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Finalidad de la demanda

El fin de esta demanda es que el acreedor cobre su crédito frente a su deudor. Se trata de una
acción en justicia que procede cuando dicho acreedor no cuenta con un título ejecutorio, pues
si el crédito está avalado en un documento que cuenta con ejecutoriedad, es obvio que el
acreedor debería proceder a ejecutar mediante las vías de ejecución correspondientes, si es
que su deudor no cumple de manera voluntaria.
Con la demanda en cobro de dinero, justamente se persigue obtener un título ejecutorio, que
es la sentencia que resuelva el caso. Si ya el acreedor tiene un título con ejecutoriedad y, no
obstante, demanda el cobro, pudiera producirse una duplicidad peligrosa de títulos
ejecutorios. Por ejemplo, la situación en que un acreedor con un pagaré notarial demande el
cobro de dinero: la sentencia que se rinda será un título, pero el pagaré notarial no perderá su
ejecutoriedad; por tanto, se pudiera intentar ejecutar el crédito dos veces valiéndose, por un
lado,    de la sentencia del cobro y, por otra parte, del pagaré notarial.
Debe tenerse en cuenta que, por principio general de nuestro derecho procesal [1], los actos
auténticos que contienen obligaciones de pago [2] constituyen verdaderos títulos ejecutorios y,
por ende, no es necesario demandar el cobro cuando se cuenta con ellos: por ser un título
ejecutorio, se puede proceder a embargar ejecutivamente en base a dicho contrato.
La solución procesal que más comúnmente hemos advertido que aplican los tribunales a casos
como los estudiados, en que se demanda en cobro no obstante contar con un título
ejecutorio,  es la inadmisibilidad por falta de objeto: si el crédito ya está reconocido
jurídicamente, no tiene nada que juzgar el tribunal apoderado de un cobro de dinero en este
contexto.
Sin embargo, también se registran precedentes ante los tribunales de primera instancia, que
van en el sentido de solucionar la situación planteada mediante un rechazamiento al fondo de
la demanda, a saber: “Que en otro orden de ideas, en relación a la demanda en cobro de
dinero, partiendo de que la nulidad del pagaré notarial y del acto de cesión de crédito no ha
prosperado, tales instrumentos mantienen sus efectos. Por consiguiente, tratándose el pagaré
notarial de un verdadero título ejecutorio, por mandato expreso del artículo 545 del Código de
Procedimiento Civil, y habiendo sido válidamente cedido dicho crédito exigible al hoy
demandante en cobro, es obvio que la presente demanda en cobro carece de méritos; y es que
conforme a las reglas procesales vigentes, ha lugar a la demanda en cobro de dinero cuando
no existe un título ejecutorio; justamente ha de acudirse al tribunal para obtener una
sentencia reconociendo el crédito, para consecuentemente ejecutar valiéndose de dicha
sentencia como título, una vez sea firme. Así,  en caso de existir un título ejecutorio y, no
obstante, se proceda a demandar el cobro, se corre el riesgo de producir una duplicidad de
títulos, dando pie a que eventualmente, de manera aviesa, se pretenda ejecutar dos veces el
mismo crédito: por un lado, con el título ejecutorio primitivo y, por otra parte, con la sentencia
dictada como consecuencia de la demanda en cobro”[3].
Particularmente, consideramos que –en estricto orden procesal-   el remedio jurídico de
rechazamiento al fondo es más correcto; y es que los fines de inadmisión constituyen
presupuestos procesales que afectan el derecho de acción. En este caso el acreedor tiene el
poder jurídico para acudir a la justicia, a fin de reclamar el pago de su acreencia, sólo que en el
contexto estudiado, en que ya dicho acreedor cuenta con una título ejecutorio al momento de
la demanda, su pretensión carece de méritos por todo lo antes expuesto; es decir, para
determinar que no procede la demanda, el tribunal debe escrutar la prueba y precisar que el
documento que sirve de base al crédito cuenta con ejecutoriedad, lo cual es una labor propia
del fondo.
En definitiva, sea una inadmisibilidad por falta de objeto, sea un rechazamiento al fondo, lo
cierto es que la demanda no prospera ante los tribunales de la República cuando se intenta en
base a un título ejecutorio.
Condiciones que debe acreditar el demandante para que proceda la demanda en cobro de
dinero
El demandante en cobro, para tener éxito en su acción en justicia debe acreditar las siguientes
condiciones:
1.- La existencia de un crédito: Si no se acredita el crédito, jurídicamente no habría nada que
cobrar; y si no hay nada que cobrar, es obvio que una demanda en cobro de dinero carecería
de méritos y, por vía de consecuencia, su rechazo se impondría.
La manera de probar en justicia el crédito es, por norma general, mediante la aportación del
documento constitutivo de la obligación de pago: una factura, un pagaré simple, un contrato
bajo firma privada con una obligación de pago incursa, etc.  El pago constituye un acto jurídico,
en tanto que la obligación de pagar emana directamente de la voluntad de las partes; con lo
cual, la manera de probarse el crédito, en principio, ha de ser mediante prueba escrita[4].
En aquellos casos en que se alegue que subyacen en el caso concreto situaciones de hecho que
revelan la existencia del crédito, debe el demandante ejercer una actividad probatoria eficaz, a
fines de persuadir al juez que presida el caso, en el sentido de que sólo mediante el
conocimiento de medidas de instrucción, como comparecencia de partes, de informativos
testimoniales, etc. Sería posible forjar su convicción sobre la casuística sometida a su
escrutinio. Si no insiste sostenidamente en la existencia de una situación de hecho, es muy
probable que el Tribunal rechace la solicitud de medidas de instrucción, por tratarse el cobro,
tal cual se ha sostenido, de un verdadero acto jurídico y, como tal, debe acreditarse por
escrito.
Una casuística en que las medidas de instrucción pudieran servir para establecer el crédito, es
aquella en que –por ejemplo- conste por escrito un contrato de corretaje, con las obligaciones
asumidas por cada parte; sin embargo, existan testigos que presenciaron el momento en que
las propias partes, además de lo suscrito por escrito, consensuaron  de forma verbal un
porcentaje por concepto de comisión a favor del demandante: cómo saber si realmente esas
comisiones fueron acordadas verbalmente y, por, tanto, es ley entre partes? No hay dudas de
que dicha situación fáctica debe poder probarse por cualquier medio.
2.- Que el crédito previamente probado reúna las condiciones de certeza, liquidez y
exigibilidad
La certeza, la liquidez y la exigibilidad deben concurrir todas en el crédito para que proceda la
demanda en cobro. Si falta alguna de estas condiciones, a lo sumo pudieran gestionarse
medidas conservatorias, pero nunca un cobro, decidido definitivamente[5]. 
A continuación, vamos a estudiar cada una de las mencionadas condiciones del crédito.
La certeza: Groso modo, esta condición se refiere a que el documento contentivo del crédito
no haya sido impugnado legalmente. Por ejemplo, si la base del crédito es un pagaré, y éste ha
sido objeto de una demanda en nulidad lanzada por el deudor a quien se le pretende oponer,
es obvio que la certeza del crédito a la luz de estas circunstancias, no se caracteriza.
Liquidez: Se dice que el crédito es líquido cuando es posible establecer su importe preciso; es
decir, el documento que contenga el crédito debe  indicar a cuánto precisamente asciende la
acreencia. Verbigracia: es líquido el crédito contenido en una factura, puesto que en ésta se
indica exactamente cuánto es el monto de la transacción. Sin embargo, no es líquido –por
ejemplo- el crédito basado en las costas y honorarios de un abogado que no han sido aún
liquidadas por un tribunal: hasta que no se produzca un auto dictado en virtud de la Ley No.
302, no se configura la liquidez en ese crédito.
Exigibilidad: Implica que no existe ninguna modalidad, término o condición, que impida el
reclamo del crédito. En efecto, si se ha acordado un término –por ejemplo- no podrá el
acreedor demandar el cobro antes de que venza el lapso estipulado como término, a menos
que expresamente el beneficiario de dicho término renuncie a él.
3.- Que el deudor haya sido constituido en mora para efectuar el pago
El principio general es que hasta tanto el acreedor no constituye en mora a su deudor, la
obligación de pago no es jurídicamente exigible. Y la ley consagra varias modalidades para
llevar a cabo regularmente esta constitución[6]: sea mediante un acto de alguacil requiriendo
el pago, que es la modalidad por excelencia; sea mediante el mismo documento constitutivo de
la obligación de pago.
Lo recomendable es que el abogado que redacte el documento base del crédito, prevea que el
solo cumplimiento del término constituye en mora, a fines de evitar el riesgo de, ante una
eventual incumplimiento del deudor, sea lanzada la consecuente demanda en cobro de dinero
ante un tribunal que no acoja la misma si no media documento alguno que dé cuenta de la
correspondiente constitución en mora.  
El término siempre se reputa a favor del deudor
Por norma general, el término se reputa a favor del deudor. Cuando vaya a acordarse a favor
del acreedor, debe hacerse de manera expresa en la convención[7]; por tanto, si el documento
que contiene la obligación de pago no precisa un término, ha de interpretarse que el deudor
ha renunciado a él.  Y por vía de consecuencia, el acreedor podría requerir el pago en cualquier
momento, previa constitución en mora. Esto quiere decir que para evitar que el crédito sea
cobrado antes de que el deudor esté en condiciones de pagar, éste debe convenir un término
que le beneficie.
Por ejemplo, si el crédito está contenido en un pagaré notarial[8]que no establece ningún
término, el deudor debe estar consciente de que esa imprevisión le perjudicará, puestoque –
conforme a lo que se ha establecido precedentemente- el acreedor podrá constituirle en mora
para que pague en cualquier momento a partir de suscribirse el pagaré.
Concentración del emplazamiento y de la constitución en mora en una misma diligencia
procesal
En acopio del principio de concentración del proceso civil[9], en la práctica muchos abogados
optan por realizar mediante un mismo acto de alguacil la constitución en mora, para dentro de
un día franco, y el emplazamiento, dentro de la octava franca de ley, para constituir abogado,
a fines de comparecer en el proceso de fondo.
De lo que se trata es de indicar al deudor, en el mismo acto, que debe pagar la deuda en un
plazo de un día franco, y que si no lo hace, deberá constituir abogado para conocer la
demanda, para lo cual tiene en adición un plazo de ocho días francos. En total, el acreedor
debe esperar, al menos, trece días antes de perseguir audiencia para conocer de la demanda
en cobro de dinero: 8+2=10 (octava franca); 1+2=3 (un día franco). 10+3=13 días[10].
Con este proceder, el acreedor logra ahorrar tiempo y costos procesales.
El emplazamiento vale como constitución en mora
Existe una postura, oriunda del país de origen de nuestra legislación civil, y aplicada ya por
muchos tribunales de nuestro país, que enarbola la idea de que el emplazamiento debe
tenerse procesalmente como una verdadera constitución en mora; por tanto, no sería
obstáculo para la procedencia de la demanda en cobro de dinero, el hecho de que –en adición
al acto de emplazamiento- no conste otro acto de intimación de pago.
Monto atributivo: tribunal que deberá conocer la demanda en cobro de dinero, atendiendo
al importe del crédito
El monto del crédito define cuál tribunal debe conocer de la demanda en cobro de dinero. Es
de cardinal importancia que el acreedor tome en cuenta esta situación previa al fondo, puesto
que se trata de una competencia de atribución, que es de orden público y-por tanto- pudiera
ser suplida de oficio por el tribunal, sin que ninguna parte lo peticione[11].
Valoración del litigio con fines competenciales
En su momento fue controvertida la cuestión de determinar qué debía ser considerado al
momento de valorar el importe del crédito reclamado, a fines de precisar cuál es el tribunal
llamado a conocer sobre la demanda en cobro: si lo determinante era sólo lo principal, o si
también a estos fines debería tomarse en consideración    lo accesorio al capital principal.
En un primer sistema, se sostenía que por aplicación de la máxima que reza: “lo accesorio
sigue a lo principal”, lo único relevante para los fines competenciales que nos ocupa, era el
monto principal; ya todo lo accesorio, como los intereses, deben ser conocido,
independientemente de su cuantía, por el mismo tribunal apoderado del crédito principal. Así,
en el caso de que –por ejemplo- la competencia de atribución sea de RD$20,000, y la demanda
es por RD$18,000 en principal y RD$8,000 de intereses, según esta postura,
independientemente de que sumado lo principal con lo accesorio totalice más del mencionado
monto atributivo de RD$20,000, la competencia se debe mantener.
Por otro lado, en un segundo sistema, se interpretaba que para los fines de competencia
objeto de estudio, debía tomarse en cuanta tanto lo principal como lo accesorio, todo junto,
hasta el momento de la interposición de la demanda. Así, en el ejemplo anterior, dado que
RD$18,000 más RD$8,000 totaliza RD$26,000, que es más que el monto atributivo de
RD$20,000, el juzgado de paz deviene en incompetente para conocer de la demanda.
Hoy día, la segunda posición, que considera tanto lo principal como lo accesorio, es la que ha
ganado mayor terreno ante los tribunales de la República; y es ese criterio el que justamente
se corresponde con la tendencia de nuestro derecho, ya que en la legislación de origen y en las
reformas sugeridas en materia procesal civil, se considera tanto lo principal como lo accesorio
para definir la competencia del tribunal[12].
Sistema de valoración probatoria
Por ser el cobro un acto jurídico[13], ya que dicha acción nace a causa de una obligación
derivada de la voluntad de las partes, el sistema de valoración probatoria que aplica es el de la
prueba tasada o axiología legal, conforme al cual la prueba por escrito prevalece [14]; por
tanto, lo propio es aportar la prueba escrita constitutiva de la obligación de pago al momento
de reclamar el cobro de alguna acreencia ante los tribunales [15].
En caso de que, excepcionalmente, el crédito a cobrar no conste por escrito, el demandante
debe ocuparse de persuadir eficazmente el tribunal, en el sentido de que la acreencia
reclamada  nació a causa de una convención verbal, por ejemplo. Tal sería el caso en que
conste por escrito en un contrato el acuerdo de las partes en un sentido determinado, pero no
figuran  unas comisiones a favor del demandante. A esos efectos, habría que ofrecer la
comparecencia de testigos que hayan presenciado el acuerdo de tales comisiones, etc.
Si el acreedor demandante no se emplea para convencer de que es necesario agotar ciertas
medidas para llegar a la verdad en cuanto a su derecho de crédito, es muy probable que la
solicitud de medidas sea rechazada, puesto que –como se ha dicho- el principio general es que
el crédito se pruebe por escrito.
Las fotocopias y las demandas en cobro de dinero
Sobre las fotocopias, en materia civil y comercial, ha sido juzgado lo siguiente: “ Las fotocopias
por sí solas no constituyen una prueba idónea, pero su presentación no impide que los jueces
del fondo aprecien su contenido, al unir dicho examen a otros elementos de juicio presentes
en el caso sometido a su escrutinio, deduciendo las consecuencias pertinentes”[16].
El precepto jurisprudencial esbozado ut supra, como es lógico, aplica también en materia de
cobro de dinero; por tanto, la parte que no desee –por la razón que fuere- dejar los originales
de los documentos que prueben el crédito, debe procurar que, al menos, el secretario
consigne en el inventario de piezas una anotación de “visto original”, a fines de evitar que la
demanda sea rechazada por insuficiencia de pruebas[17].
Evidentemente, si el proceso ha sido conocido en presencia de ambas partes, de manera
contradictoria, y nadie contradice las fotocopias, el tribunal –conforme a criterio
jurisprudencial que compartimos- debe acreditar como válidos tales documentos.
Documentos que usualmente son aportados para probar el crédito
En principio, todo documento manuscrito o digitado, en soporte de papel o digital, sirve para
probar el crédito del acreedor frente a su deudor. Lo determinante para estos fines es que la
pieza de que se trate contenga algún indicador que vincule al deudor que se le pretende
oponer la pieza; y la fórmula por excelencia para cubrir esta condición es la firma de dicho
deudor: la firma da cuenta de que el deudor ha dado su consentimiento de endeudarse.
Estará a cargo del deudor poner en evidencia que la firma presentada no es la suya, mediante
el incidente correspondiente de verificación de escritura o el mecanismo que fuere de lugar.
Pero si es en defecto que se conoce la demanda en cobro, y el Tribunal constata que la parte
demandada ha sido debidamente instanciada, la firma del deudor plasmada en el documento
que sirva de base al crédito se tendrá como válida, estableciéndose así la obligación de pago
reclamada.
Entre los documentos más comúnmente aportados para avalar la demanda de cobro de dinero
figuran las facturas, contratos con obligación de pago incursa, cheques y pagaré simple. Si
dudas, estas son las piezas que más suelen servir de base a este tipo de demandas.
Cobro basado en facturas
En virtud del principio que reza: “nadie puede fabricarse su propia prueba”, se requiere que las
facturas estén debidamente aceptadas por las personas a quienes se les vayan a oponer.
Admitir lo contrario daría pie a la posibilidad de que alguien aviesamente expida de su cuenta
una factura por el monto que le parezca y pretenda luego oponerla en justicia a una entidad
con solvencia reconocida: si no hay constancia de aceptación –como se ha dicho- por sí no sirve
la factura para justificar el crédito.
En efecto, el artículo 109 del Código de Comercio[18] requiere la aceptación en las facturas
para poder ser oponibles a una persona determinada.
Cobro basado en un cheque
Con ocasión del cobro de un cheque, en ejercicio de la acción cambiaria y bajo la fórmula de
una demanda en cobro de dinero, la jurisprudencia ha interpretado lo
siguiente:“Considerando, que a los términos de la parte final del artículo 52 (de la Ley de
Cheques), pasado el plazo especial de 6 meses para la prescripción de las acciones establecidas
en su primer párrafo, el tenedor no pagado, puede dentro de los plazos correspondientes
intentar otras acciones contra el librador, sujetas para su éxito a que pruebe contra el
demandado, la existencia de un enriquecimiento injusto; que además de la acción cambiaria,
el tenedor tiene una acción ordinaria contra quien le endosó el cheque no pagado, es decir,
una indemnización por los daños y perjuicios sufridos por la falta de pago, pero podrá también,
subrogándose en los derechos de su endosante, remontarse hasta el girador o librador del
cheque, como ha ocurrido en la especie y reclamar el pago, demandándolo en cobro de pesos;
que en esa virtud,  la corta prescripción de los 6 meses sólo se aplica a las acciones cambiarias
propiamente dichas, es decir, los recursos del tenedor del cheque o de un obligado contra el
signatario del mismo y no a cualquier otra acción de carácter civil, la que se regirá por el
derecho común; que por consiguiente, dicha acción puede ser ejercida no sólo cuando hayan
expirado los plazos legales de la presentación del cheque, sino también cuando hayan
transcurrido los 6 meses establecidos en el artículo 52 de la Ley de Cheques…”[19]. 
En resumidas cuentas, conforme a este criterio jurisprudencial, cuando ha transcurrido un
lapso menor de seis meses entre el momento del libramiento del cheque y la fecha de la
demanda, la sola presentación del cheque prueba el crédito. Pero en el caso de que hayan
mediado entre el momento de expedirse el cheque y la demanda más de seis meses, el
acreedor que vaya a demandar, además del cheque, para tener éxito en su demanda, debe
aportar la prueba pertinente que acredite la causa de la expedición del cheque.
En la práctica, debemos decir, dicho criterio no es aplicado en todos los tribunales; de hecho,
en la mayoría de las jurisdicciones civiles y comerciales de primer grado, no se hace acopio de
esta postura jurisprudencial. Lo que se estila es requerir el protesto para probar el crédito
contenido en el cheque que se aporte, bajo el entendimiento de que sólo con la existencia de
un protesto, que constituye una constancia de que el cheque o pudo ser cobrado por falta de
fondos, es posible establecer la existencia de la obligación de pago a cargo del deudor
demandado.
Los cierto es que el criterio de nuestro máximo tribunal del orden judicial –como se ha
visto- no exige el protesto para dar como válido el crédito consignado en un cheque. La
jurisprudencia asume como una presunción lógica de que el cheque no se ha podido cobrar, el
hecho de que el beneficiario del mismo aún lo tenga en su poder: si todavía lo tiene consigo,
es porque no lo ha podido cobrar.
Sobre la acción cambiaria habilitada con ocasión del libramiento de un cheque, el ingenio
doctrinal ha razonado en el siguiente sentido: “El cheque evidencia una obligación de pago
abstracta, o sea, que no menciona su causa. El tenedor de un cheque tiene contra el librador
dos acciones: una acción cambiaria, fundada en el cheque mismo, y una acción causal, basada
en el negocio que dio lugar a la expedición del cheque. Para que prospere la acción cambiaria,
basta depositar el cheque como uno de los documentos que se comunican al inicio del
proceso. El cheque mismo es prueba de la obligación del librador, sin necesidad de probar la
causa de su libramiento, o sea, el negocio que le dio origen(…) La acción en cobro de
un cheque difiere de una acción en cobro de una deuda de origen contractual, precisamente
en que el cheque en sí es prueba suficiente de la existencia de la aplicación. Para que prospere
la acción cambiaria surgida del cheque, no hay necesidad de probar otros elementos.
Solamente después de transcurrida la prescripción de la acción cambiaria se necesita probar el
origen y existencia de la deuda para ejercer contra el deudor la acción que nace del negocio
que dio origen al libramiento del cheque”[20].
En ese orden de ideas, también se ha sostenido lo siguiente sobre el cheque y la acción
cambiaria que dicho instrumento de pago supone: “… el endosatario de un cheque tiene
contra el librador dos acciones: una cambiaria, que prescribe a los 06 meses a partir del plazo
de presentación del cheque, plazo que es de dos meses a partir de la emisión del cheque según
el artículo 29 y, después de transcurrido este plazo, el endosatario tiene contra el librador una
acción, que la ley llama “enriquecimiento injusto” que sería mejor llamar acción causal, porque
nada tiene que ver con la acción cuasicontractual de enriquecimiento injusto, y que es la
misma que tendría si fuese simple cesionario civil del crédito del tomador contra el librador,
sujeta a las excepciones que el librador puede haber tenido contra el tomador. Esta acción
requiere la prueba de la causa de le deuda consignada en el cheque y prescribe en el plazo que
corresponde a la naturaleza de la deuda”[21].
En definitiva, para evitar que la demanda sea rechazada, dado que no hay unanimidad de
criterios sobre el peso probante del cheque, sería recomendable que cuando transcurran más
de seis meses entre el libramiento del cheque y la fecha de la demanda, se ofrezcan los
elementos de convicción pertinentes para acreditar ante el tribunal apoderado de la demanda,
la causa de la expedición de este instrumento de pago: si fue librado para pagar el precio de
algún inmueble vendido, para abonar alguna cuota de un préstamo personal, etc.
Cobro en base a balances de tarjetas de crédito
Los bancos, como entidades de intermediación financiera que son, enfrentan una gran
dificultad en el ámbito probatorio para acreditar ante los tribunales sus acreencias por
concepto de consumos llevados a cabo por sus clientes mediante sus respectivas  tarjetas de
créditos; y es que el principio general es que “nadie puede fabricarse su propia prueba”, y
ocurre que por norma general, cuando cada entidad bancaria va a demandar el cobro en base
a este tipo de deudas, suele ofrecer como pruebas  los balances generados por el propio banco
respecto de alegados consumos del cliente que ha sido demandado.
Intentan dotar de peso probatorio dichos balances de consumo, arguyendo que la usanza es
indicar en los mismos que si en un plazo determinado el cliente no objeta el monto en
él precisado, ello equivale aquiescencia a esa información.  Sin embargo, como es sabido, la
Ley No. 358-05 sobre los Derechos del Consumidor o Usuario, prohíbe el uso de letras
extremadamente pequeñas en documentos suscritos entre proveedores de servicios y los
usuarios o consumidores, cuya lectura se dificulta, ya que esta situación –sin dudas- afecta el
consentimiento: no es posible consentir con plena conciencia si no es de fácil lectura el
documentos suscrito.  Pero eso, muchos tribunales desconocen este alegato de aquiescencia
tácita por el supuesto plazo para reclamar el contenido de los balances de consumos y, por
ende, suelen rechazar las demandas en cobro basadas únicamente en los consabidos balances.
Para que la actividad probatoria sea eficaz en estas circunstancias, debe el banco demandante
ofrecer los vouchers recibidos por el cliente, que vienen constituyendo el nexo vinculante
entre el balance que presenta la entidad que lance la demanda y el cliente demandado, quien
con su firma en el voucher de manera inequívoca ha aceptado haber hecho los consumos que
se les oponen.
Se ha argumentado que dichos vouchers no son retenidos por mucho tiempo en los
establecimientos, y que por esa razón no siempre es posible aportarlos en los juicios. Pero lo
cierto es que ante la dificultad probatoria descrita precedentemente en estos casos, debería la
parte interesada tomar los miramientos de lugar, a fines de tener más acceso a los  vouchers de
consumo. De lo contrario, tal como ha estado sucediendo, seguirán viendo sucumbir un
sinnúmero de demandas en cobro de dinero ante los tribunales.
Cobro en base a un cuota litis
En estricto rigor jurídico, las acreencias que pudieran nacer de un contrato de cuota
litissuscrito entre un abogado y su cliente, deberían ser liquidadas siguiendo el procedimiento
gracioso instituido en la Ley No. 302 sobre Honorario de Abogados. No parece sostenible
pretender obtener el pago de los honorarios mediante una sentencia contenciosa producto de
una demanda ordinaria en cobro de dinero. Esto así, puesto que en el caso concreto de los
honorarios de los abogados, nacidos a causa del cuota litis, rige una ley especial que determina
la forma de obtener el pago liquidado de tales honorarios; por tanto, por principio general, lo
especial ha de derogar lo general.
El contrato de cuota litis, en sí mismo, no contiene una acreencia líquida. Necesariamente
debe un tribunal liquidar los honorarios, y es dicho auto de liquidación lo que servirá de
sustento a la acreencia. Por consiguiente, dado que –como se ha visto- para que proceda el
cobro necesariamente deben concurrir en el crédito las condiciones de certeza, liquidez y
exigibilidad, debe ser rechazada toda demanda en cobro de dinero que se base en uncuota
litis, en ausencia de un auto gracioso que liquide los honorarios a cobrar. Y es que dicho auto
de liquidación de honorarios, una vez sea firme, constituye un título ejecutorio; con lo cual,
tampoco debe proceder la demanda en cobro basada en un auto de liquidación de
honorarios: el auto per se constituye un título ejecutorio, por lo que dictar una sentencia
reconociendo el crédito en estas circunstancias, implicaría una duplicidad de títulos respecto
del mismo crédito.
Cobro por concepto de mantenimiento de un condominio
Esta demanda persigue obtener el pago forzoso de las cuotas que, por mandato del artículo 4
de la Ley No. 5038, sobre Condominios, debe pagar cada condómino en un condominio
debidamente constituido como tal, por concepto de mantenimiento de las cosas comunes;
esto así, en casos en que el pago no se produce voluntariamente.
De conformidad con el artículo 9 de la citada Ley 5038, todos los propietarios integran –de
pleno derecho- un consorcio con personería propia, el cual puede accionar en justicia en
interés del condominio, frente a los terceros y a los mismos propietarios.
 En relación a este tipo de cobro de dinero, en la práctica se verifica con frecuencia un
problema de incompetencia negativo, puesto que tanto los tribunales de derecho común
como los tribunales de jurisdicción original han estado declarando su incompetencia para
decidir estos asuntos; y hasta el momento de redactar estas líneas, la Suprema Corte de
Justicia no ha fijado criterio sobre el particular.
Los tribunales de derecho común  motivan su incompetencia en función de la combinación de
los artículos 4 y 17 de la Ley No. 5038. El primero de estos textos (Art.4) establece la obligación
de los condóminos de pagar una cuota por concepto de mantenimiento y el segundo (Art. 17)
sostiene que es el Tribunal de Tierras el llamado a conocer todo cuanto verse sobre la
ejecución de esta normativa. Por consiguiente, siendo la jurisdicción inmobiliaria una instancia
de excepción, dado que existe un texto legal que expresamente le ha conferido la competencia
para conocer todo lo relativo al cumplimiento de la consabida ley, no vemos espacio a mucha
discusión en torno a la precisión de la competencia discutida. Es evidente que de los que se
trata es de cobros de mantenimiento, que –sin dudas- tienen como génesis el cumplimiento de
la Ley No. 5038.
Por argumento a contrario, los tribunales de jurisdicción original, sobre todo del Distrito
Nacional, basan su incompetencia en que, por principio general, ese tribunal sólo conoce de
asuntos vinculados a inmuebles registrados, y que sólo podrían conocer sobre daños y
perjuicios con ocasión de alguna demanda reconvencional entablada en el curso de un litigio
sobre terreno registrado. Asimismo, han establecido que el cobro constituye una verdadera
acción personal, cuya naturaleza es afín con el tribunal de derecho común:particularmente
estimamos que –insistimos- tales alegatos, con aparente fundamento, deben sucumbir ante la
elemental pero contundente realidad de que, por ser un tribunal de excepción, debe
la    jurisdicción inmobiliarias conocer todo lo que expresamente la ley sostenga; y en este caso
–como se ha dicho- es el artículo 17 de la ley que establece que todo lo que verse sobre el
cumplimiento de la Ley de Condominios es competencia del Tribunal de Tierras.
Inviabilidad de la demanda en cobro de mantenimiento de condominios
Al margen de la discusión competencial tratada en el apartado anterior, en torno a los cobros
por concepto de mantenimiento de los condominios, importa reflexionar respecto de la
inviabilidad de este tipo de acción en justicia. Y es que de manera expresa el artículo 18 de la
Ley No. 5038 consagra que en caso de atrasarse algún propietario de un apartamento en el
pago del mantenimiento, podrá el condominio con personería propia, y en representación de
todos los propietarios, hacerse inscribir un privilegio, a fines de ejecutar forzosamente la
acreencia debida por el mencionado concepto.  Pero además, el artículo 33 de la citada
normativa, taxativamente establece lo siguiente: “La comprobación de los avances
garantizados por el privilegio establecido en el artículo 18 y la fijación de las cuotas
contributivas no pagadas, serán hechas por la asamblea de los propietarios, mediante
declaración preparada por el administrador, con los detalles y comprobantes
correspondientes. El administrador lo comunicará por carta certificada al o a los propietarios
deudores. La copia del acta, certificado por el administrador y legalizada por un notario,
construirá título suficiente para fines de inscripción del  privilegio en el Registro de Títulos…”.
 
Es decir, el trámite de demandar el cobro para luego entonces ejecutar no tiene razón de ser,
porque la misma ley prevé cómo hacerse cobrar forzosamente este tipo de deudas. Si nos
detenemos a razonar, recordaremos que el interés de demandar el cobro ante los tribunales,
es obtener finalmente una sentencia que reconozca la acreencia, para emplear la misma como
título, a fines de embargar quirografariamente al deudor condenado al pago. Pero ocurre, tal
como se ha establecido, que la Ley No. 5038 instituye un procedimiento especial, que no
consiste en otra cosa que en asentar en el acta de asamblea la deuda por concepto de
mantenimiento atrasado, firmada por el administrador del condominio y legalizada por un
notario, para luego con dicha acta pasar a inscribir el privilegio del condominio, y
consecuentemente ejecutar el mismo de manera privilegiada.
 
En conclusión, los más factible para conseguir el pago de mantenimientos atrasados  es, en vez
de perder tiempo demandando el cobro, proceder desde que se produzca la deuda a inscribir
el privilegio  y luego embargar inmobiliariamente el apartamento del propietario deudor;
beneficiándose del privilegio, para luego con el producto de la venta del apartamento
ejecutado, cobrar la deuda por mantenimiento, y si hubiere  un excedente, pues retornarlo a
dicho propietario moroso.
 
Cobro en base a medidas de coerción personales, al tenor del Código Procesal Penal
Aunque parezca insólito, personalmente tuvimos ocasión de conocer, en nuestra condición de
juez que ha presidido un tribunal de derecho común durante varios años, demandas en cobro
de dinero fundadas en resoluciones penales que imponían medidas de coerción personales.
En efecto, resoluciones dictadas por un juez de la instrucción disponiendo una garantía
económica (Fianza) a un imputado, como medida de coerción, se han aportado como base de
demandas en cobros, ante la no presentación del imputado a los requerimientos de la justicia
penal. La idea es cobrar los montos de la póliza de la aseguradora con la que se firmó la
garantía para asegurar que el imputado no se sustraería del proceso represivo.
Sobre estas pretensiones, sin que sea necesario agotar muchas líneas, basta con asegurar
categóricamente que estas resoluciones penales no avalan ningún crédito capaz de fundar la
procedencia de una demanda en cobro de dinero lanzada por la víctima en el proceso penal
contra el imputado rebelde ante el tribunal civil. En todo caso, si el imputado no se presenta,
los montos de la póliza se ejecutan a favor del fisco, nunca de la víctima. A favor de la víctima
se imponen por sentencia de fondo las indemnizaciones peticionadas con ocasión de una
actoría civil llevada en el proceso penal.
Estas resoluciones que imponen medidas de coerción, vale decir, no constituyen sentencias de
fondo, sino providencias provisionales, previas al juicio penal de fondo, a fin de -
justamente- prevenir que el imputado se sustraiga del proceso antes de ser sentenciado,
cuando pesa sobre él un peligro de fuga. Por tanto, no siendo una decisión de fondo, es obvio
que no concurren en los valores reclamados impropiamente en este contexto jurídico,  las
condiciones de certeza, liquidez y exigibilidad necesarias para que sea posible demandar el
cobro.
 
Cobro de alquileres atrasados
Cuando con ocasión de un contrato de alquiler el inquilino no paga oportunamente las cuotas
vencidas, el propietario puede demandar en justicia el cobro de las mismas, sin requerir a la
vez la resiliación del contrato de inquilinato y el consecuente desalojo. Todo dependerá de las
pretensiones del propietario: si éste quisiere terminar la relación contractual, demandaría
conjuntamente con    el cobro la resiliación y el desalojo por falta de pago. Pero si el interés es
solamente recibir el pago de las cuotas vencidas, pero continuar con el contrato vigente,
entonces demandaría sólo el cobro.
Sea que se demande el cobro únicamente o el cobro acompañado de la resiliación contractual
y del desalojo por falta de pago, la competencia de excepción para conocer de ello, sin
importar el monto de la demanda, es de los juzgados de paz ordinarios.
Se trata de una competencia de atribución, que es de orden público; por tanto, pudiera ser
suplida de oficio por los tribunales del fondo.
Cobro de la aseguradora de la víctima contra el demandado
Sobre la facultad que tienen las aseguradoras de demandar el cobro de valores, cuando éstas
ejecutan la póliza a favor del asegurado, ha sido juzgado lo siguiente: “Cuando la aseguradora
desinteresa con el pago de la cobertura de la póliza a su asegurado, aquella queda subrogada
en los derechos de este último, pudiendo en este caso perseguir judicialmente el cobro de los
valores que pudieran haber lugar, mediante una acción en repetición”[22].
Es decir, tan pronto la aseguradora cumple frente a su asegurado, pagándole el monto de la
póliza por el importe contratado, si finalmente se determina que la falta la tuvo la otra parte,
los derechos que tenía el asegurado pasan a asistir a la aseguradora, la que podrá demandar
en cobro al que haya incurrido la falta. Evidentemente, si quien incurrió en falta es el
asegurado, independientemente de que la aseguradora pague, no habría derecho de acción en
esa hipótesis. El derecho de acción surgiría en toda hipótesis en que el asegurado pudiera
tener derecho a reclamar a alguien por concepto de reparación.
En fin, las pretensiones descritas precedentemente, han de canalizarse bajo la fórmula de una
demanda en cobro de dinero, que es justamente el tipo de acción de justicia estudiado en este
apartado. Sin embargo, dado que –en esencia- esta demanda se contrae a una verdadera
acción en repetición, sugerimos complementar esta parte con el apartado correspondiente a la
acción en repetición, más adelante en este libro. 
Cobro promovido por el Fondo de pensiones de los trabajadores de la construcción
 Se ha argumentado en contra de este precedente que el crédito reclamado en este caso no es
cierto que constituya un impuesto, sino una tasa y que, como tal, bien pudiera ser cobrada por
ventanilla. Sin embargo, es la propia ley la que establece que es a la Dirección General de
Impuestos Internos (DGII) a  la que le corresponde recaudar dichos valores, no la entidad en
cuestión ni a ninguna otra, de manera directa. Por vía de consecuencia, el criterio
jurisprudencial esbozado precedentemente parece contar con mayor sustento legal.
Cobro por trabajo realizado y no pagado
El delito de trabajo realizado y no pagado es originario de la Ley No. 3143, del 11 de diciembre
de 1951, y fue reproducido literalmente por el artículo 211 del Código de Trabajo. Además del
delito de trabajo realizado y no pagado, la citada Ley No. 3143 prevé el delito de trabajo
pagado y no realizado, el cual expresamente ha sido incluido dentro de las infracciones de
acción penal a instancia privada, a la vista del artículo 31 del Código Procesal Penal [23].
Sobre el delito de trabajo realizado y no pagado, y el tribunal llamado a conocer del mismo, se
ha establecido los siguiente:  “ (…) Si el trabajador persigue exclusivamente que se sancione la
falta del empleador, el tribunal penal será el competente. Estamos en presencia de lo que el
nuevo Código Procesal Penal denomina una acción pública a instancia privada[24].  Por el
contrario, si el trabajador reclama el pago de su crédito y apodera al tribunal de trabajo, éste
será competente, aunque su demanda haya sido calificada como una acción por trabajo
realizado y no pagado, pues en cualquier caso toda reclamación de salario tiene como
fundamento un trabajo que ha sido prestado y no se ha pagado. La circunstancia de que en la
demanda se apele al artículo 211 del CT no debe ser determinante para pronunciar la
incompetencia del tribunal, pues el juez de trabajo, en uso de su papel activo y de su potestad
de suplencia de la demanda, le bastará con condenar al deudor al pago de su obligación
contractual.  El trabajo convenido ha sido cumplido y el salario acordado no ha sido pagado en
la fecha pactada o en la terminación de las tareas, de modo que uno de los presupuestos del
contrato de trabajo se ha incumplido: el abono de la remuneración, con lo cual se violenta su
carácter sinalagmático, lo que impone al juez de trabajo exigir el cumplimiento de la obligación
contractual (…)”[25].
Sobre el trabajo realizado y no pagado, ha sido juzgado que sus elementos constitutivos son
los siguientes: a) la contratación de trabajadores para la ejecución de una obra o la prestación
de un servicio; b) la ejecución del trabajo o el servicio contratado; c) el impago a los
trabajadores de la remuneración correspondiente en la fecha convenida o a la terminación del
servicio; y d) la intención fraudulenta, comprobada por el hecho de no haberse efectuado el
pago de la retribución[26]. Y aunque no se incluyó en esta sentencia la existencia de un
contrato de trabajo como elemento constitutivo del delito de trabajo realizado y no pagado,
mediante sentencia previa la misma cámara había dejado sentado que el contrato de trabajo
constituye un presupuesto de este delito[27].  En efecto, podemos dar fe de que en la práctica
la mayoría de los tribunales conciben la existencia de un contrato de trabajo como condición
para retener el delito objeto de estudio.
Pues bien, enlazando el tema del trabajo realizado y no pagado con las demandas en cobro de
dinero, importa resaltar que en la práctica ocurre que muchas veces los abogados, por
desconocimiento, califican la demanda como trabajo realizado y no pagado, cuando en
realidad se trata de un cobro de dinero, por concepto de una obligación nacida de un contrato
de empresa, no de un contrato de trabajo, el cual supone una subordinación. Este yerro
conceptual pudiera implicar cuestiones competenciales en detrimento de los intereses del
demandante, pues se corre el riesgo de que la otra parte pretenda capitalizar dicha situación,
al tiempo de articular como medio de defensa una excepción de incompetencia. Pero además
pudiera suceder que el tribunal, de oficio, declare su incompetencia de atribución, por tratarse
de un aspecto de orden público. Sin embargo, en derecho puro, lo determinante no ha de ser
el nombre que las partes pongan a sus demandas, sino lo que verdaderamente se persigue con
cada acción en justicia. Por consiguiente, al margen del calificativo propuesto de entrada, si el
tribunal advierte que se trata de un asunto que no se corresponde con lo precisado en el título
de la demanda, debe darle la verdadera fisonomía al asunto.
Sistema de daños y perjuicios
En materia de cobro de dinero rige un sistema de responsabilidad civil especial, aplicable
cuando el deudor no pague la deuda al acreedor en el tiempo debido. Según este sistema, los
daños y perjuicios nunca consisten en otra cosa que en los intereses producidos por la
deuda[28].
Para fundar la procedencia de los daños y perjuicios no hay que probar un agravio en sí, como
típicamente debe hacerse en los diversos sistemas de responsabilidad civil. En esta materia
el “agravio” equivale a la mora del deudor: bastará, pues, con que el acreedor pruebe que el
deudor no pagó oportunamente la deuda.
Problemática a partir de la entrada en vigor del Código Monetario y Financiero
Ocurre que el Código Civil al reglamentar los daños y perjuicios en materia de cobro de
dinero,  remite a un “interés legal”, pero el artículo 91 del Código Monetario y Financiero,
taxativamente derogó la Orden Ejecutiva No. 312[29] que era la que instituía el interés legal;
es decir, en el estado actual de nuestro derecho, no existen intereses legales:evidente vacío
normativo, y es que -por un lado- un precepto legal remite a unos intereses legales, lo cuales –
por otra parte- han sido derogados por otra ley posterior; cómo entonces aplicar el sistema
indemnizatorio en esta materia?
A partir de este evidente vacío normativo, los tribunales, por mandato legal, no tuvieron otro
camino que interpretar[30]. En efecto,  algunas jurisdicciones se inclinaron por –pura y
simplemente- rechazar todo tipo de interés moratorio, arguyendo que por no existir ningún
interés legal, no procede conceder algo que no forma parte del derecho positivo : un
razonamiento simplista que favorece descomedidamente al deudor moroso. Particularmente,
no pensamos que la intención del legislador al derogar la Orden Ejecutiva No. 312, que
instituía el interés legal, haya sido dejar sin sanción alguna la mora; es obvio que se trata de
una pifia legislativa, la cual debería –entretanto se subsana la situación por la vía legal- ser
resuelta por los tribunales, a través de sus facultades interpretativas.
Por otra parte, otros tribunales optaron por imponer sumas fijas por concepto de
indemnización en materia de cobro, evitando así incurrir en una contradicción con la
jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de otrora, la cual sentó el precedente de que en
materia civil no procedía imponer ningún tipo de interés a partir de la entrada en vigor del
Código Monetario y Financiero, ni si quiera por una tasa diferente al 1% que establecía como
interés legal la consabida orden ejecutiva. Así, por ejemplo, si la condenación era a
RD$100,000.00, el tribunal que hacía acopio de la solución comentada, condenaba a dicho
monto, más una cantidad adicional por concepto indemnizatorio; siendo usanza el calcular
dicho importe indemnizatorio, en función de un 1% desde la fecha de la demanda hasta la
fecha del dicado de la sentencia que condenaba al cobro.
Particularmente, en nuestra condición de juez de primera instancia civil y comercial, a la vista
del panorama jurisprudencial que existía,  nos inclinamos por aplicar este método
indemnizatorio de suma fija; y es que la Suprema Corte de Justicia era constante en establecer
y reiterar que mal administraban justicia los tribunales inferiores que imponían intereses
legales, luego de regir el Código Monetario y Financiero. Si bien la jurisprudencia
ordinaria[31] no vincula, lo cierto es que  por un tema de seguridad jurídica, y considerando
la nomofilaquia casacional[32], preferimos aplicar un remedio jurídico cónsono con la postura
fijada por la máxima instancia del sistema judicial.
No obstante, debemos reconocer que, a diferencia de lo que han interpretado tratadistas
consagrados, humildemente entendemos que este método, de una suma fija para indemnizar
en materia de cobro, no era el más idóneo, pues con el paso del tiempo dicha suma adicional
se devalúa igual que la condenación principal; no se indexa automáticamente como ocurre con
el método de intereses moratorios: los intereses siguen corriendo con el paso del
tiempo[33].  Probablemente, en otro medio donde la moneda no sufra una devaluación tan
marcada con el paso del tiempo, como sucede en estos países en vía de desarrollo, el sistema
de la suma fija funcione, pero entre nosotros –insistimos-no pensamos que sea lo más factible.
Para esa época coexistía el criterio, originario de las Cortes de apelación, de imponer en el
contexto jurídico estudiado, el denominado “Interés Judicial”. El razonamiento de
los tribunales que empleaban este tipo de interés era que ante el vacío de la ley respecto de
los intereses legales, y dada la obligación que el Código Civil impone a los jueces, en el sentido
de decidir los casos, no obstante deficiencia legal, lo propio era solucionar la situación
imponiendo intereses a sus condenas; intereses que por ser creación de la jurisprudencia, lo
denominaron “judiciales”.
Pues la Suprema Corte de Justicia hizo suya la noción de “intereses judiciales”, pero lo hizo en
materia de responsabilidad civil extracontractual. Sin embargo, ese precedente abrió la brecha
para que los tribunales inferiores hicieran acopio de tales intereses judiciales, ahora también
reconocidos por la máxima instancia judicial, en materia de cobro de dinero: si ya la SCJ
reconoce que los jueces tienen facultad de imponer intereses a las condenaciones que
impongan, es lo propio interpretar que los intereses de que habla el Código Civil al referirse a la
indemnización en materia de cobro, han de suplirse por los judiciales, por no existir los
legales.   
Irrelevancia de la inexistencia del interés legal en materia comercial
En materia comercial la costumbre constituye una fuente preponderante. Recordemos que
esta es un área más informal que la civil[34]; por tanto, el impasse que representa el hecho de
que haya sido derogada la Orden Ejecutiva No. 312, que instituía el interés legal, no afecta la
órbita de lo comercial; aquí bastará con indagar acerca de cuál es la costumbre en la localidad
donde se haga la transacción, y en base a ella se fijará el interés. Por ejemplo, si en San Pedro
de Macorís se estila prestar a un 2%, pues esa costumbre será suficiente para fijar ese interés
al préstamo en cuestión.
Cláusula penal y el sistema de daños y perjuicios en materia de cobro de dinero
Hasta esta parte hemos sostenido que, conforme a la legislación vigente, en materia de cobro
de dinero los daños y perjuicios no consisten en otra cosa que en los intereses que generen la
deuda principal. Y que por no haber intereses legales en la actualidad, ya que fueron
derogados por el Código Monetario y Financiero, la mayoría de los tribunales han optado por
suplir esa deficiencia normativa mediante la implementación de intereses judiciales,  admitidos
al día de hoy por la Suprema Corte de Justicia[35]. Sin embargo, en este apartado resulta de
interés destacar que existe otra vía para el acreedor ser indemnizado por concepto del retraso
de su deudor en el pago debido: la cláusula penal.
Sobre este particular, el genio doctrinario ha razonado en el siguiente sentido: “(…) es
perfectamente posible prever en el contrato que la inejecución del deudor en el vencimiento
previsto se sancionará con el pago de una indemnización global en aplicación de una cláusula
penal. La cláusula penal no es exclusiva de las obligaciones distintas a las que consisten en el
pago de suma de dinero. Por el contrario, es muy frecuente en las obligaciones de pagar una
suma de dinero. Se puede encontrar en los más diversos contratos, tales como el arriendo, la
venta y el préstamo especialmente (…)”[36].
Como puede advertirse, los tratadistas más autorizados han sostenido que bien pudieran las
partes, libre y voluntariamente, acordar de antemano cuál será la consecuencia jurídica ante el
incumplimiento del deudor. A tales efectos, perfectamente pudieran las partes emplear, a
parte del método de intereses, el sistema de sumas fijas libremente consensuado. Si las partes
llegan a un punto de entendimiento sobre la manera de indemnizar al acreedor por el retraso
del deudor, ello constituirá ley entre partes. Por vía de consecuencia, pudiera ser reclamado
ante los tribunales, si es que no se cumple voluntariamente con el peso de la palabra
empeñada.
Sistema de monto fijo para los daños y perjuicios en materia de cobro de dinero
Sobre este sistema, los connotados tratadistas franceses Marcelo Planiol y Jorge Ripert,
sostienen lo siguiente: “El establecer la indemnización por mora en una cifra fija, en materia de
deudas de dinero, ofrece grandes ventajas. La naturaleza y la extensión de los daños que
puede haber sufrido el acreedor como consecuencia del retraso de su deudor, serían muy
difíciles de determinar. Por medio de una tasación fija, toda incertidumbre desaparecen
(…)”[37].
A nuestro juicio, el hándicap que presenta esta fórmula de indemnización en base a una suma
fija, es que se devalúa con el paso del tiempo, igual que la condenación principal; en tanto que
el sistema de intereses supone una indexación automática que posibilita la corrección
monetaria en el tiempo.
No debe perderse de vista que el interés en que se sostengan en el tiempo los métodos
empleados al momento de dar a cada quien lo que en buen derecho se merece, obedece al
hecho notorio de que, desafortunadamente, la justicia civil al día de hoy es muy lenta; por
tanto, el lapso que transcurre entre la condenación que se logra en primera instancia y el
momento en que dicha decisión se torna definitiva muchas veces consiste en años:  no es lo
mismo un millón de pesos hoy, que un millón de pesos dentro de cuatro, cinco o seis años.
Liquidación de los intereses judiciales
Es frecuente que los demandantes peticionen los intereses judiciales, tanto en materia de
cobro de dinero, para suplir la deficiencia provocada por la ausencia de un interés legal, como
en materia de responsabilidad civil en sentido general. Sin embargo, la liquidación de tales
intereses no constituye una demanda muy recurrente.
La demanda en liquidación de intereses legales o judiciales no ha sido prevista de manera
expresa en nuestro país ni por la ley, ni por la doctrina local, ni por la jurisprudencia. Es en el
ámbito comparado donde nos encontramos con demandas de esta naturaleza.
Lo cierto es que al momento de ejecutar la sentencia que dispone estos intereses judiciales, se
presenta el inconveniente de que no existe una cifra líquida en ese sentido. Por ejemplo, la
sentencia condena al pago de una deuda de un millón de pesos, así como a un 1.5% de interés
judicial, a modo de indemnización moratoria. Ese porcentaje suele dejarse abierto para que lo
calculen las partes, lo cual es obvio que dificulta la ejecución de la decisión.
Es por la situación descrita precedentemente que la parte interesada ha de demandar ante el
mismo tribunal que acogió los intereses por primera vez, la liquidación de los mismos. Así, en
el ejemplo propuesto en el párrafo anterior, si la condenación fue de un millón, más un 1.5%,
calculados desde la fecha de la demanda hasta la total ejecución de la sentencia firme que
deberá intervenir en el proceso, el Tribunal de primer grado que decidió acogiendo
primigeniamente los intereses, al momento de liquidarlos, debe realizar la operación
matemática de rigor, en función del importe de la deuda principal, el porcentaje acogido como
interés legal y el lapso que haya transcurrido entre la primera decisión y la última que la
consolidó.
La oferta real de pago: trámite que detiene el cómputo de los intereses
La oferta real de pago constituye un trámite legal que impide que el deudor deba soportar el
cómputo de los intereses, no obstante estar en la disposición de pagar. En efecto, al realizar la
oferta real de pago, desde el momento de la consignación  del monto ofrecido, el cómputo de
los intereses se detiene.
Sobre los efectos de la consignación, la doctrina de origen ha sostenido lo siguiente: “(…) La
consignación pone término a las demandas del acreedor, pone fin a los intereses para lo futuro
y traslada los riesgos de la cosa o de la suma consignada sobre el acreedor (…)”[38].
Muchas veces deudores aviesos “echan mano” a esta brecha legal, y emplean la oferta real de
pago con el  real propósito de evitar que sigan calculándose los intereses, pero a conciencia de
que no se ha ofrecido el monto debido. Es decir, si por ejemplo, el deudor debe cien pesos y
ofrece treinta, es obvio que el acreedor no aceptará ese monto ofrecido por no cubrir la
deuda; sin embargo, entretanto se produzca una sentencia de validez rechazando esa oferta
pírrica, el deudor habrá obtenido lo que deseaba: suspender el cómputo de los intereses en su
contra.
De su lado, los acreedores para defenderse de chicanas como la descrita precedentemente, se
defienden demandando en referimiento la suspensión del acto de ofrecimiento y de
consignación, por ser claro que tal ofrecimiento no se corresponde con lo debido. Y es que la
doctrina moderna ha admitido que si bien el juez de los referimientosno puede anular ningún
acto, ya que la nulidad es propia del fondo de la controversia, bien pudiera suspender dicho
magistrado de la provisionalidad, los efectos de un acto cuando estime que es
manifiestamente improcedente[39].
Prescripción
La regla general es que el derecho de crédito que se ejercita ante los tribunales bajo la fórmula
de demandas en cobro de dinero prescribe a los veinte años[40]. Pero cuando se trate de
cobros particulares que la ley prevea otra prescripción más corta, evidentemente será esta
última prescripción la que habrá de aplicar; tal es el caso del cobro de pagos sucesivos, como
los alquileres, de los intereses, etc., que prescribe a los tres años[41]. O la situación en que el
crédito nazca de una transacción llevada a cabo entre un comerciante como vendedor y un no
comerciante como comprador, cuya prescripción sería de solo un año[42].
Punto de partida del cálculo de la prescripción para ejercer válidamente el cobro
El cómputo de la prescripción del cobro de dinero principia a partir de que es exigible la
obligación de pago. Si el documento constitutivo de la obligación de pago es un pagaré
simple,  el cual tiene un término de dos meses para efectuar honrar la deuda, por ejemplo,
será partir del vencimiento de dicho plazo cuando el acreedor podrá constituir en mora a su
deudor para que proceda a realizar el pago. No es el vencimiento del término –per se-lo que
jurídicamente marca el inicio del cómputo prescriptivo, sino la fecha de la constitución en
mora que haga el acreedor a su deudor: hasta que el acreedor no haga del conocimiento de su
deudor su interés por que éste cumpla con el pago debido, ha de presumirse –según la mejor
doctrina- una especie de aquiescencia del acreedor al incumplimiento de su deudor.
Como medida útil, el acreedor pudiera prever en el mismo documento contentivo del crédito,
que la sola llegada del término vale constitución en mora[43].
Si se trata de pagos sucesivos que, como se ha sostenido precedentemente, prescriben a los
tres años, se ha admitido que prescriben por separado cada cuota a partir de su exigibilidad.
Así, por ejemplo, si se trata de un inquilinato por un año, y el propietario no cobra la
mensualidad de mayo luego de tres años de trascurrido dicho mes, prescribe la acción para
reclamarlo. Por otro lado, si el acreedor es negligente, y permite transcurrir muchos años sin
cobrar, y sólo aplican tres años de la prescripción respecto de algunas cuotas, no así en
relación a otras, el evidente que el tribunal sólo reconocerá aquellos que jurídicamente sea
posible cobrar para la época de la demanda.
Sin embargo, no debe perderse de vista que en el estado actual de nuestro derecho, la
prescripción constituye un fin de inadmisión que afecta el derecho de acción, pero que es de
interés privado; por tanto, el principio general es que no puede suplirlo de oficio el
tribunal[44]. Si alguien intenta cobrar acreencias vencidas y el deudor, por negligencia o por lo
que fuere, no invoca la prescripción, el tribunal acogerá tales montos vencidos que no han sido
no cuestionados.

[1]El artículo 545 del Código de Procedimiento Civil, entre otros, consagra como títulos
ejecutorios los actos auténticos con obligaciones de pago incursas.
[2]Un contrato de alquiler suscrito ante un notario público, por ejemplo, es un verdadero título
ejecutorio, ya que contiene obligaciones de pago y es auténtico por haber sido instrumentado
por un Notario.
[3] Sentencia No. 105, dictada el 30 de enero de 2014, por la Primera Sala de la Cámara Civil y
Comercial del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional.
[4]Para ampliar sobre la manera de probar los actos jurídicos y los hechos jurídicos, consultar la
obra de nuestra autoría titulada “Soluciones Procesales, ante los Juzgados de Paz y de Primera
Instancia”.
[5]Por ejemplo, si la obligación de pago está afectada de un término y el mismo aún no se ha
cumplido, es evidente que la exigibilidad no se caracterizaría; pero ello no quita la certeza, en
caso de no cuestionarse el documento constitutivo del crédito, ni la liquidez derivada de estar
precisado el monto del crédito en el documento que le sirve de base. Si se teme que
entretanto llegue el término, el acreedor pueda disipar los bienes, pudiera optarse por un
embargo conservatorio: general, si están los bienes en poder del deudor o retentivo, si están en
manos de un tercero. La idea es indisponer dichos bienes embargados conservatoriamente,
hasta que llegue la exigibilidad del crédito, para entonces demandar al fondo el cobro.
[6]El artículo 1139 del Código Civil, es la base legal de la constitución en mora.
[7]“Convención” es una noción jurídica amplia. Se ha dicho que toda convención es
un contrato, pero no todo contrato es una convención. El contrato viene siendo la especie
dentro del género, que es la convención. El contrato sólo genera obligaciones, en tanto que
la convención pudiera suprimir una obligación, como la quita o perdón, por ejemplo. Sin
embargo, el connotado jurista Christian Larroumet ha aclarado en su obra “Teoría General del
Contrato”  que esa distinción entre “convención”y “contrato”, carece de utilidad normativa, ya
que es el mismo Código Civil napoleónico el que en su artículo 1101 define el contrato como
una convención.
[8]El pagaré notarial es un acto auténtico, porque es suscrito ante un notario. En éste una
persona (deudor) admite que debe una suma de dinero a otra persona (acreedor). La ley no
requiere para la instrumentación de este tipo de documento la presencia de testigos. La vía
idónea para atacarlo es mediante el procedimiento de inscripción en falsedad, que es como se
atacan los actos auténticos; pero existe un precedente jurisprudencial que admite la nulidad
de actos auténticos bajo la fórmula de demandas principales en nulidad, cuando los vicios del
documento auténtico son manifiestos. Para ampliar sobre el pagaré notarial y la forma de
atacarse, consultar el libro de nuestra autoría titulado “Los Incidentes del Embargo
Inmobiliario”, 2da. Edición, 2013.
[9]Para ampliar sobre el principio de concentración del proceso civil, consultar la obra de
nuestra autoría titulada “Soluciones Procesales, ante los Juzgados de Paz y de Primera
Instancia”, 2da. Edición.
[10]Aplica aquí la regla general de los plazos francos: si el último día es feriado, se rueda,
sumándose otro día más, etc.
[11]El artículo 1 del Código de Procedimiento Civil, modificado por la Ley No. 38-98, consagra
que cuando el crédito sea igual o menor a la suma de RD$20,000, el tribunal competente es el
Juzgado de Paz; y si es mayor a la citada suma de RD$20,000, será el tribunal de derecho
común el llamado a estatuir al respecto.  La tendencia es hacia elevar el referido monto
atributivo, al tiempo de emplear una fórmula que permita que dicho monto de atribución se
indexe con el pago del tiempo, sin necesidad de reformar la ley cada vez que las sumas
vigentes sufran devaluaciones; esto así, estableciendo cifras variables, como serían los
parámetros del salario mínimo del sector privado, por ejemplo.
[12]Art. 150, párrafo, del Anteproyecto del Código Procesal Civil: “Para calcular, se suma el
valor del objeto principal de la pretensión, los frutos, intereses y gastos y otros conceptos
devengados al tiempo de la interposición de la demanda, pero no los frutos, intereses, gastos y
otros conceptos posteriores”.
[13] Acto jurídico es todo aquello que nace de la voluntad de las partes: factura, pagaré,
contrato, etc.; en tanto que los hechos jurídicos no resultan de un acuerdo de partes, tal sería
el caso de un accidente de tránsito; alguna fractura sufrida por una persona por estar el suelo
mojado en un establecimiento, etc.
[14]Doctrinalmente se le llama “prueba tasada” a este sistema, porque el legislador ha
determinado previamente el peso probatorio de cada pieza, a diferencia del sistema de
laaxiología racional y de la sana crítica, en que el juez es soberano en cada caso de conferir un
peso probatorio determinado a cada pieza, con el deber de motivar por qué ha dado más o
menos valor a cada elemento aportado.
[15] En el ámbito probatorio, se ha dicho que hay tres pruebas perfectas:  1.- La prueba
escrita, 2.-La confesión y 3.- El juramento decisorio. Pero lo cierto es que las máximas de
experiencia persuaden en el sentido de que tanto la confesión como el juramento decisorio
son al día de hoy“letra muerta”; la prueba escrita es la que en la práctica se utiliza; por tanto,
es esa la prueba perfecta por excelencia en materia de actos jurídicos.
[16] Sentencia SCJ, 1ra. Cám, No. 2, del 10 de noviembre de 2004, B.J. No. 1128, p.p. 152-159
[17]Si bien dicha indicación de “visto original” puesta por el secretario en el inventario, da más
fuerza a las fotocopias que finalmente sean dejadas en el expediente, lo cierto es que la SCJ ya
ha juzgado que dicha constancia de “visto original” no vincula a los jueces del fondo; por tanto,
aunque no sea la usanza, pero pudiera ocurrir que, no obstante el demandante haber
diligenciado que el secretario coloque el “visto original”  en su inventario, el juez finalmente
rechace la demanda por falta de pruebas.
[18]El Art. 109 del Código de Comercio instituye el principio general de la prueba en materia
comercial, igual que el Art. 1315 del Código Civil consagra el principio general de la prueba en
materia civil. En el ámbito comercial hay libertad probatoria. En materia civil, si se trata de
actos jurídicos, prima la prueba por escrito, pero si es en materia de hechos jurídicos, igual que
en lo comercial, aplica una libertad probatoria.
[19]Sentencia SCJ, No. 7, del 9 de marzo de 2000, B.J. No. 1072
[20]HEADRICK, William C.”Diez Años de Jurisprudencia Civil y Comercial, desde el 1997 hasta
2007”, p.p. 343-344
[21] Idídem, p. 345.
[22]Sentencia SCJ, 1ra. Cám, No. 35, del 25 de febrero del 2004, B.J. No. 1119, p.p.302-310
[23]A la vista del artículo 29 del Código Procesal Penal, la acción penal puede ser pública y
privada. Y la acción penal pública –a su vez- se divide en acción penal puramente pública y en
acción penal a instancia privada. Para saber cuándo una infracción penal determinada debe
conocerse conforme a las reglas del procedimiento para la acción penal puramente pública,
para la acción penal a instancia privada o para la acción penal privada, basta con consultar los
listados de infracciones contenidos en los artículos 31 y 32 del CPP. El primero atinente a la
acción penal a instancia privada y el segundo sobre acción penal privada. Si el delito no se
encuadra dentro de ninguno de estos listados, pues ha de concluirse que se trata de una
infracción de acción penal puramente pública: todo lo que no esté previsto expresamente para
que se conozca conforme a un proceso penal especial, ha de tramitarse a la luz del
procedimiento común, que es el de acción penal puramente pública, que debe ser impulsada de
oficio por el Ministerio Público. Para ampliar sobre los diversos procesos penales, consultar la
obra de nuestra autoría titulada “Soluciones Procesales, ante los Juzgados de Paz y de Primera
Instancia”. 
[24]Lo cierto es que lo que se tipifica expresamente en el artículo 32 del CPP es el delito
detrabajo pagado y no realizado. Asimismo, es de interés apuntalar que a partir de esta norma
procesal penal, los tratadistas se han inclinado por calificar a la acción represiva
como “penal”, no “pública”,ya que a partir de la reforma procesal penal del 2004, la acción
penal no es sólo pública, también hay acción penal privada y a instancia privada.Antes el
Ministerio Público tenía el monopolio de la impulsión de la acción represiva, hoy día la víctima
también puede constituirse en querellante y promover por sí la acción penal.
[25]ALBURQUERQUE, Rafael F. Gaceta Judicial, año 17, número 324, p.p. 32-39
[26]Sentencia SCJ, 2da. Cám, del 29 de marzo de 2006, B.J. No. 1144, p. 1280
[27]Sentencia SCJ, 2da. Cám, del 26 de enero de 2005, B.J. No. 1130, p. 387
[28]Art. 1153 del Código Civil: “En las obligaciones que se limitan al pago de cierta cantidad,
los daños y perjuicios que resulten del retraso en el cumplimiento, no consisten nunca sino en
la condenación de los intereses señalados en por la ley; salvas las reglas particulares del
comercio y de las fianzas”.
[29]Se denomina Orden Ejecutiva, porque fue promulgada en la época de la intervención
norteamericana, cuando no había una estructura congresual como funciona en la actualidad,
sino que emanaba del ejecutivo; pero para todos los fines, al día de hoy, sería una ley adjetiva
ordinaria.
[30] El artículo 4 del Código Civil manda a los jueces a decidir los casos sometidos a su
consideración, no obstante exista un vacío legal, a pena de incurrir en denegación de justicia.
[31]En doctrina se habla de jurisprudencia ordinaria, aludiendo a aquellas decisiones de la SCJ
que aplican a un caso concreto. Por ejemplo, aquella que sostiene que procede descargar al
deudor, porque la factura que avalaba el crédito no estaba recibida por él: es obvio que esa
solución es para ese caso concreto. Por otra parte, se habla de jurisprudencia de principio,
para cuando se hace una interpretación jurisprudencial que rige para todos los casos, como
sería la situación de, justamente, establecer que no existen intereses legales luego de entregar
en vigencia el Código Monetario y Financiero: se trata de un precepto que ha de aplicar a
todos los casos que versen sobre cobro, pues la jurisprudencia ha fijado en este caso un
principio general. Algunos estiman que las jurisprudencias de principio sí deben vincular a los
tribunales inferiores, pero la mayoría sostiene que ninguna jurisprudencia de la SCJ debe
vincular. Particularmente, comulgamos con este último criterio,  ya que entre nosotros rige un
sistema romano-germánico, conforme al cual, por norma general, la jurisprudencia constituye
una fuente indirecta del derecho que no ha de vincular a los tribunales del orden judicial. Por
consiguiente, sólo debería admitirse el carácter vinculante de las jurisprudencias
constitucionales y de tribunales Supranacionales que entren al bloque de constitucionalidad.
[32]La nomofilaquia de la casación es un concepto desarrollado por la doctrina que,
concretamente, trata del carácter de unificación de criterios de la SCJ.
[33]Recordemos que la justicia civil, desafortunadamente, no es entre nosotros tan rápida
como desearíamos; hay mucho trabajo y la mora es frecuente en los fallos. Pudiera ocurrir que
se obtenga ganancia de causa en primera instancia, pero el lapso que transcurra entre la fase
de apelación y de casación pudiera sumar años, los cuales sin dudas van a afectar el valor de la
moneda. Por tanto, es obvio que lo más inteligente en estos casos es tomar los miramientos de
lugar para lograr la corrección monetaria de rigor con el paso del tiempo: un millón de pesos al
día de hoy nunca será lo mismo que un millón dentro de uno, dos, siete … años.
[34]La informalidad en materia comercial muchos la atribuyen a la presunción de que los
comerciantes no guardan mucha formalidad en las cotidianas transacciones que realizan como
actos de comercio. Sin embargo, algunos autores, como el Magistrado Biaggi Lama, en su
Tratado de Derecho Comercial Dominicano, sostienen que tal presunción no es tan así, puesto
que hoy por hoy, los comerciantes toman las precauciones de formalidad tanto o más que los
particulares que no son comerciantes. No obstante, lo cierto es que la materia comercial, en la
actualidad, y la tendencia no parece apuntar a otro sentido, tiene una reglamentación menos
formal que la civil ordinaria.
[35]Recordemos que el artículo 4 del Código Civil manda a los tribunales a decidir todos los
asuntos sometidos a su consideración, aun cuando la ley sea ambigua, so pena de incurrir en
denegación de justicia. Justamente para evitar denegar justicia, ante la ausencia de intereses
legales, se suple ese vacío mediante los intereses judiciales.
[36]LARROUMET, Christian. “Teoría General del Contrato”, Vol. II, p. 111.
[37]PLANIOL, Marcelo & RIPERT, Jorge. “Tratado Práctico de Derecho Civil Francés”, Tomo
7mo., 2da. Parte, p. 190.
[38]Op. Cit, PLANIOL & RIPERT, p. 548
[39]Cfr LUCIANO PICHARDO, Rafael. “De las astreintes y otros escritos”, 2da. Edición, p.p.307-
308
[40]La prescripción afecta el derecho de acción, no así al derecho mismo. Por tanto, en este
caso, aunque transcurran 20 años o el plazo prescriptivo que sea que aplique, el derecho de
crédito persistirá, sólo que no podrá reclamarse en justicia: o sea, es como no tener nada, ya
que en esas condiciones no es posible reclamar el derecho. En cambio, la caducidad afecta es
al derecho; cuando algo caduca se aniquila la prerrogativa misma. En este caso no es un tema
de que no hay acción para reclamar algo que materialmente persiste, como en la prescripción,
con la caducidad no hay derecho, desaparece.
[41]Art. 2277 del Código Civil: “Los réditos de rentas perpetuas y vitalicias, los de pensiones
alimentarias, los alquileres de casas y el precio del arrendamiento de bienes rurales, los
intereses de sumas prestadas, y generalmente, todo lo que se paga anualmente o en plazos
periódicos más cortos, prescriben por tres años”.
[42]Art. 2272 del Código Civil: “La acción (…) de los mercaderes, por las mercancías que venden
a los particulares que no lo son (…) prescriben por un año”.
[43]El Art. 1139 del Código Civil, prevé esta posibilidad de hacer que el acto que contenga la
obligación de pago valga constitución en mora al deudor, sin necesidad de instrumentar
ningún acto de alguacil a esos efectos.
[44]La Ley No. 834, en su artículo 44 y siguientes, regula los fines de inadmisión, sosteniendo
que son medios de defensa de interés privado, salvo cuando se trate de la falta de interés o de
un aspecto que incumba al orden público. Sin embargo, el Anteproyecto del Código Procesal
Civil prevé que los medios de inadmisión pueden ser suplidos todos de oficio por los tribunales
del fondo.

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