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Dallas Schulze
Argumento:
El amor podía ser el juego más peligroso de todos
Holly Reynolds fue a Tijuana en busca del reloj de una amiga. No lo
recobró, pero después de tener que soportar varias proposiciones groseras,
de provocar una pelea en un bar de mala reputación y de ser salvada por un
rudo individuo llamada MacKenzie Donahue, a Holly dejó de preocuparle
el reloj. Lo único que quería era regresar cuanto antes a los Ángeles.
Pero allí tampoco estaba a salvo. Iba a verse involucrada en un asunto
peligroso sin siquiera saberlo. Mac quería protegerla, pero estaba atrapado
entre dos fuegos, y sabía que no iba a poder evitar que Holly sufriera.
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Capítulo Uno
Ella no pegaba allí. Eso fue obvio desde el mismo momento en que entró,
aproximadamente hacía una media hora. Era la cuarta vez que Mac se encontró
mirándola.
Apartó los ojos de la mesa de la esquina donde estaba sentada esa mujer y
estudió el local. Sus largos dedos rodearon el vaso que estaba frente a él.
Levantó el vaso, pero el líquido apenas rozó sus labios, aunque su garganta se
movió como si hubiera tragado algo. Un observador atento hubiera notado un
movimiento imperceptible de su mano que hizo derramarse un poco el líquido en el
suelo cuando volvió a depositarlo en la mesa.
—Si Baldwin no aparece pronto se nos va a formar un lago bajo la mesa. Hemos
derramado ya unos cuantos litros de esto.
Mac miró al hombre que tenía delante.
—Hay demasiada suciedad en el suelo como para que se forme un lago, pero
podemos formar una pequeña ciénaga.
—Con unos cuantos cocodrilos, probablemente.
—Oh, los cocodrilos ya están aquí, con un buen muestrario de serpientes y
roedores —dijo el hombre, señalando con la cabeza hacia la gente que ocupaba las
otras mesas. Su compañero hizo un gesto enseñando los dientes, revelando un negro
agujero donde debería de tener los dientes delanteros.
—No estarás soltando calumnias contra la distinguida clientela de este lujoso
establecimiento, ¿verdad?
—Preferiría soltar una pequeña granada de mano y deshacerme de todos ellos.
El mundo sería un lugar más agradable sin su presencia.
—Apuesto a que no piensas lo mismo de todos. Ya me he dado cuenta de la
forma en que la has mirado. Me juego algo a que querrías salvarla antes de tirar esa
granada tuya que limpiaría el mundo.
Ken le señaló con la cabeza a la mujer que Mac había estado observando.
—Dado que ella está sentada detrás de ti, ¿cómo te has dado cuenta de a quién
estaba mirando? —le preguntó Mac, enarcando las cejas con aire de interrogación.
—Elemental, querido Watson. Es obvio que tienes mucho que aprender. Ya veo
que no te has dado cuenta de eso. De acuerdo, lo confesaré. Hay un espejo detrás de
la barra, y no me fue demasiado difícil adivinar cuál era el objeto de tu interés.
Mac volvió a mirar a la mujer, un poco disgustado porque Ken la estuviera
mirando por el espejo. Reconociendo la astucia de su colega, le dijo:
—No está mal.
¿Qué estaría haciendo ella allí? Estaba tan fuera de lugar como un pulpo en un
garaje. Unos cortos rizos oscuros orlaban un rostro que era a la vez femenino y como
de duendecillo. Sus rasgos eran refinados, pero no se podía decir que fueran de una
belleza clásica. La boca era demasiado ancha y la barbilla demasiado puntiaguda,
pero todo el conjunto era bastante atractivo.
Cuando la vio entrar, la había tomado por una turista que se hubiera apartado
del camino habitual y se hubiera aventurado un poco demasiado por las callejuelas
de Tijuana.
La mujer dudó nada más entrar y Mac la había visto respirar como para darse
valor. Había mirado a la mesa donde estaban sentados Ken y él, y les había dirigido
una mirada de desprecio. Bueno, por lo menos, sus disfraces eran convincentes, lo
suficiente como para confundir a una turista americana, pensó divertido.
Se había sorprendido cuando, en vez de darse media vuelta y volver a la
relativa seguridad de la calle, se quedó en el local. La admiración se mezcló con la
irritación cuando ella se sentó tranquilamente. O era demasiado tonta como para no
saber dónde se había metido o tenía más agallas de lo normal.
Ahora, observándola, decidió que era eso último. Ella sabía que estaba en una
situación potencialmente desagradable y, por no se sabe qué razón, estaba eligiendo
afrontarla. Había pedido una naranjada que se estaba bebiendo con una pajita.
—No volverá a mirarte con la pinta que tienes ahora.
—¿Qué hay de malo en cómo voy vestido? ¿Sabes lo que me costó encontrar un
traje como éste de mi talla?
Ken le miró de arriba abajo. Iba vestido con una camisa de seda negra ribeteada
en dorado, que hacía conjunto con el pantalón negro y dorado. Llevaba un pendiente
de oro en la oreja, y anillos de oro en todos los dedos de sus enormes manos.
Ken terminó la inspección y sonrió. —Estate seguro de que tienes mucho
gancho. No conozco a muchos hombres que puedan ir vestidos así y llevar toda esa
quincalla tan bien como tú.
—Gracias. Realmente creo que lo mejor son las botas. Siempre he querido tener
unas botas negras con punteras doradas. Supongo que tendré que devolverlas
cuando terminemos —dijo Mac, sacando un pie de debajo de la mesa para que Ken
pudiera ver las doradas punteras en forma de cóndor.
—Yo creo que son águilas.
Mac frunció el ceño y se fijó en las botas.
—Yo estoy seguro de que son cóndores. No tienen plumas en el cuello.
—Yo creo que son águilas. La única razón por la que tienen el cuello calvo es
porque el pincel resbaló cuando las pintaron.
—¿Quieres decir que éstas son de esas botas pintadas a mano que hacen en
Hong-Kong?
Ken ahogó una risa.
—Ten cuidado, vas a hacer que los disfraces no sean creíbles. Es difícil el ver a
un hombre de tu posición haciendo reír a un simple yanqui.
—Ya sabía que tenía que haberle hecho caso a mi madre cuando me dijo que me
hiciera médico. Ahora estaría de vacaciones en Mazatlán en vez de estar de servicio
en un bar de Tijuana.
A pesar de todas esas quejas, Ken siguió a Mac por el pequeño local. No iba a
dejar que el otro se divirtiera solo.
Había sido un gran error. Holly decidió eso casi al mismo tiempo que entraba al
bar. Una tonta cabezonería había sido lo que la había impulsado a quedarse. Ése era
el sitio donde Jason había quedado con Mary Ann. Como representante de Mary Ann
le esperaría allí. Pero media hora más tarde decidió que, ni siquiera por su mejor
amiga, iba a pasar ni un minuto más en ese sitio.
Ya había tenido que rechazar a dos hombres. Cuando se acercó el tercero, se
dispuso a armarse de paciencia. Los primeros habían sido particularmente
antipáticos, pero habían aceptado su negativa razonablemente. Algo le decía que ese
hombre no iba a ser tan considerado. Cruzó el local mirando de un lado a otro y
advirtió que todo el mundo se fijaba en cómo se acercaba a ella. Había cogido
rápidamente el bolso, pero él alcanzó la mesa antes de que se pudiera levantar. Le
habló en inglés, pero no necesitaba refuerzos verbales. Sus gestos eran
inconfundibles. A sus veintiocho años Holly pensaba que lo había visto todo, pero
esto era algo nuevo para ella.
—No, gracias.
Las educadas palabras le parecieron ridículas en esa situación. Se puso de pie y
rodeó la mesa. Cuando él le puso su repugnante mano sobre el brazo, ella sintió que
se le encogía el estómago.
La mirada del hombre se cruzó con la suya durante un largo momento.
Después el hombre volvió la cabeza y escupió. El estómago de Holly volvió a dar un
respingo. Se agarró al bolso, deseando haber metido dentro algo pesado antes de
haber ido a Tijuana. No se preocupó en buscar ayuda; era evidente que no iba a
encontrar ninguna en ese sitio.
—Suéltame el brazo.
El temblor de su voz mermó el impacto de su petición, y él se rió, revelando una
boca llena de dientes rotos y podridos.
El hombre la hizo acercarse hasta que ella notó su fétido aliento en el rostro. Ella
luchó por alejarse y trató que le soltara el brazo, pero él la estaba agarrando con
fuerza.
Antes de que ella pudiera decidir su próximo movimiento, un nuevo jugador
entró en escena. Una larga mano, con un montón de anillos, se interpuso entre Holly
y su asaltante, agarrando al hombre por la muñeca.
—Creo que la señorita le ha dicho que la deje irse.
Holly levantó la mirada hacia el recién llegado. El rayo de esperanza que le
había producido murió en ese instante. Era americano, pero por su aspecto, no era de
los que podrían seleccionar para un anuncio de colonias. Ni siquiera quería
imaginarse lo que habría tenido que hacer para pagar todas las joyas que llevaba. ¡Y
no quería imaginarse qué habría hecho para tener la cicatriz que atravesaba toda la
parte izquierda de su rostro! Él se quedó cerca, indolentemente. Los párpados
entrecerrados dejaban adivinar unos ojos de un indescriptible azul oscuro. Parecía
como si se fuera a dormir en cualquier momento.
El hombre que la sujetaba le soltó una corta frase en español. No hacía falta un
intérprete para saber que no estaba siendo muy galante. El otro hombre sonrió.
—Es posible, pero no lo creo. De cualquier manera, no tengo intención de
hablar de mi familia contigo. La señorita te pidió que la soltaras —le dijo,
apretándole la muñeca y sin dejar de sonreír.
Para sorpresa de Holly, el hombre le soltó el brazo. Se frotó las marcas que le
había dejado. Todo lo que quería era salir del bar antes de que ocurriese un nuevo
desastre, pero estaba atrapada entre dos hombres, y con la mesa detrás.
Los dos hombres se quedaron frente a frente. Sus respectivas actitudes eran
distintas. Los ojos del primero temblaban de rabia. El americano estaba
completamente relajado. Los brazos le colgaban lánguidamente a los lados del
cuerpo, y Holly tuvo la impresión de que se estaba conteniendo para no bostezar.
Pero también esa impresión podía ser engañosa. Sus ojos no se apartaron del otro
hombre incluso cuando le habló a ella.
—Tal vez sea mejor que te vayas y que evites esta zona de Tijuana la próxima
vez que vengas.
Ella se molestó un poco por ese consejo que no había pedido, pero ese hombre
tenía demasiada razón como para discutírselo. Sus «gracias» fue apenas un
murmullo y trató de abrirse camino entre los dos, intentando evitar cualquier
contacto con ellos. El primer hombre fue a agarrarle del brazo. Holly se puso rígida,
pero no tuvo tiempo de hacer más.
El hombre de las joyas se movió rápidamente. Alargó la mano y agarró la del
otro antes de que la tocara.
—No aprendes muy rápido, ¿eh? —dijo su salvador. Luego, dirigiéndose a ella,
añadió—: ¿Por qué no te vas de aquí antes de que se líe algo gordo?
Holly dio un par de pasos y luego se detuvo. El ruido que hubiera hecho un
alfiler al caer hubiera resonado en el poco natural silencio del bar. Holly no tenía
manera de saber lo que les estaba pasando por la cabeza a la demás gente que había
en el bar, pero era evidente que nadie iba a tratar de detener la inminente pelea. El
sentido común le dijo que no tenía que preocuparse por eso, que tenía que hacer caso
del consejo que aquel hombre le había dado y marcharse de allí. El indudablemente
podría cuidar de sí mismo, pero su conciencia se rebeló.
De mala gana, ella se volvió. El tipo enjoyado había soltado el brazo del otro,
pero no había cambiado nada más.
—¿Y qué pasará con usted?
Sin apartar la mirada del contrincante, él le contestó:
—Me emociona que te preocupes por mí, pero yo estaré bien. Ahora, sal de aquí
de una vez.
Holly Reynolds no soportaba que le dieran órdenes. Cualquiera de su familia o
de sus amigos se lo habría dicho a aquel hombre. Desafortunadamente, ninguno de
ellos estaba allí para darle esa pequeña información.
Si él le hubiera rogado que se fuera, ella le habría hecho caso sin obedecer a su
conciencia, pero él se lo había ordenado, así que decidió inmediatamente que no se
iba a ir de allí hasta no estar segura de que a él no le iba a pasar nada. Después de
todo, razonó ella, había ido a rescatarla. ¿Qué clase de persona sería si le dejara solo?
—No me voy a ningún sitio hasta que no esté segura de que usted va a estar
bien.
—Por amor de Dios, chica. ¿Es que tienes ganas de morirte?
—No me voy sin usted. No estaría tranquila conmigo misma si lo hiciera.
—¡Oh, maravilloso! No me lo puedo creer. Vas a lograr que nos maten a los dos.
Habría podido extenderse más sobre el tema, pero no tuvo oportunidad. Vio
llegar el golpe, aunque estaba tratando de tener vigilados a la loca a la que trataba de
ayudar y al hombre con el que se estaba enfrentando.
Levantó el brazo izquierdo para bloquear el golpe mientras con el derecho
apartaba a la mujer y, acto seguido, le contestó al otro con un puñetazo en el
estómago.
Un desgarrado grito de excitación se levantó entre la concurrencia del bar.
Los recuerdos que se le quedarían a Mac de esa pelea eran como una sucesión
de imágenes confusas. La cara de sorpresa que puso su enemigo cuando intervino
Ken y él logró encajarle un buen directo a la mandíbula, la participación de otros
hombres en la pelea. La forma en que Ken y él se abrieron paso lentamente hacia la
puerta. Cuando él buscó con la mirada a la mujer que había sido la causante de todo
aquello, vio que estaba encima de la silla, junto a la puerta, manejando
delicadamente, pero con mucha precisión, una pesada botella de cerveza. Más de
uno de los que había allí se irían a su casa con dolor de cabeza esa noche.
—¿Estás listo? —le dijo Ken casi sin respiración.
Mac se deshizo de su contrincante de ese momento con un rápido directo y le
contestó:
—¡Ahora!
Ambos se dirigieron hacia la entrada. Las largas zancadas de Mac le hicieron
llegar un par de pasos por delante de su amigo. El sonido de las sirenas en la
distancia hizo que aligeraran el paso.
Holly notó como si la arrastrara un huracán. En el mismo momento que su
mirada localizó la alta silueta de su salvador en el centro del local, él se dirigió hacia
ella. La agarró por las rodillas, echándosela al hombro y dejándola sin aliento
mientras se dirigían hacia la puerta.
No tenía suficientes fuerzas como para protestar por el tratamiento que estaba
recibiendo o para pedirle que la bajara. Ni siquiera podía pensar dónde estaba
pensando llevarla. Todo lo que deseaba era la oportunidad de tomar un respiro. De
pronto, oyó el sonido estridente de una sirena. Antes de que pudiera reaccionar el
sonido se cortó mientras su captor hacía un quiebro y se detenía ante un alto muro.
El se agachó y la dejó suavemente en el suelo; Holly se apartó de él tan
rápidamente como se lo permitieron sus temblorosas piernas. El hombre parecía
incluso más despreciable a la luz del día que en el bar. La cicatriz que atravesaba su
mejilla competía con un rasguño en el otro pómulo y con un sangrante corte que
tenía en el labio inferior.
La sonrisa que el hombre le dedicó quizás hubiera tenido la intención de darle
confianza, pero el grueso bigote negro y la horrible cicatriz le daban un aspecto feroz
que hizo que el corazón le latiera más deprisa. Sólo el azul brillante de sus ojos
impidió que se arrojara sobre él. Esos ojos atrajeron su atención. Estaba tratando de
tranquilizarse, pero sus pensamientos eran como un torbellino.
Holly tragó saliva y empezó a abrirse camino hacia un lado. Él le bloqueó el
paso.
—Perdona por el rudo transporte. ¿Estás bien?
La voz del hombre era extrañamente melodiosa. No era un acento del sur, sino
algo personal que suavizaba sus palabras.
Ella asintió y logró esbozar una tímida sonrisa.
—Estoy bien. Gracias por ayudarme ahí dentro.
Ella suspiró aliviada cuando él se movió un poco en dirección opuesta. Ahora
tenía suficiente espacio y él no parecía querer hacerle daño. Todo iba a ir sobre
ruedas y ella y Mary Ann se reirían de ello cuando ella estuviera de regreso y a salvo
en Los Ángeles.
—No hay moros en la costa. Si alguien nos ha visto venir por aquí no se lo va a
decir a la policía.
Holly dio un grito y se dio media vuelta, casi perdiendo el equilibrio. La nueva
voz que sonó detrás de ella la había cogido por sorpresa. El hombre que había
hablado levantó las cejas sorprendido por su reacción.
—No quería asustarte, chica. Creí que ya me habías oído.
Ella sacudió la cabeza, dándose cuenta de que aunque ella le hubiera oído había
estado tan concentrada en el primer hombre que no se habría dado cuenta de nada
más.
—Desde luego sabes cómo buscarte problemas, chica. Pensaba que iba a acabar
con media docena de costillas rotas cuando Mac decidió jugar a que éramos
caballeros vestidos con brillantes armaduras.
Holly parpadeó y miró al otro hombre, tratando de imaginarle como un
caballero con su armadura. —Lo creas o no, chica, él no puede resistirse ante una
Mary Ann, pero tuvo que irse de viaje y ella cogió la gripe; así que yo me ofrecí a
venir. Me juego algo a que Jason montó todo esto para gastarnos una broma. Sería
perfectamente capaz de hacer algo como quedar en ese bar y luego reírse
imaginándose cómo se las arreglaba. Mary Ann no habría podido nunca hacerse con
la situación.
Ninguno de los dos hombres sacó a relucir que Holly no lo había hecho muy
bien antes de que interviniera Mac.
—¡Maldición! Se me debió de caer el monedero en el bar.
—Me temo que vas a tener que darlo por perdido —dijo Mac.
—Ya me lo imagino. Llevaba en él mi barra de labios favorita, ya no se fabrica
ese tono. Oh, bueno, también habría podido perder mucho más. Por suerte no llevaba
demasiado dinero y dejé las tarjetas de crédito y el carnet de conducir en el coche, así
que podré volver a casa sin problemas.
—¿Dónde vives?
Se lo preguntó de una forma tan natural, que Holly le contestó sin dudar, ya
que tenía puesta la atención en que se le había roto una de las sandalias.
—En Los Ángeles —murmuró mientras trataba de arreglar la sandalia rota.
No se percató de la aguda mirada que Ken le lanzó a su amigo y la consabida
sonrisita que la siguió.
Mac le dirigió un gesto para prevenirle, que también fue ignorado por ella.
Holly terminó con lo que estaba haciendo y según puso el pie en el suelo la
sandalia se volvió a romper.
—Creo que también voy a tener que dar por perdida la sandalia. Si algún día
vuelvo a ponerle la mano encima a Jason Nevin, le voy a arrancar los pelos de la
barba uno a uno.
Ken se rió entre dientes y una amplia sonrisa apareció en el rostro de Mac.
—Será mejor que nos marchemos. La policía ya ha debido de aparecer en el bar.
Holly les miró a ambos, no sabiendo cuál pudiera ser el próximo paso a dar.
¿Debería irse simplemente? ¿O quizás debería pagarles? Pero no tenía dinero y, de
cualquier manera, no se imaginaba a sí misma pidiéndoles la dirección para
mandarles un talón.
Se hizo tal silencio en el callejón, que podía incluso oírse su propia respiración.
Maravilloso, ni siquiera sabía sus apellidos. No los volvería a ver otra vez… y
ciertamente no quería hacerlo. Pero le parecía de mala educación irse así, por las
buenas.
Al otro lado del muro se oyó reír a unos niños; lo familiar que le resultaba ese
sonido ayudó a Holly a recuperar su equilibrio.
—Mis estudiantes no reconocerían a su respetable señorita Reynolds ahora.
Parece como si hubiera estado en una pelea de gatos.
—Las peleas de taberna son siempre más duras de lo que se cree la gente. Si
tomas ese camino y giras a la derecha, encontrarás una calle ancha a menos de una
manzana. Desde allí podrás encontrar tu coche —dijo Mac tranquilamente.
Era una despedida. Tan evidente como la campana cuando termina la clase.
Estaban diciéndole que ya era hora de que se marchara. Era el momento de olvidarse
de ese desagradable incidente y volver al mundo real. No se sintió herida por el tono
que él había usado.
Holly asintió.
—Gracias por acudir en mi ayuda. Espero que no os haya causado ningún
problema —dijo ella extendiendo la mano.
Entonces se dio cuenta de lo ridículo que era ese gesto convencional y la retiró.
Sonrió forzadamente y se dio la vuelta.
Estaba casi en la esquina cuando no pudo resistir la tentación de echar una
última ojeada a sus extraños benefactores. Ken la saludó con la mano y le dedicó una
sonrisa picara. Mac siguió con las manos metidas en los bolsillos, pero la intensidad
de su mirada se le quedó grabada en su mente.
Capítulo Dos
Mac estaba apoyado indolentemente contra la pared con los ojos medio
entornados. Debía de estar haciéndose viejo. Ya no le producía mucha impresión el
que le llamara el jefe a su despacho; suponía que le iban a encargar alguna otra cosa.
Frunció el ceño, quizás sería bueno dejarlo ya. Había visto casos de agentes que se
habían «quemado» con el trabajo; a lo mejor necesitaba plantearse seriamente el
futuro.
—Oye, Mac. Despierta, el jefe te está esperando.
Mac se enderezó y sonrió a la secretaria.
—No estaba dormido Livvie. ¿Cómo están tus nietos?
—Creciendo como siempre.
—Antes de irme, recuérdame que tengo algo para ellos.
—No deberías comprarles regalos, Mac. Deberías gastar algo de dinero en ti
mismo.
—No les he comprado nada importante, Livvie. Sólo son unas cosas que me
traje de México la última vez que estuvimos Ken y yo.
Livvie murmuró mientras le abría la puerta del despacho.
Mac siguió sonriendo cuando cerró la puerta tras él. El Jefe de Policía Daniels se
apartó de la ventana y cruzó renqueando la habitación para estrecharle la mano al
agente. Tenía la rodilla izquierda mal desde un tiroteo entre agentes del gobierno y
traficantes de droga. Había un bastón apoyado en su mesa, pero se negaba a usarlo a
no ser que fuera absolutamente necesario.
Cuando ambos estuvieron sentados, los ojos fríos y grises del hombre más
mayor estudiaron a Mac. Este le mantuvo la mirada sin sentirse incómodo; sabía que
a su jefe le gustaba pensar lo que iba a decir antes de hablar.
—¿Qué interés tienes en el caso Reynolds? —le preguntó el jefe sin previo aviso.
—¿Qué caso Reynolds? No sé nada de ningún caso Reynolds.
—¿No? ¿Entonces por qué has estado preguntando acerca de ello?
—Que yo sepa no lo he hecho.
Mac tomó una carpeta que Daniels le tendió.
—Aquí aparece que has estado pidiendo información acerca de una tal Holly
Ann Reynolds, de veintiocho años de edad, de profesión profesora de párvulos.
—No sé de ningún caso que tenga que ver con Holly Reynolds. He investigado
por motivos personales.
Mac no quiso decir nada más. Sabía tan bien como su jefe que utilizar los
informes de la agencia por motivos personales estaba totalmente prohibido.
Daniels lo pasó por alto sin hacer ningún comentario.
—Lo que quiere la Agencia es que te familiarices con la señorita Reynolds. Que
entres en relación con ella y que nos mantengas informados de lo que hace su
hermano.
Mac puso el portafolios en la mesa y se dirigió hacia la ventana.
—Lo que me estás pidiendo que haga es que la espíe.
El otro hombre se arrellanó en el sillón.
—No te estoy pidiendo nada que no te haya pedido antes. No tienes que
torturarla para sacarle información. Teniendo en cuenta que te has saltado las reglas
para informarte sobre ella, eso quiere decir que tenías los mismos planes. Todo lo que
estoy pidiendo es que, al mismo tiempo, hagas un pequeño trabajo para la Agencia.
Lo que hagas con ella es asunto tuyo por completo.
—Hay una gran diferencia entre conocerla por razones puramente personales e
inducirla a que me revela información sobre su hermano —refunfuñó Mac desde la
ventana.
—Míralo de esta manera, Mac. Si su hermano está haciendo contrabando con
obras de arte robadas, es mejor que le cojamos antes de que meta a su familia. Si es
inocente, entonces es mejor que eso se pruebe antes de que se arruine su carrera. De
cualquier manera, tenemos que saber la verdad.
Mac no dijo nada y su jefe dejó de hablar durante un rato antes de añadir:
—¿Preferirías que le asignara el caso a cualquier otro?
Mac se dio media vuelta. Los dos hombres se miraron a los ojos durante un
momento, y luego Mac se acercó a la mesa y recogió el portafolios.
—Me quedo con este maldito caso.
Daniels asintió.
—Ya sabía que lo harías.
Holly se estaba frotando las caderas para aliviar los doloridos músculos. Echó
un vistazo al reloj y suspiró. Otra media hora más y se iría a su casa, donde se
metería en un buen baño de agua caliente. Luego iría a matar a Mary Ann.
Recorrió la clase con una mirada y sonrió. Veinte pequeños rostros estudiosos
estaban inclinados sobre otros tantos pupitres. Todos agarrando gruesos lápices,
intentando hacer sus autorretratos.
Lo único que cambiaría por ellos sería el criar a sus propios hijos, pero eso
tendría que esperar a que encontrara un hombre con el que compartir su vida.
Normalmente solía disfrutar en sus horas de clase. Sí, definitivamente, iba a tener
que matar a Mary Ann. Por otro lado, no podía culpar a su compañera de habitación
por su actual malestar. Mary Ann únicamente le había sugerido que se apuntara a
correr, no le había sacado de casa a la fuerza para hacerle dar vueltas a la manzana.
Además, Mary Ann la había cogido en un momento vulnerable. Sabía que Holly
últimamente estaba intranquila.
Quizá no la matara, pero le echaría una reprimenda. Mary Ann le había dicho
que no habían corrido ni dos kilómetros, pero Holly no se lo podía creer. Era
imposible estar hecho una ruina físicamente habiendo corrido menos de dos
kilómetros. De nuevo miró el reloj; quedaban veinte minutos. Los días se habían
hecho más largos durante ese último mes. Desde ese ridículo viaje a Tijuana. ¡Maldita
sea! ¿Por qué no podía apartar de su mente todo aquel estúpido incidente? Ya había
pasado un mes y seguía pensando en ello en los momentos más extraños. Incluso
soñaba con ello.
Holly notó cómo se le encendían las mejillas. No tenía sentido que él se metiera
así en sus sueños. Como tampoco que ella le recordara tan claramente cómo lo hacía.
Ya no iba a volver a pensar en ello. Se había hecho esa misma promesa cada día; y
uno de esos días se haría realidad.
Media hora después los pequeños se marcharon a sus casas. Holly se inclinó
para coger el bolso y gruñó levemente cuando se estiró. ¡Maldita sea! ¿Qué tenía de
malo el estar bajo de forma? La idea de arrastrar su adormilado cuerpo por las calles
al amanecer, le resultaba ridícula y dolorosa.
Estaba lloviendo; una llovizna deprimente y desagradable. ¿Por qué no había
pensado en coger un paraguas? Pues porque si lo hubiera hecho, no habría llovido.
Suspirando resignadamente, abandonó la escuela y se abrió camino entre los charcos
hacia el aparcamiento.
Cuando llegó al coche estaba empapada y aterida. Murmuró una plegaria
cuando trató de arrancar. El viejo Fiat había sido un regalo de sus padres y lo
apreciaba mucho, pero no se podía negar que «Baby» era muy temperamental, en
especial cuando hacía frío y llovía.
Era uno de esos días. El motor hizo ruido, pero se negó a arrancar. Al final, tuvo
que dejarlo. No tenía sentido llamar a casa. Mary Ann trabajaba esa semana en el
turno de noche del hospital. Todos los demás en los que Holly podía pensar estaban
trabajando o fuera de la ciudad.
Giró la cabeza, asustada, cuando alguien golpeó la ventanilla. Parpadeó varias
veces para aclararse la vista, convencida de que estaba alucinando. La última vez que
había visto a ese hombre, estaba al sol en un callejón de Tijuana. Él volvió a golpear
la ventanilla, haciéndole gestos para que la bajara. Ella lo hizo como aturdida, sin
poder creerse lo que estaban viendo sus ojos.
El hombre apoyó una mano en la puerta y se agachó, mirándola a los ojos. Un
desgastado sombrero de lona le colgaba sobre los ojos, protegiéndole el rostro de la
lluvia. Tenía un aspecto de aventurero de película.
—Hola, ¿te acuerdas de mí?
La voz tenía el mismo deje suave que recordaba.
Ella asintió con la cabeza. ¡Si él supiera lo bien que le recordaba! Quizás había
sido la carrera de ayer lo que había causado eso. Nunca había oído que alguien
alucinase después de haber hecho ejercicio, pero para todo había una primera vez.
—¿Tienes problemas con el coche?
—Sí.
Holly tuvo que aclararse la voz para decir esa palabra.
—¿Sabes lo que le pasa? —le preguntó él.
—¿A quién?
—Al coche. ¿Sabes lo que le pasa a tu coche?
Ella lo negó con la cabeza, haciendo esfuerzos para que su paralizado cerebro
volviera a funcionar.
—A «Baby» no le gusta la lluvia. Cuando llueve, se niega a funcionar.
Él se estremeció cuando un viento frío le metió la lluvia bajo el ala de su
sombrero.
—No se le puede culpar. Escucha, yo podría arreglártelo; pero, francamente, la
idea de meterme bajo el capó con esta lluvia no es demasiado apetecible. Tengo el
coche aparcado al otro lado de la calle. Si quieres, puedo llevarte a casa.
Holly dudó. El sentido común le decía que aquello era una locura. Apenas sabía
nada de él; y lo que sabía, no muy recomendable. Le miró fijamente. Había algo
diferente en sus rasgos, pero no podía decir qué era.
Él, dándose cuenta de su recelo, le dijo:
—No te lo puedo dar por escrito, pero mi madre cree que soy relativamente
inofensivo.
Ella tomó rápidamente una decisión.
—Te agradezco que me lleves.
Holly cogió el bolso del asiento de al lado y se dispuso a salir del coche.
—¿No tienes un impermeable o un paraguas?
Holly lo negó con un gesto de la cabeza y se estremeció cuando él le puso su
cazadora sobre los hombros. Era de cuero, de las de aviador, y olía a un perfume
masculino. Antes de que ella pudiera protestar, él la tomó por los hombros y
atravesaron el aparcamiento. Se sintió como protegida por él. El cálido confort de su
chaqueta dándole calor, el peso de su brazo rodeándole los hombros, su alta estatura
protegiéndola de la suave lluvia. Él abrió la puerta de un sedán y Holly se introdujo
en el cálido y agradable interior.
Se volvió a mirarle mientras él arrancaba, pero él no lo puso en marcha
inmediatamente. En cambio, estiró el brazo a lo largo del asiento, dejando la mano a
unos centímetros de la nuca de Holly. Se quitó el sombrero y lo dejó entre los dos.
Luego, se pasó la mano por el aplastado pelo.
Holly posó la mirada sobre la camisa de algodón y los gastados vaqueros y se
preguntó si eso sería alta costura en la vestimenta deportiva para rufianes fuera de
servicio. De todas maneras estaba arrollador. Su corazón se aceleró en respuesta a su
encantadora sonrisa.
—¿Cómo has sabido dónde trabajo? —le preguntó ella.
Nada más decir aquello se ruborizó. ¿Qué pasaría si sólo hubiera sido una
increíble coincidencia el que él hubiera aparecido en el colegio?
—No hay demasiadas mujeres llamadas Holly Reynolds que den clases en Los
Ángeles.
—No te dije que fuera profesora.
—Mencionaste a tus estudiantes. No me resultó difícil deducir que eras
profesora.
Ella frunció el ceño. Su nombre y el hecho de que pudiera ser profesora no era
suficiente para localizar a alguien en una ciudad del tamaño de Los Ángeles. A lo
mejor era más seguro no indagar acerca de los métodos que había utilizado para
encontrarla.
—Parece como si aparecieras siempre en el momento justo para rescatarme,
señor… —Holly dejó la frase sin terminar. Ella no sabía su apellido y no estaba muy
segura de querer usar su nombre de pila. Ello implicaba una intimidad que su
sentido común le hizo evitar.
—Donahue. Mis amigos me llaman Mac, es la abreviatura de MacKenzie.
—No sabía que fuéramos amigos —le dijo ella secamente, queriendo dejar
claros sus sentimientos desde el principio.
—Quizás todavía no; pero espero que lo seamos.
Holly apartó sus ojos de los de él, y se puso a mirarse las uñas. Podía ser
impulsiva; pero ni siquiera Mary Ann podía acusarla de ser completamente alocada.
El hombre que estaba sentado a su lado ahora tenía todo el aspecto de un auténtico
chico americano. Pero los auténticos chicos americanos no solían andar por los bares
de Tijuana vestidos de chulos y metiéndose en bronca. Podía pasar por alto lo de la
bronca. Después de todo, había salido en su defensa; pero todavía quedaba
pendiente la cuestión de lo que él podía estar haciendo allí. No iba a relacionarse con
alguien del que sospechaba con bastante fundamento que era un rufián.
—No creo que vayamos a ser amigos. Quiero decir, te agradezco tu ayuda y
todo lo demás; pero no creo que vaya a llevarme muy bien contigo. No te estoy
juzgando ni nada por el estilo, porque pienso que cada uno tiene el derecho de hacer
lo que quiera.
Holly dijo eso con ciertas dudas, preguntándose cómo alguien podía dedicarse
a vivir vendiendo el cuerpo de otras personas. Apartó de sí ese pensamiento y
continuó hablando, deseando no haber bajado la ventanilla y queriendo más que
nunca en primer lugar no haber ido a ese bar…
—El problema es que yo me sentiría a disgusto y haría que tú te sintieras igual.
Así que creo que es mejor que me vaya andando a casa; pero muchas gracias por el
ofrecimiento.
Holly fue a abrir la puerta, pero él la cogió por el hombro. Le miró con los ojos
desorbitados y con una chispa de miedo en sus pupilas.
—Mira, creo que estás confundida con lo que yo hago para vivir.
Hablaron poco durante el trayecto. Era un silencio tranquilo, algo raro entre dos
personas que se conocían desde hacía tan poco tiempo, pero Holly se sintió como si
le conociera de toda la vida.
El restaurante estaba bastante lleno. Un camarero vestido con una camisa
hawaiana y pantalones cortos les llevó a una mesa y les tomó nota.
Las miradas de ambos se encontraron. El calor de esos profundos ojos azules
hacía que su corazón se detuviera. Suspiró tratando de luchar contra el intenso deseo
que la invadió, y recorrió con la mirada sus rasgos. Tenía una marca oscura en una
de sus mejillas.
—¡Se te ha quitado la cicatriz! —exclamó ella, dándose cuenta de la razón por la
que antes su rostro le había parecido tan diferente.
—Era maquillaje. La gente no se queda demasiado con tu cara si hay algo que
aparte su atención de los rasgos. Si alguien te hubiera pedido que me describieras,
¿qué hubiera sido lo primero de lo que te habrías acordado?
—De tus ojos. Son preciosos —contestó ella sin pensar.
—Gracias. Acabas de echar por tierra todo lo que te he contado y una de las
más valoradas teorías en el arte del camuflaje. Se supone que tenías que haber dicho
que la cicatriz. Una cicatriz como ésa se queda grabada en la mente, y hace que los
demás rasgos pasen desapercibidos. Por lo menos, eso se supone.
—Lo siento. No deberías tener unos ojos así si no quieres que te recuerden.
Él no le contestó porque en ese momento llegó el camarero con dos
hamburguesas y una bandeja de patatas fritas. La conversación se dejó para más
adelante. Cuando saciaron el hambre, siguieron hablando.
—A mi hermano le encantaría este sitio.
Mac se puso rígido; pero ella estaba mirando para otro lado y no se dio cuenta
de la intensa mirada que él le dirigió.
—¿Tu hermano?
—A James le gustan los sitios chabacanos como éste. Realmente es raro
teniendo en cuenta que estudió Bellas Artes.
—¿Se dedica ahora a enseñar arte? —le preguntó él como si nada;
preguntándose a su vez si ella habría notado la tensión en su voz. ¡Maldita sea!
¡Odiaba esta misión!
—Uh-uh —murmuró ella con la boca llena—. Hizo la carrera diplomática como
mi padre. Ahora está trabajando en Europa. De hecho, es por eso por lo que él no fue
conmigo a Tijuana el mes pasado. Tuvo que volar a Washington para recoger los
detalles de su nuevo trabajo. Realmente voy a echarle de menos.
—Parece como si estuvierais muy unidos.
—James y yo siempre hemos estado muy unidos. Creo que pensamos de la
misma forma.
—Bueno, realmente no puedo decir que sienta que no haya ido contigo a
Tijuana. No habrías necesitado de mi ayuda si él hubiera estado allí.
La conversación se desarrolló con toda normalidad. Holly le contó algunas
cosas de su trabajo, contándole las historias más divertidas sólo por el placer de verle
sonreír. Era raro. No conocía del todo a ese hombre, y ya se sentía muy a gusto con
él.
Ese sentimiento de seguridad y familiaridad duró hasta que él aparcó el coche
frente al portal de ella.
Mac apagó el motor; sólo se oía el suave rumor de la lluvia y el ruido del
distante tráfico. El silencio creció y ella se volvió lentamente hacia él. Holly no
protestó cuando él la acarició el pelo con sus largos dedos y la atrajo suavemente
hacia él. Se dejó llevar.
—Holly.
Su nombre era como un murmullo, una oración. Ella cerró los ojos cuando los
labios de ambos se juntaron. Mac no pedía una respuesta, la exigía. No era un beso
de exploración, era el beso de dos amantes de toda la vida. Al cabo de un momento
de sorpresa, Holly respondió con toda su alma; sus labios se abrieron para
encontrarse con la lengua invasora, arañando con sus cortas uñas la pechera de su
camisa.
La suave espesura de su bigote le rozaba el labio superior, encendiendo como
una llama todos sus nervios. Se apretó contra él y las lenguas de los dos entablaron
un duelo erótico.
Las manos de Mac se cerraron en sus hombros y ella notó el estremecimiento
que recorrió el cuerpo de él un momento antes de apartarse. Los párpados de Holly
temblaron levemente. Se sentía como si acabara de llegar de un largo viaje, de uno
que había cambiado para siempre su vida.
Bajo sus manos podía sentir el rítmico latir del corazón de Mac, al unísono con
el suyo.
La mirada de Mac era penetrante. Le preguntaba cosas que ella no entendía, le
pedía respuestas que ella no tenía. Muy despacio, los dedos de Holly se acercaron al
rostro de Mac y los pasó por la áspera superficie de su mandíbula. Gruñendo de
placer, él apartó el rostro y la agarró por la nuca. Después, selló sus labios con los
suyos. Pasó la barrera de sus dientes, sumergiéndose en su interior una y otra vez.
Ese erótico juego la excitó. Sus pequeñas manos se enredaron en su pelo,
atrayéndole.
Se puso rígida por la sorpresa cuando él lo puso una mano en uno de sus
pechos. Por un instante, se quedó helada. Casi pudo sentir la mano fuerte y callosa
contra su suave piel. Ella apartó la boca y le miró. La salvaje mirada que había en sus
ojos le dijo a Mac que no se lo había tomado muy bien.
Fuera del coche, todo seguía igual, pero Holly sabía que ella había cambiado.
Un suave rubor hacía arder sus mejillas mientras le miraba. Se apartó un poco
aunque seguía sin poder romper la atracción que tenían esos ojos sobre ella.
Capítulo Tres
Cuando por fin Holly pudo apartar a Mac de su mente y miró al reloj, se
sorprendió al darse cuenta de que era temprano. Hacía sólo tres horas que el motor
de «Baby» se había negado a ponerse en marcha. Seguía teniendo mucho tiempo
para lavarse la cabeza y preparar la clase del próximo día.
Hacia las diez, cuando oyó a Mary Ann meter la llave en la cerradura, Holly
casi había terminado con lo que tenía que hacer. Se había lavado el pelo y ya hasta lo
tenía seco pero, el cuaderno que tenía abierto frente a ella, esperando que lo rellenara
de ideas para entretener a sus niños no tenía más que un montón de garabatos y el
nombre «MacKenzie Donahue» escrito en varias formas.
Mary Ann dejó el bolso en una silla y se dirigió hacia el frigorífico, saludando a
Holly de paso. Sacó unas lonchas de jamón y mostaza.
—¿Cómo te ha ido el día? ¿Has matado a alguno de tus pequeños monstruos?
—Mis niños no son monstruos. Están muy bien criados.
Mary Ann cortó el grueso sándwich por la mitad y se lo ofreció a Holly con una
sonrisa.
—Cuéntaselo a otra, Holly. Yo he trabajado en una guardería, ¿te acuerdas? Sé
perfectamente cómo son tus dulces y pequeños alumnos. Te aconsejo que no confíes
demasiado en ellos. Nunca sabes cuándo uno de esos pequeños te va a tirar una
granada de mano.
Holly se rió y asintió con la cabeza.
—Ya he desistido de tratar de convencerte de que los niños no están
constantemente tratando de fastidiar a los adultos.
Mary Ann asintió.
—Tienes razón, no están fastidiando todo el tiempo. Incluso admito que no
hacen planes malévolos mientras duermen.
—Espera a tenerlos tú. Entonces te arrepentirás de todas esas acusaciones
infundadas.
—De lo único que me arrepentiré será de haber sido lo suficientemente estúpida
como para quedarme embarazada. No soy de la clase de mujer que sueña con esas
cosas. Eres tú la que vas a tener un crudo despertar. Espera a tener a una de esas
pequeñas bestias durante las veinticuatro horas y luego me cuentas que te gustan los
niños.
Holly dejó el tema sonriendo.
—Y a ti, ¿cómo te ha ido hoy por el Gran Hospital?
Mary Ann se encogió de hombros mientras se quitaba las horquillas del pelo
pelirrojo, suspirando de placer cuando éste cayó sobre sus hombros.
—El doctor Johnson estuvo al acecho esta noche otra vez. ¡Es un pulpo! —
añadió sombríamente mientras se quitaba el uniforme y los zapatos.
Siguió hablando mientras se dirigía a su habitación, dejando la puerta abierta y
elevando la voz para que Holly pudiera oírla.
Al cabo de unos minutos, volvió a la cocina, con su delgada figura envuelta en
una bata de franela. Holly seguía sentada delante de la mesa de la cocina,
abrazándose las rodillas y con una expresión soñadora en el rostro. Mary Ann se
puso detrás de su compañera de piso y se fijó en el cuaderno que había sobre la
mesa.
—¿Quién es MacKenzie Donahue?
Holly pegó un salto y puso una mano sobre al papel, como si tratara de
esconder algún secreto. Mary Ann dio la vuelta a la mesa y se sentó delante de ella
mirándola burlonamente. Holly se ruborizó, puso los pies en el suelo y pasó una hoja
del cuaderno. Mary Ann repitió la pregunta.
—¿Quién es MacKenzie Donahue?
Holly se encogió de hombros.
—Un tipo que he conocido hoy.
—La última vez que recuerdo que escribieras el nombre de alguien por todas
partes era el de Dick Orman.
—Eso fue hace once años, cuando estaba en el bachillerato. Y estuve enamorada
de él.
—Exactamente. Así que la última vez que llenaste un cuaderno con el nombre
de alguien estuviste terriblemente enamorada de él. Esta vez, ¿es alguien que acabas
de conocer? Cuéntaselo a otra que no te conozca tanto como yo.
—Sabía que era un error que compartiéramos el apartamento. ¡Es terrible vivir
con alguien que piensa que te conoce! Es peor que si estuviera viviendo con mi
hermano —dijo Holly gruñendo.
Mary Ann movió la cabeza.
—No me vas a despistar, Holly. Suéltalo. Después de todo, me contaste todo lo
de Dick Orman.
—Eso era diferente. Estaba ciegamente enamorada de él. Y cuando te enamoras
de alguien, siempre se lo cuentas a tu mejor amiga. Esto no es lo mismo.
—Bueno, entonces cuéntame cómo es. ¿Quién es MacKenzie Donahue? No
recuerdo que me hayas mencionado a nadie con un nombre como MacKenzie,
excepto aquel tipo que te ayudó en Tijuana el mes pasado. ¿No se llamaba Mac, o
Mic, o algo parecido?
Holly asintió, sin levantar la mirada de la mesa.
—Es una coincidencia al encontrar a dos hombres con un nombre como ése en
tan poco tiempo —siguió Mary Ann—. Mac podría ser el diminutivo de Mac-Ken…
—Yo… yo… De hecho, podría aceptar que me llevaras. Iba a ir andando, pero
no encontraba los zapatos, se me ha quemado la tostada… deja que me ponga los
zapatos y estaré lista. ¿Quieres entrar?
Ella se apartó y él entró al apartamento. Inmediatamente, la habitación donde
estaban pareció encogerse. Holly sentía como si los dos estuvieran solos en un
estrecho compartimento. Tragó saliva con cierto esfuerzo y obligó a sus pies a
alejarse de él.
—Sólo tardaré unos minutos —murmuró casi sin aliento antes de desaparecer
en su cuarto.
Una vez sola en su habitación, hizo una mueca de desesperación mientras
trataba de arreglarse el pelo. No tardó. Tan pronto como entró al salón y vio a Mac,
Holly no pudo reprimir una sonrisa.
Mientras se dirigían hacia el coche, se percató de la suave presión de la mano de
él en su espalda, y tuvo que mirar hacia abajo para ver si sus pies seguían en el suelo.
Dudó un momento cuando vio la delgada figura apoyada contra el coche de
Mac, pero hizo que siguiera avanzando. Se detuvo a unos pasos del tipo, reflejando
la sorpresa en su rostro. Él sonrió, revelando una hilera de dientes perfectos.
—Hola, chica, ¿has tenido últimamente alguna buena pelea?
La sonrisa era irresistible, como también el guiño que la acompañó.
—Estoy seguro de que te acuerdas de Ken Richardson.
—¿Cómo podría olvidar a la única persona que me ha puesto un apodo de
perro? Tienes mejor aspecto que la última vez que te vi. Supongo que también eres
«poli».
Él le dirigió una mirada interrogativa a Mac. Pero la expresión se desvaneció
tan rápidamente, que Holly se preguntó si no se lo habría imaginado.
—Pues sí. Mac y yo somos compañeros desde hace mucho tiempo.
—Y supongo que los dientes que te faltaban eran también maquillaje, ¿cómo la
cicatriz de Mac?
—Bueno, no exactamente. Me temo que un caballero sin ningún sentido del
humor me los quitó hace unos años. Me resultó muy fácil quitarme los postizos. Creí
que me daría un aspecto irresistible.
—Es una cuestión de opiniones —le dijo ella llanamente. Él volvió a sonreír y
abrió la puerta para que ella entrara.
—¡Y yo que creía que tenía aspecto de aventurero…!
Holly entró en el coche, sentándose entre los dos. Ni siquiera la presencia de
Ken suavizaba el impacto que le producía Mac. Cuando se pusieron en marcha,
mantuvo la mirada al frente y se preguntó si él se daría cuenta del temblor que
sacudía su cuerpo cada vez que la rozaba con el brazo. Agradeció que Ken se pusiera
a hablar, dándole algo en qué pensar durante el corto trayecto hasta la escuela.
—Mac me ha dicho que eres profesora de párvulos. Tengo una sobrina de esa
edad y no sé cómo puedes soportar a toda una clase llena de ellos —dijo, poniendo
énfasis en esa última palabra.
—Hablas igual que mi compañera de piso. Mary Ann cree que algunos niños
tienen algo que ver con las serpientes de cascabel y que deberían de ser tratados con
la misma precaución. A mí me gustan, y disfruto dándoles clase. Pueden ser un poco
agotadores, pero tiene sus compensaciones.
Mac aparcó el coche al lado del Fiat de Holly y salió. Alargó la mano para
ayudarla a ella a salir, y ella dudó un momento antes de aceptar la ayuda. Sabía que
temblaría y que no podía hacer nada para evitar esa reacción cada vez que la tocara.
Él no soltó la mano, a pesar de que ya estaban de pie junto al coche y le preguntó en
voz baja.
—¿Tienes algún plan para esta noche?
Holly lo negó con la cabeza.
—Es viernes —dijo ella, dándose cuenta de que el comentario era
completamente irrelevante, pero estaba como hipnotizada por sus ojos.
—Cena conmigo. Mac dijo eso en un tono que era entre una pregunta y una
orden.
—Me gustaría —le dijo ella sinceramente.
Él le besó la mano. Holly se quedó sin aliento, como si le hubiera besado en la
boca.
—¿A las ocho?
Ella asintió. En el estado en que se encontraba, hubiera estado de acuerdo con
cualquier cosa.
—Vístete bien. Quiero llevarte a un sitio elegante.
Ella se apoyó en su coche mientras él se subía al suyo y arrancaba. Ken se
asomó por la ventanilla y la despidió con un gesto de la mano.
—Encantado de haberte vuelto a ver, Chica.
Holly continuó apoyada contra el coche cuando ellos desaparecieron al doblar
una esquina.
Ken se volvió rápidamente a Mac y le miró con ojos interrogantes.
—¿Un policía, eh?
Mac se encogió de hombros.
—Tenía que decirle algo. Se creía que era un chulo; y trató de explicarme muy
educadamente que no creía que pudiera llevarse bien con alguien que se dedicara a
eso.
—Así que la dijiste que eras policía —dijo Ken.
Mac le miró irritado.
—¿Y qué se supone que tenía que haberle dicho? ¿«No, no soy un chulo, estoy
aquí para espiar a tu hermano», o algo así?
Ken levantó los brazos, a modo de rendición.
—No te me tires al cuello. ¿Te he dicho yo algo?
—No tienes por qué. No la he engañado… del todo.
—Yo no digo nada.
—Bueno, vamos a dejarlo —refunfuñó Mac.
Capítulo Cuatro
Holly se sacudió un poco el vestido de seda y luego se dio un poco la vuelta
para comprobar que las costuras de las medias iban rectas. Sabía que iba muy bien
vestida.
Se dio media vuelta y se miró al espejo. Se había preparado con bastante
antelación. Mac aparecería de un momento a otro y le daba un poco de miedo el
darse cuenta de lo ansiosa que estaba. No quería que las cosas fueran demasiado
rápidas.
El timbre de la puerta interrumpió sus pensamientos. Dio un último retoque a
su peinado y se alejó del espejo.
Mac llevaba un pequeño ramo de flores. Se sorprendió al darse cuenta de que le
sudaban las manos. No había estado así de nervioso en una cita desde… desde la
pasada noche, cuando estuvo esperando a que Holly saliera del colegio. Sonrió
burlonamente. Había estado más veces en peligro de muerte de las que podía
recordar, y allí estaba, sudando como un colegial en su primera cita.
¿Qué tenía Holly Reynolds que le afectaba tanto? Cada vez que la veía, le
asaltaba la duda entre su deseo de contarle todo y protegerla y la necesidad de hacer
apasionadamente el amor con ella. Levantó la mirada cuando ella abrió la puerta. Por
un momento, ella se asustó. Ése no era el hombre agradable y amable con el que
había estado la noche anterior. Era su rostro, había algo amenazante. Pero la
expresión de él se desvaneció tan rápidamente, que ella creyó que se lo había
imaginado. Todas sus dudas desaparecieron cuando él sonrió.
—Hola, entra. Llegas puntual.
«Una forma brillante de empezar una conversación», pensó Holly.
Mac entró en el apartamento y le entregó el delicado ramo de rosas amarillas.
—¡Oh, qué bonitas! Gracias.
Entonces, poniéndose una mano en el corazón, Mac declamó.
—Palidecen ante tu belleza.
Holly se rió. Pero la sincera admiración que había en la mirada de Mac hizo que
se ruborizara.
—Voy a ponerlas en agua.
Él la siguió a la cocina.
—¿Quieres beber algo? —dijo ella rápidamente.
Sin esperar su contestación, dejó las flores en una mesa y abrió uno de los
armarios.
—Tenemos coñac y algo de whisky.
Mac miró dudosamente las etiquetas polvorientas. Por el aspecto de las botellas,
debían de haber estado en el armario durante años. De hecho, no le sorprendería que
las hubiera heredado de su abuelo.
—Mejor no, tenemos una reserva en el restaurante.
Holly cerró la puerta del armario, esperando que no se le notara mucho el
alivio. Nadie sabía lo viejas que eran esas botellas. Tenía un vago recuerdo de que
James les sugirió la última vez que estuvo que las donaran a un museo. Sacó un
taburete y lo puso bajo el armario donde tenía los jarrones. Fue a coger un jarrón de
cristal, pero una mano larga y varonil se le adelantó.
Mac era una cálida presencia contra su espalda, no la estaba tocando, pero
estaba muy cerca. Ella siguió el movimiento de su mano con la mirada cuando dejó el
jarrón sobre la mesa. El tiempo se detuvo, incluso a ella se le cortó la respiración.
Notó el aliento de él en su nuca unos momentos antes de sentir sus labios, y un
escalofrío le recorrió la espalda.
Él la tomó por la cintura, sujetándola y haciendo que diera la vuelta hasta que
quedó mirándole. Ella emitió una risilla.
—Tenía que haberte advertido de lo que me ocurre cuando me besan la nuca. Es
ridículo, pero… —se cortó cuando él empezó a mordisquearle la oreja.
—Ummm. Besarte tras la oreja parece que provoca el mismo efecto.
Holly le clavó las uñas en los hombros.
—Mac.
Holly pronunció su nombre con un tono de necesidad, pero también había algo
de protesta.
Él levantó la cabeza lentamente, renunciando al dulce territorio que él sabía que
podía ser suyo.
No sería legal que forzara tan pronto la situación. Lo que había entre ellos era
algo tan explosivo como la dinamita, y necesitaba ser manejado con respeto y
precaución. Podía tomarla en brazos y llevarla a la cama y ella no diría nada. Pero
algo precioso podía perderse para siempre: su confianza.
—Creo que esto no es tomárselo con tranquilidad, ¿no?
Holly trató de controlar el salvaje palpitar de su corazón. ¿Cómo podía él
parecer tan calmado cuando todo su cuerpo estaba vibrando?
—Supongo que tengo que confesar que tengo una tremenda debilidad por las
mujeres que están subidas a un taburete.
—¿Has probado a ir al psiquiatra? Tengo entendido que hoy en día hacen
maravillas —replicó Holly.
—Eres una chica dura. Será mejor que nos demos prisa si queremos llegar a
tiempo al restaurante.
El restaurante era muy acogedor. La comida era excelente, pero era algo que
estaba en segundo plano ante el placer de estar en compañía de Mac.
—Sí, supongo que sí. No nos llevábamos muy bien; pero creo que trató de hacer
lo mejor para mí.
Holly terminó el último bocado de salmón y le miró pensativa. Ella era el
producto de una familia amorosa, seguía apegada a sus padres y a su hermano, sin
mencionar al resto de tías, tíos y abuelos. No se imaginaba a alguien que no tuviera
familiares. —¿Qué hiciste después de que muriera? ¿Estabas entonces en la
universidad?
—Sí. Terminé mis estudios superiores y me alisté en la Infantería de Marina. Me
pareció la mejor forma de conocer mundo.
—¿Cuándo decidiste que querías ser policía?
—Eso ocurrió más tarde. ¿Qué quieres de postre? Este sitio es famoso por su
mousse de chocolate.
Holly sólo dudó un instante.
—Me arrepentiré de ello mañana, pero esta noche no me puedo resistir.
La mousse era justamente famosa y ella la saboreó hasta el último bocado. Mac
sonrió cuando vio el plato vacío.
—Supongo que no tengo que preguntarte si te ha gustado o no.
—Tanto como a ti —le dijo ella, señalando al plato igualmente vacío de Mac.
Se echó hacia atrás en la silla, sintiéndose llena.
Esa sensación de plenitud duró casi durante todo el trayecto de vuelta a casa.
Sólo cuando él detuvo el coche frente al edificio de apartamentos, la invadió la
tensión. Si él la besaba en ese momento, en la calidez e intimidad del coche, a ella le
costaría mucho conservar su tranquilidad.
Todavía no se había parado el coche cuando ella abrió la puerta; él arqueó las
cejas y no le preguntó a qué venían esas prisas.
Holly habló de cosas sin importancia mientras se dirigían a la puerta de su
apartamento. Se detuvo frente a la puerta y se dio la vuelta.
—Te invitaría a tomar algo, pero Mary Ann trabaja ahora en el turno de tarde y,
probablemente, acaba de meterse en la cama. Me lo he pensado muy bien. La cena ha
sido maravillosa y el restaurante era ma…
Él le puso un dedo en la boca y le dijo:
—Ya lo sé, el restaurante era también maravilloso.
—No quería repetirme. Es que…
—Me parece como si todo estuviera yendo demasiado rápidamente —le dijo
Mac, terminando la frase por ella.
—Sí.
La palabra fue apenas un murmullo. Ella apoyó la mejilla en su muñeca,
sintiendo la aspereza de su vello. Con los ojos medio cerrados, continuó:
—Ya lo sé, ya lo sé: ¡Es atractivo! Precisamente, ése es el punto. Estás tan
embelesada con lo atractivo que es, que eso puede que te oculte sus defectos.
Mary Ann estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama de Holly,
blandiendo en el aire medio plátano. —¿Como cuál?
Holly volvió la blusa y se puso a plancharla por el revés. Mary Ann era
demasiado protectora. Hablaba como si fuera diez años mayor que Holly, en vez de
sólo seis meses.
—Nada. ¿Y si se pone insoportable cuando bebe?
El plátano hizo un círculo en el aire.
—No bebe casi nunca.
—A lo mejor no le gustan los perros.
—A mí tampoco me gustan demasiado.
—Quizás tenga una mujer y seis hijos por ahí escondidos.
—No ha estado casado nunca.
—¿Cómo lo sabes? —insistió Mary Ann.
—Me lo dijo.
—¿Y su trabajo? Ser policía no es lo mismo que estar todo el día sentado en una
oficina. ¿Qué pasaría si le hiriesen o…?
Mary Ann se calló, mordiéndose los labios y continuó:
—Lo siento, Holly. Esto es un golpe bajo.
Holly movió la cabeza, esforzándose en sonreír.
—No es algo que pueda pasar por alto. No te voy a decir que no me preocupe;
pero no voy a insistir en todo lo que pueda pasar de malo. Cuento contigo para que,
de vez en cuando, me saques un poco de mis fantasías, pero todavía voy a seguir
viendo el lado brillante de la vida. No tienes nada en concreto que decir contra él y lo
sabemos las dos.
—Y tú no me puedes decir tampoco nada en concreto que apoye tu teoría de
que él es perfecto.
—Yo no creo que sea perfecto. No soy idiota, Mary Ann. Estoy tomando
precauciones. Pero por primera vez me he encontrado con alguien con el que me
puedo imaginar el pasar el resto de mi vida. No voy a cortar esta relación sólo
porque no venga con el sello de aprobación de la Asociación de Amas de Casa.
—Sigo pensando que te estás arriesgando a que te haga mucho daño; pero
siempre has sido muy testaruda. Acuérdate sólo de que ya te lo advertí si resulta que
es un asesino de los que mata a la gente con un hacha.
—Si resulta que es un asesino de los que mata a la gente con un hacha, sospecho
que dirás esto en mi funeral, lo que será doblemente satisfactorio para ti.
—¡Eres imposible!
Mary Ann esta vez gesticuló demasiado con el plátano, que salió volando. Las
dos mujeres observaron cómo volaba por los aires y aterrizaba con un «ploch»…
justo sobre la recién planchada blusa de Holly.
Holly se quedó mirando la catástrofe durante un momento, antes de volver a
mirar a Mary Ann. La otra pasó la mirada de la blusa a la piel del plátano que tenía
en la mano y luego a su amiga. Encogiéndose de hombros, dijo:
—Ya no hacen plátanos como antes.
A Mary Ann le hubiera gustado saber que sus palabras no habían caído del
todo en saco roto. Aunque Holly apartó fácilmente cualquier pensamiento de que
Mac tuviera mujer e hijos, no le resultó igual de fácil el evitar pensar en su trabajo.
Eso lo tenía siempre muy presente.
¿Podría soportar el amar a un policía? Quizás ya era demasiado tarde para estar
preguntándose eso. ¿No estaba ya enamorada de él?
Se paró, con el pincel del rímel a medio camino del ojo. ¿Estaba enamorada de
Mac? Se quedó mirando fijamente a su reflejo antes de mover la cabeza. No. Era
demasiado pronto. Todavía no podía estar enamorada de él.
A lo mejor ya era hora de que Mary Ann conociese a Mac. Así podría ver por
ella misma lo simpático que era y dejaría de predecirle desastres. Terminó de darse
rímel y sonrió a su reflejo en el espejo. Sí, definitivamente, eso era lo que tenía que
hacer. Invitaría a Mac a cenar y así Mary Ann podría conocerle un poco.
—Date prisa, Mary Ann, se supone que van a llegar dentro de diez minutos y ni
siquiera estás vestida.
Mary Ann miró agriamente a su amiga y le dijo:
—Es una idea estúpida. Es una idea estúpida y, es tu idea estúpida. Te voy a
seguir la corriente, pero no esperes que sonría mientras lo hago.
—No es una idea estúpida. A esto se le llama matar dos pájaros de un tiro —le
dijo Holly mientras le pasaba un vestido negro que resaltaba la satinada piel de su
amiga y el color de su pelo.
—Sin mencionar el arruinar una buena amistad.
Holly siguió hablando como si la otra no hubiera dicho nada.
—Ken quería invitarnos a cenar y yo quería que conocieras a Mac. De esta
manera, les conocerás a los dos…
—¡Oh, chica, apenas puedo contener la excitación!
—Deja de refunfuñar. No has quedado con nadie desde que Jason se marchó, y
ya es hora de que dejes de estar en las nubes pensando en él.
—No he estado pensando en ese bastardo. Ya sabes que he estado ocupada en
el hospital —le dijo Mary Ann, mirando a Holly ferozmente.
Holly le subió la cremallera del vestido. —¿Cuál es el problema? Es simpático,
es un tipo divertido y es atractivo, ¿qué más puedes pedir?
—Todo ello es ridículo. Todo el mundo sabe que la gente siempre se odia
cuando han sido sus amigos los que les han forzado a citarse a ciegas… Incluso esa
palabra es horrible. Va a ser un desastre.
—¿Y ahora quién es la estúpida? Desde luego, no va a ser un desastre. Vamos a
divertirnos un montón y te arrepentirás de haber pensado así de todo esto.
A lo mejor era inevitable que todo fuera a salir mal. Si la actitud pesimista de
Mary Ann no era la causa, entonces lo sería el tiempo. Durante la tarde se habían
estado formando nubes y, llegada la noche, se había puesto a llover. No era una
suave llovizna, sino un fuerte aguacero, que tenía todo el aspecto de durar mucho.
No encontraron el paraguas de Holly y el de Mary Ann tenía un agujero que
dejaba pasar casi todo el agua. Mac y Ken llegaron tarde y, cuando aparecieron, Mac
les dijo que su coche se había negado a arrancar, así que habían cogido el de Ken. Eso
no habría sido problema, excepto por el detalle de que el asiento trasero era muy
pequeño.
Durante el corto trayecto hasta el restaurante hablaron del tiempo; pero el
ambiente que había entre Ken y Mary Ann no podía haber sido más frío si él hubiera
sido un lobo que acabara de comerse a su abuelita.
Mientras Mac la ayudaba a salir del coche, Holly pensó que la noche ya había
alcanzado su cenit y que lo que iba a pasar desde entonces era que la situación iba a
empeorar. Después de todo lo que había hablado Holly de lo maravillosa que era
Mary Ann, de su gran sentido del humor, Mac debía de estar preguntándose si no
sería un androide que había suplantado a la verdadera Mary Ann.
Mary Ann y Ken iban por delante de ellos, el gélido silencio que había entre
ellos no ayudaba nada a mejorar el estado de ánimo de Holly. Le echó una ojeada a
Mac, casi con miedo de ver su expresión. Él la sorprendió sonriendo burlonamente.
—Tenía que haberte prevenido de que a Ken no le gustan nada las citas a
ciegas. Conoció a su ex-mujer en una de ellas y es algo que no ha llegado a superar.
—No es que Mary Ann se esté portando exactamente como un modelo de
dulzura y brillantez tampoco —admitió Holly.
Mac miró a la pareja que iba delante de ellos y luego pasó la vista por el
aparcamiento. Sus dedos se aferraron a los de Holly y luego la miró con aire de
conspirador.
—Si nos damos prisa, podríamos perdernos aquí. No nos encontrarían nunca.
Podemos robar un coche y escapar.
—Demasiado tarde. Ya nos han visto. Además, si les dejamos solos en el
ascensor, sería cómo meter un perro y un gato. Nunca más podríamos volver aquí.
Mary Ann y Ken se dieron media vuelta cuando se rieron, dejando claro con sus
expresiones que no encontraban nada divertida la situación. Suspirando, Holly soltó
la mano de la de Mac y agarró a Ken por el brazo, tirando de él hacia el ascensor.
—Cuéntame cómo es Mac realmente. Lo único que conozco de él es su lado
bueno —le dijo ella.
El corto pitido del claxon de un coche les hizo apartarse. La mirada de Mac se
encontró con la de ella mientras volvía a depositarla sobre sus pies lentamente.
—He perdido los zapatos —le dijo ella sin aliento.
Mac miró hacia abajo y vio un objeto oscuro que yacía abandonado en la acera.
—Aquí hay uno. ¿Dónde está el otro?
—Creo que se ha caído a la alcantarilla. Estás completamente mojado.
—¿De quién fue la idea de ponerse a bailar bajo la lluvia? —dijo él
suavemente—. Creo que es un poco tarde para estar aquí. Vamos, voy a ver si puedo
encontrar un teléfono para llamar a un taxi.
Ella se dejó guiar por la calle.
—Creía que íbamos a tomarnos unas copas.
—No creo que nos vayan a dejar entrar en ningún sitio. No llevas zapatos y los
dos tenemos el aspecto de ratas empapadas. Desde luego, siempre podemos ir a mi
casa a tomarnos algo.
Ella dudó, atrapada entre el deseo y el sentido común. El sentido común ganó,
pero no sin una dura batalla.
—Mañana tengo que ir a trabajar.
—Es una pena. Realmente me hubiera gustado enseñarte mi colección de
chapas de botellas antiguas.
—Me encantaría verla, en otro momento —murmuró ella suavemente.
La conversación estaba cargada de dobles sentidos, tenía otros significados más
profundos, y las palabras de ella fueron como una promesa.
Mac aumentó la presión de su brazo sobre sus hombros.
—Las sacaré brillo para ti.
Capítulo Cinco
La doble cita que había empezado de forma tan desastrosa trajo algo más que
un romántico paseo bajo la lluvia. Mary Ann dejó de decir que Mac era lo peor que
había pasado por este mundo después de Atila el Uno. A Holly le habría gustado eso
mucho más que si supiera que era porque Mary Ann había descubierto lo simpático
que era Mac. Desafortunadamente, Mary Ann simplemente había encontrado un
nuevo blanco. Mac estaba olvidado en el polvorín de municiones que ahora dirigía
contra Ken.
Era un bruto, egoísta, un machista pedante y, «cerdo» era una palabra
demasiado agradable para añadirla al final de esa lista. Todos los intentos de Holly
para descubrir qué era lo qué había hecho Ken para merecer semejante condena se
encontraron con la afirmación de Mary Ann de que él no había hecho nada; sólo era
algo evidente.
Holly se rindió. Por lo menos no se veía en la obligación de defender a Mac; y
no se iba a poner a defender también a su amigo.
Además, había tantas otras cosas en las que pensar. Quedaba menos de un mes
para que se acabara el curso y tenía que decidir lo que iba a hacer en las vacaciones
de verano. En el pasado, había dado clases en una escuela de verano. Hacía unos
meses había decidido ir a Europa en vacaciones. Su hermano le había dicho que
podía usar su apartamento como base y hacer viajes desde allí.
Ahora no era cuestión de irse a Europa, no mientras Mac se quedara en Los
Ángeles. Ya le había escrito a James para decirle que había cambiado de planes y que
se iba a quedar en el país. Frunció el ceño ligeramente. No sabía nada de James desde
hacía un mes. Normalmente escribía o llamaba cada dos o tres semanas. Aunque, si
algo fuera mal, su padre lo habría sabido, y no le había dicho nada cuando habló con
él la semana anterior.
Holly se perfumó y se miró satisfecha en el espejo. No era Raquel Welch, pero
no creía que Mac pudiera tener ninguna queja. El vestido amarillo estaba inspirado
en los años cincuenta, sin tirantes, con botones en la parte delantera y una falda
vaquera que le llegaba hasta las rodillas. Era sutilmente sexy, como un saludo al
sentimiento de primavera que llenaba la atmósfera.
Esa noche iba a ser especial. Podía sentirlo en lo más profundo de su ser. Mac la
había invitado a cenar en su casa y el maravilloso temblor de excitación que le
recorría la espalda no tenía nada que ver con lo que él fuera a hacer de comida.
Ambos sabían que sólo era cuestión de tiempo antes de que su relación pasara a
un nivel más íntimo. Pero no todavía, no esa noche. Ella no quería dar todavía ese
paso. Quería saborear más la situación.
Mac se metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros, y luego las volvió a
sacar. Estaba nervioso. Ridículo. Era como si no hubiera llevado antes a una mujer a
su casa. Lo tenía todo organizado; nada iba a salir mal, pensó mientras esperaba en el
apartamento de Holly a que ella terminara de prepararse.
El interior de la casa era revelador. Un gris pálido mezclado con tonos bermejos
creaba una atmósfera que irradiaba tranquilidad. El mobiliario había sido escogido
teniendo en cuenta sobre todo la comodidad. Unos enormes sillones mullidos y un
sofá; una alfombra de lana que parecía lo suficientemente gruesa como para poder
dormir sobre ella y una chimenea de ladrillos.
Se volvió de repente, sorprendiendo en la mirada de Mac una desacostumbrada
ansiedad.
«Realmente le afecta lo que yo piense», pensó ella sorprendida. Esa inesperada
vulnerabilidad añadió calidez a su sonrisa.
—Es bonito. No es exactamente lo que esperaba de un soltero ligón. ¿Dónde
están las luces que se atenúan automáticamente, la piel de oso y la suave música que
sale de los altavoces invisibles?
Él se alejó un poco y, dándole a un interruptor, las luces se atenuaron hasta un
nivel seductor. Holly se rió entre dientes suavemente.
—¿Y qué pasa con la piel de oso y la música?
Él volvió a poner las luces como estaban y se encogió de hombros como
pidiendo perdón.
—Perdona, no les quedaban pieles de oso ni música lenta cuando fui al «Mundo
del Soltero».
—¿«Mundo del Soltero»?
—Claro, ahí es donde todos nosotros, los solteros ligones, compramos las cosas.
Hay de todo, desde los últimos afrodisíacos, garantizados para transformar a la chica
habitual en una ninfómana furiosa, hasta muñecas hinchables para esas noches en las
que no tienes ganas de hablar, pero no quieres estar solo.
—¿Muñecas hinchables? —respondió ella, riéndose entre dientes.
—Ciertamente. Algo que todos los hombres deberían tener guardado en un
armario. Está garantizada para oír historias que, incluso tu mejor amigo no quiere
escuchar otra vez. Nunca se le derrama el vino, no se queja de la comida y no se da
cuenta si se te cae la salsa de los espaguetis en la corbata.
—Parece realmente algo magnífico. ¿No tiene ningún defecto? Quiero decir,
tengo que conocer a la competencia.
Él frunció el ceño.
—Bueno, no le gustan las chimeneas; si se sienta demasiado cerca, se le derrite
el maquillaje. Y si le tiras un cuchillo tiende a darse contra el techo.
—¿Antes de deshincharse?
Él movió la cabeza tristemente.
—Me he perdido muchas buenas citas de esa forma.
La posible y débil tensión que había entre ellos se desvaneció con las bromas de
la conversación, y Holly se preguntó por qué habría estado preocupada. Mac no se
iba a volver un maníaco solamente por estar a solas con ella. Iba a ser una noche
maravillosa, con una agradable cena y, como colofón, una tranquila copa de vino. A
lo mejor le diría que encendiera la chimenea. Una velada perfecta…
No todo salió tan bien como pensaba. El filete que Mac puso a macerar la noche
anterior, habría estado muy rico si se hubiera acordado de poner la salsa encima del
filete. En cambio, el filete estaba completamente solitario en el frigorífico, y la salsa
estaba abandonada sobre la mesa.
—No te preocupes. Vamos a calentar la salsa y la serviremos aparte. A mí
también me pasan estas cosas a menudo —le dijo Holly para animarlo.
—El problema es que esta carne no está muy tierna si no la pones a macerar.
—¿Y quién quiere carne tierna? Siempre he pensado que uno de los problemas
de la juventud de hoy día es que ni siquiera tienen que preocuparse de masticar la
carne. Piensa en lo mejor que estábamos antes de que existieran los alimentos
blandos.
Mac sonrió de mala gana.
—No se me había ocurrido verlo de esta forma.
Holly apoyó los codos en la barra que separaba la cocina del comedor,
sosteniendo un vaso de vino con la mano. Ella nunca habría pensado que Mac se
fuera a derrumbar ante un pequeño problema culinario.
Mac puso el agua a hervir para el arroz y preparó verdura para hervirla
también. Cuando terminó de prepararla, ya era el momento de echar el arroz al agua.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—No. Creo que tengo todo bajo control. Probablemente hubiera necesitado un
pinche para servir la comida.
Holly se apoyó en la mesa y levantó el vaso de vino.
—¿Por qué? Todo te está saliendo bien, la salsa tiene buena pinta.
—Creo que quería enseñarte lo buen cocinero que puedo ser.
—Estoy verdaderamente impresionada —dijo ella conteniendo la risa—. ¡Claro
que lo estaría más si me hubieras servido aguacate con uvas y salsa rosa, aderezado
todo con queso de cabra!
—Lo siento. Eso sólo lo hago los jueves.
Él se inclinó sobre la barra que les separaba y la besó, saboreando el calor de su
respuesta, sintiendo cómo se fundía toda posible barrera que hubiera entre ellos. Él
se echó hacia atrás y sus miradas se encontraron.
El chispeante humor que había en los ojos de ella desapareció. Alargó una
mano para acariciar una de sus mejillas, rozando su bigote.
—Tienes los ojos más bonitos del mundo. Si no te volviera a ver, no podría
olvidarme nunca de ellos —murmuró ella casi para sí misma.
Él volvió la cabeza y la besó en la palma de la mano.
—Y yo nunca podría olvidar los tuyos. Son tan vivaces… Siempre están
esperando el momento siguiente, como si algo excitante fuera a suceder.
—Algo excitante va a suceder.
Él se acercó a ella y su voz se apagó.
—¿Como qué? —preguntó él secamente.
—Como…
Un desagradable silbido la interrumpió, acompañado por un fuerte ruido
metálico. Mac se dio la vuelta y llegó a la cocina de una zancada, quitando del fuego
la olla del arroz. La espuma se estaba derramando por los lados del recipiente.
—…Como que se te pase el arroz —terminó la frase Holly, pero no con las
mismas intenciones con las que había empezado.
—Se me olvidó bajar el fuego.
—Está bien. Sólo tienes que ponerlo a fuego lento y te saldrá bien.
Agitado, Mac obedeció sus instrucciones, bajando la llama tanto que corrió
peligro de apagarse. Cogió su vaso de vino y dio un reconfortante trago.
—Bueno, por lo menos ya no puede pasar nada más —dijo suavemente.
Mac cedió ante la insistencia de Holly y la dejó poner la mesa.
—¿Se está quemando algo? —preguntó Holly mientras cogía los platos. Mac
echó una ojeada a la cocina, pero todo parecía ir bien.
—No, todo va bien.
Ella se encogió de hombros y se llevó los platos al comedor. Cuando regresó a
la cocina, arrugó levemente la nariz.
—Mac, ¿estás seguro de que no se está quemando nada?
Él levantó la tapa de la olla del arroz y le dijo:
—El arroz está bien. La salsa también. El filete, lo mismo, sólo queda…
—La verdura —terminó ella por él.
—Pero eso es imposible. El fuego está muy bajo. Es imposible que se haya
quemado… a menos que se me haya olvidado echarle agua.
Se le apagó la voz y la miró implorante, lo que hizo que ella quisiera decirle que
ése no era el caso.
Él levantó la tapa de la olla y se quedó mirando el fondo chamuscado.
—¡Maldita sea! —dijo él, apartando la olla del fuego y metiéndola en la pila de
agua.
El grito de advertencia de Holly llegó demasiado tarde. Un chorro de vapor
salió de allí en cuanto el caliente metal entró en contacto con el agua. Hubo un fuerte
ruido metálico, como si algo se resquebrajara, haciendo saber que había terminado su
vida útil.
—¡El filete!
Esas palabras le hicieron volverse, pero no se dio mucha prisa. Ahora ya estaba
resignado con su mala suerte. Incluso antes de ver el humo, ya supo lo que estaba
pasando. Sacó una bolsa de sal del armario y la echó encima para apagar las llamas
que habían consumido alegremente la carne.
Holly no dijo nada mientras él apartaba la sartén y levantaba la tapa de la olla
del arroz.
—El arroz se me ha pegado —anunció sin ningún tipo de inflexión en la voz.
Mac miró la salsa como si esperara cualquier cosa.
—La salsa está bien y calentita —continuó él.
Ella siguió sin decir nada.
—De cualquier manera, no tenía mucha hambre —dijo Holly al cabo de un
rato—. ¿Por qué no nos tomamos un vino y un poco de queso y galletas, o algo así?
Él removió un poco la salsa.
—A lo mejor puedo hacer una ensalada.
—Conozco un sitio en el que hacen unas pizzas estupendas y las sirven a
domicilio.
Él tiró la cuchara sobre la grasienta cocina y arqueó una ceja, mirándola.
—Tengo la sensación de que piensas que no me las apaño muy bien en la
cocina.
—Oh, no. Estoy segura de que eres un cocinero sensacional. Lo que ocurre es
que hoy no es tu noche para cocinar.
—A lo mejor tienes razón. Ha sido una buena idea que comprase un helado de
postre. De otra manera, probablemente también me las hubiera arreglado para
estropearlo.
—Quizás podamos echarle la salsa al helado —sugirió ella.
Mac abrió el frigorífico para comprobar el único elemento del menú con el que
podía contar. —Bueno, por lo menos el helado está bien —murmuró él.
—Ves, la cena no ha sido un desastre total.
Mac sacó la cabeza del congelador y la miró rabioso.
—¿Te estás riendo de mí?
Ella sacudió la cabeza, mordiéndose el labio y le dijo:
—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacerlo?
Mac cerró el frigorífico de un portazo y dio un amenazante paso hacia ella que
la hizo retroceder.
—Te estabas riendo de mí. ¿Sabes lo que les hago a las chicas que se ríen de mí?
—No me estoy riendo de ti, Mac. Me estoy riendo contigo —le dijo ella sin
inmutarse.
—¿Es que me has visto reírme a mí?
—Lo siento. Pusiste una cara tan graciosa.
Holly retrocedió otro paso cuando él volvió a avanzar.
—Una chica educada habría hecho como si no se diera cuenta de que algo iba
mal. Se hubiera comido todo esto sin decir palabra.
—¿No crees que, a lo mejor, el filete estará demasiado salado? Por supuesto, si
echáramos encima el helado le quitaría un poco el gusto.
Holly retrocedió hasta salir del comedor, tratando de mantener un ojo sobre
Mac y el otro sobre el suelo tras ella para ver donde pisaba.
—Eres una ingrata. Trabajo como un esclavo para darte de cenar, y tú te quejas
de que está un poco salado.
—Lo siento. Tienes mucha razón. A lo mejor se lo puedes dar de comer a tu
muñeca hinchable. Estoy segura de que lo apreciará mucho más que yo —le contestó
ella rodeando el sofá. Mac, con sus largas piernas, hubiera podido alcanzarla
enseguida, pero estaba dejándola escaparse, disfrutando tanto como ella del juego.
—Creo que te mereces una buena paliza —le dijo él, rodeando el sofá.
—Oh, por favor, no me pegues. Te prometo que voy a ser buena. No me voy a
volver a reír de tu forma de cocinar.
Holly se estaba riendo tanto, que apenas pudo pronunciar esas palabras. Volvió
la cabeza para ver dónde estaba él y, por el rabillo del ojo vio como él se abalanzaba
sobre ella. Dando un quiebro, se escabulló.
—Será peor para ti si no te rindes —le previno él.
—No me cogerás viva, poli —le contestó ella, dando otra vuelta al sofá. En ese
momento, estaban cada uno a un lado.
—Siempre consigo a mi mujer.
Eso lo había dicho él de broma, pero oírle llamarla «mi mujer», incluso de
broma, hizo que un instintivo escalofrío le recorriera la espalda. Algo que estaba
enterrado muy profundamente respondió a la posesión que había aparecido en su
voz.
Los ojos de Mac brillaron de repente, y ésa fue toda la advertencia que ella
pudo tener cuando él puso la mano en el respaldo del sofá y saltó sobre él antes de
que ella tuviera siquiera tiempo de parpadear. Se dio media vuelta para escapar,
pero la agarró fuertemente.
—¡Esto no vale!
—En el amor y en la guerra vale todo, y para castigar a las desagradecidas.
—No soy una desagradecida.
—Pues me lo has parecido bastante —le dijo él, estrechándola un poco más
contra él.
—Sinceramente, creía que estabas tratando de hacerme reír. No creía que nadie
pudiera causar tantos desastres accidentalmente.
—Pues es así. Voy a tener que recurrir a medidas drásticas —le dijo Mac,
levantándola y echándosela al hombro.
Salió de la casa, y cruzó el jardín trasero, ignorando sus ruegos y disculpas.
Se detuvo junto a la piscina y la colocó en sus brazos. Holly miró al agua y le
echó los brazos al cuello, agarrándose a él desesperadamente.
—Perdona, Mac. No era mi intención reírme. No lo volveré a hacer. De verdad.
El hizo el ademán de tirarla al agua y ella se puso a gritar, agarrándose más aún
a él; una reacción que a Mac no le desagradó del todo.
—Tus disculpas habrían sido mucho más efectivas si no te hubieras reído tanto
mientras lo hacías.
Holly trató de contener la risa, pero no pudo.
—Es por el hambre. Siempre me río cuando estoy hambrienta —dijo ella
desesperadamente.
Mac ladeó la cabeza y la miró. Ella trató de poner una expresión lo más inocente
que pudo, mordiéndose el labio para contener la risa.
—¿Hambrienta, uh? De acuerdo, me lo creo. Voy a encargar una pizza. Pero no
creas que vas a librarte así por las buenas; más tarde o más temprano, me las
pagarás.
Pareció considerar la idea y se encaminó otra vez a la casa.
Capítulo Seis
Hora y media más tarde, Mac levantó la vacía caja de pizza que había entre
ellos en el suelo y la puso sobre la mesa. Holly apoyó la espalda en el sofá y,
levantando su vaso de vino, lo hizo chocar con el de Mac. Frente a ellos, el fuego
chisporroteaba.
—Ya te dije que Dominic's tiene las mejores pizzas de la ciudad.
Él asintió, y estiró las piernas mientras cogía un cojín del sofá y se acomodaba
mejor.
—Desde luego, estaba buena.
Un confortable silencio se hizo entre ellos. Holly no se podía acordar de la
última vez que había estado tan plenamente satisfecha de la vida. Hubiera querido
congelar ese momento en una cápsula del tiempo para poder sacarlo de vez en
cuando y observarlo.
Echó una mirada por toda la apacible habitación antes de posar sus ojos en su
anfitrión. Él parecía tan relajado como ella.
—Verdaderamente, me gusta tu casa.
—Gracias —le contestó él, inspeccionando a su vez la habitación—. Ken dice
que a él le da sueño nada más entrar aquí. Él tiene una casa muy moderna. A mí me
gustan las cosas más convencionales.
—Te pega.
—¿Así que piensas que soy muy convencional?
—No, pero sí eres estable, honrado e íntegro.
Mac pareció dar un respingo. Levantó el vaso y se bebió el contenido de un
trago.
—Honrado, íntegro. No creo que eso se le pueda aplicar a alguien que miente
para vivir.
—A veces hay que mentir para hacer algo bueno. No creo que eso tenga
ninguna relación con la clase de persona que eres. Es tu trabajo.
La mirada de Mac se clavó en ella, había una extraña expresión en su rostro.
—No creo que pudieras hacer algo que creyeras que estuviera mal de verdad.
Creo que siempre harás lo que creas que está bien, Mac —añadió Holly.
Él torció la boca y murmuró casi inaudiblemente:
—Confías en mí. Me gustaría tener tu confianza.
Holly se le quedó mirando. Era obvio que algo le preocupaba. ¿Debería
preguntárselo, o simplemente esperar a que él se decidiera a hablar? A lo mejor se
trataba de algo de lo que no podía hablar.
Mac la agarró por el hombro y la atrajo hacia sí.
rincón de su mente, le gritaba que aún no era demasiado tarde. Siempre podía
detenerse sin hacer ningún daño, podía, seguir retardando las cosas antes de que
llegaran más lejos, pero todo aquello era apagado por el intenso deseo que sentía.
Holly yacía bajo él. Tenía la mirada lánguida. Como si lo estuviera viendo de
lejos, vio cómo su mano avanzaba, tocándole la barbilla y luego bajando por la
garganta. Sus dedos apenas le rozaron los pechos. Holly emitió un gemido cuando él
acarició los erectos pezones.
—Holly. ¿Cómo esperas que me pueda contener cuando llevas puesta una cosa
como ésa? —le dijo él, señalándole el liguero.
Por un momento, la niebla que le cubría el cerebro se levantó, y ella vio que era
el momento de elegir; si quería que él lo dejara, era el momento de decírselo. Buscó
su rostro con la mirada y se encontró con su deseo y el férreo control que lo estaba
manteniendo a raya. Pero también vio su necesidad, necesidad que no era sólo física.
Mac se apartó mientras ella se sentaba lentamente, y contuvo la respiración
cuando le rozó el brazo con los pechos. Apenas se atrevió a respirar mientras ella se
quitaba las medias.
—Es más fácil si alguien te ayuda —le dijo ella. Sus palabras sonaron a una
tentadora invitación. Él levantó la mirada hacia su rostro, leyendo todo el deseo con
el que apenas se había atrevido a soñar. No era una mujer que estuviera
acostumbrada a ofrecer fácilmente semejantes invitaciones.
Los dedos le temblaron levemente cuando fue a soltar el delicado tejido.
Ella empezó a desabrocharle la camisa. Él se sentó pacientemente hasta que ella
pudo quitársela. Le recorrió el pecho con las manos y sus dedos se enroscaron en la
espesa mata de vello que cubría sus fuertes músculos.
La paciencia de Mac se desvaneció ante ese delicado contacto. Con un sonido
gutural, la puso otra vez de espaldas sobre la alfombra, con su fuerte pecho
aplastándole los senos procurando no hacerle daño y besándola ávidamente.
Los dedos de Mac se movieron rápidamente, se libró de sus vaqueros y le quitó
los últimos restos de ropa a ella.
Holly suspiró cuando él acercó su cuerpo desnudo al de ella. Su dura erección
era como una promesa. La boca de Mac abandonó la suya, para deslizarse a lo largo
de su garganta hasta encontrarse con sus turgentes senos. Las uñas de Holly se le
clavaron en los hombros cuando él acarició con los labios uno de sus erectos pezones.
Una de las manos de Mac se deslizó por su vientre, encontrando el sedoso vello
que cubría su femineidad. Su cuerpo se tensó como respuesta a la esperada calidez
que encontró allí.
Pero si Mac luchaba desesperadamente por retener su pasión, Holly estaba muy
lejos en ese momento de entender lo que significaba la palabra «control». El cuerpo le
ardía. Sentía como si yaciera sobre un lecho de brasas, solo necesitaba un toque para
estallar en llamas.
La mente de Mac estaba abotargada por los gemidos y suspiros de ella. Pero
había algo que tenía que hacer, algo que tenía que preguntarle.
—Holly, ¿utilizas algún método anticonceptivo?
Él pronunció esas palabras contra sus pechos, y a Holly le llegaron como algo
ininteligible.
Palabras. Ella no quería palabras. ¿A qué esperaba? Ella le necesitaba, le
deseaba, estaba ardiendo. Su cuerpo entero estaba en llamas.
—Mac, por favor.
Los dedos de él se introdujeron aún más en su sexo y ella gimió.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Por favor, Mac, ahora!
—Oh, Dios mío, ¡te deseo!
El tiempo se detuvo para ellos durante un momento, mientras yacían en el más
íntimo de los abrazos, saboreando su proximidad.
Mac deslizó una de sus manos bajo ella, y empezó a moverse.
Holly le clavó las uñas en la espalda, arqueando su cuerpo para recibir el de él.
Tenía todo su ser concentrado en las sensaciones que bullían en su interior.
Mac soltó un gemido desde lo más profundo de su garganta. Los ojos de Holly
se abrieron completamente, y se le quedó mirando fijamente durante un largo
instante, con todo el cuerpo completamente tenso al encontrarse con la salvaje
oscuridad de su mirada. Cerró los ojos y le clavó los dedos en sus musculosas nalgas
cuando sintió que el clímax llegaba.
El cuerpo de él se apretó fuertemente contra ella. Un largo estremecimiento le
recorrió cuando la acompaño en el éxtasis. Su nombre fue como un sordo murmullo
pronunciado contra su cuello.
El fuego ardía suavemente, alimentándose con el último tronco. Las dos figuras
que yacían entrelazadas frente a las débiles llamas estaban inmóviles. Los brazos de
Mac apretaban a Holly contra su costado, su rostro estaba enterrado bajo el pelo de
ella, con los ojos cerrados de gusto.
Él le mordisqueó suavemente la oreja. Ella ronroneó y movió un poco la cabeza.
Entonces, Mac deslizó una mano para abarcarle un pecho; el pulgar le frotó
suavemente el pezón y él notó su respuesta.
—¿Qué haces? —le preguntó ella.
—A esto se le llama «juegos preliminares».
—¿Juegos preliminares? Creía que eso se hacía antes.
Mac se levantó sobre un codo, hasta que pudo mirarla a la cara.
—Normalmente, sí. Pero no nos dio tiempo antes, y no quiero saltarme ningún
paso, así que pensé que podría hacerlo ahora.
Ella le recorrió con los dedos el vello del pecho.
Apretó aún más los dedos hasta que los nudillos se le pusieron blancos. No
podía decírselo. Simplemente, no podía.
Oyó cerrarse la puerta de la calle y ese sonido puso fin a sus pensamientos. Se
lo fuera a decir o no, no podía seguir en su cama.
Mac frunció el ceño cuando vio la cama vacía. Cuando él se marchó, Holly
parecía una bella durmiente. Tenía esperanzas de habérsela encontrado dormida,
esperando ser despertada con un beso. A lo mejor, Ken estaba en lo cierto, era un
estúpido sentimental.
Levantó la cabeza cuando oyó el ruido de la ducha en el cuarto de baño junto a
la habitación. Cruzó la habitación, pero de repente, dudó. La imagen mental de Holly
en la ducha, su cuerpo chorreante y húmedo le tentaba. Casi podía sentir su
humedad bajo sus manos. Se dio media vuelta y se dirigió al vestidor para cambiarse
de ropa. Tenía que mantener la idea de que su relación seguía siendo muy reciente.
No quería precipitar las cosas. Ella había dado un gran paso durmiendo con él esa
noche; y ahora debía dejarla tener su intimidad. Habría otras mañanas y más duchas.
Cuando volvió a entrar en el dormitorio, estaba recién duchado y llevaba unos
vaqueros y una camiseta oscura. Holly estaba saliendo del baño. Se sobresaltó al
verle y se agarró fuertemente a la toalla que le cubría el cuerpo.
—Hola —le dijo él con voz suave.
—Hola —le contestó ella, mirando inquieta alrededor de la habitación.
Mac avanzó, y ella tuvo que controlar un impulso de retroceder. Él le puso las
manos en los hombros, dándose cuenta de la tensión de sus músculos. ¿Qué
demonios le pasaba?
Ella se apartó en el mismo momento en que el beso terminó y Mac notó cómo
un escalofrío le recorría la espalda. Definitivamente, algo iba mal. Ella parecía un reo
que fuera a pedir su última voluntad. Sus ojos esquivaban los de él, como si tuviera
miedo de que la pudieran delatar.
—¿Holly? ¿Va algo mal?
Sus miradas se encontraron. Él le dedicó lo que pensaba que podría ser una
sonrisa reconfortante, tratando de contener el pánico que invadía su pecho. Ella hizo
un esfuerzo por tragarse la histeria que estaba a punto de hacerla derrumbarse. Se
estaba comportando como una estúpida. Se esforzó por dirigirle una sonrisa natural
y le dijo:
—Siempre estoy un poco atontada antes de desayunar. No te preocupes.
—En ese caso, quizás sea mejor que vaya a preparar el desayuno.
Pareció como si hubieran pasado años antes de que él la dejara en su
apartamento y ella pudiera derrumbarse tranquilamente. Había intentado con toda
su alma actuar con naturalidad, pero sabía que no lo había logrado. Se las ingenió
para inventarse una excusa cuando él sugirió que se vieran más tarde.
Ella sabía que él estaba preocupado por su comportamiento, pero no pudo
encontrar las palabras necesarias para reconfortarle, así que se decidió por darle un
beso cariñoso y prometerle que cenaría con él el martes por la noche. Para entonces,
pensó que sería capaz de mirarle a los ojos sin sentirse como una criminal.
Cuando Mary Ann llegó a casa, dos horas más tarde, después de su clase de
gimnasia, Holly estaba sentada en el suelo, cerca de la mesita de café, haciendo un
solitario. Mary Ann echó una bolsa sobre el sofá y se sentó cerca de ella.
—No has puesto el cuatro negro sobre el cinco rojo.
—Gracias. ¿Cómo te ha ido el trabajo?
—Sólo bien. ¿Cómo te fue a ti tu cita?
Holly inclinó la cabeza sobre las cartas.
—Sólo bien. Nos tomamos una pizza.
—No viniste a casa anoche.
No era una pregunta, era una afirmación que la invitaba a hablar si era eso lo
que necesitaba. Era como ofrecerle un hombro sobre el que llorar y, justo ahora, era
eso lo que ella más necesitaba. Lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas.
—He hecho una locura —dijo, tirando las cartas sobre la mesa y enterrando el
rostro en sus manos.
Mary Ann se arrodilló a su lado, y le puso la mano sobre el brazo. Nunca había
visto a Holly tan aturdida. Era una de las personas más equilibradas emocionalmente
que conocía.
—¿Qué ocurrió?
—Me fui a la cama con él.
—¿Y qué hay de malo en eso? Ya se veía venir. Debiste haber… ¿Es que te ha…
te ha… hecho daño?
—No. Es maravilloso. Es cariñoso y amable e incluso… incluso él… me
preguntó si tomaba precauciones —terminó como angustiada.
Exasperada, Mary Ann le sacudió el brazo, obligándola a mirarla a los ojos.
—¿Entonces, por qué estás tan desolada? Le deseabas. ¿No es así? Te deseaba,
¿no es así? Hiciste el amor y fue una maravillosa experiencia. Entonces, ¿por qué
estás llorando?
—Me preguntó si tomaba precauciones y yo le dije que sí.
—No termino de entenderte. Él fue lo suficientemente responsable por
preocuparse y tú… —Mary Ann se interrumpió y abrió los ojos como platos.
Holly asintió lentamente.
—¿Le mentiste?
—Exactamente, no. No me di cuenta de lo que me había dicho hasta esta
mañana.
—Pero tú sabías que esto iba a ocurrir. ¿Cómo es que no tomaste precauciones?
Bueno, no importa. No es asunto mío. Oh, Holly, ¿qué dijo Mac cuando se lo dijiste?
¿Se enfadó?
Holly se puso de pie, se dirigió a la ventana y se agarró a la cortina. Mary Ann
se levantó tras ella.
—No se lo dije.
Esas palabras le salieron con más énfasis de lo que ella sentía. Había en ellas un
tono de firmeza que la sorprendió. —Pero tienes que decírselo. No es ético que se lo
ocultes.
—No veo la razón para preocuparle cuando puede que no haya motivo para
hacerlo.
Era gracioso lo débil que sonaba ese argumento cuando lo dijo en voz alta.
—Eso es un golpe bajo.
Holly se volvió y la miró.
—Bueno, no voy a decírselo.
—No es muy ético, y lo sabes. Eras tú la que me decías lo maravilloso y
comprensivo que era. Lo que has cometido es un error, no un delito. Díselo.
—¿Y qué pasaría si lo hubiera hecho deliberadamente? ¿Si lo hubiera planeado?
—Te estás poniendo histérica.
El tono calmoso de Mary Ann la apaciguó antes de que tratara de explicarse.
—No puedo decirle eso a Mac porque no creo que le pueda mirar a los ojos y
contarle que fue un accidente. Ya sabes lo mucho que he querido siempre tener un
hijo. ¿Y si lo hubiera hecho intencionadamente porque quería quedarme
embarazada? He comprobado mi calendario y no he podido elegir un momento peor
para hacer esto. ¿Y si lo hubiera planeado? ¿Qué se supone que tengo que decirle?
—Déjalo. Ven aquí y siéntate. Voy a hacer un té y vamos a tener una agradable
y racional discusión sobre el tema. Y, si te pones histérica, te tiraré un vaso de agua
por encima.
Esas duras palabras tuvieron el efecto deseado. Holly se sentó a la mesa de la
cocina y observó cómo Mary Ann hacía el té. Después puso una taza delante de
Holly y se sentó frente a ella.
—Holly, si no se lo dices a Mac y estás embarazada, ¿cómo va a sentirse cuando
lo sepa? Tú misma dices que, por las fechas, es lo más probable.
—No dije que fuese lo más probable —protestó Holly débilmente—.
Simplemente dije que era el momento propicio. Mira todas esas mujeres que se pasan
años tratando de quedarse embarazadas. No porque hagas el amor en el momento
justo del mes, quiere decir que eso vaya a ocurrir.
—Soy enfermera, ¿te acuerdas? Sé todo acerca de los problemas que tiene la
gente para quedarse embarazada. No hay ningún motivo para pensar que eres una
de esas personas. Te has pasado tantos años pensando en tener un niño, que lo más
probable sea que tu cuerpo ya esté tan hecho a la idea que te puedas quedar
embarazada con ver unos calzoncillos —terminó Mary Ann malhumorada.
Se quedaron un rato en silencio. Holly luchó con su conciencia a brazo partido y
siguió en sus trece. Debería decírselo a Mac, pero no podía. Simplemente, no podía
hacerlo. Con aire ausente, se echó en el té otra cucharada de azúcar.
—Sé que tienes razón; debería decírselo pero, simplemente, no puedo. Tengo
tanto miedo de haberlo hecho deliberadamente, Mary Ann. Mirándolo desde un
punto de vista práctico, no pude haber elegido a nadie mejor como padre de mi hijo.
Es inteligente, culto. E, incluso, es simpático. ¿Y si esta noche lo hubiera tenido en el
subconsciente?
—El no va a hacerte responsable por lo que pueda haber estado pensando tu
subconsciente.
—Pero yo sí me siento culpable, y seré yo la que asuma la responsabilidad si
estoy embarazada.
Su amiga suspiró y terminó su té.
—De acuerdo. Es tu decisión. Creo que estás cometiendo un error, pero te
apoyaré en tu estupidez. Para eso están los amigos, creo yo.
Holly le agarró la mano; le brillaban los ojos por la emoción.
—Gracias. No sabría lo que hacer sin ti.
—Probablemente, harías más tonterías. Bueno, ¿cuál es el próximo paso?
—Necesito que encuentres un médico que me atienda rápidamente. Me
arriesgué esta noche y esto puede ser perdonable; pero no quiero volver a hacerlo.
—Eso me parece razonable. Vas a tener que tener cuidado. Si estás embarazada,
no querrás usar algo que pueda hacerle daño al niño.
—Tiene que ser algo que no tenga que decírselo a Mac. Y tengo que
solucionarlo para antes del martes por la noche. Ese día Mac va a invitarme a cenar y
quiero poder ir a su casa si me lo pide.
—¿No te parece que pides mucho? —le preguntó su amiga secamente—. Bueno,
no hay problema. La super enfermera está aquí y, justamente, conozco ahora mismo
a un médico muy simpático en el hospital. Arréglate e iremos a hablar con él.
—Gracias, Mary Ann. Te lo agradezco de verdad.
—Claro. Pero no le cuentes a Mac que yo he tomado parte en este asunto. No
creo que mi seguro cubra el descuartizamiento.
—A lo mejor tengo suerte y no estoy embarazada.
Holly abandonó la habitación, ignorando el cínico bisbiseo de su amiga.
—Tengo la desagradable sensación de que es demasiado pedir.
Capítulo Siete
Mac se reclinó contra la pared y cerró los ojos. Suspirando profundamente,
cerró los puños y luego los soltó. No funcionaba, seguía teniendo tensos los
músculos.
Abrió los ojos y se quedó mirando las paredes de la oficina, deseando estar en
cualquier otro sitio. Holly casi estaría terminando las clases. Pronto estaría camino de
su casa y se daría un agradable y largo baño; no tenía que cerrar los ojos para
imaginarse la escena. La rodearían las burbujas de jabón, con el pelo recogido sobre
la cabeza y la piel mojada por el vapor. Sonreiría también de esa forma que le hacía
hervir la sangre.
Sólo que él no estaría allí para recibir esa sonrisa, estaría sentado en la oficina
del jefe, tratando de explicarle la razón por la que no quería reunir más información
sobre el hermano de Holly.
—Relájate. Recuerda que se supone que debes de ser el elemento tranquilo de
nuestro equipo.
Mac miró a Ken y le sonrió.
—Estoy relajado.
—Seguro que sí. Entonces, ¿por qué no dejas de retorcerte los dedos?
Él se separó de la pared, luego volvió a apoyarse, controlando la necesidad que
tenía de levantarse y salir del pequeño cuarto. Era consciente de que Ken le estaba
mirando, los ojos le brillaban con un aire burlón, pero se reflejaba en ellos una cierta
preocupación. Ken fue a hablar, pero, antes de que pudiera decir nada, la puerta del
despacho se abrió y Livvie les hizo señas de que pasaran.
Daniels, que estaba mirando por la ventana, se volvió hacia ellos.
—Donahue, Richardson. Siéntense.
Daniels se sentó tras su mesa y esperó a que los dos agentes se hubieran
sentado antes de seguir hablando.
—No ha habido muchos progresos en el «caso Reynolds».
—No ha habido mucho de lo que informar, señor —dijo Mac.
Daniels asintió.
—Es cierto. No hemos podido interceptar ningún otro envío y Reynolds, si es
que es él el tipo que buscamos, no se ha movido demasiado.
El jefe hizo una pausa y sacó algunos papeles de un cajón.
—Holly Reynolds es una mujer muy atractiva.
Daniels dejó caer el nombre como si tal cosa y luego levantó la mirada,
encontrándose con la de Mac. Su jefe dejó caer la foto y entrelazó los dedos,
apoyando los codos sobre la mesa.
—Tengo entendido que la señorita Reynolds casi vive en su casa, Donahue. ¿Es
que le están fumigando el apartamento?
—No, señor.
—Es usted muy terco, Donahue. Es una buena cualidad para un agente. Usted y
Richardson son de lo mejor que tenemos. Una de las razones por las que les di esta
misión fue porque realmente no estaba avanzando demasiado deprisa. En este tipo
de asuntos, pueden pasar meses sin que pase nada. Creo que se pueden tomar un
descanso. Su interés por la señorita Reynolds parecía hacerlo mucho más fácil.
Ahora, ya no estoy tan seguro.
—¿Nos está quitando del caso? —preguntó Ken.
—No quisiera hacerlo. Estas cosas son siempre complicadas. Demasiado
papeleo y pérdida de tiempo hasta que podamos conseguir a otro. Han hecho
ustedes lo mejor del trabajo. Richardson, se las ha arreglado para hacerse pasar por
un coleccionista de arte sin demasiados escrúpulos y, usted, se ha hecho íntimo de la
hermana de Reynolds, Mac. No estoy diciendo que no hayan hecho un buen trabajo.
—Entonces, ¿qué quiere decir?
Si Daniels se percató del frío tono de Mac, lo ignoró.
—Es un conflicto de intereses. Es evidente que está relacionado muy
personalmente con la señorita Reynolds. ¿Cómo va a reaccionar ella cuando vea que
es usted un instrumento para cazar a su hermano?
—Me odiaría a muerte. Pero no tenemos la certeza de que su hermano sea
culpable.
—Y tampoco la tenemos de lo contrario —le respondió Daniels—. ¿Va a ser
capaz de seguir con este trabajo sin dejar que le influyan los sentimientos personales?
Porque si no puede, preferiría quitarle ahora del caso, antes que ver cómo arruina
una buena carrera por dejarlo más tarde.
Mac aparentaba estar perfectamente relajado. Sus manos reposaban levemente
sobre los brazos de la silla. Sólo los músculos de la mandíbula revelaban su violento
estado interior.
—Si James Reynolds es el hombre que estamos buscando, está tratando con el
tipo de gente que no se lo pensaría dos veces si tuviera que usar a su hermana como
instrumento contra él. Yo haré todo lo que sea necesario para atraparle.
Daniels dejó de mirar a Mac y se fijó en Ken. Luego, asintió.
—De acuerdo. Aceptaré su palabra. Pueden volver a su trabajo. Procuren hacer
sus informes como de costumbre.
Daniels esperó hasta que llegaron a la puerta antes de volver a hablar.
—Richardson, tenga cuidado en cómo se gasta el dinero del departamento.
Seiscientos dólares por un par de botas me parece un poco excesivo —concluyó con
una sonrisa sardónica.
Ninguno de los dos habló hasta que no estuvieron sentados en un oscuro local,
algunas manzanas más allá de la oficina.
Mac tomó su vaso y se lo llevó a la boca. Dio un sorbo y lo volvió a poner sobre
la mesa.
—¿Seiscientos dólares? —dijo, arqueando las cejas.
—Son de piel de cocodrilo. Son de ese tipo de Texas que las hace a medida.
—¿Seiscientos dólares?
—Bueno, estoy tratando de hacerme pasar por un rico coleccionista de arte.
Tengo que cuidar de mi aspecto.
—Está muy bien que decidieras estar de parte de la ley. No me gustaría ver los
daños que podrías hacer si fueras un delincuente.
—Ya lo sé. Pienso en todo el dinero que podría haber conseguido. Pero, cuando
tu padre es policía, es difícil el cogerle el punto a ser un delincuente.
—No has desperdiciado por completo tu talento. Acuérdate de lo que pudiste
hacer en Saigón. Y no me digas que te conformaste con un bonito par de zapatos de
vez en cuando.
—¿Qué puedo decirte? Cuando se presenta una oportunidad, tienes que
aprovecharla.
La sonrisa de Mac se esfumó gradualmente y dio otro trago a su whisky,
haciéndole una seña a la camarera para que le rellenara el vaso.
—Estas situaciones me recuerdan a ese bar de Tijuana. Por supuesto, es más
seguro tomarse aquí las copas y, también es un poco más limpio.
Mac no contestó nada y Ken esperó a que la camarera le llevara el vaso a Mac.
—¿Cómo está Holly?
—Bien. Está pensando en que la ayudes con el programa de atletismo de la
escuela dentro de una o dos semanas. Dice que está segura de que eres muy bueno
con los niños.
—Es un poco sádica, ¿no? Bueno, supongo que no me voy a morir por eso.
Aparte, ya sé que es una cabezota, no merece la pena discutir con ella.
—Sabe cómo conseguir lo que quiere.
De nuevo, se produjo un breve silencio entre ellos.
—No va a ser difícil.
—No —le contestó el otro, pidiendo otra bebida.
—Es una situación difícil.
—Sí —le contestó el otro, bebiendo un trago de su nuevo whisky—. ¿Te
preocupa que no pueda llegar hasta el final de esto porque esté comprometido con
Holly?
podía culparle por ello. No estaba segura de si era mejor o peor el saber lo que él
estaba haciendo.
Lo peor eran las noches como aquélla. Estaba allí, en una casa que no era la
suya, y no tenía nada más que hacer que pensar en lo que pudiera estar pensando. Se
irguió y respiró profundamente. No iba a seguir preocupándose. Mac tenía una gran
experiencia en su trabajo.
El curso acabaría al cabo de dos semanas. Iba a tener tres meses sin nada que
hacer para concentrarse en Mac y en la relación que estaban construyendo.
A veces se había preguntado si no hubiera sido mejor no haber aspirado a un
amor apasionado y casarse con alguno de los hombres agradables con los que había
salido esos últimos años. Tendría un hogar agradable, un marido agradable y unos
hijos. Se estremeció, pensando en lo que podría haber sucedido si hubiera tenido un
marido agradable, un hogar agradable e, incluso un hijo, y luego hubiera conocido a
Mac. Habría sido terrible saber que no podría tenerle nunca porque había elegido un
camino más seguro mucho antes de haberse conocido.
Por supuesto, si hubiera elegido ese camino más seguro, lo más probable era
que no le hubiera conocido nunca.
Se apoyó suavemente la mano en el vientre. A medida que pasaban las
semanas, estaba aumentando la posibilidad de que estuviera embarazada. Ya se le
estaba retrasando el período, pero eso podía ser debido a la tensión emocional que
conllevaba el estar preocupada por ello. Estaba usando el diafragma que le había
hecho el médico amigo de Mary Ann. Ya sería mala suerte que se hubiera quedado
embarazada por el despiste de esa única noche.
El preocuparse por estar o no embarazada no iba a influir en que lo estuviera o
no. Mac debía de haber pensado que estaba loca, teniendo en cuenta la forma en que
tuvo que actuar después de su primera noche juntos. Marchándose de la casa a toda
prisa y, luego, inventándose excusas para no verle en dos días.
A partir de esa noche, parecía como si sus cosas se hubieran trasladado a casa
de Mac. Sinceramente, no podía recordar cómo tantas de sus cosas habían logrado
hacerse un sitio en su casa. Su ropa colgaba en el armario junto a la de él. Los
artículos de baño estaban junto con los de él. De alguna manera, parecía como si se
hubiera ido a vivir con él sin haberlo planeado.
Holly abrió los ojos cuando oyó cerrarse suavemente la puerta. Mac se detuvo
cuando entró en el salón y se apoyó en la pared, sonriendo lentamente cuando la vio.
—Hola. ¿Me estabas esperando?
—No exactamente. Solamente, estaba sentada aquí pensando. No me di cuenta
de lo tarde que era.
—¿Estabas pensando en mí?
Ella se levantó y se acercó a él.
—En realidad, sí. No te he oído llegar.
—Tomé un taxi.
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—No importa. ¡Estás borracho! —murmuró con desagrado.
Él frunció el ceño y luego sonrió beatíficamente.
—Tienes razón. Soy toda una maravilla. Es agradable saber que, por lo menos,
soy toda una maravilla emborrachándome. ¿A dónde vamos?
Holly sacudió la cabeza, y le agarró de la mano para conducirle por la casa.
—Te estoy llevando a la cama.
—Me gustan las mujeres decididas.
Él se detuvo, tomándola en sus brazos bruscamente. Holly apenas tuvo tiempo
de tomar aire antes de que sus bocas se juntaran. Él la levantó del suelo unos
centímetros. Holly arqueó instintivamente las caderas hacia atrás y gritó cuando notó
el frío de la hebilla de su cinturón.
—¡Bájame, idiota!
Él la dejó en el suelo inmediatamente.
—No es para ponerse así.
Los ojos de ella relampaguearon. Se había quedado levantada, preocupándose
por él y había tenido la cara dura de haber vuelto a casa sano y salvo. ¿Cómo se
atrevía a preocuparla sin razón?
—Tienes suerte de que no te haya dejado ahí fuera en el descansillo a dormirla.
Estás demasiado borracho como para hacer nada, así que quítate la ropa y métete en
la cama. Si tienes suerte, no te despertaré a toque de corneta por la mañana.
El empezó a desabrocharse la camisa lentamente. Holly tragó saliva y se dio
media vuelta cuando Mac iba a quitarse el cinturón. Estaba borracho y ella estaba
enfadada con él; pero la visión de su musculoso pecho fue suficiente para hacer que
se le acelerara el pulso.
Oyó el ruido que hicieron sus pantalones cuando cayeron al suelo y se dio
media vuelta para mirarle. Él estaba allí, cubierto sólo por unos calzoncillos, con una
expresión mezcla de amodorramiento y esperanza.
Holly sonrió.
—Métete en la cama. ¡Fresco!
Ella se metió en la cama unos minutos más tarde, y apagó la luz.
Inmediatamente, él la atrajo hacia sí.
Ella entrelazó sus dedos con los de él y, suspirando, le dijo:
—Mac, estás demasiado borracho. No vas a ser capaz de terminar.
Él suspiró fuertemente cuando se dio cuenta de la verdad de sus palabras. Su
mente la deseaba, pero su cuerpo se estaba cayendo de sueño.
—Quizás tengas razón.
—Porque quiero saber dónde no tengo que estar. Sólo estoy cuidando mi
seguridad personal. Si me acerco a ella, será porque necesite atención médica y no
me parece que ella me la vaya a dar después de haberme estado despellejando
aquella noche.
Holly fijó su atención en Mac, sonriendo al verle cómo levantaba y le sacudía el
polvo a una pequeña que acababa de caerse. Ken no necesitó volver la cabeza para
adivinar a quién estaba mirando; la mirada que había en sus ojos lo decía todo.
—Siempre le han gustado los niños —comentó él ociosamente.
—Es maravilloso con ellos. Parece tener una paciencia infinita. Nunca pierde los
estribos.
—Oh, no es exactamente así, pero, afortunadamente, no los pierde a menudo.
Holly apartó la mirada de Mac y se fijó en Ken.
—¿Le has visto perderlos?
Ken conocía a Mac desde hacía mucho tiempo, y a ella se le ocurrió que podía
enterarse de muchas cosas de la enigmática personalidad de Mac hablando con su
mejor amigo.
Él asintió.
—Una o dos veces; y fue suficiente.
—¿Qué ocurrió?
—Una vez fue en Vietnam. Estábamos en Saigón y descubrió que un oficial de
otra unidad había maltratado a una vietnamita que Mac y yo conocíamos. Era una
prostituta, pero sólo era una niña, no tenía más de quince años. Mac solía guardar
algo de chocolate para dárselo cuando la veía en el bar. Creo que estuvo viendo la
forma de poder sacarla del país.
Él se quedó en silencio durante un largo instante, como si estuviera viendo
cosas que Holly podía apenas imaginarse. Justo cuando Holly pensó que no iba a
seguir, continuó hablando.
—Mac fue a verla al hospital y, cuando salió de allí, era como mirarle a la cara a
la muerte. Ni siquiera te oía cuando le hablabas. Le seguimos unos cuantos pero no
creo que se diera ni cuenta de que estábamos con él. Sacó al tipo de la cama y le
preguntó si había sido uno de los que la había atacado. Creo que habría sido capaz
de controlarse si ese tipo no le hubiera dicho que por qué se preocupaba por esa
fulana.
—¿Y qué pasó? —le preguntó Holly con voz apacible.
Ken, encogiéndose de hombros, le contestó.
—Mac le pegó hasta dejarle casi muerto. Nos costó trabajo a cuatro de nosotros
separarle antes de que le matara. A mí me pusieron morado un ojo, y otro perdió un
diente. Cuando llegó la Policía Militar ya le teníamos bien controlado y ellos se lo
llevaron al calabozo. Por suerte, Mac no le rompió nada a nadie más. Como ninguno
llevaba uniforme cuando sucedió y ese tipo era conocido por ser un camorrista, Mac
se pasó unos días en el calabozo, y luego le soltaron.
Él movió la cabeza, recordando lo que había pasado y continuó:
—Hazme caso, es mejor no verle perder los estribos. Es como tratar de controlar
un oso salvaje.
—¿Qué le pasó a la chica?
La sonrisa de Ken se desvaneció.
—El hospital mandó una nota mientras Mac estaba en la cárcel diciendo que
había muerto.
Holly se estremeció. Frotándose los brazos de arriba abajo para tratar de
calentarse ante el escalofrío que le habían producido las palabras de Ken.
—Lo que hay que tener en cuenta de Mac es que se ve obligado a mantener el
control de sí mismo. La clase de trabajo que hacemos es de mucha tensión. Muchos
abandonan. Tienes que tener alguna forma de controlarte. Yo lo hago no tomándome
en serio la vida. Mac se lo hace distanciándose de todo y adoptando esa fachada de
frialdad; pero, en el fondo, es como un cruzado, lo que le revienta es no poder
ayudar a todos los «yonquis» y delincuentes tristes e infelices que nos encontramos.
Bajo su apariencia de fortaleza, tiene su punto débil. Te necesita. Acuérdate de esto
pase lo que pase.
—¿Y qué podría pasar?
—Ya veo que te las has arreglado para llegar después de que ya esté todo
hecho.
El tono profundo de la voz de Mac rompió el tenso silencio. Pasó la mirada de
uno a otro; en lo más profundo de sus ojos había una pregunta silenciosa. A Holly le
pareció como si se le hubiera pegado la lengua al paladar y no se le ocurría nada
coherente que decir.
Ken se puso en pie, saltó la valla y se plantó frente a Mac.
—Me quedé sin gasolina. Puedo asegurarte que me duele mucho el pensar que
me he podido perder toda la diversión.
Mac sonrió y le dijo:
—Está bien. Sabía que no querías perdértelo todo, así que me imagino que
querrás ayudarnos a limpiar.
Ken gruñó teatralmente mientras cruzaban el campo, dejando sola Holly. Se
abrazó a sí misma. ¿Por qué, de repente, sentía como si el sol se hubiera ocultado y
no fuera a salir de nuevo en mucho tiempo?
Capítulo Ocho
Holly se dio la vuelta y se puso de espaldas al sol. La colchoneta que cubría la
tumbona olía a bronceador. Inclinó la cabeza hacia un lado, y cerró los ojos.
Diez días. Diez lujosos días habían pasado desde que había dejado de dar clase.
A pesar de que su trabajo le gustaba, tenía que admitir que disfrutaba de las
vacaciones. Sonrió al oír abrirse la puerta del patio. Desde luego, tenía que admitir
que esas vacaciones eran diferentes de cualquiera otras que hubiera tenido antes.
Aquel año tenía a Mac.
La colchoneta se hundió cerca de su cadera izquierda.
—Estás empezando a parecer un cangrejo.
—¿Por qué no me pones algo de aceite bronceador en la espalda, ya que estás
sentado ahí sin hacer nada?
—Mira la que fue a hablar de no hacer nada. Tengo un par de filetes en adobo
para la cena de esta noche —le dijo él burlonamente.
—¿Te has acordado esta vez de ponerlos en la salsa? —le preguntó ella sin abrir
los ojos.
La mano de él cayó pesadamente sobre el trasero de ella, sobresaltándola.
—No seas sarcástica, señorita Reynolds. En este momento, estás en una posición
bastante vulnerable —le dijo él, desabrochándole la parte de arriba del bikini para
darle más énfasis a lo que había dicho.
—Bestia —le dijo ella, pero la palabra se desvaneció con un murmullo de placer
cuando él le pasó las manos impregnadas de bronceador por su caliente espalda.
—Hoy me he acercado a ver a Mary Ann y a recoger el correo. Había una carta
de James.
Las manos de él dejaron de moverse por un momento, parecía como si se
hubiera quedado paralizado.
—¿Cómo está? —le preguntó él, moviendo las manos otra vez.
Holly se dio cuenta de lo que había pasado.
—Supongo que bien.
—No pareces demasiado segura.
—No lo sé. No es por nada en concreto. Me parecía un poco preocupado. Las
frases estaban como entrecortadas; y no dejaba de decir que su cometido no era lo
que había esperado. Parecía preocupado, excitado o algo así. Quizás haya conocido a
alguna hermosa condesa europea que le haya ofrecido mantenerle.
—Mmm, quizás. Yo en su lugar, aprovecharía la oportunidad.
Mac siguió frotándole la espalda un rato más y abandonaron el tema de la carta.
—Si no tienes cuidado, vas a quedarte pegada para siempre a la tumbona. Creo
que no te has movido de ahí desde que terminó el colegio.
Holly se volvió y se abrochó la parte de arriba del bikini.
—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿Quién es el que me hizo abandonar mi bien
ganado descanso e ir a Disneylandia? Ayer me paseaste por todo el parque. Y si estoy
cansada, es por tu culpa. Creo que nos montamos en todo por lo menos dos veces y
me atiborraste de helado y chucherías como para arruinar mi dieta en los próximos
seis meses.
Él se encogió de hombros, poniendo cara de inocente.
—¿Qué te puedo decir? A mí me encanta Disneylandia. Aunque a ti tampoco te
disgustó demasiado. ¿Quién insistió en que nos montáramos en los «Piratas del
Caribe» por tercera vez?
—Sé comportarme deportivamente. Naturalmente, no quise estropearte la
diversión.
—Eres demasiado buena conmigo.
Mac le puso las manos, todavía pringadas de aceite sobre su estómago. Deslizó
las manos hacia arriba, pasándoselas bajo la suelta parte de arriba del bikini para
abarcarle los pechos.
—¡Mac! ¿Qué haces?
—Bueno, como sigo teniendo aceite en las manos, tengo que hacer algo con él y,
ciertamente, no es cuestión de arriesgarse a que te quemes algo importante.
—Es difícil que se me queme «algo importante» si lo cubre el traje de baño…
¡Mac!
Holly gritó cuando él tiró a la piscina la parte de arriba del bikini. Levantó las
manos automáticamente para taparse los pechos, pero él la agarró por las muñecas.
—Mac, ¡y si nos ve alguien! Estamos a plena luz del día.
—Los setos son muy altos y nadie puede vernos. Pero, si eso te preocupa… —le
dijo, poniéndose de pie y cogiéndola fácilmente en brazos.
Atravesó el césped, hasta donde había una pequeña glorieta, cuya blanca
pintura relucía bajo el sol.
La dejó sobre un sofá, le agarró las dos muñecas con una mano, las levantó
sobre la cabeza y las apoyó contra los cojines. A Holly se le aceleró locamente el
pulso. Había algo salvaje y pagano en lo de estar echaba bajo él de esa forma.
La mano libre fue a parar justamente bajo sus pechos. Ella no podía apartar la
mirada de su rostro. Él estaba muy bronceado y el azul de sus ojos hacía contraste
con su piel.
Él le pasó los dedos suavemente, como alas de mariposa sobre los pezones. No
apartó los ojos de su cuerpo mientras repetía esa caricia, hasta que ella, finalmente, se
arqueó.
Unos minutos más tarde, todo estaba ordenado, excepto su ropa interior. La
miró por un momento y luego suspiró. Sonrió al acordarse de cuando Mac vació un
cajón para que pudiera meter sus cosas; no le iba a bastar sólo con eso. Se arrodilló
cerca de la cómoda. Mac le había dicho que, si necesitaba más espacio, que vaciara
otro. Probablemente, el último cajón sería el que menos echara a faltar.
El cajón estaba lleno de jerseys, y estaba claro que no los iba a necesitar de
momento. Le fue difícil sacar el último. Holly no se atrevía a tirar muy fuerte, ya que
pensó que igual se había quedado enganchado en algún sitio y no quería agujerearlo.
Se mordió la lengua levemente mientras trataba de soltarlo. Cuando lo logró, gritó de
placer. La prenda era vieja, pero estaba bien cuidada. A lo mejor había estado a
punto de arruinar un precioso recuerdo del pasado de Mac.
Lo puso junto a los otros antes de volver a poner su atención en el cajón. Si
había alguna astilla de madera o clavo, no quería poner allí sus cosas. Lo sacó lo más
que pudo y pasó los dedos por el fondo. Tocó un borde levantado y ella frunció el
ceño levemente. Parecía como si estuviera levantado todo el fondo. Dio un grito de
sorpresa cuando se levantó todo el fondo. Era algo tan inesperado que se cayó sobre
la alfombra.
Se puso de rodillas, mirando consternada a la cómoda. Levantó el fondo del
cajón, pensando que encajaría perfectamente, pero se quedó parada mirando lo que
había dentro.
¡No lo había roto! ¡Era un doble fondo! Bajo él había un compartimiento
escondido de sus mismas dimensiones. En una esquina había un montón de papeles
ordenados y, cerca, una pequeña pistola y un machete en su funda. ¿Por qué tendría
una pistola en el cajón? Que ella supiera, en la casa había otras dos más, y las tenía en
el estudio. ¿Qué eran esos papeles? Sofocó su curiosidad. Tendrían algo que ver con
su trabajo y, probablemente, no le iba a gustar mucho cuando se diera cuenta de que
ella había descubierto su escondite. Más adelante, ya le podría decir que lo había
descubierto, pero, en ese momento, lo único que quería era dejarlo todo como estaba.
Se le pusieron los pelos de punta cuando recordó el tipo de trabajo que él hacía. Se
dio cuenta de lo fácilmente que podría perderle.
«Holly A. Reynolds». El nombre le saltó a la vista desde el papel cuando fue a
colocar el doble fondo. Se quedó mirándolo durante un largo rato. Volvió a levantar
la tapa y cogió la carpeta que llevaba su nombre. No le sorprendió que le temblaran
los dedos. Se levantó y, cogiendo una silla, se dirigió hacia la ventana.
Mac cerró la puerta tras él, y tiró la chaqueta sobre el sofá del salón. El llevar un
traje con el calor que hacía no era lo que él consideraba una buena idea. Pero el
asesor financiero de Reginald C. Naveroff no podría ir vestido de otra forma. Se
quitó la corbata y la tiró también. Sacudió la cabeza cuando recordó la imagen de
Ken adoptando la personalidad de un pobre hombre de Louisiana que se había
hecho rico de repente con el petróleo y que ahora quería invertir en obras de arte.
En su papel como asesor financiero, lo que tenía que hacer era poner cara de
disgusto ante las supuestas tonterías de su cliente. Tenía que admitir que Ken había
representado muy bien su papel. Los propietarios de las galerías donde habían
estado se habían desvivido para enseñarles lo que tenían. Desafortunadamente, no
tenían nada que no debieran tener… ninguna obra perdida por algún gran maestro.
Mac se encogió de hombros, entró en la cocina y cogió una cerveza del frigorífico. No
se oía ningún ruido, pero el coche de Holly estaba allí. Dio un largo trago de la
helada cerveza al mismo tiempo que se dirigía a la habitación. Probablemente
estuviera en la piscina. Se le oscurecieron los ojos al recordar. Podría salir e
interrumpir su baño de sol como lo había hecho el día anterior.
El acaloramiento que le había producido esos recuerdos desapareció de repente
cuando entró en la habitación. El último cajón de la cómoda estaba abierto, sus
jerseys yacían a un lado y el doble fondo estaba tirado por ahí. Alguien había
registrado la casa. La mano izquierda se le agarrotó sobre la cerveza y, la derecha se
dirigió instintivamente hacia la pistolera.
La mano se detuvo en mitad del movimiento cuando vio a Holly. Estaba
sentada delante, frente a la ventana, con un dossier abierto sobre las rodillas. No le
había oído entrar y, por el momento, estaba absorta en la carpeta. Ella levantó la
mirada lentamente, como si no le sorprendiera verle. A Mac se le encogió el corazón.
Hubiera querido arrebatarle la carpeta. Hubiera querido borrar la mirada de pasmo
que había en su rostro y decirle que todo era un error, que no sabía nada de lo que
decía el dossier. En cambio, se metió las manos en los bolsillos y la miró sin decir
nada, esperando a que fuera ella la que hiciera el primer movimiento.
Holly se le quedó mirando, tratando de que su mente aturdida aceptara el
hecho de que él realmente estaba allí. Era real. Llevaba una camisa de seda azul
pálido desabrochada, ¿qué había hecho con la corbata? Esa mañana, antes de que se
fuera, le había hecho el nudo. Él se había reído y le había dicho que le había hecho un
gran favor.
Esa mañana. Hacía un millón de años. Antes de que hubiera abierto ese maldito
cajón y de que hubiera cogido la carpeta. Una lenta rabia empezó a crecer en su
interior.
—¿Quién eres? ¿Quién demonios eres? —dijo ella con voz temblorosa, tratando
de sofocar la cólera que estaba a punto de dominarla.
—Holly…
—No eres policía, ¿verdad? Contéstame. ¡Maldita sea!
—Soy del FBI. —le contestó él inexpresivamente.
¿Cómo podía quedarse tan tranquilo cuando su mundo había caído en pedazos
a sus pies?
—¿FBI.? Me has estado espiando sabe Dios desde cuándo, anotándolo todo
como si fuera una rata de laboratorio. ¿Qué es lo que buscas?
—Holly…
Ella le interrumpió bruscamente.
—No importa. No importa nada. Eres un maldito fanfarrón; y ésa es la parte
más importante de la información. Tiene algo que ver con James. Eso es lo que he
podido sacar en claro. Has tenido que intimar conmigo para poder sacar información
de mi hermano. ¡Maldito seas! ¡Maldito seas! Me has estado utilizando para tratar de
atrapar a mi hermano.
Sus dedos se crisparon sobre las hojas de la carpeta. Se puso en pie y tiró el
informe al suelo.
—Holly, no estamos tratando de atrapar a James. Simplemente estamos
tratando de demostrar su culpabilidad o su inocencia. Nadie está yendo a por él.
—¿Culpable o inocente de qué? ¿Qué se supone que ha hecho?
Así que no había leído el informe de su hermano. El agente que había en Mac
respiró aliviado. Todavía podía salvarse el caso. Pero eso era lo único que parecía
poderse salvar, reconoció él.
—No puedo hablar de ello.
—Hoy no me puedes contar muchas cosas, ¿verdad? Quizás sólo tenga que
volver a mirar en el cajón mágico y ver si me puede contar todo lo que tú no puedes.
Él la agarró suavemente del brazo, pero con la suficiente fuerza como para
evitar que se dirigiera hacia la cómoda.
—No puedo dejar que lo hagas. Siento que encontraras ese maldito cajón, pero
no puedo dejar que sigas curioseando.
La agonía que estaba pasando se le notaba en la dureza de su voz, pero Holly
estaba demasiado obsesionada por su propia pena como para darse cuenta de ello.
—Estás tratando de destruir a mi hermano y me has utilizado para ayudarte. Lo
único que te preocupa es que lo haya descubierto.
Ella no trató de soltarse ni de mirarle y continuó: —¿Estaba todo previsto?
¿Incluso lo de Tijuana? ¿También eso estaba planeado?
—No. Holly, cuando te vi en ese bar, me pareciste como una flor en un
estercolero. Después de que te fueras a casa, no pude apartarte de mi pensamiento.
Empecé a tratar de buscarte, y luego, surgió este caso y no tuve más remedio que
aceptar esta misión.
—Podías haber rechazado el caso.
—Si lo hubiese rechazado, se lo habrían dado a otro. No podía soportar ese
pensamiento.
—No, no me imagino que pudieras hacerlo. Después de todo, otro hubiera
conseguido lo que tú querías. Una agradable y tonta maestra de escuela, buena para
darse un revolcón detrás de un seto.
Ella sintió una vaga satisfacción cuando él apretó su brazo.
—Nunca has sido eso para mí.
—Suéltame, me da asco sentir tus manos sobre mí —le dijo ella llanamente.
En vez de soltarla, Mac hizo que se diera la vuelta, haciendo que le mirara,
tratando de traspasar el muro de dolor.
—Holly, tenemos que superar esto. Dijiste que me querías. ¿Es que vas a
echarlo a perder?
Ella levantó la mano y le dio una bofetada. El ruido hizo eco en toda la
habitación. Mac no dejó de agarrarle el brazo. Tenía la mirada fija en ella.
—Te quiero.
—No conoces el significado de esas palabras. Es curioso que se te haya ocurrido
decirlo justo ahora, que tu maldito caso está a punto de saltar en pedazos delante de
tus narices.
Ella cerró los ojos.
—Suéltame. La forma en que lo dijo logró la respuesta deseada y él le soltó el
brazo lentamente.
—Holly, tienes que escucharme. Te quiero. No te lo he dicho antes porque sabía
que había todo esto entre nosotros. Podemos superarlo.
Ella respiró profundamente. Tenía que salir de allí. Tenía que poner fin a todo
aquello en ese momento.
—Tienes razón. Probablemente podríamos superarlo si tratáramos de hacerlo.
El problema es que no vale la pena. Me has estado utilizando, y yo te he estado
utilizando a ti. Vamos a dejarlo como un simple ligue y nada más.
Mac se puso rígido y le preguntó:
—¿Qué has querido decir con eso de que me has estado utilizando?
—Recuerda que te dije que había prometido tener un hijo antes de los treinta.
Bueno, me estoy acercando ya a esa edad y la inseminación artificial es algo tan
impersonal…
—Calla, Holly.
Ella sintió un ramalazo de satisfacción insana cuando oyó sus roncas palabras.
—En realidad, si lo miras fríamente, Mac, eres perfecto para ser el padre de un
niño. Eres saludable, inteligente, tienes la edad apropiada, ¿qué más se podía pedir?
Me gustabas y eras un buen amante.
Suprimió un leve remordimiento al ver su expresión de aturdimiento y miró a
su alrededor para ver dónde estaba su bolso. Estaba al pie de la cama. Dios mío, tenía
que marcharse inmediatamente de allí.
—Pero tú me dijiste que tomabas precauciones. Cuando te lo pregunté, me
dijiste que así era —murmuró él con voz ronca.
—Te mentí. Y tú me mentiste a mí.
Dio un paso hacia donde estaba su bolso. Lo que quería en ese momento era
dejar todo eso tras ella. Un sonido entrecortado surgió de su garganta y se le
empañaron los ojos cuando él la agarró del brazo, haciendo que le mirara. Luego le
puso las manos sobre los hombros de forma que le fuera imposible soltarse.
Los ojos de él eran como una llama azul cuando la levantó casi del suelo. Ella
sintió como si se fuera a marear, con una mezcla de angustia, miedo y dolor. Lo que
hubiera querido era apoyar la cabeza sobre su hombro y rogarle que volviera a
empezar y que, esta vez, hiciera bien las cosas. Le gustaría despertarse y ver que todo
había sido una terrible pesadilla. Y quería hacerle tanto daño como él le había hecho
a ella.
—Apártate. No puedo soportar que me toques.
—¿Estás embarazada? —le preguntó él sin apenas mover los labios.
Ella mintió instintivamente, contestándole la única cosa que lograría que él la
dejara marchar.
—No. Creo que incluso en eso estamos a la par. Yo no he logrado lo que quería
y tú no has conseguido suficiente información como para arruinar la carrera de mi
hermano. Ahora, apártate.
Él la soltó despacio, como si no estuviera muy seguro de quién era y de cómo
había podido llegar allí. Holly se echó hacia atrás, apartándose de él, buscando a
tientas por la cama hasta que encontró el asa de su bolso.
—Ya mandaré a alguien para que recoja mis cosas. Tú limítate a mantenerte
apartado de mí. Ni siquiera quiero volver a verte —le dijo ella, dirigiéndose hacia la
puerta.
Había algo en su aparente tranquilidad que la asustaba, y se acordó de lo que le
había dicho Ken de que era mejor no ver a Mac perder los estribos. Mac no se movió
cuando ella salió de la habitación; ni cuando oyó cerrarse la puerta de la casa. Le
dolía el pecho simplemente por el esfuerzo que le suponía respirar. No, no podía
suceder así.
«¡No!» El eco de esa palabra resonó en su cerebro. Se miró la mano, sorprendido
por el dolor, y se dio cuenta de que le había dado un puñetazo a la pared. Entonces,
centró su atención en el cajón del doble fondo. Instantes después, éste salió volando,
atravesando la habitación.
Al cabo de un cuarto de hora, se tiró en la cama y se tapó la cara con las manos.
La habitación estaba patas arriba. No sentía el dolor, estaba absorto por la
destrucción que había sembrado.
Todo lo que sentía era un tremendo y desolador vacío. Estaba solo. Como nunca
antes lo había estado.
Capítulo Nueve
Lo esencial de un buen amigo es su habilidad para saber cuándo hacer las
preguntas y cuándo ofrecer su silencioso apoyo. Cuando Mary Ann llegó a casa
desde el hospital y se encontró a Holly tirada en el sofá y con el rostro bañado en
lágrimas, no le preguntó nada. Logró hacer que se diera una ducha caliente y, luego,
le puso un albornoz. Ignoró las protestas de Holly y la sentó frente a una taza de
caldo de gallina, haciendo que se lo tomara así a la fuerza.
Una vez que Holly ya tuvo algo en el estómago, Mary Ann se la llevó a la cama.
Holly le juró que no podría dormir. Mary Ann estuvo de acuerdo, pero le contestó
que, en la cama, se sentiría mucho mejor y a Holly no le quedaban fuerzas para
discutírselo. Su amiga apagó todas las luces, menos la de la mesilla de noche, y se
sentó en una silla, con la labor de ganchillo en el regazo.
—No tienes que hacer de niñera conmigo —le dijo Holly.
—¿Quién ha dicho que esté haciendo de niñera? La casa ha estado vacía
durante las últimas semanas. Sólo estoy disfrutando de un poco de compañía —le
contestó ella.
—¿Cuánto tiempo llevas con eso? —le preguntó Holly, sofocando un sollozo. —
Casi un año.
—¿Y qué vas a hacer con ello cuando lo termines?
—Lo voy a meter en un cajón y empezaré otro. No lo hago para terminarlo,
simplemente disfruto haciéndolo. Hay algo muy relajante en esto.
—Hmmm —murmuró Holly viendo cómo Mary Ann seguía con su labor—.
Mac y yo hemos roto.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó su amiga sin dejar de mover las agujas.
—Me mintió.
—Tú no has sido completamente sincera con él.
—Ya lo sé. Pero eso no fue premeditado. Por lo menos, no al principio.
—¿Y Mac mintió intencionadamente?
—Todo era una gran mentira. Era parte de algo en lo que él estaba trabajando.
El hecho de que yo pensara que estaba enamorada de él ha sido como una ilusión
falsa —dijo Holly con la voz impregnada de amargura.
Mary Ann miró a su amiga y se dio cuenta de la tristeza que había en sus ojos.
—Siento que no haya salido bien.
—Y yo.
Holly se apoyó en los almohadones y cerró los ojos. Estaba tan cansada… Tres
horas largas de llorar la habían dejado con la garganta irritada, los ojos ardientes y
con un tremendo vacío en su interior.
—¿Y James?
Mary Ann le dijo eso inclinada sobre su labor, por lo que no vio la expresión de
dolor que se reflejó en el rostro de su compañera de piso. La mención de su hermano
volvió a recordarle toda aquella horrible escena.
—No. No quiero ir con James. Está muy ocupado ahora con su trabajo, y me
pediría todo tipo de explicaciones. Además, no quiero salir del país.
Mary Ann asintió.
—Una de las enfermeras del hospital es de Michigan. Sus padres se van a ir a
África este verano, y han estado buscando a alguien para que les cuide la casa.
Querían que lo hiciera Nancy, pero ella no quiere irse ahora de Los Ángeles. Estaban
muy preocupados por ello. Parece que se creen que el deber de Nancy es dejarlo todo
y correr a casa para cuidarles la mansión. Yo les mandaría a freír espárragos, pero
Nancy no sabe qué hacer. Si les pudiera proporcionar una respetable cuidadora, con
referencias impecables, eso os resolvería a todos vuestros problemas.
Holly no habría pensado que le quedaran lágrimas, pero tuvo que parpadear
para poder ver a Mary Ann.
—Me parece perfecto. Mac no podría encontrarme allí.
Mary Ann fue lo suficientemente amable como para guardarse sus dudas acerca
de eso.
—Muy bien. Llamaré a Nancy por la mañana; no creo que haya ningún
problema. Es probable que puedas ponerte en camino dentro de un par de días.
—Cuanto antes, mejor —murmuró Holly—. ¿Qué haría yo sin ti?
Mary Ann se dio la vuelta cuando ya había llegado a la puerta y sonrió.
—Probablemente, te iría mucho peor.
Querida Holly:
Espero que estés disfrutando en Michigan. El tiempo aquí está muy bien, si fueras una
nativa de Venus que no necesitara agua para sobrevivir.
Una de las enfermeras se compró una lámpara solar para poder ponerse morena sin
tener que pasarse horas bajo un sol abrasador. Me lo dejó durante dos semanas, cuando ella se
fue a Mazatlán y, sucumbiendo a la tentación, lo probé. Es suficiente con que te diga que se
me quemaron algunas partes de mi anatomía que nunca habían tratado de ver la luz del día.
Eso me hace plantearme dudar acerca del mito actual de que un bronceado es algo esencial
para la belleza. Supongo que estás tirada al sol, relamiéndote mientras lees esto.
Trataré de escribirte más adelante. Ahora mismo, salgo pitando porque he quedado con
un médico de noventa años que se cree que el descubrimiento de la penicilina sigue siendo
noticia. Va a ponerme al corriente de las últimas técnicas.
Escríbeme cuando tengas tiempo.
Besos. Mary Ann
Holly dobló la carta, sonriendo. Mary Ann la conocía demasiado bien. Estiró las
piernas sobre la tumbona y cerró los ojos, dejando que le diera el sol por completo.
Ya contestaría la carta por la noche. También tenía que escribir a sus padres.
¡Y a James! No le había escrito desde que había llegado a Michigan, hacía ya un
mes. Mary Ann le había mandado una carta suya hacía ya dos semanas y, allí seguía,
produciéndole un auténtico remordimiento cada vez que la veía. Cuando pensaba en
James, sus pensamientos saltaban inevitablemente hacia Mac. Ambos se habían
convertido para ella en algo intrínsecamente inseparable. El pensar en uno le llevaba
al otro. Una parte de ella le decía que tenía que prevenir a su hermano, hacerle saber
que podía estar en peligro, pero sus dedos se negaban siempre a marcar el teléfono.
¿Qué podía decirle? Realmente, no sabía nada. Mac le había dicho que estaban
tratando de probar si era culpable o inocente, pero no sabía de qué se le acusaba.
Y, aunque odiaba admitirlo, había una pequeña parte de ella que le decía que
contarle a su hermano lo poco que sabía, sería una traición hacia Mac.
Conscientemente, insistió en que no le debía ninguna lealtad a Mac, pero el conflicto
la impedía hacer nada. Dejó la carta de Mary Ann sobre el brazo de la tumbona. No
podía dejarlo por más tiempo. Si no prevenía a James y caía en alguna trampa, ella
no se lo perdonaría nunca.
Si Holly había esperado que la conferencia con su hermano contestaría a todas
sus preguntas, se equivocó. Al principio, James pareció aturdido, luego furioso y,
luego, extrañamente precavido. Ella le agradeció que él no le preguntara nada acerca
de sus fuentes de información, pero le preocupaba la reacción de su hermano.
Colgó el teléfono, sintiéndose peor que nunca. James estaba ocultando algo.
Pudo darse cuenta de la reserva que había en su voz. Le había preguntado por qué
estaba en Michigan cuando le había dicho antes que iba a pasar el verano en
California, y ella había murmurado una excusa como que estaba cuidándole la casa a
una amiga. Él aceptó eso sin preguntarle nada más, lo cual no iba con su carácter.
Siendo casi seis años mayor que ella, se había hecho a la idea de que tenía todo el
derecho a conocer su vida al detalle. Se frotó los brazos mientras se dirigía hacia el
jardín. Estaba atardeciendo, y podía oír cómo los grillos empezaban con sus cantos
nocturnos. El aire estaba en calma, y sólo una leve brisa movía las hojas de un árbol
cercano. Holly sintió frío a pesar de que llevaba un fino jersey.
¿Y si James era culpable del delito que Mac estaba investigando? Trató de
apartar de su mente ese pensamiento, pero éste se negó a desaparecer. No podía
negar que su querido hermano mayor era capaz de muchas cosas, pero no podía
creer que pudiera hacer nada ilegal. Aunque se viese tentado, seguramente no
arriesgaría su carrera.
Un mes más tarde, Holly seguía sin tener una respuesta. Dos meses en
Michigan no le habían dado la paz mental que buscaba. A mediados de agosto,
estaba intranquila y tenía los nervios de punta; y, a finales de mes, se sintió sola y
desesperada. Se abalanzó sobre las cartas de Mary Ann, leyéndolas una y otra vez.
Pero por lo que más se moría era por tener noticias de Mac. El problema estaba en
que le había hecho prometer a Mary Ann que no mencionaría su nombre. No había
querido saber si él había ido a buscarla. Así que volvió a leer las cartas, tratando de
leer entre líneas.
Cuando dejó Los Ángeles tuvo toda la intención de olvidar a MacKenzie
Donahue. Le borraría de su mente como si no hubiera existido nunca, y esperó que
todo el dolor se iría con él. Dos meses más tarde, tenía que admitir que nada había
sucedido así.
Abrió el frigorífico y vio lo que había allí. Tenía que comer algo, aunque sólo
fuera por su hijo. Sacó un paquete de jamón y otro de queso en lonchas.
Holly se puso las manos sobre el ya abultado vientre y se puso a soñar. ¿Sería
niño o niña? Su hijo sería una pequeña niña con el mismo óvalo de cara de ella, con
los ojos de Mac o, un niño con la barbilla de él y sus brillantes ojos. Era divertido,
estaba segura de que su hijo iba a heredar los ojos de Mac.
Se hizo el sándwich con pan integral y se sirvió un enorme vaso de leche. ¿Qué
diría Mac si pudiera verla en ese momento? ¿Le gustaría lo del niño? Le dio un
mordisco al sándwich que le supo a serrín, y se obligó a darle otro más.
En aquellos dos meses su rabia y su tristeza se habían suavizado bastante. Le
seguía doliendo el pensar que él la había utilizado, pero algunas de las cosas que él le
había dicho durante esa horrible tarde se habían quedado grabadas en su mente. Si
James estaba siendo investigado por el FBI., era lógico que encargaran a alguien que
averiguara lo que sabía ella. Si no hubiera sido Mac, le habría tocado otro.
¿Había sido mejor o peor que fuera Mac el que se encargara del asunto? De
repente, se acordó del rostro de Mac y supo que él no había hecho lo que hizo sin
pagar por ello un alto precio.
Holly se puso en pie y se puso a fregar los platos. El problema estaba en que
seguía enamorada de él. Hizo una mueca de dolor al recordar su cara cuando le dijo
que le había utilizado para quedarse embarazada. Le había hecho mucho daño con
eso.
Abandonó la cocina y subió las escaleras lenta y pesadamente. El ir a Michigan
había sido una reacción infantil. Se había pasado dos meses dándole vueltas a la
enorme casona, y no había tenido otra cosa que hacer más que pensar.
De alguna manera, le había venido muy bien. Se había distanciado de todo;
distancia que le había permitido ver que no había sido sólo Mac el que había
cometido errores. Tenía que haberle hablado de la posibilidad de quedarse
embarazada. Lo que pensaba de no preocuparle, no había sido más que una manera
por su parte de eludir la responsabilidad que le tocaba por sus acciones. Se desnudó
y se metió en la cama. Se quedó mirando al oscuro techo y se tragó con esfuerzo lo
que le quedaba del sándwich. Cuando se encontró aquellos papeles había tenido
todo el derecho del mundo para enfadarse; pero había sido su propio sentido de
culpa lo que la había hecho reaccionar tan violentamente. Podía haberle pedido una
explicación racional en vez de estallar y decirle cosas que nunca debía de haberle
dicho.
La verdad era que amaba a Mac. Podía odiar su profesión y lo que tenía que
hacer por esa causa, pero seguía amándole. Se secó las lágrimas con el dorso de la
mano. Se sentía tan sola…
Se durmió llorando y, a la mañana siguiente, se despertó con los ojos ardiendo,
le dolía la cabeza, y estaba completamente disgustada consigo misma. Se estaba
comportando como una adolescente, divagando y llorando cuando debería de estar
analizando su vida.
Una larga ducha le vino muy bien para el cuerpo; pero siguió doliéndole la
cabeza. Se preparó un desayuno caliente y se comió hasta el último bocado antes de
prepararse un zumo de naranja e ir a sentarse al patio. Un olmo enorme le daba
sombra, filtrando los rayos del sol. Respiró profundamente y se obligó a ponerse
recta. Había perdido a Mac, de eso estaba segura. La última vez que la miró, su
mirada contenía algo muy cercano al odio. Y no podía culparle por ello. No
importaba lo justificado de su furia, las cosas que le había dicho habían sido
verdaderamente crueles. La había utilizado; pero, no había sido por su propia
elección.
De acuerdo, había contado las pérdidas; ya era hora de ver el lado positivo. Se
puso la mano en el vientre y sintió que la embargaba la paz. Llevaba un hijo en su
seno; un hijo de Mac. Dentro de pocos meses, tendría un niño que forjaría un lazo
irrompible con Mac, aunque él no lo supiera.
Holly sonrió, absorbiendo el placer que le producía ese pensamiento. Nunca
podría pensar que su relación con Mac era una pérdida cuando le había dejado un
regalo tan preciado. Mac era ya parte del pasado.
Afrontando esa decisión, Holly se encontró a la siguiente semana, si no feliz,
por lo menos no desgraciada. Empezó a pensar en el futuro, evitando pensar en el
pasado con determinación. Tenía que preparar el nuevo año escolar que iba a
empezar al cabo de dos semanas y tenía que calcular cuándo iba a tener que pedir la
baja de maternidad.
Económicamente el panorama estaba mejor que en el aspecto personal. Tenía
ahorrados un par de miles de dólares, un dinero que le había dejado su abuelo y que
ella había dejado para casos de emergencia.
Ningún futuro podía parecerle maravilloso sin Mac, pero una vez que naciera el
niño, a lo mejor no echaba en falta tanto al padre. Si eso se lo repetía a menudo,
terminaría por creérselo.
Habiendo tomado tantas y tan firmes decisiones, Holly se quedó
completamente pasmada cuando, una tarde, abrió la puerta y se encontró a Mac al
otro lado, con expresión torva. Lo único que pudo hacer ella fue agarrarse a la puerta
y mirarle fijamente. Tenía tantas preguntas que hacerle que no le salió ninguna. Todo
lo que pudo hacer fue pronunciar su nombre.
—¡Mac!
Capítulo Diez
Holly se había pasado demasiado tiempo pensando en el hecho de que no iba a
volver a ver a Mac, tanto que no se creyó realmente su presencia. Le miró de arriba
abajo; debía de estar alucinado. No recordaba que el doctor Grant le hubiera dicho
que el delirio fuera un síntoma del embarazo, pero aquélla era la única explicación
posible.
—Tenemos que hablar. ¿Puedo entrar?
Ella sólo pudo apoyarse en la puerta y quedarse mirándole fijamente.
—¿Holly? ¿Estás bien?
Ella sacudió la cabeza, tratando de despertar alguno de sus sentidos.
—Estoy bien. Entra. Es una sorpresa el verte. ¿Cómo has sabido dónde
encontrarme? —le contestó ella secamente, aclarándose la garganta y dejándole
entrar.
Él la siguió al interior del recibidor, paseando la mirada por las hermosas
antigüedades que había por allí, antes de fijarse en ella.
—He sabido siempre dónde estabas.
—Oh.
Parecía no haber demasiado que decir después de eso. Holly le recorrió con una
mirada ansiosa desde la punta de los pies, pasando por los desgastados vaqueros,
hasta la camiseta oscura que le moldeaba los músculos del pecho y los hombros. Su
rostro le pareció más viejo de lo que ella recordaba. Había algunas arrugas nuevas en
su frente y otras le enmarcaban la boca. Estaba muy moreno y el vivido azul de sus
ojos contrastaba con el cálido color tostado de su piel.
Holly se dio cuenta de que él la estaba estudiando con el mismo interés que ella
a él, y se puso la mano instintivamente en el leve abombamiento que se disimulaba
bajo la ropa de pre-mamá. Los ojos de él se oscurecieron ante ese gesto, antes de
levantarlos hacia ella.
—Conseguiste lo que querías. Estás embarazada. ¿Es mío?
Ella respiró profundamente para calmar su dolor. La fría indiferencia de su voz
fue tan hiriente como la pregunta.
—¡Por supuesto que es tuyo! —le contestó ella, indignada.
—Bueno, estabas tan malditamente empeñada en tener un hijo. ¿Cómo iba yo a
saber que no habías encontrado a algún otro que te diera lo que querías?
—Creo que me has dicho que sabías dónde estaba.
Él se encogió de hombros.
—Sabía dónde estabas; lo que no sabía es todo lo que has hecho. Y tú me dijiste
que no estabas embarazada.
La frase era clara, pero Holly se sintió exactamente como si le hubieran dado un
puñetazo en la boca del estómago.
—¿Qué?
—Te vas a casar conmigo. Tengo unas reservas para el vuelo de esta tarde.
Vamos a ir a Las Vegas y nos casaremos allí.
—¿Te has vuelto loco? —le preguntó ella incrédulamente—. No puedes
aparecer aquí de repente y anunciar que vamos a casarnos.
No había nada de calidez en sus ojos azules. Eran fríos y duros.
—No estoy ni loco ni de broma. Llevas a mi hijo y vas a casarte conmigo.
—No puedes aparecer y empezar a darme órdenes —le dijo ella, echando
chispas de sorpresa e indignación.
—No voy a discutir contigo, Holly. Te vas a venir conmigo, aunque te tenga
que sacar a rastras de aquí.
Holly se dejó caer en el sillón y se le quedó mirando con incredulidad. Ése no
era el apacible hombre del que ella se había enamorado.
—¿Me estás coaccionando?
Mac gesticuló impaciente.
—No te haría daño. No tendría por qué hacerlo. Puedo sacarte de aquí sin
hacerte ni un sólo cardenal. Pero preferiría que no me obligaras a ello. Sería mejor si
empezáramos nuestro matrimonio de una forma más amigable.
—¡Más amigable! ¡Dios mío! No pides demasiado, ¿verdad? Apareces aquí y
anuncias fríamente que te vas a casar conmigo y que, si no estoy de acuerdo, vas a
usar la fuerza bruta para lograrlo. ¿Y luego hablas de empezar nuestro matrimonio
de una forma más amigable? —le espetó Holly con voz incrédula—. Estás loco.
—Llevas a mi hijo, Holly —le contestó él, furioso.
Ella se dio cuenta de que su calma exterior era falsa.
—Me has utilizado para quedarte embarazada y creo que tengo derecho a
opinar acerca del futuro de mi hijo. Vas a casarte conmigo.
—Aunque me obligaras a ir contigo, ¿de qué va a servir? No me puedes obligar
a que diga «sí, quiero» cuando estemos en Las Vegas.
—Estarás de acuerdo. Tu propia conciencia te obligará a decirlo. Me debes este
hijo.
La palidez del rostro de Holly pareció tocarle la fibra sensible a él. Apoyó una
rodilla en el suelo frente a ella, pero no hizo nada por tocarla.
—No quiero hacerte daño, Holly. Es mi hijo. Lograste lo que querías de nuestra
relación, y todo lo que yo quiero es tener derecho a mi hijo. No estoy pensando en
que nada vaya a terminar una vez que el niño nazca. Yo voy a hacer todo lo posible
porque nuestro matrimonio salga adelante. No te voy a poner ninguna condición,
pero quiero que el niño tenga un padre.
Holly le miró a los ojos, tratando de ver en sus facciones lo que no podía oír en
sus palabras. Le estaba diciendo que quería al niño. ¿La querría a ella también? ¿O no
sería más que un vehículo que le diera acceso a su hijo? ¿La había amado alguna vez?
Él no lo había dicho nunca… excepto cuando se dio cuenta de que podía perderla,
pero muchas veces ella había visto la emoción en sus ojos. ¿O simplemente se lo
había imaginado?
Mac se había arrodillado ante ella, sin decir nada, dejando que estudiara sus
palabras. Su aparente calma era muy superficial. En su interior, estaba tan
confundido que casi se había mareado. Le había costado casi dos meses decidir que
no tenía otra alternativa que la de ir tras ella. Casi dos angustiosos meses, durante los
cuales no había hecho otra cosa que destruir su buena hoja de servicios en la
Agencia. A instancias suyas, había sido retirado inmediatamente del caso Reynolds.
No sólo su blanco principal, Holly, había desaparecido, sino que ni siquiera podía
tratar de mantener por más tiempo la necesaria distancia profesional. Ken se había
tomado tan en serio su personaje de Reginald C. Naveroff, coleccionista de arte de
moral dudosa, que había adoptado por completo su personalidad.
A Mac le habían dado dos semanas de vacaciones y, luego, le habían destinado
a un despacho; el único consuelo que había tenido fue cuando le llamaron para
echarle una mano a Ken. Comprendió y apreció el razonamiento de Daniels. Todavía
le quedaba el mínimo de sentido común necesario para darse cuenta de que no
estaba en condiciones de actuar como agente. Pero el papeleo le dejaba demasiado
tiempo para pensar. Y pensar era precisamente lo último que quería hacer.
En poco tiempo, Holly se las había arreglado para destruir la impenetrable
coraza que se había creado a su alrededor desde lo de Vietnam. Había sobrevivido a
la jungla del Sudeste Asiático y a las de asalto de Los Ángeles, no dejando que nada
le tocara demasiado de cerca.
Después de que Holly le abandonara, se dio cuenta de que no era capaz de
hacer nada. Las pesadillas alteraban su sueño. Soñaba con Holly llevando en brazos
un niño en medio de la jungla, angustiada y gritando su nombre. Nunca llegaba a
estar lo suficientemente cerca como para tocarla; ella desaparecía justo cuando iba a
hacerlo, para volver a aparecer en cualquier otro sitio, llamándole y enseñándole el
niño. El ciclo se podía repetir hasta que se despertaba, sudoroso y exhausto.
Ken había aparecido un par de semanas después de que Holly desapareciera;
estaba preocupado porque Mac había fallado a dos citas. Ken hizo bien en no tener
en cuenta la reacción del hombre despeinado y sin afeitar que le recibió diciéndole
que se largara. Había sido Ken el que le había obligado a centrarse.
Mac empezó a pensar en que podía sobrevivir a eso. Si lo había logrado con
todo lo demás, podría arreglárselas con aquello. Entonces, empezó a preguntarse qué
había pasado. Cuando más pensaba, encontraba más duro el aceptar la idea de que
Holly le había utilizado fríamente para ser el padre de su hijo.
Ella había sufrido cuando descubrió que él estaba investigando a su hermano.
No podía culparla por eso. ¿Y si lo único que había querido instintivamente era
herirle como él lo había hecho con ella? Holly no tenía forma de saber lo efectiva que
había sido su venganza.
Cuanto más pensaba en ello, más sentido le veía. Se sintió como si le hubieran
quitado un peso de encima.
Había buscado su dirección actual con el ordenador, y se había encontrado con
que el «sujeto» había estado visitando regularmente a un ginecólogo. En ese
momento, las palabras bailaron ante sus ojos. No le había mentido; realmente le
había utilizado. Una tremenda rabia, como nunca antes había sentido, había crecido
en su interior. No iba a perder ese niño.
Mac volvió al presente cuando ella habló.
—Dices que quieres casarte conmigo porque quieres que el niño lleve tu
nombre; pero hay algo más en un matrimonio que simplemente ser padre. Y si en el
resto de la relación lo que hay es hostilidad, eso no va a aportarle un hogar muy
estable a ningún niño —le dijo ella mirándole y, luego, pasando la mirada a su
regazo.
—Ya te he dicho que quiero que este matrimonio vaya bien. Nos llevábamos
muy bien hasta que descubriste lo que hago para vivir.
—¡Querrás decir antes de que descubriera que estabas investigando a mi
hermano!
Él se encogió de hombros y le dijo:
—Lo que sea. No veo porque no podemos volver a llevarnos bien. Vivo
razonablemente bien; me paso mucho tiempo fuera de casa y podría lograr pasar
mucho más; pero no te puedo prometer que lo haga cuando el niño nazca, Holly —le
dijo él, poniéndose en pie y dándole la espalda—. Quiero ese niño tanto como tú y
voy a querer pasar el tiempo con él o ella. Quién sabe, teniendo en cuenta mi trabajo,
es posible que no estemos suficiente tiempo juntos como para que nos volvamos
locos el uno al otro. Si te sirve de consuelo, ya no estoy trabajando en el caso de tu
hermano. Me había involucrado demasiado personalmente en él. Perdí mi
objetividad.
—¿Por qué le están investigando?
—No te lo puedo decir. No es sospechoso de asesinato, y esto es todo lo que te
voy a decir —le dijo Mac, gesticulando y dando vueltas alrededor del sillón donde
estaba sentada ella mientras la miraba fijamente—. No quiero hablar de tu hermano.
Quiero saber lo que decides. Podemos hacer que salga bien, Holly. Di que sí.
Ella apartó la mirada de su rostro serio, pasándose la mano inconscientemente
por el vientre, mientras trataba de pensar claramente. Ya le había preocupado el
vacío que representaría en la vida del niño el ser hijo de madre soltera. Mac no
solamente le estaba ofreciendo un nombre, sino también ser un verdadero padre para
el niño. Sería un buen padre, de eso estaba segura.
Pero había más cosas a tener en cuenta que el niño. ¿Podría vivir con Mac sin
saber lo que sentía por ella? ¿Podría soportarlo, si llegaba el día que tuviera que
aceptar el hecho de que él no la querría nunca como ella le quería a él? Por otro lado,
él había dicho que iba a intentar que el matrimonio saliera bien. ¿Podía darle la
espalda a la posibilidad de que, una vez casados, pudieran superar todos los
obstáculos que había entre ellos y desarrollar una relación lo suficientemente fuerte?
¿Verdaderamente, qué era lo que había que discutir? Era una elección entre
nada y la posibilidad de tenerlo todo. Tenía que aprovechar esa oportunidad.
Levantó la cabeza y sonrió desmayadamente, luchando por controlar el temblor
de sus labios.
—De acuerdo. Acepto tu propuesta.
Holly se dio vueltas al estrecho anillo de oro en el dedo y se apoyó en la pared
cerca de la ventana. Llevaba casada menos de una hora, y Mac ya había desaparecido
para llamar por teléfono. Supuso que iba a tener que acostumbrarse a esas cosas;
después de todo, su marido no tenía un trabajo muy corriente.
«Marido», pensó ella y luego la dijo en voz alta una o dos veces, tratando de
que le pareciera real. Le temblaron los labios levemente. Le iba a parecer real cuando
Mac estuviera allí, abrazándola y haciendo que se lo pareciera. La había metido en un
avión sin darle tiempo siquiera a hacer el equipaje, y ella había pensado que era la
segunda vez en dos meses que había abandonado un sitio dejándolo todo atrás.
La ceremonia en la capilla había sido breve y formal. Diciendo sus votos con
voz temblorosa y oyendo a Mac repetirlos con ronca voz, Holly se sintió segura de
haber tomado la decisión correcta.
Una seca llamada en la puerta de la habitación del hotel hizo que se apartara de
la ventana y cruzara la habitación.
—¿Quién es?
Era demasiado tarde para que fuera el servicio de habitaciones.
—Soy Mac.
Holly arqueó las cejas, sorprendida y, luego, las frunció. Él tenía una llave de la
habitación; ¿por qué habría llamado? ¿O era que se estaba pasando de considerado?
Le abrió la puerta.
Él entró en la habitación y se apoyó en la puerta, mirándola mientras ella se
dirigía hacia el espejo y tomaba un cepillo. Empezó a peinarse nerviosa.
—He venido para ver si tienes todo lo que necesitas.
No le dijo nada de la llamada de teléfono, y ella sabía que lo mejor que podía
hacer era no preguntarle. Comprendió sus palabras cuando se dio cuenta de que él
ya estaba agarrando el picaporte. No había tenido tiempo de pensar en cómo iban a
dormir; pero había asumido que compartirían la habitación como cualquier otra
pareja. A pesar de los problemas que había entre ellos, quería que su matrimonio
fuera real. ¿Cómo iba a esperar que les fuera bien si, ni siquiera, podían comunicarse
a ese nivel fundamental? Holly le miró y le dijo:
—¿Dónde vas?
Él se aclaró la voz.
—He cogido una habitación en el piso de arriba.
—Pero, yo pensé… quiero decir. ¿Es que no…? —le dijo ella tartamudeando—.
Bueno, no importa. Buenas noches, Mac.
Él dudó con la mano en el picaporte. Debía dejarlo así, se dijo a sí mismo. ¿Para
qué buscarse problemas? No quería quedarse, ¿no era así? Pero parecía tan herida…
—Holly, yo… —le dijo él, soltando el picaporte y pasándose la mano por el
pelo—. Ya es suficiente con que hayas estado de acuerdo en casarte conmigo. Te he
obligado a hacerlo; pero no voy a dar por hecho que esto me dé derecho a meterme
en la cama contigo. Tampoco soy un monstruo.
—No pensaría que fueras un monstruo.
Por un momento, el corazón de Mac dejó de latir y, cuando volvió a empezar lo
hizo tan lenta y pesadamente, que casi le sofocó. No la deseaba, eso lo había
destruido utilizándole. Posiblemente, no podría volver a desearla.
¡Y un cuerno que no podía! Mac cruzó la habitación y se acercó a ella. Levantó
las manos y se las puso sobre los hombros. Por un momento, Holly se quedó sin
hacer nada y, luego, suspirando, se apoyó en su pecho. Ella sintió su respiración en el
pelo y, luego, sus labios le rozaron la sien con el más liviano de los besos. —Holly, no
tienes que hacer esto.
Las manos de Mac permitieron que ella se pudiera dar media vuelta y cayera en
sus brazos. Le pasó las manos por la nuca, haciendo que levantara el rostro y le
mirara. La mirada de deseo que vio en sus ojos fue su ruina. Con un suspiro de
rendición, le pasó un brazo bajo las rodillas y la llevó en brazos a la cama.
No dejó de mirarla a la cara mientras se desnudaba. Holly sintió un escalofrío
de anticipación en el vientre cuando él se quitó la camisa y pudo verle el pecho
desnudo. De repente, le pareció como si hubieran pasado años desde que él la había
tocado.
Cerró los ojos cuando él se tumbó desnudo en la cama y el colchón se hundió
bajo su peso. La desnudó lentamente, sus dedos le rozaron apenas el cuerpo; su
contacto era casi impersonal. Pero el temblor de sus manos y el hecho de que él
contuviera la respiración, le decían a ella que era cualquier cosa, menos impersonal.
Se quedó mirándola durante un largo y silencioso momento. La expresión de sus ojos
estaba oculta por sus espesas pestañas. Dudosa acerca de lo que significaba su
silencio, ella se pasó las manos por la suave curva de su vientre. ¿Le repugnaría su
aspecto? Él le tomó las manos y las apartó.
—No, no te escondas de mí. Es tan bonito… —le dijo Mac, poniendo su mano
sobre su vientre y ella se quedó sorprendida al ver el brillo de las lágrimas en sus
ojos antes de que él apartara la mirada para que no se las viera.
Mac se agachó para depositar un tierno beso sobre su abultado vientre, y luego
apoyó el rostro sobre su piel sedosa.
Gradualmente, el cariño se convirtió en deseo y, la suave presión de sus labios
sobre su estómago desembocó en un contacto más exigente de esa boca sobre sus
pechos. A pesar de los problemas que quedaban por resolver entre ellos, físicamente
seguían llevándose bien.
Capítulo Once
Un Ferrari plateado estaba aparcado en la calle y Ken estaba apoyado
desganadamente en uno de sus costados. Mac murmuró una maldición en voz baja.
Aquéllas eran las primeras palabras que pronunciara desde que saliera de Las Vegas.
—¿Va algo mal?
Mac la miró y ella se preguntó si él se habría olvidado de su presencia.
—No lo sé. Espera aquí un minuto, ¿te importa?
Abrió la puerta y salió del coche sin esperar su contestación.
Holly suspiró levemente y recordó que no se había hecho Roma en un día. No
podía esperar establecer una maravillosa relación con Mac sin darle algo de tiempo.
La noche anterior había sido preciosa, mucho más de lo que habría esperado de
su noche de bodas, teniendo en cuenta las extrañas circunstancias de su matrimonio.
Mac había sido cariñoso y encantador y, por un momento, ella había sido capaz de
pensar que todo iba bien, que no había mentiras, ni secretos entre ellos. Se había
imaginado que las últimas semanas no habían existido nunca.
No se esperaba que esa euforia durara, pero tampoco se había imaginado que
despertaría al lado de un completo extraño. Mac fue educado, pero frío. «Dale
tiempo. No esperes que todo se solucione como por arte de magia. Hay mucho daño
por ambas partes». Ella seguía tratando de superar su propio dolor, y tenía que
permitirle ese mismo privilegio.
Mac se acercó cautamente a Ken y le preguntó:
—¿Algún problema?
Ken asintió.
—Reggie ha sido invitado a un pequeño crucero en barco y se va a llevar con él
a su asesor financiero. Salimos dentro de dos horas. Estuvo bien que me llamaras
anoche para hacerme saber cuándo estarías de regreso. Me las he arreglado para
aplazar el crucero un par de horas —mirando al coche de Mac—. A Daniels no le ha
gustado mucho este viaje inesperado tuyo.
—Daniels va a tener que acostumbrarse a esto. Holly está embarazada.
—Ya lo sé.
Mac le miró con ojos chispeantes.
—¿Lo sabías?
—Antes de que me pegues, te diré que me enteré ayer mismo. Cuando
desapareciste comprobé los informes, y no me fue difícil sacar conclusiones. Te
precipitas un poco, ¿no compañero?
—Creo que ahora mismo estoy un poco desequilibrado —le dijo y, luego,
mirando hacia el coche donde estaba Holly continuó—. Escucha, voy a hacer el
equipaje. ¿Por qué no vas a ayudar a Holly?
Antes de que Ken le pudiera contestar, desapareció.
Sabía que era una cobardía, pero le venía muy bien el tener la oportunidad de
desaparecer unos días. Necesitaba algún tiempo para centrarse. Como le había dicho
Ken, estaba siendo un poco impulsivo últimamente. Estar tan cerca de sus límites no
era bueno; un agente tenía que saber controlarse a sí mismo. Era con lo único que
podía contar.
Holly sonrió a Ken cuando le abrió la puerta del coche y le ofreció la mano para
ayudarla a salir.
—Hola, Holly, ¿cómo estás?
Tanto su mirada como sus palabras eran completamente frías. Holly sintió que
se le saltaban las lágrimas. Empezaba a sentirse como si el mundo entero estuviera en
contra de ella.
—Creo que ésta es la primera vez que me llamas por mi nombre. Me había
acostumbrado a que me llamaras «chica».
Ken tomó del maletero las dos pequeñas bolsas de Holly, y luego cerró la
puerta del coche.
—Las cosas cambian, y también la gente.
Él había empezado a andar, dándole la espalda, pero ella le alcanzó y le tomó
del brazo. Ken se puso tenso y ella tuvo miedo de que él la apartara y se fuera pero,
tras un largo y tenso momento, Ken le dirigió una mirada extrañamente dura.
—Yo no he cambiado, Ken.
—¿No? Bueno, a lo mejor yo sí.
—¿Por qué estás tan enfadado? Lo que pasó fue entre Mac y yo; no tiene nada
que ver contigo.
Holly no sabía la razón por la que se estaba preocupando; estaba claro que él le
guardaba algún tipo de rencor. Era normal que estuviera de parte de Mac; como
compañero de Mac, también debía de estar espiando a su hermano. Un arrebato de
angustia ya familiar hizo que se le tensaran los músculos de la espalda cuando pensó
en que estaban investigando a James.
—No importa. Tú también has intentado atrapar a mi hermano. No sé por qué
iba a esperar otra cosa. Ken soltó una de las bolsas, y esta vez fue él el que la tomó
del brazo.
—Esto no tiene nada que ver con tu hermano, chica.
—¡Tiene todo que ver con James! ¡Es por lo que empezó todo este lío! ¡Vosotros
dos habéis estado intentando que yo os diera información para usarla contra él.
—Lo que empezó todo este lío fue que no tuviste el necesario sentido común,
chica. Si tuvieras la mitad de seso del que dices tener, no habrías estado nunca en ese
Sin embargo, Mary Ann, como siempre, no se dio por satisfecha con la llamada
y apareció en la casa de Mac una hora después de haber hablado con ella.
—Así que explícame cómo has acabado por casarte con Mac. Cuando le dejaste
hace un par de meses, dijiste que era un ser despreciable y creo que era una de las
mejores cosas que dijiste de él.
—Estaba muy alterada.
Mary Ann la miró incrédulamente y le dijo:
—Es una buena explicación. ¿Y qué ha pasado para que ya no lo estés?
—He tenido tiempo para pensar en ello y me he dado cuenta de que, quizás, lo
que Mac hizo no fue completamente culpa suya. A lo mejor he sido un poco
demasiado dura con él.
Mary Ann movió pensativamente la cucharilla en la taza de té.
—Mac no es policía, ¿verdad?
—No exactamente.
—Ya me lo imaginaba. Te andabas con tantos misterios acerca de cómo habías
pasado de amarle a odiarle que me puse a pensar en ello. ¿Tenía algo que ver con su
trabajo?
—Sí, pero no puedo hablar de ello. Ni siquiera contigo.
—No pensaba preguntártelo. Pero me gustaría saber por qué os casasteis con
esas prisas. Lo último que sabía era que ibas a criar sola a tu hijo y que ni siquiera se
lo ibas a decir.
Holly sonrió y le contestó:
—Yo no dije eso nunca; ni siquiera en los momentos peores. Si te digo la
verdad, todavía no me siento completamente casada. Mac apareció como surgido de
la nada y me informó de que iba a casarme con él o que si no me raptaría.
—¿Cómo? ¿Estás de broma?
—Te juro que así fue.
—¿Y dejaste que se saliera con la suya?
—Creo que me alegró el tener una excusa. Gloria Steinem probablemente me
echaría de las filas del feminismo por decir esto. Pero casi fue un alivio que me dijera
lo que tenía que hacer. Estaba tan confundida… Le amo y, por orgullo, no quería
perdonarle. Realmente, no estoy segura de haberle perdonado por completo.
—¿No crees que te estás buscando problemas? El matrimonio, en el mejor de los
casos, no es una salida fácil, y tú estás empezando el tuyo con mal pie.
—A lo mejor no sale bien, pero tengo que intentarlo.
Mary Ann sacudió la cabeza y levantó la taza a modo de brindis.
—Bueno, ya está hecho; espero que te salga bien.
Holly hizo chocar su taza con la de su amiga.
—Sí tú lo dices…
No estaba convencida, pero a Holly no se le ocurría nada más que decir, por lo
que dejó el tema.
Entre lo de establecerse en una nueva casa y prepararse para el nuevo curso,
Holly se dio cuenta de que tenía muy poco tiempo para preocuparse por el futuro.
Mac llevaba ya diez días fuera y Holly empezó a dudar de que estuviera casada
realmente con él.
Se acordaba de su último beso. No importaba lo frío que él pareciera, en ese
beso había existido una pasión real; pasión y deseo. Siempre que empezaba a
preocuparse por si todo había sido un error, ella se acordaba de ese beso y las
emociones que le revelaban.
Por lo menos podría haberla llamado, pensó mientras se metía en la cama. El
día siguiente sería el onceavo día desde que se marchó. ¿Y si le había pasado algo y
nadie se lo había dicho?
Holly amontonó las almohadas y apoyó la cabeza en ellas. A decir verdad,
suponía que a él no le resultaría muy fácil el ponerse en contacto con ella. Tenía que
recordar que él no tenía un trabajo normal y corriente. ¿Pero quién hablaba de
verdades? Ella estaba sola y preocupada en casa y quería tener allí a Mac, a salvo.
La habitación estaba a oscuras cuando se despertó. La pálida luz de la luna la
iluminaba levemente. Buscó en la oscuridad con la mirada, tratando de adivinar qué
era lo que la había despertado. El ruido de las monedas en el bolsillo de un pantalón
y el suave sonido de un pantalón cayendo al suelo le respondió. Se dio media vuelta
y exclamó: —¿Mac?
Pudo adivinar su perfil al otro lado de la cama. Se quedó como helado durante
un momento; luego, puso el reloj sobre la mesilla de noche y se volvió hacia ella.
—No quería despertarte. Es tarde; vuelve a dormirte.
Sus ojos ya se estaban acostumbrando a la oscuridad y pudo ver que él estaba
desnudo.
—Ya sé que es tarde. Mañana iba a ser el onceavo día. Estaba empezando a
preocuparme.
Él se metió bajo las mantas.
—Lo siento. Si hubiera tardado más, habría intentado hacértelo saber; pero no
siempre voy a poder hacerlo.
—Ya lo sé, pero, no puedo evitar preocuparme. Te echaba de menos —
murmuró ella.
Mac se quedó quieto durante un momento y, luego, le pasó el brazo bajo el
cuello y la atrajo hacia sí, para que apoyara su cabeza sobre el hombro.
—Encontré a alguien para que me mandara mis cosas de Michigan —le dijo
ella, jugando con el vello de su pecho, disfrutando del fuerte latir de su corazón
contra su mano.
Capítulo Doce
«Es difícil el llevar un matrimonio cuando no ves nunca a tu marido», pensó
Holly amargamente, un mes después de que ella y Mac se hubieran casado. No, eso
no era cierto. No podía decir que no viera nunca a Mac. Pasaba mucho tiempo en la
casa, pero estaba físicamente, no mentalmente; era como vivir con un extraño.
El único sitio de la casa en el que él se quitaba la máscara de frialdad era en el
dormitorio. Allí, en la intimidad, volvía a ser de nuevo el amante que ella había
conocido antes de que descubriera quién era realmente. Pero incluso esos preciosos
momentos no eran del todo perfectos.
Una y otra vez se decía a sí misma que tenía que darle tiempo al tiempo; lo que
necesitaba realmente era sentarse a hablar.
Había estado retrasando esa charla, diciéndose a sí misma que estaba
demasiado ocupada por el comienzo del nuevo curso como para preocuparse de eso,
pero ya llevaba seis semanas dando clases y seguía sin hacer nada por hablar con él.
Cuando Mac llegó a casa esa tarde, ella estaba en la cocina. Holly estaba de
espaldas y no se dio cuenta de su llegada; tenía la música puesta a todo volumen y se
movía por la cocina al compás de lo que estaba sonando. Llevaba unos leotardos
oscuros y una blusa de seda azul que él le había dicho alguna vez que le gustaba.
Mac notó cómo los músculos se le tensaban a causa de un ya familiar deseo, seguido
de una rabia igualmente familiar. ¿Se daría cuenta Holly de lo duro que le resultaba
el estar apartado de ella?
Tendría que mudarse a la habitación de huéspedes; por lo menos, así no tendría
que soportar la tortura que era para él el dormir cerca de ella. Se había jurado una y
otra vez que no iba a hacer el amor con ella.
Pero, después de todo, sabía que seguiría allí, escuchando su tranquila
respiración mientras dormía y odiándose a sí mismo. Su mano se deslizaría sobre el
abultamiento de su cintura y le latiría el corazón con una confusa mezcla de dolor y
placer.
Su hijo. Ella le llevaba en su interior. ¿Cómo no iba a amarla?
En ese momento, la estaba mirando con consideración. Era obvio que se había
esmerado en preparar la velada. La pregunta era: ¿Por qué razón?
Antes de que pudiera seguir pensando, Holly se volvió. Durante un momento,
se quedaron mirándose en silencio. Mac se percató del maquillaje cuidadosamente
aplicado que disimulaba la tensión que había en su mirada. Holly, a su vez, vio las
arrugas de fatiga que le bordeaban la boca, y el corazón le dio un vuelco.
Definitivamente, no parecía una buena noche para ponerse a discutir sobre el futuro
de su relación.
Esa noche estaba más taciturno de lo normal y, finalmente, ella desistió y
disfrutó simplemente del hecho de que él parecía estar disfrutando de la comida. A
lo mejor, ese viejo dicho de las abuelas era cierto después de todo y el camino más
fácil para llegar al corazón de un hombre pasaba por el estómago.
Después de la cena, él la ayudó a quitar la mesa y a poner los platos en el
lavavajillas. Después se dirigió a su despacho, pero Holly le detuvo.
—¿Mac?
Él se quedó dudando en la puerta y ella temió que la fuera a ignorar. Pero se
dio media vuelta lentamente con el rostro completamente inexpresivo. No dijo nada,
se limitó a mirarla.
—Creo que tenemos que hablar de algunas cosas —le dijo ella fríamente.
—¿No puede esperar?
—No, no puede esperar. Ya lo hemos estado haciendo durante demasiado
tiempo.
Él la estudió en silencio durante un momento y luego, encogiéndose de
hombros, señaló hacia el salón y le dijo:
—Después de ti.
Holly notó el sarcasmo de su tono de voz y, pasando a su lado, se fue a
acomodar en un sillón. Mac se sentó en el sofá, delante de ella. Ahora que había
llegado el momento, Holly se sentía sorprendentemente tranquila.
—Creo que sabes tan bien como yo que no podemos seguir así.
—¿Qué hay de malo en cómo lo estamos llevando?
—No me gusta vivir en un ambiente hostil. Me dijiste que querías que nuestro
matrimonio saliera adelante. Mi idea de un matrimonio que vaya bien no incluye que
uno de los dos pretenda que no existe tal matrimonio.
Él se quedó en silencio y ella continuó.
—¿Por qué te casaste conmigo, si no puedes soportar ni siquiera verme?
—No es tan sencillo como pensaba.
—Las cosas que merecen la pena, a menudo son difíciles. Él no le contestó y ella
no pudo leer nada en sus rasgos. Frustrada, tomó al toro por los cuernos.
—No me has perdonado que te dijera que te había utilizado para quedarme
embarazada, ¿verdad?
Esas palabras hicieron más reacción de lo que ella había esperado.
Él levantó la mirada y le dijo:
—¿Es que esperabas que te perdonara por haberme utilizado? ¿Debería estarte
agradecido encima por ello?
Mac se puso en pie en un arrebato de furia.
Holly reprimió un escalofrío. Él se agachó y se apoyó en los brazos del sillón
donde estaba sentada ella.
—¿Te haces a la idea de cómo me sentí cuando me dijiste eso? Me sentí sucio.
En ese momento, te odié. Sentí como si algo precioso que hubiera entre nosotros se
hubiera extinguido para siempre.
Él se incorporó y le dio la espalda.
—En mi vida había estado tan furioso.
Holly tuvo que aclararse la garganta antes de poder decir nada. Esperó hasta
que él volvió a mirarla antes de contestarle.
—Cuando te dije eso, te estaba mintiendo. Me enfadé tanto cuando encontré
esos informes, que quise hacerte daño y me agarré a lo primero que se me ocurrió.
—Fue una sorprendente coincidencia que te quedaras embarazada de verdad —
murmuró él sarcásticamente.
—Yo ya sabía entonces que estaba embarazada, pero no lo había planeado, Mac.
Te lo juro.
—Entonces, ¿por qué no me cuentas cómo sucedió? Explícame cómo has
llegado a ser la futura madre de mi hijo cuando me habías dicho que estabas
tomando precauciones.
—Fue un malentendido.
—¿Un malentendido? —le espetó él, soltando una carcajada—. Esa es una
excusa interesante. ¿Es que no conoces las leyes de la reproducción? ¿Pensabas que
no te podías quedar embarazada durante esa fase de la luna?
—¡Déjalo! —le dijo ella con voz temblorosa.
Holly no dijo nada más. No tenía ni idea de lo profunda que era la amargura de
Mac.
Mac se tapó la cara con las manos y sacudió la cabeza, como si se despertara de
una pesadilla. Miró a Holly y se dio cuenta de la palidez de su rostro; se sentó de
golpe, apoyando los codos en las rodillas, y volvió a enterrar el rostro en las manos.
Un trémulo silencio cayó sobre la habitación; un silencio que Holly temió romper.
—Lo siento —dijo Mac, levantando la cabeza—. Atacarte no va a resolver nada,
y estás en lo cierto, tenemos que hablar. Explícame lo de ese malentendido.
—La primera noche que hicimos el amor, cuando me preguntaste si utilizaba
algún método anticonceptivo, en realidad no te escuché. Estaba… pensando en otras
cosas. Hasta la mañana siguiente no me di cuenta de lo que había hecho. Ya sé que
suena ridículo; pero es la verdad.
Mac admitió cansadamente.
—Es lo suficientemente ridículo como para creérselo. Pero, aunque te crea,
sigues sin explicarme por qué no me contaste inmediatamente lo que había pasado.
Tenía derecho a saberlo, Holly.
Holly se ruborizó aún más.
—No te lo dije porque me sentía como una idiota. Parecía una cosa tan
estúpida. Y no sólo era por eso. Siempre había querido tener un hijo, Mac. Me han
gustado siempre y tenía miedo de que, quizás, no hubiera sido realmente un
malentendido. Tenía miedo de que lo hubiera hecho deliberadamente. Para serte
sincera, tengo que decirte que no me arrepiento de haberme quedado embarazada.
Me arrepiento de la forma en que sucedió, porque me encanta llevar un hijo tuyo en
mis entrañas.
Los dos se miraron a los ojos y ella continuó.
—Nunca pretendí hacerte daño y me gustaría no haber dicho todo lo que te
dije, pero no me arrepiento de llevar a tu hijo.
—Quiero creerte, Holly. ¿Sabes qué es lo que no puedo aguantar? Que no ibas a
decirme que estabas embarazada.
—Debía habértelo dicho. Ya lo sé. Pero estaba tan dolida y enfadada; y luego,
cuando se me pasó el enfado, no pude reunir el valor necesario como para contártelo.
Mac movió la cabeza con expresión resignada.
—Quizás otro hombre no hubiera reaccionado tan violentamente ante tu
confesión. Metiste el dedo en la llaga, en una llaga que creo que no se ha llegado a
cicatrizar nunca completamente.
Mac bajó la mirada.
—Justo después de graduarme, me apunté a la Infantería de Marina. De
cualquier manera, me habría tocado hacerlo, así que preferí alistarme
voluntariamente, por lo menos me hacía la ilusión de que lo estaba haciendo
libremente. Cuando estaba en la universidad, me enamoré de Diana. Era una chica
de muy buena familia y era muy bonita. La verdad era que nuestros mundos eran
muy distintos. No teníamos absolutamente nada en común, pero aun así nos
enamoramos locamente. Yo creía que ella era perfecta. Sabía que sus padres no iban a
aprobarlo, pero también sabía que significaba para ella más que cualquier otra cosa.
Él se arrellanó en el sofá, mirando al infinito, y Holly no estuvo muy segura de
si él se daría cuenta de que ella seguía allí.
—Diana no quería que me alistara en la Marina, pero, cuando insistí, pareció
aceptarlo. Nos juramos amor eterno y me prometió que iba a casarse conmigo
cuando volviera a casa. Desafortunadamente, apenas había completado mi
entrenamiento básico me mandaron a Vietnam. Apenas tuve tiempo de escribir para
contarle a Diana lo que pasaba. Unas semanas después de que me trasladaran, recibí
una carta suya. Estaba embarazada y me pedía que volviera inmediatamente para
casarme con ella. Su familia era muy conservadora y ella no podía soportar la
humillación de ser una madre soltera. No podía volver a casa, por lo que la escribí
mandándole dinero. Tenía una tía que vivía en Oregón y le dije a Diana que se fuera
para allá, que mi tía cuidaría de ella hasta que yo pudiera volver.
El hizo una pausa, como perdido en sus pensamientos. Holly no dijo nada,
temiendo interrumpirle.
—Eso sucedió diez meses antes de que pudiera volver. Y no volví a recibir
ninguna carta más de Diana. Mi tía Maggie me escribió, contándome que Diana se
había puesto en contacto con ella y le había dicho que se iba a quedar con su familia
en California, pero no me contestó nunca a las cartas que le mandé allí. Tan pronto
como llegué a los Estados Unidos, volé a Los Ángeles y me presenté en casa de sus
padres. Al principio, no quisieron contarme nada, pero, por fin, su madre me dijo
que Diana ya no vivía con ellos y me dio su dirección. Yo sabía que ellos no me
consideraban un buen partido para su hija. Nadie mencionó un niño, así que pensé
que, a lo mejor, le habían puesto un apartamento en algún sitio para que así ninguno
de sus amigos supiera lo del niño. Fui a esa dirección. Era una bonita casa en Palos
Verdes. Aún puedo recordar el olor de las rosas que flanqueaban el camino. No
esperaba que Diana se arrojara a mis brazos. Sabía que iba a estar enfadada por haber
tenido que soportar todo sola; pero pensé que podríamos arreglarlo todo. Después de
todo, nos queríamos. Lo que no me esperaba era el tremendo horror que apareció en
su rostro cuando me vio. No era la casa de algún pariente o amigo. Era su casa, suya
y de su marido. Llevaba casada casi dos meses.
Él no oyó el grito de horror de Holly y continuó.
—Su marido estaba en un viaje de negocios, por lo que era por eso,
probablemente, por lo que a sus padres se les había ocurrido la idea de darme la
dirección. Debieron de pensar que sería la mejor forma de enterarme de que estaba
casada. Desde luego, no sabían nada de lo del niño. De lo contrario, se habrían
preocupado más por mi reacción. Ella me lo explicó todo con mucho cuidado. Había
decidido que no quería casarse con nadie que no fuera de su clase y el niño era una
verdadera complicación. Sus padres no la hubieran perdonado nunca, así que tomó
el dinero que le mandé y se marchó a casa de un primo en Nueva York. El aborto era
entonces todavía difícil de conseguir; así que tuvo al niño, volvió a Los Ángeles y se
casó con el hijo de uno de los socios de su padre.
Mac dejó de hablar y, al cabo de un rato, Holly se atrevió a preguntarle.
—¿Qué pasó con el niño?
—Diana lo dio en adopción. Tengo un hijo que tiene casi trece años y ni siquiera
le reconocería si le viera por la calle.
—¿Has… has tratado de averiguar quién lo adoptó? —le preguntó ella.
—¿Y ofrecerle qué? Tenía que volver a Asia y no sabía si la próxima vez iba a
volver con los pies por delante. No tenía familia. Una cosa era pedirle a mi tía
Maggie que Diana se quedara con ella y otra era pedirle a la anciana que se pusiera a
cuidar a un recién nacido. No tenía ningún dinero ni perspectivas de ganarlo. Así
que me pareció que lo mejor para el niño sería dejar las cosas como estaban. Pero, a
veces, me pregunto si eso ha sido lo mejor. ¡Oh, cielos, cuánta confusión!
¿Qué había hecho? Holly no habría podido encontrar un arma más potente para
herirle.
Ya no quedaba nada por decir, pensó Holly. Se puso en pie y le miró; Mac
estaba cabizbajo. Le hubiera gustado consolarle, pero ella era la última persona que
podía hacerlo.
Capítulo Trece
El teléfono sonó cuando ella estaba metiendo la ropa en la secadora. Descolgó el
auricular y respondió.
—¿Diga?
—¿Holly? Soy tu perdido y olvidado hermano.
—¡James!
Inconscientemente bajó el tono de voz y miró a su alrededor como si esperara
que un montón de policías aparecieran de algún rincón oscuro. Pero allí no había
nadie.
—James, ¿dónde estás?
—Estoy en Europa. ¿Dónde pensabas que estaba, en Mongolia Exterior? Eso
explicaría por qué tuve que descubrir por papá y mamá que te habías casado. ¿Es
que no sabías mi dirección para mandarme una carta?
—Lo siento. Últimamente las cosas han estado un poco confusas. Pensaba
escribirte de verdad.
—Ya, cuando fuera tío, ¿no? Mamá me dijo que estás a punto de darles un
nieto.
—En realidad, no daré a luz hasta enero. ¿Parecían preocupados o algo así?
—No. Ya sabes lo tolerante que es papá y mamá está muy emocionada con lo
del niño. Lo que me gustaría es por qué no me contaste lo de tu boda.
—Te llamé una semana después de que nos casáramos; pero no estabas.
—¿Y no se te ocurrió dejar un mensaje?
Holly se puso a retorcer nerviosamente el cable del teléfono cuando se dio
cuenta de que había hecho daño a su hermano al no avisarle.
—No me pareció que fuera el tipo de noticia que uno puede dejar en un
contestador.
—¿Y qué tal si me hubieras vuelto a llamar? ¿O es que tu nuevo marido te ha
prohibido usar el teléfono más de una vez al mes?
¿Cómo podría explicarle que no le había vuelto a llamar porque no sabía qué
decirle?
—¡He estado tan ocupada, James! En realidad, no me di cuenta de cuánto
tiempo había pasado. Perdona que no te haya llamado.
—Supongo que es algo normal que una recién casada tenga la mente ausente.
Parece que papá y mamá no saben demasiado del nuevo miembro de la familia.
¿Debo suponer que no le conozco?
—No. Mac todavía no conoce a nadie de la familia. Papá y mamá nos van a
visitar el Día de Acción de Gracias. ¿Supongo que no hay ninguna posibilidad de que
puedas venir para entonces?
¿Y si volvía a los Estados Unidos para conocer a su marido y le detenían?
—Lo siento, no puedo ir.
Holly respiró aliviada.
—¿Cuándo crees que podrás venir a casa?
—Probablemente, no podré ir hasta la primavera.
—Para entonces el niño ya habrá nacido.
—Y ya no estará ni rojo ni arrugado; así no tendré que disimular que me
parezca horrible.
—Ya veo que vas a ser un tío ejemplar.
—Puedes jurarlo. Háblame de Mac.
Holly tuvo que tragar saliva.
—¿Qué quieres saber?
—¿En qué trabaja?
Holly trató de encontrar una respuesta ambigua.
—Trabaja para el Gobierno.
—¿Y quién no? ¿Qué es lo que hace?
—Oh, no lo sé. Papeleos de algún tipo —le dijo ella vagamente.
—No importa lo que hagas para el Gobierno, al final terminas siempre con el
papeleo —dijo James, disgustado. Hizo una pausa y ella pudo darse cuenta del
cambio en su tono de voz cuando siguió hablando—. Escucha, ¿te acuerdas de lo que
estuvimos hablando cuando me llamaste desde Michigan?
—Lo recuerdo.
—Han pasado algunas cosas que no me gustan. Mi teléfono ha estado
intervenido. No te preocupes; ya no lo está. Pero no creo que estuviera intervenido
como parte de una medida de precaución general.
—¿James… estás… estás en apuros?
—¿Es que no estoy siempre en apuros?
—Hablo en serio. ¿Estás haciendo algo que no debieras?
—Creo que eso depende de cómo se vean las cosas —contestó él finalmente—.
Quisiera hacerte saber que voy a desaparecer de la circulación por una temporada.
—¡James! ¿En qué estás metido?
—No te preocupes, Holly. Sólo quería que lo supieras para que no te preocupes
si no recibes noticias mías durante un tiempo. Ya se lo he dicho también a nuestros
padres y les hice pensar que tenía algo que ver con mi trabajo, lo que supongo que es
cierto de alguna manera —le dijo él, riéndose extrañamente. —James, no hagas
ninguna tontería.
—¿Eh, cuándo he hecho alguna tontería? Oye, esta llamada me va a costar una
fortuna. No te preocupes por mí. Sé lo que estoy haciendo. Dale de mi parte la
bienvenida a la familia a tu nuevo marido. Tan pronto como pueda, me pondré en
contacto contigo. Te quiero, «Media-Pinta».
—Y yo a ti —le contestó ella; pero, ya se había cortado la comunicación.
Volvió a poner otra vez el auricular en su sitio, mirándolo como si buscara en él
las respuestas a todas sus preguntas. Debía haberle hablado a James de Mac. Pero, ¿y
qué pasaría con su lealtad hacia Mac? ¿Quién se merecía más su lealtad, su hermano
o su marido?
Las lágrimas le quemaron en los ojos. ¿Por qué tenía que ser todo tan
complicado? Dejó que se le escaparan las lágrimas. Estaba tan cansada de tener que
tomar tantas decisiones. No quería tener que preocuparse más por lo que estaba bien
o mal.
—¡Holly!
Holly estaba tan aturdida por sus emociones que no había oído abrirse la
puerta.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Mac.
Él la apretó contra su pecho, dejando que sus lágrimas le mojaran la camisa.
—Holly, ¿qué es lo que va mal?
Ella sacudió la cabeza y murmuró algunas incoherencias. Mac la cogió en
brazos y se sentó en el sofá con ella en su regazo. Luego, le alargó un pañuelo de
papel.
—Perdona. No sé lo que me ha pasado.
—¿Ha pasado algo que te haya alterado? —le preguntó él, apartándole los pelos
de la cara.
—Yo… yo… Acabo de ver una película triste.
—Ha debido de ser todo un melodrama. Holly cerró los ojos, sintiéndose
despreciablemente culpable. A James no le había hablado de Mac y ahora no le
contaba a Mac lo de la llamada. Se sentía atrapada entre dos fuegos.
—Debo de tener un aspecto horrible —murmuró ella, tratando de volver la
cabeza.
—Estás preciosa —le contestó él, tomándola por la barbilla y haciendo que le
volviera a mirar.
Holly le cogió la muñeca y se acercó la mano al rostro.
—¿En serio? —preguntó ella ansiosamente—. ¿No crees que parezco una
sandía?
Mac sonrió.
—Creo que eres la sandía más bonita que he visto en mi vida —dijo él, dándole
un beso y sofocando así una protesta de ella.
La tarde siguiente, Holly estaba tumbada en el sofá con una expresión de alivio.
Le quedaban dos meses para que la sustituyeran. Iba a echar de menos su trabajo,
pero las vacaciones de Navidad eran el momento mortífero para hacer ese cambio.
Se bebió su té y observó a través de las puertas del patio cómo caía
torrencialmente la primera lluvia de la estación. Pero no estaba deprimida. Estaba en
su casa y a cubierto. Mac había puesto un estofado al fuego esa mañana, y un aroma
apetitoso se esparcía por toda la casa.
El niño se movió fuertemente y Holly se puso la mano sobre el vientre,
sonriendo. ¿Qué más podía pedir? Una casa, un trabajo que le gustaba, un bebé en
camino y un marido. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá. Mac no
le había dicho todavía que la amaba, pero sólo era cuestión de tiempo. Todo no había
sido perfecto durante la semana que siguió a cuando él le habló del hijo que había
perdido. Seguía habiendo asperezas que limar, pero Mac había cumplido su palabra.
Se estaba esforzando para que el matrimonio saliera adelante.
La puerta de la calle se cerró y ella abrió los ojos lentamente. Estaba como
amodorrada por la satisfacción, pero esa satisfacción se esfumó cuando Mac entró en
la habitación con una dura expresión en sus facciones. Ella se incorporó. Mac se quitó
la chaqueta y se pasó los dedos por el pelo mojado.
—¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo que deba saber?
—No. Ha pasado algo que yo debería de haber sabido. ¿Por qué no me contaste
que tu hermano había llamado?
Ella suspiró, agarrando fuertemente la taza de té y mirándole fijamente.
—¿Cómo te has enterado?
—Porque el teléfono está intervenido.
Ella abrió los ojos asombrada y la indignación sustituyó a la culpabilidad.
—¿Quieres decir que has estado escuchando todas las llamadas que he hecho?
—Por supuesto que no. Yo ya no estoy en este caso.
—¿Entonces, es que algún extraño está escuchando mis conversaciones
privadas? ¡Eso es aún peor!
—Nadie está escuchando tus conversaciones. Lo único que nos interesa es lo
que te tenga que decir tu hermano.
—¿Así que sólo fisgoneáis cuando hablo con James? ¿Es que se supone que eso
me tiene que hacer sentir mejor?
—Holly… Estamos investigando a tu hermano. Naturalmente, estamos
interesados en lo que él tenga que decir.
Holly asintió, dándose cuenta por fin de lo que él le estaba diciendo. No miró
en dirección a Ken ni una sola vez, aunque sintió como si todo el mundo se diera
cuenta de la situación.
Ella no habló hasta que no estuvieron en el coche.
—¿Tiene esto algo que ver con mi hermano?
Mac maldijo en voz baja cuando frenó para evitar a un coche que se les había
cruzado.
—Sí.
—Quiero saber qué se supone que está haciendo James, Mac. Creo que tengo
derecho a saberlo. He tenido paciencia y no he preguntado mucho. Me he portado
como una buena chica, pero ahora quiero saberlo.
Mac se quedó en silencio durante unos largos minutos.
—Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas de las grandes obras de arte de
Europa desaparecieron. Algunas de ellas fueron escondidas y, después de la guerra,
volvieron a aparecer. Varias fueron llevadas a Alemania y las devolvieron después.
Pero unas cuantas obras maestras no volvieron a aparecer nunca. Indudablemente,
algunos de esos objetos fueron destruidos por los bombardeos; pero, de vez en
cuando, alguien se tropieza con un lote de ellas en algún ático olvidado, en alguna
bodega abandonada o, en un pasadizo secreto, olvidado en alguna de las grandes y
viejas mansiones. Últimamente, algunas de esas obras, que habían estado
desaparecidas durante todo ese tiempo, han empezado a aparecer en algunas
colecciones privadas y, eso empezó a suceder a partir de que tu hermano fuera
enviado a Europa.
—¿Es eso todo lo que tenéis contra él? ¿El que se haya ido a Europa en mal
momento?
—También está su reconocido interés por el arte. Sabe lo suficiente como para
identificar y valorar grandes obras de arte. Además, James ha estado actuando de
una forma un poco rara. Desaparece durante varios días sin dar explicaciones.
Alguna de esas desapariciones coinciden con envíos a este país de esas obras de arte
desaparecidas.
Para su sorpresa, Holly empezó a reírse. Era como si ella supiera algo que él no
conociera. Mac aparcó el coche y apagó el motor. Apoyó el brazo en el respaldo y se
volvió hacia ella.
—¿Me cuentas el chiste?
—Oh, Mac, si me hubieras contado hace unos meses la razón por la que estabas
tras él, habría podido ahorrarte mucho tiempo.
Él arqueó las cejas y estudió su expresión, como si tratara de descifrar sus
palabras.
—Debo de estar hoy un poco torpe. No te entiendo.
—Desde luego que no. Eso es porque no conoces a James. Sí, a James le encanta
el arte y, probablemente, podría identificar esas obras maestras, pero él desprecia por
completo las colecciones privadas. Él piensa que el arte pertenece al pueblo y que
nadie tiene derecho a tenerlo escondido para su propio disfrute. ¿Me entiendes, Mac?
Él no se vería nunca envuelto en algo que pudiera poner esos tesoros artísticos en
manos de los coleccionistas privados. ¡Es inocente!
A pesar de su habitual escepticismo, a Mac le impresionaron las palabras de
Holly. Era obvio que ella creía firmemente en lo que le estaba diciendo.
—No esperes que mis jefes estén tan seguros como tú; pero les transmitiré tus
opiniones.
Holly se dio cuenta entonces de que ya no era tan importante lo que pensaran
los superiores de Mac. En el fondo de su corazón, sabía que James era inocente y, el
saberlo, le quitó un gran peso de encima. Todo iba a ir bien.
¿Por qué sería que las llamadas telefónicas por la noche siempre anunciaban
algún desastre? Dos días más tarde, a las tres de la madrugada, sonó el teléfono. Mac
cogió el teléfono. Holly se dio media vuelta en la cama, y el corazón le latió con
fuerza por el miedo que sintió cuando vio la torva expresión del rostro de Mac.
—De acuerdo. Estaré allí dentro de media hora. Gracias por llamar —dijo Mac.
—¿Qué pasa? —preguntó Holly.
—Era Mary Ann. Acaban de ingresar a Ken en urgencias.
—¡Oh, cielos!
Holly salió de la cama; Mac ya se estaba vistiendo.
—No tienes que venir, Holly. ¿Por qué no te quedas aquí y tratas de dormir un
poco? Mañana tienes clases.
—Pueden buscar un sustituto —le contestó ella mientras buscaba su ropa.
—Holly, no va a ser agradable —le dijo Mac, agarrándola del brazo.
La tranquilidad de su voz hizo que ella se quedara quieta.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella con la garganta seca.
—Por lo que ha dicho Mary Ann, le han dado una buena paliza.
—¿Va a morirse?
—No lo sé. Cuando ha llamado, seguía en la sala de operaciones y todavía no
sabía todos los detalles. Sería preferible que te quedases aquí.
—Voy a ir contigo. Ken es mi amigo y no tiene ningún familiar. Va a necesitar
de todo el afecto que podamos darle. Puedo manejar la situación perfectamente.
Capítulo Catorce
Fue más fácil decirlo que hacerlo. Primero, se pasaron varias horas esperando.
Horas interminables, sin saber qué estaba pasando. Cuando Mary Ann terminó su
turno, a las cuatro de la madrugada, se unió a ellos en la sala de espera, pero no pudo
decirles nada nuevo. A Ken le habían dado una paliza, pero todavía no se conocía la
gravedad de sus heridas.
La temblorosa voz de Mary Ann le llamó la atención a Holly, y se sorprendió al
ver que su amiga estaba pálida.
—¿Te encuentras bien? —le dijo en voz baja.
—Por supuesto. Soy una enfermera, ¿te acuerdas? He visto por aquí montones
de casos peores que éste.
Pero le temblaba tanto la mano, que casi derramó el café cuando se lo llevó a la
boca.
Holly miró a Mac. Estaba sentado en el otro extremo de la habitación y tenía un
gesto de preocupación.
Mary Ann se pasó la mano por la frente con un gesto de cansancio.
—Me gustaría ser fumadora. Ahora mismo me moriría por un cigarrillo.
—¿Hay algo que no nos hayas dicho? ¿Está Ken peor de lo que pensamos? —le
preguntó Holly, manteniendo bajo el tono de voz.
—No puede estar peor. Cuando le trajeron, pensé que estaba muerto. Había
mucha sangre, y no se movía.
A Mary Ann le empezó a temblar la voz, y se frotó los brazos pensativamente
mientras continuaba.
—Al principio, ni siquiera pude encontrarle el pulso. Había sangre por todos
lados, tanta sangre…
—¿Mary Ann? ¿Te encuentras bien? —le preguntó Holly, rodeándole los
hombros con un brazo.
A su amiga se le saltaron las lágrimas, y empezaron a resbalar por sus mejillas.
—¡Fue horrible, Holly! Casi le sentía morir en mis brazos. He visto morir a
gente; pero nunca a nadie conocido. ¡Y había tanta sangre! Hasta en mi uniforme. Era
tan horrible…
Mary Ann apoyó la cabeza en el hombro de su amiga y dio rienda suelta a su
llanto. Holly se encontró con la mirada de Mac y movió la cabeza en respuesta a la
interrogación que se veía en ella. En ese momento, no había nada que pudieran
hacer, más que esperar.
Afortunadamente, no tuvieron que esperar mucho más; cuando el médico entró
en la sala de espera, Mac se levantó y las dos mujeres se quedaron como petrificadas.
—¿Son ustedes los que están esperando noticias del señor Richardson?
—¿Cómo está? —preguntó Mac con voz ronca.
—¿Es usted pariente suyo?
—No tiene familia. Soy su compañero de trabajo.
—Bueno, entonces, supongo que le puedo contar cómo está. Tiene una
hemorragia interna, algunas costillas rotas y un par de heridas en la cabeza; además,
tres dedos y una pierna rotos. Tiene un aspecto horrible; pero sobrevivirá.
—¿Cuándo podemos verle?
—Me temo que no podrá ser hasta mañana. Me gustaría que estuviera tranquilo
unas veinticuatro horas.
—Doctor, necesito verle tan pronto como sea posible. Soy agente federal y Ken
estaba trabajando en un caso. Esta paliza probablemente tenga que ver con eso. Para
su propia seguridad, y para la de otros agentes, tenemos que saber qué es lo que ha
pasado.
—Le diré lo que vamos a hacer. Usted me enseña alguna prueba que demuestre
que es lo que dice ser y le dejaré ver al señor Richardson tan pronto como recobre el
conocimiento.
El médico miró la placa que le enseñó Mac y asintió.
—De acuerdo haré que le informen tan pronto como recupere el conocimiento.
—Gracias, doctor. Me temo que voy a tener que pedir que venga alguien para
protegerle. Se quedarán fuera de la habitación.
—Cuide de que no interfieran en la rutina del hospital.
Dicho esto, el médico salió de la habitación.
Aunque Mac pudo ver a Ken esa misma tarde, Holly no pudo ir a visitarle hasta
el día siguiente; y entonces, no estuvo muy segura de que tuviera que agradecer ese
privilegio.
Estaba de pie, al lado de la cama, y agradecía el apoyo que le brindaba el que
Mac la tuviera agarrada por la cintura.
Ken abrió los ojos o, mejor dicho, abrió un ojo. El otro lo tenía completamente
cerrado y amoratado.
Ken logró sonreír a duras penas y le dijo:
—Hola, chica. Perdona que no me levante y te ofrezca mi sitio.
Ella tragó saliva y contuvo las lágrimas. —Hola, Ken. ¿Cómo te sientes? ¿O no
debería preguntártelo?
—No deberías preguntármelo. Me siento como si me hubiera pasado una
apisonadora por encima. Aunque dicen que sobreviviré.
—El jefe va a mandar a alguien para que tome nota de tu informe. Ya sabes que
el papeleo hay que hacerlo pase lo que pase; volveré mañana. No vuelvas demasiado
locas a las enfermeras.
Mac se dirigió a la sala de espera con el ceño fruncido. Ken tenía suerte de estar
vivo. La próxima vez tal vez no tuviera tanta suerte. La próxima vez podría no ser
Ken.
Holly estaba sentada al borde de la silla con la mirada perdida en el infinito. —
¿Holly?
Ella no le hizo caso y él repitió su nombre, arrodillándose ante ella.
—¿Holly? ¿Qué te pasa?
—Quiero irme a casa.
—Por supuesto, ahora mismo te llevaré.
Ella no habló durante el trayecto hasta su casa y sus facciones permanecieron
completamente inexpresivas.
Mac la ayudó a bajarse del coche, manteniéndola agarrada por la cintura
mientras entraban en la casa. Se preguntó si no habría hecho mal llevándola a casa. Si
estaba enferma, necesitaba un médico.
Ella se puso a temblar cuando él la acompañó a la habitación.
—Voy a vomitar —dijo ella entonces.
Y vomitó. Mac le sujetó la cabeza hasta que se le vació el estómago por
completo. Cuando estuvo claro que no iba a volver a vomitar, él la tomó en brazos y
la metió en el dormitorio.
—Voy a llamar al médico.
Agarrándole del brazo, Holly le dijo:
—No necesito un médico. Lo único que necesito es que me abraces.
—Cariño, has vomitado. Y tienes las manos heladas. No estás bien.
—No necesito a ningún médico, ya te he dicho que lo único que quiero es que
me abraces.
—De acuerdo, de acuerdo —le dijo Mac, sentándose en el borde de la cama y
abrazándola fuertemente cuando ella se puso a temblar fuertemente.
—Podrías haber sido tú. No puedo dejar de pensar que podrías haber sido tú.
—Está bien. Ken se va a poner bien. Todo va a salir bien. No llores, cariño.
Él hizo que apoyara la espalda en los almohadones. Si Holly hubiera podido ver
su rostro en ese momento, todas sus dudas se habrían esfumado.
Para Holly fue sorprendente ver cómo las cosas volvían rápidamente a su cauce
normal después de una crisis. Una semana después del ingreso de Ken en el hospital
estaba viendo cómo se iba el último de sus alumnos para pasar el fin de semana. Se
quedó mirando el aula vacía.
Sólo quedaba una semana, pensó ella. Una semana más y, luego, las vacaciones
de Navidad y, luego, el niño. Iba e echar de menos el dar clases, pero no iba a tener
tiempo para añorarlo mucho cuando tuviera al niño. Además, nadie estaba hablando
de que fuera a dejar la enseñanza para siempre.
Ken se estaba recuperando muy bien. Le habían instalado en la habitación de
invitados y apenas daba problemas. Seguía pareciendo como si le hubiera
atropellado una locomotora, pero Mary Ann le aseguró que los moratones y
cicatrices desaparecían con el tiempo. Holly sonrió. Mary Ann iba muy a menudo a
ver a Ken. Decía que era por interés profesional, pero Holly sabía de buena fuente
que a Ken le habían dado el alta tan pronto, porque Mary Ann le había dicho al
médico que estaría pendiente de él. Holly sospechaba por eso que su interés era algo
más que profesional.
Cuando salió del colegio, estaba lloviendo. Mac había ido a buscarla. Subió
precipitadamente las escaleras, la cogió por la cintura y le acompañó hasta el coche.
—¿Sabes? Estoy embarazada, no moribunda. No tienes que ayudarme a bajar
las escaleras. Ni siquiera tienes que venir a recogerme al trabajo. Con esta tripa,
todavía quepo tras el volante.
—Me preocupa que conduzcas con este tiempo y no hay nada malo en que te
ayude a bajar las escaleras —le dijo él pausadamente.
—Supongo que no, pero estás destrozando mi imagen de mujer moderna que
puede hacer cualquier cosa durante el embarazo.
—Ya sé que puedes hacer cualquier cosa. Lo que pasa es que no veo la razón
para que no pueda ayudarte.
Él se paró en un semáforo y, sonriendo, le dijo:
—Realmente, me siento culpable. Tú haces todo el trabajo y yo me limito a
disfrutar de los resultados.
—Te diré que hagas algo, para que así no te sientas mal. Voy a dejarte cambiarle
todos los pañales cuando nazca.
—Ya me temía yo que me dijeras algo así.
—Sólo trataba de ser justa.
—¿Sabes algo de James?
La pregunta estaba tan fuera de lugar, que Holly tardó un momento en
contestarle.
—Ya te dije que si sabía algo de él te lo diría —le dijo ella con voz tensa,
revelando que no le había gustado la pregunta.
—No tenía intención de que te lo tomaras así. James ha desaparecido. Tenemos
gente vigilándole, y hace dos días que no le ven. Está muy claro que él sabe
exactamente lo que está haciendo.
—¿Crees que está en apuros? Él no está ayudando a nadie a robar obras de arte,
Mac. Yo sé que no lo está haciendo.
—Casi has logrado convencerme. Sea lo que sea en lo que está metido tu
hermano, no quería que le siguiesen. Puede ser algo tan simple como una cita con
alguna mujer; a lo mejor quería un poco de intimidad. Me imaginé que te gustaría
saber lo que está pasando.
—Gracias —le contestó ella, retorciéndose los dedos nerviosamente.
«Oh, James, ¿en qué estás metido?», pensó ella, agitando la cabeza. James sabía
cuidarse, y ella debería confiar en ello. No podía hacer nada más.
Las últimas semanas anteriores a las navidades pasaron muy rápidamente. Sus
padres no iban a poder pasar las fiestas con ellos. Esperaban volverles a visitar
después de que naciera el niño. Eso hacía que sólo estuvieran Mac, Holly, Mary Ann
y Ken. Los cuatro empezaban a parecer ya una familia.
Una tarde, Holly estaba haciendo unos pasteles cuando Ken apareció en la
cocina. Se apoyó en la barra que la separaba del comedor y se quedó mirándola
mientras sacaba una bandeja del horno y metía otra.
—Desde luego, te darás cuenta de que no vas a encontrar gente suficiente para
que se coman todos esos pasteles que estás haciendo —le dijo Ken, estirándose para
tomar uno de los pasteles.
—Viendo cómo te los estás comiendo, eso no me preocupa en absoluto.
—Estoy haciendo lo que puedo para ayudarte.
—¡Ah! Comes como una lima. No sé dónde lo metes. Yo solamente con mirarlos
ya engordo.
—Ya me he dado cuenta —le contestó él, mirando su abultada tripa. Holly
levantó la espátula, amenazándole—. Recuerda que soy un inválido. Tengo que
alimentarme.
—Pero esto no alimenta y, si eres de verdad un inválido, deberías de estar
comiendo pescado cocido y caldo de pollo.
El tomó otro pastelillo y le dijo:
—El médico me ha dicho que tengo que comer mucho para fortalecerme.
—Es curioso, no recuerdo que Mary Ann mencionase que tenías que comer
como un cerdo.
Ken se apartó entonces, dirigiéndole una mirada de dolor, pero no sin antes
tomar un par de pastelillos.
—Hablando de Mary Ann…
El tono de Ken era como si el tema hubiera salido por casualidad, y Holly se
mordió el labio para contener la risa. Se preguntó si pensaban de verdad que sus
sentimientos eran un secreto.
—¿Qué pasa con ella?
—Cuando te conocimos en Tijuana, habías ido allí para buscar algo suyo, ¿no es
así?
—El reloj de su abuelo. Había estado saliendo con un tipo llamado Jason Nevin
y él le había dicho que conocía a un profesional que arreglaba relojes antiguos. Ella le
dio el reloj justo un par de días antes de que rompiesen; él volvió al Este y ella no
pudo recuperarlo. Luego llamó y le dijo que se encontraría con ella en Tijuana. Él
estaba disgustado por la ruptura de sus relaciones y me imagino que quiso darle una
lección mandándola a ese bar.
—¿Llegó a recuperar el reloj?
—No. Lo único que sé es que Jason volvió a Los Ángeles. Está viviendo en
Hollywood. Le dije a Mary Ann que debía de ir a recuperar el reloj, pero ella no
quería ni volverle a ver, aunque fuera sólo para eso. Me figuro que tal vez lo haya
vendido o se lo haya quedado por despecho.
Holly abrió el horno, sacó una bandeja de pastelillos y metió la que acababa de
preparar.
—¿Por qué me lo preguntas? —continuó ella.
—Por nada en particular. Estaba pensando en nuestro primer encuentro y no
estaba seguro de recordar todos los detalles.
El día de Nochebuena amaneció frío y claro, pero el hombre del tiempo decía
que iba a llover por la noche. Mac se había levantado antes de que Holly se
despertara y, cuando entró al salón, le sorprendió un pequeño fuego ardiendo en la
chimenea. Se acercó al árbol de Navidad y tocó uno de los regalos que pendían de las
ramas.
Poniéndose las manos sobre la tripa, sonrió beatíficamente. Eran sus primeras
navidades juntos y, dentro de poco, tendrían un hijo. ¿Sería un niño o una niña?
—No vale sacudir los regalos para ver lo que hay dentro —dijo Mac,
acercándose por detrás.
—Estaba pensando en el niño. ¿Sabes? Es curioso, no te he preguntado qué
prefieres, un chico o una chica.
—Creo que ya es un poco tarde para cambiar el encargo. Me gustaría lo que
venga. Sólo quiero que el niño y tú estéis bien.
—Lo sabremos dentro de unas cuantas semanas —le dijo ella con la voz
levemente temblorosa y Mac la abrazó.
—¿Estás preocupada?
—No lo sé; a veces me da un poco de miedo. ¿Y si me pongo a llorar y me
comporto como una idiota?
—Tú no te portarás nunca como una idiota. Estarás demasiado ocupada
teniendo al niño como para pensar en ello. Es por mí por el que deberías
preocuparte, ¿y si me desmayo en la sala de espera? Imagínate lo humillante que
sería.
La leve risita de Holly le indicó que eso no le preocupaba.
—Todo va a ir bien. Estaré todo el tiempo a tu lado, Holly.
—¡Estás tan segura de ello! ¿No te preocupa que las cosas puedan cambiar, que
no dure para siempre?
—Nadie puede garantizar que estas cosas duren siempre. Amo tanto a Mac, que
no podía desperdiciar la oportunidad.
—Pero, ¿y si no sale bien? ¿Y si dentro de diez años decidís que ya no va bien?
—Entonces, nos habremos pasado juntos diez buenos años. ¿Cómo podría
arrepentirme de eso? Quizás, de alguna manera, el hecho de que hayamos empezado
con mal pie, nos dé alguna ventaja. Hemos probado que las cosas no tienen que ser
perfectas desde el principio.
—No lo sé. Me parece tan arriesgado…
—Es arriesgado, pero vale la pena. Ken también vale la pena.
—¿Quién ha dicho que esto tenga algo que ver con Ken? —le preguntó Mary
Ann, inclinándose hacia ella.
—Sólo era una conjetura. ¿Es que me he equivocado?
Su amiga se encogió de hombros.
—Cuando se le conoce, no es tan malo.
—Estoy muy escarmentada, Holly. ¿Qué haría yo si él me propusiera algún tipo
de compromiso?
—¿Te refieres al matrimonio?
—Ni siquiera estoy preparada para algo estable. Estoy asustada. ¿Y si no somos
compatibles?
—¿Cómo vas a saberlo si no te das la oportunidad?
Antes de que Mary Ann le pudiera contestar, los dos hombres entraron en la
habitación y ellas dejaron el tema:
—No sé lo que haréis vosotros; pero yo voy a abrir alguna de esas cajas —dijo
Ken, frotándose las manos.
Una hora más tarde, la habitación estaba llena de papeles de regalo.
Ken cogió la última caja y se la dio a Mary Ann.
—Esto no es exactamente algo que yo haya elegido para ti, pero espero que te
guste.
Mary Ann tomó la caja dudosamente, y le miró a los ojos.
—Oh, Ken —exclamó Mary Ann al abrir el envoltorio y encontrarse una caja
desgastada de seda.
Las manos le temblaron mientras abría la tapa y cogía el reloj. —En realidad,
probablemente deberías de agradecérselo más a Mac que a mí.
Mary Ann se quedó callada durante tanto tiempo, que Ken se puso a hablar
nerviosamente.
Capítulo Quince
La única persona a la que le tomó por sorpresa el que Ken se fuera a vivir con
Mary Ann fue a la misma Mary Ann. Ni siquiera parecía estar muy segura de cómo
había sucedido, pero el arreglo no parecía disgustarle demasiado. Holly estaba
intrigada. Ahora que ella y Mac ya habían superado sus problemas, quería que su
amiga fuera tan feliz como lo era ella.
Lo único que enturbiaba esa felicidad era el hecho de que nadie parecía saber
dónde estaba su hermano. Mac solía decirle que el no tener noticias era de por sí una
buena noticia.
Después de la paliza de Ken, Reginald C. Naveroff volvió a su casa en el sur
para recuperarse de un terrible accidente de coche, lo cual quería decir que Ken y
Mac estaban ambos oficialmente retirados del caso.
—¿Sabes? Si sigues con ese aspecto de satisfacción, vas a empezar a
preocuparme —le dijo Ken a su compañero.
Mac levantó la mirada del menú y arqueó una ceja.
—Tú tampoco tienes pinta de ser infeliz. ¿Cómo te va la pierna sin escayola?
—No demasiado mal. Aunque Mary Ann era mucho más comprensiva cuando
la tenía.
Hicieron sus pedidos al camarero y, luego, Ken miró a su amigo
inquisitivamente. —Me dijiste que tenías algo que decirme. ¿Has sabido algo de
Reynolds?
—No. Parece haber desaparecido de la faz de la tierra.
—Bueno, por una vez, me alegro de estar fuera del caso. Me costaba trabajo
mirarle a la cara a Holly cuando estábamos en él.
—Sí.
—No pareces sincero. ¿Preferirías seguir en el caso?
—No, no es eso. Últimamente, he tenido un extraño sentimiento, como si todo
fuera a confluir en un mismo punto y nos fuera a pillar a nosotros en medio —dijo
Mac, dando un sorbo a su bebida—. No podría decir lo que es. Es sólo algo que me
hace pensar que no estamos tan fuera de ello como nos gustaría.
—¿Es de esto de lo que me querías hablar?
—No, no es de esto. ¿Has pensado alguna vez en abandonar?
—Claro. Muchas veces.
—¿Y por qué no lo has hecho?
Ken se encogió de hombros.
—No lo sé exactamente. He mirado a mí alrededor y me he dado cuenta de que
no había nada más que supiera hacer. Además, me gustan las emociones.
Cerró la puerta tras ella y, antes de abrir la otra puerta, que comunicaba con el
cuarto del niño, miró por allí para ver si había algo que le sirviera como arma. No
había nada.
Holly atravesó corriendo la otra habitación y pensó que, con suerte, podría
llegar hasta la puerta principal.
Apenas había salido de la habitación cuando unos fuertes dedos la agarraron,
haciendo que se diera la vuelta y se apoyara contra la pared.
—No queremos hacerle daño, señora Donahue. Será mucho más fácil para
todos si coopera con nosotros; si no, no sólo será más difícil para usted, sino también
para su hermano.
Holly palideció.
—¿James? ¿Tenéis a James?
—Va a cooperar más, ¿no?
—Sí. ¿Está bien?
—Lo verá con sus propios ojos.
Entonces, su compañero salió de la habitación. Tenía una brecha en la cabeza y
una mirada asesina en los ojos.
La sacaron a la calle y la metieron en una furgoneta oscura.
—¿Quiénes son ustedes?
—Él es David Brown y yo me llamo John Smith —le contestó el más bajo.
El viaje no fue demasiado largo, así que dedujo que seguían en Los Ángeles.
Aparcaron la furgoneta en un aparcamiento subterráneo y condujeron a Holly al
edificio de apartamentos que había arriba. Cuando las puertas del ascensor se
abrieron, fueron a dar a un pasillo largo y estrecho, cubierto por una desgastada
alfombra.
El hombre más alto golpeó un par de veces en una puerta, hizo una pausa y
volvió a golpear otras tres veces. Abrió la puerta un hombre que podría ser su
hermano gemelo. Se entabló una conversación entre David Brown y su compinche y,
por los gestos del primero, Holly pensó que le estaba explicando cómo se había
hecho la brecha de la cabeza.
Smith le indicó que se sentara con un gesto.
—¿Dónde está mi hermano? —preguntó ella cuando se sentó.
Smith, encogiéndose de hombros, le contestó:
—No tengo ni idea. Más bien, esperábamos que fuera usted la que nos lo dijera.
—¡Usted dijo que tenían a James!
—Está equivocada, señora Donahue. Dije que sería peor para su hermano si
usted no cooperaba. Usted imaginó entonces que nosotros le teníamos en nuestro
poder.
Capítulo Dieciséis
Las siguientes veinticuatro horas que transcurrieron después del rapto de Holly
fueron como una pesadilla para Mac. La Agencia respondió inmediatamente,
enviando agentes a los alrededores de la casa para ver si alguien había visto algo. La
descripción de la furgoneta les permitió identificar a los raptores como miembros de
la banda a la que se suponía que pertenecía el hermano de Holly.
Desde que Mac y Ken fueron retirados del caso, éste había avanzado bastante, y
estaba ya a punto de ser resuelto. Desde que Holly fuera raptada, el caso había
dejado de importarle a Mac. Lo único que quería era recuperar sana y salva a su
mujer.
—Mac, tienes que tranquilizarte. De lo contrario, te va a dar algo antes de que
encontremos a Holly —le dijo Ken.
Mac reconocía que tenía razón y trató de relajarse.
—Bebe —le volvió a decir Ken, largándole un vaso de whisky—. No dormiste
nada anoche; a lo mejor esto te ayude a hacerlo hoy.
—No puedo dormir en esa cama. En lo único que pienso es en que Holly
tendría que estar allí. Me pregunto dónde estará, si tendrá miedo, frío, hambre o…
Ken, poniéndole el vaso en la mano, le contestó:
—Bébetelo. El mensaje dice que la están tratando bien y no tienen ningún
motivo para hacer lo contrario. De hecho, tienen una buena razón para cuidar de ella.
La chica es mucho más fuerte de lo que parece a primera vista; estará bien.
—Ya sé que es fuerte, pero está embarazada de nueve meses.
—Mira, Mac, hay bastantes pistas sobre su paradero. Tan pronto como nos
digan dónde están, salvaremos a tu chica.
—Daría lo que fuera por saber dónde está James Reynolds. Sea cual sea el
maldito y estúpido juego al que ha estado jugando, ha sido eso lo que ha provocado
que rapten a Holly. Si le pasa algo, le voy a seguir yo mismo la pista y le haré trizas.
Lo haría sólo por darme el gusto.
—Tengo la sensación de que a la chica no le gustará que mates a su hermano.
Parece quererle mucho.
—Entonces, tendrá que quererle a trozos.
Como si esas palabras hubieran sido un conjuro, la conversación fue
interrumpida por unos gritos en la puerta.
—¡Tengo que entrar, le digo que soy James Reynolds! Mi hermana vive aquí.
Mac se puso en pie rápidamente y se dirigió al vestíbulo.
—¿Qué demonios pasa? Ésta es la casa de mi hermana y quiero verla. ¿Le ha
pasado algo? Soy… ¿Qué demonios? —se interrumpió cuando Mac, haciéndole darse
la vuelta, le dio un puñetazo en la cara.
La fuerza del golpe le tiró contra la pared y entonces Ken se interpuso entre los
dos.
—Cálmate, Mac. Partirle la boca a su hermano no va a ayudar en nada a Holly.
Mac hizo un esfuerzo visible para calmarse y, al final, lo logró. —¿Dónde está
mi hermana? —logró decir James.
Otro agente se acercó por si Mac necesitaba ayuda.
—Está bien, Dick. Realmente es mi cuñado —le dijo Mac al agente.
Mac volvió al interior de la casa y se sirvió otro whisky.
—¿Dónde está Holly? —volvió a preguntar James.
Mac se dio la vuelta cuando James y Ken entraron en la sala. Había un gran
parecido entre Holly y su hermano. Tenían el mismo pelo oscuro y los mismos ojos.
Las suaves facciones de Holly aparecían en su hermano de una forma más masculina;
pero eran muy parecidos.
—¿Dónde está mi hermana? —volvió a preguntar James con hostilidad.
—Es curioso, ésa es la misma pregunta que nos hemos estado haciendo acerca
de ti durante estos dos últimos meses. Has logrado desaparecer muy bien, Reynolds.
Si no lo hubieras hecho tan bien, Holly habría estado ahora mismo aquí para
recibirte.
—¿Hemos? ¿Quienes son esos «hemos»? ¿Qué le ha pasado a Holly?
—Siéntate, Reynolds. Yo soy Ken Richardson y éste es Mac Donahue. Somos del
FBI.
James ignoró la invitación y se quedó de pie, mirando furiosamente a su
cuñado.
—¿FBI.? ¿Cómo es que no me lo dijo Holly?
—Hubiera sido una falta de lealtad hacia mí —le contestó Mac.
—¿Lealtad o puro terror? —le dijo James, frotándose la dolorosa mandíbula.
—Lealtad. Por si te sirve de algo, tampoco me dijo nunca nada de ti. Era su
forma de protegerte.
—¿Protegerme de qué? ¿De ti? ¿Por qué ibas a estar tras mí?
—Ahórrame tus presunciones de inocencia, Reynolds. Llevamos ya meses
observándote y lo sabemos todo acerca de las obras de arte robadas. Holly juró que
tú no te mezclarías nunca en eso; pero tu reciente desaparición hace un poco difícil el
creérselo.
—Yo no tengo nada que ver con esos robos. Estaba tratando de conseguir
información acerca de ellos. Era mi jefe el que estaba relacionado con los robos y yo
me metí de lleno en el asunto.
—Si eso es cierto, ¿por qué no le contaste a las autoridades lo que sospechabas?
—Mi jefe lleva muchos años en el cuerpo diplomático y nadie iba a creerme a
mí. Tenía que conseguir alguna prueba y ahora la tengo. Es por eso por lo que he
vuelto a los Estados Unidos… para pasar la información a las autoridades. Ahora,
¿va alguien a decirme dónde está Holly?
—Mientras estabas jugando a policías y ladrones, los tipos a los que estabas
espiando la raptaron.
James palideció.
—¿Secuestrada? ¿Holly? ¿Por qué?
—Porque su hermano les estaba causando problemas y eso les pareció la mejor
manera de apartarle del asunto.
Viendo la acusación implícita que había en esas palabras, James se defendió.
—¿Supongo que eso no tendrá nada que ver con que su marido sea un agente
federal?
—Tranquilizaos los dos. Todo esto no sirve para nada. Lo que tenemos que
hacer es actuar juntos ahora —dijo Ken disgustado. Mac movió la cabeza
pensativamente.
—Tienes razón. Cuéntanos lo que sepas, Reynolds.
Holly paseaba tranquilamente por la habitación. Diez pasos hasta la pared y
otros diez de vuelta.
Faltaba poco para amanecer. Hacía menos de cuarenta y ocho horas su única
preocupación había sido el inminente parto y ahora se preguntaba si iba a vivir lo
suficiente como para verlo.
«¡Tengo que dejar de pensar en eso, todavía no me han hecho daño! He de ser
optimista. Mac me encontrará. Él nunca les permitirá que me hagan daño», pensó
Holly.
Mac. Tenía que concentrarse en él. Smith le había dicho que se iba a encontrar
hoy con él. Esa noche podría ya estar libre. Dándose unas palmadas en la tripa, dijo.
—Espera, pequeño. Espera. Papá va a venir a liberarnos.
Sus frenéticos pensamientos se vieron interrumpidos por un ligero golpe en la
puerta. Se volvió hacia la puerta, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso. Smith le
había dicho que no le harían daño, pero, ¿y si había cambiado de parecer? La llamada
se repitió. Holly se dirigió hacia la puerta. Otra vez el ruido, pero no era en la puerta.
Se volvió tan rápidamente como se lo permitió la voluminosa tripa. Una silueta
se recortaba en la ventana contra la pálida luz del amanecer. Antes de que el miedo
se apoderara de ella, la suave llamada se repitió.
Se acercó dudosa a la ventana, esforzándose por adivinar algo en la oscura
figura. La figura levantó la mano y se quitó el pasamontañas oscuro que llevaba.
¡Ken! ¡Oh, Dios mío, era Ken! Trató de abrir la ventana, pero no lo logró. Estaba
atascada. Ken le hizo un gesto, instándola a que mantuviera la calma. En la calle, se
oyó entonces el ruido del camión de la basura.
Holly sonrió cuando le vio sacarse un martillo del cinturón. Ella movió la
cabeza, diciéndole nerviosamente que no. Pero él levantó la mano para
tranquilizarla. En vez de golpear el cristal, empezó a darle suavemente al marco de la
ventana, para sacar la mugre acumulada allí.
El camión continuó por la calle, ocultando cualquier ruido que Ken pudiera
hacer. Holly contuvo el aliento. «Por favor, que no se le ocurra a Smith aparecer
ahora», pensó.
Ken se guardó el martillo y le hizo señas para que volviera a tratar de abrir la
ventana. Holly notó en ese momento una contracción pero, aguantándose, se acercó a
la ventana. Al principio, le costó un poco; pero luego se abrió de golpe.
—Apártate —le dijo Ken.
Ella se apartó rápidamente para que Ken pudiera entrar.
—¡Ken!
—Todo está bien, chica. ¿Estás bien tú?
Ella asintió, apoyándose en él.
—Vamos a sacarte de aquí. Mac está en el tejado, tan pronto como te pongamos
la percha, te subirá. ¿Te fías de nosotros?
—Por supuesto.
—Voy a quitar la ventana para que pases bien. Ya verás, es como estar en un
columpio, chica. Vas a estar completamente segura. Mac te está esperando en el
tejado.
Ken quitó el marco, poniéndolo en el suelo con cuidado. Luego, se asomó por la
ventana y metió la percha en la habitación.
—¿Estás lista?
Holly asintió, tragando saliva.
Mac estaba tumbado en el tejado, asomando la cabeza por el borde. Ken se
balanceaba suspendido al final de la cuerda, parecía sorprendentemente frágil. Bajo
él, el camión de la basura estaba haciendo el suficiente ruido como para tapar
cualquier otro.
A Mac se le puso el corazón en un puño cuando Ken desapareció por la ventana
y la cuerda quedó floja. Le pareció que habían pasado siglos cuando Ken volvió a
aparecer y le hizo señas para que tirara de la cuerda. Mac se puso en pie agarrando la
cuerda. Tras él, otros tres hombres hicieron lo mismo.
Mac tiró suavemente, hasta que sintió el peso al final de la cuerda. Subían a la
vez Holly y Ken.
A Mac le corrió el sudor por la frente. Podía ver mentalmente lo que estaba
pasando ahí abajo. Ken estaba en una percha y Holly en otra. Ken la estaba sujetando
mientras usaba las piernas para separarse de la pared.
A cada metro de cuerda que recogían, Holly estaba más cerca. «Por favor, que
esté bien», pensó.
La mano enguantada de Ken se agarró al borde del tejado y Mac siguió tirando
de la cuerda hasta arrodillarse al borde. Tras él, los otros hombres siguieron haciendo
fuerza. Uno de ellos avanzó para agarrar a Mac mientras éste sujetaba a Holly por las
axilas, poniéndola a salvo.
Cuando llegó, Holly se le colgó del cuello.
—Holly, Holly, Holly.
Mac le levantó la cara para poder mirarla a los ojos. —¿Estás bien?
Ella asintió y contuvo las lágrimas.
—Estoy bien.
Él le recorrió el cuerpo con las manos, como buscando alguna herida.
—Había sangre por toda la cama.
—No era mía. Le di en la cabeza a uno de ellos con la lámpara. Oh, Mac, me
alegro tanto de verte.
Él se rió nerviosamente.
—El sentimiento es recíproco, créeme. Nunca en mi vida he estado tan
asustado. Si te hubiera pasado algo…
—No me ha pasado nada. No me hicieron ningún daño. Están buscando a
James.
—Ya lo sé. James está bien. Apareció ayer en casa. Tenías razón; no estaba
involucrado en los robos.
—¡Gracias a Dios! ¿Cómo supisteis dónde estaba?
—Es una larga historia. Vámonos de este tejado y ya hablaremos. ¿Qué ocurre?
De repente, ella le agarró fuertemente del brazo y se puso pálida.
—Creo… que estás… a punto… de… ser… padre —logró decirle
entrecortadamente.
—¡Holly! Ken, diles que necesitamos una ambulancia, Holly está de parto.
La levantó entonces en brazos, no haciendo caso de sus protestas.
—Mac, peso demasiado para esto. Puedo andar. Además, todavía no son muy
fuertes las contracciones. No hay por qué alarmarse.
Ken corría delante de ellos mientras Mac la llevaba en brazos por las escaleras.
Luego, se metieron en la ambulancia que les esperaba.
Michael Kenneth Donahue llegó al mundo unas tres horas más tarde. Lo único
que denotó el nerviosismo de Mac fue un imperceptible temblor de manos cuando el
médico le pasó el bebé y él se lo puso a Holly sobre la tripa.
Holly acarició la espesa mata de pelo oscuro que le cubría la cabeza al niño y,
luego, levantó la mirada hacia Mac. Sus ojos estaban inundados por las lágrimas.
Capítulo Diecisiete
—Eres tan buen niño que no sé lo que he hecho para merecerte.
—Te casaste conmigo.
Holly frunció el ceño y miró a Mac, luego metió al niño en la cuna.
—¡Menudo susto me has dado! ¿Y si hubiera tenido al niño en brazos? Podría
habérseme caído de cabeza. ¿Cuándo has llegado?
Mac le dio un beso en la nariz. Luego se asomó a la cuna para ver a su hijo.
—Hace unos minutos. De cualquier forma, he esperado hasta que lo dejaste en
la cuna. ¿Le creará algún trauma si le vuelvo a coger yo?
—Supongo que no.
Él cogió al niño cariñosamente y lo acunó en sus brazos.
—Parece como si hubiera crecido desde esta mañana.
—No es para tanto, pero mi madre jura que va a ser, por lo menos, tan grande
como su padre. Dice que lo sabe por sus pies.
—¿Sus pies?
Holly asintió solemnemente.
Mirándoles a los dos, Holly tuvo que contener las lágrimas. ¡Mac era tan buen
padre! Mac le volvió a poner con cuidado en la cuna diciéndole un par de tonterías.
¿Estaría pensando en el hijo que nunca conoció?, se preguntó Holly.
Mac levantó la mirada y frunció el ceño al ver las lágrimas en sus ojos.
—Hey, ¿qué te pasa? —le preguntó, abrazándola.
Ella dudó y le miró a los ojos. ¿No metería la pata hablándole del otro niño?
—Estaba pensando en el otro niño. ¿Piensas en él cuando miras a Michael?
Hubo un momento de tenso silencio y, luego, él movió la cabeza.
—No, realmente, no. Una vez me pregunté cómo sería a la edad de Michael,
pero he llegado a la conclusión de que no se pueden cambiar las cosas. Vamos, tengo
champán en el frigorífico y te he traído la cena a casa —le dijo, sacándola de la
habitación.
—¿Qué estamos celebrando?
—Que hoy he pasado a engrosar la lista del paro.
Ella se dio media vuelta y le miró.
—Oh, Mac, ¿estás seguro?
—Por supuesto que lo estoy. Hey, no te pongas tan seria. No me han despedido,
he dimitido, ¿recuerdas?
—Lo superaré. Me costará, pero lo superaré. Quién sabe, dame tiempo e incluso
puede que decida que James es un gran tipo. Ganó muchos puntos por lo que le
impresionó Michael. Supongo que no ha de ser malo del todo. Bueno, ¿vamos a
comernos esto antes o después de que se enfríe?
Holly se arregló el pelo coquetamente y le dijo:
—Supongo que podemos celebrarlo con una pizza, pero tenía en mente algo un
poco más sofisticado —murmuró ella, empezando a desabrocharse la blusa.
—Holly —le dijo él sin apartar la mirada de ella.
—He ido a ver hoy al médico y me ha dado carta blanca. He pensado que
podría ponerme algo más cómodo, y luego podríamos…
—Podríamos… —tartamudeó Mac.
—Podríamos irnos a nadar. La piscina tiene que estar muy bien ahora —le dijo
ella con ojos chispeantes.
—Bueno, ¿no te importará si te tiro a la piscina? ¿No hay ningún peligro? —
susurró Mac, rodeándola con los brazos.
Ella asintió. Mac la cogió en brazos y la llevó a la habitación.
—Te amo, Mac.
Había sido un camino a veces difícil, pero había merecido la pena.
Ella era su chica y no podía pedir más.
Fin