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Trauma, Memoria y Reparación


Marcela Gonzalez-Barrientos

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Todo es según el dolor con el que se mira (1989)


Elizabet h Lira

No son solo huesos. El rol de la arqueología forense y la lucha cont ra la impunidad


Ermengol Gassiot Ballbè
Trauma, Memoria y Reparación1.

Marcela González Barrientos.2

‘Si no enterraste a tus muertos no puedes vivir,


porque si no dejas a tus muertos en el pasado,
el presente es inestable y el futuro también...’3

En este artículo se abordará el dolor del trauma, las particularidades de la transmisión


transgeneracional y las complejidades de una posible reparación y reconciliación en Chile,
desde la perspectiva de quien escucha el dolor y los intentos de construcciones y re-
construcciones a partir de lo traumático.
Desprendiéndose de lo anterior, se prestaran a discusión algunas cuestiones importantes de
debatir en este ámbito: el riesgo de la identificación con el lugar de victima, posición que la
sociedad actual mediante su discurso pareciera favorecer decididamente; así como también
los complejos desvíos posibles que atañen a los conceptos de trauma, reconstrucción de la
memoria y reparación hoy.
Se recorrerá el concepto de trauma tal como podemos leerlo desde tres ámbitos que van
desde lo individual a lo colectivo: lo estructural (intrapsíquico), lo interpersonal
(psicosocial), y lo sociopolítico.
A pesar de señalar 3 contextos distintos, no son en modo alguno excluyentes; por otra parte,
en todos ellos encontramos representado el mismo origen del concepto, la mención a cierto
acontecimiento vital cuya ‘intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él
adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la
organización psíquica’4, lo remiten a una verdadera herida psíquica, que requerirá todo un
proceso de limpieza, cicatrización, simbolización.
En primer lugar, una pregunta provocadora ¿Es todo trauma evitable? Y si no fuera así ¿qué
hace que un acontecimiento se vuelva traumático para un hombre o una mujer particular?,

1 En Psicología Jurídica: aproximaciones desde la experiencia, 2004, Número 1, pp. 117-131. Santiago:
UDP editores.
2
Psicóloga. Magister en Psicología Clínica, mención psicoanálisis, UDP.
3
Testimonio de Juan, 60 años, en Jedlicki, F., ‘El caso Pinochet. Recomposiciones y apropiaciones de la
memoria’, en Revista virtual ILAS.

1
porque sabemos bien que no necesariamente basta con la cualidad del hecho en si. Y yendo
más allá aun ¿qué hace que un trauma opere como tal para toda una sociedad?

Trauma como un estructurante intrapsíquico.

Para comenzar, diremos que en la historia personal de cada quien, al indagar


terapéuticamente en ésta, es posible encontrar núcleos de conflicto que remiten a lo
traumático ontológicamente hablando. Trauma que no sólo no es fortuito, ni evitable, sino
que es condición de la estructuración subjetiva, como parte de una sociedad determinada.
Esta experiencia de lo brutal, estaría para el psicoanálisis de J. Lacan, marcando el ingreso
del sujeto al mundo simbólico, cuando este se apropia de –o es apropiado por- una
determinada lengua y un determinado sexo, proceso que ocurre al costo precisamente del
distanciamiento del goce primario. Estos son entonces los primeros grandes traumas que la
vida entera del sujeto se encarga de reeditar: el trauma de la lengua o del significante
(relacionado con la Madre como otro primordial, el goce y su pérdida irreparable), y el
trauma del sexo (relacionado con la intervención del Padre como ordenador simbólico, y la
elección del objeto sexual).
Desde esta mirada, el trauma es tan propio a la construcción subjetiva que al parecer toda la
vida humana se ordenaría según esa latencia entre trauma y síntoma (este último como el
saber no sabido del trauma), en otras palabras, entre amor y saber.
Desde el inicio, con sus Estudios sobre la Histeria, Freud se percató de la latencia, este
periodo de silencio que había entre ‘un acontecimiento grave de la vida amorosa,
desconocido, y el momento en que un síntoma recuerda su existencia.’5
¿Cuál es entonces la relación entre esta ignorancia y el amor? Pommier plantea que
‘justamente porque amamos, no queremos saber nada de lo que el amor conlleva de
traumático…’6 Las consecuencias son feroces, y actuales para todos, si pensamos que ‘la
vida amorosa está regulada por un orden que extrae su poder del silencio guardado sobre el
trauma.7

4
Laplanche, J.; Pontalis, J-B.; Diccionario de Psicoanálisis, Barcelona, 1971 (1968), pp 467.
5
Pommier. G., ‘El orden sexual’, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995, pp19.
6
Ibid.
7
Ibid, pp20

2
a.- Trauma de la lengua o del significante. Se refiere al hecho de que es imposible
aprehender la cosa por el lenguaje, y sin embargo es lo único que tenemos. Por lo tanto
hablar es reeditar la experiencia constante de la pérdida.
A la pregunta por la propia identidad, y por la búsqueda de lo semejante en el amor,
Pommier desarrolla admirablemente este olvido de quién es uno ligado al encuentro con la
lengua. Entonces ¿quien soy yo?: ‘Lo olvidé en mi primer encuentro con el lenguaje.
Ignoro lo que significaban las primeras palabras que me fue dado oír: sólo sé que me
demandaban algo y, en el intento de ponerme a su altura, de asemejarme a lo que ignoro,
olvidé mi propia apariencia, cuyo recuerdo sólo vuelve a mi gracias al espejo, a la mirada
del semejante, al amor. Así, el amor es el recomienzo de esta pérdida primera. El amor
responde de la represión originaria. El agujero que incluye la lengua, lo que no puedo
nombrar, gobierna mi deseo, y esa cosa del lenguaje se encarna en aquel a quien amo. Ella
me interrogó primero, y desde entonces me esfuerzo en responderle aunque no siempre
haya entendido lo que se me demandaba. Indudablemente, nada puede asegurarme de que
se me haya demandado algo, pero yo sigo tratando de dar satisfacción, como si se debiese
hacer algo para tener derecho a existir. De esa deuda a la cosa del lenguaje yo no podría
sustraerme. 8
En otras palabras, este primer trauma responde a la imposibilidad de saldar la deuda con
respecto a la falta de la madre, la inadecuación que tarde o temprano cae del objeto-hijo
para llenar el deseo de la madre, siempre palpitante.
El encuentro con el lenguaje es traumático porque enfrenta al sujeto con el enigma del
deseo del Otro, proyectando al sujeto hacia la búsqueda, hacia este encuentro.
Pommier dice que ‘lo que no se puede nombrar es el trauma.... lo indecible es indecible a
causa del amor.9 Se está refiriendo a la distancia existente entre la percepción de las cosas y
el momento de la nominación es exactamente la misma brecha que separa el trauma del
saber, el acontecimiento y el síntoma que recuerda su existencia. Por eso siempre nos
encontramos a distancia de las cosas.
Las palabras siempre están alejadas de las cosas. No podemos expresar plenamente lo que
percibimos. Nuestras palabras llegan siempre con posterioridad a nuestras sensaciones.

8
Ibid, pp 61-62

3
b.- Trauma de la sexuación o del encuentro con el padre. Determinará la elección del objeto
de amor y también la asunción de una posición sexuada. Este encuentro se supone que
salva del primero, de quedar preso en el cumplimiento del deseo materno, el deseo del Otro.
Esta primera posición sexuada podrá sufrir variaciones en la infancia y la adolescencia.
¿Qué es aquí lo traumático? El trauma está constituido por la necesidad obligatoria de dejar
al padre el lugar de la potencia fálica. No sólo en el mito, sino también en el camino de la
castración. Porque si la castración consiste en ser salvado por el padre de la angustia ante la
castración y voracidad materna, entonces implica desistir de la potencia fálica en el nombre
del padre, lo que implica un costo importante a nivel subjetivo, pues se trata de preservar el
amor por este, y para esto lo que hay que ‘no saber’ es el encuentro traumatizante con la
potencia fálica del padre.
Veíamos que con su ingreso a la lengua, el niño quedaba inerme frente a la potencia
materna y la insaciabilidad de su deseo. Ahora bien, si el padre salva de la angustia ante la
castración materna, demostrando su potencia fálica, el niño es castrado por su propio deseo
de ser salvado por su padre. En otras palabras, de todos modos el niño debe perder.
Abordar desde esta mirada lo primariamente traumático resulta muy interesante pues sitúa
lo violento como un elemento presente desde el inicio en la estructura humana.
Por otro lado, es importante diferenciar niveles, entre lo traumático concomitante a la
estructuración humana; y lo traumático anclado en hechos de la realidad contingente que
pueden perturbar seriamente el desarrollo vital de un sujeto.

El amor y la furia, un real que espanta (Trauma vincular).

Hemos llegado así a lo propio de la variante psicosocial - interpersonal, que remite a los
vínculos, y que es el ámbito por excelencia donde se ha trabajado muchísimo la cuestión
del trauma, sobre todo en las figuras del abuso sexual, en las dinámicas de la violencia en la
pareja y del maltrato infantil
En este ámbito lógicamente pensamos lo traumático como evitable. Sin embargo, tal como
lo observó Freud a finales del siglo XIX, y que le sirvió para privilegiar la complejidad del

9
Pommier, G., ‘Transferencia y Estructuras clínicas’. Ediciones Klinè, Buenos Aires, 1999, pp19.

4
abordaje de los problemas relacionados con el ámbito de lo sexual, existe en muchas
personas la preponderancia a recurrir a representaciones traumáticas que remiten a fantasías
que operan como hechos.
Debido a este descubrimiento, la apuesta freudiana de separar, o poner entre paréntesis, la
realidad objetiva, a favor de la realidad psíquica o subjetiva, mantiene un siglo después su
cariz de atrevimiento por lo subversivo que sigue siendo cuestionar las bases de lo que se
esperaría fuera una realidad compartida por todos, de la que emanaría el intento de abarcar
el mundo en su totalidad, de hacer ciencia de manera lineal y certera que nos permitiera el
acceso a la verdad final, la eterna utopía científica.
Sin embargo, lo que queda claro es que cuando se trata de hechos; es decir, de la irrupción
de un real que deja huella, hablo de actos de violencia que son impuestos concretamente
sobre un cuerpo, pareciera que el horror que estas huellas denuncian ante el que observa,
acreditaran en sí mismas el sufrimiento o trauma psíquico de quien las padece,
generalmente una mujer. Donde pareciera que el trazo en lo real confiere un peso distinto,
autoriza -de algún modo- la acción, la conceptualización de esa mujer como víctima y de
ahí todas las intervenciones conocidas en el ámbito de lo médico-legal que obtienen su
amparo de la verdad de los hechos.
Si bien los hallazgos psicoanalíticos nos permiten pensar que los hechos no bastan para
crear trauma, que la seducción no siempre es traumatizante para quien es objeto de esta; y
por el contrario, que puede existir un fantasma de seducción que efectivamente opere como
trauma sin que esta haya efectivamente ocurrido, existen algunas pistas en que permiten
asegurarse de la naturaleza traumatizante de ciertos eventos: ‘...el silencio que existe
respecto de lo ocurrido. Es decir, la imposibilidad del niño o la niña de hablar de lo que ha
ocurrido... Una segunda cuestión que puede sobrevenir a lo largo de la cura es por qué no
se pudo hablar de eso con los padres. Es porque el seductor ocupa un lugar paterno? O
porque el niño se encuentra en una posición de culpa respecto al propio deseo, o a haber
provocado el deseo del adulto?’10
Porque si no puede hablar es precisamente por el traumatismo, no habla para ocultar y
rechazar la dimensión sexual y, de esa manera, preservar el amor. Entre el trauma y el
amor, existiría entonces una relación radical, hasta el punto de desconocer el trauma para

10
Idem., pp. 21

5
preservar el amor, lo que se observa intensamente en casos de niños maltratados: ‘La fuerza
del lazo amoroso de esos niños con sus madres es proporcional, precisamente, a la violencia
del traumatismo. Cuando más violenta sea la madre más fuerte será el lazo amorosos con
ella, y en consecuencia, la imposibilidad o dificultad de desvincularse de ese lazo’.11
Así, amamos aquello que precisamente no queremos saber, y lo amamos precisamente por
no saber. En otras palabras nos enganchamos mucho más con el otro gracias a nuestra
ignorancia que a todo lo que podemos saber sobre la persona que amamos: ‘Es el amor lo
que impide hablar de lo ocurrido, lo que impide al niño ver lo que hay de traumatizante. En
ese silencio podemos averiguar la disociación que se produce entre preservar el amor y/o el
saber que concierne a ese amor y al acontecimiento traumático. Por eso, la seducción tiene
lugar en un espacio de ensoñación [...] y respecto de la cosa real existe muchas veces una
duda acerca de si ocurrió o no. No puede saberse si ha ocurrido o no, porque lo acontecido
se sitúa exactamente en el punto donde hay un rechazo del saber y donde hay una
preservación del amor’12. Probablemente se debe a la culpabilidad por haber provocado el
deseo, o la culpabilidad de haber experimentado un deseo censurado, o también puede
suceder que la duda de la veracidad de lo ocurrido puede deberse a la existencia previa de
la fantasía, por lo tanto no se puede estar seguro si el hecho traumático se produjo
realmente o no.
Podemos pensar que lo traumatizante en los casos en que realmente ocurrió algo así, es
además el traumatismo que significa tratar de tapar y justificar lo que hizo el padre,
empresa imposible que gatillará todas las contradicciones en el intento de salvar el amor del
padre hacia ella, a pesar de que éste precisamente no ha sostenido su lugar de padre para
ella.
Sigue siendo muy difícil entender los casos en que se trata solamente de un fantasma o de
un recuerdo encubridor de una escena de seducción. En estos casos, la pregunta es ¿por qué
la histérica necesita de la debilidad del padre, para quejarse de esta? Y la respuesta nos
remite a uno de los traumas que mencionábamos: la construcción de esta ficción de un
padre que cae, resulta necesaria para salvar del trauma; es decir, de la angustia de
castración de la madre. ‘Es preferible que el padre sea un seductor a quedarse en los brazos

11
Ibid, pp21.
12
Ibid, pp34.

6
de la madre, por eso se inventa la ficción de la seducción y el mito del padre que vale poco
y nada’. 13
Ya que la experiencia traumática en estos casos va aparejada del silencio encubridor y
cómplice, resulta particularmente interesante abordar la cuestión de la transmisión; qué
sucede con la simbolización necesaria, y si es sólo mediante las palabras que opera la
transmisión, cuestión interesante si pensamos que los canales simbólicos lógicos se
relacionan más bien con lo masculino, pero las mujeres en tanto madres tienen una
experiencia esencial de transmisión emocional.
En una interesante experiencia de investigación teórico-clínica efectuada con madres de
niñas abusadas sexualmente, realizada en una organización de mujeres, se pudo trabajar la
potencia de la transmisión que opera entre madre e hija. Potencia evidenciada no sólo por el
hecho, bastante común, de que las niñas repiten el silenciado trauma materno en relación a
una experiencia de abuso en la infancia o adolescencia maternas; sino también, la
investigación abordaba los efectos en las madres del abuso sexual de las hijas, para poder
entender y conceptualizar con posterioridad los efectos en las hijas, a consecuencia de las
respuestas de las madres hacia ellas posterior a este abuso. El escuchar a las mujeres, las de
la investigación señalada pero también tantas otras, nos permitió adentrarnos en un
universo particular donde la relación madre-hija juega un papel fundamental en las
significaciones y atribuciones que a su vez señalarán los diversos modos de esas hijas de
situarse posteriormente como tales en la sexualidad, en la maternidad, en la filiación.
El supuesto de la investigación parecía ingenuo, una obviedad: La madre es fundamental en
la significación del trauma de la hija, para la hija. Sin embargo, lejos de ser ingenuo, tal
presupuesto aparece como radical pues sostenía esta idea freudiana de la relatividad de la
‘realidad’, poniendo en cuestión además los equívocos del concepto de verdad, al menos en
relación a lo evanescente de ésta, y a la relativa in-utilidad de su persecución. Porque
¿acaso la verdad no depende de quién la puntúa?
Por lo mismo, escuchar –sin apresurarnos a etiquetar- nos permite poner entre paréntesis el
‘en sí mismo’ del trauma. Porque sabemos que ya no se trata sólo de una cuestión real,
aunque esa marca infiera un peso que precisamente por no ser invisible se representa por sí
sola.

13
Pommier, pp. 36

7
De esta manera, la opción por escuchar el sujeto detrás del hecho se convierte en radical;
porque implica el esfuerzo de detener por un momento la potencia de la irrupción de la
imagen, y de lo imaginario asociado a esa imagen, que es sobre todo en estos casos
demasiado fuerte, a veces casi insoportable.
Escuchar -al contrario- nos daba un cedazo distinto para situar los lugares, permite que lo
real de un acto inadmisible desde fuera, aparezca como posible para ese sujeto que lo tolera
o lo provoca, activa o pasivamente, sin ameritar por esto ni que se evadan los límites de la
ley, ni que se eludan las consecuencias de su trasgresión.
Si pensamos que efectivamente el real no basta por si solo para crear un trauma – los
complicados vínculos de intimidad y erotización del vínculo que acontecen entre abusador
y victima, muchas veces sólo son significados como nocivos desde fuera- volvemos a la
pregunta del inicio ¿qué hace que un acontecimiento quiebre el continuo vital, volviéndose
traumático, y desde entonces impida su integración, su elaboración?
¿No será acaso primordial la vivencia que frente a esto transmita la madre con su papel
vital en la crianza para la niña, en la transmisión de sus propias significaciones frente al
otro, frente a la sexualidad? ¿O también, como se da muchas veces, la transmisión sin
palabras de la propia experiencia de abuso vivida por la madre, y en ese sentido la
transmisión que opera como lealtad invisible para la hija?
¿De qué se trata finalmente esta transmisión? Entendiendo que, como se abordaba
inicialmente, la palabra es vehículo de goce y que a la vez separa para siempre de este; y
que además la palabra corresponde al ámbito de lo simbólico, regido por lo masculino, la
adaptación social, ¿no es curioso que sean mujeres las encargadas de la transmisión?
¿Es una transmisión femenina, por ser una operación entre mujeres, una transmisión de una
cualidad distinta a la regida por la lógica lineal fálica?
Habrá que preguntarse por la particularidad de esta ley transmitida entre mujeres, y habrá
que preguntárselo con insistencia, puesto que la misma palabra –como ámbito de la ley del
padre- se hará evanescente a esta búsqueda, se escabullirá en una mirada silenciosa.
¿Desde donde se sostiene la mujer para transmitir con tal potencia lo que no puede olvidar?
¿Se sostiene del silencio de su madre, de su mirada llena de palabras no dichas? ¿Podemos
pensar en un dominio sin palabras, un silencio marcado, marcador?

8
Algunos dirán que se trata de un insensato capricho o de una trasgresión a la ley simbólica
paterna. ¿O es en el ámbito del cuerpo donde buscar la respuesta? ¿Del cuerpo cruzado,
atravesado por la marca materna? ¿El cuerpo enraizado con esta palabra de la madre no
dicha -que no es lo mismo que una triste palabra de madre-, una palabra más que ausente
desaparecida, que hará cuerpo para la hija en el momento del encuentro?
Certeza de un re-encuentro pero a posteriori... con esa mezcla de horror y alivio que siente
el que busca lo desaparecido, ante el allanamiento de una cripta donde desde meros
vestigios, desde jirones del pasado perdido, se ensambla la posibilidad de un
reconocimiento.
La cualidad de lo corporal, la materialidad de la carne no es un dato cualquiera en lo
femenino, ni menos aun para las mujeres que buscan respuestas. Quizás por esta cierta
ajenidad al dominio exclusivamente simbólico de la palabra y el pensamiento, y por esta
cercanía biológica a los ciclos de la naturaleza, el cuerpo, el real del cuerpo, la sangre, el
desecho, el dolor y el goce, encuentran un lugar cercano en las mujeres, el espanto puede
ser abordado sin olvidar.
Es en este ámbito de los cuerpos, lugar real de inscripción de la memoria, donde podemos
ver cómo mediante sus expresiones sintomatológicas somáticas, el cuerpo transmite, aun
cuando su dueña/o no quiera saber nada, de las experiencias límites enterradas en el pasado.

Sobreviviendo al horror y la muerte (Trauma social).

Los últimos años la sociedad chilena ha debido encarar e intentar resolver el tema de la
reparación en las victimas de la dictadura, los torturados, los retornados, los familiares de
detenidos desaparecidos que han ido alzando la voz, en su clamor por justicia.
Un importante sector de la ciudadanía se esfuerza por revivir o reconstruir la memoria
perdida, amordazada durante muchos años, como un modo de asegurar el que ‘nunca más
en Chile’ se repita lo ocurrido. Sin embargo, a treinta años de un acontecimiento
socialmente traumático y fragmentador, como fue el golpe de estado en Chile y los excesos
que siguieron, impresiona ver cuan abiertas siguen las heridas, cuan polarizado se mantiene
el país, lo que nos hace pensar que sin el esclarecimiento anhelado, todos los intentos

9
oficiales de reparar mediante lo económico, se encuentran con la barrera de lo insuficiente
y humillante.
Porque, ¿qué significa realmente reparar?
En rigor, la‘reparación’ alude al procesamiento individual y social del trauma, implica un
reconocimiento que permita a las victimas dejar de ser marginales, y cuya verdad pueda ser
integrada dentro de la verdad oficial compartida responsablemente por el conjunto de la
sociedad.
Ahora bien, ese ideal de reparación en el que se basan los lineamientos clínicos y políticos,
se fundamenta en un esclarecimiento con justicia, y es en este punto donde la situación se
convierte en un laberinto sin salida en Chile. Sin justicia que les permita a estas personas
reintegrar su historia, tantos años clandestina, al contexto político donde todo esto ocurría,
y que permita determinar responsables –aun si después, como se ha visto muchas veces
entre los familiares cuando recuperan los restos desaparecidos, desisten de acciones contra
ellos, sin saber del destino de esos cuerpos, ¿cómo hablarles de perdón?
¿Cómo hablarles de olvido si ellos corren contra el tiempo, sabiendo que éste borra
implacablemente los vestigios de reconocimiento posibles, y que mientras más se demoren
menos posibilidades tendrán de recuperar algo de ese cuerpo perdido? La crueldad de la
acción es fácil de colegir: con la desaparición de un cuerpo, se borra de plano la prueba de
la existencia misma del ser humano, lo que afecta directamente a las familias pues les
mantiene la inseguridad máxima de que el desaparecido no haya muerto, sino que haya
abandonado a su familia, aprovechando la oportunidad para armar vida nueva en el
extranjero -como el discurso militar oficial propagaba y algunos incluso hoy sostienen.
Podemos preguntarnos si es precisamente esta inseguridad lo que angustia y encoleriza a
los deudos – interesante palabra para referirse a ‘los que quedan en deuda’de hacer justicia-
impidiendo hacer un duelo que eventualmente pueda cerrarse. Porque pareciera que cuando
esto ocurre, cuando se encuentra un resto, por mísero que sea, que permite la identificación,
recién ahí puede venir el alivio y la paz de haber saldado la deuda con el muerto.
Es una tarea titánica, y por cierto algo contradictoria, intentar la reparación en un país con
doble discurso, y entrampado por todos lados para mantener las cosas tal como están. No es
difícil imaginar la desazón, y el eventual recrudecimiento del trauma, en las personas que
estando en el difícil proceso del perdón, asisten a los sucesos que cada cierto tiempo se

10
hacen públicos en Chile: la ostentación de la impunidad jurídica y social de los
responsables; la negativa pública de asumir la más mínima responsabilidad por los excesos
cometidos; la aparición esporádica en los medios de personas que protagonizaron violencia
política; el encuentro de más osamentas; los desmentidos y contradesmentidos sobre los
paraderos de las victimas, etc. Estos y muchos más, son elementos que por una parte
privatizan el daño, dejando en la esfera de lo intimo, individual y patológico el trauma,
impidiendo interpretar la situación que tuvieron que vivir como una situación anormal y
enferma; y por otra parte, esquivan un reconocimiento y una reparación que les devuelva la
dignidad perdida junto a un lugar en la sociedad.
En esta tarea de transmitir la memoria perdida y luchar por la reparación, las mujeres han
tomado un lugar preponderante. ¿ Cómo es que las madres de la Plaza de Mayo, las mujeres
chilenas de la Agrupación de familiares de detenidos desaparecidos llegaron a detentar para
sí mismas, para sus familias y para la sociedad, el lugar de transmisión de la memoria de un
pueblo con tendencia al olvido?
Ya nos preguntábamos sobre las mujeres y la transmisión en la segunda parte, ¿Será que
esta transmisión va por otro lado que la transmisión vertical, lineal, lógica de la autoridad
que se autoriza de un saber? ¿Será que en ellas, sobrevivientes de la hecatombe, abuelas,
madres, esposas, hermanas se sostiene la necesidad de mantener viva la memoria del
trauma, impedir que el tiempo se lo lleve todo?
¿Qué pasa con las mujeres encargadas de la transmisión del horror? ¿Qué ha dicho su
silencio?
Y por otro lado, si es cierto que las victimas del horror habitualmente no pueden hablar de
este ¿Será que las mujeres se encargan de hablar por ellos, por los que no pueden o no
pudieron?
El trauma, el silencio del trauma, el real ensordecedor y mudo del trauma. ¿Por qué algunos
pueden hablar su trauma y otros no? ¿Se trata de dejar pasar el tiempo necesario para sanar
las heridas, para integrar el dolor?
Sabemos que para las victimas se trata de una experiencia de la que ya no se quiere/puede
saber, por tanto sólo queda el silencio; pero gran problema aquí: ¿sirve el silencio para
algo, o es sólo que no hay otra posibilidad?

11
En este contexto, ¿desde dónde posibilitar un proceso terapéutico incitador de la reparadora
simbolización, del intento de ‘poner en palabras lo innombrable’ para poder transformar el
trauma en recuerdo, y dejarlo atrás?
La pregunta abierta a discusión para el psicólogo que entrevista, sería cuál es el costo de su
interpelación para el hablante, y cual es el cuidado a tener para evitar que ésta se transforme
en re-victimización.
En ‘La escritura o la vida’, Semprún dice que por mucho tiempo no le había sido posible
escribir lo vivido en el campo de concentración donde estuvo detenido 18 meses, porque se
dio cuenta que su silencio era el único modo de sobrevivir: ‘Todo volvería a empezar
mientras siguiera vivo: resucitado a la vida, mejor dicho. Mientras tuviera tentaciones de
escribir. La dicha de la escritura jamás borraría este pesar de la memoria. Todo lo contrario:
lo agudizaba, lo ahondaba, lo reavivaba. Lo volvía insoportable. Sólo el olvido podría
salvarme.’ 14
Cuando retorna, el escritor se obliga a decidir: ‘Cual cáncer luminoso, el relato que me
arrancaba de la memoria, trozo a trozo, frase a frase, me devoraba la vida…. Sólo un
suicidio podría rubricar, concluir voluntariamente esta tarea de luto inacabada:
interminable….Gracias a Lorène, que no sabía nada, que nunca supo nada, yo había vuelto
a la vida. Es decir al olvido: la vida tenía ese precio. Olvido deliberado, sistemático, de la
experiencia del campo. Olvido de la escritura, igualmente…. Tenía que escoger entre la
escritura y la vida, había escogido ésta. Había escogido una prolongada cura de afasia, de
amnesia deliberad, para sobrevivir’. 15
No es fácil, para quien nunca ha experimentado la muerte en vida de una experiencia límite
como la relatada, entender que efectivamente una experiencia así nunca pueda olvidarse, y
que se trate de una imposibilidad radical más que de una simple falta de voluntad,
volviendo repetidamente hasta hacerse para algunos sólo posible la elección de la propia
muerte. Porque además, está la presencia de la culpa. La culpa de haber sobrevivido a los
demás, la culpa de olvidar el horror, lo insoportable del olvido no sólo personal sino sobre
todo histórico de tanta muerte: ‘Despertando de este sueño que era la vida, por una vez me
sentía culpable de haber deliberadamente olvidado la muerte. De haber querido olvidarla,

14
Semprùn, J., ‘La escritura o la vida’, Tusquets Editores, Barcelona, 1998, pp.177.
15
Ibid, pp212.

12
de haberlo conseguido. ¿Tenía yo derecho a vivir en el olvido? ¿A vivir gracias a este
olvido, a expensas suyas?’16
Respecto a la culpabilidad, no hay que olvidar lo siguiente: ‘El sistema represivo y sobre
todo el de la tortura, tenían como objetivo la destrucción del ser, aislándolo de todas sus
redes y marcándolo para siempre cuando hablaba.’17
Lo anterior, quiere decir que además del silencio y la inhibición, los sobrevivientes
cargaban con la culpa de haberse convertido bajo tortura en delatores de sus compañeros
muertos, indirectamente en sus verdugos.
Podemos pensar que esta misma angustia es la que vive en los hombres y mujeres que sin
haber experimentado en sus cuerpos el horror, se sienten depositarios de este saber, de esta
transmisión y este dolor. Me refiero a los familiares de las victimas de la violencia política,
por un lado, a sus familiares directos que los escondieron, y mantuvieron solos
posteriormente a los hijos; pero sobre todo a los que se formaban en ese momento, o recién
nacían. La marca que se estableció en estos niños. Podemos observar hoy como esos hijos,
nietos de victimas de la dictadura, pueden hoy fijar su propia identidad en la de ‘victima’ de
la dictadura. Y el discurso político contemporáneo pareciera facilitarles esto, por un sentido
social de deuda les acoge como victimas, pero esto les sirve para algo o les perturba su
desarrollo personal?
No es acaso esta época una de supresión de las diferencias, época de un discurso histérico
generalizado sensible a la posición de victima.
Y cómo poder mirar el trauma y la víctima sin revictimizarla con la compasión, de manera
de no ligarla a su lugar de victima de tal o cual cosa… Los nombres victimizan, introducen
adjetivos no inocentes, un centro de mujeres agredidas, será para atender a las mujeres
agredidas y servirá para generar identidad a quien está ávida de llamarse de una
determinada manera, de pertenecer a algún grupo social, y encontrar ahí el motivo de su
queja, bienvenida si es compartida.
Qué pasa con la posición de victima a la que el sujeto queda fijado al ser nominado por
otro? De qué se alimenta esta posición, cómo detenerla, qué papel tienen aquí las
instituciones.

16
Ibid, pp201.
17
Jedlicki, F., ‘El caso pinochet. Recomposiciones y apropiaciones de la memoria’, en Revista virtu@l ILAS.

13
De alguna manera, la nominación igual reemplaza cierto monto de angustia de todo sujeto
ante el vacío, por una nominación que viene del lugar del Otro, sin saber cuanto esa
nominación de victima de tal o cual cosa marque su vida y su destino.
Vale la pena preguntarse entonces cómo marca el nombre institucional a las personas que
allí se atienden victimizándolas.
¿No es acaso nuestra sociedad una sociedad que se apodera y utiliza la condición de ser
victima para luchar, par mantenerse vivo? Una sociedad donde el reclamo adquiere
proporciones de magnitud, como un derecho ganado, quizás porque subyace el ánimo de
horizontalidad, donde hay que buscar un culpable de todo lo que nos ocurre. Una sociedad
en la cual prima un discurso histérico propio de la política, que se apoya en una
reivindicación por todo aquello que no responde a la igualdad, por todo aquello que permite
ser alguien desde el dolor. Viene a mi mente como sátira, esta película ‘The fight club’-El
club de la pelea-, cuyo protagonista es un tipo esquizoide que sólo encuentra tranquilidad,
unificación, identidad en los grupos de autoayuda, los que recorre incansablemente noche
tras noche, intentando que nadie descubra su impostura, y que pueda llorar sintiéndose
inmerso en una colectividad, sufrir junto con otros. ¡No es acaso lo que busca precisamente
una identidad, un nombre que lo ate, que lo contenga, que lo signifique de algún modo?
¿No es que sólo encuentra paz desde el momento en que puede considerarse victima de
algo o de alguien, de un destino fatal, de una enfermedad incurable o simplemente de su
debilidad? Qué busca realmente este sujeto? ¿Qué buscamos todos en esta sociedad?
Una observación clínica, para afinar el punto. Cuantos personas hoy, hijos e hijas de
detenidos desaparecidos, de torturados políticos; es decir segunda generación de esta
traumatización, ven sus vidas paralizadas, estancadas en torno a este significante ‘victima’.
Ellos no vivieron el horror directamente, sin embargo sienten que deben ser testigos
vivientes de lo padecido por sus padres, testigos de la vivencia ajena, por amor, por culpa,
por rabia. Ellos no tuvieron su padre o su madre por culpa de la dictadura, ellos son
victimas también y así irán pasando las generaciones, entre esta desidia de no saber qué
más hacer para merecer la identificación con este lugar; o de no saber que hacer para poder
soltarse de esta identificación y de tener que representar en vida esto o aquello para la
mirada ajena.

14
No es raro observar que ellos mismos no han podido construir su propia vida, desde los
datos más simples, un trabajo que los satisfaga, una familia que los contenga, un proyecto
de vida que los interpele. ¿Hasta dónde la pesadez de este pasado y la incapacidad del
desprendimiento no les permite avanzar? ¿Hasta dónde no les ha permitido agarrarse de
algo propio para seguir viviendo? Debiéramos decir que para comenzar a vivir hay que
soltar.
Recientemente en Chile, el psicoanalista Marcel Czermak refiriéndose al problema de la
transmisión política de la memoria señalaba una posición muy crítica con respecto a la
necesidad de esta transmisión: ‘[...]En todo el planeta en este momento, la prensa, los
hombres políticos, los libros, esta lleno de todo esto. … ¡Dios sabe cuánto aquello que ellos
cuentan me interesa, y hasta qué punto no lo soporto! Hasta qué punto -debo decir, y yo les
dije-, puedo tener un sentimiento de asco ante aquello que corre actualmente por las calles,
de un supuesto deber de memoria, y el goce correlativo. Cuando era más joven, se fijan, es
de mi memoria de lo que estoy hablando, yo me preguntaba –siendo que lo esencial de mi
propia familia había sido barrido por la historia- por qué aquellos que habían sobrevivido
no querían hablar. Lo que es un caso extremadamente bien conocido, por qué aquellos que
han conocido lo peor no quieren hablar de eso. Pues bien… hay una razón elemental: la
palabra es un goce, y desde que uno se pone a hablar de lo horrible, uno goza del horror. Y
la generación siguiente, que no entendió nada, en nombre del deber de la memoria, y
jodiendo a sus mayores les dicen: ‘Pero ustedes no dicen nada, no nos han explicado nada’,
sin darse cuenta que ellos mismos están retomando el cuchillo. Y dicen ‘Pero si no
entiendo, ¿qué puedo llegar a hacer?’. La respuesta es simple: Arrégleselas para entender lo
que usted pueda.’18
Lo anterior es provocador, sin duda, porque si un presupuesto clínico fundamental es
promover el habla, la simbolización del horror, de manera de lograr historizar un relato que
conforme una nueva memoria en ese sujeto con la integración del dolor, ¡no es acaso desde
esta mirada de lo traumático obligar, conminar a morir un poco más al sufriente! ¿Es que lo
obliga a la atroz ambivalencia de gozar, mediante el sólo acto del habla, gozar de lo
abyecto, haciéndolo suyo, apropiándose de éste, y generando así una identificación al lugar
de victima?

15
Porque el tema entonces es la posibilidad de hacer algo más que permanecer pegado en el
goce mortífero y el dolor de la repetición. Algunos podrán decir que el ejemplo europeo no
es homologable, puesto que ellos post- guerra mundial, han hecho múltiples labores de
reparación, de justicia. Sin embargo, han pasado 60 años desde el fin de la Guerra, y aun
siguen presentes la necesidad social de reparación y los intentos de mantención de la
memoria para la evitación de un nuevo holocausto. Por lo tanto, la pregunta debiera
interpelarnos: Han pasado 30 años desde el golpe, 13 años desde la asunción de un
gobierno democrático, nuestros intentos de reparación son bastante precarios en
comparación con el proceso reparatorio que movilizó tan fuertemente a la Europa de la
post-guerra. Sin embargo, si consideramos que sin toda la verdad y justicia necesarias
nunca podremos dar vuelta la página, nos enfrentamos a una posibilidad desoladora: la
identificación con la posición de victimas de parte de los hijos, los nietos, la descendencia
de las propias victimas. Siguiendo la advertencia de Czermak, el riesgo sería no poder hacer
algo distinto que gozar de su desgracia, y de ampararse en la tragedia para decir ‘mientras
no hayamos entendido, vamos a hacer lo mismo que los viejos’?
En este ánimo de entender, de saber qué ocurrió, de reconstruir la memoria Czermak vuelve
a ser radical: ‘[…]todas las verdades, todas las explicaciones no servirán para nada, porque
uno jamás aprende algo del otro, uno esta propulsado por significantes […]que uno
desconoce radicalmente, que no solamente han sido reprimidos sino determinados de un
modo tal que Dios mismo no podría, y que sin embargo nos manejan como marionetas. Y
esta historia de deber de memoria, que quisiera tener una dimensión pedagógica, participa
de la ilusión antigua que cuando uno sabe, uno lo hace mejor, lo que es radicalmente
falso’.19
La pregunta obvia aun no tiene respuesta: ¿cómo abordar el problema social de tal manera
que no obture la necesaria búsqueda personal de cada sujeto, derecho y responsabilidad
personal, entregando nombres que proveen de identificaciones rápidas cuyo peso será
imposible barrer? Porque quienes erigieron su identidad en relación a la masacre, al trauma,
en que ser victima pasó a ser su identidad… ¿qué posibilidades deja para si mismo alguien
que se reconoce en esta categoría?

18
Czermak, M. Czermak, M., Conferencia dictada en el Instituto Chileno –Frances de Cultura, Noviembre,
2003. (Transcripción).
19
Idem. (Transcripciòn).

16
Unos podrán decir, que es preciso no dejar que el tiempo borre todo, que es urgente
recuperar la memoria para no hacerle el juego a la impunidad, para mantener vivo lo
ocurrido, para que los muertos no lo hayan hecho en vano.
Una alternativa de mirar el problema es racionalmente, pensando que efectivamente hay un
compromiso con el dolor, con la tragedia, una responsabilidad colectiva de mantener viva
la memoria. Esa postura que implica la transmisión como una manera de elaborar, para
dejar de repetir y para poder olvidar.
En esta vertiente se encuentra sin ir más lejos la propuesta del Prais, cuyas conclusiones y
sugerencias de un estudio efectuado, apuntan hacia algunas intervenciones preventivas que
la sociedad debiera tomar como un modo de dar certezas respecto de las violaciones a los
derechos humanos: manejo de información desde los aparatos del estado; creación de
nuevas instancias de reparación; discurso público orientado a la reparación; promoción de
instancias destinadas a impedir el olvido (discursos, actos, memoriales que mantengan
presente las experiencias represivas vividas para que no vuelvan a ocurrir, construcción de
una memoria histórica; entre otras). 20
Desde otra posición sin embargo, la pregunta sería por qué creer que lo que nos pasó es
ejemplificador; o que se puede aprender algo de eso, ¿cual es realmente la capacidad de
aprendizaje por la experiencia ajena? Lamentablemente los padres lo saben bien: Nadie
aprende por los errores del otro.

Sin embargo, no es fácil sostener una posición critica sin arriesgarse a ser considerado
reaccionario o directamente fascista. Aunque el riesgo de la malinterpretación sea al mismo
tiempo inherente a la lectura de un texto ajeno.
Volvemos a la pregunta, a la sospecha de un saber que se transmite sin que sea un deber de
memoria, y también a la necesidad de seguir adelante luego de las traumatizaciones
extremas. ¿Será que los que quedan para contar lo ocurrido, deben retomar para siempre,
hasta el hartazgo, la misión de mantener vivo el recuerdo del horror, qué posibilidad le
damos a ellos de olvidar, de seguir vivos?

20
Galvez, J.M., Pastrana,I., Venegas, F.; ‘El proceso de retraumatización en personas afectadas por la
violencia política. Un estudio exploratorio’. En Anales del V Congreso Iberoamericano de Psicología
Jurídica, 2003, Santiago (Chile).

17
Si sienten que son culpables de haber sobrevivido a sus compañeros, o si sienten que el
mundo les está en deuda por haber sido victimas de este horror y que por tanto deben ser
compensados, es fácil preguntarse hasta cuando, donde poner el límite, donde decir ‘es
suficiente’. Sobre todo en un país que parece haber optado por una salida ambigua frente al
problema, que consiste en entregar reparaciones económicas que resarcen de algún modo y
señalan un lugar de victima social; pero por otro lado manteniendo en la nebulosa el
esclarecimiento puntual de lo ocurrido.
El proceso de reparación en Chile adolece entonces de lo más humanizante: los deudos, o
los mismos sobrevivientes de la masacre, podrán seguir sintiéndose victimas mientras no se
esclarezca con justicia aquello acontecido, mientras no se visibilice a los responsables con
un juicio que permita, quizás, posteriormente perdonar y olvidar.
Porque si no hay posibilidad de decir ‘basta ya’, si no hay posibilidad de negarse a recordar
para siempre, si se cree que se le debe a los muertos el estar siempre manteniendo la
laceración al rojo vivo, la situación corre el riesgo de anquilosarse en la repetición de un
blanco para el dolor.
Es un problema en tanto precisamente no queda claro donde ni cómo hacer el corte, y creo
sólo puede ser una decisión personal, no colectiva, el negarse a continuar en la repetición,
que como dice Czermak, puede ser gozosa. De esta se nutren muchos y sacan dividendos;
por lo mismo, hacer esta reflexión desde lo psicoanalítico, a pesar de que puede
evidenciarse políticamente incorrecta, es necesario para poder re-pensar como colectividad
los procesos sociales que compartimos.
En un interesante estudio hecho en Francia a propósito de las recomposiciones de la
memoria en los hijos de exiliados, a raíz de la detención de Pinochet en Londres, se
defiende la tesis de que la memoria, a pesar de encontrarse ‘polarizada entre el peso
traumático del pasado y la necesidad del olvido, es una memoria que no está capturada en
el pasado’. 21
En este artículo se define que la memoria para los hijos de exiliados se instala en un
proceso dinámico presente de recomposición, de juntura entre la cultura familiar y la que a
ellos los circunda. Podríamos pensar que esa misma recomposición ocurre en Chile, pues

21
Jedlicki, F., ‘El caso pinochet. Recomposiciones y apropiaciones de la memoria’, en Revista virtu@l ILAS.

18
debido a la negación de una memoria colectiva, también el Chile de estos jóvenes o adultos
de hoy, es definitivamente otro del que vivieron sus padres.
En el texto se propone que ‘el vigor simbólico que toma la reivindicación del estatus de
víctima, conllevan un cambio radical de la relación ... con la memoria. Esta pasa del estado
de memoria reprimida, al de rememoración consciente y reivindicada por la palabra tomada
públicamente.’22
Podríamos pensar que mientras se mantenga las leyes de silencio e impunidad, al no haber
posibilidad de designar oficialmente un culpable reconocido, al no haber posibilidad de
escuchar una petición pública de perdón, el deber de memoria no puede cumplirse,
dificultando la reparación, haciendo sentir que de nada valen sus esfuerzos que sienten por
delegación de los que ya no están, de atestiguar por ellos, y que los obligan a no poder
liberarse de esa carga.
Habría que pensar cómo marca a los hijos el hacerse cargo de los traumas psíquicos,
conflictos y ambivalencias de sus padres con respecto a lo ocurrido. Muchas veces los
padres, muertos o sobrevivientes, modelos idealizados a seguir, pueden volverse
aplastantes, cuando en la comparación con ellos los hijos piensan que nunca conocerán
situaciones similares y por lo tanto nunca podrán estar a la altura de sus padres, como si
esas experiencias extremas obstruyeran en algún sentido su realización personal.
Con respecto entonces a las generaciones posteriores y a la memoria transmitida, podemos
considerar dos posturas que se enfrentan y que se convierten en un tema importante a
debatir. La primera, defiende la tesis de que en los descendientes, la transmisión de la
memoria por parte de sus padres posibilita en ellos una reinterpretación, y una verdadera
apropiación de una herencia política que resulta estructurante, donde ‘las trayectorias, los
cuestionamientos de identidad, los vacíos de la memoria individual encuentran, por fin, un
eco colectivo.’23
Así, las historias familiares toman sentido para ellos y ‘la memoria, despersonalizada,
puede inscribirse en un movimiento colectivo de redefinición de los sentimientos de
pertenencia y de los lazos que con ella existen, volviéndose historia, una historia en la que
ellos tienen el sentimiento de participar.’24

22
Idem , Revista ILAS.
23
Idem, Revista ILAS.
24
Idem, Revista ILAS.

19
La otra postura en juego, realza la preponderancia del ámbito inconsciente en la
conformación de los sujetos, y cómo un discurso político como el descrito puede acentuar
la difícil conformación de un camino propio, que cada persona tiene como tarea.
Si recordamos que el síntoma hay goce. Si retomamos que el discurso político se emparenta
con el histérico basado en la reivindicación y el reclamo, en este llamado a uniformar las
condiciones, en posesionarse de un lugar de víctima del sistema, que reclama lo que no le
dieron, que evidencia la deuda del Otro, en este sentido ‘el traumatismo es mantenido
entonces a toda costa. Adora su traumatismo ya que es su mejor argumento: la posición de
victima es su vocación.’25
Czermak, interpelado por el lugar de la memoria, por el deber de memoria y la transmisión
dijo en Chile hace unos dias: ‘Pues bien ustedes no imaginan que respecto a lo que sucedió
aquí, estoy obligado a guardar reserva, y ustedes no imaginan que al respecto a lo que
sucedió aquí, ustedes puedan otorgarse un privilegio sea el que sea, su ustedes lo hacen. Y
si ustedes usan su desgracia como si fuese un paraguas, ustedes estarán jodidos, y la
experiencia del golpe de estado y la dictadura no les habrá enseñado nada. No les voy a
pedir disculpas por sostener palabras tan rudas, que también podrían parecer reaccionarias,
pero debo decirles que si uno no enfrenta la realidad, se desacredita; y que sabemos que
para cada uno de nuestros pacientes su actitud par a mantener el coraje para su propia
acción, eso esta en función del nivel de coraje en el cual se ubicara su analista: en otros
términos, un cobarde no sana a nadie. Eso es un principio que yo aprendo en psicoanálisis,
pero que también vale en la política. …No ignoro esta dimensión oculta, ligada al hecho
clínico que es la culpabilidad del sobreviviente, ‘por que yo estoy vivo, siendo que
normalmente debí haber muerto, entonces, cómo voy a pagar mi deuda?’, pues bien, se los
voy a decir: Uno paga su deuda dejando de llorar y trabajando tranquilamente y cesando de
rumiar el deber de memoria, inclusive si uno esta atormentado… [De lo contrario] Hay un
verdadero goce del traumatismo, puesto que el traumatismo siempre es aquel del sexo y del
significante. Y no hay nada que hacer.’26
La propuesta en psicoanálisis no podrá ser otra que acoger esta rabia, este dolor de existir,
pero sin obturar la preparación de respuestas propias a la existencia de cada cual; lo

25
Hasenbalg, V., ‘Sobre el saber analítico.’, en Cuadernos de Psicoanálisis, Numero 1, Santiago, 2003, pp68
26
Czermak, M. Conferencia dictada en el Instituto Chileno –Frances de Cultura, Noviembre, 2003.
(Transcripción)

20
evidente es que hubo una traumatización extrema en la sociedad chilena, radical; lo menos
evidente es que esto no debiera responder las preguntas que toda persona debe hacerse para
encontrarse como sujeto en el camino de hacerse hombre o mujer: ‘Pero si por torpeza nos
ubicamos en el lugar del destinatario, padre, Dios o amo suficientemente absoluto para
reparar el desperfecto, si por inadvertencia o ignorancia respondemos a su reclamo, a su
demanda, arriesgamos lo peor: crisis de nervios, defraudación, exacerbación del reclamo’. 27
Yo diría un más: lo peor no es sólo la exacerbación del síntoma, en si mismo gozoso, ni la
prodigalidad de quejas y reclamos variando las figuras posibles, Sino mas bien me parece
que lo peor es asignarle identidad de daño, ratificarle su lugar frente al Otro, mimetizarla
con alguna esencia de ‘los otros como ella’ y creer junto con ella que eso responde algo
para si misma, para su responsabilidad con su `propia vida y su compromiso con su vida en
lugar de con su muerte. De lo contrario por qué no creer, si esta identificación se cierra en
este sentido, que su vida sólo vale verdaderamente en la medida en que sirve para que los
otros no olviden , o que sólo vale como antesala de la muerte?
La tarea ardua, angustiante, de construirse a si mismo, de hacerse sujeto sexuado habitante
de un determinado lazo social, no puede subsanarse por la adscripción a una identidad de
victima por muy necesaria que se crea esta para la sociedad; la responsabilidad de atravesar
por la angustia necesaria para descubrir qué lo mueve, por qué, cómo, hasta dónde, es un
trabajo que ninguna nominación puede evitar. La responsabilidad personal, me parece, no
puede eludirse ni esconderse en esta facilidad que los discursos actuales a pesar de su buena
intención proveen. El sujeto debe decir no, y alzarse en su singularidad y diferencia,
asumiendo así su vulnerabilidad pero también su derecho a desear y buscar aquello que le
da sentido a su propia vida. En soledad, ante la experiencia del vacío, pero buscar.

27
Hasenbalg, V., ‘Sobre el saber analítico.’, en Cuadernos de Psicoanálisis, Numero 1, Santiago, 2003, pp68

21
Bibliografía.

- Czermak, M.; Conferencia dictada en el Instituto Chileno–Francés de Cultura,


Noviembre, 2003. (Trascripción).
- Gálvez, J.M.; Pastrana, I.; Venegas, F.; ‘El proceso de retraumatización en personas
afectadas por la violencia política. Un estudio exploratorio’. En Anales del V
Congreso Iberoamericano de Psicología Jurídica, 2003, Santiago (Chile).
- Hasenbalg, V.; ‘Sobre el saber analítico.’, en Cuadernos de Psicoanálisis Grupo
Plus, Numero 1, Santiago, 2003.
- Jedlicki, F., ‘El caso Pinochet. Recomposiciones y apropiaciones de la memoria’, en
Revista virtual ILAS.
- Laplanche, J.; Pontalis, J-B.; Diccionario de Psicoanálisis, Barcelona, 1971 (1968).
- Pommier, G.; ‘Transferencia y Estructuras clínicas’. Ediciones Kliné, Buenos Aires,
1999.
- Pommier. G.; ‘El orden sexual’, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995.
- Semprún, J.; ‘La escritura o la vida’, Tusquets Editores, Barcelona, 1998.

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