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ALGUNOS OBSTÁCULOS
QUE HAY QUE CAMBIAR
Primera sesión
JUDY: Sí, supongo que lo que busco son las herramientas para
controlarme; sentir que no necesito beber para ser sociable, para
estar con gente. Para tener la sensación de que controlo la
situación no necesito beber.
Segunda sesión
Tercera sesión
Como George y Judy aceptaron ese papel, les explicamos los detalles
de la prueba. Judy tenía que marcarse sus propios límites, a diario, de lo
que significaba controlar la bebida. Sin embargo, como no debía
facilitarle las cosas, George tenía que animarla a beber más allá del límite
que ella se había fijado; le dijimos que podía hacerlo de un modo
explícito («Veo que necesitas relajarte; ¿no te apetece una copa?») o
implícito.
Al permitir que George le pusiera las cosas difíciles a Judy de un
modo implícito, lo que pretendíamos era impedir que ella interpretara una
mirada de impaciencia o desaprobación como un intento de desanimarla a
beber planteándole la duda de si la mirada de George formaba parte de la
estrategia para animarla a beber. Pensamos que sería importante darle
alguna manera de evitar ser provocada de un modo implícito a beber más
allá de su objetivo.
Decidimos usar lo que en retrospectiva vimos que era un tipo de
prueba similar a la empleada por Milton Erickson y Jay Haley en su
trabajo clínico. Es decir, si algún día Judy sobrepasaba su límite, George
y ella estaban obligados a beber el fin de semana. Nos sentimos
optimistas con esta idea porque George iba a encargarse de llevarla a
cabo (él tenía que servir el vino en dos copas e instar a Judy a beber, una
copa tras otra) y, de ese modo, se desviaría claramente del «Debes parar
de beber». Sin embargo, al final no tuvimos ocasión de ver los resultados
de esta idea.
Quinta sesión
Seguimiento
Como solemos hacer con todos los casos, a los tres meses hicimos
una evaluación de seguimiento. En lo que se refería a su preocupación
por la bebida, Judy dijo que se había reducido y George añadió: «El
problema parece haber disminuido bastante». George había abandonado
su actitud de perro guardián y usó el calificador de «en gran medida».
Como ejemplo, dijo que antes contaba el número de copas que ella
tomaba y siempre vigilaba el mueble-bar, mientras que ahora casi nunca
lo hacía. No surgieron problemas nuevos y ninguno de los dos quiso
reanudar la terapia.
Un año después realizamos otro seguimiento. Entonces la preo-
cupación de Judy por la bebida había disminuido todavía más y lo
atribuyó al hijo recién nacido.
La versión de George fue un poco más ambigua. Por un lado, expresó
su preocupación de que, a veces, ella se escondía para beber y
emborracharse, pero aclaró que no lo hacía tan a menudo ni de un modo
tan exagerado como antes. En general, creía que iba mucho mejor.
Cuando se le preguntó si había dejado de vigilarla, contestó que
«bastante, pero no del todo, no tanto como debería, supongo». Creía que
alrededor del sesenta por ciento. No habían surgido problemas nuevos y
ninguno de los dos había pedido proseguir con la terapia.
Como parecía que le costaba dejar de comportarse como un perro
guardián, le preguntamos a George si quería usar la última sesión que
había quedado pendiente. Contestó que no lo creía necesario. Es posible
que lo mejor habría sido pedirle directamente que viniera para que él y
nosotros pudiéramos ver qué era lo que le hacía tener esos «deslices» y
para establecer otra manera de abordar el problema.
Tendemos a evitar pedirle a la gente que venga a vemos, sobre todo
si la iniciativa no parte de ellos o, como en este caso, si se resisten a
hacerlo. Queremos evitar dar a entender de un modo implícito que la
continuación de la terapia pueda beneficiarnos a nosotros en lugar de al
cliente: que nos hemos «apropiado» del problema. George dijo que no lo
veía necesario, pero si las cosas se ponían mal lo tendría en cuenta.
***
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Hasta ahora los casos que hemos visto en este libro tienen en común
que muchos terapeutas consideran que los problemas son serios o
intimidatorios porque tienen resultados potencialmente catastróficos y
porque se resisten a los tratamientos psicoterapéuticos. Muchos creen
que dedicar poco tiempo a esos casos es, como mínimo, una ingenuidad.
Los casos presentados en los próximos tres capítulos son diferentes
en el sentido de que los problemas suelen conllevar pocos o ningún
riesgo potencial de que se produzca una catástrofe espectacular. Sin
embargo, los incluimos en este libro porque tienen un profundo efecto en
la vida de los pacientes. Sus «síntomas» acaban dominando la vida
cotidiana de los individuos, tanto en el plano económico como social, así
como en el establecimiento y el mantenimiento de sus relaciones. Estos
factores tienden a hacer que el terapeuta considere estos problemas
intimidatorios. En el primer caso, la vida del paciente se había convertido
en una ciénaga sin rumbo fijo ni significado alguno; psicológicamente, el
paciente era víctima de compulsiones casi continuas que lo obligaban a
realizar una serie de rituales paralizantes; físicamente, tenía la casa llena
de pilas de papeles sin ningún valor. En el segundo caso, la paciente
había tenido problemas
con las drogas, había estado en la cárcel y su matrimonio había fra-
casado; tras todos esos desastres, se había convertido en una reclusa, sin
apenas salir de casa, se pasaba cuatro días a la semana durmiendo y
recibía una ayuda económica que le daba lo justo para sobrevivir. Según
la nosología tradicional, le habrían diagnosticado una depresión, fobia y
probablemente esquizofrenia, junto con un trastorno de la personalidad
subyacente. El último caso trata de una joven que se desfiguraba de un
modo compulsivo, lo que amenazó seriamente su carrera así como sus
relaciones personales y su salud.
Aunque cada uno de estos casos es cualitativamente diferente de los
anteriores, son, de todos modos, ejemplos de problemas que pueden tener
un efecto catastrófico en la lenta degradación de la capacidad del
individuo para sobrevivir. Esta clase de problemas también suelen
intimidar al psicoterapeuta. Por lo tanto, creimos que serían buenos
ejemplos de cómo se puede provocar un cambio duradero con una terapia
breve.