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Metamorfosis: a través de la música

Basta un documental para informar a una persona sobre algún contenido o dato histórico. El
conocer sobre algo nuevo suele crear sentimientos que inevitablemente ocasionan un cambio en
nuestra forma de ver la vida, y en la música, el nicho en el que vivo, es que se basó este
documental: ¿Cómo nos influye la música?

Solemos ver la música como un background, como parte de la escenografía de cada uno de los 365
capítulos que vemos cada cumpleaños. Aun así, ella penetra de una forma muy directa nuestra
médula espinal, y qué decir de nuestro espíritu. Desde que nacemos cada onda con sus frecuencias
estimula nuestro cerebro para crear nuevas conexiones neuronales y para influir en nuestras
emociones: un sonido muy grave puede asimilar el latido del corazón de nuestra madre en el
vientre, o un sonido demasiado agudo puede hacernos sentir histeria y molestia.

A medida que vamos creciendo, experimentamos cambios de emociones dependiendo de la


canción que esté sonando en la radio, la tele o el equipo de sonido. En nuestra niñez bailamos en
las fiestas infantiles en ritmos binarios y ternarios para relacionarnos con el ritmo al que va la
energía de la manada. Cuando llegamos a la adolescencia comenzamos a sentir la necesidad de
vestirnos, comportarnos y hablar de alguna u otra manera dependiendo de la música que nos
guste escuchar. Y así, va pasando la vida sin que nos enteremos de que la banda sonora de la
misma es la que está creando su guion, y hasta la personalidad de su protagonista.

Si haces deporte, si lees, si vas a la iglesia, si consumes alguna droga o si tienes alguna comida
preferida; todo se puede acompañar con algún tipo de música. Y pese a que lo hagamos de forma
inconsciente, tenemos la necesidad de oír música para acompañar (o más bien ayudar) una
actividad en específico. La música nos da el ritmo, la armonía y las melodías con las que
interpretamos cada emoción y cada acción en nuestra cotidianidad, le da sentido a nuestra
existencia y nos mantiene vivos.

Desde ayudar a una persona a concentrarse hasta servirle de terapia a una persona con
dificultades motoras, la música tiene una función energética y medicinal poco conocida pero muy
utilizada. Es ese ángel que nos cuida en todo momento, está en las buenas y en las malas, para
reírnos y para llorar, para correr 100 millas y para dormir 8 horas. Podría seguir y demorarme un
4’33 de John Cage completo, o una 5ta sinfonía de Beethoven, y no alcanzaría a dar todos los
ejemplos posibles para ser claro al decir que la música está en todo lo que hacemos, y lo vuelvo a
decir: TODO.

Soy músico, o futuro músico… ¿Qué más da? Solo pretendemos crear una realidad con el ser
proveedores de música a los demás, somos brujos que hacen invocaciones, a veces perfectas, a
veces humanas, pero siempre con una intención. Somos conscientes de que el hacer música
implica disciplina porque la usamos de referencia para ver qué tan perfecto puede ser el humano:
nuestro idealismo, en términos platónicos, se plasma en cada partitura, cada grabación análoga o
digital; asimismo, nuestra contracultura se ve en cada acorde con quinta hecho en una guitarra
distorsionada, cada batería a 120 decibeles de volumen repicando a 200bpm, o cada vocal fry
hecho por un cantante con tatuajes y cabello largo. Absolutamente todo lo que concebimos como
nuestra realidad lo queremos plasmar en nuestra música, y absolutamente toda la música que
hemos hecho penetra en nuestra realidad, y el ciclo se repite y se repite. La música es la voz de
nuestro espíritu, y cada instrumento o canto que suena es el sístole y diástole de nuestra vida.

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