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¿Dónde quedaron nuestros nombres

borrados de la historia?

Las mujeres afganas iniciaron una campaña con la consigna “¿Dónde está mi nombre?”. Se
difunde por las redes con un video que atraviesa el alma: indocumentadas, ni siquiera se
consignan sus nombres en las lápidas que las cubren.

Sus maridos se refieren a ellas como “la madre de mis hijos”, reduciendo su existencia a una
función meramente reproductiva; o lo que resulta aún más humillante, como se
avergüenzan de nombrarlas en público, las llaman “mi cabra”.

Está tan naturalizada esta despersonalización en la sociedad afgana que, en las recetas
médicas de las mujeres, para no registrar su nombre, se alude a su función señalada “madre
de”.

Cada reclamo por derechos incumplidos comienza tímidamente por aquellas que descubren
su carencia y, despacio, van logrando voluntades que revisan la realidad desde otra
perspectiva y se suman en procura de esa justicia reparadora.

Las mujeres afganas no están solas: hombres de mentes amplias y corazón feminista,
abiertos a la construcción de nuevas masculinidades, apoyan este reclamo y ponen cara y
cuerpo al cartel que demanda públicamente esa identidad desaparecida.

Claro, hablamos de identidad, porque borrar el nombre de una persona es técnicamente


desaparecerla. Desde el punto de vista jurídico, el nombre es un atributo de la personalidad,
con un doble carácter de derecho y de deber: derecho a la identidad y deber de
identificación frente al Estado.

Un Estado organizado procura (y debe) tener registrados a sus ciudadanos. Es conocida la


historia de los enrolados al tiempo del servicio militar, realidad con algo de mito, que indica
que muchos fueron inscriptos e identificados con una edad aproximada porque carecían de
existencia legal en el padrón general.

Otros tiempos, otras realidades, puede suponerse. Suposición que se desmorona cuando se
investiga la cantidad de personas indocumentadas que viven en nuestro país, aquí y ahora.
Se suman factores educativos, sociales y económicos por parte de aquellos que infringen la
normativa omitiendo inscripciones y actualizaciones de documentos personales. Y hay una
ineficacia ostensible en ese Estado que carece de registro de seres tan vulnerables como
son los niños quienes, al ser indocumentados, escapan de toda previsión social y
permanecen al margen de controles de salud y acceso a sus derechos básicos.

Fuente
Migliore, A. (2018, septiembre 19). ¿Dónde quedaron nuestros nombres borrados de la historia?
Publicado en Comercio y Justicia. Recuperado de https://bit.ly/2JDDMRZ

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