas 16 años,
que no tenían por qué vivir semejante sufrimiento, y aún así fueron omitidas en la
reconstrucción colectiva de uno de los episodios más tristes de nuestra historia. No
son más de diez las mujeres veteranas que reciben pensiones y que se
encuentran contempladas en la legislación. Lo único que recibieron a treinta años
del conflicto fue una medalla que se envió a sus casas. Algo que no implica ni la
mitad del reconocimiento de todo lo que vivieron, y que tampoco lograría olvidar el
silenciamiento y el machismo que desvalorizó las palabras de las mujeres.