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MISALES Le cayeron encima unos granos raros como de nuez moscada o de

MAROSA DI GIORGIO azabache que se fueron abajo para sorpresa de todos allá.
Ella metió las manos en el nido, le apresaron los dedos; logró
MISAL DEL CURA salvarlos. Le cayó encima una oleada otra vez de azabache. Y esas
florecitas tristes de los altares.
Hay que voltear al cura. Ella se agarró al nido, le sacó un pedazo, dispuesta ya a todo.
Lo bajamos con este palo. Unas plumas negras volaron del cura para arriba y otras para el suelo.
Los vecinos caminaban en torno del árbol. Mientras el atardecer Una garra se prendió a ella de rojo vestido que desapareció como un
parecía volar rápidamente. Un sol sin rayos ya, caía echando pétalo.
fragancia a dátil y a naranja. Así cayó desnuda adentro del nido.
-Los perfumes de este sol... -decían, tocándose la sien, medio El cura hizo un jocundo Aaaaah!
mareados, y olvidando el asunto central. Allá abajo volaba el espanto, se oían cosas nunca oídas, el aire estaba
Vinieron más vecinos. Sacudieron el árbol. El cura no caía. ya todo negro, y el lobo había empezado la cacería.
Sin embargo era preciso aprovechar los escasos momentos entre la
luz y la sombra, porque después avanzarían el ejército de las
comadrejas, y el lobo platinado que últimamente insistía en indagar
por ahí. MISAL DE LA VIRGEN
De adentro de la casa salió una mujer, que todos conocían. Dijo
llamarse hibisco; se presentó, como si la viesen recién; su melena es -Usted nunca tuvo hijos.
rosada, y el vestido del color de las llamas, y su cara corola de -No. Aunque, un día, cuando era chica, surgieron de mí, de mi pelvis,
hibisco. tres lagartos. En cartílago grueso y anillado. Tres.
Así, con ella, era todo más fácil, más difícil. Ella dijo: -Yo lo -Eh.
voltearé. -Sí. Iban por la hierba. Al parecer tenían ojos, pero no pude saberlo.
Le dieron un palo. No lo sabía manejar; luego aprendió. Pegó. Del Se hundieron en el piso.
nido cayeron algunas pajas y no se movió. -Oh.
Ella, ya con una cuchilla, hizo unos cortes en los tallos, y no sirvieron -Pero antes oí un alarido, como si dijesen: ¡Mamá! ¡Ay, madre! ¡Ay!
tampoco para nada. -Oh.
Los demás la ayudaban, sin darse cuenta, de que entre ellos ya habían -No volvieron nunca. En el momento de la parición, salían de mis
empezado a andar unas comadrejas, y el lobo un poco más allá, se pechos (del izquierdo y del derecho), una gotita de sangre y una
ponía sentado sobre dos patas. Mostrando los dientes helados. gotita de leche.
Hibisco, envalentonada, trepó por el tronco, se fue para arriba. -...!
Increpó al cura (en idioma extranjero). El cura no se movió. No se Y ella quedó impasible. Y aunque era completamente blanca, pareció
veía; algo negro se confundía con el nidal. lo que siempre había parecido:
La mujer agredió. Una princesa india, abajo de su anacahuita.
El cura por un segundo mostró la cara, pálida, y las plumas negras en
latín.
Ella dio un grito y siguió la lucha.
HORTENSIAS EN LA MISA ¡Oh! aún no había iniciado él esta frase y ya, la víctima, señora
Dinorah la víctima, la había oído toda y se escapó de las manos de
Era una casa sola con el techo a dos aguas y un gran hueco en el plata del Novio e ingresó a la hortensia. A zarpazos, desapareció ahí.
centro, una casa posmoderna (…) y un gran ribete de hortensias Las flores se estremecían, giraban, hicieron como un huracán, un
(éstas agigantadas y en un pardo azul; o blancas, o de color de rosa murmullo disimulante y quedaron juntas y quietas.
como azaleas y lloviznas). El Novio llegó y se detuvo. ¿Ingresar en las flores y buscar? No era
Señora Dinorah la bordeó de noche casi sonriendo. tan absurdo. Todo el plantío se había cerrado como un mar. Pasada
Entonces, apareció el Novio. una larga hora, señora Dinorah se alzó apenas, con levedad, sacó un
Rígido traje. Camisa de organdí de novio, de muerto. La breve ojo temblando para ver qué había. No vio nada, pero, igualmente, se
melena algo inflada al aire. agachó a esperar un poco aún. Y así otras veces. En una de esas
Le dijo: —Señora Dinorah, yo soy su Novio. Y hoy es su boda. postraciones abrazó sin querer en el suelo, algo vivo, caliente, grueso,
—¿Cómo? liso, un cerdito de jardín, le pasó la mano por el pelo, lo besó de
—Sí. Y acá. pronto en la boca (pero qué ocurrencia) él le devolvió el beso con
Ella trastabilló. Quiso respaldarse en las hortensias y éstas cedieron lengua rosada, espesa, de clavelinas y jamón; después, él se le atrevió
por los tronquillos. Entonces, el sostén vendría sólo de ella misma. a un seno y al otro, se abrazaron a jugar, rodaron juntos por lo hondo
Del pavor, un rato después se le cayó un huevo blando rodando de su de las plantas, hasta que sucedió todo y todo sucedió. Luego de un
interior entre las piernas y hasta el suelo con un leve Plap. Un huevo rato se oyó un tremendo ¡Ah!
virgíneo, sin galladura, claro. En el linde del jardín, el Novio se reconstituyó. Quedó de nuevo,
El novio se dio cuenta, a pesar de la noche. Y parpadeó. delgado y alto, con manos largas, rostro pálido. Con una de esas
Luego se recompuso y dijo: Bien; venga señora Dinorah. Vamos a la manos cruzó la luna, pareció saludar, despedirse y saludar.
casa. —Adiós, señora Dinorah. Era su minuto de gloria y también de
Acentuaba la a, era gracioso, y señora Dinorah casi sonrió a pesar de muerte. Como pude, lo hice. A eso venía. No me podía ir, si no.
la aterrante situación. Así llegaron a la casa. Se miraron de pie. Adiós, señora, adiós y adiós.
No había ningún asiento.
Él dijo: Extraña esta ciudad. Compuesta sólo por esta casa.
—Sí.
Y agregó: MISA FINAL EN TRAJE DE NOVIA
Señora, usted pone huevos, ¿no es cierto?
—Y... Parecía que era hermoso ir a casarse. La cola blanca la seguía como
-Bien, entonces quítese esos mantos. un arroyuelo.
Los mantos eran tres. Afuera, uno negro; azul el de la mitad. Y otro El altar flotaba en el aire. Y lo custodiaban gatos monteses con ágatas
negro después. E iban en cadenillas para que no se corriesen. en el cuero.
Señora Dinorah quedó desnuda. Larga y blanca como una vara, como Todos los abrazaban. A ella dieron un ramo de nieve.
un manojo. Se le transparentaban los huevos en procesión, los huevos Tal vez, a la vuelta, todos los amigos contasen a ella misma el
blancos de convento, diáfanos y brillantes como lágrimas. Él agregó: casamiento de ella. Y parecería una versión distinta. Ella ahora de
—Sepamos, señora Dinorah, que hoy tendrá su minuto de gloria y del nada parecía darse cuenta.
final. Subieron al carruaje. La blanca cola era más larga que el mismo
carruaje y los perseguía desde los aires.
Al principio, el marido iba quieto. Huían las arboledas bajo las Ella miró.
sombras, bajo la luna, unas eran negras, y otras, de colores. Como si Vio la figura alta, vaporosa, que había venido en la rueda (y que
la luna sólo a algunas iluminara. Y esto ¿por qué? parecía su propia cola de novia), el rostro, los ojos de miosotis del
El marido, después de muchos árboles, mientras guiaba, utilizó una cielo, pero ardientes, y la rosada lengua que ya le hacía una pavorosa
mano para palparla. Bajo el satín del traje, le alcanzó los pechos, señal.
puros, blancos y oscuros, atrás del satín, como cucuruchos de
almendra y maní. Hasta detuvo el coche. Para tocar mejor, satín por
medio, a ver si ellos vibraban, decían Ah. MISA FINAL CON RONRRONEO
Ella se apabulló, luego, tremó; dijo Dios mío, Dios mío, Dios mío, en
su interior. A las cinco de la madrugada, las moscas ya estaban libando. Y el
Hasta que un “Dios mío” se escribió en el aire. panal se iba colmando; sacaban de una amapola.
Oyó el Ángel de la Guarda y se presentó enseguida. Había salido un sol chiquito y brillante como un anillo, o como una
El coche proseguía. cabeza de gitana con aros y ajorcas.
Sí. Era el Ángel de la Guarda. Lo había visto bien en la estampa que Las moscas evitaban la cara del sol. Era de ver esos vuelos.
su madre con tanto cuidado guardaba en una caja adentro del ropero. Pasó un trabajador de los que se levantan demasiado temprano; iba en
Era aquél. Era ese mismo. Debajo de la estampa se leía con letras de el carretín. Las amapolas empezaron a brillas, recompuesto su
oro: Ángel de la Guarda. Sí. Era éste. Sí. Era aquél. morado por ese prematuro sol.
Ahora iban tres en ese viaje. El Ángel viajaba con ellos. El marido no El que pasaba vio tendida entre las amapolas a una niña larga y
sabía. Ella sí lo veía. desnuda. Y clamó: ¡Oh! ¡Ah! Es una niña de amor. Está desnuda. Y
Dijo al del cielo: —Sálveme. Sálveme. miró por si estuviese también despedazada o partida. ¡Hacía mucho –
El Ángel parecía ir parado sobre una rueda. Cómo? si la rueda giraba dijo- que no veía una! Hablaba así y nunca había visto ninguna.
tanto! el ángel seguía parado. Las moscas, ansiosas, al verla (con todas las desembocaduras
—Sálveme. De este casamiento... y de otros posibles. Sálveme. semiabiertas), se abalanzaron; querían su esencia última.
El marido está sorprendido de haberse quedado inmóvil de no buscar Ella aceptó un poco, hasta murmuró como en la noche anterior, se
más aquellos montículos que sin embargo ya le pertenecían. Hizo un contrajo y se dilató.
esfuerzo y tendió de nuevo la mano. Pero, de súbito, se puso en pie; huyeron las extractoras.
—Sálveme. Y la niña de amor tuvo miedo del sol, que, aunque minúsculo, sacaba
Pero la retiró. Y así pasaron más árboles. destellos de la cadenita de ella, el collar de piedras radiante con que
Hasta que apareció la Casa de la Felicidad. Se vio bien grande. Los había hipnotizado en la noche al amador aquél y a más de uno.
portones se entreabrían ya. El aire le llevaba el cabello; éste parecía ancho como una sábana o
Descendió el marido. Ella descendió. breve como un ramillete. Empezó a andar. El labriego la llamó, le
—Sálveme. decía “¡Niña de amor!”, pero le hizo una seña dura, fingía con las
Contestó el Ángel: —Sí, aniquilaré al marido. manos, un coito encarnizado, difícil y terrible. Pero, al mirarla bien,
Ella tembló. huyó como si hubiese visto algo que jamás hay que ver.
—Y lo reemplazaré yo. Ella avanzaba despacio, una rara marcha nunca vista. ¿Qué había
Ella tembló más. pasado? ¿Qué le habían hecho? ¿Con quién o con quiénes había sido?
—Ya lo aniquilé, y ya. No recordaba nada, o nada habría pasado.
Todo quedó oscuro y quedó diferente. Y todo se alumbró.
Algo la perseguía, sin embargo; se volvió y tocó a duras penas lo que guía, leves copos. Acudió un can, aspiró la fragancia, la miró y huyó;
le había crecido. Una cola, ocelote o mutón, pro blanca como el era hembra, sí; pero no de su raza. No le interesó.
armiño, con unas vetas rojas por la sangre de aquellas acciones. Señora Diamel iba sin prisa y apresurada.
Entonces, de veras, habían sido. Como si le fuera a acontecer algo que no conocía; pero que sabía que
Aterrada cruzó los cerezos, y los vio como a viejos amigos o iba a acontecer. Pero, ¿cómo? Si ya se había visto en toda clase de
enemigos que no la conocían más. Levantaban unos ramos hacia acontecimientos. Aunque fueren los mismos con distintos matices.
arriba, tal si dijesen: -No te pertenecen más. La noche viajaba ya hacia La tierra. Señora Diamel volvió a lo suyo.
Llegó así volando debajo del pelo a la casa natal; a esa altura ya tenía Si no, ¿qué hacía? Sacó un seno. Lo mostró a uno que cruzaba. Este
afelpada toda la tez. Y afelpado el cuerpo todo. Como pudo borró la exclamó:
sangre de la cola nevada. -Señora, yo ya lo abrí, ya lo mordí una vez, ¿no tiene una cicatriz?
Entró; vio a los padres dormidos, se arrolló al pie de la cama. Y lo tocó, a ver si la encontraba.
Por los ventanos irrumpió el sol. De golpe, la adre abrió los ojos, Señora Diamel lo mostró a otro que le contestó:
miró. Llamó al marido: -Eh, José. Mira qué llegó. Es una gata, -Señora Diamel, yo ahora no necesito de su blanco pico; voy para mi
nevada, con cadenita. cueva. Ayer
(Aquí, quedó un rato en suspenso como si alguna vez ya hubiese me casé.
visto esa cadenita). Y así.
Pero prosiguió: -La adoptaremos, ya que vino. Señora Diamel sintió la brisa helada, suavísima, que le erizaba el fino
-Hum. cuero,
-Sí. Oye. Oye, su ronroneo. El oculto hocico en medio de las piernas. De pronto, levantó la cara y
Y también vio unos ojos que la miraban tristes, fijos. vio a los astros; se habían prendido en hilera y en revoltijos. Saltaban
un poco como conejas,
Daban hijos en polvorilla. Exclamó:
MISA FINAL CON DIAMEL -Ah, ya sé lo que quiero. Yo quiero ¡hijuelos! Eso es. Es eso sí.
Cruzó el puente, que, por dejadez, nunca cruzaba. Vio una pequeña
Señora Diamel salía a pecar. De mantón bermejo. Esa gasa dejaba barca de sólo una pala. Se acordó de una remota señora Honga que a
sólo ver los ojos y la boca abierta. Uno pasó y dijo: cada rato embarazaba. Remó por el río negro erguida como la Virgen.
- Señora Diamel, que sea conmigo otra vez. Que sea conmigo, de Pero ya iba desnuda y el manto en la mano.
nuevo. Llegó así a la vereda del otro lado. Estaba ya todo oscuro. Aunque
Haré como que no la conozco. Como si la empezara a conocer. era una noche más bien diáfana. Se acostó de costado y luego quedó
- No -dijo señora Diamel-. Hoy ya tengo presa. Está prefijada. No de espaldas, arriba del ropón. Quedó rígida.
es usted. Pasaron pasos. Unos que pasaron se asustaron. Prendían una luz,
Un policía la miró –conociendo los antecedentes- a ver se desnudaba, decían entre los fósforos, que el viento apagaba enseguida.
allí en plena calle, y la tenía que remitir. -No es de aquí, y va muerta. Murió recién. O la mataron. Decían:
Cerca de él, ella sacó solo los ojos. Y siguió andando. Iba desnuda -Está sangrando. Tomaban la ropa roja por una hemorragia. Y se iban
bajo el capón bermejo. El policía se imaginó todo con ella. Pero con temor de que los comprometiesen.
quedó fijo debajo de un árbol, tragando saliva. No pasaban muchos, Señora Diamel seguía fija, y a la espera. Hasta que en la sombra otro
casi ninguno, vio Diamel. Desde abajo esta señora perdía aceite se hizo inminente. Clamó:
hirviendo, perdía sangre, un poco, que quedaba en el piso, como una -Ah, un cadáver.
Se sacó el caperuz. MISAL CON PARIENTE VIEJO
Se persignó. Pero clamó:
-Ah, una muerta! Ah! Es lo que me gusta más! ¡Ah!
Sacó el sexo. Salió del bosque negro de los enebros, con unos tártagos en las
-Hacía ya mucho que no encontraba una! Me parece mentira! ¡Qué manos. Iba a caer la tarde y el viento movía nieve.
quieta! ¡Qué rica! Viajó con un solo ojo, el único que le quedaba, pero al divisar el
La tocó a ver si se movía. Y no. Estaba helada, fija. Le agarró las caserón, se puso otro, ficticio, de vidrio azulado. Había olvidado las
manos que cayeron como ramos. Le separó los pies como dos llaves y golpeó.
juguetes. Se metió en el hoyo de donde salía un poquito de sangre y Ella dijo: -¿Quién?
un poquito de óleo. Creyendo que era el viento. Pero era él. Entró.
Él, enseguida, daba gritos exagerados, ardía, gemía, llegando al Le dio los tárragos. Le dijo: - Los traje para usted, señora sobrina, los
colmo muchas veces. La abrazaba, la levantaba, y ella caía hacia traje para usted.
atrás. Ella no sabía qué estaba pasando. Pero, lo encontraba distinto. Como
Él murmuraba palabras obscenas y religiosas, entreveradas, porque se si fuese otro su señor tío y amo. Como si estuviese mucho más alto,
daba cuenta que estaba actuando en dos planos, iguales y lejanos. más grande.
Al fin se retiró. Le juntó los pies. Se fue gritando, como queriendo Éste preguntó: -¿No se halla en casa su señora tía y ama, y mi
del todo convencerse: -¡Hinqué una muerta! hermana buena?
¡Hacía ya mucho que no tenía una! ¡Qué delicia! ¡La irrigue bien¡ -No, fue a la aldea. Para las compras.
¡que ... -Ah. Y tardará en llegar.
Y sí, la había regado muy adentro con un agua de rosas rojas muy Por alguna oscura intuición, se atrevió a mentir.
caliente. -No, está por venir, ya.
Se volvió a intervalos a ver si la otra se levantaba desde su cadáver. -Señora sobrina –ella lo miraba; dentro de su falda burda, el corpiño
Pero, no. con lentejuelas viejas- yo ya me olvido… ¿Cómo se llama? Usted,
Cuando del todo desapareció, señora Diamel se puso de pie; primero ¿cómo se llama?
arrodilló. Se tocaba los ovarios, las fontanas. Decía: -…No sé…
-Ahora, sí embaracé. Lo sé. Ya lo estoy sintiendo. Lo que no pude -Ah, sí, no oigo bien. Ah, sí. José. Señora sobrina José…
lograr viva, lo logré de muerta. No me sucedió antes con todas mis Ella echó a correr en busca de búcaros y puso los tártagos en un poco
poses y mis movimientos, que de agua, Él le decía: -Señora sobrina y ¿cómo está el mundo? ¿Cómo
eran muchísimos, más que los de ninguna otra. Había que verme! están sus reglas? Ella, que aún no había crecido mucho, no sabía bien
Ahora ya tengo embriones, los enviones, pues veo que son muchos y qué era y no contestó.
que crecen. Sólo dijo otra vez: -No sé.
Se arropó. Fue hasta la niebla. Remó con un solo palo. La luna El la siguió hasta la cocina, donde nunca llegaba. Nunca. Ella dijo
brillaba en el cielo, y raramente no se reflejaba en las aguas. precipitadamente: -Voy a hacer una sopa, varias.
Cuando llegó a su ciudad, la cruzó en puntillas, ajustando más y más Pero se olvidaba de los ingredientes, de todas las cucharas. Cayó
los velos. Sólo dejó fuera un ojo. Llegó a su casa y entró con cautela arroz al piso que pareció colmarse de todos los bichos.
a cuidar los huevos. El, ya más lejos, decía: -Hum.
Ella vio la cama, patente, con los ropones hasta el suelo. Se deslizó
abajo, como un hálito, cuando él estaba de espaldas.
Quedó todo quiero. MISA FINAL CON LAVINIA ~
Pero debajo de la cama había cosas, seres, tocó varios hongos en
plantío, había un plantío. (Así que ella nunca había barrido allí. -Señora Lavinia.
¿Cómo había pasado eso?) Lavinia,estaba parada inmóvil en mitad del campo. Con la manta
Que no se dieran cuenta. negra y el ramo de lilas y de hilos en la alta frente
Rompió un hongo, se lo comió, a causa de su nerviosidad. (como las antenas de un bicho).
Oyó que él decía, de lejos: - Cuidado con lo que está ahí. Es mío. Fui La madre de Aurora le habló.
yo quien hizo los hongos. Yo los hice. Si me robó uno, y se lo comió, -¿Va a irse a su casa, señora Lavinia?
ya verá, tienen veneno, se morirá. -Mi casa está aquí. Es ésta. Ya,eché el cerrojo y tengo las llaves, aquí.
Ella, aterrada, salió a la luz, a ver si en el aire y en la luz, se salvaba. Pero, sólo seguía parada, inmóvil, en mitad de ese campo.
Algunos decían que estaba viva.
Él estaba ahí cerca, casi al lado, mucho más cerca de lo que ella creía,
Otros que estaba muerta.
nunca se había alejado.
Otros que estaba enferma.
Le dijo: -Venga, señora sobrina… Yo, sólo le ofrezco… un Que era y no era.
casamiento. Verá. Y que una loca era.
¿Un casamiento? Y ¿qué era un casamiento? No había visto ninguno Protagonizó años y años atrás, una casi increíble historia.
en su vida. Ah, sí, sólo uno, a los dos años. O antes de su nacimiento. Y la historia no existe. Sólo ella la ve.
Se lo habían contado.
Y ahora recordaba. Un casamiento es una cosa linda, tiene muchos De continúo venía la noche como siempre; pasaron velozmente
pasteles de varios colores. Y todos están en un retrato, vestidos de y en vuelo las cosas, los seres, las águilas, los corderos
blanco. Entonces, ella estaba corriendo de una cosa linda. en tropa. El viento del este trae las aguas y las lleva al oeste.
Pero, en ese instante, él le tocó el pelo burdo, como había visto recién Se oyó algo como un gran manotazo y era la lluvia; ya
en el bosque, que hacía un zorro viejo –y la circunstancia era igual- había comenzado el aguazal, los cristales corrientes, anchísimos.
con un pichón de zorra. La madre de Aurora gritó: -Señora Lavinia, véngase debajo de mi
Dijo: -Venga para acá, pichón de zorra. Venga para acá. alero, se va a ahogar.
Ella se zafó.
Él dijo: -Pero, venga para acá, pichón de nada. Pero, la veía quieta, inmóvil, con la manta negra, las
Ella que estaba con los ojos bajos, de súbito, los levantó. antenas, las flores, transparentándose entre las aguas.
Y lo vio, allí de pie. Bajo la ceja, aquel artificio, la lengua que titilaba La madre de Aurora pensaba: ¡Se habrá ahogado de pie.
–vio- roja como la de un perro. Se habrá ahogado ya!
Y otra imponente lengua en otro sitio. Hasta que la lluvia paró de golpe. A las nueve de esa noche.
Lavinia apareció como siempre. Debajo de las nubes
-éstas no se fueron- salió un sol rojo: una yema de huevo,
un rojo choclo con granos apretados y rojos e ígneo el vello.
Entonces, Lavinia tuvo un leve impulso, abrió las alas.
La madre de Aurora, azorada, le dijo: -Va a empezar a andar,
señora? Señora Lavinia ... ¿se va? ...
Era una noche negra sin una hendija.
Y ese sol no podía alumbrar.

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