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GENERO Y SEXUALIDAD
El sexo refiere a las diferencias biológicas y anatómicas entre mujeres y hombres
La identidad de género implica la auto-percepción del sujeto acerca de su género
Orientación sexual implica el sexo hacia el cual una persona siente atracción
El género se refiere a las diferencias socialmente construidas para lo femenino y lo masculino.
La asignación sexual es el sexo que se le asigna socialmente a una persona al momento de su nacimiento y
coinciden -por lo general- con el sexo biológico.
Piere Bourdieu
• Registro colectivo de diferencias biológicas distintivas
• Inscripción mental (imaginario social) de diferencias como “naturales”
• Los ciclos evolutivos de la sociedad confirman y NATURALIZAN el orden social
• El “sistema mítico” consagra el orden establecido como conocido/reconocido/oficial
“Maquinaria simbólica” (bourdieu)
“Nido de las Peores perversiones”
(S de Beauvoir)
“Biopolítica” Y “Biopoder” (Foucault)
“La Era de la Farmacopornografía” (Preciado P.)
• Familia
• Escuela
• Iglesia/ Religiones
• Salud
RELACIÓN SOCIAL:
REPRODUCE EL PRINCIPIO
DE DIVISIÓN MASCULINO/
FEMENINO
Binarismo
VARONES
La mismidad
Lo activo
La fuerza
La razón
La producción
Lo publico
La valentía
MUJERES
Lo “otro”
Lo pasivo
La fragilidad
La pasión
Reproducción
Lo privado
El sometimiento
DIVISIÓN PUBLICO-PRIVADO
PÚBLICO
Valorado
Visible
Reconocimiento
Razón
Poder
PRIVADO
No valorado
No visible
No reconocido
Afecto
DISPOSITIVOS SOCIOLÓGICOS QUE OPERAN EN LA DIFERENCIA SEXUAL
Roles de género
Los roles de género son el resultado de comportamientos adquiridos en una sociedad dada, que define cuáles
son las actividades, tareas y responsabilidades femeninas y cuáles las actividades, tareas y responsabilidades
masculinas.
Clase 27/09/2021
EL CONOCIMIENTO CIENTIFICO PUEDE AYUDAR, PERO SOLO LA CONCEPCION SOBRE EL
GENERO PUEDE DEFINIR EL SEXO, Y LA CONCEPCION DEL GENERO AFECTA AL
CONOCIMIENTO SOBRE EL SEXO PRODUCIDO POR LOS CIENTIFICOS EN PRIMERA MEDIDA.
¿Real o construida?
Las verdades sobre la sexualidad humana creadas por los intelectuales en general y los biólogos en particular
forman parte de los debates políticos, sociales y morales sobre nuestras culturas y economías.
Los ingredientes de nuestros debates políticos, sociales y morales se incorporan, en un sentido muy literal, a
nuestro ser fisiológico.
Estas afirmaciones tienen una dependencia mutua, abordando temas como la manera en que los científicos (a
través de su vida diaria, experimentos y prácticas médicas) crean verdades sobre la sexualidad; cómo
nuestros cuerpos incorporan y confirman estas verdades; y cómo estas verdades, esculpidas por el medio
social en el que los biólogos ejercen su profesión, remodelan a su vez nuestro entorno cultural.
La teoría feminista contempla el cuerpo no como una esencia, sino como un armazón desnudo sobre el que
la ejecutoria y el discurso modelan un ser absolutamente cultural.
Las pensadoras feministas describen los procesos por los que la cultura moldea y crea efectivamente el
cuerpo.
Además tienen muy en cuenta la política.
A menudo han llegado a su mundo teórico porque querían comprender (y cambiar) la desigualdad social,
política y económica.
Todo saber académico añade hilos a una trama que interconecta cuerpos racializados, sexos, géneros y
preferencias.
Desde su origen como disciplina la biología ha estado estrechamente ligada a los debates sobre la política
sexual, racial y nacional.
Y la ciencia del cuerpo ha cambiado junto con nuestros puntos de vista sociales.
Los siglos XVII y XVIII han sido periodos de enorme cambio en nuestras concepciones del sexo y la
sexualidad.
Durante este tiempo, el ejercicio feudal de un poder arbitrario y violento concedido por derecho divino fue
reemplazado por una idea de igualdad legal.
Para Michel Foucault, la sociedad todavía requería alguna forma de disciplina.
El capitalismo pujante necesitaba nuevos métodos para controlar la inserción de los cuerpos en la
maquinaria productiva y el ajuste de los fenómenos poblacionales a los procesos económicos.
Foucault dividió este poder sobre los cuerpos vivos en dos formas.
La primera se centraba en el cuerpo individual. El papel de muchos profesionales de las ciencias (incluidas
las llamadas ciencias humanas: la psicología, la sociología y la economía) consistió en optimizar y
estandarizar la función corporal.
En Europa y Norteamérica, el cuerpo estandarizado de Foucault ha sido tradicionalmente masculino y
caucásico.
La segunda forma de biopoder de Foucault -la biopolítica de la población- surgió a principios del siglo XIX,
a medida que los pioneros de las ciencias sociales comenzaron a desarrollar los métodos estadísticos
necesarios para supervisar y gestionar la natalidad y la mortalidad, el nivel de salud, la esperanza de vida y
la longevidad.
Para Foucault, disciplina tiene un doble sentido.
Por un lado, implica una forma de control o castigo; por otro, se refiere a un cuerpo de conocimiento
académico (la disciplina de la historia o la biología). El conocimiento disciplinario acumulado en los campos
de la embriología, la endocrinología, la cirugía, la psicología y la bioquímica ha movido a los médicos a
intentar controlar el género mismo del cuerpo, incluyendo también «sus capacidades, gestos, movimientos,
situaciones y comportamientos».
Al anteponer lo normal a lo natural, los médicos también han con tribuido a la biopolítica poblacional.
La norma de género es una imposición social, no científica.
El conocimiento promovido por las disciplinas médicas autoriza a los facultativos a mantener una mitología
de lo normal a base de modificar el cuerpo intersexual para embutirlo en una u otra clase.
Sin embargo, el progreso médico de una persona, puede ser la disciplina y el control de otra.
Los intersexuales como María Patiño tienen cuerpos disidentes.
No encajan de manera natural en una clasificación binario.
¿Por qué debería preocuparnos que haya personas cuyo equipamiento biológico natural, les permita
mantener relaciones sexuales naturales tanto con hombres como con mujeres?
¿Por qué deberíamos amputar o esconder quirúrgicamente genitales?
La respuesta: para mantener la división de géneros, debemos controlar los cuerpos que se salen de la norma.
Puesto que los intersexuales encarnan literalmente ambos sexos, su existencia debilita las convicciones sobre
las diferencias sexuales.
La conceptualización tradicional del género y la identidad sexual constriñe las posibilidades de vida y
perpetúa la desigualdad de género.
Para cambiar la política del cuerpo, hay que cambiar la política de la ciencia misma.
Las feministas que estudian la creación del conocimiento empírico por los científicos han comenzado a
reconceptualizar la naturaleza misma del procedimiento científico.
Como ocurre en otros ámbitos sociales, estas autoras entienden que el conocimiento empírico, práctico, está
imbuido de los temas políticos y sociales de su tiempo.
Muchos autores sitúan el punto de partida de los estudios científicos modernos de la homosexualidad
humana en la obra de Alfred C. Kinsey y colaboradores, publicada por primera vez en 1948.
Sus informes sobre el comportamiento sexual de varones y mujeres proporcionaron a los sexólogos
modernos un conjunto de categorías útil para medir y analizar conductas sexuales.
Emplearon una escala de 0 a 6, donde 0 corresponde a cien por cien heterosexual y 6 a cien por cien
homosexual.
Aunque era una escala discreta, Kinsey subrayó que la realidad incluye individuos de cada tipo intermedio,
dentro de un continuo entre los dos extremos y entre todas y cada una de las categorías de la escala.
Los estudios de Kinsey ofrecían nuevas categorías definidas en términos de excitación sexual-especialmente
orgasmo- en vez de permitir que conceptos como afecto, matrimonio o relación intervinieran en las
definiciones de la sexualidad humana. La sexualidad era una característica individual, no algo producido
dentro de relaciones en contextos sociales particulares.
Hoy las categorías de Kinsey han adquirido vida propia, lo cual afirma que a través del acto de medir, los
científicos pueden cambiar la realidad social que se proponen cuantificar.
Si estos ejemplos de la sociología contemporánea muestran que las categorías empleadas para definir, medir
y analizar la conducta sexual humana cambian con el tiempo, la reciente profusión de estudios de la historia
social de la sexualidad humana sugiere que la organización social y la expresión de la sexualidad humana no
son ni intemporales ni universales.
¿Sexo o género?
Hasta 1968, a menudo se exigió a las competidoras olímpicas que se desnudaran delante de un tribunal
examinador. Tener pechos y vagina era todo lo que se necesitaba para acreditar la propia feminidad. Pero
muchas mujeres encontraban degradante este procedimiento. En parte por la acumulación de quejas, el coi
decidió recurrir al test cromosómico, más moderno y «científico.
El problema es que ni este test ni el más sofisticado que emplea el Coi en la actualidad (la reacción de la
polimerasa para detectar secuencias de ADN implicadas en el desarrollo testicular) pueden ofrecer lo que se
espera de ellos.
Simplemente, el sexo de un cuerpo es un asunto demasiado complejo.
No hay blanco o negro, sino grados de diferencia.
Para la autora, etiquetar a alguien como varón o mujer es una decisión social.
El conocimiento científico puede asistirnos en esta decisión, pero sólo nuestra concepción del género, y no
la ciencia, puede definir nuestro sexo.
Es más, nuestra concepción del género afecta al conocimiento sobre el sexo producido por los científicos en
primera instancia. En las últimas décadas, la relación entre la expresión social de la masculinidad y la
feminidad y su fundamento físico ha sido objeto de acalorado debate en los terrenos científico y social.
En 1972, los sexólogos John Money y Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género son
categorías separadas.
El sexo, se refiere a los atributos físicos, y viene determinado por la anatomía y la fisiología, mientras que el
género es una transformación psicológica del yo, la convicción interna de que uno es macho o hembra
(identidad de género) y las expresiones conductuales de dicha convicción."
Las feministas de la segunda ola de los setenta, por su parte, también argumentaron que el sexo es distinto
del género (que las instituciones sociales, diseñadas para perpetuar la desigualdad de género, producen la
mayoría de las diferencias entre varones y mujeres).
Estas feministas sostenían que, aunque los cuerpos masculinos y femeninos cumplen funciones
reproductivas distintas, pocas diferencias más vienen dadas por la biología y no por las vicisitudes de la
vida.
Si las chicas tenían más dificultades con las matemáticas que los chicos, el problema no residía en sus
cerebros, sino en las diferentes expectativas y oportunidades de unas y otros.
Tener anatomías diversas es una diferencia de sexo. Que los chicos saquen mejores notas en matemáticas
que las chicas es una diferencia de género.
Presumiblemente, la segunda podía corregirse aunque la primera fuera ineludible.
Las feministas de los setenta establecieron los términos del debate: el sexo representaba la anatomía y la
fisiología, y el género representaba las fuerzas sociales que moldeaban la conducta.
Las feministas no cuestionaban la componente física del sexo; eran los significados psicológico y cultural de
las diferencias entre varones y mujeres -el género- lo que estaba en cuestión.
Pero las definiciones feministas de sexo y género dejaban abierta la posibilidad de que las diferencias
cognitivas y de comportamiento pudieran derivarse de diferencias sexuales.
Así, en ciertos círculos la cuestión de la relación entre sexo y género se convirtió en un debate sobre la
«circuitería» cerebral innata de la inteligencia y una variedad de conductas," mientras que para otros no
parecía haber más elección que ignorar muchos de los descubrimientos de la neurobiología contemporánea.
Al ceder el territorio del sexo físico, las feministas dejaron un flanco abierto al ataque de sus posiciones
sobre la base de las diferencias biológicas.
En efecto, el feminismo ha encontrado una resistencia masiva desde los dominios de la biología, la medicina
y ámbitos significativos de las ciencias sociales.
A pesar de los muchos cambios sociales positivos desde los setenta, la expectativa optimista de que las
mujeres conseguirían la plena igualdad económica y social una vez se afrontara la desigualdad de género en
la esfera social, ha palidecido.
Todo ello ha movido a las pensadoras feministas a cuestionar la noción misma de sexo" y, por otro lado, a
profundizar en los significados de género, cultura y experiencia.
Nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos respuestas definidas sobre las diferencias
sexuales.
Cuanto más buscamos una base física simple para el sexo, más claro resulta que sexo no es una categoría
puramente física.
Las señales y funciones corporales que definimos como masculinas o femeninas están ya imbricadas en
nuestras concepciones del género.
Considérese el problema del Comité Olímpico Internacional.
Los miembros del comité quieren decidir quién es varón y quién es mujer.
¿Pero cómo?
Si Pierre de Coubertin rondara todavía por aquí, la respuesta sería simple: nadie que deseara competir podría
ser una mujer, por definición.
Pero ya nadie piensa así. ¿Podría el coi emplear la fuerza muscular como medida del sexo? En algunos casos
sí, pero las fuerzas de varones y mujeres se solapan, especialmente cuando se trata de atletas entrenados.
Y aunque Maria Patiño se ajustara a una definición razonable de feminidad en términos de apariencia y
fuerza, también es cierto que tenía testículos y un cromosoma Y.
Ahora bien, ¿por qué estos rasgos deberían ser factores decisivos?
El coi puede aplicar la prueba del cariotipo o del ADN, o inspeccionar las mamas y los genitales, para
certificar el sexo de una competidora, pero los médicos se rigen por otros criterios a la hora de asignar un
sexo incierto. Se centran en la capacidad reproductiva (en el caso de una feminidad potencial) o el tamaño
del pene (en el caso de una presunta masculinidad).
Por ejemplo, si un bebé nace con dos cromosomas X, oviductos, ovarios y útero, pero un pene y un escroto
ex ternos, ¿es niño o niña?
Casi todos los médicos dirían que es una niña, a pesar del pene, por su potencial para dar a luz, y recurrirían
a la cirugía y tratamientos hormonales para validar su decisión.
La elección de los criterios para determinar el sexo, y la voluntad misma de determinarlo, son decisiones
sociales para las que los científicos no pueden ofrecer guías absolutas.
No a los dualismos
La cuestión de lo innato y lo adquirido ha preocupado durante bastante tiempo.
Las maneras euro-americanas de entender el mundo dependen en gran medida de los dualismos (pares de
conceptos, objetos o credos opuestos).
Vamos a hacer eje en tres de ellos: sexo/género, naturaleza/crianza y real/construido.
¿Qué tiene de preocupante que recurramos a los dualismos para analizar el mundo?
Razón Naturaleza
Masculino Femenino
Mente Cuerpo
Amo Esclavo
Libertad Necesidad (Naturaleza)
Humano Natural (no humano)
Civilizado Primitivo
Producción Reproducción
Yo Otro
En el uso cotidiano, los conjuntos de asociaciones en cada columna de la lista suelen ir juntos.
La cultura acumula estos dualismos como un almacén de armas que pueden aprovecharse, refinarse y
reutilizarse.
Las viejas opresiones almacenadas como dualismos facilitan y abren el camino a otras nuevas.
Cabe señalar como ejemplo, las intersecciones entre las construcciones e ideologías raciales y las de género.
El dualismo sexo/género limita el análisis feminista.
El término género, colocado en una dicotomía, excluye necesaria mente la biología.
Como consecuencia de la división real/construido (a veces formulada como una división entre naturaleza y
crianza), se sitúa el conocimiento de lo real en el dominio de la ciencia (equiparando lo construido con lo
cultural).
Algunas pensadoras feministas, han intentado con éxito variable componer una descripción no dualista del
cuerpo.
Judith Butler, por ejemplo, ha reclamado el cuerpo material para el pensamiento feminista.
¿Por qué, se pregunta, la idea de materialidad ha venido a significar lo que es irreducible, lo que puede
sustentar la construcción pero no puede construirse?
Hay hormonas, genes, próstatas, úteros y otras partes y fisiologías corporales de las que nos valemos para
diferenciar entre machos y hembras, y que se convierten en parte del sustrato del que emergen las variedades
de la experiencia y el deseo sexuales.
Las variaciones en cada uno de estos aspectos de la fisiología afectan profundamente la experiencia
individual del género y la sexualidad.
Cada vez que in tentamos volver al cuerpo como algo que existe con anterioridad a la socialización, al
discurso sobre lo masculino y lo femenino, descubrimos que la materia está colmada por los discursos sobre
el sexo y la sexualidad que prefiguran y constriñen los usos que pueden darse a ese término.
Las nociones occidentales de materia y materialidad corporal, se han construido a través de una matriz de
género.
Si los puntos de vista sobre sexo y sexualidad ya están incrustados en nuestras concepciones filosóficas de la
materialización de los cuerpos, la materia de los cuerpos no puede constituir un sustrato neutral preexistente
sobre el que basar nuestra comprensión de los orígenes de las diferencias sexuales.
Puesto que la materia ya contiene las nociones de género y sexualidad, no puede ser un recurso imparcial
sobre el que construir teorías «científicas» u «<objetivas del desarrollo y la diferenciación sexuales.
Hablar de sexualidad humana requiere una noción de lo material. Pero la idea de lo material nos llega ya
teñida de ideas preexistentes sobre las diferencias sexuales.
Butler sugiere que contemplemos el cuerpo como un sistema que simultáneamente produce y es producido
por significados sociales, así como cualquier organismo biológico siempre es el resultado de las acciones
combinadas y simultáneas de la naturaleza y el entorno.
Sin la socialidad humana no puede desarrollarse la sexualidad humana.
Los seres humanos son biológicos (y, por ende, seres naturales en cierto sentido) y sociales (y, por ende,
entidades en cierto sentido artificiales o, si se quiere, construidas).
¿Podemos concebir una manera de vernos a nosotros mismos, a medida que nos desarrollamos desde la
concepción hasta la vejez, como naturales y artificiales a la vez?
La teoría de sistemas ontogénicos niega que haya dos tipos funda mentales de procesos: uno guiado por los
genes, las hormonas y las células cerebrales (esto es, la naturaleza) y otro por el medio ambiente, la
experiencia, el aprendizaje o fuerzas sociales (esto es, la crianza).
Los debates que evocan la dicotomía naturaleza / crianza son la consecuencia de la pobreza de un enfoque
no sistémico.
Muchos teóricos críticos, feministas y homosexuales arrinconan deliberadamente la biología, abriendo con
ello el cuerpo a la conformación social y cultural.
Pero ésta es una jugada equivocada.
En la mayoría de discusiones públicas y científicas, sexo y naturaleza se entienden como reales, mientras
que género y cultura se entienden como construidos.
Éstas son falsas dicotomías. Partiendo de los marcadores más visibles del género -los genitales- se puede
ilustrar cómo se construye, literalmente, el sexo.
Los cirujanos eliminan partes y emplean plásticos para crear genitales apropiados para la gente nacida con
partes corporales no fácilmente identificables como masculinas o femeninas.
Los médicos creen que su pericia les permite escuchar lo que les dice la naturaleza sobre el sexo verdadero
que deberían tener estos pacientes.
El problema es que sus verdades proceden del medio social y son reforzadas en parte por la tradición médica
de hacer invisible la intersexualidad.
Los cuerpos, como el mundo en el que vivimos, están hechos de materia.
A menudo nos valemos de la investigación científica para comprender la naturaleza de dicha materia.
Pero esta investigación cien tífica implica un proceso de construcción de conocimiento.
Los científicos construyen argumentos a base de escoger enfoques y herramientas experimentales
particulares.
Los científicos crearon la categoría de las hormonas sexuales, en el periodo que va de 1900 a 1940. Las
hormonas mismas se convirtieron en marcadores de la diferencia sexual. Así, la detección de una hormona
sexual o su receptor en alguna parte del cuerpo (las células óseas, por ejemplo) convierte esa parte antes
neutra en sexual.
Pero si se adopta, una perspectiva histórica, se puede ver que las hormonas esteroides no tienen por qué
dividirse en categorías sexuales y no sexuales.
Hoy los científicos están de acuerdo sobre la estructura molecular de los esteroides que etiquetaron como
hormonas sexuales, aunque no sean visibles a simple vista.
Debemos examinar la construcción de la sexualidad, comenzando por las estructuras visibles de la superficie
exterior del cuerpo y acabando por las conductas y las motivaciones (esto es, actividades y fuerzas
manifiestamente invisibles) inferidas sólo a partir de su resultado, pero que se presumen localizadas muy
dentro del cuerpo.
Los comportamientos son por lo general actividades sociales, expresadas en interacción con objetos y seres
distintivamente separados.
Clase 01/10/2021
LAS TEORIAS FEMINISTAS
Conformaciones iniciales siglo VIII y XIX
AMOROS y DE MIGUEL (FRAGMENTO)
La Revolución Francesa es un fenómeno sumamente complejo del que se han dado interpretaciones muy
plurales.
Interesa resaltar que la ideología revolucionaria, cuyas raíces ilustradas son evidentes, resultaba tener
insólitas virtualidades de universalización.
La crisis de legitimación del Ancien Régime que culminó en la Revolución Francesa conllevó asimismo lo
que vamos a llamar una crisis de legitimación patriarcal.
En la génesis de esta crisis se encuentra el hecho de que las mujeres pusieran en juego su capacidad
autónoma de juzgar.
Resultaba difícil estar inmersas en un medio ideológico poblado de discursos acerca de la igualdad, la
libertad y la fraternidad y resignarse, en una sociedad que se presenta a sí misma como en proceso
constituyente, a vivir su propia inserción en él desde pasividad.
El constatar que estas consignas no rezan para ellas produce reacciones de sorpresa y de protesta al más
elemental buen sentido: no sólo al de las mujeres cultas, sino al de las pertenecientes a medios no muy
letrados y al de algunos hombres intelectualmente honestos.
Así, proliferaron textos en la línea del de Mademoiselle Jodin, corresponsal de Diderot.
El texto lleva por título: «Proyectos de legislación para las mujeres dirigidos a la Asamblea Nacional»
(1790): Cuando los franceses señalan su celo para regenerar el Estado y fundar su felicidad y su gloria sobre
las bases eternas de las virtudes y de las leyes, pensé que mi sexo, que compone la interesante mitad de este
bello Imperio, podía también reclamar el honor e incluso el derecho de concurrir a la prosperidad pública; y
que al romper el silencio al que la política parece habernos condenado, podíamos decir útilmente: nosotras
también somos ciudadanas. De acuerdo con este título, ¿no tenemos nuestras leyes, así como nuestros
deberes?, ¿debemos permanecer puramente pasivas en un momento en el que la transformación de todos los
pensamientos en fecundos para el bien público debe también tocar el punto delicado, el feliz lado que nos
une a él.”
Las mujeres reclaman presencia y participación en lo público, el nuevo espacio social emergente que las
Luces alumbran y que ellas, en la práctica, han ganado ya por su significativas participación en
acontecimientos como la toma de la Bastilla y su protagonismo en las Jornadas de Octubre, con la marcha
sobre Versalles para hacer venir a los reyes a París en plena crisis del abastecimiento del pan
Ha aflorado ya en las mujeres la conciencia de «Tercer Estado dentro del Tercer Estado, y de que, en
consecuencia, sus intereses no son los mismos que los de los varones de sus clases respectivas.
La doctrina revolucionaria emite para ellas un mensaje doble: el de la universalidad, en el que se sienten
incluidas, se dobla luego de otro acerca de su diferencialidad, en cuya virtud se las excluye; así, son y no son
a la vez ciudadanas, son y no son a la vez defensoras de la patria
Olympe de Gouges, autora de la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana» (1791), será
guillotinada el 3 de noviembre de 1793, el mismo año en que se decretará por orden de los jacobinos el
cierre de los clubes de mujeres.
Donde los revolucionarios apelaban a la naturaleza como paradigma normativo para deslegitimar las
jerarquías estamentales, ella lo hará para irracionalizar la jerarquía patriarcal.
Olympe de Gouges parte de la idea rousseauniana de que «la ley debe ser la expresión de la voluntad
general»>; sólo que, a diferencia de Rousseau, considera que en la constitución de esta voluntad no puede
haber discriminación de sexo.
La separación de los poderes legislativo y ejecutivo le sirve de modelo de lo que debería ser el equilibrio de
poderes en el matrimonio entendido al modo de un contrato social, cuyos términos redactó ella misma.
Para el feminismo radical, el patriarcado constituye un sistema de dominación universal de los varones sobre
las mujeres.
A partir de los años 60, en el marco de reverbero del movimiento de mujeres organizándose, manifestándose
y repensándose, se va desarrollando un recorrido teórico desde el feminismo que concibe al patriarcado en
términos de estructura de relaciones de poder.
En este sentido, Kate Millett, una de las referentes del feminismo radical de los 60-70, sostiene que el
patriarcado es el sistema de dominación sobre el que se asientan los demás, como el de raza o el de clase.
Millett subraya la diversidad que puede adoptar el patriarcado, así como su capacidad de adaptación: "Si
bien la institución del patriarcado es una constante social tan hondamente arraigada que se manifiesta en
todas las formas políticas, sociales y económicas, ya se trate de las castas y clases o del feudalismo y la
burocracia, y también en las principales religiones, muestra, no obstante, una notable diversidad tanto
histórica como geográfica"
Para Millet, podemos observar feudalismos, democracias neoliberales, socialismos reales o
socialdemocracias, y ver patriarcado.
Otro de los puntos interesantes que ponen de relieve estas primeras teorizaciones feministas, es que si bien el
patriarcado suele recurrir a la fuerza y a la violencia, también se sostiene en el consenso establecido por la
"socialización" de los géneros en el marco de las normas patriarcales.
Para autoras como Zillah Eisenstein, solo es posible analizar los procesos del patriarcado -y su consistente
imbricación con el capitalismo-desde una conjunción de las herramientas teóricas del feminismo y la
metodología marxista.
El análisis de las luchas de clases y de raza es fundamental para comprender el funcionamiento del
patriarcado, pues estas no representan historias separadas, sino que se desarrollan simultáneamente, co-
constituyéndose y potenciándose.
La interseccionalidad, aunque no necesariamente con ese nombre, está presente en los feminismos desde
tiempos muy tempranos.
Los feminismos fueron acentuando en sus análisis diversos ámbitos de opresión y dominación en el marco
del sistema patriarcal.
Esos desarrollos-sobre todo aquellos relacionados a la teoria queer y a los movimientos LGTTBIQ-han dado
como resultado que hoy podamos referimos al cisheteropatriarcado, para subrayar su mandato cisgénero' y
su heteronormatividad.
Porque patriarcado no es solamente opresión sobre las mujeres, ni nos oprime a todas por igual.
Existe un amplio consenso en ubicar la emergencia del género como noción en la teoría feminista con una
acepción distintiva a fines de los 60, principios de los 70 del siglo XX.
Si la diferencia entre los sexos no explica el modo en que las mujeres se construyen como seres inferiores a
los varones, configurando distintos atributos, roles y capacidades en forma de opuestos; será entonces en el
género en donde encontremos la respuesta.
Se trata de una categoría analítica transdisciplinar que intenta dar cuenta de las relaciones sociales y de
poder basadas en las diferencias percibidas entre los sexos en un determinado momento histórico.
En pocas palabras, el género es una herramienta critica de investigación y militante, que surge como
respuesta a la naturalización de la diferencia entre los sexos como destino desigual en múltiples campos de
batalla.
Muchos estudios señalan a Simone de Beauvoir como un antecedente en el trazado de la historia de este
concepto. Su famosa declaración "no se nace mujer, se llega a serlo" presente en El segundo sexo, publicado
en 1949 en Francia, advierte que la mujer no es un producto de la naturaleza, sino de la civilización; y que
las diferencias biológicas son tan solo un pretexto a partir de las cuales se construye el mito de la feminidad.
Sin embargo, a pesar de que la pensadora francesa distingue entre "dato" y "constructo social", Beauvoir no
define ni utiliza la categoría género en el sentido que mencionábamos más arriba.
¿diferencia o igualdad?
Existe una línea dentro de los debates feministas en torno al género, en la cual podemos ubicar a grandes
rasgos dos posturas sobre las causas que producen la desigualdad entre varones y mujeres, y la forma de
subvertirla.
Por un lado, las feministas de la igualdad argumentan que las nociones de feminidad y masculinidad en
forma de opuestos, son modos de significación de las diferencias entre los sexos.
En este sentido, el objetivo para estas feministas en si de distintas tendencias como liberales, socialistas o
radicales seria la eliminación de esa diferencia de género socialmente construida, y la consecución de la
igualdad entre varones y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad.
Por otro lado, las feministas de la diferencia proponen una reinterpretación, esta vez positiva, de la
diferencia de género.
Así pues, el objetivo ya no seria, ahora, borrar las diferencias de género, sino reconocerlas.
Empero, y más allá del desacuerdo que acabamos de enunciar, ambas líneas de interpretación ponen el foco
en la "diferencia de género" (Fraser, 1995).
Gracias a la emergencia de voces de activistas negras, lesbianas, trans, mestizas, indigenas, entre otras;
surgen intervenciones criticas con el objetivo de trabajar sobre la complicidad del movimiento feminista
tanto con el racismo, o el colonialismo.
Su argumento central es que mantener la cuestión de género anclada en una oposición varón/mujer dificulta
la visualización de las diferencias entre las mujeres; detrás de la supuesta universalidad de la Mujer, se
ocultan otros vectores de producción de la subjetividad y la forma en que los mismos se intersectan entre
ellos, como la clase, la raza, la sexualidad.
En si ninguna persona es parte de un solo colectivo, ni está atravesada por una sola forma de poder social.
El pensamiento feminista en sus estudios sobre el género, había puesto en cuestión la naturalidad de lo
femenino y lo masculino, pero sin problematizar la "naturalidad" del sexo.
Desde este horizonte de sentido, ni el género ni el sexo pueden ser pensados como una propiedad de los
cuerpos, como preexistentes o construidos de forma independiente a/ de las normas reguladoras que
gobiernan su materialización.
En pocas palabras, podríamos también pensar al sexo ya no como un simple dato biológico, sino como el
producto de una lectura cultural.
Llegadas a este punto, el género sigue sin poder ser atrapado bajo una definición monolítica, estable;
pareciera es un concepto escurridizo, vacilante.
Pero los vaivenes del género están intrínsecamente asociados a la historia del feminismo, como teoría crítica
y práctica política.
Sus diversos usos y contradicciones se entrecruzan como hemos intentado recorrer en este apartado con los
debates al interior de un movimiento heterogéneo.
Por otro lado, no podemos dejar de advertir que desde una ofensiva conservadora se toma ese concepto y se
lo intenta convertir en "mala palabra", en una "ideología" en manos de feministas y demás "desviados" que
vienen a atacar el supuesto orden natural organizado según los sexos.
En si el concepto está presente en diversas luchas, las cuales, al mismo tiempo, están atravesadas por
distintos intereses.
De ahí que el feminismo tenga una relación ambivalente con la categoría género: debido a su origen, a los
caminos que se abren y los que se cierran en sus múltiples usos, tanto por parte del feminismo como de sus
acérrimos enemigos.
Clase 04/10/2021
Introducción
En la construcción de los derechos civiles de las mujeres es evidente el predominio de cierta moral asociada
a la unión entre los sexos, en particular al matrimonio como expresión institucional de esa unión.
Se trata de un mecanismo ideológico definido como doble moral sexual.
Es una forma de sexismo por la cual una misma conducta es evaluada con distintos parámetros para varones
y para mujeres y fundamentada en un supuesto deber ser de cada sexo.
Los derechos civiles fueron codificados en la Argentina poscolonial en el Código Civil de 1869. Este
Código y luego la Ley de Matrimonio Civil de 1888 que lo modificó significaron una fuerte recomposición
de las fronteras entre lo público y lo privado respecto de la situación colonial.
En un mismo movimiento se dotó al varón de un extensísimo poder y se afirmó el poder del Estado sobre la
vida de las personas a través del derecho.
Así se consolidó el orden social patriarcal moderno en nuestra sociedad.
Los años 20 trajeron consigo la consolidación de sujetos políticos nuevos: el primer feminismo, el
movimiento de trabajadores, los jóvenes intelectuales, entre otros.
A mediados del siglo XX, tuvo lugar un proceso vertebrador de modernización.
Después de la segunda posguerra, se configuró un orden bipolar y Estados Unidos se erigió como potencia
hegemónica sobre las sociedades occidentales.
Bajo el signo de la democracia occidental y cristiana, durante la segunda mitad del siglo XX las mujeres de
la Argentina accedieron a derechos clave para su autonomía dentro del matrimonio: los derechos civiles,
aquellos que refieren a la capacidad civil plena, la patria potestad compartida y el divorcio vincular, entre
otros.
Durante todo el siglo XX hubo sucesivas reformas del estatuto jurídico de las mujeres en la esfera civil,
social y política que significaron una verdadera revolución silenciosa.
Fue un proceso de cambio de las estructuras sociales y jurídicas que afecta al presente de tal modo que, a
poco más de una década de comenzado el siglo XXI, el Estado nacional ha encontrado el consenso para
proclamar una ley de matrimonio entre personas del mismo género.
En este largo camino, la modernidad dictó el canon de una severa moral sexual que ordenó y disciplinó
diferencialmente las conductas de hombres y mujeres al afirmar como objetivo la reproducción sexual antes
que el placer y el deseo, tanto para las mujeres como para quienes (varones y mujeres) no se ajustaban a la
heteronormatividad.
Con el advenimiento de la modernización, hubo un notable cambio en los valores y sentidos comunes, y con
ello el sexo y la sexualidad adquirieron mayor visibilidad en la esfera de lo público: desde la ciencia hasta
los artefactos culturales. Pero el derecho acompañó débilmente este proceso de cambio.
Una indagación de los significados de la moral sexual dominante en cada instancia de este largo proceso que
transcurre entre la sanción de la Ley de Matrimonio Civil (1888) y la Ley de Matrimonio entre personas del
mismo sexo (2010) puede ayudar a comprender las tensiones señaladas.
En 1944, Juan Domingo Perón creó la División de Trabajo y Asistencia de la Mujer, dependiente de la
Dirección General de Trabajo y Acción Social Directa, por entonces dirigida por Lucila de Gregorio Lavié.
Fue la primera dependencia del Estado que asumía como función la protección de los derechos de las
mujeres.
En 1945, a instancias de Perón se creó también la Comisión Pro-Sufragio Femenino.
Final mente, el 9 de septiembre de 1947, con Perón ya en la presidencia, por ley 13.010, las mujeres tuvieron
acceso al tan demorado sufragio.
Habían pasado veintiocho años desde que en 1919 se presentara la primera iniciativa de reforma en el
Congreso.
La extensión del sufragio femenino en esta oportunidad estuvo avalada por cierto consenso internacional, el
derivado de las Actas de Chapultepec (México, 1945).
En los años de 1940, la crisis del liberalismo en el mundo y la articulación de un discurso populista generado
por el binomio Perón-Evita propusieron otros fundamentos ideológicos a la ampliación de los derechos de
ciudadanía: "vigorizar la familia".
Así, en el proceso legislativo y político de la ley se produjo una peronización de la causa de los derechos
políticos femeninos o una "evitización" de la ley, que colocó como sujeto del derecho a la "mujer pueblo").
La reivindicación que Evita hiciera de "la mujer" a comienzos de aquel año 1947 debe entenderse en este
renovado marco de referencias: "Vibré contigo, porque mi lucha es también la lucha del corazón de la mujer
que en los momentos de apremio está junto a su hombre y su hijo, defendiendo lo entrañable".
Sus palabras se inscribían en una nueva concepción del orden, que tenía a la familia como eje. De acuerdo
con las palabras del propio Perón: “Dignificar moral y materialmente a la mujer equivale a vigorizar la
familia. Vigorizar la familia es fortalecer la Nación, puesto que ella es su propia célula. (En Girbal-Blacha,
2007: 245).”
Tanto el fragmento del discurso de Perón como el de Evita ponen de manifiesto la ya señalada función de la
familia como matriz de derechos individuales.
Pero estos fragmentos señalan algo más: la existencia de una moral peronista, que con una ideología
familialista ("dignificar moral y materialmente a la mujer equivale a vigorizar la familia"), enarbolaba a la
mujer como sujeto de derecho no sólo en el plano político sino, como veremos a continuación, también en el
plano civil.
La Constitución de 1949 incluyó una cláusula tan hermética como sorprendente en el ideario de "bienestar"
del populismo argentino: en sintonía con las doctrinas en boga, el nuevo texto constitucional incorporó una
sección sobre los derechos de la familia. Específicamente, consignaba la igualdad jurídica de los cónyuges y
la patria potestad (art. 37). ¿Qué significados y alcances tenía esta igualdad conyugal?
El pasaje del primer gobierno de Perón (1946-1951) al segundo (1951-1955) estuvo cargado de
conflictividad.
En este escenario, entre la sanción de la Carta de 1949 y 1954, se dictó una polémica ley que introdujo el
divorcio vincular.
En 1955, el impulso reformista quedó violentamente clausurado por efecto del golpe de Estado que derrocó
a Perón.
En este cuadro, la proclamación del divorcio vincular (ley 14.394 del 14 de diciembre de 1954), a través de
un artilugio que lo incluyó dentro de una ley más amplia de filiación y minoridad, fue un acontecimiento
efímero.
En franco conflicto con la Iglesia Católica, la ley que sancionó el divorcio vincular indicaba un rotundo
viraje de posiciones del gobierno frente a los principios sostenidos en los inicios del primer período.
Esto se observa en los contenidos diferenciales del Primer Plan Quinquenal (1947-1951), en el cual el
gobierno había establecido como principio la indisolubilidad del matrimonio, la validez del enlace religioso
y la oposición al aborto; y los del Manual Práctico del Segundo Plan Quinquenal (1952-1957), en el que
Perón nada decía a propósito de estos temas (Cosse, 2006).
Nuevamente encontramos en esta reforma dos concepciones morales en tensión.
Encargada de presentar el proyecto en el Congreso, la diputada peronista Delia Parodi insistió sobre su
propia condición de "mujer" para posibilitar con su acción "perfectas fórmulas legales y morales". Según
sostuvo, el divorcio vincular permitiría "legalizar situaciones morales" que hacían "al prestigio de la mujer,
del matrimonio y de la familia" (DSCD, 14 de diciembre de 1954: 2799).
Por su parte, el diputado peronista Ventura González inscribió el problema más marcadamente en el campo
jurídico. Apelando a la "lógica", sostuvo: Desde el punto de vista de los esposos, es evidente que la mera
separación de cuerpos impone a los cónyuges: o el celibato perpetuo o el adulterio [...] si los cónyuges
separados entran en el terreno de las relaciones extramatrimoniales -cosa que normalmente ocurre- ello
afecta la moral, la familia y la sociedad. (DSCD, 14 de diciembre de 1954: 2802)
Con conceptos definitorios de la identidad peronista, ambos representantes proponían el divorcio vincular
como instrumento para la constitución "de una nueva familia", para lo cual apelaban a reinscribir a los
sujetos en la esfera de lo considerado moralmente bueno: el matrimonio.
Como es evidente, desde que la moral peronista admitía la disolubilidad del vínculo matrimonial (aun en
nombre del matrimonio bien avenido y de la familia vigorizada), las marcaba una distancia respecto de la
moral católica (profesada incluso dentro del propio peronismo).
La reforma fue fuertemente resistida (por ajenos y por propios, pues varios peronistas católicos se alejaron
del partido).
En 1956 la ley fue derogada por el gobierno de facto que derrocó a Perón.
Ahora bien, aunque es posible rastrear una posición prodivorcista en las filas peronistas, lo cierto es que en
el orden moral, familiar y social resultante de las reformas llevadas a cabo por el peronismo persistieron los
cánones de la doble moral sexual.
Adriana Valobra (2009) sostiene que "al al referirse a los varones ciudadanos, Perón lograba refundir lo
político y lo social al identificar sujetos de ciudadanía y trabajadores; la problemática referencia a las
trabajadoras y su papel como madres no le permitió [a Perón] ahondar en el vínculo con la ciudadanía
[política femenina]".
Del mismo modo puede decirse que la heterogénea composición ideológica y política del peronismo fue un
freno para las posiciones individuales dentro del partido-movimiento más audaces respecto del divorcio
(como la de Parodi, por ejemplo).
Esta heterogeneidad dio lugar a posiciones tensionadas que quedan de manifiesto cuando se observa que la
legislación no fue específica sobre disolución del vínculo matrimonial sino que fue inserta en una ley más
amplia sobre bien de familia, filiación y minoridad (sólo el art. 31 de la ley 14.394 refería al divorcio), y
solamente válida para quienes ya contaran con una sentencia firme de separación de cuerpos (según
establecía el mismo art. 31).
Más importante aún, no modificó las causales de divorcio incluidas en la Ley de Matrimonio Civil de 1888
(enumeradas en el art. 67).
Así, el adulterio fue una causal recurrente en los procesos iniciados por varones pues, como se ha dicho,
para apelar a ese argumento las mujeres debían comprobar amancebamiento del marido (Giordano y
Valobra, 2013).
Las mujeres fueron consideradas individuos con capacidad jurídica plena, a partir de 1968.
En ese año hubo una reforma del Código Civil, por cierto, bastante amplia (cerca de doscientos artículos)
(decreto-ley 17.711 del 23 de abril de 1968).
Dicha reforma estipuló la mayoría de edad a los veintiún años, la emancipación por habilitación de edad y la
ampliación de la capacidad del menor que trabaja. En este mismo orden de cosas, modificó el artículo 55: se
derogó la incapacidad relativa de la mujer casada con lo cual se le otorgó capacidad plena-; así como la
necesaria representación legal de la mujer casada establecida en el artículo 57.
También legisló sobre el régimen de administración separada de los bienes.
Cada cónyuge adquiría así plena facultad para administrar y disponer de sus bienes propios y de los
gananciales adquiridos (con algunas limitaciones específicas).
Asimismo, instituyó la separación de cuerpos por presentación conjunta.
Pero por decisiva influencia de la Iglesia Católica, se estipuló que esta forma de divorcio, a la que luego se
conoció como fórmula de "mutuo consentimiento", no autorizaba la celebración de un nuevo casamiento.
Como en 1954, la reforma de 1968 tampoco modificó las causales de la separación de cuerpos reguladas en
la Ley de Matrimonio de 1888, por lo cual el nuevo instrumento quedaba otra vez supeditado a viejas
normativas.
La reforma del Código fue obra de un selecto equipo de tecnócratas convocados ad hoc por un gobierno
militar.
En efecto, en junio de 1966, el golpe de Estado conducido por el general Juan Carlos Onganía había dado
inicio a una dictadura autoproclamada "revolución argentina".
Fue un factor fundamental de su carácter "revolucionario" la expresa y efectiva voluntad de modernización
estructural del Estado y la sociedad en un sentido profundamente represivo, antiliberal y anticomunista. En
el marco de los cambios promovidos por el gobierno, varios códigos fueron revisados.
En cuanto a la reforma del Código Civil, las recomendaciones de la comisión creada ad hoc fueron
entregadas al ministro de Justicia, Conrado Etchebarne, y al ministro del Interior, Guillermo Borda (en
verdad, ideólogo y promotor de la reforma), y aprobadas casi sin modificaciones.
Los ministros elevaron el proyecto al presidente de facto y éste firmó el decreto inmediatamente. Así, la
reforma de 1968 fue resultado de un acto de un poder autocrático, de carácter administrativo y pragmático,
sin lugar para consensos y disensos, verdadera expresión del carácter de modernización conservadora que
revistió el onganiato (Giordano, 2012).
De la sanción de la capacidad civil plena no debe seguirse que se estableciera un régimen de igualdad entre
los sexos. La ley 17.711 no derogó la facultad exclusiva del marido para fijar el domicilio conyugal. Y como
se ha visto antes, tampoco legisló sobre divorcio absoluto. En 1969, además, por ley 18.248, se dispuso que
las mujeres casadas quedaran obligadas a usar el apellido del marido.
Esto último, sumado a otros decretos impulsados por el mismo ministro Borda, da cuenta del carácter
fuertemente autoritario y conservador de la modernización en curso. En efecto, además de ser un
renombrado jurista civilista, Borda fue un nacionalista católico ideólogo de dos instrumentos cruciales de la
dictadura de Onganía: el decreto-ley 17.401, del 29 de agosto de 1967, que creó el "delito de comunismo" y
el decreto-ley 18.019, del 24 de diciembre de 1968, que reafirmó la censura, mediante el cual se prohibían
las películas de cine que mostraban "escenas lascivas" o que repugnaban "a la moral y las buenas
costumbres" (art. 2°).
Con estas dos herramientas se intentó poner freno a la "decadencia" que traía consigo la modernización
cultural, los nuevos hábitos de consumo y el cuestionamiento juvenil a la tradicional moral sexual.
Entre julio y noviembre de 1966, el gobierno auspició una campaña de "moralidad" para hacer frente a lo
que evaluaba como una descomposición de los hábitos más ponderados por la Nación católica.
En ella tuvo un rol protagónico, y hasta caricaturesco, el comisario Luis Margaride, a cargo de la Sección de
Moralidad.
Organizaciones con sede en la Argentina como la Organización Americana de Salvaguarda Moral
(OASMO) se sumaron a la "cruzada" (Felitti, 2000; Manzano, 2007).
En marzo de 1969 (apenas dos meses antes del estallido social conocido como Cordobazo), el gobierno de
Onganía insistía con su diagnóstico de crisis moral y solicitó al ministro Borda que convocara a los
directores de las revistas de información general de mayor circulación en Buenos Aires para llamarles la
atención sobre la acechante corrupción.
Onganía consideraba los medios de comunicación como una de las principales fuentes de relajación de las
costumbres (Bartolucci, 2006).
No obstante el encono, y hasta obsesión, de los agentes del gobierno respecto de las nuevas modas, hay que
señalar que la denominada revolución sexual no había significado rupturas profundas con el pasado.
Seguía vigente una doble moral según la cual se "valorizaba la virginidad de las jóvenes solteras", al tiempo
que se encumbraba "la experimentación sexual de los varones".
No solamente la dictadura desalentaba cualquier tipo de activismo cercano a las ideas de liberación, sino que
la moderación de las transformaciones en curso entrañaba un débil cuestionamiento a la ideología de la
domesticidad y el familiarismo.
Así, la reforma que estableció la capacidad plena de las mujeres se realizó sin que ninguna mujer participara
activamente del proceso y dejando intactas las fórmulas de dominación masculina dentro del matrimonio.
Al respecto, no es un dato menor el ya mencionado limitado impacto que tuvo la ley de sufragio sobre las
capacidades políticas de las mujeres.
Así, en los dos períodos constitucionales previos al golpe de 1966, fueron muy pocas las mujeres que
accedieron a bancas en la Cámara de Diputados y nulas las bancas femeninas en el Senado.
Proscripto el peronismo (1952-1972), durante los períodos constitucionales 1958-1961 y 1963-1966 hubo
dos diputadas en 1962, una en 1963 y cuatro en 1965.
Durante ese lapso, no hubo prácticamente ninguna voz en el Congreso que se levantara por la causa de los
derechos civiles de las mujeres.
08/10/2021 FERIADO
11/10/2021 FERIADO
Clase 15/10/2021
INTRODUCCION
Leemos en los diarios, por ejemplo, el caso de un chico que, estando solo en su casa, se quemó con la
hornalla o con la estufa.
En primer lugar, se puede decir que ese chico sufrió un déficit de cuidado.
Algún adulto no estuvo protegiéndolo de forma suficiente. Pero, ¿quién es ese adulto y por qué no lo
protegió suficientemente? ¿Por qué ese déficit? ¿Por qué el niño estaba solo en la casa?
Normativamente se espera que sean las mujeres, y en especial las madres, quienes se ocupen del cuidado
cotidiano de niños, niñas, personas mayores, enfermos/as, etc.
Es así como de inmediato, y casi sin lugar a dudas, surge y circula la idea de que la culpa la tiene la madre
que lo dejó solo.
¿Por qué la mamá lo dejó solo?
Lo más probable es que estuviera trabajando. Y que si se trata de una familia en situación de pobreza, no
tuviera acceso a servicios como jardines maternales o de infantes, ni guarderías para el cuidado por fuera de
las redes familiares.
Probablemente también la mujer desconozca incluso la existencia de la Ley Nacional de Educación que,
desde el año 2006, indica que todos los niños/as tienen derecho a la educación desde los 45 días.
En los casos en los que las mujeres conocen y valoran los jardines de infantes como “el mejor lugar para
cuidar a los chicos” mientras ellas trabajan, como en algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires, la magra
disponibilidad de estos y otros servicios de cuidado, sus barreras y sus costos –en particular en el sector
privado– repercuten en una capacidad altamente desigual para recurrir a alguien fuera del círculo familiar
para el cuidado infantil.
Conseguir una vacante en una institución estatal para un hijo o hija de edad temprana suele requerir largos
y a veces infructuosos intentos por parte de las mujeres de los sectores medios y populares.
En cambio, si la mujer fuera de otra clase social y dispusiera de un mayor nivel económico, seguramente
habría una empleada doméstica o un jardín privado al cual el niño de nuestro ejemplo podría haber acudido
y ser cuidado.
Las tareas cotidianas del cuidado se llevan a cabo en el ámbito doméstico, y durante mucho tiempo han
permanecido invisibles y no reconocidas públicamente –consideradas como parte “natural” de la
condición femenina, como parte “natural” de la división del trabajo por género–.
Dentro del hogar, son las mujeres adultas jóvenes quienes tienen la responsabilidad central y quienes
dedican más tiempo a las tareas involucradas.
Se trata de cuidar a los bebés, niños y niñas, a los/as viejos/as y enfermos/as, a los hombres adultos, a
ellas mismas.
El trabajo doméstico de cuidado no figura en las cuentas nacionales.
Si se lo tomara –señala un informe de pobreza de UNRISD fechado en 2010– representaría entre el 10
y el 39 por ciento del Producto Bruto Interno, según el país.
El aumento en la participación laboral de las mujeres no produce automáticamente una redistribución
del trabajo de cuidado, que implicaría una disminución de la desigualdad de género. Antes bien,
produce una sobrecarga de trabajo cotidiano de las mujeres que deben combinar el trabajo remunerado
con el trabajo doméstico de cuidado sin remuneración.
También lleva a una mayor desigualdad entre mujeres –entre las que pueden comprar servicios de
cuidado mercantilizados (servicio doméstico, pago de cuidados en instituciones para niños/as o
ancianos/as) y las que no tienen recursos para hacerlo.
La pobreza de ingresos resulta entonces en pobreza de tiempo, combinando y magnificando sus
efectos.
El déficit de cuidado –ligado a la creciente participación económica de las mujeres, a la creciente educación
de las niñas (que eran parte de la población cuidadora) y al proceso de envejecimiento de la población– fue
detectado primero en los países centrales.
Frente a esto, surgió y se desarrolló un sector mercantil de servicios de cuidado basado en la fuerza de
trabajo barata ofrecida por mujeres (a menudo migrantes indocumentadas), tanto en hogares como en
instituciones.
En la medida en que las mujeres migran de regiones más pobres del mundo a las regiones más ricas, el
déficit de cuidado viaja alrededor del globo, desde los países ricos hacia los países más pobres.
El resultado teórico y empírico de la combinación de cuida dos domésticos y mercantiles es, sin ninguna
duda, un aumento en las desigualdades sociales y una creciente polarización entre regiones del mundo, entre
estratos de ingresos, entre hombres y mujeres, y entre las mujeres mismas.
Entonces, la pregunta central es: ¿cuál es la responsabilidad social del cuidado? En concreto, ¿qué políticas
públicas de cuidado existen? ¿Cuáles permitirían construir mayores niveles de igualdad social y de género?
¿Cuáles atenderían de forma
integral los derechos de ciudadanía social?
En el caso argentino, la evidencia indica que en la segunda década del siglo XXI no toda la población accede
a servicios y beneficios de igual calidad, ni cuenta con los mismos derechos en lo que hace al cuidado en el
ámbito público, y así lo atestiguan las mujeres contemporáneas.
Las lógicas del cuidado no son monolíticas, sino que denotan una importante segmentación, que expresan
diversas formas de organización del cuidado en distintos tipos de familias.
Las diferencias de clase, pero también de posición de las mujeres en el hogar (por ejemplo, si son o no
jefas de hogar), de oportunidades en el mercado de trabajo e incluso de ubicación territorial, delinean
perfiles diferenciales en los modos de proveer u organizar los cuidados familiares.
Al mismo tiempo, el déficit de la oferta de servicios de cuidado determina, en términos simbólicos, la
construcción de imágenes y representaciones sociales fragmentadas acerca de los derechos que unos/as y
otros/as tienen respecto del cuidado.
En este sentido, las mujeres contemporáneas se encuentran lejos de percibirse como sujetos de derechos
en este tema. Entre los sectores más pobres, las mujeres viven el cuidado como una responsabilidad
femenina y con el apoyo de redes de mujeres de la familia, sin imaginar que podrían recurrir al Estado,
demandando derechos propios y de sus hijos/as, por ejemplo, para ingresar a un jardín maternal gratuito.
Quienes reconocen al Estado como interlocutor, lo hacen apelando a lo que consideran que pueden
obtener del Estado a partir de su situación particular (como acceder a una vacante por el hecho de ser
madre soltera, mujer pobre, o víctima de violencia).
A partir de esta visión, perciben su ubicación en las áreas específicas (salud, educación, ayuda social) en
las que actúan. Esa percepción se ubica (y adapta) en el contexto de una oferta de servicios públicos que
es fragmentada en su diseño y limitada en su cobertura.
La insuficiencia de la oferta de servicios públicos y gratuitos se asocia, entonces, a una imagen que
implica que desfamiliarizar el cuidado supone en buena medida mercantilizarlo, o bien estar dispuesta a
examinar qué “ventaja” comparativa se le puede sacar a la situación personal para gozar de estos
servicios.
La idea de derechos vinculados al cuidado y de igualdad de acceso está ausente.
Estamos ahora en medio de un cambio fundamental de la conceptualización y de las formas en que se debe
proveer cuidado. Hay un creciente reconocimiento del cuidado como eje central del bienestar, que como
ya se dijo implica considerarlo como un bien público y como parte de la responsabilidad social colectiva.
Esto constituye un verdadero cambio paradigmático. Si no puede haber bienestar sin cuidado, y si las
políticas de bienestar son centrales para la población mundial, no se puede seguir tomando como
“natural” o dar por supuesto el cuidado. Por el contrario, tiene que convertirse en el núcleo básico de las
discusiones sobre políticas públicas.
En los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando la ola feminista actual era incipiente, uno de los desafíos
conceptuales fue “hacer visible el invisible” trabajo doméstico no pago de las mujeres.
Cuarenta o cincuenta años después, se puede elaborar mucho más sobre las implicancias de ese temprano
llamado a la reflexión y a la acción. Sin embargo, hay todavía muchos puntos ciegos en el plano de las
políticas públicas en todo el mundo. Todavía hay un enorme déficit de reconocimiento de la centralidad del
tema del cuidado para el bienestar.
En suma, tomar al cuidado como foco para encarar y superar la pobreza y las desigualdades implica tomar
muy en serio varios puntos:
Reconocer que el cuidado es central para pensar el bienestar, con la meta de ofrecer cuidado universal
a todos quienes lo requieren.
Una urgencia de respetar los derechos y necesidades de quienes dan y quienes reciben o necesitan
cuidado.
Pensar en políticas que se combinen y complementen: infraestructura y servicios sociales básicos,
ingresos previsibles y confiables, servicios y programas de cuidado social, respeto por los derechos
de quienes cuidan.
Un debate público abierto y un compromiso de recolección regular de indicadores que permitan monitorear
el impacto de políticas y medir las desigualdades en la distribución de las cargas y en las formas efectivas de
provisión de cuidado.
Una agenda de investigación renovada que introduzca dos cuestiones básicas: por un lado, la relación entre
las transformaciones actuales en los patrones de formación de familias y de hogares y las lógicas de cuidar
y ser cuidado.
Actividad
En grupos conformados al azar, leer el texto que se presenta en el campus virtual y debatir:
¿quién define qué es un buen cuidado? ¿cuál es el papel de percepciones y sentimientos de cuidadoras y
cuidadores? ¿Cómo compatibilizar las contradicciones y tensiones entre valores y normas de distintos
actores? ¿Acaso se pueden establecer normas que regulen los sentimientos de quienes realizan las tareas de
cuidar a otros?
En términos de políticas públicas: ¿cuál es el rol del Estado?
Las políticas sociales actúan en forma simultánea en la provisión y regulación de las actividades y
responsabilidades del cuidado asignadas a distintas instituciones y sujetos.
Por eso mismo, tienen la capacidad de transformar situaciones de desigualdad, pero también de perpetuarlas
o agudizarlas.
¿Qué se requiere para que el Estado intervenga activamente en esa transformación?