El escenario ominoso al que fue sometido y culpado Alfonso, que lo trasladó de un
día a otro a un infierno en el que, como si de un sueño se trataré la lógica y el sentido común estaban lejos de prepararlo para lo que se aproximaba. La noche del 29 de mayo de 1992, en el medio de la noche a Alfonso lo despertaron los gritos de su hermana, en el clímax de la confusión, dos sujetos lo sustrajeron de su domicilio y lo llevaron lejos, en la cajuela de unos de los coches de su familia, hasta dejarlo en un costado de la carretera, al buscar auxilio con la policía auxiliar de caminos quienes los acompañan al auto donde fué abandonado y se le cuestiona sobre un guante latex y un cuchillo. Después de eso lo llevan de regreso -en el auto particular de uno de los agentes- a su casa, donde nota presencia de ambulancias y patrullas. Es en ese momento cuando recibe la noticia, su hermana y cuñado fueron asesinados y él, es el principal sospechoso. Ya en calidad de detenido es llevado al sótano de la entonces delegación Benito Juárez, donde es torturado para coaccionar su confesión, y además obligarlo en la reconstrucción de hechos, todo sin defensa jurídica.
Como juristas, sabemos que, en cualquiera de los hechos narrados en párrafos
anteriores, se dejó de vigilar el debido proceso, derecho de todas y todos. En este caso y para efecto de este analisis nos ocupa la tortura de la que fue victima el protagonista. Cuando estuvo en custodia de la policía judicial, sin gozar de una asesoría jurídica adecuada (su defensor era técnico en computación) fue sometido a una serie de tratos degradantes y crueles, para de esta manera “obligarlo” a confesar. Obviamente fruto de esto Alfonso se inculpó para detener los abusos. Como único medio de prueba, se contaba una confesión, la cual fue suficiente para llevarlo a la prisión con una sentencia de 50 años. Dicha sentencia fue apelada en todas las instancias, hasta que llegó a oídos de la Corte InterAmericana, quien en su fallo encontró que solo existía la confesión como medio de convicción y que tratándose de una confesión sacada a la fuerza, no tenía valor probatorio, por lo tanto el encarcelamiento de Alfonso era injustificado, por lo que se le pedía la estado mexicano la liberación inmediata del detenido. Como se ha visto en otras ocasiones el estado mexicano tiene poca o nula voluntad de reconocer sus fallas hizo caso omiso de las recomendaciones. Pese a la publicidad mundial del caso, el estado continuó en su postura y no se le dió la importancia debida, las cosas no cambiaron para Alfonso, los años pasaban y no se le dió la justicia merecida. Para el cierre del documental Alfonso seguía encarcelado, esperando una apelación en la Suprema Corte de Justicia de la Nación como último recurso para recuperar su libertad. En mi opinión, lamentablemente el documental no habla de algo ajeno a los mexicanos, que la tortura es un mal que nos amenaza a todos, porque, como mexicanos sabemos que puede ser solo cuestión de tiempo o lugar -mas que de acción- para ser víctimas de ella, que el miedo de su sombra nos aqueja a todos, que nos hace preguntarnos, ¿cuándo seré yo o alguno de mis cercanos? Como ser humano mas que como jurista, creo firmemente que cualquier acto que vicie la voluntad humana es deplorable, que lo mas sagrado es nuestra capacidad de elegir, y que la tortura es sin duda un atentado, no solo a la integridad física y emocional, sino tambien a nuestra libertad, como sociedad y como individuos, por lo que debemos visualizar este tema, dejar de considerarlo los trapos sucios y denunciarlos , para exigir una justicia como lo dicen los ideales de nuestra constitución. Como final Alfonso Martín del Campo fue excarcelado en marzo de 2015.
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