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Para realizar la ficha de escritura, en primer lugar elija un tema académico de su interés y
relacionado directamente con su disciplina o trabajo investigativo.
En segundo lugar, consulte por palabra clave en una base de datos académica u otra fuente
pertinente y confiable.
Tercero, seleccione y descargue unos tres textos académicos. El formato puede ser: artículo
académico o de investigación, capítulo de libro, libro, vídeo, conferencia, etc. También,
puede optar por buscar información en otras fuentes que considere pertinentes para su tema,
como sitios web, periódicos, etc. Incluso, puede utilizar fuentes que esté leyendo o
trabajando en otro contexto o asignatura.
Cuarto, descargue la información y realice una lectura inicial; y quinto, comience a realizar
la ficha de escritura. Importante que desarrolle la ficha con convenciones de colores para
identificar en el ejercicio las fuentes y los tipos de citas, etc. A continuación, las
recomendaciones y parámetros para la ficha de escritura.
Ficha de escritura1
Aquí se incluyen, en orden alfabético, las tres referencias consultadas y citadas en la ficha (para
este caso, siga las normas APA, séptima edición).
Antes de citar en esta sección, ofrezca al lector una contextualización del tema y de los autores,
plantee generalizaciones, ejemplos, encuadre la perspectiva o enfoque asumido por las fuentes,
formule preguntas, etc. Redacte entonces uno o dos párrafos a partir de su propio saber. Es decir,
no comience a citar inmediatamente.
1
Elaborada por Alexánder Sánchez Upegui, 2022.
Luego de esta apertura o preámbulo, comience a citar y, de manera alterna, incluya sus
reflexiones, interpretaciones, expresiones realizativas (es decir, proposiciones en las que usted
plantee aseveraciones, enunciados descriptivos) y posicione sus planteamientos.
El objetivo de lo anterior es que usted no ceda su propia voz a la de los autores, sino que
construya una interacción reflexiva a partir de su propio saber y el de las fuentes: esto es lo que se
denomina intertextualidad.
Parámetros
2 citas directas breves (hasta 39 palabras): una debe ser integrada y la otra no integrada.
En las citas integradas debe incluir, en la expresión introductora, los respectivos verbos de
reporte (comunicación, cognitivos o de investigación).
Palabras y expresiones clave (de 3 a 5 conceptos centrales propuestos por los autores
consultados):
Escriba aquí sus apreciaciones personales con respecto al tema consultado, entre dos y tres
párrafos.
Ficha de escritura
Actualmente, la comunicación científica está regida por la angustiante frase “publicar o perecer”,
aforismo que refleja la presión que tienen los investigadores para dar a conocer su producción
intelectual. También afecta a los equipos editoriales de revistas científicas, que deben cumplir con un
sinnúmero de criterios editoriales y de calidad para mantener sus revistas indexadas y clasificadas.
Anteriormente, Colciencias tenía en cuenta solo el proceso de gestión editorial, ahora tiene más peso
en la clasificación la validación del proceso de evaluación por pares y los indicadores de visibilidad;
además, evalúa el impacto de la revista científica con base en el cálculo del h5, índice bibliométrico
que mide la cantidad de producción científica de un investigador en relación con las citas que recibe
su trabajo (Colciencias, 2018). Todo esto, sumado a los nuevos cambios en los parámetros de
medición de la calidad establecidos por bases de datos e indexadores, particularmente en Colombia
por Publindex, ha hecho que se concentren esfuerzos editoriales, académicos y de formación en la
pospublicación (visibilidad, indexación, difusión, impacto, marcación…), sin darles a los procesos
previos la relevancia que ameritan; uno de estos procesos, que puede considerarse el más remoto y
fundamental, es la enseñanza de la escritura académica incluso desde el pregrado.
La escritura académica está en relación directa con la creación, difusión y apropiación del
conocimiento; es el medio para llevarlo a las comunidades y generar impacto social. Lo anterior no se
cumple si el contenido que se difunde es ininteligible, solo para unos pocos, y si no se tiene claro en
principio cuál es la intención de dar a conocer lo que se investiga. Es pertinente aquí retomar la
reflexión de la profesora Elsa Ortiz-Casallas (2015), quien expone que
Precisamente, son las comunidades disciplinares y discursivas las que definen qué, para qué
y cómo escribir; por eso, la enseñanza de la escritura [académica] exige un abordaje dentro
del contexto propio de cada asignatura, es decir, que las prácticas de escritura son
constitutivas de cada campo de conocimiento. (p. 357)
Ahora bien, la universidad no es la única llamada a asumir la tarea de la alfabetización académica; las
revistas científicas también “se pueden constituir entonces en estrategias ideales para enseñar a
escribir en las disciplinas (si entre otras estrategias estructuran sus guías a partir de criterios
lingüístico-textuales)” (Sánchez, 2016, p. 62). Además, se debe considerar que las revistas no son
solo referentes normativos para los autores, sino también para todos los agentes que participan en el
proceso de gestión editorial (autores, evaluadores, editores, asistentes de edición, correctores),
quienes deben estar en consonancia con esta denominada alfabetización académica o literacidad. Un
investigador que hoy funge como autor mañana puede estar en el rol de evaluador, incluso de editor, y
las mismas falencias que tiene o tuvo a la hora de escribir su propio trabajo las va a replicar al
momento de evaluar el trabajo de alguien más: puede omitir, tergiversar, ultracorregir...
el árbitro realiza una actividad integral: a la vez que se da una evaluación de lo disciplinar,
investigativo, intertextual y de género, realiza una didáctica de la corrección textual
(Cassany, 1997). Evaluación y corrección van unidas, pues se deben marcar los usos
inadecuados que se encuentran en el texto y brindar soluciones a estos errores mediante
observaciones y ampliar información lingüística sobre algún aspecto concreto. Corrección y
evaluación se superponen. (Parodi, 2000, citado en Sánchez, 2011, p. 126)
En la política editorial se aclara que la revista puede reservarse el derecho de realizar corrección
textual, pero la figura del corrector queda reducida a ser “personal de limpieza y adecuación” y a
aplicar a rajatabla el manual que por el área del conocimiento se debe seguir (APA, Vancouver, etc.)
y la RAE, que resulta ser una herramienta insuficiente a la hora de enfrentarse a este tipo de textos,
pues, tal y como lo plantea Valle (2018), el corrector “no va a encontrar en la RAE todas las
respuestas, ni siquiera procediendo por analogía, que siempre es un buen recurso, pero tampoco
alcanza. No toda la lengua está en la RAE; y corregir no es jugar al Scrabble” (p. 71).
La intención no es entonces restringir la escritura de los autores a formas únicas; la intención es poner
al servicio de la escritura académica, teniendo en cuenta las falencias ya expuestas sobre su
enseñanza, el proceso de corrección. Como se ha podido evidenciar a partir de la literatura sobre el
tema, hay poca investigación y poca formación respecto a la escritura académica, y hay todavía más
vacíos en cuanto a la edición y corrección de textos académicos, por eso se insiste en que la
formación debe ser para todos los agentes involucrados, no solo para autores. El corrector puede, a
partir de las normas ya establecidas, identificar aquellos aspectos recurrentes que deben ser
contemplados en una guía de estilo, y vincular las guías para autores y los formatos de evaluación
para que sean consultados en unidad; para ello, debe conocer las particularidades del género
discursivo al que se enfrenta y aplicar los conocimientos que ese género requiere, pues además del
estilo propio del autor, cada género tiene también su propio estilo (Valle, 2018), al igual que cada
revista y cada área del conocimiento.
Una guía que sirva de ruta a todos los agentes involucrados fomenta el aprendizaje autónomo;
registrar y sistematizar los hábitos presentes en la escritura de artículos académicos implica reconocer
aquellos que son valiosos y aquellos que deben ser corregidos, cambiados o mejorados.
Así pues, para delimitar el trabajo del corrector hay que decir que este no pretende reemplazar ni
reescribir el texto del autor, y que tampoco es su labor coordinar un proceso editorial, aunque en todo
caso su trabajo es fundamental en la edición. La corrección al servicio de la edición de textos
académicos no pretende ganar representatividad ni protagonismo, sino cumplir con la función de
complementariedad que sí le corresponde y ayudar a “pensar mejor la publicación”.