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Para Epicuro los deseos que nos satisfacen y generan placer se dividen entre los

vanos (son excesos, deseos que sobrepasan los límites de los otros deseos, tales
como la riqueza) y los naturales (aquellos que si no se cumplen no generan un
daño) y estos últimos poseen una extensión más que son los necesarios , dichos
se refieren a los que aportan directamente para nuestra felicidad, otros para cesar
cualquier dolor y finalmente aquellos para el vivir mismo; y por lo mismo son los
que deben convertirse en prioridad en nuestras vidas, estos podrían ser
considerados como los deseos de un filósofo que entiende que la felicidad no está
en los excesos, pero además en la amistad, pues también esta libera al alma de
perturbaciones. Entonces tanto la filosofía como la amistad están ligadas
estrechamente con la felicidad a tal punto que son condiciones para esta.

Pero no es el placer por sí mismo lo que nos salva del dolor. Porque también el
placer puede traernos mucho dolor, si estamos dominados por su búsqueda.
Tenemos que obtener un placer alejado de las riquezas, enraizado en la
templanza y la moderación. Habría dos modos del placer: uno basado en la
estabilidad y otro como consecuencia de los estados de alegría. Por eso, debemos
preferir siempre los deseos que no nos esclavizan, ya que esa esclavitud proviene
de nuestra propia conducta. Una regla sencilla es preguntarnos qué nos ocurre
cuando tal o cual placer está presente y qué nos sucede cuando no está. Pero hay
que tener siempre en cuenta que los argumentos de Epicuro están destinados a
cada caso en particular, aunque pertenezcan a reglas generales. Como buen
médico, diagnostica y receta según el conocimiento, pero también según el
paciente. La felicidad no es una colección de momentos, sino una continuidad que
no se interrumpe, o que no debe interrumpirse salvo en contadas ocasiones. Esa
felicidad es llamada pléroma, es decir, una auténtica completud.

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