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Bertolt Brecht
Personajes:
El emperador
El Mendigo.
Soldados
MENDIGO: No. Fue la vejez. Aguantó hasta el final. Yo pensaba: ¿por qué le tiemblan
así las patas? Había apoyado las patas sobre el pecho. Así estuvimos tendidos toda la
noche; hasta que empezó a hacer frío. Pero a la madrugada ya estaba muerto y lo
aparté de mí. Ahora no puedo volver a casa, porque se está pudriendo y apesta.
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EMPERADOR: Ahora eres tú el que interroga, aunque has hablado de las preguntas con
un desprecio que no comprendo.
EMPERADOR: ¿Como el ejército del emperador Ta Li, el que quedó sepultado en las
arenas del desierto?
EMPERADOR: ¿De dónde has sacado eso? Nada es verdad. Todo fue muy distinto.
MENDIGO: Cuando era tan fuerte que yo parecía su hijo, hui de su lado, porque yo no
permito que nadie me domine.
MENDIGO: Había nubes. Hacia medianoche se abrieron paso las estrellas. Luego todo
fue silencio.
MENDIGO: Muchos murieron en las sucias chozas junto al río que se desbordó la
semana pasada: sin embargo, no se abrieron paso.
2
MENDIGO: Cuando me tiendo sobre las piedras, el niño que ha nacido llora. Y luego
sopla un viento nuevo.
EMPERADOR: Anoche hubo estrellas, nadie murió junto al río, aquí no hubo niños.
<Pausa>
EMPERADOR: ¿Qué haces todo el día? Nunca te había visto. ¿De qué huevo has salido?
MENDIGO: Hoy advertí que este año el maíz está malo, porque no hubo lluvias. De los
campos llega un viento oscuro y cálido.
MENDIGO: Así ocurrió hace treinta y ocho años. El maíz se calcinó al sol y antes que se
hubieran consumido cayó la lluvia en tal cantidad que aparecieron ratas y devastaron
todos los otros sembrados. Luego entraron en los pueblos y se comieron a la gente.
Ese
alimento las mató.
EMPERADOR: Nunca supe de eso. Debe de ser un invento como todo los demás. La
historia no habla de eso.
EMPERADOR: ¡Un hombre que conquistó la mitad del mundo y que naufragó en la
soberbia!
MENDIGO: Eso sólo pueden creerlo dos: él y el mundo. Es un error. La verdad es que
Napoleón era un hombre que remaba en una galera y su cabeza era tan grande que
todos decían: no podemos remar porque nos falta espacio para los codos. Cuando el
barco se hundió, porque nadie remaba, él llenó su cabeza de aire y se salvó. Pero como
estaba engrillado, debió seguir remando. No sabía hacia dónde iba, porque no veía
nada desde allí abajo y todos se habían ahogado. Entonces meneó la cabeza, pensando
en el mundo, y como era demasiado pesada se le cayó.
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EMPERADOR: Ese es el disparate más grande que he escuchado en mi vida. Con esa
historia me has decepcionado mucho. Por lo menos las otras estuvieron bien contadas.
Pero dime: ¿qué opinas del emperador?
MENDIGO: El emperador no existe; pero el pueblo cree que hay uno y un hombre cree
que es él. Después, cuando se hayan construido demasiados carros de guerra y los
tambores hayan practicado bastante, habrá guerra y buscarán un contrincante.
EMPERADOR: Ahora no hay nubes en el cielo, de modo que estás diciendo disparates.
Está claro como el sol.
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EMPERADOR: ¿Qué más piensas de mí?
MENDIGO: Tienes una voz débil, por lo tanto, eres timorato; preguntas demasiado, por
lo tanto eres un lacayo; tratas de ejemplificar todo, por lo tanto, no estás seguro de lo
que dices; no me crees y sin embargo me escuchas, por lo tanto, eres un débil;
finalmente, crees que el mundo gira en torno de ti, cuando en realidad existen
hombres más importantes, por ejemplo, yo. Además, eres ciego, sordo e ignorante. No
conozco todavía tus otros defectos.
MENDIGO: Hablas en voz baja, por lo tanto, eres humilde; preguntas mucho, por lo
tanto, tienes ansias de saber; analizas todo, por lo tanto, eres escéptico; escuchas lo
que a tu juicio son mentiras, por lo tanto, eres considerado; crees que todo gira en
torno de ti, por lo tanto, no eres peor que todos los demás hombres y tu creencia no
es más tonta que la de los otros. Además, ver demasiado no te ha confundido; no te
preocupas por lo que no te importa; no estás paralizado por saber demasiado. Tú
conocerás mejor que yo y que nadie tus otras virtudes.
MENDIGO: Toda adulación me parece un pago. Pero ahora no te pagaré por haberme
pagado.
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MENDIGO: Entonces ya no lloverá sobre mi cabeza, las alimañas se perderán, mi
estómago me dejará en paz y reinará el silencio más grande que yo haya gozado jamás.
MENDIGO: Esa es la pregunta más tonta que has hecho hoy. ¡Eres un desvergonzado!
No respetas la inviolabilidad de un ser humano. No conoces la soledad, por eso buscas
aprobación en un desconocido como yo. Dependes del respeto de todos los hombres.
MENDIGO: La rienda cree también que domina el caballo; el pico de la golondrina cree
que orienta el vuelo del ave y la punta de la palmera cree arrastrar el árbol tras sí hacia
el cielo.
<El mendigo saca su organillo y toca. Un hombre pasa rápidamente y hace una
reverencia.>
MENDIGO (guardando el organillo): Ese hombre tiene una mujer que le roba. De noche
se inclina sobre él para sacarle dinero. A veces se despierta y la ve inclinada sobre él.
Entonces cree que ella lo quiere tanto que no puede pasar la noche sin mirarlo. Por
eso le perdona los pequeños engaños que descubre.
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MENDIGO: Puedes retirarte. Te estás poniendo vulgar.
EMPERADOR: Esto es increíble. <El mendigo toca su organillo > ¡Ha terminado la
audiencia!
MENDIGO: Ahora, gracias a este poquito de música, el cielo les parecerá a todos más
hermoso y la tierra más fecunda. Y su vida se alargará, y se perdonarán a sí mismos y a
sus vecinos, gracias a este poquito de sonido.
EMPERADOR: Dime, por lo menos, por qué me has contado tantas cosas si no me
toleras.
MENDIGO <se alcanza a ver que es ciego>: Se fue. La mañana debe de haber
avanzado, porque el aire está tibio. Hoy no viene el chico. Hay fiesta en la ciudad. El
idiota que acaba de partir iba también para allá. Ahora tengo que volver a pensar en
mi perro.