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ECUADOR, 1988
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Cuando era una niña mi habitación estaba poseída por la locura
de Dios. En cada esquina se enhebraban voces presurosas para
contarme las edades del creador máximo del ciclo de las rocas.
Sus narraciones sostenían las paredes y el techo ligeramente
agujereado por los picos de las aves | sostenían mi cabeza que
caía rotunda como una bola de boliche y se adhería al suelo con
la misma fuerza de las raíces del poder. Las historias de las
voces elevaban mi cabeza y yo no sabía que la locura era ese
discurso acelerado despojado de método. El colchón, sin embargo,
craqueaba como una nuez vacía de ruidos y la luz me descubría la
silueta de lo invisible que era el desconcierto del espacio
yacente y el desprecio de la criatura en mis huesos. La
habitación era un camino despejado, entendí a los siete, hacia
la destrucción final de la lengua.
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La tarde antes de morir vino mi madre y me dijo:
“¿hay algo más bello que un árbol creciendo en el
desierto?”
Durante años creí que la belleza eran los dedos atrapando dedos,
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Desandar los pasos porque no sé lo que he caminado.
Escribo: “Hoy han venido a cazarme”.
P.D.:
Mamá.
Papá:
Las verdades humanas crean monstruos
para mancharse las manos
en el nombre del pasto.
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Papá, tú querías un hijo y
en cambio
te nació esta cabeza.
Una uña.
Un estanque.
pescar la vida
dice la-
madre-coja-de-las-axilas
“caza la vida”
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Cae con madurez el fruto que en verbo ardido lamió sus costillas
al sol;
más de 365 veranos de su carne niñada en hueso negro constelado
se aflojan.
Se abre.
bautismal de su oleaje.
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PRIMERA EXPERIENCIA DE LA CRIATURA SIN ROSTRO
1. El quebrado mundo
2. El callado abismo
Abro los párpados detrás de mis costillas para ver con el cuerpo
la verdad descubierta en el centro del espejo: no existe un
camino que me lleve al interior de mis hermanos. Cualquier
movimiento es hambre en la verdad y en el espacio sin nido que
guarda todo lo que no sé que me habita. Ese vacío espectral
colgado de la esquina más árida me llena de relojes rotos en el
cosmos de la respiración agitada de un jilguero. De esta manera
las hojas se arrastran por las vías de un tren de leche hasta
quebrarse en mi ausencia de rostro y hervir en mi vientre el
cascarón de la intranquila noche. El frío es una extraña
bicicleta sobre la que trepamos la distancia a la pregunta antes
informulable: ¿cómo cavar con los ojos todo lo que es cierto?