Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Marlin Ochoa
Universidad Nacional de Loja
Durante las primeras décadas del siglo XXI, en la narrativa latinoamericana ha
germinado una vena literaria escrita por mujeres que conjugan lo ominoso, subversivo,
abyecto y monstruoso en sus escritos. Lo dicho, ha provocado que el subgénero del
terror literario se reconstruya como “una de las expresiones más logradas y aplaudidas
de la literatura del continente” (Leonardo-Loaiza, 2022, p. 78), debido a nuevas formas
de escritura “que se insertan en el marco de lo perturbante y del weird” (Pezzè, 2020, p.
45).
A esta lozanía literaria, de acuerdo con Leonardo Loaiza (2022) se adscriben escritoras
como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Ariana Harwicz, Agustina Bazterrica y
Fernanda García Lao, en Argentina; Fernanda Melchor, en México; Giovanna Rivero y
Liliana Colanzi, en Bolivia; Jenifer Thorndike, en Perú; Michelle Roche, en Venezuela;
María Fernanda Ampuero, Gabriela Ponce Padilla y Mónica Ojeda, en Ecuador.
En las Voladoras (2020), libro que se compone de 8 relatos, “la búsqueda del horror es
una constante y, de hecho, una aporía” (Pezzè, 2020, p.49), este estilo se matiza con el
gótico andino en busca de una reivindicación del imaginario ancestral que se dibuja
desde los escenarios geográficos de los Andes y la presencia de monstruos femeninos
representados en los relatos por el arquetipo de la bruja y sus varias personalidades.
En ese contexto, el presente trabajo pretende dibujar una línea interpretativa sobre la
monstruosidad femenina desde el arquetipo de la bruja. Lo que se propone es que en los
relatos Sangre Coagulada y Las Voladoras, los personajes protagonistas, que también
fungen como voz narrativa, presentan características ligadas a la bruja y ello constituye
un tipo de monstruosidad capaz de subvertir el discurso hegemónico patriarcal sobre la
mujer, y por lo tanto se constituye como un medio de emancipación femenina.
Beteta (2015) escribe “lo monstruoso aglutina todo aquello que debe permanecer oculto,
lo que existe, pero no debe verse” (p. 19), y no debe verse porque lo monstruoso
desequilibra y guarda en sus entrañas un misterio capaz de desorganizar y subvertir la
normalidad. Según Mabel Moraña, esta normalidad está pensada desde lo eurocéntrico,
el cristianismo y lo patriarcal, por eso lo monstruoso se elabora “desde el inofensivo
curanderismo hasta la brujería, pasando por el peligro de los hechiceros, herbateros y
chamanes” (2017, p. 66).
La imagen de la bruja se construye sobre estas mujeres a partir de la oralidad, por eso
la voz narrativa enlista las habladurías que circulan al otro lado del río. La práctica
el aborto las señala como seres anormales y peligrosos, lo que de cierta manera
valida las ideas fantasiosas que se dicen sobre ellas. Después de todo, el
conocimiento del cuerpo que poseen atenta contra la idea de la maternidad como
algo sagrado, ahí radica su peligrosidad: abuela y nieta desafían un conjunto de
valores culturales y religiosos. Además, ejercen un tipo de medicina ilegal pero en
cierto sentido necesaria, pues como dice la voz narrativa “las chicas siguen llegando”
y según la abuela “alguien tiene que meter la mano allí donde duele. Alguien tiene
que acariciar la herida. Por eso ella mete la mano muy adentro de las chicas y me
enseña a acariciar bien” (Ojeda, 2020, p. 11)
Como se evidencia en ambos casos, estas mujeres rompen normas como la noción de
belleza o corporalidad, la sexualidad vista exclusivamente desde lo reproductivo y el
ocultamiento de los fluidos corporales. Estas características las vuelven monstruosas
y por lo tanto peligrosas para la reproducción de la cotidianidad en que se sitúan.
Roas (2022) por ejemplo, nos habla sobre los efectos de la monstruosidad femenina,
y arguye que:
Imagine a las plantas sudando. Imagine las venas brotadas de los caballos. La
voladora hace que papá se manche los pantalones y que mamá cierre muy fuerte
las piernas. Hace que yo me unte las axilas con miel y suba al tejado a probar el
aire. (Ojeda, 2020, p. 6)
Del otro lado, en Sangre Coagulada, la caracterización de bruja deviene de dos factores
que conjugan a la mujer como un ser anormal y repulsivo. Por una parte, la atracción
que tiene la voz narrativa por los coágulos de sangre menstrual la inserta en un proceso
de impureza concebido desde la tradición judeocristiana (Beteta, 2015). Y, por otra
parte, lo que clarifica el sentido de la bruja en este cuento es la práctica del aborto que
deviene figurado como proceso de brujería desde los tratados del Malleus Maleficarum
en la edad media cuando se acusó a las parteras de actividades maléficas por asistir
partos (Ehrenreich & English, 1981). De ahí que la protagonista y su abuela
constantemente reciban ataques del resto de la comunidad, quienes abiertamente las
llaman: “«¡Brujas de mierda!»,. «¡Saquen la sangre coagulada de nuestras casas!». Pero
las chicas nunca dejan de venir a la finca y los coágulos son de ellas”. (Ojeda, 2020, p.
12)
“la montaña es el verdadero hogar de las voladoras, una casa que siempre nos ha
dicho cosas importantes, pero en la mía está prohibido acercarse (...). Por eso
nuestros animales están domesticados y jamás traspasan las vallas, salvo uno que
otro caballo enloquecido por la divinidad” (Ojeda, 2020, p. 13).
En la cita es evidente que la voz narrativa escucha la montaña y como se vio más arriba
es la única que disfruta la sensualidad que la voladora provoca. De lo que se infiere
una especie de pacto o atracción entre la protagonista y la voladora. Esto último,
constituye además una especie de transición de la voz narrativa que desarrolla
características similares a las de la voladora por eso dice: “El día que yo sangré por
primera vez, ella desapareció una semana (...) yo empecé a hincharme y todos los
caballos enloquecieron. Todas las cabras durmieron” (Ojeda, 2020, p. 14), así la
adolescencia de la protagonista ligada a la aceptación de la sensualidad provoca en los
animales los mismos efectos que produce la presencia de la voladora. De esta manera, la
protagonista se sitúa en el espectro de una sexualidad desobediente de la represión
impuesta por los padres transitando hacia la monstruosidad de la voladora descrita en
los párrafos anteriores. Esto, constituye un medio de liberación que se traduce en el
goce corporal y en la posibilidad de no bajar la voz:
Todavía duermo con la voladora y, a veces, papá mira igual que un caballo en
delirio la línea irregular de la valla que separa nuestra casa del promontorio.
Yo no me avergüenzo del tamaño de mis caderas. No bajo la voz. No le tengo
miedo al pelaje. Subo al tejado con las axilas húmedas y abro los brazos al viento.
El misterio es un rezo que se impone. (Ojeda, 2020, p. 6)
En ambos relatos no son mujeres bellas, son mujeres que como diría Mónica Farnetti
(2006, como se citó en Boccuti, 2022) construyen una relación empática,
“encontrando de hecho en la alianza con el monstruo una posibilidad de autonomía y
emancipación respecto al discurso dominante, masculino y patriarcal” (p. 135). Lo
expuesto se evidencia en la transición de la voz protagonista de Las voladoras a una
voladora, abandona la identidad de hija de familia para categorizarse como una bruja
que no teme levantar su voz y mostrar ese misterio oculto que vertebra en su cuerpo,
en su sexualidad.
Alcántara, I., & Uribe, A. (2022). Quien escucha, tiembla. El uso del sonido en Las
voladoras de Mónica Ojeda. Humanitas. Revista de Teoría, Crítica y Estudios
Literarios, 1(2). https://doi.org/10.29105/revistahumanitas1.2-8
Beteta, Y. (2015). Brujas, femme fatale y mujeres fálicas. Un estudio sobre el concepto
de monstruosidad femenina en la demonología medieval y su representación
iconográfica en la Modernidad desde la perspectiva de la Antropología de
Género [Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid].
Boccuti, A. (2021). «Espero que lo entienda: un ser así trae el futuro» .Monstrosity and
gender in the short stories of Mónica Ojeda and Solange Rodríguez
Pappe. América sin nombre, 26,
129-151. https://doi.org/10.14198/AMESN.2022.26.08
Ehrenreich, B., & English, D. (1981). Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de
sanadoras femeninas. La Sal.