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Documento 1: El problema del sentido de la muerte.

“¿En qué consiste esa radicalidad del problema? En lo siguiente: el hombre se encuentra en la
existencia como el único consciente. Esa conciencia lo hace precisamente hombre. Vive y sabe que
vive. Este privilegio lo convierte en el único viviente capaz de dar sentido a todo lo demás. La
existencia necesita absolutamente de una conciencia para tener sentido y ése es el hombre; por eso es
el ‘rey de la creación’… Pero ese mismo privilegio es un arma de dos filos, puesto que se convierte
en su propia desgracia: el hombre, si bien es el único que sabe que vive, también es el único que sabe
que va a morir. Esa conciencia hace del hombre el más desgraciado de los vivientes, puesto que es el
único que conoce la frustración como ley básica de la existencia. Pero, además, esa situación convierte
su existencia en un posible absurdo. En efecto, si bien sólo él es capaz de dar sentido a todo, gracias
a su conciencia, en cambio él mismo se encuentra amenazado por el fin de su conciencia dadora de
sentido”.
El problema del sentido de la vida.
“.. la vida constituye también un problema fundamental en sí misma. Tanto es así, que una vida sin
muerte podría constituir para muchos -o quizá para todos-un problema mayor que el que plantea la
perspectiva de morir. En efecto, la muerte en la situación actual del hombre puede aparecer a menudo
como la solución al problema de la vida, a su monotonía, a su vacío, al sentimiento radical de
inconsistencia. La vida puede, de hecho, experimentarse como tremendamente decepcionante y hasta
absurda en ella misma. Una vida que en último análisis, por encima de los fuegos artificiales de la
técnica y del progreso, puede reducirse a ‘pasar la vida’: trabajar para comer, comer para trabajar y
eso hasta morir; y de ahí otros siguen en el mismo ciclo indefinidamente. Necesitamos hacer ‘obras’
que duren para evitar esa sensación angustiante de inconsistencia. Pero esas ‘obras’, ¿no camuflan
precisamente el problema básico de la vida? ¿No queda el hombre finalmente siempre solo en su
conciencia? ¿O no sería una solución más ‘práctica’ simplemente quedarme con el pedazo de placer
que la vida quisiera brindarme? Pero si ésa es la solución, haríamos imposible la cultura y, finalmente,
la vida del hombre; pues caeríamos nuevamente en la ‘ley de la selva’”.
A este respecto es particularmente sugestivo el pensamiento famoso del Eclesiastés: “Proclamaré
dichosos a los muertos que se fueron, más dichosos que los vivos que viven todavía y más dichosos
aun a los que nunca vivieron y no vieron lo malo que debajo del sol se hace” (Eclesiastés 4,2-3).
El problema del sentido de la convivencia.
“…El amor, la solidaridad y la fraternidad universal son palabras bonitas que a menudo pueden
simplemente intentar encubrir una mala conciencia. Pero el problema es más agudo aún: ¿hasta qué
punto es realmente posible la convivencia sincera o el amor desinteresado?... El amor, ¿es realmente
posible en definitiva? ¿O no es quizá más que una forma ‘camuflada’ de egocentrismo? ¿No será,
pues, una triste realidad la experiencia que la antigüedad clásica formuló con la famosa frase ‘Homo
homini lupus’ (el hombre es un lobo para el hombre) y que un pensador moderno -Sartre- ha
expresado también con la afirmación de que ‘el otro es el infierno’… Ahora bien, la falta de
convivencia se presenta como eminentemente problemática no cuando el hombre resulta ser un lobo
para otro lobo, sino cuando aparece siendo lobo para una oveja. Es el problema agudo de la injusticia
hecha a los inocentes. Problema que ya torturó a Job (cf. Sobre todo Job 16-17) y que constituye uno
de los ‘argumentos principales del ateísmo existencial contemporáneo’”. (Bentué, A., La opción
creyente, Sígueme, Salamanca, 1986, pp. 28-29. En PUCV, 239BEN 2001).
Documento 2: La pregunta por el sentido de la vida
“Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos
que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no
importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que
dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros
como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación
tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una
actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la
respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna
continuamente a cada individuo.
Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un
momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida
en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida
con argumentos especiosos. ‘Vida’ no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que
configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún
destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino.
Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en
que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede
resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a
veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz.
Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única
respuesta correcta al problema que la situación plantea”. (Víktor Frankl, En busca del sentido de
la vida, Herder, Barcelona 2004, en PUCV, 616.891/ FRA 2004)

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