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SARKA
Los copos de nieve caían sobre el demoledor edificio de
piedra gris, se enredaban en mi melena rubia mientras
caminaba por el filo de la cornisa, a una temperatura de siete
grados bajo cero, con una sensación térmica que podría titular
Ice Age, al borde de la congelación.
Era culpa mía no haber cogido nada de abrigo para subir,
pero estaba demasiado frustrada, y cuando eso sucedía, no
pensaba con claridad. Lo hice por impulso, porque necesitaba
despejarme tras la discusión mantenida, y no había nada que
pudiera restituirme mejor que una buena dosis de aire helado y
mi florete.
Di un giro sobre mí misma, con cuidado de no caer, y estiré
el brazo al máximo. El vaho provocado por mi aliento me
empañó la visión. Me sentí trastabillar y frené con toda la
cautela que pude, sintiéndome al borde del abismo, con el filo
de la muerte deslizándose bajo las suelas de mi calzado.
Igual que le ocurrió a Aliona hacía un par de meses. Todos
pensaban que había dado un paso en falso que la llevó a caer al
vacío. Yo sabía que no fue así, ahora estaba segura de ello.
Me obligué a recuperar el equilibrio y detenerme. Jadeé
con fuerza al ver que la punta de mi pie no obedecía,
empeñada en recrearse en aquella sensación de ingravidez.
Nunca sentí pánico a las alturas, de hecho, el tejado de mi
casa solía ser un lugar de refugio para mí. Era perfecto, me
permitía observar sin ser vista y descubrir cosas de lo más
interesantes.
Criarse en el seno de la Bratva hacía que palabras como
discreción, lealtad y familia cobraran un sentido muy distinto
al de la gran mayoría, o eso me parecía a mí.
En mi afán de no caer, solté el florete, que se precipitó
hundiéndose en la nieve, fue un error dirigir la mirada hacia
allí, el mismo punto en el que hallamos el cuerpo de la
capitana; con los ojos muy abiertos, su arma sobresaliendo del
abdomen y un charco de sangre caliente formando un halo
espeso alrededor de su cabeza.
La nieve teñida de rojo parecía un macabro helado al que
habían vertido sirope de frutos rojos, solo que Aliona no era
ningún postre, sino una chica de dieciocho años que perdió su
último asalto.
No recordaba quién profirió el primer grito al encontarla,
¿alguien gritaría por mí si corría la misma suerte?
El azote de la ventisca me propició el golpe de gracia sin
que pudiera hacer nada por evitarlo.
Hice un aspaviento con los brazos y caí, me aferré al borde
de piedra confiando en que los últimos entrenamientos me
hubieran servido para algo.
Me dolían los dedos fruto de la tensión y la carencia de
guantes. Solté todo el aire al notar mi pecho impactar contra la
dureza helada y busqué cualquier saliente en el que encajar mi
pie.
Había muchas suposiciones respecto al motivo que había
llevado a la capitana a cometer aquella insensatez. La verdad
moriría conmigo, igual que lo hizo con Aliona, si no lograba
remontar.
«No pierdas la fe, el combate todavía no ha terminado»,
me repetí, luchando contra mi peor enemigo, que era yo
misma.
Debía impulsarme hacia arriba si quería tener una
oportunidad, la nieve no ejercería de colchón, eso lo sabía muy
bien. Tiré de bíceps y me empujé con las piernas, pero la
fuerza me falló, me dolía demasiado el cuerpo del combate de
la competición y me agobiaba reconocer que él tenía razón,
que por mucho que me esforzara, seguía sin estar preparada,
yo no era Aliona.
Aquel pensamiento prendió la rabia en mí e hice una
segunda intentona.
«¡Vamos, Sarka! ¡Demuéstrale que se equivoca!».
Un rugido afloró entre mis labios, saqué fuerzas de
flaqueza, al fin y al cabo, era una Koroleva, y nosotras no nos
rendíamos hasta el final.
El dolor era extremo. ¿Por qué los jodidos copos caían con
más fuerza?
Conseguí subir el pie un poco más arriba, ¿dónde estaba
Spiderman cuando se le necesitaba? ¡Mierda de superhéroes,
por eso prefería a los villanos, por lo menos, a ellos se los veía
venir!
En mi mente, su mirada café aparecía por encima de mi
cabeza, observándome con suficiencia para demostrarme que
ni era tan lista ni estaba tan preparada como creía, por eso
acababa de cometer la estupidez de mi vida.
«No voy a darte ese placer, Gavrael Kovalev», mascullé
para mí misma, volviendo a rugir mientras me dejaba la piel y
las uñas para salir.
Me dolían las articulaciones, la rigidez de los dedos se
tornaba tan dolorosa que incluso respirar era un tormento.
Enfoqué los ojos hacia el cielo y creí ver su sonrisa retadora.
No iba a aguantar mucho más.
«¿Vas a subir o te vas a dejar caer?», oí la petulancia en su
voz, rebotando en mis oídos, la tenía tan interiorizada que
incluso parecía que estuviera allí conmigo.
«¡Ni muerta! ¡Maldito seas! ¡Vas a tener que aguantarme
toda tu puñetera vida! ¡Ya te lo advertí!».
Aquel fue mi último pensamiento antes de fracasar. Mis
dedos patinaron cuando creía que lo tenía, y la sensación de
euforia se evaporó al mismo tiempo que mi fe.
¿Se alegraría de ver desparramados mis sesos por estúpida?
Seguro que sí.
Cerré los ojos ante la sensación de vacío que me envolvió.
Unos segundos y estaría muerta. Unos segundos y nunca más
volvería a estar con él.
1
Capitana
SARKA
Los Kovalev tenían una adosada unifamiliar de ladrillo
rojo con tres habitaciones dobles más despacho. También tenía
un bonito salón con chimenea que calentaba toda la casa, una
cocina donde desayunábamos todas las mañanas y un sótano al
que no solíamos bajar, además de una buhardilla con vistas al
instituto.
No tenía nada que ver con mi mansión familiar, aunque
tampoco es que yo lo necesitara, me bastaba con la comodidad
de mi cuarto, era un lugar acogedor revestido de madera clara.
Se notaba que la decoración no se había modificado desde el
fallecimiento de Amelia, seguía teniendo aquel toque
femenino en el papel pintado, los cojines, las cortinas o los
cuadros.
Pasé la mano por la barandilla barnizada y salté el último
peldaño.
El aroma a café y tostadas hicieron gruñir mi estómago,
aunque no era la única emoción que concentraba. Me obligué a
relajarme antes de entrar.
Lo primero que hice fue mirarlo, no porque la mesa
estuviera en línea recta y entrara inevitablemente en mi campo
de visión. Más bien porque me gustaba que él fuera lo primero
que mis ojos vieran cada mañana. Un pensamiento que
muchos tildarían de inoportuno, idiota y temerario.
Gavrael nunca había mostrado signos de interés en mí, más
allá de que mejorara en esgrima.
Como era habitual, sus gafas de pasta oscura se deslizaban
sobre el puente de la nariz, la tenía recta, sin una sola
torcedura que te hiciera pensar en la palabra «pelea». El señor
Kovalev no era de esos, no mediaba con los puños, más bien
con las palabras o, en su defecto, el florete.
Sostenía un ejemplar del Delovoy Peterburg, aunque no era
el único periódico que leía a lo largo del día, siempre solía
haber un ejemplar de prensa internacional y otro de deportes.
Gavrael decía que estar informado, conectado a lo que sucede
a nuestro alrededor, nos hacía ser más conscientes y ampliar
miras.
Estaba de acuerdo en eso, la prensa tendía a manipularte, a
contarte lo que algunos querían escuchar. Nikita compartía su
mismo criterio y lo había expresado en más de una ocasión.
Entré sin que despegara los ojos de la noticia que lo tenía
abstraído. Varenka daba pequeños mordiscos a su tostada
mientras ojeaba el móvil, y por la sonrisa contenida, imaginé
que habría recibido algún wasap interesante.
El aroma fuerte y caliente de la cafeína se filtraba en mí,
junto con su loción de afeitar. Me obligué a servirme una taza
cargada, desde que vivía en su casa, me había habituado a
tomarlo solo, sin azúcar y en cantidades industriales para
espabilar.
Me acomodé en la silla vacía murmurando un «buenos
días» que fue recompensado con una mirada rápida y esquiva.
—Tu tostada ya debe estar fría —respondió, regresando a
la lectura.
—Mejor, así no me quemo la lengua y puedo ir más
deprisa.
—Si no se te pegaran las sábanas, capitana —comentó con
retintín—, podrías habértela comido caliente como yo —me
pinchó V.
—Me gusta así, gracias por preocuparte por mí.
Varenka me sacó la lengua y yo di por zanjada la banal
conversación. Ella regresó la mirada a la pantalla y yo di el
primer bocado al desayuno.
Solo hacía quince días que Aliona Gólubeva, capitana del
equipo de esgrima del instituto, había fallecido en un fatal
accidente que se convirtió en la comidilla de los del último
año. A la gente le gustaba especular y, sobre todo, a una panda
de niños ricos y mimados que no tenían más en lo que
entretenerse.
Había varios rumores, incluso una lista que estuvo
circulando por el WhatsApp de los alumnos encabezada por
un:
✓ Su novio estaba harto de ella, subió a la azotea y
la empujó.
✓ Su novio estaba cansado de sus desconfianzas, le
metió algo en la bebida y solita se cayó. (Se rumoreaba
que Lev quería cortar con ella).
✓ Se enteró de que su novio la engañaba con una de
la tríada y se tiró porque no soportó la idea de perder.
Todo el mundo sabía que cuando alguien muere en
extrañas circunstancias, suele ser la pareja y haber una tercera
persona en discordia. Eso, o la envidia, lo que nos llevaba al
resto de teorías en las que estábamos nominadas todas las del
equipo de esgrima.
Era ahí donde, me gustara o no, mi nombre salía a la
palestra, reforzado, porque yo era quien había ocupado su
plaza, aunque no fuera culpa mía, sino del maldito programa.
Lo que me convirtió en titular fue un sorteo, el maestro no
quiso que hubiera una disputa que pusiera en tensión a las
otras dos integrantes de la tríada, por lo que prefirió sortearlo
entre las tres, poco le importó que yo fuera la suplente y que
mis compañeras alucinaran cuando Gavrael me mencionó.
¿Qué quieres? En Rusia nos crían para pisar, no para ser
pisados, sobre todo, si tus padres amasaban fortunas, o tenías
alguna habilidad que te pudiera hacer brillar. Las mujeres de
mi familia desayunábamos poder y confianza en nosotras
mismas, y sería una jodida hipócrita si no reconociera que a mí
también me apetecía ser la número uno y demostrarles a las
demás mi valía. No obstante, debía reconocer que pasar de
calentar banquillo a ser la primera tiradora conllevaba una
responsabilidad extra, y en cuanto mi nombre fue pronunciado
por sus labios, sentí el peso que ello arrojaba sobre mis
hombros.
No podían acusar a Gavrael Kovalev de favoritismos, no
tomó esa decisión, todos lo vimos, y, aun así, sentía las
miradas cargadas de reproche y las caras torcidas de mis
compañeras.
Las únicas personas que me felicitaron de corazón fueron
Varenka, los chicos del equipo y Lev.
Cuando se acercó a mí, sentí la presión de todos los que
nos rodeaban. Algunos decían que no se le había visto
demasiado afectado por la pérdida de su chica. No dejó de
venir a clase y, pese a una actitud un pelín taciturna los dos
primeros días, volvió a retomar su manera de actuar de
siempre.
Lev era guapo, jodidamente rico y un pelín snob, las dos
últimas características las compartían la gran mayoría de
alumnos, por lo que no eran novedad. También debía recalcar
que era bastante buen estudiante, un deportista ejemplar y que
todas las chicas se morían por sus huesos. Quizá por aquella
mirada azul cobalto sumada a una cara muy bien
proporcionada y su pelazo de anuncio. El mismo que Aliona
acariciaba a la mínima oportunidad. No era extraño pillarla
encaramada a él comiéndole los labios.
V estaba encabezonada en que Lev había puesto sus ojos
en mí. Muchos chicos me habían mostrado que mi atractivo no
les era indiferente, lo único que los frenaba era mi apellido, ser
una Koroleva significaba mafiya, y no todo el mundo tenía los
cojones como para meterse con alguien que perteneciera a la
Bratva, por buena que estuviera.
Me acabé la tostada y apuré el café. Gavrael había cerrado
el periódico y eso significaba que tocaba arrancar.
En enero, me enfrentaría a mi primera competición, por lo
que no tenía demasiado tiempo para entrenar, teniendo en
cuenta que estábamos a principios de diciembre y mi familia
quería que me reuniera con ella en Navidad.
Cada día, desde que me vine a vivir con Varenka y su
padre, seguía la misma rutina. Nos levantábamos a las cuatro y
media para desayunar. A las cinco comenzaba el calentamiento
en el gimnasio donde entrenábamos dos horas y media sin
descanso. Al terminar, disponíamos de treinta minutos para
ducharnos y vestirnos, porque a las ocho empezaban las clases
hasta mediodía. Disponíamos de noventa minutos para comer
y «hacer la digestión», en cuanto terminábamos, regresábamos
al gimnasio donde el entrenamiento se prolongaba otras dos
horas y media más. El poco tiempo que nos quedaba lo
empleábamos en estudiar e intentar recuperarnos para el día
siguiente.
Así, de lunes a viernes. Los sábados tenía entrenamiento
particular con el maestro toda la mañana para alcanzar el nivel
al que debía estar y después a descansar.
No había una parte del cuerpo que no me doliera. Gavrael
insistía en que me faltaba fuerza física y pensar más con la
cabeza. En esgrima, no puedes dejarte llevar por los impulsos,
debes analizar al contrincante, encontrar sus flaquezas y
atacar; por ello, las sesiones eran extenuantes. Tanto física
como mentalmente. Admito que me cabreaba mucho,
muchísimo, tanto que me había llegado a plantear dejar la
esgrima, pero eso hubiera significado perder contra mí misma
y, lo más importante, menos tiempo con él, y quería justo lo
contrario.
Cogí la chaqueta, y al abrir la puerta de la entrada, un
viento helado me dio un golpe de realidad. Fuera hacía un frío
de narices, estaba oscuro, no es que esperara que a las cinco
menos cuarto brillara el sol, sino que el invierno había llegado
casi sin avisar, con un desplome general de las temperaturas y
una ola de frío polar que nos había enterrado en nieve desde
hacía tres semanas.
Así era Rusia, inesperada y helada, igual que el hombre
que me llevaba tres zancadas de ventaja y abría paso para que
pudiéramos caminar.
Menos mal que solo debíamos cruzar la calle y que su culo
eran las mejores vistas con las que me hubiera deleitado jamás.
3
¿Está en peligro?
Irisha
Agarré su rostro y la besé con apetito.
Adoraba su boca y hacerlo a todas horas, sobre todo,
después de haber intimado, porque su lengua sabía a sexo y a
futuro.
—¿Te he dicho alguna vez lo guapa que te pones cuando te
corres? —pregunté, tirando de su labio inferior. Ella me
observó con la mirada empañada y la respiración agitada por
el fragor del encuentro.
—Eso es porque me siento feliz contigo —suspiró con los
ojos verdes tan brillantes que me apeteció volver a amarla.
—Yo también soy feliz, Tati, nunca imaginé que podría
serlo tanto —suspiré, paseando los dedos por su piel desnuda.
Estaba tumbada de costado mientras ella lo hacía boca
arriba, observó un punto imaginario del techo y se quedó allí
suspendida.
—¿En qué piensas? —pregunté, paseando las yemas de los
dedos por un cuerpo que me sabía de memoria, las llevé hacia
su pezón fruncido para trazar círculos.
Ella puso su mano sobre la mía para detener el
movimiento. Su respiración se había entrecortado, no había
tenido bastante de Tatiana, todavía no, y mi chica lo sabía.
—En tu hermana y esa chica que ha muerto, la de las
clases de esgrima, hay algo que no me encaja. —Entonces sí
que detuve el movimiento y la contemplé con fijeza.
—¿Piensas que no fue fortuito?
—Te recuerdo que, en lo que llevamos de año, diecisiete
oligarcas rusos han muerto en condiciones un tanto peculiares
—suspiró—. El padre de Aliona es un hombre muy influyente,
me he permitido el lujo de investigarlo un poco. Disculpa si no
te lo he dicho antes, no quería preocuparte sin necesidad; pero
mi olfato dice que las circunstancias de la muerte de su hija
eran tan extrañas como la de Leonidi Shulman o Alexander
Subbotin.
Pensé en los dos hombres que mencionaba. Al primero lo
hallaron muerto en el baño de su casa de campo, con una nota
de suicidio que su propia familia no reconoció como suya,
porque no se trataba de su letra. Y el segundo dijeron que
acudía a un chamán para que le curara la resaca con veneno de
sapo. ¿Estamos locos? ¿Quién en su sano juicio se pasaba de
los chupitos de vodka a los mortales?
Lo único que sabía sobre Aliona Gólubeva fue lo que nos
contó mi hermana cuando Gavrael Kovalev me llamó el día de
la muerte de la chica para que fuera a buscar a Sarka al
instituto, ya que él debía prestar declaración y no podía
encargarse.
Me traje tanto a mi hermana como a Varenka a casa, y le
dije al profesor que no se preocupara por ellas, que yo misma
las llevaría al día siguiente al instituto.
Las chicas, quienes estaban presas de los nervios ante el
impacto de encontrar a su compañera de clase fallecida en la
nieve, nos contaron que tenía un futuro prometedor como
tiradora, que todo apuntaba a que participaría en las próximas
olimpiadas y que no comprendían cómo pudo cometer aquella
tontería, si era cierto, como apuntaban los rumores, que había
bebido en la fiesta y discutido con su novio.
Todas hemos tenido diecisiete y sabemos que las hormonas
pueden pasarte factura y hacer que cometas errores que te
pueden salir muy caros, en el caso de Aliona, lo pagó con su
vida, pero ¿y si lo que decía Tatiana era cierto? ¿Y si había
algo mucho más turbio detrás de su muerte?
Mi pensamiento voló hacia mi hermana y a la advertencia
que me lanzó mi madre, motivo por el cual llevaba un año
viviendo con Tati en nuestra casa familiar.
—¿Piensas que Sarka puede estar en peligro? —pregunté
algo alarmada.
No quería sonar así, todo parecía estar en orden, Sarka
sacaba buenas notas, parecía estar bien en casa de Kovalev y
todo apuntaba a que la alarma de mi madre estaba más
infundada que otra cosa, aunque permanecía muy atenta a
cualquier movimiento.
Había aprovechado el tiempo intentando dar con mi padre
sin obtener resultados, la tierra parecía habérselo tragado, y
Tatiana me pedía paciencia. Si un espía no quería ser
encontrado, simplemente desaparecía.
Lo que me preocupaba era que no me llegó ninguna noticia
sobre su estado tras la última vez que nos vimos. Le pedí a
Tatiana que me echara una mano con eso, pero parecía
atascada. ¿Y si había muerto? ¿Y si lo habían descubierto y lo
tenían retenido en algún lugar sometiéndolo a torturas? El no
saber era lo peor, sentía la necesidad de dar con él y
asegurarme de que estaba bien, además, quería recuperar la
relación que nos arrebataron, me dio la impresión de que él
también lo deseaba, aunque quizá no le pasaba lo mismo.
En mi mundo, estar tranquila solía ser una quimera, la
calma precedía a la tormenta, y si mi hermana pequeña podía
correr algún peligro, me ponía en alerta.
—Diría que no —prosiguió Tatiana, buscando sosegarme
—, pero no pondría la mano en el fuego hasta no saber más
sobre el asunto. Si te parece, nos damos una ducha y me pongo
con la investigación, una cría de diecisiete puede ser una cajita
de sorpresas.
—Vale, pero quiero ayudarte.
—¿Con la investigación? —Arqueó una de sus perfectas
cejas negras.
—Y con la ducha, ya sabes que me encantan las limpiezas
profundas y frotarte donde tú no llegas… —mascullé,
tanteando entre sus piernas para penetrarla con los dedos.
La humedad seguía allí, recordando el anhelo que nos
recorrió hacía solo unos minutos.
—Haces conmigo lo que quieres, milaya[1] —jadeó con las
pupilas dilatadas, fruto de la pasión.
—Lo que ahora quiero es empaparte bajo el agua —sugerí,
ronca, rozando su punto G para dejarla con ganas de más—, y
después iremos a por esa información.
4
Suicidio
SARKA
Me abroché la chaquetilla, y cogí la máscara y el florete
para salir del vestuario.
Dasha y Laika, las dos integrantes de la tríada, me miraron
de soslayo.
—¿Has descansado bien, capitana? —preguntó la primera
con retintín—. Se te ve ojerosa.
—Eso no son ojeras, son sueños de futuro acumulados,
seguro que tú no tienes ninguno y por eso tienes que
maquillártelos —respondió V, alzando la nariz.
—No seas necia, todo el mundo sabe que el secreto para
tener una buena piel es descansar lo suficiente, y yo me
preocupo por el bienestar de nuestra nueva líder. ¿Vas a
juzgarme por eso, Kovaleva?
—Si tu preocupación fuera sincera, no me metería, pero
huelo la falsedad desde aquí —comentó, dando un paso hacia
ellas.
—Olvídalo —mascullé solo para mi amiga, frenando su
avance.
Todavía no estaba despejada, y lo que menos necesitaba
era un enfrentamiento a dos minutos de tener que estar en el
gimnasio; llegar tarde y hacer esperar al maestro era un precio
demasiado alto.
—¿La defiendes porque es tu amiga aunque no tenga la
razón? —cuestionó Laika, haciendo un bucle en su cola—.
Aliona sabía que debía posicionarse junto a sus compañeras de
equipo, que somos nosotras. Por si se te ha olvidado, Varenka
es la suplente, así que nos debes lealtad a nosotras.
Se señaló a ella misma y a Dasha, lo que me hizo poner
cara de hastío.
—Lealtad, curiosa palabra has elegido —entré al trapo—,
juraría que el viernes te vi intentando consolar a Lev, seguro
que a Aliona le hubiera encantado que volcaras tantas
atenciones en su ex, aunque no sé, quizá no le hiciese tanta
gracia ver a su mejor amiga tan «ardiente» —recalqué la
palabra y la miré con desafío.
Ella apretó los puños. Laika Andreeva era hija del primer
ministro ruso. Cuando mi padre vivía, y yo estaba en primaria,
vino una vez a comer a casa, suceso que no se volvió a repetir
nunca.
Siempre fue insoportable. Mucho, muchísimo. Y se ganó
mi odio más profundo y visceral.
Habían venido a casa porque mi padre tenía que hablar de
negocios con el señor Andreev, mi madre ejerció de anfitriona
y le mostró la casa a su mujer, mientras que a mí me tocaba
cargar con la niña porque éramos de la misma edad.
En cuanto nos quedamos a solas en el cuarto, supe que
algo iba mal, lo miraba todo arrugando la nariz y no dejaba
de soltar comentarios despectivos, hasta que me tocó tanto la
moral que decidí que la cosa no iba a quedarse así.
¿Has visto a Miércoles cuando mete una bolsa de pirañas
en la piscina? Lo mío fue más sutil.
Fui hasta la despensa y tomé prestado, a hurtadillas, uno
de esos chiles picantes que le trajeron a mi padre de México.
No fue difícil escuchar a la cocinera decirle a la chica del
servicio cuales eran los platos de las niñas. Ante el primer
despiste, camuflé en el interior de una pieza de pasta mi
regalo. Yo siempre comía del mismo, pues mi madre encargó
una vajilla especial que llevaba grabado el nombre de cada
miembro de la familia en oro. En el caso de los invitados, eran
distintas florituras las que escogió. Todo estaba pensado por
un motivo muy simple; en Rusia, desconfía si te ponen para
comer un plato marcado, esa puede llegar a ser tu última
comida. De hecho, Putin tenía su propio catador de comida.
Cuando mi padre vio qué nos llamaba la curiosidad, nos
advirtió a mis hermanos y a mí que no podíamos tocarlo,
porque si lo ingeríamos, sería como comerse un dragón, y que
si nos limitábamos a manipularlo y después nos tocábamos los
ojos, se nos podían caer rodando.
A mí no me apetecía perderlos, todo el mundo decía que
los tenía muy bonitos, pero quería ver a aquella niña
malcriada escupir bolas de fuego, no en vano, tenía nombre de
perra.
Laika engulló la sopa como si no hubiera un mañana, no
debía haber probado algo tan bueno porque daba miedo
mirarla, hasta que dio con la pieza sorpresa y dejó caer la
cuchara en el plato en cuanto tragó. El golpe hizo que todos
giraran la cabeza hacia ella cuando comenzó a ponerse roja y
a no respirar.
Nadie sabía lo que le ocurría, salvo yo, que seguía
comiendo con total tranquilidad. Sorbos pequeños y sin ruido,
como me había enseñado mi madre.
La suya se puso a gritar, la mía, también. El primer
ministro se levantó precipitando la silla al suelo para agarrar
a su hija en volandas y realizarle esa maniobra que sirve
cuando te atragantas, el problema estaba en que su mal era
otro.
Miré de soslayo a mis hermanas. Nikita paseaba sus ojos
analíticos de mí a la perra, e Irisha parecía alucinada por el
modo en que a la cría le estaba creciendo la cabeza.
—Te apuesto once mil rublos que le estalla como un globo
—escuché que le decía por lo bajo a Nikita.
—¡Calla! —la increpó mi hermana mayor.
¿Tenía que preocuparme? Otra, en mi lugar, estaría
llorando por el malestar de la niña, incluso aterrorizada por
si le llegaba a pasar lo mismo.
Me obligué a frenar el ritmo de la cuchara y observarla sin
un ápice de empatía o culpabilidad.
—Sarka, ¿tú sabes qué le pasa?, ¿qué estaba comiendo?
—inquirió mi madre al ver que la niña no echaba nada por la
boca y la cosa empeoraba.
—Sopa —me limité a contestar, encogiéndome de hombros.
—¿Es alérgica a algo? —Mi padre también se había
levantado y el señor Andreev lo observaba con desconfianza.
—¡Me la llevo al hospital! —exclamó sin querer perder un
minuto más—. ¡Nos vamos!
Intenté controlar la sonrisilla que tensaba las comisuras de
mis labios hacia arriba volviéndome a llenar la boca de sopa.
Si no quería chile, que no se hubiera dedicado a ser tan
picajosa. Se metió con mi ropa, mis juguetes y el colofón final
fue decir que su santísima madre le había advertido que no se
acercara mucho a nosotras, no se le fuera a pegar lo ardientes
que éramos las Koroleva, que de tal palo, tal astilla.
«Ardiente», no tenía muy claro a qué se refería con aquel
término, pero viendo la cara que ponía y el tono de desprecio,
no debía ser nada bueno. En cuanto fue al baño, busqué el
término mujer ardiente y el buscador fue bastante
esclarecedor.
La necesidad de venganza se prendió en mí como una
antorcha.
¿Ardiente? Ya lo creo, iba a arder y a aprender que era
mejor no meterse con una Koroleva si no quería salir en
llamas.
Mi padre siempre decía que cada cual tenía lo que
merecía, y esa niña merecía ahogarse en su propia sopa.
La puerta del vestuario se abrió y rebotó sin previo aviso.
No me hacía falta saber quién había al otro lado ni que
pusiera un pie en el interior para que todas corriéramos hacia
fuera en estampida.
Gavrael Kovalev, enfundado íntegramente en negro, como
vestía un maestro de esgrima, nos aguardaba ceñudo mirando
el reloj.
Solo le hicieron falta una frase y unas palabras para que
nos echáramos a temblar.
—Ya que parece divertirles hacerme esperar… —Hizo una
pausa y nos miró a las cuatro sin un ápice de humor—.
Suicidio.
5
¿Le jodemos el hueso?
SARKA
SARKA
—Definitivamente, tu padre me odia —farfullé,
derrotada, cayendo como un saco en la cama de mi amiga, y es
que su habitación quedaba antes que la mía, y necesitaba con
urgencia desplomarme en alguna parte.
Varenka rio y se quitó los AirPods. Debía tenerlos a un
volumen bajo porque se estaba riendo.
—No te odia, aunque lo parezca, solo quiere convertirte en
una campeona.
Un sonido ininteligible escapó de mis labios, porque
cuando creía que mi tortura de las dos horas extras de físico
habían concluido, me topé con que «el maestro» —léase con
mala hostia— me dijo que yo todavía no había terminado.
Lev acababa de acercarse a mí para preguntarme si tenía
planes.
La nuez del capitán subió y bajó abrupta al oír el tono
cortante de Kovalev.
—¿Cómo? —le pregunté a mi entrenador sin comprender.
—¿Pensabas que con cinco horas de físico te bastaba? —
El labio me tembló. Una mezcla de ira y estupor me recorrió
las entrañas. No quise mirar a mis compañeras de equipo, que
seguro se estaban regodeando en mi desgracia—. Los demás,
¡a la ducha! —bramó.
Nadie osó contradecirlo, los alumnos volaron al vestuario,
incluso su hija, que esa vez tuvo la cautela de no añadir nada.
Su mirada autoritaria se clavó en la mía.
—¿Algo que objetar, Koroleva? —cuestionó.
Sabía que él me llamaba por mi apellido como si se tratara
de un desafío, y lo único que causaba en mí era un
estremecimiento interior que me encendía. Me sentía muy
orgullosa de quien era.
—No, maestro.
—Pues coge el guante y el florete, te quiero delante del
plastrón ahora mismo.
Obedecí pensando en que, aunque estuviera físicamente
exhausta, quizá, estar a solas con él no era tan mala idea
después de todo.
El plastrón era un cuadrado suspendido en la pared, con
círculos concéntricos ubicados en él. Su funcionalidad era
emular a un oponente con el que practicar técnica, tocados o
asaltos.
Gavrael me tuvo la hora entera frente a él, apenas podía
sostener el peso del florete de lo hecha polvo que estaba. No
había una maldita parte de mi cuerpo que no aullara de dolor.
El sudor se acumulaba bajo mi ropa, tenía la sensación de que
iba a desfallecer de un momento a otro y, aunque Kovalev no
tuvo ni una maldita palabra de aliento para mí, no cejé en mi
empeño de demostrarle que era buena.
—Parece que vayas a partir el florete en dos en lugar de
ser una extensión de tu brazo; si la empuñadura fuera un
pájaro, ya lo habrías ahogado. —«Y si fuera tu polla, también
te la habría partido en dos», gruñí para mis adentros.
Menos mal que los pensamientos no podían leerse, o
todavía estaría más jodida, y no de una forma agradable.
Varenka se fue a casa en cuanto terminó de asearse, y
nosotros seguimos hasta que transcurrieron sesenta y dos
minutos y quince segundos de reloj. No porque el maestro
hubiera puesto fin al entreno, sino porque el conserje nos
interrumpió para decirnos que la mujer de la limpieza tenía
que encargarse del gimnasio.
Si pensaba que estar a solas con él iba a implicar obtener
alguna miradita obscena o una frase por la que suspirar,
estaba equivocada, ni siquiera había querido tener una clase
de mano conmigo; cuando se lo sugerí, me miró ofendido y me
dijo que no estaba preparada.
Odiaba esa soberbia que se alzaba como un muro
infranqueable frente a mí.
—Antes de que vayas a ducharte, quiero decirte una cosa.
—Me sequé la gota de sudor que amenazaba con caerme en el
ojo. Mi corazón aleteó pensando que ahora venía la
felicitación a mi esfuerzo. ¡Qué equivocada estaba!—. La
esgrima no es solo un deporte, es una forma de ser y de estar;
si no estás en ese punto, abandona el equipo antes de que lo
hundas.
—¿C-cómo? —tartamudeé incrédula.
—Estás dispersa. Comprendo que tienes diecisiete años y
que los chicos llaman a tu puerta —cabeceó hacia el lugar en
el que antes el capitán me había preguntado si tenía planes—,
pero no es momento de distraerse si queremos ir a por el
campeonato de San Petersburgo. Necesito saber que cuento
contigo; si no es así, si, por el contrario, lo único que te
importa es entrar en riñas con las que deberían ser tu soporte,
tendrías que replanteártelo.
Arrojé un bufido.
—Llevo aquí seis horas, no me he quejado ni una sola vez.
Lo he dado todo… —me tembló la voz por la rabia
acumulada.
—¿Y qué esperas?, ¿una palmadita en la espalda? —
Apreté los dientes.
—Yo no pedí ser la capitana. —Él chasqueó la lengua.
—No creo que Aliona pidiera morir. —Aquella frase me
hizo recular de inmediato.
—Sabe a lo que me refiero… ¡Hago lo que puedo!
—No es suficiente. Necesito más, Sarka.
«Yo también», pensé, aunque no en el plano al que él se
refería. Cada vez sentía más cosas, con una potencia que
llegaba a asustarme, sí que estaba algo distraída, aunque él se
equivocaba de lleno si pensaba que mis miras estaban puestas
en Lev.
Sus facciones estaban grabadas a fuego en mi mente. Sería
capaz de tallarlas de memoria con la punta de una espada.
Desde las espesas cejas, la frente ancha, la mandíbula
cuadrada, el puente recto de su nariz o los gruesos labios que
ocultaban una sonrisa que jamás brillaba.
¿Sería su amargura fruto de la pérdida de su mujer?
Ojalá yo pudiera hacerlo reír.
Me encantaba con cualquier ropa que vistiera, con esa
camisa blanca que resaltaba el tono tostado de su piel y la
blancura de sus dientes parejos. Con el peto de entrenamiento
y los pantalones de deporte envolviendo sus perfectas nalgas,
o en toalla.
Una vez, se dejó la puerta del baño de arriba entreabierta
y aluciné al verlo de espaldas con aquella pequeña pieza de
rizo en su cintura. Era todo piel bronceada y físico esculpido,
además, contaba con un tatuaje que no pude ver bien porque
temía que se diera la vuelta y me cazara.
—Vete a la ducha. —En su orden había un deje de
resignación—. Te esperaré fuera.
Volvimos en silencio, lo único que me dijo antes de entrar
era que me pensara bien si quería el puesto o prefería
renunciar, que le diera una respuesta al día siguiente.
No me sentía con fuerzas, seguro que habría dicho una
estupidez, por lo que asentí en silencio y me limité a
arrastrarme escaleras arriba hasta la habitación de mi amiga.
—Igual no tengo madera de campeona… —respondí a
Varenka.
—¿Estás despierta? Por un segundo, creí que te habías
quedado dormida con los ojos abiertos. Como no respondías,
te parecías a la novia de Chucky.
—Muy graciosa —fui a moverme, pero no pude.
—¿Vas a rendirte tan rápido? ¿Le vas a dar el placer a la
zorrupía de cederle tu trono en bandeja? Eres una Koroleva, y
las mujeres de tu familia no se rinden con facilidad. ¿Es o no
es?
—Es —bufé, a sabiendas de que si lo dejaba, me iba a
arrepentir cinco minutos después.
Unos golpes en la puerta me hicieron levantar un poco la
cabeza. Gavrael arrojó su mirada silenciosa sobre nosotras.
—Tómate una de estas, la vas a necesitar si mañana
quieres moverte.
Tiró una caja de pastillas que Varenka atrapó al vuelo.
—Gracias, papá.
—No lo voy a dejar —carraspeé sin apartar la mirada de la
suya, aguardando que me llevara la contraria.
—Muy bien. Cenamos en media hora, no me hagáis
esperar.
«¿Muy bien? ¿Cómo que muy bien?», tuve ganas de
reprocharle. Esperaba que insistiera un poco en mi falta de
aptitud como capitana.
—¿Qué hay de cena? —se interesó V.
—Ujá A La Arjánguelsk.
Mi amiga hizo rodar los ojos.
—Ya sabes que odio el pescado.
—Y tú que es una proteína limpia y que Sarka necesita
recomponer masa muscular después de la paliza que se ha
dado, deberías apoyarla un poco más si te consideras su amiga.
Era lo más bonito que le había oído decir en todo el día,
incluso noté que mi pecho se anudaba al entender que la había
preparado para mí.
—Pero ¡si la culpa es tuya por sobreexplotarla!
—Media hora —culminó, golpeando la madera con los
nudillos y cerrando para volver a dejarnos solas.
Una sonrisa estúpida se instaló en mi cara. ¡Qué guapo
estaba con esa sudadera gris! Se había duchado, tenía el pelo
húmedo y vestía de sport.
—¿Y a ti qué te pasa ahora? Creía que tampoco te gustaba
esa horrible sopa.
«Y no me gusta —tuve ganas de decir—. El que me gusta
es tu padre». Pero me ahorré la respuesta que hubiera dado pie
a una charla difícil de mantener.
—Por cierto, Yerik nos ha invitado a una fiesta.
—¿Yerik? —Era el mejor amigo de Lev. A los chicos del
equipo de esgrima los apodábamos los mosqueteros. A los dos
anteriores se les sumaba Pavel y Lenin, este último era el
reserva—. ¿Cuándo ha pasado eso?
—Me acompañó a casa, creo que le gusto…
—¿Lo dejaste entrar? —cuestioné desorbitada.
—¡Jamás se me ocurriría! —Sus ojos chispearon—. No en
la primera cita.
—¡¿Cita?!
—¡Déjame soñar! Yerik es guapísimo, casi tanto como
Lev. Y hablando del capitán, ¿has pensado en lo que te dije
sobre él y robárselo a la perra espacial?
—Me duele demasiado todo como para pensar en chicos,
no me queda espacio.
—Pues abre la boca y traga —comentó, sacando una de las
pastillas para ofrecerme su vaso de agua—, a ver si así te
despejas. Vamos a quedar con ellos e iremos a esa fiesta.
—Tu padre no nos va a dejar —gruñí, tragando la pastilla.
—Eso está por ver… Tengo un plan.
7
Korolevskaya Kobra
KK
SARKA
Por un segundo, pensé que estaba soñando, que el beso en
mi frente, la caricia en el pelo y el perfume masculino
formaban parte de mi sueño.
Uno que partía de una pesadilla envuelta en entrenamiento
exhaustivo, un maestro demasiado atractivo y una ducha
donde mi lengua recorría un tatuaje que no lograba ver.
—No te vayas… —balbuceé sin ser consciente de que
alguien me miraba en la penumbra. Quise alargar los brazos,
pero dolía demasiado.
El colchón se hundió y me sentí mareada.
—Shhh, pequeña, no te muevas, tienes fiebre. Entré porque
te escuché desde el pasillo. —La voz masculina llegaba a mí
casi con afecto. ¿Habría gritado? Puede que lo hiciera, no sería
la primera vez que me despertaba por mi propia voz.
—Gavrael… —susurré, reconociéndolo.
Jamás se me había ocurrido usar su nombre de pila, jamás
me lo había pedido y mi madre me enseñó a respetar a mis
mayores, aunque fueran un pecado viviente y le tuviera
muchas ganas.
—Toma, levántate un poco y bebe. Necesitas hidratarte.
Me quejé al notar una mano grande, de dedos largos,
experta en agarrar floretes y libros; la misma que ahora me
envolvía el cuello con sumo cuidado pero con firmeza. Me
ayudaba a incorporarme un poco para acercarme un vaso a la
boca.
Tenía frío, calor, los labios secos y me sentía pegajosa.
Hasta beber me dolía.
Oí una imprecación al escuchar mi lamentable quejido.
—Estás empapada. —No esperaba que cuando fuera a
escuchar esa palabra de su boca, se refiriera a ella en sentido
literal—. Debes cambiarte.
—No-no puedo… Du-duele.
—Lo sé, tigrenok[2]. —Habría sonreído si no hubiera
tenido la sensación de que la fina piel de mi boca se me
agrietaría sin remedio.
Me recolocó en la cama y llevó los dedos a la cremallera
del mono que usaba para dormir.
Como me destapaba con frecuencia, siempre tenía alguno
para las noches más frías.
—Chert voz’mi![3]
Lo escuché quejarse en cuanto sus dedos bajaron la
cremallera y se dio cuenta de que dormía en tetas.
¿Qué esperaba? ¿Que hubiera un sujetador? No lo
necesitaba, y mucho menos para dormir. Para lo único que
solía utilizar aquella prenda era para practicar deporte o acudir
a clase, y si era para lo segundo, los usaba de algodón, tipo
camiseta, sin aros que se me clavaran en la piel. Por suerte, mi
genética pectoral era la misma que la de mi madre o mis
hermanas.
Tenía fiebre, no obstante, no la suficiente como para no
enterarme de que Gavrael Kovalev me estaba desnudando.
¡Desnudando!
¿Qué pensaría? ¿Le gustaría lo que estaba viendo?
¿Preferiría a las mujeres más morenas, como su difunta mujer,
y de curvas más sensuales?
Me forcé a abrir los ojos, mis párpados no querían
colaborar. Logré separarlos un poco, una rendija, lo suficiente
para verlo. Gemí. Esa vez no fue dolor, sino del impacto de
encontrarlo con el pelo húmedo sobre la frente ancha y verlo
enfundado en un pijama de esos compuestos por una camisa
de raso azul marino. Tenía los dos primeros botones
desabrochados. Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras
intentaba que mi mono bajara de los hombros.
Lo sentía tan cerca que casi podía hundir la lengua en ese
agujero que se formaba entre las clavículas. Quería saborearlo,
notar cómo la barba empezaba a aflorar en su barbilla y que la
paseara por mis pezones.
Los noté duros cuando su aliento descendió por mi piel
junto a la prenda. Fue un cambio de temperatura sutil, y no por
ello poco intenso. Aquella brisa procedente de sus pulmones
había llegado a zonas en las que nadie me había tocado nunca.
El mono llegó a mis tobillos y me lo quitó. Lo escuché
trajinar por el cuarto, abrir cajones, el armario. Un escalofrío
recorrió mi columna. ¿Habría dado con mi succionador?
Tampoco es que lo tuviera demasiado oculto, bastaba con que
hubiera apartado mis bragas para dar con él.
Su hija y yo decidimos comprarnos uno por internet
después de escuchar a una chica de TikTok describirlo como el
mejor amante sin necesidad de penetración. Ideal para
vírgenes curiosas, justo como nosotras…
Los pedí a mi nombre, por lo que cuando llegaron, le dije a
Gavrael que era un regalo de mi madre.
Suky, como llamaba a mi fiel y complaciente juguete,
había sido mi válvula de escape, el compañero que me alivió
en esos meses de agonía extrema.
Si encontró a Suky, no dio muestras de ello…
—Vale, ya está —admitió, trayendo consigo otro de mis
pijamas.
—¿No me quitas las bragas? —pregunté con la boca llena
de aridez y demasiado calor entre los muslos. Un gruñido
hosco escapó de su boca. Puede que me hubiera pasado de la
raya.
—No lo necesitas.
—También están mojadas… —logré informar, lamiéndome
los labios.
No estaba en condiciones de mantener mi primera relación
sexual, eso lo tenía claro, pero no sabía cuándo volvería a
repetirse una situación en la que tuviera la posibilidad de
tentarlo lo suficiente como para que me grabara a fuego en él.
Igual que me ocurría a mí. Quería ofrecerle un recuerdo
imborrable, que lo hiciera sudar y me coronara protagonista de
sus poluciones nocturnas.
—¿Te has hecho pis? —preguntó, intentando comprender
mi insistencia por deshacerme de la prenda.
—¡No! —exclamé. Si hubiera tenido vergüenza, me habría
sonrojado.
—Entonces, no te las cambio —sentenció.
—Oh.
Hice un puchero o, por lo menos, un amago de él. Mi
movilidad facial era casi tan desesperante como la corporal.
En un visto y no visto, tenía los pantalones en la cintura, la
parte superior fue más peliaguda. Debió arremangarse porque
noté el vello de su antebrazo en mi abdomen y gemí.
—No me hagas esto —farfulló muy bajito.
—¿Qué?
—Necesito que colabores un poco, Sarka, vestirte se está
convirtiendo en un maldito infierno.
—¿Tienes calor? —Su expresión era tan tensa como
borrosa.
—Lo que tengo es un cabreo de tres pares de cojones por
verte así por mi culpa.
Aquel comentario casi me hizo sonreír.
—Me gusta cuando insultas, incluso pareces de este mundo
y no tan perfecto.
—Yo no soy perfecto —gruñó—. Solo espero que la fiebre
borre tu recuerdo de todo esto.
—A fuego en mi memoria —bisbisé cuando pasó mi
cabeza por la sudadera del pijama y me rozó un pezón con el
codo. Lo tenía tan cerca, y yo sin poder levantar los brazos
para apretarlo contra mi boca.
Mi estado de embriaguez febril me volvía un tanto osada.
Emití un sonido de frustración, seguido de otro de dolor
cuando metió mi mano derecha por la primera manga.
—Perdona, lo hago lo mejor que puedo —se excusó.
—¿Me odias? —cuestioné interrogante.
—¡No! ¿De dónde has sacado esa estupidez?
—Hoy lo parecía.
—Es solo que me preocupas…, y que a veces no mido la
importancia de mis actos. No actué bien, Sarka, te llevé al
límite, no estabas preparada para un entrenamiento tan
exhaustivo, la fiebre y el fallo muscular lo demuestran, te he
sobreentrenado. —«Lo que me has es sobreexcitado», pensé
perdida en su aroma—. Y no ha estado bien. Un buen maestro
debe saber dónde está el límite. Quizá fue una locura lo del
sorteo y tendría que haberle dado el puesto a…
—No… El puesto es mío. —Mi mano izquierda entró por
la otra manga. Y la tela cubrió mi torso.
—Es tuyo, pero…
—No hay peros, voy a remontar… —Bufó.
—Eres una obstinada, siempre lo fuiste, igual que cuando
te presté el libro de los enigmas. —Casi pude imaginarlo
sonreír.
—Me gustaba mucho ese libro… Podía pasar horas frente
a él.
—No paraste hasta que los resolviste todos, eres testaruda,
lista y tenaz. —Aquellas alabanzas eran música para mis oídos
—. Voy a buscar algo para bajarte la temperatura.
—No te vayas…
—Ahora vuelvo, ¿quieres que llame a tu hermana?
—No, solo necesito descansar, tu compañía y un
antitérmico —fue lo último que dije antes de escucharlo
abandonar la habitación.
9
Visitas inesperadas
SARKA
Me desperté mucho más descansada que de costumbre,
aunque con las pestañas temblándome al tener que despegarse
por la claridad.
¿Claridad? ¿Qué demonios?
La luz se filtraba por la ventana y eso era imposible a las
cuatro y media de la mañana.
¿Qué hora era?
Fui a moverme y un quejido rasposo brotó de mi garganta.
Las agujetas eran así de cabronas. Si el cuerpo te dolía el
mismo día que hacías deporte, ya sabías que se trataba de una
simple advertencia en plan: «Si te duele ahora, mañana y
pasado lo vas a flipar».
Tenía que levantarme, necesitaba demostrarle a Kovalev
que estaba a la altura de mi puesto de capitana. Me importaba
un cuerno si mis extremidades gritaban por el simple hecho de
descorrer la manta.
Escuché un ruido, seguro que mi amiga ya estaba
levantada. A ella nunca se le pegaban las sábanas.
—¿Varenka? —cuestioné todavía desorientada en un tono
alto para que pudiera oírme.
Alargué el brazo para hacerme con el móvil y ver qué hora
era. Cuando logré alcanzarlo con gran esfuerzo, la puerta de
mi habitación se abrió abruptamente.
—¡Hola, Sar!
De todas las personas de Rusia a quien menos esperaba
encontrar en la habitación era a mi hermana.
—¿Irisha?
¿Estaba soñando? ¿Era eso? Otra explicación no tenía. La
luz me seguía descolocando, parecía ser una hora avanzada de
la mañana y eso era imposible. Mi mejor amiga me habría
despertado para que su padre no me arrojara a los perros por
desoír la alarma y seguir durmiendo.
—¡¿Cómo te encuentras?! ¿Te ha vuelto a subir la fiebre?
—preguntó Irisha, apalancando su trasero en mi cama para
palparme la frente—. No, no lo parece.
—Tú… ¿Estás aquí de verdad?
—Pues claro, he venido a cuidarte.
—¿Cuidarme?
—Sí, esta mañana, el señor Kovalev me llamó, me dijo que
tenía que dar clase y que tú estabas enferma, así que aquí
estoy…
—Eso es imposible —entré en pánico—. ¿Se han ido a
entrenar sin mí? Pero ¿qué hora es?
—Las once.
—¡Las once! —rugí, buscando el modo de levantarme sin
rodar por la cama y terminar sin nariz al impactar contra el
suelo.
Incorporarme fue la hostia de doloroso, pero lo fue más
cuando Irisha me empujó contra el colchón para retenerme.
¡Con lo que me había costado!
—¡¿Qué haces?! —ladré.
—Tú no te mueves de aquí, el señor Kovalev me advirtió
de que esto podía ocurrir y me dijo que te comentara de su
parte que una capitana debe saber acatar órdenes, obedecer a
su maestro y actuar en consecuencia. Su mandato es claro. —
Irisha carraspeó e intentó poner voz de hombre—: Hoy no vas
a moverte de la cama, jovencita —emitió una risa tonta, y yo
torcí el gesto.
—No entiendes nada, no puedo faltar, es importante que…
—¡No! —Su voz se volvió seria, y yo resoplé agobiada—.
Voy a prepararte un zumo lleno de vitaminas, una tostada y te
subiré la pastilla que me dio tu profe para que te tomaras, solo
vas a moverte para masticar o tragar, para nada más.
—Tengo pis, ¿sugieres que me mee encima o vas a traerme
un cazo a modo de orinal?
—No tengo órdenes de que no puedas ir al baño, así que
intuyo que tienes permiso. —Lo decía con humor en el tono
—. ¿Te ayudo?
—Creo que podré acertar sola.
—Me refería a levantarte de la cama, tonta… Tu profe me
comentó que ibas a estar muy dolorida por el entrenamiento de
ayer, que te sobreentrenó. Sé lo que es eso, yo también sufrí
alguno cuando iba al gym, ahora no lo necesito, tengo
entrenadora personal en casa. —No quise plantearme a qué
tipo de deporte se refería—. Conmigo no has de ir de dura, soy
tu hermana y sé lo que duele.
Irisha estaba siendo conciliadora y no tenía por qué pagar
los platos rotos cuando el origen de mis males era el mismo
que me impedía salir de casa.
—Vale, pero solo necesito apoyarme un poco en ti para
ponerme en pie y no caerme de boca, hasta que los músculos
se me calienten y logre caminar con normalidad.
Irisha se colocó de tal forma que apoyé uno de mis brazos
en sus hombros y ella me agarró de la cintura. La vi arrugar la
nariz. Estaba pegajosa y seguro que apestaba.
—En cuanto te traiga la bandeja, iré a llenarte la bañera de
agua caliente y mucha espuma, necesitas un bañito relajante,
después del desayuno, para aliviar tus músculos.
—¿Es tu manera de decirme que huelo a vertedero?
—Has tenido días mejores, digamos que si fueras mi
coche, hoy tendrías que pasar sí o sí por un lavado extra que
incluyera pulido y encerado.
Me gustaba que mi hermana no tratara de suavizar la
realidad.
—Lo malo será meterme en la bañera, ¿has traído una
grúa?
—Podremos entre las dos. Vacía la vejiga, y yo te subo la
comida.
Conseguimos ponerme en pie y dar dos pasos sin caer.
Cuando nuestros caminos se separaron, me fui apoyando en la
pared del pasillo hasta entrar en el baño.
Miré el retrete en plan desafío, nunca me iba a costar tanto
dar en el blanco. Fui a echar mano de la cremallera y me di
cuenta de que no estaba. Miré hacia abajo y vi que llevaba otro
pijama distinto a con el que me había acostado, hasta el
momento no había caído en ello, puede que porque eran de un
color similar, o porque estaba con la atención en otra parte.
Las imágenes de la noche anterior acudieron a mi mente en
tropel.
Mi malestar, yo sudando en la cama y Gavrael entrando en
el cuarto para preocuparse por mí.
¡Joder! No fue un sueño, ¡pasó de verdad!
Una sonrisa pilla coronó mis labios al recordar que se vio
obligado a desnudarme, que lo llamé por su nombre y no me
corrigió; que lo oí lanzar palabrotas y, lo mejor de todo, yo sin
pudor pidiéndole una bajada de bragas. Una carcajada sonora
escapó de mi boca y me recordó por qué no podía sufrir un
ataque de risa con los músculos hechos papilla.
Ojalá recordara con claridad su expresión, ¿le habría
disgustado mi invitación? Esa parte la tenía difusa. No
recordaba nada más allá.
Una vez aliviada y con ciertos problemas técnicos para el
vaciado, que solucioné con papel, deshice el camino recorrido
para regresar al cuarto, lo que no esperaba era encontrarme allí
a Lev, en mitad de la estancia, charlando amigablemente con
Irisha.
En cuanto oyeron mis pasos, los dos intrusos se giraron.
—Sar, un amiguito tuyo ha venido a ver cómo te
encuentras. —¿Amiguito? ¿Qué pasaba, me habían dado una
poción y había vuelto a los seis años o qué?
La sonrisa canalla de mi hermana y el soniquete que había
usado me mostraron que lo había dicho así adrede.
El capitán estaba tan rematadamente guapo como siempre,
y yo parecía recién extraída de una planta de reciclaje.
¿Podía Danilov haber escogido un momento peor?
Seguía sudada, no me molesté en peinarme porque después
de desayunar iba directa a la bañera, caminaba como si a todas
mis bisagras les faltara aceite, y mi sudadera peludita con una
cabeza de reno en el estómago se me antojó una prenda
ridícula comparada con el aura arrolladora de Mr. Espléndido.
—Hola, Sarka.
—¡¿Qué haces aquí?! ¿No deberías estar en el instituto? —
gruñí nada amable. Tuve que sobresforzarme para alzar los
brazos y acomodar el matojo de enredos engurruñados en un
moño alto.
—¿Un chico guapo viene a verte y lo tratas así? —
masculló mi hermana, caminando en dirección hacia mí—,
¿qué diría nuestra madre? —Conociéndola, me dije para mis
adentros, seguro que le hacía ojitos al chaval y terminaba
como la señora Robinson, muy desnuda y muy follada—. Sé
amable, Sar, os voy a dar un poco de intimidad…
Hice rodar los ojos mientras ella me ofrecía una sonrisa
cómplice, deletreaba un «está tremendo» y cerraba la puerta
tras de sí.
—Perdona, pero me escabullí para ver cómo estabas, que
no vinieras hoy me preocupó, no pensaba que te incomodaría.
Siento si no te ha parecido bien mi visita… —comentó Lev
con una muestra de buena educación. Me había portado como
una capulla.
Él se había arriesgado mucho. Si te pillaban largándote del
instituto sin un motivo justificado, era expulsión garantizada.
El capitán se había tomado muchas molestias para venir, y yo
lo estaba tratando como el culo.
—Lo siento, no… no estoy acostumbrada a recibir visitas
cuando no me encuentro bien, eso es todo.
Me ofreció una sonrisa cómplice. Al volver a arrancar el
paso, se me dobló la rodilla. Mi cuerpo gritó «fallo muscular»,
pero ya era demasiado tarde para agarrarme a alguna parte
salvo al suelo.
No llegué. Unos brazos fuertes y flexibles me sostuvieron
para apretarme contra un cuerpo de lo más apetecible. Mi nariz
se enterró en su cuello y no tuve más opción que inspirar.
Olía muy bien, casi tanto como Gavrael, solo que el aroma
de Lev era juvenil y caro.
Ni yo me aparté ni él dio muestras de que quería que lo
hiciera, sus manos eran cálidas y sentía cierto calor en la parte
baja de mi espalda.
—Ca-casi me caigo —comenté, apoyando las manos en su
pecho para tomar un poco de distancia y poder enfrentarlo.
—Por suerte, estaba aquí para impedirlo —susurró un
poquito ronco—. ¿Se pasó mucho el maestro con el
entrenamiento de técnica? —Me encogí de hombros, y él me
dio el espacio que necesitaba.
—Ya sabes, nunca es suficiente cuando una es capitana y
no está preparada…
—¿Bromeas? Eres brillante. Solo te falta pulir ciertas
cosas, pero estoy convencido de que superarás con creces a
Aliona. Tienes todo lo que necesita una buena esgrimista, si el
maestro no lo ve, debería ir a que le revisaran la graduación de
las gafas.
Su observación me hizo sonreír. Parecía sincero. Los ojos
azul oscuro le brillaban al decirlo y, por primera vez, sentí
vergüenza por un cumplido. Las mejillas se me calentaron.
—No sé…
—Yo sí lo sé. Eres guapa, lista y una futura promesa de la
esgrima.
Sus dedos me acariciaron la mejilla con tiento. Mi corazón
dio un pequeño brinco, y mi estómago se contrajo un poco. No
del mismo modo que si Gavrael me tocara, pero no parecía
ajena al atractivo de Danilov.
Tampoco es que me hubiera preocupado en conocerlo, ni a
él ni a ningún otro del instituto, desde los trece, mi atención
estaba puesta en el hombre que me había cedido una
habitación en su casa.
Mi estómago protestó y ambos sonreímos.
—Que tengas hambre es una buena señal. Deja que te
ayude a llegar a la cama.
Me apoyé en él, su mano rodeó mi cintura y me planteé si
podía estar equivocada respecto a mi teoría de que la muerte
de Aliona tenía que ver de algún modo con su ex.
El colchón se hundió con suavidad, y Lev me acercó la
bandeja que mi hermana había prometido.
—Debes pensar que soy un maldito trol salido de la cueva
—me excusé. Mi aspecto y mi olor distaban mucho de ser
agradables.
—Pienso que eres lo suficientemente atractiva como para
seguir estando preciosa después de pasar una mala noche.
Mi estómago volvió a quejarse, esa vez no era hambre. Me
gustaba lo que oía, por lo que una sonrisita perfiló mi boca.
—Tengo que marcharme antes de que me caiga un castigo
que me impida verte mañana en clase. ¿Vendrás?
—Sí, solo ha sido un poco de fiebre, mañana estaré como
nueva.
—Me alegra oír eso. ¿Y a la fiesta? ¿Varenka te dijo lo de
la invitación? —Asentí—. Me encantaría que vinieras y
conocernos fuera del instituto. Entre los entrenamientos y las
clases, no tenemos mucho tiempo para hablar.
Dudé, aunque ahora no me pareció tan mala idea ir a una
fiesta en la que despejarme y conocerlo algo mejor.
—Si puedo, allí estaré con Varenka —le advertí para que le
quedara claro que no iría sola—. ¿Cuándo es?
—Te haré llegar la hora y la ubicación por WhatsApp. —
Sacó su móvil del pantalón trasero—. ¿Me das tu número?
—«Buena táctica para obtenerlo», le reconocí. Se lo ofrecí y,
al terminar de apuntarlo, me sonrió. Se acercó a mí, descendió
hasta mi cara para darme un beso bastante cerca de los labios y
susurró un «mejórate, preciosa» que empujó las comisuras de
mi boca. Se fue tras ofrecerme un pequeño guiño y un saludo
desde la puerta.
10
Olvídate
SARKA
Hacía rato que Lev se había ido. En cuanto hube
desayunado y tomado mi largo baño, bajé a la cocina, donde la
encontré leyendo el periódico.
En primera página había un titular impactante. Otra
oligarca rusa había sido hallada muerta en su apartamento por
un disparo en la cabeza, en esa ocasión, se trataba de Svetlana
Maganova, su padre le dejó en herencia una reputada empresa
dedicada a la explotación de gas.
Fui en busca del exprimidor y me preparé otro zumo. Me
había costado Dios y ayuda bajar las escaleras, pero si quería
recuperar movilidad, no podía quedarme postrada en una
cama.
—Cuéntamelo todo.
Irisha fijó la mirada en mí y apartó el diario.
—¿El qué?
—No te hagas la tonta. ¿Quién es ese chico y por qué tu
hermana mayor no conocía de su existencia?
Odiaba cuando Irisha se ponía suspicaz y sus comentarios
tenían dobles intenciones.
—Eres la mediana.
—Entre tú y yo soy la mayor —me interrumpió mientras
daba un trago largo al segundo zumo de la mañana.
—No es nadie importante.
—Pues, para no ser nadie, estaba muy bueno y te miraba
con una cara que…
—¡Basta! —la corté en seco, no quería que pensara lo que
no era.
—¿Te lo has tirado?
—¡No! —A veces era tan bruta.
—¿Tienes intención de tirártelo? ¿Necesitas condones? —
Ahora sí que puse los ojos en blanco.
—Si los necesitara, ¡habría ido a la farmacia! No me
interesan ni Lev ni ningún chico, ¿es que todavía no te has
dado cuenta?
—¿De qué? —Entonces, abrió mucho los ojos—. ¿No me
jodas que me estoy equivocando, que has salido a mí en eso y
la que te pone es tu amiga? —Casi escupí el contenido del
vaso en su cara al imaginar a Varenka conmigo haciendo
guarrerías en la cama—. Si es que debería haberlo
sospechado…
—¡No! —bufé—. No soy lesbiana.
—¿Entonces?
—Pues que no hay ningún chico de esos con el que me
apetezca perder… Ya sabes… —Me miró con mucha
intensidad—. ¿Qué?
—No fastidies. ¿Sigues siendo virgen? —Asentí con
suavidad y volví al zumo. Hablar sobre mi falta de actividad
sexual no era algo que fuera aireando—. ¡Si en nada cumples
los dieciocho! ¡Yo creía que estabas harta de follar!
—¿Por qué? ¿Hay algún límite de edad para perderla?
—No, pero a tu edad, las hormonas gritan sexo a la
mínima. Además, estaban todos los astros alineados. Es el
segundo curso que pasas aquí, sola, sin nadie que coarte tu
libertad en cuanto a los chicos… Lo más lógico hubiera sido
que se te fuera un poco la cabeza y hubieras experimentado sin
reservas, además, mamá pensaba…
¡¿Mi madre?! Un momento, ¿en qué punto había entrado
ella en esa ecuación?
—¿Mamá y tú habláis sobre mi virginidad? —Irisha se
encogió de hombros. Eso era ya lo máximo—. ¿Por eso te
mudaste aquí en enero? ¿Porque a mamá le atormentaba con
cuántos chicos me estaría acostando? No doy crédito. Ahora lo
entiendo… Pues ya le estás diciendo que se preocupe menos,
que en ese aspecto, la Virgen María y yo somos primas
hermanas. ¡Será posible!
—No se trata de eso —argumentó, mirándome de refilón
—. Bueno, puede que eso le preocupe un poco, aunque solo en
parte…
—¿En parte? ¿En qué parte? ¿En la que me la meten o en
la que me la sacan…?
—Te equivocas.
—Pues acláramelo en lugar de decirme cosas chorras.
—Nuestra madre estaba convencida de que si querías
volver a San Petersburgo con tanta urgencia era porque… —se
calló.
—¿Por qué? —insistí.
—Es una gilipollez.
—Pues quiero saberla, no puedes dejar una frase a la mitad
y esperar que me quede con la intriga, odio que me dejen a
medias.
—Yo también lo odio —resopló, sintiéndose vencida—. Te
lo cuento, pero no le digas nada, se supone que yo solo estaba
aquí para cerciorarme de que no ocurría.
—¿El qué? —Ya estaba atacada.
—Que te liaras con el señor Kovalev. Mamá estaba
convencida de que estabas enamorada de él.
La verdad fue tan aplastante y llegó como un accidente de
tráfico, sin avisar y con las mismas consecuencias. Me sentí
incapaz de camuflar la expresión de estupor que se reflejó en
mi cara. Un ligero temblor se adueñó de mi labio inferior y lo
hizo oscilar. ¿Cómo diantres sabía mi madre que me gustaba
Gavrael?
La recordé el mismo día que Andrey vino a buscarme para
llevarme al aeropuerto. Antes de que saliera por la puerta, me
miró con certeza y masculló: «Ten cuidado, Sarka, y recuerda
que las madres nos enteramos de todo, nos otorgan ese
privilegio cuando nos dan el título».
Seguía sin dar respuesta a la afirmación de Irisha, ella
chasqueó la lengua.
—Joder, Sar, lo siento… Sé que es una estupidez, que no
debí dar crédito a sus suposiciones, pero…
—¿Y si no fueran suposiciones? ¿Cuál sería la diferencia
entre acostarme con un chico de diecisiete a un hombre de
treinta y seis con la suficiente experiencia sexual para que mi
primera vez no se convirtiera en traumática? —En ese
instante, la que puso cara de estupor fue mi hermana.
—No fastidies. ¿Te quieres tirar a Kovalev?
Aguanté estoica la perplejidad con la que me premió. Al
fin y al cabo, si alguien era bueno en mi familia en cuanto a
relaciones imposibles y secretos bien guardados se trataba era
Irisha.
—¿Vas a juzgarme? ¿Tú? —Le lancé el guante a sabiendas
de que mi descaro le sería indiferente—. ¿Me dirás que podría
ser mi padre? ¿O alguna subnormalidad de ese tipo?
—No, eres lo suficientemente lista como para saberlo.
—También lo soy para determinar que podría follarme y
convertirse en la mejor experiencia de mi vida. ¿O piensas que
un niñato de diecisiete lo hará mejor que él? ¿Tú qué
preferirías para tu primera vez?
—Yo no soy la más adecuada para responder.
—Oh, venga ya, no me vengas con chorradas. Ambas
sabemos que mamá se ha acostado con hombres más viejos y
repulsivos que mi profesor. ¿Tú le has visto bien? Es
guapísimo, educado, atlético, inteligente y el mejor maestro de
esgrima que he visto nunca. Dudo que alguien como Kovalev
me hiciera pasar un mal rato. Tú misma has reconocido que
esta mañana te ha llamado preocupado por mi bienestar, ¿haría
lo mismo uno de mi edad?
—Lev ha venido a verte y tiene diecisiete —contraatacó.
—Sí, vale, te compro que Lev puede llegar a ser un buen
candidato para una primera vez, pero ¿qué anula a Gavrael? —
Irisha tenía algo en su mirada que me hacía pensar en que
ocultaba algo que yo no sabía—. Desembucha.
—Sarka…
—¡Que me lo cuentes!
—Es el padre de tu mejor amiga, ¿de verdad piensas que si
Varenka se enterara te daría una palmadita en la espalda y te
llamaría mamá? ¿O le jodería sobremanera que su mejor
amiga y su padre se liaran? —Fruncí el ceño.
—Yo no quiero ser la madre de mi amiga.
—¿Y qué quieres? ¿Follar? Porque si solo se trata de eso,
de que te ponen mayores, te puedo llevar a algún bar cuando
cumplas los dieciocho. ¿Sabes en el lío que lo podrías meter
por un puto capricho? Eres menor, su alumna, si el director se
enterara de un lío entre él y una estudiante, no volverían a
contratarlo. Sabes cómo son estas cosas, lo duros que son en
Rusia.
—El mes que viene cumplo los dieciocho —blandí a modo
de espada.
—Pero hasta junio no va a dejar de ser tu profesor, y nunca
dejará de ser el padre de tu mejor amiga. —Irisha suspiró con
fuerza y me tomó de las manos—. Entiendo que pueda
resultarte atractivo y que tu argumento no es del todo
descabellado, no obstante, conociéndote, dudo que quieras
arruinarle la vida por mucho que ahora te guste. Tienes toda la
vida por delante, Sar, una llena de chicos, fiestas y polvos…
Sería un grave error que lo escogieras a él, lo hicieras caer y lo
destruyeras. ¿Te ha dado alguna muestra, algún indicio de que
su interés por ti va más allá de ayudar a la mejor amiga de su
hija? —Negué un tanto compungida.
—No.
—¿Lo ves? Él te ve como a una niña. Todos tenemos
crushes, amores imposibles, esa persona inalcanzable con la
que fantasear. Gavrael Kovalev es la tuya, es un tío con el que
hacerse una paja, pero nada más. Lo prohibido siempre da
morbo y resulta atractivo; además, tú lo has colocado en un
pedestal por todas las virtudes que antes me has comentado,
pero es una fantasía, Sarka. Lamento ser yo la que tenga que
hacerte poner los pies en el suelo, pero harías bien en centrarte
en alguien como Lev, o cualquier otro de tu clase. Deja en paz
al profesor y no le jodas la vida al padre de tu mejor amiga,
ella nunca te lo perdonaría.
Irisha tenía razón. Si la noticia se filtraba, no solo
destruiría a Gavrael, también a Varenka. ¿Quería eso? No, no
deseaba hacerles daño, eso nunca.
—Siento si mi respuesta no es la que querrías oír, pero es
lo que pienso, y si te dijera lo contrario, te estaría mintiendo.
—Estaba hecha un lío, ahora ya no estaba segura de si anoche
hice o no hice bien. Dañarlos era lo último que quería—. Dime
que dejarás que ese pensamiento se diluya con el tiempo, que
empezarás a poner las miras en otra parte. Prométemelo o le
pediré a Kovalev que prepare tus maletas para que te vengas
conmigo a casa, convivir con él puede que no sea lo mejor
después de lo que me has contado.
No, eso sí que no podía permitirlo, no quería irme.
—Quiero quedarme, por favor, Iri, te prometo que dejaré el
encaprichamiento de lado e intentaré que me guste alguien
como Lev —asumí con la boca pequeña.
—¿Segura? —Asentí—. Bien, es una buena decisión, si
necesitas reforzarla, si dudas, si necesitas hablar o
desahogarte, llámame; soy tu hermana, solo quiero lo mejor
para ti.
—Lo sé.
Irisha me abrazó y yo me fundí entre sus brazos,
intentando convencerme de que olvidarme de Gavrael era lo
mejor para todos.
11
Las apariencias engañan
SARKA
Cuando Gavrael y Varenka llegaron a casa, esta última
casi me llevó a rastras a su habitación, mientras que su padre y
mi hermana charlaban sobre mí.
Quería haber curioseado la conversación, sobre todo,
porque mi hermana estaba al corriente de lo que ocurría con
mi crush, pero V me monopolizó y no podía decirle el motivo
por el cual yo quería escuchar tras la puerta y ella no podía ni
acercarse.
Tuve que tener fe en que mi hermana no le diría nada y
subí con mi amiga.
Varenka estaba nerviosa y excitada al mismo tiempo, la
conocía como la palma de mi mano y su actitud era la misma
que cuando tuvo su primer orgasmo y me dijo que tenía que
probar algo.
Sonará egoísta, y seguramente lo era, porque en ese
instante lo que a mí me apetecía, más que mantener una
conversación con ella, era hablar con Kovalev y disculparme
por mi actitud de ayer.
Había decidido que mi hermana tenía razón, que no podía
joderle la vida y que mi amistad con V era mucho más
importante, por mucho que hiperventilara cada vez que lo
tenía cerca.
—Túmbate y descansa, que tengo muchas cosas que
contarte. —Palmeó la cama tras haberse arrojado encima de
ella.
—Si no te importa, prefiero quedarme de pie, estoy
cansada de mantenerme en posición horizontal y cualquier
flexión es una agonía.
—Vale, pues de pie. —Remontó con rapidez y me cogió de
las manos—. Yerik me ha dicho que le gustas a Lev, aunque,
bueno, eso yo ya lo intuía… —Puso una sonrisa de suficiencia
—. ¿A que vino a verte?
—¿Y tú cómo sabes eso? —quise sonsacarle.
—Porque me preguntó cuál era nuestra casa, a ver, es vox
populi que mi padre y yo vivimos frente al instituto, pero no
todo el mundo sabe en qué número.
—¿Y se lo dijiste?
—Mira, es Lev, le hubiera bastado con esperar a ver en qué
casa entrábamos y lo habría sabido de todas formas, además,
fue muy tierno, me dijo que necesitaba comprobar cómo
estabas. ¿No es una monada? —casi gritó.
—Fue muy amable.
—¿Amable? Los osos amorosos son amables, Lev es el
jodido sueño húmedo de todo el Kronshtadtskiy Institut. —Eso
era verdad—. Y se arriesgó un montón saltando el muro.
—¿Trepó por el muro? —cuestioné admirada.
—Tendrías que haberlo visto, parecía un maldito príncipe
de las acrobacias, los chicos lo ayudaron distrayendo a los
profes de guardia. Si no me gustara Yerik, estaría colada por
Lev —declaró—. ¿A ti no te gusta?
—Es guapo. —Varenka rio.
—¿Guapo? Sabes que además es listísimo y su padre posee
el control de la empresa de comunicación más importante de
toda Rusia, imagínate… ¡Él algún día poseerá su propio canal
de televisión, tres emisoras de radio y un periódico!
—¿Me lo estás intentando vender?
—¡No! Lo que te digo es que ese chico respira oro y se
baña en él, y parece estar muy interesado en ti, quizá podrías
darle una oportunidad más allá de fastidiar a Laika. Sería
como matar dos pájaros de un tiro. Tendrías que haberla visto,
seguro que puso la misma cara el día que se comió el chile en
tu casa.
—¿Laika lo sabe?
—Por supuesto, se enteró accidentalmente, mientras estaba
en el baño, de que estuvisteis aquí, los dos, solos…
Por la forma en que lo dijo, ella había sido la encargada de
cascarlo.
—¡Varenka!
—¿Qué? Pensaba que te alegrarías al saber que le sentó tan
mal que la escuché potar el desayuno. Cuando la vi en el
pasillo, su piel parecía del color de las aceitunas, aunque era la
envidia lo que la corroía.
—Si tu padre se entera de que el capitán estuvo aquí…
—Pensará que son habladurías, además, tu hermana no
habría permitido que ocurriera nada, no tienes de qué
preocuparte. Dime una cosa, ¿te dejó a solas con él? —Moví la
cabeza afirmativamente y se puso a dar palmas—. ¿Te besó?
—En la mejilla, estaba horrible y apestaba después de
haberme pasado toda la noche sudando, no me dio tiempo ni a
pasar por agua. Aun así, no dejó que hiciera el ridículo más
espantoso cuando se me doblaron las piernas en mi entrada
triunfal, y me sostuvo.
—¿Te sostuvo?
—Bueno, más bien me abrazó.
—¡Oh Dios mío! Eso es todavía mejor, si te libró de un
batacazo y no le importó tu olor corporal, es que va en serio.
¿Te imaginas que saliéramos juntos los cuatro? Tú, yo, Lev y
Yerik. Sería lo más… —Dio una pirueta de felicidad y se dejó
caer de espaldas a la cama—. Yerik y yo nos besamos.
—¿Os besasteis? —Varenka se incorporó un poco en el
colchón con las mejillas enrojecidas, y asintió nerviosa.
—Nos tocó guardar el material en el cuartito de esgrima,
yo me giré muy rápido, él estaba detrás, una cosa llevó a la
otra y… nos besamos.
—¿Y te gustó?
—Muchísimo, fue húmedo, caliente, me faltaba el aire y
me sobraba la ropa.
—¡Joder, V!
La imagen que se instaló en mi cabeza era muy tórrida,
solo que mi mente se encargó de mutar a los protagonistas,
que éramos Lev y yo.
Su lengua se enroscaba en la mía hasta hacerme jadear, mis
dedos se enroscaban en el pelo húmedo por la intensidad de la
clase, y cuando nos separábamos, su rostro ya no era el del
capitán, sino el de Gavrael.
Casi jadeé en voz alta.
—Estoy en una nube —suspiró, estirándose.
—Me alegra que te haya gustado, de verdad.
—Tengo ganas de estar a solas con él en la fiesta, creo que
Yerik es con quien quiero perder mi virginidad.
—¿No vas muy rápido? —pregunté, frunciendo el ceño.
—No me seas rancia, el año que viene seré mayor de edad,
como tú, y creo que somos de las pocas vírgenes que
quedamos. Él me gusta, su familia no tiene tanto dinero como
la de Lev, pero tampoco es que le falte y, seamos claras, yo
tampoco es que sea una zarina. Somos jóvenes, estamos en
edad de experimentar y tengo muchísimas ganas de pasar de
nivel. El succionador está genial, pero quiero saber cómo se
siente una lengua de verdad —confesó sin pudor—. ¿Tú no?
A quién pretendía engañar, yo estaba en las mismas, solo
que su padre seguía siendo el primero de la lista para albergar
entre mis muslos.
—Sí —asumí.
—Pues, venga, nuestro propósito de este año será
acostarnos con un chico que nos guste. —Se puso en pie y me
tendió el dedo meñique—. ¿Trato hecho? —Le sonreí y
estreché su dedo, ganándome un achuchón por su parte.
—Lev me pidió el teléfono para que fuéramos a la fiesta,
dijo que me enviaría la hora y la ubicación, aunque, para serte
franca, no sé cómo nos lo vamos a montar con tu padre en casa
a todas horas.
—Ya te dije que yo me ocupaba de eso…
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—Tú no lo sabes, pero los viernes por la noche, mi padre
queda con alguien, creo que tiene una follamiga. —La noticia
me sentó como un tiro.
—¿C-cómo?
—A ver, es viudo, joven, aunque a nosotras nos parezca un
viejo, tiene sus necesidades.
«¡A mí no me parece ningún viejo!», tuve ganas de
gritarle.
—A veces, se ausenta por las noches, los viernes siempre,
y cuando lo hace, activa el sistema de seguridad por
movimientos. Él no lo sabe, pero yo sé cómo se desactiva. Lo
tengo controladísimo, además de que cuando se va, está fuera
un mínimo de tres horas, nos tendrá que bastar. Llegaremos
antes de que él lo haga y reestableceré el sistema de seguridad.
No se enterará.
—¿Por qué no me dijiste que se veía con alguien? Pensaba
que no nos ocultábamos nada.
«Aunque yo sí lo haga», pensé para mis adentros. Ella se
encogió de hombros.
—Es una gilipollez, no creí que te interesara la vida sexual
de mi padre.
—Y no me interesa —respondí demasiado rápido.
—Pues ya está, asunto resuelto.
—¿Sabes quién es? —insistí.
—No, él no habla conmigo de esas cosas, ya sabes lo recto
y reservado que es. Imagino que si fueran en serio, sí que me
la habría presentado, o igual sale con distintas mujeres, no sé,
me da lo mismo.
—¿De verdad?
—Sí, si a ti no te importaba que tu madre estando casada
tuviera amantes, ¿por qué tiene que importarme a mí que mi
padre, siendo un hombre libre, folle con quien se le antoje?
Varenka estaba al corriente de lo que mi madre hacía
porque yo se lo conté.
—Por cierto, papá me dijo que cogiera tus libros de la
taquilla para que pudieras avanzar con los deberes, pedí la
llave maestra en recepción y… ¿Adivina qué?
—¿Qué?
—Alguien te dejó una cartita… —Mi amiga fue hasta su
mochila, hurgó en ella y me tendió un sobre blanco y cerrado.
No había nada escrito en él. Lo miré arrugando el ceño.
—¿No piensas abrirlo? ¿Qué pasa? ¿Crees que puede
contener Antrax o qué? —Me arrebató la carta y la abrió sin
cuidado alguno.
—V, ¡no! —Mi familia me había enseñado a ser muy
precavida con ese tipo de cosas. Ella extrajo el papelito sin
remilgos y leyó en voz alta.
Ellos no son lo que parecen.
12
Verdades ocultas
Irisha
Volví a casa más preocupada de lo que debería.
No me gustaba nada el rumbo que estaban tomando las
cosas, y, por primera vez, no estaba convencida de si estaba
haciendo lo correcto.
Yo también tuve la edad de mi hermana y terminé pillada
de quien no debía, aunque en el caso de Sarka, era mucho
peor.
Cuando Tatiana me vio ir hacia ella, me miró con el ceño
fruncido, captaba a la perfección cuando algún hecho me
desequilibraba.
—¿Qué pasa? ¿Todo bien con tu hermana?
—No.
—¿No? ¿Qué ha pasado?
—Mi madre tenía razón, se ha pillado de Kovalev.
Su rictus cambió a uno mucho más serio y soltó un
improperio.
—Y han…
—No.
Vi el mismo alivio que yo sentí al entender que la cosa no
había ido a mayores.
—Le has dicho que no puede ser, que él es…
—No quise entrar en eso, me gustaría mantener a Sarka
ajena a la verdad. He preferido hacerle entender que si siguiera
adelante con esa locura, podría joderlo en el trabajo, que lo
despidieran o algo mucho peor al tratarse de una menor.
Además, he hecho hincapié en que es el padre de su mejor
amiga y que ella no se lo perdonaría.
—¿Y piensas que es suficiente?
—¿Tú no?
—A ver, Sarka es una chica bastante racional, puede que le
baste con lo que le has dicho, sin embargo, yo no pondría la
mano en el fuego.
—Pero no puedo contarle la verdad.
—No, no puedes… —admitió mi chica.
—Lo cierto es que estoy un poco confundida, la he
amenazado con traerla a casa, espero no tener que cumplirlo,
porque no hay nada más tentador para una Koroleva que lo
prohibido… —Tatiana me ofreció una sonrisilla cómplice.
—De eso puedo dar fe, basta que os digan que no para que
lo queráis con más fuerza; si hubiera sido monja de verdad,
habría tenido una auténtica crisis de fe cuando viniste a por mí
—canturreó, abrazándome por la cintura para darme un pico
suave—. ¿Se lo vas a decir a tu madre?
—Por el momento, prefiero esperar. Hablando de fe, tengo
la mía puesta en alguien.
—¿En alguien? ¿Puedo preguntar en quién?
—Un chico ha venido a verla esta mañana, es de su edad,
muy guapo y parecía interesado en Sarka.
—Pero a ella le gusta su profe…
—Ya, no obstante, no es ajena al chico. La conozco y sé
que le genera curiosidad, si sabe ganársela, igual la aparta sin
necesidad de que intervengamos, eso sería lo mejor.
—¿Cómo se llama?
—Lev, según me ha dicho Sarka, es el capitán del equipo
masculino de esgrima.
—Si te parece, averiguaré cosas sobre él, quizá podríamos
ayudarlo un poco de manera indirecta y que le llegara
información sobre tu hermanita. Así le allanaríamos un poco el
camino…
—¿Quieres que le ayudemos a enamorarla?
—Digamos que podríamos ser el abono para que germinara
la planta. Tienen diecisiete, lo más probable es que por la vida
de tu hermana pase mucha más gente. Así nos aseguramos de
apartarla de «él» —recalcó, haciendo referencia a Kovalev—.
¿Qué opinas?
Le ofrecí una sonrisa amplia.
—Me encanta cuando pasas de espía a diosa del amor…
—Bueno, en el fondo, enamorarse o no será cosa de ellos,
yo me limitaré a indagar y pasar información, que es lo que
mejor se me da y que parezca algo accidental.
—Hablando de eso, ¿has visto el periódico hoy?
Su rictus ganó seriedad.
—Sí, y no me gusta…
—¿Sigues pensando lo mismo que la prensa internacional?
—¿Que Putin está detrás? —cuestionó ella, soltándome.
Asentí—. Es difícil saberlo, teniendo en cuenta que la gran
mayoría de los fallecidos pertenecen a empresas energéticas,
ya sabes lo que pasó con el tema del gas. Que se le sumen el
petróleo, las armas, los laboratorios farmacéuticos y algún que
otro peso pesado de las comunicaciones no huele bien.
—Lo que no entiendo es que todos son oligarcas, los más
poderosos y de su círculo más próximo…
—Puede que le estén mostrando oposición como dicen los
americanos y los europeos. Ya sabes cómo funciona esto…
—Nadie puede llevar la contraria al presidente o sufre un
accidente.
—Exacto.
—¿Has averiguado algo sobre mi padre?
—No responde a nuestro código.
—Estoy preocupada por eso también.
—Confía, tu padre es la persona más válida que conozco…
—Y si le preguntas a…
—No. Tú y yo no deberíamos tener esa información, es
peligrosa, en mi mundo, todo se oye, incluso el silencio, es
mejor mantenernos al margen; alerta, pero al margen. Hazme
caso en esto, por favor. Te prometí que lo encontraría y lo
haré.
—Vale —asumí, dándole un voto de confianza.
—Vamos a cenar y después me pongo con lo de Lev.
—Mejor mañana, ahora solo tengo ganas de estar con mi
mujer… —suspiré.
—¡Qué bien suena eso!
—Algún día, milaya, aunque en mi corazón siempre lo
fuiste y siempre lo serás.
Nos dimos un beso dulce cargado de amor y tomamos
rumbo a la cocina.
13
Sangre y fuerza
SARKA
La noche se me resistió, y digo que se me resistió porque
entre la notita y el runrún de mi debate interno sobre callar o
enfrentar a Kovalev se me hizo muy complicado.
Varenka se lo tomó a risa, dijo que esa nota seguro que era
una broma pesada de Dasha y Laika, que hacía referencia a los
chicos para que no nos acercáramos, pero ¿y si no era así? ¿Y
si la nota quería decir otra cosa?
Las posibilidades eran infinitas, porque el pronombre
«ellos» abarcaba a cualquiera y excluía un «ellas», es decir,
que la advertencia o bien se refería a personas del género
masculino, o una mezcla de ambos géneros.
¿Quién me había hecho llegar esa nota? ¿De verdad se
trataba de un intento de asustarme o había algo más en ella?
Lo que más me mosqueaba era que se habían tomado la
molestia de no transcribir la frase manualmente, parecía
estampada en tinta azul, como la de esos sellos de goma a los
que puedes ir cambiando las letras. Yo tenía uno de pequeña.
Tuve muchísimas pesadillas. Eso, sumado a mi
nerviosismo y que cada vez que me daba la vuelta en la cama
veía las estrellas, hizo que, por primera vez en todo ese
tiempo, V no tuviera que venir a despertarme. Me levanté, me
vestí y bajé las escaleras esperando encontrarla en la cocina.
Lo primero que hacía Varenka desde pequeña era
levantarse y bajar a la cocina, darle un beso de buenos días a
su padre y quedarse en ella desayunando. Ahora debía subir a
levantar a la okupa de su amiga, para tirar de mi manta y evitar
que se me pegaran las sábanas.
Irrumpí en la cocina y me di cuenta de que ella no estaba,
Gavrael se encontraba detrás de la encimera, frente a mí, y
parpadeó incrédulo.
—Sarka… —masculló con la voz de quien se ha levantado
no hace mucho—. ¿Ocurre algo? ¿Es por la fiebre?
Dejó lo que estaba haciendo y vino directo a mí. Alzó la
mano sin pensar para ponérmela en la frente, y ante el contacto
de su piel contra la mía, di un salto atrás. Ni siquiera sé por
qué actué así cuando había estado deseando que me tocara. Él
pareció sorprenderse casi tanto como yo. Un escalofrío había
reptado por mi cuerpo poniéndome los vellos de punta, e
instaló una necesidad hueca en mi estómago.
—Perdona, no pretendía incomodarte.
—No, no me incomoda, es solo que no lo esperaba… —me
justifiqué, pero él regresó tras la barrera de protección que le
confería el mobiliario—. No tengo fiebre, gracias por
preocuparse.
—Si necesitas quedarte un día más en cama… —sugirió,
fijando la vista en las frutas que tenía dispuestas para elaborar
el licuado multivitamínico al que solía llamar zumo.
«¿Contigo?», increpó mi subconsciente, al que acallé de
inmediato. No podía hacerle esa pregunta, ayer decidí que Lev
era mi mejor opción.
—Estoy bien, de verdad, ya casi no me duele nada.
—¿Mi hija te dijo todo lo que se dio en clase?
Me gustaba ver su cara de concentración mientras paseaba
los dedos por las distintas piezas para cortarlas.
—Sí, pude ponerme al día con las tareas atrasadas.
Él asintió, y yo aproveché para recrearme en su imagen
impecable. Vestía una camisa blanca sin mácula, pantalones de
pinzas grises y zapatos clásicos, siempre los llevaba
relucientes, eso me recordó a mi padre, que me decía que a las
personas se las conocía por su calzado. El suyo era brillante,
cuidado, como recién salido de una zapatería.
Cuando llegábamos al gimnasio, se cambiaba, tenía su
propio vestuario independiente y aparecía vestido
completamente de negro. Al verlo la primera vez con el
atuendo de esgrima, sentí un flechazo, a nadie le sentaba tan
bien como a él.
—¿Cómo llevas el curso? —me preguntó interesándose.
«¿No se supone que deberías saberlo? Eres mi tutor…».
—Bien, pensé que me costaría más, pero no puedo
quejarme.
—No te puedes relajar —comentó, alzando una ceja—. Si
tu intención es ir a la universidad, debes darlo todo, y vienen
unas semanas duras. Los exámenes no van a ser fáciles y,
además, tienes los entrenamientos. ¿Piensas que podrás con
todo? —Parecía escéptico, lo que me irritó.
Se detuvo a mitad del troceo de unas fresas. Su mandíbula
estaba tensa y los dedos colocados estratégicamente para no
cortarse. Eran los mismos que cortaban las verduras con la
precisión de un chef, los mismos que me desnudaron y que yo
hubiera querido que me acariciaran por completo.
Apreté los dientes y desoí la quemazón interna que sentí al
imaginarlo en aquel punto tan húmedo y candente.
—¿Otra vez dudando de mi capacidad como capitana?
Torció el cuello y los ojos oscuros se posaron en los míos
mientras yo avanzaba atraída por su seriedad y el modo en que
la camisa se apretaba contra el pecho. Sabía que se lo afeitaba,
aunque no lo rasuraba a diario, a veces, asomaba el nacimiento
de un vello oscuro tan crespo como el de su barba. Mirarlo a
escondidas era uno de mis pasatiempos predilectos.
«¿Sería agradable sobre mis pezones?», me pregunté,
acercándome a él.
—Ayer hablé con tu hermana, está preocupada por ti.
Ante la afirmación, encogí los dedos de los pies. Ahí
estaba la bomba amenazando estallar para que todo saltara por
los aires. Cuatro pasos más y me apoyé en la barra, a su lado, a
una distancia prudente pero cercana mientras oteaba su perfil.
—¿Y cuál era su preocupación?
Lo escudriñé rapiñando un arándano con la mano izquierda
para deslizarlo sobre la punta de mi lengua y notar su acidez
en el paladar al hacerlo estallar entre mis dientes.
Boom.
Sus pupilas lamieron mis labios, y casi pude volver a sentir
la calidez de su aliento.
Me ponía demasiado como para olvidarme tan rápido,
habían sido varios años copando cada uno de mis sueños
románticos y sexuales con él. No podía hacerlo desaparecer de
un modo tan repentino.
—Ya lo sabes. —Negué y él suspiró—. Piensa que igual te
estoy presionando demasiado, y que si la esgrima no es tu
futuro, quizá deberías dejar el equipo y escoger una actividad
menos exigente.
«¿Y renunciar a él? Ni muerta». Me reñí a mí misma
porque aquel no era el pensamiento correcto.
Entendía a Irisha, ella solo pretendía tenderme un puente
para cruzar en lugar de darme la soga para que me ahorcara.
—No voy a rendirme. —Él torció una sonrisa que no dejó
entrever sus dientes.
—Imaginaba que no querrías, eres tan terca con tus
decisiones… —suspiró—. Aun así, tenía que decírtelo.
—¿Piensa que soy terca?
—¿Tú no? —Alzó una ceja, y a mí me dieron ganas de
demostrarle cuán obstinada podía llegar a ser.
—Yo lo que pienso es que esa camisa le sienta demasiado
bien —mi voz destilaba peligro, y él captó el deje ronco que
habitaba en ella—, es de mis favoritas.
Los dedos le fallaron. Había cambiado de fruta y ahora era
un untuoso mango quien le hizo errar el corte. La hoja produjo
una hendidura en su piel, que lanzó una salpicadura roja contra
la camisa. No lanzó ningún exabrupto como habría hecho
cualquiera, se limitó a hinchar sus fosas nasales en una
respiración honda y errática. Su mirada se hundió en la mía de
una forma oscura, incendiaria, que podría tildar de salvaje y
que consiguió que todo mi cuerpo palpitara sin que me hubiera
rozado.
—¡¿Qué haces despierta?! —La voz de Varenka rompió el
silencio y aquella particular manera de contemplarme—. Papá,
estás sangrando —anotó, acercándose.
—No es nada.
—Más hierro y experiencia para nosotras —comenté,
tomando la porción que contenía su sangre para engullirla.
—¡Puaj! ¡Qué asco! —exclamó mi amiga.
—En algunas tribus, se comen los corazones de los
animales tras cazarlos y que estos bombeen su último latido,
dicen que les da fuerza y espíritu —comenté, relamiéndome.
—Pues si se te contagia eso de mi padre, serás la más
gruñona del reino.
—Tu padre no es gruñón, solo perfeccionista. —Varenka
lanzó un bufido, y él me abrasó con los ojos—. Y me
encantaría contagiarme de la sabiduría del maestro…
—Eso, tú hazle la pelota, que no te servirá de nada, por
mucha sangre suya que ingieras —protestó. Una imagen de
ambos, desnudos, conmigo mordiéndole el cuello mientras me
penetraba, me sacudió por completo. Tuve que cerrar los
párpados e intentar regular el ritmo frenético de mi corazón.
Varenka seguía a lo suyo sin enterarse de nada—. Avísame
cuando necesite una estaca y no pueda sacarte a la luz del sol
—bromeó, alcanzando a su padre para besarlo.
Gavrael se llevó el dedo herido a la boca y se retiró
aludiendo que iba a cambiarse. Le pidió a su hija que
terminara de cortar la fruta. No me dedicó una sola mirada
más. Tampoco es que la necesitara, estaba segura de lo que
había visto.
Al señor Kovalev no le causaba tanta indiferencia como
pretendía hacerme creer.
14
Fallo muscular
SARKA
En cuanto puse un pie en el vestuario, fui directa hacia
Laika.
Como decía Nikita, hay que pisar antes de que te pisen, y si
llevas tacones de aguja, mejor.
—¿No crees que eres demasiado mayorcita para jugar a las
notitas?
Ella, que estaba riendo por algo que le había dicho su
amiga mientras se abrochaba una de las zapatillas con el pie
sobre el banco, se calló en seco y volteó su rostro hacia el mío.
—¿Otra mala noche, capitana? —remarcó la última palabra
con audacia—. Dicen las malas lenguas que el entrenamiento
te provocó fallo muscular y por eso llevaste a las visitas hasta
tu cama.
Esa vez no iba a contentarme con quedarme de brazos
cruzados, me importaba tres narices lo que esa zorra pretendía
con aquel bulo, sin embargo, necesitaba dejarle claro que si
quería joderme, no se iba a ir de rositas.
Ataqué antes de que lo esperara golpeando su rodilla por
detrás para, acto seguido, hacerle un barrido que la arrojó
contra el suelo con un grito y un sonido sordo.
Dasha también gritó cuando vio que la cabeza hueca de su
amiga rebotaba contra el suelo.
La puerta de nuestro vestuario se abrió como venía siendo
costumbre en los últimos días, y Kovalev gritó desde fuera si
podía entrar, su hija le dijo que sí y apareció ceñudo.
—¡¿Qué demonios pasa?! —rugió al ver a la chica en el
suelo.
—Laika ha sufrido un fallo muscular —resumí—, se le
dobló la rodilla al abrocharse la zapatilla —susurré—. No se
preocupe, que no ha sido nada, nos podría pasar a todas —
comenté, estrechando la mirada sobre Andreeva, y acto
seguido le ofrecí la mano para ayudarla a levantarse.
Ella desvió la vista de mi mano al maestro, que seguía
esperando. Aunque lo pareciera, la perra espacial no era
estúpida y sabía que no cogérmela haría especular a Kovalev
sobre el origen de la caída, lo que lo llevaría a un
enfrentamiento entre nosotras, y sabía que este no se tomaba
nada bien las trifulcas entre los miembros del mismo equipo.
Una vez se puso en pie y el entrenador se giró pidiendo que
no nos entretuviéramos, yo me acerqué a su oído retorciéndole
la muñeca y mascullé.
—La próxima vez que quieras advertirme de algo hazlo de
frente y no con un sobrecito absurdo, o puede que el próximo
accidente que sufras sea mucho peor.
—¿Me estás amenazando?
—Te lo estoy advirtiendo, yo no amenazo, me limito a
avisar y cumplir con mis promesas, harías bien en recordarlo.
—Ella apretó sus labios untados en brillo—. Deja las notas
anónimas, las únicas que deberían interesarte son las del final
del trimestre, y si lo único que sabes hacer es meterte en las
vidas ajenas, dudo que apruebes.
Me aparté, y ella me contempló como si le hablara en otra
lengua.
—No sé de qué anónimos me hablas —bufó—. Yo no te
escribiría ni por WhatsApp, así que menos una carta. Quizá
tengas más enemigos de los que piensas, yo de ti me andaría
con ojo, «capitana», al parecer, no soy la única que no te
soporta y pronto tendrás que venir con guardaespaldas, no
vayas a terminar como Ali.
Acto seguido, se deshizo de mi agarre y chocó su hombro
con el mío para abrirse paso y salir fuera.
—¡Joder, S, has estado soberbia! —exclamó Varenka,
haciendo palmas—. Menuda hostia se ha dado contra el suelo,
eso la enseñará a no meterse contigo. ¿Has visto? Se ha
cagado en las bragas, ha sido incapaz de reconocer que te dejó
el anónimo.
—¿La has oído? ¿Qué ha pretendido decir con lo de Ali?
—Eso ha sido una fantasmada, parece que no la conozcas.
—¿Y si no fue ella la de la nota? —pregunté, recreando en
mi mente su actitud y cada frase que había dicho.
—¡Claro que fue ella! Estaba echando balones fuera.
Necesita que te desubiques, pretende asustar a una hija de la
mafiya, no sé qué se piensa.
—Solo hay una manera de saberlo.
—¿A qué te refieres?
—Al vídeo de seguridad de los pasillos, si fue ella quien
me dejó la carta, tuvo que acercarse a mi taquilla, aparecerá
dejándola.
—Pe-pero ese vídeo está en el despacho del director —
titubeó mi amiga.
—Entonces, deberemos entrar. —Le guiñé un ojo cogiendo
los guantes—. Ya pensaremos en ello más tarde. Ahora,
vayamos a entrenar y no cabreemos a tu padre.
En cuanto entré en el gimnasio, el maestro nos esperaba
con los brazos cruzados y una mirada de sospecha que hice ver
que no iba conmigo. Nos envió a correr fuera, alegando que
necesitábamos despejar las ideas y fortalecer el espíritu.
Al alcanzar la parte posterior del edificio, Lev se acercó a
mí por la derecha y Yerik se colocó a la izquierda de Varenka,
flanqueándonos a ambas.
Lev me ofreció una sonrisa breve, un gesto que, en Rusia,
solo se ofrecía a las personas más conocidas, porque sonreír
sin razón a extraños y en público se veía como un signo de
enfermedad mental o inteligencia inferior.
—Veo que ya estás mejor.
—Sí, gracias —respondí, exhalando una cortina de vaho
blanco entre nosotros.
—Me alegro. ¿Al final vendréis a la fiesta? —quiso saber
con interés.
Laika pasó por nuestro lado y nos miró con desprecio,
mientras que Yerik tonteaba abiertamente con Varenka
haciéndola reír.
—Sí, bueno, si logramos escaquearnos… —Lev volvió a
sonreírme.
—Tengo muchas ganas de estar en un ambiente más
relajado y privado.
Me fijé en lo sedosos que parecían los mechones de pelo
bajo el gorro, lo bonita que era su boca y que a mi cuerpo
comenzaba a gustarle tenerlo cerca.
—A mí también me apetece —respondí, ganándome un
roce sutil de su mano en la mía.
Nos acercábamos al lateral, la nieve crujía bajo nuestro
calzado y mi corazón latía cada vez más rápido. Me mordí el
labio. La oscuridad de la madrugada llenaba nuestras
expresiones de sombras veladas, alumbradas por las luces que
Kovalev prendía en el exterior del colegio para que
pudiéramos ver.
En aquella esquina solía ponerse el maestro para
cronometrarnos. Por un lado, me apetecía que me viera
corriendo junto al capitán, y por otro, no sabía si era buena
idea después de que me avisara sobre la distracción que podría
suponer para mí. Apenas tenía unos metros para decidir qué
quería hacer.
¿Se pondría celoso o más bien lo cabrearía por desobedecer
y volvería a someterme a un entreno infernal?
Lo que menos me apetecía era volver a agotarme, así que
intenté guiarme más por la cabeza que por mis impulsos
kamikazes.
—¿Os hace un sprint? Tres, dos, uno…
Cuando terminó el entrenamiento de físico, para el cual
Kovalev nos hizo ir a la sala de pesas, me pidió que fuera a
verlo después de la ducha.
Pocas veces sentía nervios, aunque cuando se trataba de él,
diría que era imposible quitármelos de encima.
Llamé a la puerta y entré en la pequeña oficina. Él ya
estaba ocupando su silla con el pelo húmedo y una camisa
negra que me hizo sonreír por dentro.
Cuando le dije que me gustaba con la camisa blanca y se
manchó, se la cambió por otra del color opuesto sin saber que
de negro me ponía todavía más perra. Tratándose de él, dudaba
que se le resistiera cualquier color.
—¿Quería verme?
«Porque yo quiero verte a todas horas».
—Sí, pasa, cierra la puerta, no te robaré mucho tiempo.
Me acomodé en el asiento y me subí un poco más la falda,
le había dado una vuelta al entrar para que quedara en el límite
de la decencia.
—Quiero que veas esto.
Se puso en pie y me tendió una hoja con distintos
movimientos, parecía un examen exhaustivo de puntos fuertes
y débiles.
Sus manos estaban apoyadas en la madera y, por el modo
en que los nudillos se tornaron blancos, juraría que su mirada
apuntaba en el punto que yo quería.
Alcé los ojos de manera abrupta para cazarlo. Mi gozo en
un pozo, sus pupilas estaban puestas en la hoja, sin embargo,
la quemazón que notaba en el bajo vientre tenía que deberse sí
o sí a su mirada.
—Eres tú —me aclaró, regresando a su asiento para cruzar
las manos y apoyar la barbilla en ellas—. Te he estado
analizando y he elaborado una guía de mejora. Quiero que la
estudies como si se tratara de una asignatura más para la que
debes examinarte, te servirá para comprender tus fallos y
mejorar. Vamos a centrarnos en corregir tus carencias en
técnica. Aunque los combates en esgrima son relevos, como
capitana, no puedes tener tantas flaquezas y esperar que tus
compañeras den el ciento veinte porque tú solo llegas al
ochenta.
Apreté los labios mosqueada. No porque lo que se
plasmara en el papel no fuera cierto, sino porque me daba
rabia no ser lo suficientemente buena para él.
—Cada tarde nos quedaremos media hora extra.
—¿Usted y yo?
—Sí, espero que eso no te suponga un problema con el
resto de materias.
Repasé las oscuras cejas, la mirada penetrante, la recta
nariz y los labios perfilados en un rictus serio.
—Ninguno, será un placer que me dé clases particulares de
todo lo que esté dispuesto a enseñarme, tengo mucho que
aprender de alguien tan experimentado como usted.
Aproveché para pasar la lengua con disimulo por mi boca y
ponerme en pie. Sus ojos quedaban a la altura idónea, el punto
cálido que lo llamaba a gritos y que él rehusaba mirar
manteniendo los iris en los míos.
—¿Algo más, maestro? —pregunté, buscando una muestra
de excitación que no llegó.
—Sí, capitana, me parece que has crecido y necesitas una
talla más de ropa, pasa por secretaría y pídesela, no quiero que
te abran un expediente por vestir de manera inapropiada.
Forcé una sonrisa, cogí los papeles y me di la vuelta con
tanto brío que se me cayeron al suelo. Sin un ápice de pudor,
me agaché con el culo en pompa para demostrarle lo mucho
que había crecido y lo inapropiada que podía llegar a ser.
Un sonido, que catalogaría como gruñido ahogado, me
hizo celebrar una pequeña victoria.
En cuanto los tuve en la mano, me volví hacia él, quien
aplastaba un bolígrafo bajo la amenaza de partirlo entre los
dedos. Mi Koroleva interior se puso a dar palmas.
—Gracias por preocuparse tanto por mí, maestro, descuide,
acudiré a secretaría en cuanto pueda y solicitaré un uniforme
nuevo. Este lo dejaré para el recuerdo —le comuniqué,
acariciándome la falda—. Por cierto, vigile, sería una pena que
se llenara los pantalones de tinta, ese boli parece a punto de
partirse, y como usted siempre dice: «Uno debe agarrar la
empuñadura con firmeza pero sin ahogar». Que tenga una
buena mañana.
No esperé a que respondiera o ver su reacción, había tenido
bastante para darme cuenta de que definitivamente no era la
única que sentía algo, aunque no supiera con exactitud qué
emoción invadía a mi enigmático profesor, con lo que a mí me
gustaban las preguntas y los misterios sin resolver…
15
Títere contra sus cuerdas
GAVRAEL
Cerró la puerta, conté hasta diez y arrojé el maldito
bolígrafo contra la pared causando una muesca en el yeso.
Esa pequeña insolente estaba llevándome al límite con una
simple subida de falda.
Si «mis amigos» me vieran, se reirían en mi jodida cara.
Me cagué en la puta, apenas podía controlar el ansia que
despertaba en mí. Desde que la había visto medio desnuda y
sudando fiebre por mi culpa, los cimientos de mi continencia
amenazaban con resquebrajarse.
¡Era la amiga de Varenka! ¡Una adolescente! Y yo un puto
viejo verde y salido que no debería cascársela pensando en ella
mientras dormía.
Estaba tan cabreado por todo lo que bullía en mi interior,
por verla tontear con Danilov y observar cómo él se la quería
merendar, que estaba adquiriendo actitudes erróneas.
El otro día me sobrepasé, y lo peor de todo era que no
podía asegurar que no volviera a repetirse. Mi obsesión rozaba
la locura y estaba empujándola conmigo hacia un abismo que
ni yo mismo comprendía.
Había estado con mujeres preciosas, sexis, listas y, aun así,
no percibía la misma atracción que Sarka Koroleva despertaba
en mí, como si pudiera arrancarme los tendones y moverme a
su antojo, como si una simple frase pudiera darme ganas de
postrar el mundo a sus pies igual que esa misma mañana con
el comentario de la camisa.
Miré el corte de mi dedo índice y sentí la pulsión de
acariciarlo, mientras mi erección se apretaba contra la bragueta
al recordar sus labios envolviendo fruta y sangre, mi sangre.
Me pincé el puente de la nariz. Llevaba días elaborando el
dosier que la ayudaría a mejorar. Siendo sincero, era buena,
muy buena con el florete y, aunque en mi informe no había
nada de incierto, estaba exigiéndole más; ofreciéndole clases
conmigo para dejarla sin tiempo, alejándola de ese crío
hormonado con ganas de sexo.
¿Quién podía culparlo cuando yo mismo era un perro añejo
y jadeante?
Tragué duro al recordar el instante exacto en el que se le
cayeron los papeles… Quise reprenderla por haberse subido la
falda y la jugada me salió cara.
Al ver aquellas bragas blancas de algodón, estuve a punto
de sucumbir y hacer lo que fui incapaz en su habitación.
Quise brincar por encima de la mesa, agarrarla por la
cintura, arrastrarla hasta la pared de espaldas a mí; romperle
las bragas y gruñirle al oído que si me buscaba, iba a
encontrarme.
Y joderla, joderla dulce, joderla duro, joderla suave,
joderla intenso hasta hacerla suplicar por su necesidad de
experimentarme entre las piernas.
La imagen pasó por mi mente con tal nitidez que cerca
estuve de cargarme el maldito bolígrafo como una ramita seca.
Y ella lo había visto, olía mi debilidad, la percibía, y me
convertía en presa deseosa de ser devorada, lista para que me
inoculara su veneno y dejarme morir en su boca. O quizá me
apetecía rebelarme contra mis principios y convertir al
titiritero en títere contra sus cuerdas.
Necesitaba follar, y cuando mi bestia interior rugía, solo
podía hacer una cosa para calmar su sed, tirarme a cualquier
sucedáneo de esa niña rubia de ojos celestiales, cuerpo
flexible, mente brillante y labios esculpidos para el placer.
16
Vamos a por el vídeo
SARKA
El entrenamiento no fue del todo mal. Tras mi salida del
despacho, que me tomé como un triunfo, intenté atender en
clase para aprender lo suficiente como para asumir los
conceptos y que estudiar fuera solo un repaso en casa.
Los chicos nos buscaron para desayunar y quisieron que
los acompañáramos a su mesa a la hora de la comida, la que
pertenecía a los titulares del club de esgrima, y a donde, hasta
el momento, nunca fuimos invitadas. Dasha y Laika nos
recibieron con su cara repleta de falsedad, aunque esa última
me observaba con prudencia, no parecía apetecerle terminar
con la cara en el suelo otra vez.
No se permitían las muestras de afecto en público, nuestro
instituto era muy estricto en cuanto a eso, aun así, no podían
impedir los flirteos a escondidas, y reconozco que disfruté
bastante del mío con Lev. La perra espacial intentó darle celos
al capitán con Lenin, el suplente, que, como Varenka, había
sido invitado también a la mesa, mientras Dasha recibía
encantada las atenciones de Pavel.
El señor Kovalev estaba sentado en la mesa de los
profesores, de espaldas a nosotros, y aunque mi atención
estaba puesta mayoritariamente en Lev, no pude evitar ver
cómo la profesora de francés se lo comía con los ojos y
paseaba disimuladamente su zapato en una caricia lenta por el
lateral exterior de su pantorrilla.
¿Sería ella su amante? Era guapa, rondaba los treinta y era
originaria de París, tenía ese toque sofisticado de femme fatale
con clase que a muchos hombres les resultaba atractivo.
Los obvié y centré mi atención en el capitán, cuyos labios
cada vez me parecían más atractivos.
La clase de técnica fue exigente, y cuando me quedé a
solas con Kovalev, gocé de lo lindo en la clase de mano.
Estaba llena de ira por lo que vi durante la comida, lo que me
dio un poco de empuje extra en el momento del ataque.
Me daban igual sus pullas, sus correcciones o que me
dijera que seguía faltándome fuerza y que al día siguiente
centraríamos mi entrenamiento de físico en ejecutar más series
de brazos para aguantar el peso del florete y ser más rápida.
Agradecí estar aquellos treinta minutos con él cuando, en
realidad, podría haber quedado con la profe para follar.
Cuando se levantó la máscara y dio por terminada la
sesión, vi algo parecido al orgullo en su mirada oscura; aunque
no dijera nada, estaba ahí, recorriéndome del mismo modo en
que lo haría algo tan denso y caliente que me estremeció.
Me metí en la ducha y me masturbé, imaginando que la
puerta se abría y él entraba para ponerse detrás de mí. Sus
labios me acariciaban el cuello bajo el agua, yo dejaba de
tocarme para que fueran sus dedos expertos los que hurgaran
en mí. Él era quien me hacía jadear hasta correrme.
Desnuda y temblorosa, me sequé con vigor. Me cambié y
disfruté de la vuelta a casa en silencio, con los copos de nieve
enredándose en mi pelo.
Al llegar, le di las gracias, y él me ofreció una inclinación
de cabeza. Varenka estaba encerrada estudiando y yo no quise
molestarla, hice lo mismo y me puse a preparar el examen de
física hasta que nos llamaron para cenar.
Cuando subimos a lavarnos los dientes, el móvil de V no
dejaba de sonar y ella se entretenía mirando la pantalla y
lanzando sonrisitas estúpidas en lugar de dedicarse al
cepillado.
El mío también sonó un par de veces, pero lo ignoré, no
fue hasta que mi amiga insistió en que le prestara atención que
lo ojeé.
Y, vale, puede que a mí también se me instalara una sonrisa
un poco tonta al ver que se trataba de Lev. Mi amiga lo celebró
cuando entró en modo cotilla y leyó lo que ponía. Tampoco es
que dijera mucho, solo que el capitán no había podido apartar
sus ojos de mí en todo el entrenamiento y que era preciosa.
Varenka me susurró que lo tenía en el bote y me comentó que
la media hora que yo había estado con su padre ella la pasó
comiéndose la boca con Yerik y un poco más. Que se estaba
pillando mucho y que sabía que era él con quien quería perder
la virginidad.
Ojalá yo tuviera las cosas tan claras con Lev y no dudara
respecto a Kovalev.
Tenía dudas respecto a ambos. Le expuse a mi amiga las
que me rondaban sobre nuestro compañero de esgrima.
—Está loco por ti… —suspiró V.
—Eso parece, pero es que su ex murió hace nada, y por
mucho que él diga que estaban mal, no sé, me parece
demasiado rápido para que la haya olvidado.
—Yerik me contó esta tarde que Aliona era
extremadamente posesiva con Lev y que decía cosas raras para
separarlo de sus amigos, que estaba un poco ida. —Puso el
índice sobre su sien y lo giró para indicarme que estaba loca
—. Él piensa que se tiró del edificio para llamar la atención de
«tu chico» —recalcó.
—No es mi chico.
—Pero lo será —afirmó rotunda—. Aliona creía que él
subiría corriendo como un perrito tras la monumental bronca
que tuvieron en la fiesta debido a la posesividad de ella. Yerik
piensa que igual se subió al poyete esperando que él detuviera
el salto, y al ver que no aparecía, se tiró pensando que la nieve
frenaría su caída y que él se asustaría.
—Eso es absurdo. Todo el mundo sabe que si te tiras de
una distancia tan alta, lo más probable es que te partas el
cuello.
Varenka chasqueó la lengua.
—No todas son buenas en matemáticas, igual Aliona se
creía Catwoman.
—Es una gilipollez. —Varenka arrugó la nariz.
—Es la opinión de Yerik, ¿vale? Él la conocía mucho
mejor que nosotras, te recuerdo que Aliona no es que fuera
muy abierta, con las únicas que hablaba era con Dasha y
Laika, a nosotras ni nos miraba, y eso que tú eras su suplente.
Como comprenderás, a ellas paso de preguntarles.
—Quizá podríamos investigar… —sugerí—. Puede que
nos sorprendamos si hurgamos un poquito en el asunto.
—¿Sigues pensando que su muerte pudo no ser accidental?
Se lo planteé a V en cuanto ocurrió, en la cena, delante de
su padre, y este dijo que nos dejáramos de tonterías, que quien
debía investigar era la policía, y que todo apuntaba a una
catastrófica desdicha.
—Bueno, ¿a quién no le apasiona una buena partida de
Cluedo? Puede que no averigüemos nada, puede que, en el
fondo, Aliona sí que sea como dijo Yerik, pero podemos
divertirnos mientras jugando a las detectives.
Mi amiga me ofreció una sonrisita cómplice.
—Vale, me apunto, todo sea porque dejes de malpensar de
Lev, que te conozco, y hasta que no sepas la verdad, no lo
dejarás avanzar.
Nos fuimos a la cama y yo seguí dándole vueltas a todo,
necesitaba dormir o al final la falta de sueño me iba a pasar
factura.
A la mañana siguiente, me desperté con la mente mucho
más despejada, el cuerpo sin dolor y la particular tirada de
manta de mi amiga.
Abrí los ojos y le dije:
—Hoy es el día.
—¿Qué día?
—Vamos a colarnos en el despacho del director.
—¡¿Cómo?! ¡¿Sin planearlo?!
—Lo acabo de soñar, lo tengo todo en la cabeza, tú solo
sígueme el rollo cuando en clase diga que me encuentro mal.
—Ay Dios, Sarka, cuando haces este tipo de cosas, me
pones de los nervios.
—Y te chifla —dije, torciendo una sonrisa.
—Eso también, pero ya sabes que tus idas de olla no me
dejan dormir.
—Estás de suerte, es de día y, como te he dicho, lo
haremos a tercera hora.
Como le auguré a V, fingí que me sentía mal durante la
clase de la profesora Semiónova, y esta accedió a que mi
amiga me acompañara a la enfermería cuando dije que no
sabía si me caería redonda, que estaba muy mareada y que
necesitaba que la enfermera me diera algo, apunté que creía
que me venía de las cervicales tras el entrenamiento, en el cual
no paré de ejercitar el train superior.
Era creíble. La dureza a la que éramos sometidos era
conocida por todos.
Cuando estuvimos fuera de clase, con mi brazo sobre los
hombros de mi amiga para fingir que me costaba mantenerme
en pie, ella bufó.
—Nos van a pillar —se quejó en el pasillo.
—Imposible, la coartada es perfecta, además, ¿tú no eras la
de las trastadas?
—Sí, pero con más premeditación y alevosía, no por un
sueño. Para mí está muy claro quién te escribió la nota, así que
no sé por qué le das crédito a la perra espacial —protestó.
—No es que le dé crédito, es que necesito pruebas, ya
sabes que mi mente es analítica y que me pueden los misterios.
—Laika no es ningún misterio, lo que sí lo es es la boca de
Yerik sobre la mía, no veo el momento en que llegue la tarde y
te quedes entrenando con mi padre —suspiró.
—Ahora céntrate y obvia la hora de los magreos. ¿Podrás?
—Lo haré por nuestro bien.
—Entonces, vamos a por ese vídeo.
17
Si las paredes hablaran
SARKA
La enfermería estaba muy cerca de la zona de despachos.
Era la hora del café del director, todo el mundo sabía que a las
diez no perdonaba su expreso, por lo que era entonces o nunca.
Fuimos hasta el baño y me aseguré de que Varenka supiera lo
que tenía que hacer, calculé el tiempo que tardaría la
enfermera en recorrer la distancia y así supe del que yo
disponía para hacerme con el vídeo.
—¡Rápido, la señorita Kovaleva se ha caído en el baño, le
pedí que me acompañara porque necesitaba mojarme la cara
del mareo y está inconsciente en el suelo! —exclamé con una
mano en el pecho y otra en las cervicales.
La enfermera se levantó con la rapidez de alguien
habituado a reaccionar en situaciones extremas. Su puesto
quedaba justo en frente del despacho del director y era la única
que podía pillarme al intentar entrar, porque casi siempre tenía
la puerta abierta, a no ser que estuviera atendiendo a alguien.
Tenía que ser rápida y precisa, igual que en esgrima, si no
quería perder el asalto.
Corrí al lado opuesto en cuanto ella dobló la esquina
botiquín en mano, y empujé la puerta que, por suerte, estaba
abierta.
Habría tenido un serio problema si el señor Záitsev
estuviese al otro lado, aunque tenía preparado lo que debería
haber dicho en ese caso, que estaba tan alterada por lo
sucedido a Varenka que se me olvidó golpear la puerta antes
de entrar. Venía en busca de ayuda por si hacía falta avisar a la
ambulancia o a su padre.
Eché una ojeada rápida. La estancia no tenía su
característica luminosidad porque el amplio ventanal que
quedaba detrás de la robusta mesa de caoba, que daba a los
jardines, tenía las cortinas de terciopelo echadas. Aquel era un
punto a mi favor, no tendría que ser yo quien las corriera y las
personas que pudieran alzar la mirada no verían nada extraño.
Pisé la gigantesca alfombra burdeos a juego con el
cortinaje y me coloqué detrás del escritorio.
El sistema de vigilancia podía ser independiente o estar
vinculado al PC de dirección. No había estado las suficientes
veces ahí dentro como para saberlo.
Esperaba seguir de suerte y que fuera la segunda opción,
porque dudaba que el ordenador careciera de una contraseña
de seguridad y no disponía del tiempo suficiente como para
liarme con acertijos.
Mi pulso rebotaba en las sienes, la adrenalina fluía por mis
venas cuando tiré de la puertecita del mueble con aspecto de
armario que quedaba justo a la derecha. Era el único sitio con
capacidad para almacenar un sistema de vigilancia externo.
Volví a tirar ante la resistencia que me encontré.
«Govnó![4]¡Está cerrado!».
Me fijé en la pequeña hendidura que quedaba disimulada
en el embellecedor metálico. Si había una cerradura,
significaba que la llave no podía andar muy lejos, salvo que el
director la llevara encima como medida preventiva.
Moví el ratón nerviosa, y como esperaba, la pantalla
principal se hallaba bloqueada. Mi gozo en un pozo.
Necesitaba dar con la llave que abriera el jodido armario,
puede que en él, además del sistema de grabación de
imágenes, el director Záitsev guardara documentos
importantes y por eso permanecía cerrado. Tenía espacio
suficiente para ambas cosas.
En las pelis, las llaves solían esconderse en la cajonera, en
algún doble fondo, pegadas bajo la mesa o en algún libro de la
estantería que quedaba al lado.
Comencé por los cajones, los abrí todos, rebusqué
intentando no descolocar nada. Palpé, golpeé y no di con ella,
miré mi reloj, estaba perdiendo demasiado tiempo. Si yo fuera
Záitsev, ¿dónde me habría dado por esconderla?
Me lancé al suelo, ninguna llave pegada al mueble, por lo
que fui gateando hasta la librería, ubicada contra la pared
derecha, estaba sacudiendo el quinto libro cuando oí un
gemido apagado y un golpe sordo que procedía del otro lado
de la pared. Con el corazón en un puño, dejé el libro, me puse
en el lado desnudo del tabique y apoyé la oreja. El sonido
estaba ahí, latiendo detrás del grueso muro de piedra.
La estancia que quedaba al otro lado, era el mismísimo
despacho de Kovalev, quien estaba en su hora de tutoría. Sentí
una náusea al percibir un sonido claramente femenino saliendo
de él. Lo que me hizo no calcular bien y apoyar la mano en un
cuadro que quedaba suspendido en el mismo lugar en el que
yo me aposté. El elemento decorativo se salió del clavo que lo
sujetaba.
Gracias a que tenía reflejos, pude cogerlo antes de que se
precipitara al suelo y me delatara.
Con los dedos temblorosos, fui a recolocarlo, no podía
quedar un maldito rastro de mi presencia allí. Elevé la pieza, y
entonces lo vi, un minúsculo e imperceptible agujero que
filtraba la luz del otro lado. Era tan pequeño que sería
inapreciable si alguien lo opacaba con un cuadro, pero estaba
ahí, y si te asomabas a él, te permitía ver lo que ocurría en el
refugio de Gavrael.
No estaba lista para la imagen que iba a devolverme mis
retinas, no para verlo así, con ella.
La escena fue tan impactante que mi cerebro estalló hecho
trizas y tuve que controlar el sonido gutural que se formó en
mis cuerdas vocales.
La profesora de francés estaba sentada encima de la mesa
del despacho. Con el pelo rubio ceniza recogido en una cola
alta, muy parecida a la que yo me hacía cuando iba al
gimnasio. Su ropa había sido reemplazada por uno de nuestros
uniformes escolares. Tenía los pies apoyados encima del
tablero, las rodillas separadas y él empujando con violencia
entre sus muslos.
Tragué con dureza. Los ojos femeninos estaban cerrados, la
espalda curvada hacia atrás y las manos agarrándose con
fuerza a la madera, en una postura que no parecía nada
cómoda.
Mi tutor cubría la boca de la mujer, que la mordía casi con
la misma rabia que él empleaba para tirársela. La otra se
aferraba a la parte baja de la espalda de la profesora para que
no se le escapara.
El trasero masculino rebotaba sin piedad entrechocando su
carne con la de ella. Ninguno de los dos estaba desnudo, se
habían limitado a descubrir lo justo y necesario para que sus
sexos pudieran follar.
Las bragas de encaje estaban olvidadas en el suelo. Él tenía
los pantalones y los calzoncillos bajados a la altura de los
tobillos, como si se tratara de un arrebato urgente y no una
puesta en escena que incluía cambio de vestuario.
¿Por qué la profesora de francés vestía como una alumna?
¿Por qué se la tiraba a ella pudiendo recrear esa misma escena
con una de verdad, conmigo? ¿Era esa la fantasía de mi
maestro?
Ella ahogó un chillido agudo que él silenció con una
presión profunda de su mano. Tres empellones más y Gavrael
culminó tras varias sacudidas en un silencio ahogado. No le
pegaba nada, en mis sueños él gruñía, gritaba y jadeaba con
violencia, no así.
Me fue imposible despegarme del espectáculo, aunque
hubiera finalizado, hacerme a un lado y seguir buscando lo que
había venido a encontrar. Necesitaba entender lo que estaba
viendo y solo había una forma de averiguar lo que pasaba
entre ellos.
El sudor recorría mi espalda. Una mezcla de enfado y
excitación me hacía mantener las piernas apretadas.
Un sinfín de preguntas martilleaban mi cerebro mientras lo
veía retirarse, ponerse de espaldas a mí para deshacerse del
condón, anudarlo y arrojarlo a la papelera sin fallar.
La profesora bajó de la mesa de un salto, recogió su ropa
interior y se acercó a él con las bragas en la mano para
buscarle la boca. Sonreí cuando Gavrael no se lo permitió y
ella arrugó el gesto.
—Es tarde, Záitsev debe estar a punto de llegar, cámbiate
—le ordenó, subiéndose los calzoncillos. Ella cogió la prenda
de encaje para perfumarla entre sus muslos y apostarla bajo la
nariz masculina.
—Pero, señor Kovalev… —musitó ella con voz aniñada—,
mire cómo sigo…
—¡Basta! Ya no estamos jugando, Céline. Tú has tenido lo
que has venido a buscar y yo también. Vístete y márchate. —
Ella resopló y le arrojó la prenda en un arrebato. Esta cayó sin
que Kovalev se dignara a tocarla.
—Me estoy hartando de tus jueguecitos, Gavrael, parece
que solo me quieras para esto.
—Y solo te quiero para esto —respondió contundente—.
Si te has cansado de jugar, lo entiendo, aquí se acaba todo, si
no…, ya sabes lo que hay.
—Pero es que…
—No hay peros; o lo tomas, o lo dejas.
Tragué duro, no podía seguir admirando cómo él la ponía
en su sitio porque me estaba arriesgando demasiado.
Sin embargo, había obtenido la información que pretendía.
La profe de francés solo era un agujero, un desahogo, nada
más allá de su necesidad sexual y su secreto más oscuro.
Sonreí al pensar que él trataba de recrear en ella lo que de
verdad anhelaba, a mí, estaba convencida.
Apoyé el dedo en el minúsculo agujerito y lo acaricié con
un suspiro, entonces caí en la cuenta de que era demasiado
perfecto para ser fortuito. ¿Estaba el director Záitsev espiando
a Kovalev? Pero ¿por qué querría hacerlo? Quizá solo fuera
ansia de control, de que nada escapara a su conocimiento, o
puede que supiera lo que ocurría en el interior del despacho
contiguo y era un simple mirón.
¿Se haría pajas mientras contemplaba la aventura de los
profesores?
Me aparté de inmediato de la pared sintiendo cierta
repulsión ante la idea de que pudieran quedar restos orgánicos
resecos en ella. Coloqué de nuevo el cuadro intentando que no
se filtrara ningún sonido al otro lado.
Puede que no hubiera dado con el vídeo de seguridad, pero
di con algo mucho más suculento. Ahora conocía el secreto de
mi maestro, y tener aquella información en mi poder me daba
una seria ventaja.
Salí con el pulso agitado hacia el pasillo en el instante
exacto en que el director doblaba la esquina para regresar a su
puesto de trabajo. ¡Por los pelos!
—Señorita Koroleva, ¿qué hace usted aquí? —cuestionó,
apretando el gesto.
18
Misterios sin resolver
SARKA
—¡¿Cómo que no tienes el vídeo?! —aquel fue el
reproche que me lanzó Varenka cuando nos quedamos a solas.
Al final, tuve que echar mano de mis artes interpretativas
para contarle al director lo que había ocurrido con mi amiga en
el baño, mientras fingía mi supuesta sobrecarga cervical a la
par que se abría la puerta del despacho de Kovalev y la
señorita Céline salía de él con rictus serio.
Fue un momento incómodo, sobre todo, porque, como era
de esperar, Gavrael se preocupó de inmediato por lo que
ocurría, y al entender que se trataba de su hija, echó a correr
por el pasillo.
El director ni se inmutó al ver que la profe de francés no
debería estar reunida con él. Me pidió que aguardara en la
enfermería con la señorita Deneuve, a quien solo tenía ganas
de patear el trasero por lo que había visto. Cuando le comenté
que tenía un botón de la camisa mal abrochado, se limitó a
torcer los labios en un amago de sonrisa observándome con
suspicacia.
En mi mirada podía leerse un «sé lo que ha pasado», y en
la suya un «me la sopla» que me hizo crispar los dedos.
Poco después, llegó la enfermera con mi amiga y su padre.
Varenka me miró de reojo e hizo muy bien su papel. Yo le
pregunté cómo se encontraba y le dije que me había asustado
mucho, mientras fingía náuseas en el reconocimiento de mi
cuello por parte de la enfermera.
—Tiene bastante tensión muscular en el cuello —admitió
esta.
Eso yo ya lo sabía, se me solía sobrecargar, aunque no
hasta el extremo de causarme mareos.
—Debería descansar, señorita Koroleva, y que le den un
masaje con una crema antiinflamatoria. —Mis ojos se
desviaron a Gavrael, que me contemplaba con rictus serio. Ella
debió interpretarlo como temor hacia mi maestro, porque le
reprochó ser demasiado duro con sus alumnos.
—El deporte de competición es exigente, las sobrecargas
musculares están a la orden del día —se excusó. El rigor
empleado con los futuros deportistas de élite no era ajeno a
nadie.
—Yo solo digo que si entrena en este estado, se puede
lesionar —ladró ella en un duelo de miradas.
—No voy a hacer nada que sea contraproducente para mis
alumnos, pero tampoco voy a bajar el nivel de los
entrenamientos. Yo me ocuparé de darle a la capitana lo que
necesita —gruñó ronco. Aquella afirmación me estremeció
hasta el tuétano, porque imaginaba la escena que había
presenciado hacía unos minutos conmigo de protagonista.
¿A eso se refería con darme lo que necesitaba? Porque yo
deseaba mucho más que un polvo sobre una mesa.
Cuando la enfermera se aseguró de que tanto V como yo
estábamos bien, nos envió a clase. El resto de la mañana
transcurrió con tranquilidad.
A primera hora de la tarde, nos tocó ir a clase de técnica, y
debido al incidente que provocamos, tanto Varenka como yo
nos vimos obligadas a sentarnos en un rincón para ver la clase.
Según el maestro, por prescripción médica, debíamos
descansar, lo que no implicaba que no pudiéramos mirar.
Poco le importó que le suplicáramos que nos dejara
participar, que nos sentíamos mucho mejor.
—Con la vista también se aprende, eso sí, estad atentas.
«Si usted supiera», tuve ganas de responder, aunque me lo
guardé para mí misma.
Las perras espaciales nos miraron con sorna después de
que Kovalev se dedicara en cuerpo y alma a ellas y a los
chicos.
Varenka estaba de malhumor, mi incursión en el despacho
del director la dejó sin cita con Yerik, ya que no me quedé a
solas con su padre para mi entrenamiento. Lo peor de todo era
que, según ella, no nos había servido para nada, solo para
perdernos una clase, tener deberes extras y que nuestras
enemigas nos llevaran ventaja en el manejo del florete.
Una vez en casa, nos reunimos en su habitación.
—A ver, el ordenador estaba bloqueado con una contraseña
y el armario estaba cerrado con una llave que me fue
imposible encontrar, por lo que no pude dar con él. Necesito
volver a entrar, y esta vez lo haré con ganzúas y un tutorial de
YouTube.
—Pero ¿tú quién te crees que eres? ¿Arsène Lupin?
—Más bien una mujer con recursos.
—¿Y no sería mejor que supiéramos antes dónde van a
parar los vídeos de seguridad? Porque arriesgarnos otra vez
porque sí no termino de verlo.
—No es porque sí, es para averiguar quién dejó la nota.
—¡Eso ya lo sabemos! —resopló.
—No, no lo sabemos, lo suponemos.
Mi móvil vibró interrumpiendo nuestra discusión.
—Cógelo, seguro que es Lev.
—Tú eres más importante que él, y pareces enfadada
conmigo.
No me gustaba que Varenka estuviera disgustada, era como
mi hermana melliza, la adoraba y me sabía mal cualquier
discusión, por nimia que fuera, entre nosotras.
—No es contigo —reconoció—, es solo que…
—¿Qué?
—Déjalo, no es nada —bufó.
—Ey —la cogí de las manos—, soy tu mejor amiga, lo que
a ti te preocupa a mí también. ¿Qué ocurre?
—¿Tú sabías que Dasha y Yerik estuvieron un tiempo
liados?
—No los vi nunca, aunque eso tampoco es que sea muy
extraño. ¿Te lo ha dicho él? —Asintió.
—Además de besarnos hasta la saciedad, hacemos otras
cosas, también hablamos y, bueno, surgió la conversación
sobre las personas con las que hemos estado y la experiencia
de cada uno en el terreno amoroso.
—¿Y eso te hace sentir insegura o celosa de ella? Porque
tú eres mucho mejor, y si Yerik te prefiere es porque le gustas,
no deberías dudar de ti misma ni de lo que vales.
—No es eso, es solo que… Ya sabes cómo son Dasha y
Laika…
—¿Gilipollas? —Varenka rio.
—Eso también, me refiero a experimentadas, se les ve a la
legua que no son… Ya sabes… Como tú y como yo…
Vírgenes —bajó el tono de voz por si su padre nos oía.
—¿Y eso qué más da? ¿Le ha dado alguna importancia
Yerik cuando se lo has dicho? Porque se lo has dicho, ¿no?
—Sí, sí, él y yo nos lo contamos todo…
—Vale, y, ¿cuál fue su reacción?
—Me sonrió y me besó con más ganas.
—En el fondo, a los tíos les pone eso de ser los primeros
en quitarle el precinto al videojuego. Es primitivo, pero no por
ello menos cierto. Sin embargo, nosotras preferimos que
vengan habiéndose pasado todas las pantallas, así te aseguras
ganar la partida o, por lo menos, que la primera vez sea lo más
cómoda posible. Tanto mi hermana Nikita como mi madre me
contaron que no espere fuegos artificiales, que las primeras
veces suelen ser un asco, aunque, como el vodka, mejora a
cada sorbo, y le vas cogiendo el gusto si das con el correcto.
—Ojalá nuestra primera vez sea buena.
—Ojalá —me sumé, volviendo a pensar en lo que vi en el
despacho.
—¿Puedes mirar ya el mensaje? Igual es sobre la fiesta de
mañana.
Cogí el móvil, y lo primero que observé fue un número
desconocido.
No iba a abrirlo porque esas cosas suelen llevar mierdas,
pero Varenka se me adelantó y pulsó el enlace del vídeo
adjunto.
—¿Qué haces?
—Mirar lo que te ha mandado Lev.
—¡Ese número no es de Lev! —le reproché.
Las dos callamos y fijamos la mirada en el teléfono. Lo
que vimos nos hizo quedarnos en silencio y sin respiración.
En la pantalla estaba Aliona, llevaba el vestido de la noche
en que murió, y lo más preocupante era que estaba en la
azotea. «¿Quién narices estaba grabando y por qué me lo
mandaba?». Se la veía alterada caminando de un lado a otro,
como si algo la atormentara. «¿Sería por la discusión con
Lev?». De repente, frenó en seco y miró en la dirección de la
puerta de acceso. La cámara no enfocaba aquel punto, solo su
cara de mirada exorbitada. «¿Era miedo lo que veía en sus
ojos? Nunca le vi esa expresión en un solo asalto».
El vídeo se cortó y las palabras «ellos no son lo que
parecen» emergieron en lugar de los créditos.
—¡No! —exclamó mi amiga, cogiendo mi móvil para ver
si llegaba otro vídeo o seguía después de las letras.
V y yo nos contemplamos digiriendo lo que acabábamos
de observar.
—Aliona no sufrió un accidente, en la azotea había alguien
más —masculló mi amiga con la palidez de un fantasma. En
eso estábamos de acuerdo, el vídeo dejaba claro que, aquella
noche, la excapitana de esgrima no estaba sola. Ella, su
asesino y la persona que nos había mandado el vídeo, y trataba
de advertirme sobre alguien, estaban allí. Pero ¿quienes eran
esas otras dos personas misteriosas?
19
Ácido
KK
Miré el reloj.
Era la hora, tenía las coordenadas y, en esa ocasión, el
trabajo era más lejos de lo que me hubiera gustado.
En esa ocasión no habría armas para eliminar al objetivo,
la indicación era clara, cada muerte estaba planeada al
milímetro y con un modus operandi distinto.
El motivo era simple: así actuaba el presidente.
Tenía una tarjeta de acceso que abriría la puerta trasera de
los laboratorios sin levantar sospechas. Era el lugar favorito de
Anatoliy Vinográdov. Le gustaba joder allí a su puta de turno
alegando problemas en el trabajo.
Su mujer ya estaba habituada a que el empresario
farmacéutico la abandonara durante la cena por emergencias
laborales. Nunca lo esperaba despierta. Ella se limitaba a
limpiarse los labios con cuidado, asentir con una sonrisa
plácida y aceptar el beso en la parte alta de la cabeza que su
marido le daba antes de partir. No había preguntas, no era
necesario.
Cuando tu marido era un oligarca con un patrimonio que
avergonzaría a la gran mayoría por rozar la indecencia, solo
tenías dos opciones; asumir tu rol de buena esposa, que incluía
fingir que no te enterabas de sus escarceos extraconyugales, o
divorciarte.
Puede que si Yulia Bogdánova hubiera sido algo más que
una puta cara, de la que Anatoliy se encaprichó en una fiesta
llena de ellas, no seguiría casada con él, pero para Yulia, que
aquel hombre de protuberante barriga y calvicie severa se
tirara a cualquier otra antes que a ella era un alivio.
Contemplé el reloj y aguardé la hora exacta. Las cámaras
de seguridad no captarían mi presencia, Tigrovaya Zmeya se
encargaría de suplir la grabación de esa noche desde la
comodidad de su ordenador. Cuando alguien revisara los
vídeos de seguridad, no aparecería en ninguno, y los
periódicos tildarían de accidente lo ocurrido, porque la palabra
asesinato no estaba bien vista en un régimen como el nuestro,
daba demasiada inseguridad y miedo.
Vestía mi habitual sudadera negra y llevaba los guantes
puestos, ya me cambiaría dentro.
El guardia de seguridad tenía órdenes expresas de apagar la
cámara del picadero de Vinográdov y no interrumpirlo hasta
que él lo llamara por teléfono, y si se le ocurría curiosear, mi
camarada se encargaría de que hubiera un fallo en el sistema.
Pasé la tarjeta y la puerta de seguridad se abrió sin
problema.
La luz fluorescente, que estaba en las últimas tal y como
anunciaba su parpadeo, alumbraba un pasillo largo y estrecho
que daba a una única puerta en el extremo.
Pocos operarios eran los que trabajaban en el turno de
noche y, por su bien, esperaba que ninguno de ellos decidiera
cruzarse en mi camino.
Debía recorrer trescientos metros para llegar al laboratorio.
Pasada la puerta de acceso, un mono con capucha, unos
patucos y una máscara de seguridad, para no respirar los
vapores tóxicos que se destilaban, me aguardarían tras la
segunda puerta a la derecha, en el interior de la tercera taquilla
superior.
Me complació que no estuviera cerrada y agradecí que la
indumentaria fuera de mi talla.
Abandoné la seguridad de la capucha porque en los
vestuarios no era necesaria.
Llevaba un arma en la arpillera con silenciador, oculta bajo
la sudadera, que esperaba no tener que usar.
Me puse el mono y, antes de colocarme la capucha por
encima, cubrí mi rostro con la Dräger X-Plore 5500, provista
de un sellado de doble cerco estanco con triple acción
selladora que me proveía de una visión 180º sin peligro de
empañarse y un anonimato suficiente.
En ocasiones como esa, adoraba mis ojos marrones, la
única parte que quedaba a la vista después de encajarme la
capucha del traje de seguridad, y que compartía entre el 55 %
y el 79 % de la población mundial.
Había estudiado los planos de memoria, aunque me
hubieran llegado esa misma mañana. Sabía con exactitud hacia
dónde dirigirme, los puntos ciegos y posibles vías de escape a
través de los conductos de ventilación.
La memoria visual era uno de mis puntos fuertes, por ello
intentaba entrenarla siempre que me era posible.
Me calcé los patucos y regresé al exterior intentando evitar
las zonas comunes. A lo lejos, a través de una cristalera que
quedaba a mi derecha, vi un par de trabajadores en la zona de
envasado que no pusieron atención en mí, estaban demasiado
ocupados charlando con la mirada puesta en el teléfono móvil
como para recaer en alguien tan similar a ellos como yo.
Tres metros más y habría llegado.
Torcí a la derecha y alguien salió del baño. Un tipo delgado
desprovisto de su máscara de seguridad que se subía la
cremallera del mono y me miraba con el ceño fruncido.
Apreté los labios e intenté pasar de largo con un simple
buenas noches.
—Guennadiy, ¿eres tú? —No tenía ni idea de quién era ese
tal Guennadiy, pero tampoco podía hacer como si no lo
hubiera oído. Me limité a girar el rostro hacia él sin aportarle
información, siempre que podía intentaba no matar a civiles—.
¡Claro que eres tú! ¡Qué alegría! ¡Me dijeron que te habían
despedido!
—Me readmitieron —confirmé con voz afónica.
—Me alegro, ¿estás mal de la garganta? —Asentí—.
Bueno, no fuerces, ya sabes que dicen que es peor. ¿En qué
sector te han puesto? —Rebusqué en mi mente para ofrecerle
información coherente que indicara un lugar aproximado hacia
el que me dirigía, y crucé los dedos para que aquel tipo no
trabajara en él.
—Cuatro. —Su cara era de decepción.
—Lástima, yo estoy en el siete, ¿nos tomamos un café a la
hora del descanso y nos ponemos al día? —Asentí—. Bien, yo
descanso en un par de horas, hay que ser productivos para que
ese cabrón de Vinográdov se llene los bolsillos. —Volví a
mover la cabeza afirmativamente, y él se colocó la máscara—.
Me alegro de volver a verte y de tu regreso, después seguimos
hablando. —Su mano golpeó el lateral de mi brazo izquierdo y
me observó con extrañeza—. No sabía que ibas al gimnasio.
—A mi edad hay que cuidarse.
—Pues ya me dirás a cuál, te has puesto más fuerte que la
puerta del Pentágono.
—Que no te oiga nuestro presidente.
El tipo rio por lo bajo y negó con la cabeza. La
animadversión de Putin hacia los americanos no era ningún
secreto de estado. Me hizo un gesto de despedida y me
encaminé en dirección al sector cuatro, tal y como había
informado. Doblé a la izquierda y me quedé convenientemente
allí, oculto, hasta que dejé de oír sus pisadas.
Me asomé con sigilo. Perfecto, ya no estaba, me había
retrasado varios minutos, por lo que debía remontar.
Deshice el camino y fui sin titubeos en dirección a mi
objetivo.
La puerta solo se abría con una contraseña que cambiaban
a diario. Pulsé el primer dígito, pero el guante no dejaba que la
pantalla captara mi dedo.
«Govnó!».
Me lo quité e introduje la clave pasando el guante con
ahínco para eliminar mi posible marca.
Nada más cruzar la puerta, escuché las risitas femeninas
que coreaban una frase subida de tono.
La chica, que rondaba los veintipocos, estaba desnuda, con
los antebrazos y el torso apoyados en uno de los mostradores
de acero inoxidable, con las piernas separadas y la cara de
Vinográdov entre sus nalgas.
Ninguno de los dos percibió mi presencia, estaban
demasiado entretenidos en sus quehaceres como para escuchar
mi sigilo.
Me fijé en la esquina donde se suponía que estaría el bidón
y sonreí al verlo. Solo necesitaba medio minuto para salir de
allí, e incluso me sobrarían varios segundos.
Cuando llegué al lateral de la chica, no tuvo tiempo ni de
gritar. Agarré su pelo castaño, tiré de él y golpeé su cabeza con
tanta contundencia que perdió la consciencia al momento.
El cerdo de Vinográdov alzó la gruesa papada sin
comprender lo que ocurría, tampoco le iba a dar tiempo a
hacerlo.
Voceó con fuerza al verse arrastrado contra el bidón,
intentó revolverse, y en un amago de valentía, incluso
golpearme o arrancarme la máscara para conocer mi identidad.
No lo consiguió, y si lo hubiera hecho, de poco le habría
servido.
—¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿Te ha enviado mi
mujer?! ¡Yo te pagaré el doble! ¡El dinero es mío, ella solo es
una puta igual que la que tengo ahí! ¡Te la puedes follar si
quieres! —bramó como un cerdo al ver que descorría la tapa.
No tuvo tiempo de decir nada más antes de que le
sumergiera la cabeza en ácido y su cuerpo comenzara a
convulsionar.
El único sonido que envolvía la estancia era el gorgoteo
líquido fundiéndole la cara, el de los vapores de la carne
desprendiéndose y llenándolo por dentro. Mis fosas nasales
protestaron.
Hice una cuenta atrás apostando conmigo mismo cuándo
su organismo daría la batalla por perdida.
Chasqueé la lengua cuando el cuerpo perdió la movilidad y
ganó rigidez. Había tardado un segundo menos de lo esperado.
El aroma a producto químico y carne disuelta me hicieron
arrugar la nariz.
No era de mis métodos predilectos, prefería la pureza y el
desafío de los tiros certeros.
Solté a Vinográdov, cuyo cuerpo quedó suspendido sobre
el bidón. Regresé al lado de la chica y le tomé el pulso. Saqué
una jeringuilla y le inyecté una sobredosis que le
proporcionaría una muerte digna y poco dolorosa.
Cuando lo estaba haciendo, escuché una voz.
—¿Qué has hecho, Guennadiy? —La voz me alcanzó por
la izquierda.
Allí, impávido, con ojos exorbitados, estaba el tipo del
baño. Caminé hasta él con cautela y susurré un «al final no me
readmitieron» antes de partirle el cuello y llevarlo al tanque de
ácido del sector dos, donde arrojé el cuerpo.
Cuando llegué al coche, respiré varias veces intentando
quitarme el aroma del cerebro. No era demasiado agradable.
Resoplé y me di una palmadita en la espalda a mí mismo.
Había sorteado los obstáculos y logrado el objetivo, no había
nada más en lo que pensar, mi trabajo no siempre era
agradable. La hermandad estaría satisfecha, y yo también.
Conduje hasta el aparcamiento donde me aguardaba un
segundo vehículo. Al entrar en él y coger el móvil, recibí un
mensaje que no esperaba. «¡Mierda!». Encendí el motor y pisé
a fondo el acelerador.
20
¡Fiesta!
SARKA
Necesitaba desconectar casi tanto como respirar o
descubrir qué había pasado con Aliona. La mejor manera de
rebanarles el cuello a esos tres pájaros era acudiendo a la fiesta
del equipo masculino de esgrima, en casa de Pavel.
Sus padres se habían largado de fin de semana a un evento,
por lo que tenía la casa a su disposición y la nuestra, claro.
Según Lev, iba a ser mítica, todas las fiestas de Pavel lo
eran, o eso había escuchado. No solo irían los del equipo de
esgrima, también estarían influencers, modelos, universitarios,
deportistas y la crême de la crême de San Petersburgo que no
superaran los veinticinco. Pavel era una especie de celebrity,
sus padres tenían una productora audiovisual y se codeaba con
multitud de actores, actrices y gente de lo más glam.
En cuanto Kovalev salió por la puerta para visitar a su
follamiga, quien presupuse que era la profe de francés,
Varenka y yo nos estuvimos mensajeando hasta que
transcurrieron los diez minutos de rigor, por si Gavrael volvía
porque se hubiera dejado algo.
Bajamos al sótano, donde se ubicaba el sistema de
seguridad de la casa.
V tenía razón, introdujo el código y la palabra desactivado
emergió frente a nosotras. Ella me sonrió con suficiencia, y yo
aplaudí su hazaña para poder acudir a la fiesta.
Estábamos más que listas para divertirnos y mezclarnos
con las personas que más conocían a Aliona, quizá pudiera
descubrir quién la mató o, por lo menos, obtener información
de quién me mandó el vídeo. Todo apuntaba a que era la
misma persona de la nota, así que debía ir a nuestro instituto.
Tanto Varenka como yo nos arreglamos nada más subir a
nuestras habitaciones en cuanto terminamos de cenar. Le
dijimos a Gavrael que nos sentíamos agotadas, y no es que
pusiera muchas pegas, seguro que era porque estábamos a
viernes y tenía ganas de otra clase de fiesta. No dudaba de que
Céline le daría otro tipo de temario de francés. Al pensarlo, me
ofusqué y pensé que si él se divertía por su lado, quizá, yo
también lo hiciera por el mío.
Me puse un vestido de terciopelo azul oscuro, ajustado, de
falda corta y manga larga, para compensar. El escote era
cerrado por delante y espalda descubierta hasta debajo de las
lumbares. Mi madre siempre decía que el truco para ser sexy,
pero no resultar vulgar, radicaba en equilibrar la balanza de la
piel que muestras. Varenka escogió un top de pelito con cuello
cisne y manga larga que dejaba al descubierto su abdomen
tonificado; y un leggin efecto piel que le hacía un culo de
escándalo. Dos estilos opuestos que se complementaban a la
perfección.
No pasaríamos frío, en casa de Pavel estaría puesta la
calefacción, y para salir al exterior, nos abrigaríamos bien.
Aunque teníamos la ubicación, Yerik se ofreció para
recogernos. Era el único que tenía carné de conducir. Había
repetido un curso y eso le daba la condición de mayor de edad,
además de poseedor de un BMW M8 que rondaba los ciento
cuarenta mil euros. No estaba mal para un chico de dieciocho.
Normalmente, uno de los escoltas de mi familia montaba
guardia en la puerta delantera de casa. Conocía su rutina, solía
cambiarla los lunes, por lo que sabía en qué lugar estaría con
exactitud. Le pedimos al chico de V que nos esperara a dos
calles por la parte de atrás de la casa. Saldríamos a través del
seto del jardín trasero, que tenía un hueco por donde
pasaríamos con la suficiente elasticidad que nos caracterizaba.
Salimos por la puerta de la cocina, y nos colamos entre el
follaje cubierto de nieve.
«¡Qué frío!». Mi calzado no era el ideal para ir por la
nieve, así que llevaba los zapatos de tacón en una bolsa y me
había puesto botas.
Cuando Yerik nos vio aparecer, su chica dio un brinco
entusiasmada para subirse a su cintura. Él no disimuló las
ganas que le tenía.
Se besaron con descaro, y a mí no me quedó más remedio
que echar la vista a un lado hacia el vehículo.
Yerik nos abrió la puerta a ambas, a mí la trasera y a
Varenka la del copiloto. Una vez dentro, el mejor amigo de
Lev nos ofreció una petaca llena de licor para empezar a coger
ritmo. Yo rechacé la bebida, sin embargo, V no se negó a que
su chico se llenara la boca de vodka y la vaciara en el interior
de la suya.
Ambos rieron cómplices y pusieron la música lo
suficientemente alta como para que retumbara en mis oídos.
Nadie nos siguió, lo que era buena señal y me mantuvo con
una sonrisa hasta que alcanzamos la mansión cerca del parque
Pavlovsky y los parques Pushkin. Contaba con una extensión
de treinta y cuatro hectáreas de terreno, lo que permitía a la
familia Orlov tener una pista de tenis, casa independiente para
el servicio, piscina climatizada, spa, sala de cine e incluso un
billar.
Al entrar, la música tronaba por los altavoces, las
dimensiones de la parcela permitían que, por muy alta que
estuviera, no llegara a la calle más cercana un simple
murmullo. Las luces de colores iluminaban un salón lleno de
gente joven, guapa y con muchas ganas de divertirse.
En el salón de ocio, un DJ amenizaba la sesión con varios
bailarines a su alrededor.
Las fuentes de comida y bebida se distribuían en varias
mesas para deleite de los asistentes.
Los chicos y chicas no se cortaban respecto a las muestras
afectivas, se notaba que el alcohol fluía por sus venas, además
de la palabra desinhibición. No había ni un solo adulto que
pudiera tachar lo que ocurría dentro de la finca como inmoral.
—Chicas, vamos a divertirnos —masculló Yerik,
agarrándonos a las dos por la cintura para mezclarnos con la
multitud.
Estiré el cuello intentando dar con Lev. Con tanta gente,
pensé que me sería más difícil encontrarlo, pero no, lo vi en un
rincón, con una copa en la mano, y Laika apostada sobre su
hombro acercándose mucho a su oído.
La hija del político llevaba un escote tan abierto que no me
extrañaría que lo estuviera rozando con una teta. Dasha estaba
al lado de su amiga, dejándose meter mano y lengua por el
anfitrión de la fiesta.
—¿Pillamos algo para beber? —sugirió Yerik al acercarnos
a la mesa de las bebidas.
—Sí, estaría bien —admití. No iba a pasarme la noche a
palo seco.
En cuanto nos ofreció los vasos, le pregunté a bocajarro.
—Oye, ¿tú conocías mucho a Aliona? —Él alzó las cejas.
—Lo normal, como todos.
—Bueno, era la chica de tu mejor amigo, algo más que
todos la conocerías.
—Sí, algo más que tú seguro, lo que pasa es que Aliona era
muy suya para todo.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, pues a que no era muy sociable, siempre estaba
entrenando, estudiando o follando con Lev. Era un pelín
posesiva y no le gustaba mucho que él hablara de ella, o nos
explicara sus problemas de pareja.
—Sí, eso me dijo Lev.
—¿Qué pasa? ¿Te preocupa que siga pillado de una
muerta? Porque te estarías equivocando de pleno, ya llevaban
bastante tiempo mal. Si te soy sincero, fue lo mejor que le
pudo pasar. Mi amigo estaba agobiado por sus mierdas, por
eso discutieron, además, todo apuntaba a que Ali no le era fiel,
yo creo que por eso se rayaba tanto con él, porque era ella
quien le ponía los cuernos.
—¿Lo engañaba? —Yerik se encogió de hombros.
—¿Por qué no le preguntas mejor a Lev? No creo que sea
una conversación que debas mantener conmigo, y mi amigo no
ha dejado de comerte con los ojos desde que hemos entrado —
susurró en mi oreja.
Desvié la atención hacia el capitán de esgrima, quien,
efectivamente, me contemplaba con los ojos brillantes, y alzó
su copa a modo de saludo al ver que mi atención se volcaba en
él.
Yerik no perdió el tiempo, cogió a Varenka y se la llevó a
la improvisada pista de baile, ella me gritó un «¡vamos a
bailar!» al que no me sumé. Se colgó del cuello del chico para
restregarse contra él.
Me quedé pensativa junto a la mesa. ¿Aliona engañaba a
Lev? Eso sí que era nuevo. ¿Con quién? ¿Era ese otro alguien
quien entró en la terraza aquella noche y el motivo de su
mirada de terror? ¿O quizá fuera la persona que la grababa?
¿Sabía Lev la identidad del amante de su chica?
Mis ojos volvieron a buscar de inmediato al capitán. Al ver
que me había quedado sola, Lev se desembarazó de inmediato
de Laika y caminó hacia mí. Vestía un polo blanco y un
vaquero tan oscuro que parecía negro. Estaba guapo, mucho, y
era consciente de ello. La comisura derecha de su boca se alzó
en una sonrisa torcida que se amplió hasta mostrar los dientes
en cuanto me alcanzó.
—Has venido… —susurró, apoyando la palma de la mano
en la piel desnuda de mi espalda. En cuanto hizo contacto, el
calor me recorrió la columna.
Su boca jugosa buscó tres veces la comisura de la mía.
—No suelo faltar a mi palabra.
Lev no me había soltado, su pulgar me acariciaba de un
modo lento y provocador.
—Estás preciosa.
—Y tú muy bien acompañado. —Él me ofreció una sonrisa
canalla.
—Laika no me interesa, es guapa, pero no eres tú.
—Vas fuerte.
—Voy a por lo que quiero e intuyo que tú haces lo mismo
cuando algo te interesa. ¿Me equivoco? —Negué—. Bailemos.
—¿Quieres bailar?
—Me gusta, ¿a ti no?
—No se me da mal.
—Tendremos que comprobarlo…
Bebí media copa, la dejé en la mesa y permití que Lev me
llevara a la pista. Se movía muy muy bien, aunque no me
extrañaba, porque si algo caracterizaba a Danilov era su
gracilidad en los movimientos de esgrima, alguna vez lo había
comentado con Varenka, lo hacía todo tan fluido que parecía
que danzara.
En cada pieza nos acercábamos más, lo que nos llevó, en
varias ocasiones, a que sus labios rozaran mi cuello, su
entrepierna mi culo o su mano se paseara por mi tripa. El
ambiente festivo, su atractivo, la bebida y el calentón que
empezaba a fraguarse en mi bajo vientre comenzaban a hacer
mella en mí.
Varenka llevaba varios minutos desaparecida, no supe en
qué momento se marchó, pero ya no estaba en la pista, y Yerik
tampoco. Solo esperaba que la primera vez de mi amiga fuera
tan bien como ella imaginaba.
Estaba frente a Lev, muy pegada a su torso, con las manos
suspendidas en su cuello y aquella mirada cobalto fija en mi
boca. Quería besarme, pero no terminaba de dar el paso, nunca
habría imaginado que fuera tímido para eso.
Laika se había acercado a nosotros con uno de los
invitados, intentaba llamar la atención de mi pareja de baile
con su risa escandalosa sumada a unos movimientos que
emulaban que estaba follando. Era tan previsible… Por suerte,
Lev no le había dedicado ni un mísero segundo a su actuación,
lo que le daba bastantes puntos.
—¿En qué piensas? —cuestioné, pasándole las uñas por la
nuca.
—¿En serio tienes que preguntármelo?
—¿Y por qué no lo haces?
Lo tenté. A mí también me apetecía besarlo, para qué
mentir.
—¿Puedo? —Me gustó que pidiera permiso y lamiera sus
labios para que el beso fuera más apetecible.
—Debes —respondí, tirando de su nuca para facilitar la
invitación.
No quise perderme la cara descompuesta de la perra
espacial en cuanto nuestras bocas colisionaron.
«¡Jódete!», el pensamiento cruzó mi mente un instante
antes de que nuestras lenguas se enredaran.
Lev Danilov besaba de maravilla.
21
No entrar
SARKA
—¿Te importa si vamos a algún sitio más tranquilo? —
formulé la pregunta con los labios hinchados y el cuerpo
palpitando.
Llevábamos un buen rato besándonos sin importarnos los
comentarios que nuestro tórrido beso pudiera generar. El qué
dirán nunca fue algo que le importara a mi familia, siempre se
habló de nosotros y dudaba que a mi madre le afectara que me
besara con un chico en una fiesta.
Lev me acarició la mejilla.
—Ahora mismo podrías pedirme cualquier cosa y la haría.
—¿Cualquiera? —Enarqué una ceja.
—Cualquiera —respondió contundente. En mi mente
sobrevolaban muchas posibilidades, aunque la más inmediata
era, sin lugar a dudas, averiguar más cosas sobre Aliona.
—Entonces, busquemos un sitio donde estar solos… —
sugerí.
—Te advierto que esta casa es muy grande, pero no va a
ser sencillo encontrar habitaciones libres.
—¿A quién le gustan las cosas fáciles? —Me mordí el
labio provocadora.
—Vamos —asumió sin titubeos.
Hicimos una parada técnica para coger un par de bebidas,
tanto usar la lengua nos había dejado desprovistos de saliva.
Nos movimos a trompicones, sobre todo, porque
encontrábamos buena cualquier superficie para volver a
besarnos.
Quizá Danilov no estuviera tan mal después de todo.
No podíamos parar de reír, lamer o dar mordiscos. El
capitán era juguetón, morboso y despertaba en mí cierto
gusanillo curioso que me apetecía saciar. Puede que no fuera
mi opción A, sin embargo, se llevaba la medalla de plata en
cuanto a atracción sexual.
Al alcanzar el pasillo de la segunda planta, fui yo la que lo
empujó contra una de las puertas y pasó su lengua por el
lateral del cuello arrancándole un gruñido.
Con rapidez, cambió las tornas y me vi con la espalda
contra la pared, su beso se había vuelto mucho más incisivo y
apasionado, además, cierta parte se apretaba contra mí con
rigidez.
—Me gustas mucho, Koroleva —admitió empalmado.
Fue a buscar mis labios de nuevo y lo frené interponiendo
el dedo índice entre ambos.
—A mí también me gustas —dibujé el perfil de su boca
con la yema del dedo y él la atrapó para mordisquearla—.
Aunque antes de ir más allá, necesito que nos conozcamos
mejor. Quedamos que en esta fiesta lo haríamos, que
hablaríamos sobre nosotros, y, hasta ahora, lo único que me
has enseñado es lo que eres capaz de hacer con esta boca…
—Soy capaz de hacer con ella muchas más cosas… —Su
tono ronco estaba cargado de promesas y deseo.
—¿Y entre ellas está mantener una buena conversación?
—Por supuesto, siempre he sido muy hábil con la lengua.
—Le sonreí por la doble intencionalidad de la frase.
—Muy bien, vayamos a por una habitación y me lo
demuestras.
Recorrimos el pasillo con nuestras manos entrelazadas. Lo
estaba pasando bien, y puede que si Lev se lo curraba, no me
negara a ir un poquito más allá que unos simples besos. Al fin
y al cabo, Gavrael se lo estaría pasando en grande con la de
francés.
Al pensar en ello, me enfadé, no me gustaba imaginarlos
juntos.
Al llegar al final del pasillo, Lev abrió una habitación que
no estaba ocupada.
—Hoy es nuestra noche de suerte —claudicó—. Además,
¡creo que es la habitación de los padres de Pavel! —exclamó
al ver el tamaño.
—¿No has estado aquí antes?
—Sí, pero como has comprobado, la mansión es muy
espaciosa y no es que yo suela entrar para cotillear. Las veces
que me he quedado a dormir lo hice en el cuarto de Pavel. —
Tenía sentido—. Anda, ayúdame a buscar algo rojo para que
no nos molesten…
—¿Rojo?
—Es el código, ¿no te has fijado en las otras
habitaciones…? Si hay una prenda de ese color, ejerce la
misma función que un cartelito de no molesten, e imagino que
no querrás que echemos el cerrojo.
No es que no me fiara de él, es que la idea de estar
encerrada cuando su ex había muerto en extrañas
circunstancias no me terminaba de convencer.
—Lo de la prenda roja está bien.
Fui hacia una cómoda de madera maciza esmaltada con
pintura crema, era de corte clásico, como todo el mobiliario de
la habitación, con molduras ostentosas y ribetes dorados. En el
primer cajón, encontré lo que buscaba.
—¿Esto sirve? —saqué un sujetador de encaje del tono
solicitado.
—Perfecto.
Yo misma coloqué la prenda en el exterior y cerré la
puerta. La estancia era grande, suntuosa y con una cama de
esas que tienen cuatro postes que se elevan hasta el techo.
Una pintura de una mujer desnuda, tumbada de espaldas en
una cama, mientras se miraba en un espejo sostenido por un
angelito, estaba en lo alto del cabecero.
A mi madre también le gustaba ese tipo de arte, tenía una
colección en casa.
—Parece que aquí durmiera la reina.
—Si conocieras a la madre de Pavel, sabrías que así es.
Lev se había sentado sobre el colchón y reclinado sobre él.
El pelo le caía sobre la frente. Lo llevaba corto por detrás y
más largo por la parte de delante. Palmeó la zona que quedaba
libre a su lado y me sonrió. Me quité los tacones y, sin
pensarlo, me coloqué a su lado adoptando su misma postura,
como si fuéramos un espejo.
—¿De qué quieres hablar?
—Cuéntame cosas sobre ti. No sé, tus gustos, sabor
favorito, lo que detestas, aquello sin lo que no podrías vivir,
tus sueños…
—Um, vale, a ver. Me gusta el deporte, aunque eso ya lo
sabes, los coches y las pelis de Marvel. Odio las cosas muy
azucaradas, la zanahoria y la gente que se despierta con una
sonrisa en la boca. —Eso me hizo reír—. ¿No jodas que tú
eres de esas que parece que te hayas desayunado a Mary
Poppins por las mañanas? —Volví a reír—. A ver, que si fuera
así, y algún día lo hicieras a mi lado…
—¿Desatarías a tu Grinch jodemañanas?
—No, me encargaría de borrártela a lametazos.
—Buena estrategia, aunque para tu tranquilidad, te
confesaré que me cuesta horrores levantarme de la cama y soy
capaz de arrojarte el despertador a la cabeza, pregúntale a
Varenka.
—Si estuvieras en la mía, no querría que te levantaras… —
sugirió, paseando el dedo por mi cadera—. Se me ocurren
cosas muy interesantes que hacer contigo en una cama.
—¿Como mantener una conversación de índole no sexual?
—lo frené. Él puso las manos en alto.
—Lo pillo, pero entiéndeme, se me disparan las
hormonas…
—Mejor si se te disparan las neuronas.
—A ver, sigo, ¿qué era lo siguiente…? Ah, sí. No podría
vivir sin la esgrima, una tableta de chocolate 99 % cacao sin
azúcar y sin mi perro.
—No sabía que tuvieras perro, aunque siento ser yo quien
te diga que si no puedes vivir sin tu perro, morirás joven.
—¿Por qué?
—Pues porque los animales viven menos que los humanos.
—No si son de peluche. —Al principio no lo pillé, después
sí.
—¿Tu perro es un peluche? —Cuando la confirmación
llegó, eso sí que me hizo reír, y a él también.
—No te descojones, mis padres nunca me dejaron tener
uno, así que el señor Lanitas forma parte de mi vida desde los
cuatro años. —Ahora sí que me estaba riendo con ganas.
—¿Señor Lanitas? —pregunté con lágrimas en los ojos. A
él no le importaba, parecía encantado por mis risas.
—En mi defensa diré que, antes de los cinco, nombres
como Decapitador o Rompehuesos no suelen entrar en tu
mente.
—Madre mía, eres increíble.
—Gracias, me lo suelen decir —comentó divertido—. Y
respecto a los sueños… Algún día me apetecería participar en
las olimpiadas, que mi culo salga en un anuncio de colonia por
el que todas las mujeres del mundo babeen y tener que
asegurarlo. Si hablamos de futuro cercano, lo que ahora mismo
está en mi top 1 de sueños por alcanzar es que Sarka Koroleva
acepte una cita.
—Tonto —reí.
—¿Por hacerme falsas ilusiones?
—Por tomarme el pelo…
—No te lo estoy tomando. —Pasó un mechón por detrás de
mi oreja—. No me importa repetir, aun a riesgo de parecer
pesado, que me gustas…
—No sé, por muchas vueltas que le dé, no lo entiendo, soy
muy distinta a tu ex y, normalmente, las personas repiten
patrones…
—Quizá es que no quiero a alguien como ella en mi vida.
—Imagino que si fue tu chica, algo debería gustarte de
ella… ¿Qué fue lo que te hizo querer salir con Aliona?
Entré en terreno pantanoso. Sabía que me estaba
arriesgando, que podría cerrarse en banda y no contestar, así
que aguardé pacientemente por si ocurría y tenía que darle la
vuelta a la situación.
—Mi ex era jodidamente perfecta. No sé cómo explicarlo,
era como una de esas pinturas que ves en un museo y decides
que quieres colgar sobre tu chimenea porque quedaría de
maravilla. Era guapa, misteriosa, reservada, inflexible, celosa
y muy lista. Además de gustarle la esgrima.
—¿La querías?
—Sí, a ver, salimos casi dos años, supongo que había amor
entre nosotros.
—¿Supones? —Él se dejó caer hacia atrás y pasó los dedos
por su pelo.
—Los celos lo jodieron todo. Al principio, pensaba que
eran muestra de cuanto me quería; después, me parecieron una
herramienta de control. Quería saberlo todo, mis horarios,
conocer a todos mis amigos, con quién iba cuando quedaba
con ellos. No podía hacer planes sin contar con ella, y si los
hacía con Yerik, se volvía loca. Terminé quedando con él a
escondidas, porque sabía lo mucho que le molestaba.
—¿Sus celos estaban fundamentados?
—¡No! Nunca le di motivos para que desconfiara, era ella
la que hacía cosas extrañas y la que parecía obsesionada con…
—Se calló.
—¿Con?
—¿Podemos dejar de hablar de Aliona? Pensaba que esto
iba de nosotros, que querías conocerme a mí y no a mi ex —
me acusó receloso. Se estaba poniendo a la defensiva y eso no
era bueno.
—Por supuesto, es solo que me genera curiosidad, no
querría que te confundieras e intentaras encontrarla en mí.
—Yo ya no pienso en ella.
Su mano se posó en mis lumbares y se acercó para pegarse
contra mi cuerpo.
—Solo una cosa más. ¿Piensas que saltó para llamar tu
atención la noche de la fiesta? Me comentaste que la habías
dejado. —No vi sorpresa en sus ojos, solo muda aceptación.
—Yerik piensa eso mismo. Si te soy franco, no lo sé y
nunca lo sabré. Aliona se llevó con ella los motivos de su
muerte. Ahora ya no está y no puedo hacer nada para que
vuelva o para averiguarlos, en cambio, nosotros seguimos
vivos y podemos tener un futuro si me das la oportunidad.
No estaba de acuerdo al cien por cien porque yo sí que
estaba dispuesta a descubrir la verdad. Lev acercó su boca a la
mía con tiento y no rechacé sus avances.
Por esa vez había sido suficiente, si lo presionaba más,
podría alejarlo de mí en lugar de acercarlo.
El beso ganó intensidad, la cabeza me daba vueltas y el
cuerpo me palpitaba encendido. Danilov ganaba osadía y su
mano izquierda amasaba mi glúteo por encima de la tela
mientras yo me enroscaba contra su cuerpo buscando alivio.
¿Con quién estaría obsesionada Aliona?, pensé mientras
llenábamos nuestras bocas de jadeos. Mi pierna buscó la
comodidad de instalarse sobre la suya. Tenía muchísimo calor
y ansia.
Lev gimió al percibir que me retorcía contra su muslo, que
le revolvía el pelo mientras él buscaba el escote de la espalda
para colar la mano por dentro.
No oímos cuando la puerta se abrió, pero sí la frase
cortante de alguien que acababa de prorrumpir en la
habitación.
—¡Suéltala!
22
No lo volveré a hacer
SARKA
La cara de Tatiana, la chica de mi hermana, con una ira
aniquiladora, nos observaba apretando los puños.
Nunca hubiera esperado encontrármela ahí, en una
situación como esa, mientras me revolcaba con un chico en la
cama.
Me desembaracé de Lev atemorizada por lo que pudiera
suceder y me puse en pie estirando el vestido hacia abajo. Lo
primero que me pasó por la cabeza era que mi hermana estaría
subiendo las escaleras.
—¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Está Irisha contigo?! —exclamé,
poniéndome en lo peor.
—La pregunta no es qué hago yo aquí, o si está tu
hermana, sino cómo se te ocurre escaparte sola, sin avisar a
nadie, huyendo de tu escolta, para que pudiera haberte
ocurrido cualquier cosa. Da gracias que Fiodor, en su ronda,
advirtió unas huellas sospechosas que salían de la parte trasera
de la casa y que no hubo tormenta que las pudiera cubrir.
¡Mierda! No caí en eso, en que la zona no era muy
transitada por transeúntes nocturnos y Fiodor caería en la
cuenta de nuestras pisadas alejándose. Govnó!
—¡¿Es que has perdido el entendimiento junto a tus
bragas?!
Tati estaba muy irritada, y no quería ni imaginar cómo se
pondría Irisha, seguro que me hacía abandonar la casa de
Kovalev y mudarme con ellas. ¡Menudo desastre!
—Las bragas las llevo puestas. Lo siento, solo quería
divertirme un poco, no salgo nunca, me dedico a estudiar,
entrenar, dormir y comer; es una vida muy triste para una
chica que en un mes cumplirá los dieciocho —recalqué—. ¿Es
que tú no salías a mi edad?
—Lo que yo hiciera o no da lo mismo, conoces de sobra
las normas. Puede que si nos lo hubieras contado, Irisha
hubiese accedido a que Fiodor te trajera, pero escaparte no es
propio de ti, y te aseguro que tu hermana se decepcionará
mucho cuando se entere de lo que has hecho, por no hablar de
Kovalev.
—¿Irisha no lo sabe? —Tatiana apretó los labios.
—Cuando Fiodor llamó, se había quedado dormida, me
supo mal despertarla si podía encargarme sola, has tenido
suerte de que fuera yo quien respondiera a la llamada, porque
ella igual hubiera prendido fuego a la casa.
Su respuesta me llenó de alivio, aunque no sabía cómo se
podía tomar Lev su reflexión sobre las actitudes pirómanas de
Irisha. Cualquier chico de su edad habría salido por piernas
conociendo quién era mi familia y de lo que podrían ser
capaces.
—Yo también lo siento —intercedió él, pillándome por
sorpresa—, fue culpa mía, yo las invité e insistí en que
vinieran.
Tati lo miró de refilón, pero sus ojos verdes volvieron a mí
rápidamente.
—Nos marchamos, despídete —cabeceó hacia él.
—Varenka también está en la casa.
—Lo sé, hemos abierto muchas habitaciones hasta dar
contigo, Fiodor se encargará de que esté abajo. Por lo menos,
tuvisteis cabeza y os trajisteis el móvil, aunque los dejarais en
un coche.
Yerik nos comentó que era mejor que guardáramos los
bolsos en él, así no corríamos riesgo de perderlos, al igual que
las botas. Ahora comprendía cómo nos localizaron, por el
sistema de geolocalización que mi madre insistió en
instalarme; sin él, no me habría dejado quedarme en casa de
Kovalev. Fue un fallo de principiante llevarlo conmigo,
aunque no podíamos correr el riesgo de que nos pasara algo y
no tener con qué llamar.
—Tu amiga está abajo un pelín más perjudicada que tú,
espero que lo pasarais bien porque dudo que se vuelva a
repetir.
Le di un apretón suave a Lev, quien respondió dándome un
beso tierno en la mejilla junto a un «después te escribo».
Fiodor estaba en la planta de abajo, como mi cuñada había
sugerido, junto con Varenka, quien estaba bastante preocupada
y tenía los ojos enrojecidos al borde de las lágrimas. En cuanto
me vio, se abrazó a mí. Yerik ya había ido a por los bolsos, las
botas y V los tenía en su poder.
—Uy, mira, ya han venido a buscar a las niñas que se han
escapado de casa —rio una voz tras de mí. Se trataba de Laika,
quien contemplaba el espectáculo con una sonrisa pérfida en
los labios mientras algunos le seguían el rollo.
—Es mejor que te venga a buscar tu familia a que pase de
ti porque les importas menos que una mierda —respondí sin
callarme.
En otra ocasión, habría pasado, pero no me apetecía. Ella
apretó los labios mientras que Tatiana nos espoleaba para salir.
Una vez fuera, en la tranquilidad del coche, le supliqué que
no le contara nada a Irisha o al padre de Varenka, le juré y
perjuré que no volvería a ocurrir. Ella estaba muy molesta, y
mi guardaespaldas más, porque mi escapada podría causar su
despido. V no dejaba de llorar, preocupada por lo que su padre
pudiera llegar a hacer.
—Por favor, Tati —supliqué—. Mi conducta siempre ha
sido ejemplar y volverá a serlo. Te prometo que si os doy un
problema más, yo misma regresaré a casa por mi propio pie.
Ha sido una cagada, queríamos pasar un rato con gente de
nuestra edad, con el chico que nos gusta. ¿Es que tú nunca la
has cagado por amor?
Sabía que si hacía referencia al sentimiento que todo lo
movía, podría ablandarla un poco. Era una mentirijilla a
medias, porque lo que en realidad había ido a buscar eran
respuestas.
—Tu hermana tomará esa decisión, a mí no me
corresponde.
—Vale, pero ¿podemos pasar de decírselo al padre de V?
Por favor, no lo conoces, es superduro, y fue idea mía, yo le
insistí a Varenka, ella, en realidad, no quería por mucho que
quisiera estar con su novio. —Le apreté la mano a mi amiga.
Esperaba que cargar con la culpa la liberara un poco y nos
librara de Gavrael.
—Por favor —suplicamos las dos. Sus ojos se encontraron
con los míos a través del espejo.
Ella resopló y miró de reojo a Fiodor, que se mantenía
impertérrito.
—A ver… En realidad, yo no le debo ninguna explicación
a tu padre —reflexionó, buscando a Varenka—, sino a Irisha,
así que, por esta vez, y sin que sirva de precedente, no seré yo
quien se lo cuente —murmuró, llenándonos de alivio.
—¡Gracias! —exclamamos al unísono, abalanzándonos
contra su asiento llenas de felicidad.
Aparcamos delante de la puerta principal, el coche de
Tatiana estaba solo a unos metros. Varenka sacó las llaves y
ellos aguardaron hasta que nos vieron entrar.
Como esperábamos, mi tutor todavía no había vuelto de su
cita nocturna. Mi amiga estaba bastante mareada, con los ojos
hinchados, el estómago revuelto y llena de preocupación, por
lo que le sugerí que subiera a su habitación y se metiera en la
cama. Mañana ya tendríamos tiempo de ponernos al día con lo
ocurrido.
Yo me encargaría de bajar al sótano y reestablecer el
sistema de alarma antes de irme a dormir.
Me fijé en lo que V hacía para que saliéramos, era fácil,
solo debía introducir los dígitos y pulsar reestablecer.
Al subir las escaleras, lo hice aliviada, esperaba que Irisha
no fuera excesivamente dura y me dejara quedarme.
Alcancé la planta baja, e iba a poner un pie en el primer
peldaño de las escaleras cuando escuché un crujido detrás de
mí.
Me di la vuelta y una sombra oscura ocupó todo mi campo
visual.
23
Eres una cría
SARKA
Frente a mí estaba Gavrael Kovalev, vestido de riguroso
negro y con una mirada aniquiladora.
Si Tatiana parecía un problema, no era nada comparada
con el maestro, su actitud era la de un cachorrito al lado de la
de mi tutor. Tenía los brazos cruzados, la mandíbula tensa y
una gruesa vena palpitaba en la sien.
Nunca lo había visto así, puede que porque no le había
dado motivos, hasta ahora.
—¿A dónde has ido y cómo sabías el código de
desactivación de la alarma? —Tragué con fuerza.
Sus preguntas me dieron a entender que pensaba que había
sido cosa mía, que su hija no fue la instigadora y la artífice de
que nos escapáramos y nos metiéramos en aquel lío
descomunal. Si quería salvarle el culo a V, lo único que podía
hacer era seguir cargando con la culpa, total, yo no era su hija,
sería más condescendiente conmigo que con ella.
—Necesitaba salir a dar una vuelta, lo del código… Lo vi
una noche que no podía dormir —respondí, versionando la
explicación que me dio mi amiga cuando le hice la misma
pregunta—. No he hecho nada malo, solo airearme, como
usted…
Él bajó los brazos y, sin previo aviso, me agarró de los
míos para llevarme contra la pared.
—¡¿Que no has hecho nada malo?! ¡Eres una jodida
inconsciente! ¡¿Cómo se te ocurre salir de casa sola?! ¡Estás a
mi cargo! ¡Podría haberte pasado cualquier cosa! Además, no
creo que hayas escogido ese modelito que llevas para salir a
jugar con la nieve —refunfuñó.
—No, salí a jugar a otra cosa, como usted —mascullé
desafiante.
Mi respuesta todavía lo mosqueó más.
—No tienes ni idea, Sarka…
—Yo creo que sí. —No iba a revelarle que conocía su
secreto, porque eso me hubiera llevado a contar lo que vi
desde el despacho del director—. Usted tiene sus citas
nocturnas, y yo quería tener la mía propia con… Lev —
acaricié el nombre del capitán de esgrima envolviéndolo con la
lengua. Estaba convencida de que mis labios todavía estarían
hinchados por sus besos, él los miró y vi cómo se llenaba de
furia.
—¡Te lo advertí! ¡Te dije que nada de chicos! ¡Que no te
puedes desconcentrar! —Sus dedos se clavaban en mi piel con
inquina.
—¿Y qué hago si necesito sexo? ¿No puedo follar porque
me lo diga usted? Tengo necesidades que usted no puede
cubrir, ¿o sí? —lo tanteé, arqueando una ceja. Su rostro
enrojeció, la respiración se volvió resollante y no respondió de
inmediato, lo que me hizo sonreírle con desdén—. Lo suponía.
—Eres una malcriada que se ha puesto en peligro y a mi
hija por echar un polvo. Cualquiera podría haber entrado
mientras no estabas y atacar a Varenka.
—Nadie lo ha hecho, y su hija sigue a salvo en la gran
torre de marfil. Además, mi escolta estaba fuera, ella no dejó
de estar protegida en ningún momento.
—Ah, ¿no?
—¡No! —Él tensó la boca.
—Tu guardaespaldas está aparcado a unos metros del lugar
en el que estaba cuando yo salí, y hay huellas de que no ha
permanecido ahí todo el rato. ¿Quieres que comprobemos las
cámaras de seguridad? —¿Qué cámaras? No sabía que hubiera
instaladas, si lo hacíamos, se destaparía la verdad.
—No hace falta —siseé.
—Muy bien, necesitas entender que los actos tienen
consecuencias, si te saltas las normas y te portas como una
cría, te castigaré como a una.
Me llevó a rastras hasta el salón y, sin miramientos, me
tumbó sobre sus rodillas en el sofá, con una mano inmovilizó
las mías y con la otra me subió la falda del vestido.
—¡¿Qué narices está haciendo?! —mi pregunta calló ante
la primera palmada de su mano sobre mis nalgas. ¿Me estaba
dando unos azotes? Nadie me había puesto una mano encima
jamás. Mi carne tembló bajo la suya y escoció; al llegar la
segunda, me sentí enrojecer—. ¡Suélteme! ¡Basta! —protesté
revolviéndome.
—No hasta que hayas recibido lo que mereces, yo decidiré
cuándo es suficiente.
La tercera palmada volvió a picar con la misma intensidad
que las dos anteriores. No eran suaves, aunque tampoco
excesivamente crueles, tenían la suficiente fuerza como para
encender mis cachetes sin amoratarlos.
—¡No merezco esto! —me quejé.
—¿Y qué mereces? ¿Una palmadita en la espalda y que te
diga que lo has hecho bien?, ¿que te dé mi enhorabuena por
escaparte? —La cuarta me hizo contener la respiración, fue
más exigente que las demás—. No puedes hacer lo que te
venga en gana, no mientras yo soy tu custodio y sea
responsable de tu integridad. ¿Sabes lo que ha sido el camino
de regreso? ¡Me he vuelto loco de preocupación cuando vi que
la alarma había sido desactivada! ¿Puedes ponerte una jodida
vez en mi piel? —su respuesta me hizo estremecer. No lo
había pensado.
—Lo siento —susurré, y el quinto azote se sumó a los
otros cuatro. Comprendí lo que me decía, seguro que condujo
como un loco, incluso podría haberse accidentado por nuestra
culpa.
¿Lo habría interrumpido mientras follaba?
Noté una caricia sobre el lugar golpeado que provocó una
contracción involuntaria de mi entrepierna. Un jadeo suave
escapó de mi boca.
—Lo siento mucho —volví a repetir, escuchándolo respirar
con fuerza.
Dejé de moverme, de patalear, y acepté en silencio la
llegada de la sexta. Lo hizo seguida de otra caricia que me
hizo resollar. Algo duro se alzaba bajo mi vientre para clavarse
en él. Me mordí el interior del carrillo cuando la séptima
palmada calentó mi piel.
Tenía miedo de decir algo que pudiera pinchar aquella
extraña burbuja en la que me veía inmersa. No solo estaba el
castigo por nuestra imprudencia, comenzaba a sentir placer en
su contacto, sobre todo, después de la cachetada, al pasar la
palma de la mano con un efecto perturbador.
Un gruñido masculino alcanzó mis tímpanos al mismo
tiempo que las yemas de sus dedos se perdían en la costura de
mis bragas y el filo de encaje perteneciente a las medias que
morían en mis muslos. No había pensado en mi aspecto, en lo
que sus ojos estaban mirando, hasta ahora. Mi ropa interior era
transparente con puntitos negros en relieve que le permitían
verme el culo en toda su gloria.
La octava fue mucho menos impactante, lo que no restó
humedad entre mis muslos. Quería más, mucho más, por eso,
en un acto de avidez, los separé un poco.
El silencio se rompía por nuestras incontrolables
exhalaciones y la carne temblando bajo la suya. Aguardé
expectante, con el cuerpo encendido, al siguiente movimiento.
Sus dedos recorrieron la línea que separaba mis nalgas y
descendieron entre ellas hasta toparse con la tela empapada. Se
detuvo en ella y respiró pesadamente.
Quería que siguiera, que no se detuviera. Tenía miedo de
que si lo azuzaba o hablaba, saliera de aquella especie de
trance hipnótico que lo hacía tocarme sin pudor.
No hubo más golpes, se dedicó a pasear el dedo arriba y
abajo mientras yo me derretía por completo. Me gustaba que
su mano izquierda ejerciera presión sobre mis muñecas
inmovilizadas, lo hacía con la fuerza exacta que no
incomodaba, solo me llenaba de erotismo al sentir que la
derecha se entregaba a darme placer.
Solo yo me había tocado en ese punto, ninguna piel extraña
había entrado en contacto con la mía hasta ahora.
La mano masculina dio un paso más colándose por la
costura lateral para perderse entre mis pliegues.
Los dos jadeamos. Giré mi rostro hacia el suyo y lo miré.
Tenía los párpados cerrados y se recreaba en el tacto húmedo
de mi entrepierna, con la misma pasión a la que se entregaría
un músico con su instrumento predilecto.
El placer crecía en mi bajo vientre, uno de los dedos palpó
mi entrada y fui incapaz de controlar el gemido que tronó en
mis cuerdas vocales.
Abrió los ojos de forma abrupta despertando de su propio
hechizo. Clavó sus pupilas en las mías y yo me sentí atrapada
por su negrura. No duró mucho. Apartó las manos con la
misma rapidez que si las tuviera envueltas en fuego.
—¡A tu cuarto! —rugió.
—No quiero —admití—, sigue…
—Sarka, sube a tu cuarto. ¡Eres mi alumna y tienes
diecisiete! —El tono era entre desesperado y cortante,
blandiendo mi edad como una estocada mortal.
—Me gusta lo que me haces con los dedos —susurré,
tuteándolo.
—¡Pues pídeselo a Lev! —gruñó, expulsándome de la
comodidad de sus piernas para deshacerse de mí y salir del
salón a grandes zancadas.
Lo último que escuché, además de los latidos de mi loco
corazón, fue el portazo que dio al alcanzar su habitación.
24
Pacto
GAVRAEL
Hundí mi puño contra la pared, una, dos, tres veces, con
la suficiente fuerza como para no poder mover la mano al día
siguiente. La misma que la había acariciado, que había
enrojecido sus nalgas perfectas, que había tanteado entre sus
muslos y la humedad que habitaba en ellos.
La llevé sin control a mi nariz y aspiré. Ella estaba allí, era
su esencia, era lo que despertaba en mí, aquella pasión
arrolladora, enfermiza, que no me dejaba respirar.
Caminé hasta la licorera y me llené una copa de vino hasta
el borde, donde bailoteaban mis propios demonios alzando sus
tridentes. Era una puta cría, una insolente y demasiado
atractiva para mi mente enferma.
Bebí hasta apurarla para llenarla de nuevo. Necesitaba
sofocar el calor y la dureza que palpitaba entre mis ingles.
Sacudí la mano. Abrí y cerré el puño. Dolía, aunque no
tanto como la desestabilización emocional en la que me veía
sumido. Yo nunca iba a la deriva, jamás perdía el control,
tenerlo era lo único que me mantenía a flote, formaba parte de
mí, de mi esencia, y entonces…
Me dejé caer contra el sillón y observé la quietud del patio
trasero. Los copos de nieve habían empezado a caer de nuevo.
El frío nunca me había importado, al contrario, lo prefería al
calor sofocante que en ese instante inundaba mi fuero interno.
¿A qué demonios estaba jugando Sarka? ¿Dónde estaba
aquella chiquilla dócil que se entretenía en casa mientras
agitaba su muñeca favorita? ¿En qué lugar quedó relegada su
inocencia?
Lev Danilov.
La imagen del capitán de esgrima acudió a mí sin piedad.
En mi mente aparecía tocándola, envolviendo su cuerpo
perfecto mientras devoraba aquella boca mullida. La bilis
reptó por mi garganta.
Me sentía enfermo de celos al imaginar lo que habría
estado haciendo con él. ¿La habría tocado como yo? ¿O quizá
lo hizo con su boca y se deleitó con la dulzura de su sabor? ¿A
dónde habían ido? ¿La habría desnudado con cuidado? ¿Se
habría perdido en cada una de sus curvas tal y como ella
merecía o habría sido algo rápido, voraz e incendiario?
Hundí mi cabeza en la mano libre, en lo único que podía
pensar era en romperle la boca a un muchacho de diecisiete
años, a mi alumno, porque había puesto su mirada en Sarka.
¡¿En qué me estaba convirtiendo?! ¿No me bastaba con
disfrazar a Céline para satisfacer mi pulsión interior que ahora
iba a convertirme en un niñato a mi edad?
Nos liamos en una fiesta de Halloween. A ella le dio por
ponerse el uniforme, le pareció divertido jugar a ser
adolescente. Me pilló con la guardia baja y la testosterona por
las nubes. Llevaba un par de años intentando acostarse
conmigo, y yo evitando mezclar trabajo con placer.
Ella pareció captar cuánto me ponía que vistiera aquella
falda y la blusa de alumna, por lo que cada vez que quería
follar, aparecía en mi despacho, uniforme en mano, y yo podía
recrear la fantasía que no me abandonaba ni de noche ni de
día.
Hasta ese momento fue suficiente, entonces, ¿qué había
cambiado? ¿Qué me había hecho romper la coraza y dejar salir
mi deseo más oscuro?
Tal vez una mezcla entre la rabia y la preocupación, creí
enloquecer al darme cuenta de que les podría haber pasado
cualquier cosa en mi ausencia. La jodida cría había
desactivado mi sistema de seguridad para enfrentarse a lo que
pudiera acontecer lejos de mi protección. ¡Podría no haber
vuelto a casa! ¿No era consciente de que su familia tenía los
suficientes enemigos como para poder hacerle cualquier cosa?
Ahora sabía que me espiaba. ¿Hasta cuánto sabía de mí?
Había bajado la guardia demasiado, no era ajeno a que me
miraba de un modo distinto, la admiración había dado paso a
algo más caliente, más profundo, que yo estaba convencido de
poder controlar.
Para muchas alumnas era un icono imposible de alcanzar,
una fantasía erótica que reinaba en muchas de las mentes
femeninas. Creía que suspiraría un tiempo por mí y que
después se le pasaría. Me equivoqué porque no solo había
mutado algo en ella, que se mostraba más osada, receptiva y
deseosa, también lo había hecho en mí.
«Me gusta lo que me haces con los dedos», rememoré,
apretando los párpados. Esa voz dulce, tibia, escapaba a través
de sus labios inflamados. Su carne tembló bajo mi palma,
fundiéndose en cada azote que rebotaba bajo sus bragas. Mi
hombría se inflamaba, mis yemas se recreaban en la humedad
femenina. Sus jadeos, mis gruñidos; el placer de tantear su
entrada tensa.
«¡Mierda!», rugí, engullendo la segunda copa.
Me extralimité, había cruzado una línea de no retorno y
ahora no sabía si estaba a tiempo de recular. ¿Cómo iba a
poder enfrentarme a ella? Si mis amigos me vieran, se reirían
en mi cara.
Quizá lo mejor fuera que Sarka volviera con su hermana,
que le dijera que, después de lo ocurrido, lo mejor era que…
Dos golpes en la puerta me sacaron de mis elucubraciones.
Tragué con fuerza y miré la manilla con tanta intensidad que
podría haberla fundido. No respondí.
—¿Señor Kovalev? —Era su voz la que estaba al otro lado.
Temblé por dentro como un jodido adolescente. Volvió a
golpear—. Sé que está despierto, ¿puedo pasar?
No podía evitarla, más aún, yo nunca huía de los
problemas, los enfrentaba, eso les enseñaba a mis alumnos y
no iba a empezar ahora a esconderme. ¡Era una cría, podía con
eso y con mucho más!
Me puse en pie para abrir la puerta con tiento.
Sarka llevaba puesto el pijama, no quedaba rastro de
maquillaje o aquel vestido enloquecedor. Su pelo estaba
húmedo y derrochaba aquel aroma a algodón de azúcar que
envolvía su piel como una bruma jabonosa.
—Deberías estar durmiendo.
—No podía después de…
—Ha sido un error. —Me pincé el puente de la nariz sin
dejarla terminar—. Uno muy grave que no va a volver a
ocurrir. Me extralimité…
—Los dos lo hicimos —comentó ella, colocándose un
mechón tras la oreja—. No voy a mentirle, me resulta
atractivo, como a media humanidad —confesó con una
sonrisita candorosa—. Entiendo que lo que ocurrió no estuvo
bien, que soy su alumna y usted mi profesor… —Debería
sentir alivio con sus palabras. Entonces, ¿por qué en lo único
que podía pensar era en arrastrarla a mi cuarto para
demostrarle lo mucho que me ponía que me llamara de ese
modo?
—No tengo excusa. —Mi tono era parco—. Entenderé si
quieres regresar a tu casa, quizá fuera lo más correcto después
de…
—No —exhaló—. Como le he comentado, siento lo
ocurrido, se me fue la cabeza, bebí en la fiesta y estaba un
poco exaltada. Imagino que a usted le ocurrió lo mismo, el
alcohol puede nublar la mente y llenarte de impulsos que en el
fondo le pertenecen a otra persona… —¿A otra persona? No
llevaba ni una gota de alcohol en el cuerpo cuando la senté
sobre mis rodillas, y me hubiera encantado garantizarle que
sabía exactamente a quién le pertenecía mi erección—.
Entiendo que siga considerándome una cría porque tengo
diecisiete, pero le recuerdo que en un mes seré mayor de edad,
lo que me hace apta para ir a la cárcel o poder votar. —«O que
te folle sin que sea una ilegalidad». Tenía que dejar de pensar
esas cosas si quería llegar a buen puerto—. ¿Podríamos hacer
a un lado lo que ha pasado y seguir como hasta ahora? Yo me
siento muy feliz en su casa, con Varenka. Vivir frente al
instituto me facilita muchísimo que no se me peguen las
sábanas y llegar a tiempo a los entrenamientos. Quiero
centrarme en entrenar y en mis estudios, le prometo que una
situación como la de esta noche no volverá a darse, además, no
creo que nos convenga a ninguno de los dos que le dé
explicaciones a Irisha sobre el motivo de mi vuelta a casa.
Tragué con dureza, esa pequeña arpía me estaba queriendo
intimidar contándole a su hermana lo ocurrido.
—¿Es una amenaza?
Sabía leer muy bien entre líneas. Ella parpadeó con una
inocencia fingida que me hizo apretar los puños.
—¿Amenaza? No, yo nunca lo amenazaría, maestro,
aunque comprenderá que si me preguntara, no estaría bien
mentirle a la sangre de mi sangre. Por eso creo que lo mejor
para ambos sería no tener motivos para hablar. ¿No piensa lo
mismo?
Tenía tanta tensión acumulada en mi cuello que si lo
giraba, podría partirse en dos.
—Escúchame bien, Sarka, lo que ha ocurrido ahí abajo ha
sido tan grave como para dejarme sin empleo, una sola palabra
y…
—Le juro que no hablaré, le estoy ofreciendo un pacto. Yo
no comento nada y usted no me echa, me parece justo. Los dos
salimos ganando. —Tenía ganas de rugir, volver a colocarla en
mis rodillas hasta que comprendiera que quien juega con fuego
puede salir calcinado—. Comprendo que deba consultarlo con
la almohada. Dulces sueños, maestro —me guiñó un ojo—, lo
tendré en cuenta en mis oraciones.
Se dio la vuelta y puso rumbo a su habitación mientras yo
me debatía entre si debía ceder o no.
25
Cipa
Tatiana
Entré con sigilo a la habitación, esperaba que Irisha
estuviera dormida, no encontrarla sentada en la cama con cara
de circunstancia.
—¿Te quedaste sin tabaco? —cuestionó con las cejas
rubias reptando por su frente.
—No, y aunque hubiera sido así, no tendrías que
preocuparte porque no fuera a volver… —Me quité el calzado
y la ropa también. Necesitaba envolverme en la comodidad del
pijama.
—¿Y puedo saber qué te llevó fuera de la cama?
—Te recuerdo que yo no me acosté, fuiste tú la que te
quedaste frita. Surgió un imprevisto y tuve que salir.
—¿Imprevisto? —preguntó con todas las alarmas
disparadas—. ¿Se trata de mi padre? ¿Has dado con él?
—No, no ha sido eso. —No pretendía preocuparla, aunque
tampoco ocultarle la verdad—. Fue Sarka.
—¡Sarka! —exclamó casi rebotando en el colchón
mientras yo terminaba de vestirme—. ¿Qué ha pasado? ¿Por
qué no me has despertado? —proclamó alterada.
—Estabas dormida y podía encargarme yo, llevas unos días
muy tensa, no era algo tan grave como para preocuparte —
incidí, llegando a la cama junto a ella.
La última semana había removido cielo y tierra para dar
con Jasha, mi mentor y el verdadero padre de Irisha.
Normalmente, no me costaba tanto, pero no quería
preocuparla, la cosa no pintaba bien.
—Mi tensión está justificada, dime una cosa, ¿tengo que ir
a por mi hermana?
—Yo diría que no. Es cierto que esta noche se ha escapado,
que lo ha hecho para ir a una fiesta y que la he encontrado en
la cama con…
—¿Kovalev?
—¡No! ¡El capitán del equipo de esgrima! —La sonrisa de
Irisha, llena de alivio y esperanza, cubrió su cara casi por
completo.
—¿Con Lev?
—Sí.
—Madre mía, ¡nuestro plan surgió efecto! —Se abalanzó
sobre mí.
—Eso parece —le sonreí.
—¿Y los pillaste en plena…?
—A punto.
—¡Bien! Me hubiera encantado estar allí…
—Pues a Fiodor no le hizo mucha gracia nuestro mandato
de hacerse el incompetente aunque las siguiera.
—Era un mal menor —chasqueó la lengua—, podrías
haberme despertado para que te acompañara…
—Necesitabas descansar y tu hermana podría haber
sospechado si te hubiese visto, ambas sabemos que Sarka
puede ser cualquier cosa menos tonta. ¿O cómo crees que le
sentaría si supiera que al capitán de esgrima le ha llegado
cierta información?
—Ay, Tati, eres la mejor. —Irisha me tomó de la cara para
besarme.
No había sido muy difícil teniendo en cuenta que el chico
se dedicó a husmear el perfil de mi cuñadita en redes sociales.
Algunas líneas añadidas a sus post le dieron lo que necesitaba.
Una vez lo leyó, yo misma volví a editar las publicaciones.
Haría cualquier cosa por mi chica y comprendía que mantener
sus ilusiones afectivas en Lev Danilov era mucho más
acertado.
—Gracias a ti, Sarka no podrá quitarse de la cabeza la
interrupción y querrá llegar hasta el final con Lev. La conozco
y sé lo mucho que le gustan los desafíos; con tu actuación de
esta noche, has convertido al capitán en un uno, dándole una
clara ventaja sobre el profesor. ¿Qué dijo cuándo la llevasteis a
casa?
—Le prometí que no sería yo quien te lo contara, sino que
lo dejaba en sus manos. Estaba preocupada por lo que el padre
de Varenka pudiera hacerle a su amiga. Gavrael no estaba en
casa, ya sabes que los viernes siempre sale, y por las huellas
en la nieve, todavía no había vuelto cuando dejamos a las
chicas a buen recaudo. Yo creo que ahora ya podemos respirar
más tranquilas.
Tomé la preciosa cara de Irisha y le acaricié las mejillas.
Estaba más relajada por su hermana, sin embargo, la
preocupación seguía instalada en sus preciosos ojos azules y
aquellas líneas que dividían su ceño.
—Ey, te dije que daría con él —comenté, pasando los
pulgares para disolverlas.
—Ya, pero tu código no funcionó y tú misma me dijiste
que eso no es bueno. ¿Y si no está en ninguna misión especial?
¿Y si le ha pasado algo y por eso no puede comunicarse? —
No iba a decírselo, pero ya había barajado esa posibilidad—.
¿Y si recurrimos a…? —Sus iris se iluminaron y yo la miré
con cara de advertencia.
—No. No podemos cruzar esa línea, Irisha. Ni siquiera
deberíamos tener esa información. Los Serpientes no se andan
con chiquitas, si de algún modo supieran que sabemos la
identidad de dos de sus miembros, nos pondrían en el punto de
mira. ¿Crees que les importaría que Chernaya Mamba sea tu
padre y Korolevskaya Kobra, tu tío?
—Yo solo digo que podríamos hablar con su hermano. —
Volví a cerrarme en banda.
—No. Ellos se rigen por un código distinto, ya te lo
expliqué, no dejan cabos sueltos. Una cosa es que Jasha
quisiera revelarte quién es, y otra muy distinta que desee que
estés al corriente de su hermandad o lo que hacen. Es muy
peligroso, tu madre no debió hablar.
—Ya sabes por qué lo hizo.
—Sí, y hasta ahí puedo entenderla, pero no vamos a meter
el hocico en el Nido de los Serpientes. ¿Me oyes? —En sus
pupilas oscilaba la duda—. Irisha, prométemelo.
—Solo sería una pregunta… —se quejó.
—Tu padre es letal, pero tu tío carece de escrúpulos; si
fuera un elemento de la tabla periódica, sería Helio. Nada le
hace temblar el pulso, y cuando digo nada, es nada. El
adoctrinamiento que sufrió no fue comparable al de Jasha, sus
características lo hacían un niño sumamente especial, y por
ello la preparación fue mucho más exigente que la de
cualquiera. ¿Tengo que recordarte que le partieron los huesos
varias veces y lo hicieron subir a una montaña helada con
varias fracturas maravillados por su imposibilidad de sentir
dolor?
»Tuvo una infancia atroz. Experimentaron con él hasta
convertirlo en la máquina de matar que ahora es. Si tener CIPA
ya es extraño, pues solo una persona de cada millón padece de
esta enfermedad de origen genético, más lo es que no sea
vulnerable como la mayoría. La insensibilidad congénita al
dolor suele ir asociada a la anhidrosis, incapacidad para sudar,
o a no detectar los cambios de temperatura, lo que suele ser un
problema bastante grave, sobre todo, durante la infancia.
»No sentir dolor no es una ventaja para quien lo sufre, al
contrario, las personas que padecen la mutación del gen
NTRK1 deben conocer muy bien sus propios límites, así como
los ajenos, porque si se exceden…
—Podría morir o provocar la muerte —zanjó.
—Exacto.
—No me gustaría estar en su piel.
—Ni a mí. Es todo un logro que siga vivo a su edad —
suspiré.
Jasha no solía hablar de su familia, a mí me contó lo de su
hermano porque no le quedó más remedio. Tuvo que salir en
mitad de la noche porque este casi murió al verse involucrado
en una misión suicida cuya principal arma era él. Me negué a
que fuera solo, no me fiaba, y sus otros compañeros de la
hermandad estaban en otros países, por lo que tuvo que aceptar
mi ayuda.
Su hermano apenas tenía pulso cuando llegamos al piso
franco. No me vio, y yo no debería haberle visto el rostro,
Jasha entró unos segundos antes que yo y lo cubrió con una
capucha. Lo cargó en brazos cubriéndose de sangre y me pidió
que condujera cagando leches a la dirección que me facilitaría.
Miré varias veces por el retrovisor mientras las manos de
mi mentor mantenían a su hermano con vida.
Durante el traslado, se le paró el pulso y tuvo que hacerle
maniobras de reanimación. Fue entonces cuando le vi la cara
alumbrada por la luz de una farola, y lo que más me llamó la
atención fue su ausencia de dolor; si tuviera que emplear una
palabra para describirlo, sería placidez, como si la muerte
fuera una pista de hielo sobre la que estaba acostumbrado a
ejecutar triples mortales sin miedo a caer.
Estiré mi cuerpo sobre el colchón y desperecé mis
extremidades. Irisha se acurrucó a mi lado y acarició mi
mejilla con la punta de su nariz.
Bostecé.
—Es tarde, ¿te parece si descansamos? —sugerí.
Ella me dio un beso dulce buscando mi boca.
—Gracias por preocuparte tanto por mí —suspiró,
envolviéndome en su beso. Como es lógico, yo le respondí.
—Te quiero, sabes que haría lo que fuera por ti.
—Entonces, bésame hasta que me duerma, adoro tu boca y
lo que me haces con ella —susurró cálida.
—Si te beso más, terminaremos sin dormir —le advertí.
—Pues entonces date la vuelta y deja que hagamos la
cucharita antes de que terminemos como siempre.
Adoraba la libido desatada de Irisha, pero en ese momento
necesitaba descansar, había sido un día largo y estaba
demasiado preocupada para centrarme en sexo. No quería
preocuparla más de lo que ya estaba, que Jasha no respirara
me tenía en vilo, y necesitaba estar despejada para lo que
pretendía.
26
Placeres y libros
SARKA
Llevaba dos semanas torturando a Kovalev.
Era muy consciente de que lo estaba llevando al límite, lo
cual no me asustaba. Ahora sabía que tenía la técnica adecuada
para enfrentarme al enemigo y no dudaría en blandir mi florete
hasta conseguir mi victoria sobre su voluntad.
Me daba igual que dirigiera su frustración hacia los
entrenamientos, porque cada día era más fuerte y más diestra.
Gané velocidad de ejecución y potencia muscular.
La media hora que se dedicaba a mí por entero era mi
momento predilecto, sus correcciones implicaban roces, y los
roces acercamientos.
En más de una ocasión escuché su respiración agitada a
través del entramado de la malla de la careta. Cuando la punta
plana se hundía en mi pecho debido a un tocado, me
estremecía por completo. No me gustaba perder, pero sí los
asaltos con él. Era perfección en estado puro y, por mucho que
quisiera hacerme rabiar por su carencia de halagos y su
incisión en mis flaquezas, estaba convencida de que se sentía
casi tan orgulloso como yo de mis avances.
Varenka había formalizado su relación con Yerik, ya era
oficial que estaban juntos y que aprovechaban los
entrenamientos para hincharse a follar.
Yo soñaba con las sensaciones que habían provocado en mi
cuerpo los dedos de su padre al día siguiente de mi «azotaina»,
lo rememoraba cada vez que me sentaba en una silla. El lunes
me tocó clase de Mates y apretaba los labios cada vez que se
fijaba en la manera ladeada en la que me sentaba en el pupitre.
No es que todavía me doliera, solo lo hacía para provocar.
Me gustó que varias veces perdiera la concentración
cuando desplacé mi mano por la zona afectada.
Había encargado un sistema de ganzúas en una página
web. Me había chupado varios vídeos de YouTube y estaba
perfeccionando mi técnica con las cerraduras de la casa.
Pronto podría entrar en el despacho del director y conseguir lo
que custodiaba con tanto recelo.
Dejé de hablar de Aliona con V, en su cerebro preñado de
amor solo había espacio para su novio y los exámenes del
primer trimestre, así que preferí que creyera que había dejado
de pensar en las notas, el vídeo y dar por buena su versión de
que Laika estaba detrás y que, seguramente, al final se trataba
de un vídeo editado para acojonarnos.
Por mi parte, seguía avanzando con Lev, no podía sacar
con frecuencia el tema de Aliona, porque cuando lo hacía, se
encerraba en su coraza, así que opté por pasar al plan B: si
pensaba que estaba enamorada de él, me sería mucho más fácil
ganarme esa confianza y acercarme al misterio que envolvía la
muerte de su ex. Además, para qué mentir, Lev era guapo,
listo y me daba el entretenimiento que necesitaba hasta que
Gavrael cayera en mis redes.
Me gustaban sus besos, sus caricias, que cada vez eran más
intensas, y el morbo de que todo tuviera que transcurrir en el
instituto, un lugar donde las muestras afectivas estaban
prohibidas.
Habíamos aprovechado la hora del desayuno para fugarnos
a la biblioteca, teníamos nuestro rincón favorito, la parte
trasera de la sección de Mates poseía una preciosa esquina
bastante discreta a la cual nadie solía acudir, y mucho menos a
esas horas, donde se suponía que los alumnos estaban
comiendo y socializando.
—¿Habías traído a alguien más aquí? —pregunté,
arrastrando al capitán de su corbata.
—¿Importa?
—Soy de naturaleza curiosa. ¿Aliona y tú…? —Me dio la
vuelta con cierta violencia y tuve que sujetarme a la estantería.
Apresó mi estómago con la mano derecha y clavó su erección
contra mi trasero.
—Ella y yo hacíamos muchas cosas, y espero que tú y yo
podamos hacer lo que nos apetezca. ¿Por qué siempre está en
tu boca?
—¿Cuál es el problema? No te tenía por ese tipo de
personas incapaces de hablar de sus ex o de la gente que ha
compartido su vida. Yo creo que con respeto se puede hablar
de cualquier cosa, y que si alguien no es capaz de hacerlo, si le
incomoda, es porque todavía duele y no se siente listo para
pasar página.
Él detuvo el movimiento y paseó la nariz por mi cuello.
—Yo ya he pasado página, lo que ocurre es que hay cosas
que prefiero mantener enterradas.
—¿Por qué? —Me contoneé mordiendo mi labio inferior.
Torcí un poco la cabeza para darle un mayor acceso a mí. Me
dio una pequeña succión allí donde latía mi pulso. Gemí con
suavidad. Si lo había hecho con la suficiente fuerza, alguien
estaría de muy mal humor esa tarde.
—Porque forman parte de un pasado que prefiero no
remover, ya te lo dije.
—Pues yo necesito confiar en ti para ir más allá de cuatro
besos y muchas caricias.
—¿Cuatro besos? ¿Así catalogas lo nuestro? —Su lengua
se paseó con descaro por la piel expuesta.
—Sí, hasta que no me cuentes la verdad. Si yo me entrego,
espero que mi pareja lo haga con la misma intensidad.
—Preciosa, a ti y a mí lo que nos sobra es intensidad… —
gruñó, raspándome con los dientes. La temperatura estaba
subiendo y debía seguir haciéndolo. No había un arma más
poderosa que el sexo, había aprendido de la mejor.
—De eso estoy segura, pero nos falta confianza para que tú
y yo pasemos al siguiente nivel. ¿Qué quieres de mí, Lev? ¿Un
polvo o una relación?
La pregunta lo pilló por sorpresa, lo noté en la forma en
que se tensaba contra mis nalgas.
—Me vuelves loco, Sarka. Tú y yo podemos ser lo que
decidas.
—No puedo dar un paso al frente si sé que me ocultas
cosas, ya te lo he dicho, no acepto menos que la honestidad
más absoluta. Si quieres esto… —me restregué contra su
dureza y llevé su mano bajo mi falda—, y esto —acompañé
sus dedos entre mis piernas—, vas a tener que ganártelo.
—¡Joder, Sarka! —bufó, tanteando la parte central de mis
bragas.
Quiso meter la mano por el interior de la prenda, pero se lo
impedí y lanzó un gruñido de frustración.
—Por encima de la ropa, Danilov, ya sabes qué me tienes
que dar para cruzar la frontera.
Dejé ir la estantería para agarrarlo de la nuca y llevar mi
mano derecha entre nuestros cuerpos. Estaba muy duro, y yo
muy cachonda.
—Me vuelves loco.
De eso no tenía duda, podía ser virgen, pero no idiota.
Cerré los ojos imaginando que eran otros dedos los que
trazaban el contorno de mi hendidura. Sus dientes perfilaron
mi oreja y la mano libre amasó uno de mis pechos.
—Quiero estar contigo a solas —gruñó en mi oreja.
—Quizá cuando terminen los exámenes, los
entrenamientos y confieses.
Él arrojó una risa ronca contra mi piel y se dedicó a
calentarme con bastante profesionalidad.
«Eso es medalla de plata», pensé para mis adentros
mientras me dejaba masturbar y hacía lo mismo con él. La
humedad traspasaba mi braga, Lev podía sentirla, y yo
también. Mis dedos se ceñían sobre su grosor y estaba
convencida de que alguien tendría que visitar el baño con
urgencia en cuanto termináramos.
Me dejé hacer formando parte activa de la ecuación.
«Joder, ¡me tenía cogido el punto! Estaba tan cerca…».
Mi mente voló hacia unos dedos más amplios, más callosos
y experimentados. Mi respiración se fragmentó sintiendo la
cúspide previa al orgasmo. Creí escuchar un sonido ajeno a
nuestros jadeos susurrados.
Separé los párpados y vi un libro moverse, apenas fue
perceptible, pero lo vi. Una separación sutil que antes no
estaba. Solté la nuca de Lev para agarrarme a la estantería con
toda la intención de sorprender al curioso del pasillo de al
lado.
Una pupila oscura se clavaba en la mía en el momento
exacto que tiraba. El orgasmo me atravesó a la par que un alud
de libros caían sobre nuestras cabezas.
Los reflejos de Lev lo llevaron a envolver mi cuerpo con el
suyo. El capitán me protegió para que ninguno de los pesados
tomos me dañara.
Apenas podía respirar. No por los impactos, la gran
mayoría se los había llevado él, sino por la mezcla entre
pasión desbordada y curiosidad extrema.
¿Quién narices nos estaba espiando? ¿Quién había sido
capaz de sepultarnos bajo aquella montaña de reliquias? ¿Cuál
era la intención? ¿No ser descubierto? ¿Dañarnos?
El estruendo hizo que la bibliotecaria se acercara corriendo
hasta nosotros. Hasta ahora, mi acompañante, ella y yo éramos
las únicas personas que ocupábamos la estancia.
—¡¿Qué ha pasado?! —exclamó gritona mientras Lev me
ayudaba a incorporarme y me preguntaba si estaba herida.
Él tenía una brecha bastante fea en la ceja.
Los dos estábamos sudorosos y enrojecidos, por lo que la
mujer hizo su propio puzle moral. Se veía a la legua que
pensaba que nos había pillado en pleno escarceo sexual. Y
razón no le faltaba, aunque no fuéramos los culpables.
—Estábamos intentando coger un volumen de los de arriba
y todo se nos vino encima, debían estar mal colocados —se
excusó Lev, quien estaría pensando que mi clímax fue lo que
zarandeó la estantería.
Ella nos miró con suspicacia.
—Yo misma coloco los libros y estaban perfectamente
bien.
—Yo creo que alguien entró y quiso gastarnos una broma
pesada, vi algo que se movía detrás de la estantería.
—Su inconsciencia es lo que debió ver. Nadie entró
después de ustedes, y en esta escuela no hay ratas.
—¿Está segura? —No me refería a los roedores, por
supuesto, sino a la persona que había visto. La señora
Morozova era muy dada a meterse dentro de las novelas que
leía y obviar el mundo.
—¿Qué está sugiriendo, señorita Koroleva? ¿Que sufro de
demencia, que hay fantasmas o que el instituto sufre una
plaga?
—Igual se confundió con una de las cubiertas, hay algunas
que son muy evocadoras —sugirió Lev—. ¿Podemos ayudarla
a recolocar el desastre?
El timbre que daba fin al descanso sonó y la bibliotecaria
lanzó un bufido.
—Es muy tarde. Ya me ocupo yo de este desaguisado, la
juventud de hoy día no sabe dónde tienen los pies ni la cabeza,
¡como para ordenar una biblioteca! Eso sí, no quiero volver a
verlos por aquí a no ser que sea en una mesa y estudiando.
¿Estamos? —Mi compañero asintió. «¡Genial, habíamos
perdido uno de nuestros refugios para magreos!»—. Y hágame
el favor de ir a la enfermería a que le curen la ceja.
Me había olvidado del tajo que llevaba Lev.
—Yo lo llevo, y disculpe de nuevo. —La dejamos
rezongando mientras yo cumplía mi promesa mirando de lado
a lado por si el culpable aparecía.
No me di cuenta de la sombra que se ocultaba
contemplando nuestras siluetas alejarse.
Quizá hubiera sido Laika, al fin y al cabo, estaba muerta de
la envidia y siempre la tenía pegada a los talones,
observándonos cuando creía que nadie la veía.
¿Y si fue la persona que estaba detrás del vídeo y de las
notas? Pero ¿cuál sería el motivo? Hasta ahora no había sido
violento y trataba de advertirme sobre alguien. O quizá
hubiera sido…
Al pensar en él, una sonrisilla se perfiló en mis labios,
porque si fue Gavrael Kovalev impulsado por los celos, algo
me decía que no tardaría en mover ficha.
27
Siloviki
JASHA
La bombilla del sótano parpadeaba amenazante.
—Sabemos que estás detrás —afirmó la voz sólida que me
observaba despiadada.
Conocía demasiado bien al hombre que tenía en frente,
vestido con un impecable traje chaqueta con el que la mayoría
de rusos soñarían.
Vasili Kuznetsov era la personificación de la frialdad, fue
espía del KGB en la década de los setenta. Llegó a ser director
del FSB (Servicio Federal de Seguridad de la Federación de
Rusia), el mismo cargo que ostentó Putin hasta asumir la
presidencia, y ahora comandaba el SVR.
Era un Siloviki, uno de los cinco hombres de confianza del
presidente, los cuales intervenían en las decisiones más
importantes sobre política exterior y nacional.
El grupo de los Siloviki estaba conformado por
funcionarios con antecedentes en las agencias de seguridad,
como lo fue el KGB. No tenían escrúpulos, y si creían que
podías ser un peligro o desestabilizar al gobierno, no les
temblaba el pulso.
Un descuido, un simple descuido, me había bastado para
que aquella ramera me inyectara aquel veneno paralizante que
me hizo dar tumbos descontrolados hasta la salida del bar en el
que me la estaba follando.
No caí en la acera porque, antes de impactar contra el
suelo, dos tipos vestidos de negro me agarraron para meterme
en el interior de un coche.
Por suerte, no me había llevado el teléfono, y mi cartera
estaba llena de documentación falsa y dinero en efectivo.
Ni siquiera contaban con unas llaves. La puerta de mi
vivienda se abría por un escáner a través de mi iris.
Estaban a cero y así iban a seguir aunque la vida me fuera
en ello.
—¿Detrás? Sabes que lo de ir el último nunca ha sido lo
mío.
Lo sabía, Kuznetsov no era gilipollas o nunca habría
escalado hasta donde estaba, que hubiera caído en su poder, en
un momento como ese, me ponía en clara desventaja.
No sufría por la misión o mis hermanos, ellos sabían lo que
tenían que hacer si uno caía, KK tomaría el control, para eso
era mi segundo al mando. Yo ya estaba muerto para ellos, y así
debía ser. Lo que estábamos haciendo era mucho más grande
que nosotros cinco juntos. Esperaba que Irisha pudiera
perdonarme.
Sabía que en ese tiempo había querido comunicarse
conmigo a través de Tatiana, pero era demasiado peligroso
para ambas, les hacía un favor si me mantenía al margen, y eso
era lo que estuve haciendo hasta anoche.
Vasili me dedicó una sonrisa fría, hizo una señal con la
cabeza y uno de sus hombres me golpeó en la mandíbula.
Escupí al suelo en cuanto la boca se me llenó de sangre.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Kovalenko?
Al escuchar mi auténtico apellido, me estremecí, hacía
tanto que no lo usaba, tantas identidades habían pasado por mi
vida, que era extraño oírlo en boca de alguien.
—Demasiado, camarada, tanto que ni recordaba que
alguien me llamó así alguna vez.
—Demasiado es el tiempo que hace que tú y yo ya no
somos camaradas, escogiste salirte del sistema y ahora
amenazarlo.
Me acercó un montón de recortes de periódico, en ellos
aparecían los rostros de los oligarcas muertos. Los contemplé
impasible mientras pasaban uno a uno como un desfile
sangriento y preciso.
—Tienes a alguien muy cabreado con tu juego —comentó,
dejando caer el último sobre mis muslos.
Estaba atado de pies y manos, era imposible que pudiera
desembarazarme, se habían encargado de hacerlo con bridas y
no dejar ningún elemento punzante a mi alrededor.
—¿Mi juego? —pregunté, haciéndome el despistado. Otro
golpe sacudió mi sien y mis dientes rebotaron entre sí.
—A ver si así se te despejan las neuronas, siempre has
tenido muchas, casi tantas como pelotas, aunque ahora no te
van a servir. ¿Qué pretendes? ¿Quién está contigo en esto?
—Pues cuando ayer me sorprendisteis, solo pensaba en
follar, pero ya ves, el polvo me salió caro, ya podríais haber
esperado por lo menos a que me corriera.
—No debiste gustarle mucho a la camarada Patrusheva.
—Puede que no fuera su tipo —jugueteé—. Hubiera
bastado con decírmelo.
—¡Basta! —Arrojó el final del cigarrillo que estaba
fumando contra el suelo y se aferró con rabia a mis antebrazos.
Su nariz se apoyó en la mía.
—Habla, no te he traído aquí para escuchar tus quejas.
¿Para quién estás trabajando? ¿Son los americanos? ¿Cuánto
te pagan?
—Me da la impresión de que te equivocas de persona, yo
no tengo nada que ver con todo eso. —Señalé—. No es mi
estilo, no lleva mi firma, tú la conoces demasiado bien.
—¡Porque no querías asumir riesgos!
—Vivo en el riesgo, o mejor dicho, vivía, me he jubilado.
—Los hombres como tú y como yo no se jubilan.
Eso era cierto, aunque nunca lo admitiría frente a él.
—Yo de ti le preguntaría a tu jefe. Los que están muriendo
son los mismos que se opusieron a su política energética, los
que le ponían palos en las ruedas y se posicionaban de un lado
poco conveniente —murmuré.
—No me tomes por imbécil. Ambos sabemos que los
teníamos controlados, hubieran terminado aceptando.
—Si tú lo dices, yo no lo sé…
Se apartó y una sucesión de golpes tronaron en mi cara.
—Pues piensa en ello, Chernaya Mamba —siseó mi
nombre de incógnito, lo que me hizo encoger los dedos de los
pies—. Solo hay una manera de que sigas respirando, dame los
nombres de tu Nido de Serpientes y de la persona que está
detrás de esta masacre. Quizá eso haga que nos apiademos de
ti y te dejemos seguir respirando si nos juras lealtad.
Intenté ofrecerle una sonrisa, aunque con el labio partido
no debía ser una imagen muy agradable. Alguien había hecho
los deberes y ahora tenían conocimiento de la hermandad. No
era algo que pensara que no iba a ocurrir, pero sí me
mosqueaba porque significaba que o bien nos habían
descubierto por alguna flaqueza, o porque alguien se había ido
de la lengua. Confiaba en mis hermanos más que en nadie,
aunque ahora ya no estaba seguro de poder hacerlo. Me
mantuve inalterable, mi tono era cortante cuando volví a
dirigirme a Kuznetsov.
—Ahora eres tú quien me tomas por estúpido, ambos
sabemos que si fuera cierto lo que dices, ya estaría muerto. El
único nido de serpientes que yo conozco se aloja en el
Kremlin, me conoces lo suficiente como para saber que trabajo
solo.
—Las cosas cambian.
—Yo no. No me asusta lo que hagáis conmigo, desde que
me sentaste en esta silla, camarada, sé que se trataba de mi
muerte, llevo demasiado tiempo bailando con ella como para
no ser consciente de que toda danza siempre tiene un fin. Dile
al supremo comandante que le mando recuerdos, y que cuando
me entierre, ponga en mi lápida: «Aquí os espero». Eso si no
me arrojáis a una fosa común.
Le guiñé un ojo y Vasili tensó los labios.
—Que siga respirando —fue la orden que dio antes de
largarse.
28
Todo vale
SARKA
—Se suele pensar que esto va de dar y recibir.
La voz del maestro tronó en el hall del instituto. La última
media hora dijo que haríamos un ejercicio distinto, y para ello
debíamos ir a la entrada del centro y ubicarnos cada uno en un
peldaño de los que llevaban a la planta superior. Algunos
habían dejado un escalón de distancia, otros dos.
—Y si pensáis lo mismo, estáis muy equivocados. —Su
mirada se ciñó a la mía, que escogí el escalón más cercano al
nivel inferior, donde él estaba—. Esto va de saber medir las
distancias. —«¿De eso va lo nuestro, profesor? ¿De saber
medirlas?», le pregunté con la mirada suspendida en la suya y
mi máscara bajo la axila. Él desvió los ojos para ir recorriendo
a los demás alumnos—. Por eso siempre os digo que los que
seáis buenos en Matemáticas y tengáis una buena visión del
espacio, además de una excelente condición física, tendréis
muchas más posibilidades de vencer que el resto —aseveró,
cruzándose de brazos—. Hoy aprenderemos a ubicar al
oponente, movernos rápido con una sola regla, alcanzar la
meta y haceros con el pañuelo rojo. —Sacudió el elemento
frente a nuestros ojos—. Tenéis que aprender a leer la mente
del adversario, entrar en ella y destruirla, solo así seréis
capaces de anticiparos incluso a las jugadas más deshonestas.
—«Eso es lo que hago, maestro, en el amor y en la guerra da
ventaja ser una Koroleva». Hice ver que crujía mi cuello para
que él viera la marca que Lev me dejó. El movimiento disparó
sus pupilas sobre la misma, y cuando la encontró, crepité de
felicidad por dentro. Su mandíbula se tensó, bajó una octava el
timbre de su voz y cambió la orientación de la mirada hacia el
capitán—. Estudiad los puntos débiles de los demás y mejorad
los vuestros. Demostradme por qué estáis en el equipo.
—¿Sin reglas? ¿No importa lo que hagamos o quién sea
nuestro oponente? —inquirió Laika, que estaba en lo alto de la
escalera.
—¿No queréis una sociedad igualitaria? Sin reglas, un
toque y quedarán eliminados —corroboró el maestro a
Andreeva.
—Solo quería asegurarme, por mí no hay problema.
—Ejecutad el saludo, poneos las máscaras y no me
decepcionéis.
El sonido de las protecciones ocupando su lugar y el sabor
de la anticipación hormiguearon en mi estómago. Agarré bien
la empuñadura del florete esperando la palabra mágica.
—En garde —proclamó Gavrael, y antes de que la palabra
muriera en sus labios, se oyó un grito masculino.
—¡Eso no se vale, ha hecho trampa! —Era Lenin, el
suplente del equipo masculino, quien recibió el impacto de la
punta roma de Laika en el pecho.
—Sin reglas —se carcajeó, dando un salto para ir a por el
siguiente.
Yo me agaché al percibir un movimiento a mi espalda, era
Varenka, no contaba con que ella sería mi oponente más
cercana.
Si hubiera estado más certera, me habría bastado con alzar
un poco más el florete y apuntar hacia su parte alta externa, o
lo que es lo mismo, por encima del pectoral. En lugar de ello,
di un salto atrás como supuse que querría el maestro, para
calcular mejor la distancia y determinar mi ofensiva. Ella lo
compensó ejecutando un salto similar, pero yendo hacia
delante, sin importarle que hubiera cinco peldaños hasta
alcanzar el suelo. Sus genes de hija de bailarina clásica y
esgrimista rebotaban en mi puta cara.
—No me lo tengas en cuenta, S, aquí solo gana el mejor.
—Eso me hizo sonreír. Lanzó un ataque compuesto que me
hizo recular varios metros. Cuando estábamos lo
suficientemente alejadas del resto, y lo que más se oía era el
hierro entrechocar, ella susurró por lo bajo—. Si quieres,
puedes recrearte un rato conmigo y que los demás caigan, así
tienes más posibilidades de impresionar a mi padre y que te
deje un poco en paz en los entrenamientos extra.
«Lo que menos me apetecía era prescindir de ellos».
—Eso no me haría ganar puntos, no te ofendas, Varenka,
pero quiero vencer sin ayuda —respondí, ejecutando un
movimiento circular completo que llevó mi florete hacia la
parte alta de su pecho. V intentó una esquiva, es decir, que
pivotó sobre el pie que tenía más avanzado con la intención de
esquivarme hacia afuera.
A lo mejor lo hubiera conseguido si Kovalev no hubiese
insistido en mostrarme los fallos de ejecución en los
contraataques la semana anterior. Tenía la pierna izquierda
extendida hacia atrás, su cara mirando la punta del florete,
todo era correcto excepto…
«El tempo es fundamental, Sarka, no puedes anticiparte o
estás vendida», rememoré las palabras del maestro y lo vi con
claridad. Su hija acababa de cometer el mismo error, se
anticipó, no esperó a que hubiera concluido mi ataque y
terminó con un tocado en su parte baja externa, por debajo del
ombligo.
—Eliminada —proclamé deseosa de ir a por el siguiente.
No habría rencor bajo la máscara, Varenka siempre se
sentiría orgullosa de mis avances y yo de los suyos.
—Pulverízalos, capitana —me animó, quitándose la
protección.
Busqué al siguiente oponente que se había quedado sin
pareja, estaba en lo alto de la escalera y hacía un gesto con su
mano izquierda con total desfachatez para que fuera a por él.
Era Yerik.
—Haz que muerda el mármol —me incitó mi amiga.
—¿Quieres que tu chico se quede sin dientes? —pregunté
divertida antes de ir a por él.
—Quiero que gane el mejor, y tú eres la mejor sin ninguna
duda, solo tienes que demostrarlo, de eso se trata este
ejercicio, ¿no? ¡Pues hazlo! Ya lo consolaré yo más tarde.
La adoraba. Al pensar en ello, sentí un ápice de
culpabilidad que me llevó a buscar con la mirada al objeto de
mi codicia mientras me dirigía a las escaleras.
¿Dónde estaba? Seguro que nos observaba desde algún
ángulo estratégico que le diera una buena visión sin interceder.
¿Quería espectáculo? Pues lo iba a tener.
Subí los peldaños de dos en dos.
Laika se enfrentaba a Pavel, Dasha a Lev y yo iba a por
Medvédev, el chico de V.
Estaba llegando a la parte alta cuando un pie me pilló por
sorpresa y me hizo tropezar e hincarme el canto en la espinilla.
¿Adivinas de quién?
—Súka![5] —Mi florete rebotó y apreté los dientes por el
dolor.
—¿Fallo muscular, capitana? —preguntó entre risas.
—El tuyo debe ser neuronal y de nacimiento. La que nace
perra muere perra —escupí sin caer en su provocación. Ahora
mismo lo que más me apetecía era arrancarle la máscara para
dejarla sin pelo.
—Tranquila, Koroleva, nunca atacaría a una dama que
carece de arma —murmuró Yerik esperándome.
—¿Quién ha dicho que yo sea una dama? —gruñí,
obviando el dolor de mi pierna para ir a por mi arma.
—En ese caso…
Yerik no esperó e intentó golpearme con un directo
bajando precipitadamente hasta mí. Rodé por los bordes
afilados sin preocuparme por el daño que me pudiera
autoinfligir. ¡Mierda, estaba demasiado lejos!
¡No podía seguir el combate sin florete!
—Sarka, ¡toma el mío! —Varenka había recorrido la
distancia que nos separaba y me lanzó su arma por los aires.
Agarré la empuñadura cuando la sombra de Medvédev me
sobrevolaba.
—Blyád![6] —rugió Pavel al verse eliminado por Laika.
—Te dije que no me menospreciaras por ser mujer.
Su voz de suficiencia tronó a la par que yo usaba la mano
libre y los cuádriceps para evitar la punta que volaba hacia mi
cara. Si hubiera quedado suficiente espacio a mi derecha, en
lugar de la barandilla, podría haber intentado esquivarlo
evitando el impacto. Me fue imposible.
El acero golpeó mi máscara.
Menos mal que yo no era Vladimir Smirnov, ni Yerik,
Matthias Behr, en el ochenta y dos, o ya estaría muerta.
—Eliminada —se carcajeó él.
—Creo que no, mi estocada ha alcanzado tu culo antes que
la tuya su cara —se vanaglorió Laika mientras yo
aprovechaba, me ponía en pie y recogía el florete. Le devolví
el suyo a V.
—Pero ¡el maestro dijo que no se aceptaba un dos contra
uno! —protestó él como un crío al que le quitan el chupete.
—Es que no ha sido un dos contra uno, tú atacaste a la
capitana y yo a ti, en todo caso, ha sido un trío. ¿Verdad,
maestro? —gritó ella, dirigiéndose a la segunda planta.
—Verdad. Medvédev, estás fuera, reúnete con tus otros
compañeros —sentenció la voz profunda que aguardaba
apostada al lado de una de las columnas.
El pañuelo rojo estaba atado alrededor de la misma.
Yerik arrojó su hierro disgustado contra el suelo, sus ojos
me atravesaron con rabia. Eso sí que era mal perder, y en mi
caso, librarme por los pelos. Laika no perdió tiempo, quiso
venir directamente a por mí, por lo que tuve que salvar las
distancias encaramándome al pasamanos de mármol y así
deslizarme a través de él para alcanzar la primera planta.
La pierna me palpitaba un horror, me daba igual, no iba a
doblegarme ante ella. Si perdía, que fuera contra cualquier otro
menos contra la perra, incluso habría preferido asumir la
derrota frente a Yerik.
—¿Huyes, capitana? —festejó, bajando las escaleras como
si estuviera en una pasarela.
«Lo que hago es ofrecerte un hueso para que vengas a por
él».
Tenía cada premisa de Gavrael grabada en mi cerebro.
«Medir distancias, buscar flaquezas, sentir mi arma como
una extensión de mi propio cuerpo. Ver, calcular y atacar».
Ven a por mí, chucha.
Las dos atacamos a la vez. Si hubiéramos estado en un
combate oficial, no hubiera importado quién tocó a quién,
porque al ser simultáneo, el punto sería considerado nulo.
Aquí era distinto, todo valía.
Como había imaginado, Laika atacó por arriba, sabía que
uno de mis puntos débiles era esa técnica ofensiva, con lo que
no contaba era con que yo estaba lista y tenía la respuesta
perfecta.
Me puse de cuclillas, extendí la pierna herida y le hice un
barrido que la hizo desplomarse de lado. Cayó como un fardo
y su arma dio contra el suelo. Aproveché para extender el
brazo y clavar una estocada en su pierna.
—Estás fuera —susurré complacida.
—¡Eres una jodida tramposa! —aulló.
—¡Tú le hiciste lo mismo en las escaleras! —me defendió
Varenka—. ¿Ahora te parece mal que se usen las piernas? Pues
haberlo pensado antes de hacerle la zancadilla a tu capitana.
—¡¿Es que siempre tienes que defenderla?! —rugió.
—¡Somos un equipo, desde que Aliona murió, parece que
el espíritu se fuera con ella!
—¡Basta! —La voz de Kovalev puso fin a la discusión—.
¡Último combate ya! Solo quedáis dos en pie y os quedan
menos de cinco minutos para haceros con el pañuelo.
Ni siquiera me había percatado de que Lev había eliminado
a Dasha, aunque yo ya sabía el resultado.
El pulso me iba a mil cuando el capitán me dedicó el
saludo previo al combate, y yo hice lo propio antes de salir a
su encuentro.
29
No he sido yo
GAVRAEL
Sabía los puntos fuertes y las flaquezas de ambos. Danilov
no atacaría, esperaría a su presa, analizaría su figura
desplazándose por las escaleras y aguardaría la oportunidad.
Era astuto, calculador y, lo más importante, tenía hambre
de victoria.
Por su parte, Koroleva era fría, pero más visceral, no le
costaba arrancar y le gustaba el riesgo, por eso ya estaba
subiendo las escalones de dos en dos sin que le temblara el
pulso.
Él la estaba esperando cuando ella se lanzó hacia delante
intentando una flecha a su pecho. Hubiera tenido una
oportunidad si, en lugar de haber tirado directamente, hubiese
intentado una finta y un pase para finalmente atravesarle, sin
embargo, se equivocó, lo que la hizo recular hacia atrás para
desembarazarse de él.
Lev no iba a ser condescendiente con ella o cederle cierta
ventaja porque le gustara.
Cada uno de sus movimientos estaba pensado para minar
su moral y mostrarle su superioridad, aunque Sarka no se
rendía y seguía oponiendo resistencia.
Me sentí orgulloso, cualquier otra se habría amedrentado
ante la superioridad de Danilov, ella no, y tampoco parecía
hacerle concesiones, al contrario.
Alcanzaron una de las columnas. Se notaba que a la
capitana ya le pesaban los brazos a causa del esfuerzo de los
anteriores enfrentamientos, no obstante, no se rendía y alzaba
su arma con orgullo.
—Vamos, capitán, ¿eso es todo lo que puedes hacer? —lo
piqué—. Esperaba más, mucho más de ti. Te has rendido.
Esperé el efecto de mis palabras en él. El punto débil de
Danilov era que los demás creyeran que no estaba dando el
cien por cien, albergaba mucho amor propio. Tenía la
esperanza de tocar la fibra a Koroleva y que pensara que mi
apuesta era él. El pecho de la capitana subía y bajaba de
manera errática.
Estaba convencido de que si pudiera, enviaría su florete
contra mí en lugar de Lev.
Ambos danzaban alrededor de la pieza arquitectónica.
—¡Es para hoy! —los azucé—. ¡Esto es esgrima, no ballet!
Si queríais apuntaros a clases de baile, ¡os equivocasteis de
asignatura!
Esa vez, fue Lev quien se apartó a un lado para perseguirla,
arrojó un ataque sin tregua que la hizo defender velozmente, le
faltó poco para que la punta acariciara el flanco de Sarka. Ella
intentó defenderse realizando unas cuclillas.
Sus respiraciones agitadas acompasaban el murmullo de
los metales al entrechocar. Estaba tenso, verla pelear, no
rendirse y poner en práctica todos los conocimientos
adquiridos en las últimas semanas, durante las clases
particulares, me puso como una roca.
Ella embistió, Lev tuvo que recular casi hasta mi altura con
la mala suerte que tropezó con la punta de mi pie. Fijarse en
los factores externos era algo implícito en cualquier disciplina
deportiva.
Danilov cayó al suelo ofreciendo una ventaja única que
Sarka debería aprovechar.
Lo hizo, avanzó directa hacia él. Podía sentir el sabor dulce
del triunfo en cada uno de sus movimientos. Lev trató de
evitar su ataque letal girando sobre sí mismo.
La capitana no llegó a tocarlo por muy poco, pero la hoja
se paseó contra la chaquetilla blanca de Danilov y esta se abrió
como mantequilla fresca frente a un cuchillo caliente.
—¡Su hoja corta! —aulló Andreeva.
Todos miramos anonadados la fina línea que mostraba la
carne masculina. Sarka contempló su arma horrorizada, Lev
aprovechó la distracción para hacer tocado en su pecho sin que
le temblara el pulso.
—Eliminada —susurró el capitán. Aunque nadie lo
escuchaba, todos estaban pendientes del corte.
—No es posible, ¿cómo ha podido ocurrir? —preguntó
ella, mirando la sangre que salpicaba el filo de su arma.
—¡Quería matarnos! —exclamó Laika, apuntándola fuera
de sí.
Sarka la miró con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.
—Si hubiera querido matar a alguien, ¡no habría tenido tan
poca cabeza de ejecutarlo ante todos, con mi propia espada y,
mucho menos, a Lev!
—¡Igual querías matarlo porque él no quiere nada con una
buscona!
—¡Igual me planteo hacerme un abrigo de pelo y uso el
tuyo de perra!
—¡Dejad ya de discutir! —zanjé, acercándome al capitán
para observar la herida.
—Es superficial, apenas ha sido un rasguño.
—¡Alguien ha manipulado mi arma! —exclamó Koroleva,
acercándose a mí—. No hay otra explicación. Alguien quería
que dañara a cualquiera del equipo para que cargara con la
culpa.
—Eso es imposible —bufó Yerik—. Nadie sabía que hoy
íbamos a realizar este ejercicio, ni tiene acceso a las armas,
que se guardan bajo llave en el cuarto de material.
—¡¿Y si alguien ha conseguido una copia o sabe abrir
puertas?! —contraataqué.
—Eso solo pasa en las películas o en los libros. Soy el
único que tiene la llave —resoplé—. No obstante, algo ha
ocurrido y os aseguro que averiguaré quién está detrás del
incidente. No voy a tolerar que ninguno de vosotros ponga en
peligro a su compañero y quede impune. Ya sabéis cómo me
tomo las disputas entre miembros de un mismo equipo. Si ha
sido alguno de vosotros, no me temblará el pulso a la hora de
echarlo.
—¡Eso dígaselo a su capitana! —escupió Laika con
inquina.
—¡Tú fuiste la última en ordenar el cuarto con Lenin! —
contraatacó esta—. Quizá te llevaste mi florete y lo has
devuelto hoy afilado antes de que las demás entráramos. ¿Era
eso lo que buscabas? ¿Que sospecharan de mí para quedarte
con el puesto de capitana?
—¡Estás loca! ¿Por qué Lenin querría ser mi coartada?
—Porque si Sarka hería a Lev, os quitabais de en medio al
capitán y él pasaba a ser titular —sugirió mi hija. El rostro de
Laika enrojeció ofendido.
—A mí no me metáis en vuestras movidas —proclamó el
suplente, alzando las manos—. Yo no quiero entrar de titular a
costa de perjudicar a Lev.
—¡Basta! ¡Estáis emitiendo juicios de valor y elucubrando
sin sentido! —reñí a Varenka y Sarka al mismo tiempo—.
¡Todos a la ducha! Yo soy el maestro, yo me ocupo.
Koroleva se acercó más al capitán.
—¿No creerás que yo…?
—No, eso es una tontería.
—Lo siento, te juro que yo no sabía…
—No hace falta que te disculpes, ha sido un accidente, le
podría haber pasado a cualquiera, tú no sabías lo de tu florete.
Lev le ofreció una sonrisa tranquilizadora que me hizo
apretar los puños.
Estaba de los putos nervios, entre la marca del cuello que
vi en las escaleras y las miraditas de él, quedaba claro que su
relación avanzaba mientras la desesperación me consumía por
completo.
Tenía treinta y seis años y parecía un puto crío de
preescolar.
Intenté apartarlos de mi mente y centrarme en lo ocurrido.
Las armas de esgrima nunca se afilaban. Que la de Sarka lo
estuviera significaba que o bien los alumnos estaban llevando
sus disputas a un límite excesivo, o que alguien quería dañar a
un integrante del equipo y que la capitana cargara con la culpa,
en eso estaba de acuerdo. Pero ¿quién? No veía a Andreeva
capaz de algo así.
Tenía que averiguar quién estaba detrás de la manipulación
y el motivo.
Mis ojos volaron hacia la caricia distraída que le ofreció
Lev a Sarka en el puente de la nariz con su nudillo.
—Lo has hecho muy bien, capitana, he estado a punto de
perder.
Carraspeé interrumpiendo aquella farsa de amor.
—Lo que está a punto de perder es el brazo si no se cura
esa herida ya. ¿Ha oído hablar de las bacterias come carne? —
Danilov me observó perplejo, no solía bromear, así que tragó
con fuerza—. La enfermera ya ha terminado su turno, así que
yo mismo le curaré en el despacho. Koroleva, al plastrón,
utilice su florete de repuesto, este me lo llevo.
Ella me tendió el arma, nuestros dedos se rozaron. No
importaba que ella tuviera puesto el guante porque había
percibido el roce como si no llevara nada.
Nos miramos, fue un instante fugaz, y bastó para
prenderme como un carbón encendido.
Espoleé al capitán y me lo llevé conmigo.
Una vez realizada la cura, regresé al gimnasio. Sarka
atacaba con frustración el plastrón electrónico.
Lo había programado para que una secuencia de colores le
indicara dónde tirar. Con ello se ganaba agilidad, precisión y
rapidez.
—¿Molesta por perder? —No se volteó. Siguió atacando
de manera contundente.
—Forma parte del deporte, para que haya un ganador, tiene
que haber un perdedor, y Lev ha hecho de mi flaqueza su
oportunidad. Se merecía obtener el pañuelo. Si estoy molesta
es porque alguien ha querido hacerme parecer culpable de algo
que no he hecho y que encima podría haber terminado muy
mal —comentó sin perder el ritmo.
—Danilov está bien.
—¡Le corté! —anunció como si ello la carcomiera por
dentro.
—Dije sin reglas, podría haber ocurrido cualquier cosa
durante el asalto. Cuando uno va al límite, puede suceder
cualquier imprevisto.
Ella se dio la vuelta y me enfrentó como si acabara de tener
una revelación.
—¡Fue usted! ¡Usted tenía las llaves! ¡Usted pudo afilar la
hoja! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?! ¡Ha querido
llevarme al límite desde el principio! —exclamó, vertiendo en
mí toda aquella colección de reproches.
—No he sido yo —comenté con la voz afilada—. Nunca te
haría algo así, ¿cuál sería el móvil?
—Celos.
—¿Celos? ¿Por qué debería estar celoso?
Ella se acercó a mí, mucho, demasiado, podía notar el calor
emanando de su figura.
—Porque me vio en la biblioteca esta mañana, cuando Lev
me tocaba por debajo de la falda. Lo hizo en el mismo lugar
que usted y obtuve el orgasmo que usted me negó —comentó
desafiante—. Por eso está cabreado, porque me corrí entre sus
dedos delante de usted.
Notaba el pulso en mi garganta, la sangre fluía a un ritmo
ensordecedor, no podía creer que me estuviera narrando eso.
—Yo no estaba en esa biblioteca —aclaré, conteniendo la
ira que me sacudía por dentro.
—Ya lo creo que sí. Vi su pupila oscura, fue usted quien
arrojó ese montón de libros sobre nuestras cabezas para
jodernos el polvo, y ahora ha querido que hiriera a Lev porque
yo herí su ego. Ni contigo ni sin ti, dicen en España.
—No tienes idea de lo que dices…
—Ya lo creo que sí —respondió provocadora.
—Deja de soltar idioteces y ponte en guardia, estamos aquí
para entrenar, no para que me cuentes tu vida sexual. Te
recuerdo que soy tu maestro y tu tutor, harías bien en
recordarlo porque lo que has admitido es motivo de expulsión.
—Hay muchas cosas que son motivos de expulsión,
incluso para un profesor —masculló, lanzándome su ofensiva.
Yo la premié con una sonrisa agria.
—Veamos si eres igual de valiente con el florete que con
las amenazas. ¡En guardia! Serie de ataques directos; cuerpo,
pierna, pie con desplazamientos. ¡Vamos!
Adopté la posición para encajar sus ataques y contraatacar,
no pensaba ponerle las cosas fáciles.
30
Has perdido
GAVRAEL
Estaba dándole vueltas al asunto del florete, sentado en la
silla del despacho del gimnasio, cuando Sarka entró
renqueante.
Acababa de salir de la ducha, su olor dulce llegó a mí casi
antes que ella. Tenía el pelo húmedo y el uniforme que tanto
me ponía sobre su cuerpo perfecto.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué cojeas? —cuestioné preocupado.
Quizá se había resbalado en la ducha y había sufrido una
torcedura.
—El golpe que me di al caer en la escalera fue en la
espinilla. Al enfriarme, ha comenzado a doler, además, con
tantos desplazamientos me noto las piernas muy cargadas.
—Ven aquí, déjame ver…
Sarka dio la vuelta a mi mesa, se apoyó en ella, cogió
impulso y se sentó. Suerte que era muy organizado y tenía los
papeles al otro lado. Se sacó los zapatos de un empellón y
deslizó el calcetín de la pierna dañada para quitárselo. Le pedí
que colocara los pies encima de mis muslos para poder
atenderla.
Busqué el stick para golpes y lo apliqué con sumo cuidado.
Mis ojos volaban por la sedosa piel hasta dar con las
rodillas apretadas. La falda seguía estando muy arriba, como la
otra vez que estuvo en mi despacho.
—¿Todavía no te han dado el uniforme nuevo? —gruñí.
—No les quedaban, me dijeron que a la vuelta de las
vacaciones de Navidad ya lo tendrían.
—Bueno, pues esto ya está, podemos volver a casa —
comenté, haciendo el amago de quitarme sus pies de encima.
—¡Au! —se quejó en cuanto los levanté.
—¿Qué pasa?
—Creo que se me ha montado el cuádriceps, me duele
mucho, y el gemelo también. ¿No tiene un remedio para eso?
Cogí una botella de aceite con hierbas que me preparaban
especialmente para las contracturas, era a base de plantas y
completamente natural. Dispuse una generosa cantidad en la
palma para frotarla y calentarla entre mis manos.
Empecé el masaje desde la parte baja del tobillo y fui
ascendiendo hasta alcanzar la parte posterior de la rodilla.
Estaba dura y trabajada.
Sarka gimió y yo me endurecí sin poder hacer nada por
remediarlo. Su pie izquierdo estaba demasiado cerca de mi
bragueta y el derecho oscilaba movido por los círculos que
trazaba con mis nudillos.
—Mmm, lo hace de maravilla, maestro —jadeó con los
ojos entrecerrados.
—¿Te alivia? —Abrió los párpados, y me parecieron igual
de hermosos que un par de zafiros.
—Ajá, aunque me duele más por encima de la articulación.
Seguí ascendiendo, y para que tuviera acceso, ella separó
los muslos.
En cuanto lo hizo, tuve la necesidad de contener la
respiración. No podía apartar la mirada de la suya o corría el
riesgo de caer en la tentación y observar si sus bragas eran tan
indiscretas como las de aquella noche o de algodón. Daba
igual, el mero hecho de imaginar su entrepierna cubierta por
algún tipo de tejido hizo que mi miembro se inflamara todavía
más.
Interné un poco más las manos y mi dulce tentación
suspiró con fuerza.
—Más arriba, profesor.
El pecho femenino subía y bajaba errático, mis manos
escalaron casi sin control, atraídas por el calor que emanaba.
Llegué hasta la ingle, y el pie que todavía calzaba la media
reptó hasta mi erección para rozarla.
No fue un descuido, Sarka me observaba con los labios
húmedos mientras paseaba con descaro sus minúsculos dedos
sobre mi rigidez.
Me estaba desafiando, arrojándome el guante en plena cara
sin miedo a que la rechazara, me detuviera o la echara.
No lo hice. Me limité a cambiar de pierna para bajarle el
calcetín y descubrir el otro pie.
Ella contuvo el aliento cuando llevé la delicada planta
hasta mi boca y tracé el centro con la lengua.
Había mujeres a las que les disgustaba, otras que sentían
cosquillas incontrolables y unas pocas, como Sarka, que se
embebían de placer al percibir mi lengua en ella.
Observé con deleite cómo se contraía su hermoso rostro al
llegar al pulgar y envolverlo en saliva. Besé su empeine y ella
siguió aferrada a mi mirada. No había miedo, sino un candor
expectante que buscaba analizar mi siguiente movimiento.
Desplacé mi boca por el mismo recorrido que trazaron mis
manos en la otra pierna, condenándome a un deseo
descarnado. Al llegar al filo de su falda, ella misma la subió.
Descubrió unas bragas color salmón con el centro
oscurecido por su anhelo.
—¿Qué va a ser, maestro? ¿Ataque o retirada?
Era una jodida provocadora. Aunque no era la única que
sabía jugar a ese juego y yo ya estaba condenado.
—Reclínate sobre la mesa, capitana, codos atrás y tobillos
en mi espalda. Hazlo o sal de aquí de inmediato. —Necesitaba
darle una oportunidad de retirada.
Si pensaba que iba a amedrentarse, no podía estar más
equivocado. Apoyó los antebrazos en la madera y clavó sus
talones en mis escápulas para recibir el roce de mi lengua por
encima del tejido.
El sonido de genuino placer estalló en ambos labios.
Aspiré enloquecido su aroma mientras mi lengua hurgaba en la
delicada entrepierna y Sarka se deshacía en jadeos.
Adoraba la forma en que sus pies se hincaban sin pudor,
mientras su esencia se entremezclaba con mi saliva.
Una de sus manos se alargó hasta mi pelo para enredarse
en él.
—Manos atrás, capitana, o paro.
Ella obedeció, y yo diseminé pequeños mordiscos a lo
largo de sus labios que le hicieron pronunciar sonidos
ininteligibles.
Era tan dulce, tan embriagadora, tan atrevida y descarada.
La tela estaba empapada y ella no dejaba de jadear. Me
hubiera encantado arrancarle la prenda y pasear mi ancha
lengua por su hendidura.
No iba a hacerlo, las bragas eran una frontera, una barrera
que no pensaba cruzar, mi salvavidas. Zambullirme en ella
sería dejarme arrastrar por su canto de sirena.
Seguí lamiendo, mordiendo, besando y chupando hasta que
noté las primeras contracciones. Iba a correrse, estaba tan
seguro… Alcé los ojos para no perderme el espectáculo.
Su lengua recorría su perfecta boca, las espesas pestañas
descansaban sobre unas mejillas tersas y encendidas. El pelo
se arremolinaba acunando su cara y una fina capa de sudor
cubría la frente.
Solo un poco más y estallaría.
—¿Quieres correrte, capitana? ¿Quieres que sea mi boca y
no la de Lev la que te haga romperte?
Ella abrió los ojos y me sonrió. Casi me derramé en los
pantalones por esa maldita sonrisa.
—Demasiado tarde para que huya, este le pertenece.
Podría haberme detenido, ponerme en pie y demostrarle
que seguía teniendo el control. No lo hice porque necesitaba
oírla, necesitaba arrebatarle esa perla de pasión descontrolada.
Por eso, cuando apartó sus pies, me empujó hacia atrás y se
sentó sobre mis muslos para frotarse con descaro, supe que
había perdido el asalto, y como le había ocurrido a ella contra
Lev, no me importaba.
Su boca buscó la mía y no sabría decir quién devoró a
quien con mayor premura, mientras su sexo se frotaba contra
el mío en busca de alivio.
Si su coño sabía a pecado prohibido, su boca era pura
gloria.
Mordió y succionó mi labio inferior, tiró de mi cabellera e
inició un asalto de lenguas enredadas sin control.
Gruñí guiando su culo para incrementar el roce entre
nuestros cuerpos. Sarka gemía y corcoveaba, exigiendo cada
vez más. Apenas podía aguantar.
Su boca trazó el camino de mi mandíbula hasta mi oído
para susurrar un «quiero que me folles» que hizo que me
derramara en los calzoncillos.
Ella lo notó y me ofreció la sonrisa más resplandeciente y
victoriosa que jamás había visto.
—Eres perfecto —jadeó un instante antes de ser alcanzada
por el orgasmo y gritar mi nombre.
No había marcha atrás, había perdido la partida y me
importaba una mierda.
31
Bratstvo Zmey
KK
Miré a las tres personas que tenía frente a la pantalla.
Sus rostros no me eran desconocidos, juntos éramos cuatro
de los cinco eslabones de la Bratstvo Zmey, la hermandad de
las serpientes.
Nadie sabía de nuestra existencia en conjunto, sí por
separado, pues todos compartíamos un pasado común. Todos
éramos o habíamos sido espías, agentes dobles del SVR, el
Servicio de Inteligencia Exterior. Ninguno llegamos por propia
voluntad, fuimos reclutados por nuestras «condiciones
especiales», y ahora estábamos unidos por un mismo fin.
El quinto eslabón, el que completaba el círculo, mi
hermano, que me salvó la vida cuando casi la perdí, no daba
señales en los últimos días, y eso me otorgaba el papel de
líder.
Conocía las normas, sabía qué ocurría en caso de no
contacto.
Reunión de emergencia, establecimiento de nuevos
objetivos y obviar a quien se quedaba atrás, el problema
radicaba en que yo no era Chernaya Mamba, y no estaba
dispuesto a dejarlo en el camino.
Tenía frente a mí a Tigrovaya Zmeya —Serpiente Tigre—,
Gremuchaya Zmeya —Serpiente Cascabel— y Gadyuka
Smerti —Víbora de la Muerte—.
Cuando hablábamos entre nosotros, lo hacíamos acortando
nuestros apodos, éramos Mamba, Cobra, Tigre, Cascabel y
Víbora.
Todos habíamos sido adiestrados de un modo similar,
excepto Víbora y Tigre, quienes, al tener doble nacionalidad,
sus orígenes radicaban en dos servicios de inteligencia
extranjeros. El MI5 inglés, en el caso de V, y la CIA, si
hablábamos de T.
En cuanto lancé la propuesta de modificación, pude ver
cómo los rostros se contraían.
—Sé que ahora tú estás al mando, pero las normas fueron
establecidas y aprobadas por unanimidad entre los cinco —
convino Tigre.
—Por eso os estoy pidiendo una revisión de las mismas.
¿De verdad estáis dispuestos a dejarlo en el camino? Él fue el
origen, él nos unió, y todos, sin excepción, le debemos la vida
y nuestra lealtad, que yo sepa, si seguimos respirando es
gracias a él.
—Y por eso le debemos respeto y obediencia —comentó
Cascabel—. Mamba fue muy claro, insistió mucho en ese
punto, la misión y el colectivo es más importante que el
individuo, tú más que nadie deberías saberlo.
—¿Estás de acuerdo, camarada? —Busqué los ojos
brillantes de Víbora, que se clavaron en los míos.
Si buscaba un aliado para ir en busca de Mamba, era el
más adecuado. De los cinco miembros, era el más esquivo, no
dudó en modificar sus rasgos con cirugía, varias veces, para
asumir identidades distintas. Además, me debía una muy
grande.
—Sabes que Mamba es muy importante para mí por
muchos motivos, pero estoy con los demás en que él mismo
puso las reglas y todos decidimos que era lo correcto.
—¡Venga ya! —di un golpe sobre la mesa—. No os habría
dejado tirados por mucho que él hubiera puesto esa estúpida
norma y lo sabéis. Habría cruzado el mismísimo infierno para
salvaros el culo a cualquiera de vosotros. Además, si las
normas y las leyes no son inamovibles en ninguna parte, se
modifican dependiendo de la necesidad, y esto es una
necesidad extrema —recalqué cabreado por su falta de
empatía.
—Hay una solución —apostilló Tigre.
—¿Cuál? —cuestioné deseoso de que alguien quisiera
mover las pelotas.
—He registrado varios intentos de dar con él por parte de
una persona que tal vez pueda hacer el trabajo por nosotros.
—¿Quién?
—Su protegida. ¿Te suena el nombre de Tatiana
Lukashenko? —Mis fibras musculares se contrajeron. No iba a
mentirles, conocía la existencia de Tatiana, y si se me
ocurriera ocultar la verdad, podría romper el clima de
confianza entre nosotros.
—Ya sabes que sí. —Una sonrisa cauta estiró sus labios.
—¿La has visto en las últimas semanas?
—No, pero sé que está en San Petersburgo.
—Pues las cámaras la captaron muy cerca de tu casa…
Digamos que… en la puerta.
—¿En serio? —No lo sabía y eso era verdad.
—¿Cuánto hace que no revisas las grabaciones del
perímetro de seguridad? —insistió.
—Pensaba que de eso te encargabas tú, ya sabes, lo mío es
matar.
—Pues deberías, la precaución también era uno de tus
rasgos, quizá la estés descuidando y estés obviando cosas
interesantes que suceden a tu alrededor —dejó la sugestión en
el aire.
—Lo haré, no te quepa duda. —En sus palabras pude ver
encerrado algo más, y preferí esquivar el tema—. ¿Qué has
pensado respecto a Tatiana?
—Podría abrir un pequeño poro con información suficiente
para que ella solita tire del hilo. Si es tan buena como creo, no
le hará falta mucho más para ponerte en el camino correcto. —
Miré con suspicacia su rostro de frente ancha y nariz
prominente.
—Que es… —quise saber. Por la manera de actuar, Tigre
disponía de información que no compartía y eso no me
gustaba nada
—Los Siloviki. —Teniendo en cuenta nuestra misión, era
una posibilidad.
—Concreta.
—Si estuviera en un casino y tuviera que apostarlo todo a
un color, sería muy negro.
—¿Kuznetsov? —sugerí.
Era el peor de los cinco hombres que rodeaban al
presidente. Frío, sin escrúpulos, jodidamente listo y letal,
aunque prefería que otros se mancharan las manos antes que
bajar al barro.
—Eso es lo que yo creo. Puede no ser la verdad absoluta,
ya sabes cómo van estas cosas.
—¿Cascabel? ¿Víbora? ¿Qué pensáis al respecto?
—Yo no descartaría a Andreev —sugirió Cascabel.
—¿El primer ministro? —inquirí dubitativo.
—Bueno, los cuatro conocemos su pasado en el KGB,
sabemos que de cara a la galería es el seguidor más devoto de
Putin, su perrito faldero, y que su alianza también se forjó en
Leningrado, como ocurrió con Kuznetsov.
»Las últimas vacaciones las pasaron juntos, creo que
fueron a celebrar que aquel político que le tocaba tanto los
cojones al presi muriera convenientemente envenenado.
—Ya sabes lo que dicen de comer Fugu, has de estar muy
seguro de quién te lo sirve y con quién te estás sentando a la
mesa —añadió Víbora.
—No creo que Andreev tenga algo que ver, aun así, Tigre,
no estaría de más que analizaras la posibilidad de que haya
cometido una estupidez tan grave.
El primer ministro no era imbécil, un movimiento como
ese podría ser letal y peligroso. No le convenía jugársela con
nosotros, aunque quizá hubiera querido hacer rodar una cabeza
para calmar a la fiera, tampoco es que pudiera ignorarlo.
—¿Os parece bien que cedamos la búsqueda de Mamba a
Lukashenko? —insistí.
—O eso o seguimos el protocolo —me advirtió Tigre—, ya
nos estamos exponiendo mucho si damos ese paso.
No iba a sacar más de ellos, sabía cuándo había tocado
hueso, tener una opción era mejor que nada.
—¿Votos a favor? —pregunté. Todos alzaron las manos—.
Muy bien, lo dejo en tus manos entonces. Espero que sea la
mejor decisión y no nos estemos equivocando. ¿Todos tenéis
claro los papeles que ocupáis en la siguiente misión?
—Sí, camarada —contestaron al unísono.
—Bien, pues mantenemos el contacto a través de nuestro
habitual sistema de comunicación. Tened cuidado.
Corté la emisión y me recliné en la silla de cuero. Di un
último trago al vaso de vodka que me serví antes de iniciar la
conexión. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para
pensar con claridad.
Pincé el puente de mi nariz, cogí el móvil desechable que
solo contenía un número y lo pulsé, necesitaba hablar con ella.
Los tonos se solaparon unos con otros hasta que la voz
femenina respondió.
—¡¿Qué haces llamando a este número?!
—Tenemos que hablar, Jelena.
—¿Ahora? ¿Sabes qué hora es?
—Es importante.
—¿Sarka está bien? —Apreté los dientes pensando en mi
boca entre sus piernas—. Responde.
—Lo está.
—Más te vale que no le pase nada a nuestra pequeña,
porque si no, juro que iré hasta el mismísimo infierno a
cortarte las pelotas.
—Sarka no es mi hija —le aclaré.
—¡¿Cómo que no?! ¿Estás renunciando a ella?
—Yo no renuncio a nada, solo te informo.
—Tú y yo…
—Follamos en esa fiesta, sí, pero no te preñé y fue solo
una vez, era joven y estaba muy bebido.
—¡Ya lo creo que me embarazaste, el test dio positivo!
—Esa noche éramos tres.
—Lo recuerdo, como también que Jasha se quedó dormido
mientras nosotros seguimos.
—Antes de llover chispea —comenté ácido—. Le hice una
prueba de ADN, tu hija no es mía.
—¡Joder! ¿Y cuándo se la hiciste?
—Hará cosa de un mes…
—¿Por qué? —Me quedé en silencio. ¿Podía decirle a
Jelena que había necesitado corroborar que no era un puto
enfermo que se sentía atraído por su propia hija? Una risa
corta y sin humor sonó al otro lado de la línea—. Puto cerdo
degenerado—. ¿Había pensado en voz alta?—. Confié en ti, en
tu honor, en tu juramento. ¿Te la has tirado?
—No.
—¿Has pensado en tirártela? —Más silencio—. ¡Claro que
sí! Eres un cerdo.
—No te he llamado para que determines qué tipo de animal
debí ser en otra vida. Puedes estar tranquila, tu hija sale con un
chico de su edad, pregúntale cuando la veas en Navidad.
—¿Piensas que eso me tranquiliza? Te lo advertí cuando
me pidió ir a vivir contigo, te dije lo que leí en su diario…
—Y lo respeté. —Utilicé el pasado porque hacía un rato no
lo había hecho—. Te sorprendería la cantidad de diarios
adolescentes en los que aparezco.
—Engreído.
—Realista. Vuelvo a repetirte que no te he llamado para
hablarte de Sarka, sino de mi hermano, ha desaparecido y
quiero saber hasta qué punto puedo confiar en Tatiana.
—¿Jasha ha desaparecido? —la voz de la rusa titubeó.
—Sí, y no pinta bien, si no fuera un caso de necesidad
extrema, no habría usado tu número. Ya sabes que nunca lo
hago.
—Ella sabe quién eres —exhaló.
—¡¿Cómo?! —rugí sin poder contenerme. Mi identidad no
podía estar en boca de cualquiera o podía irme a la mierda.
—Tenía que contarle a alguien lo que pasaba y asegurarme
de que no te tirabas a nuestra hija. Por eso Irisha y Tati están
en San Petersburgo, para controlar tu polla.
No iba a decirle que muy bien no les estaba saliendo, eso
me lo guardé para mí.
—Te repito que no es mi hija.
—Ya me ha quedado claro, Jasha tampoco es tu hermano y
no lo repites tanto.
—Porque él sí lo es, aunque no tengamos los mismos
padres. Fue quien me sacó de aquel infierno y me cuidó como
no lo hizo nadie, para mí siempre será mi hermano, renací dos
veces en sus brazos, así que sí lo es.
—¿Quién tiene a Jasha? —su pregunta me sorprendió.
—¿Quieres involucrarte? Llevas demasiado tiempo al
margen de toda esta mierda.
—¡¿Quién lo tiene?! —rugió al otro lado.
—Todo apunta a que ha caído en manos de los Siloviki. —
Soltó un improperio y escuché el llanto de lo que parecía un
bebé—. ¿Qué es eso que se oye?
—Nada que te incumba. —Recordé que la hermana mayor
de Sarka tenía un crío, seguramente se trataba de él.
—¿Cómo se te da eso de ser abuela?
—Yo no seré eso en mi puta vida. —Mi risa ronca la
alcanzó, Jelena no cambiaba ni con un bebé—. ¿En qué
andabais metidos para que los Siloviki quieran vuestro culo?
—Es mejor que te mantengas al margen.
—Si querías que me mantuviera al margen, no deberías
haberme llamado. A tu pregunta, sí, Tatiana es de fiar, y
deberíamos colgar, nos hemos extralimitado en el tiempo y
esto puede ser peligroso.
—Cuídate, Jelena.
—Y tú cuida a mi hija o esta llamada será la última que
realices.
Después de su amenaza, la comunicación se cortó.
Me serví otra copa y me dirigí a mi propio reflejo en una
de las pantallas.
«Estás jodido, camarada, muy jodido».
32
Notable
SARKA
Debería estar preocupada, debería estar rompiéndome la
cabeza sobre cuándo entrar en el despacho del director, cómo
dar con los vídeos de seguridad y la persona que me mandó las
imágenes de Aliona junto con las notas. Tendría que estar
planificando mi estrategia para sonsacarle información a Lev,
sin contar que también me correspondería hallar al culpable de
que el capitán tenga el brazo vendado, y, sin embargo, en lo
único que podía pensar era en él.
Habían pasado dos días desde lo de su despacho y no
dejaba de rememorar lo ocurrido una y otra vez.
Adoré las sensaciones que despertó en mí con su boca,
adoré mecerme sobre sus muslos y frotarme contra su dureza,
adoré que no rechazara mis besos, como hizo con la profe de
francés, que su lengua batallara contra la mía y me hiciera
romperme contra él.
Me gustó poder gritar su nombre, ver aquel brillo
incontrolable en sus ojos y que se derramara sin remedio,
porque Gavrael nunca perdía el control, y verlo así, entre
sorprendido y extasiado, me hizo sentir distinta, especial,
importante.
Y esa sonrisa final… Completa, sin reservas, con un
movimiento de cabeza en negación que descolgó algunos
mechones sobre su frente y me hizo imaginar a un Kovalev
mucho más joven, menos rígido y más espontáneo.
Gavrael era de esas personas que no podías imaginar de
joven, porque parecía haber nacido al cruzar la barrera de los
treinta.
Busqué tirar de su boca con mis dientes, forcé un nuevo
beso que me concedió sin reservas y culminó con suavidad
para mirarme con algo cercano a la tristeza.
El maestro, el tutor, el padre de mi mejor amiga, estaba de
vuelta.
—Lo que ha pasado hoy no puede…
—¿Volver a repetirse? —comenté sin soltarle el cuello, me
gustaba cómo se sentía bajo mis dedos.
—Sarka… —En su voz había regusto a advertencia que
supe captar sin problemas. Le ofrecí una sonrisa ladeada.
—Te atraigo, eso no me lo puedes negar.
El que nos hubiéramos corrido juntos me daba permiso
para poderlo tutear, ¿no?
Él hizo rodar los ojos.
—Atraerías hasta un muerto si te lo propusieras, pero eso
no significa que esté bien lo que he hecho.
—Dios no lo quiera, odiaría que tu despacho del gimnasio
se pareciera a un capítulo de The Walking Dead.
—¿Podemos hablar en serio por un minuto? —Arrojé un
bufido suave.
—Lo entiendo —aseveré—. Lo que vayas a decirme ya me
lo he dicho yo con anterioridad a lo que acaba de pasar. —
Aclaré mi garganta y puse gesto adusto—. Tienes edad para
ser mi padre, aunque ese es el argumento más flojo, porque
estás como un puto tren y eres el hombre más interesante e
inteligente que conozco y que voy a conocer. —Él aguantó la
sonrisa que le causó mi piropo—. Además, eres mi profesor y,
aunque me muero porque cambies las Mates por que me la
metas, no te apetece hacerlo por si te despiden. Sin embargo,
me gustaría aclararte que yo soy asquerosamente rica y
podrías vivir sin trabajar nunca más en tu vida, teniendo como
único cometido hacerme feliz.
Las comisuras de sus labios ascendieron un poco más.
—¿Quieres convertirme en un mantenido?
—No lo serías —aclaré, acariciándole la nuca—, te
garantizo que te ganarías el pan, no soy fácil de complacer,
me viene de familia —comenté, dándole un muerdo que lo hizo
gruñir—. También comprendo que eres mi maestro y, aunque
me muero por tus ataques… —tracé un círculo con mis
caderas que le borró la sonrisa y le hizo apretar mis nalgas—,
que nos pillaran follando te podría dejar fuera de combate. —
Detuvo mi movimiento y lanzó una exhalación—. Aunque lo
peor, sin lugar a duda, es que eres el padre de mi mejor
amiga, y ella no me perdonaría tener que llamarme —hice una
pausa y agité las cejas— mamá.
—Te estás tomando todo esto a risa y no es ninguna
tontería —comentó con un humor turbio.
—No es cierto, solo intento que sonrías un poco más, darle
un poco de humor, lo que no quiere decir que no comprendo
que todo esto es muy serio —suspiré, masajeando sus hombros
anchos—. Puede que pienses que soy una inmadura, y en
muchas materias seguro que lo soy, pero no me gustaría que
me compararas con el resto de niños ricos y mimados que
pululan por estas aulas, porque te equivocarías de pleno. He
visto y oído cosas que muchos de ellos solo las contemplan en
la gran pantalla con un inmenso bol de palomitas. Soy hija de
la Bratva, la mafiya corre por mis venas, y asumo que la vida,
a veces, no viene envuelta en un lazo de color rosa.
Los ojos le brillaron tanto que me dieron ganas de repetir,
pero sin bragas. No lo intenté, sabía que había ciertos límites
que Kovalev no querría cruzar, porque aunque todo lo que
había hecho fue consensuado, me faltaban unos días para
alcanzar la mayoría de edad. Por ahora, me bastaba el
acercamiento, sobre todo, porque lo que pretendía era acercar
posiciones, no espantarlo. Me había propuesto que él sería el
hombre a quien le entregaría mi virginidad, y no me
interesaba ningún otro para el puesto, aunque jugara con Lev.
Me acerqué a su oreja y le susurré:
—Puede seguir follando con otras, profesor, yo, mientras
tanto, me entretendré. Entiendo que lo de hoy solo ha sido un
calentón y no voy a pedirle más de lo que está dispuesto a dar.
—Las yemas de los dedos se clavaron en mi carne con fuerza.
—Sarka…
—¿Sí, Gavrael? —Lo que fuera a decir murió entre sus
labios—. No hace falta que añadas más, y, por favor, no te
disculpes, me has hecho disfrutar. —Le di un beso dulce sin
lengua—. ¿Vamos a casa? Necesito estudiar, que mañana
tengo el último examen de Mates y el profe es un poco hueso.
—Algo he escuchado. —Sonrió. Me subió a la mesa y me
ayudó a ponerme los calcetines—. Gracias por no ponerme
las cosas difíciles —murmuró, calzándome los zapatos.
—Gracias por haberme regalado un orgasmo más que
aceptable y por no dudar de mí en cuanto a lo del florete.
—¿Más que aceptable?
—Que me corra en las bragas y cuando llegue a casa
tenga que volver a pasar por la ducha le ha hecho perder
puntos, esperaba otra cosa, así que tendrá que conformarse
con un notable.
—Tomo nota —respondió. Me cogió de la cintura y me
ayudó a bajar—. Te prometo que daré con el responsable del
incidente de clase, lo que pasó no quedará así.
—No me cabe duda.
No añadimos nada más, volvimos en silencio a casa, como
si nada hubiera cambiado entre nosotros.
Unos dedos chasquearon frente a mis ojos.
—S, ¿me has oído?
Habíamos terminado la clase de Química, y Varenka me
observaba de brazos cruzados.
—Perdona, estaba pensando en mis cosas.
—Te decía que el viernes es el baile de Navidad y no sé si
vas a poder quedarte o si tu madre ya te ha comprado los
billetes para que las pases entre España e Italia, como el año
pasado.
—Pues no he hablado con ella en los últimos días, tal vez
se lo ha comentado a Irisha.
—¿Y si la llamas o le preguntas a tu hermana? Es el último
baile de invierno, estará genial y estoy segura de que a Lev le
encantaría que fueras su pareja. —Bajó el tono de voz—.
Además, puede que como regalo puedas ofrecerle… Ya
sabes… Tu virginidad.
—No me corre prisa.
No me apetecía contarle que tenía otros planes para esa
pérdida.
—¿Desde cuándo? Pensé que habíamos acordado que las
dos lo haríamos. Me siento rara contándote mis cosas y que tú
no tengas mucho que aportar —protestó.
Gavrael entró en clase, nos tocaba tutoría, porque era la
entrega de notas. Buscó mi mesa y me miró de un modo tan
intenso que me humedecí sin remedio, ¿qué podía esperar
después de haber estado rememorando nuestro encuentro en su
despacho del gimnasio? Era el único que tenía dos, uno al lado
del director y otro en la zona deportiva.
Apartó los ojos y volvió a su habitual mueca de frialdad,
mientras yo trataba de zanjar mi conversación con su hija.
—Esto no es una competición, yo me alegro de que te
hinches con Yerik, pero yo no quiero forzar.
—¿Forzar? El capitán se debe estar matando a pajas por
ti…
—Puede ser, el problema es que necesito que Lev confíe al
cien por cien para ir más allá, y por ahora no ha ocurrido,
sigue guardándose cosas.
Kovalev pidió que todos nos sentáramos en nuestros
pupitres porque iba a comentar cómo había ido la evaluación
en general, además de atender a los alumnos que necesitaran
comprender sus notas o reclamar. Nuestros padres ya habían
recibido el informe electrónico y a nosotros nos las entregaban
vía app del alumnado.
—No seas falsa. ¿Es que tú se lo cuentas todo a Lev?
Conociéndote, lo dudo mucho
Los teléfonos móviles empezaron a sonar en masa. El tutor
pidió por segunda vez que todo el mundo se sentara y abriera
el archivo que debíamos estar recibiendo.
V ocupó su silla, yo fui a echar mano al mío, pero no lo
encontré en el bolsillo exterior de mi mochila, ¿dónde
demonios lo había metido?
Se empezó a escuchar un murmullo subido de tono, alcé la
vista y me di cuenta de que todos los ojos estaban puestos en
mí.
¿Qué narices ocurría?
33
Brujas, putas y zorras
SARKA
Varenka soltó una exclamación que provocó que me
girara abruptamente hacia su mesa. Al mismo tiempo, escuché
cómo mi tutor le preguntaba a un alumno qué ocurría.
Todo transcurrió a cámara lenta. Los cuchicheos, las
miradas, la sensación de que aquel sonido tenía más que ver
conmigo que con las notas.
—¿Qué pasa? —le pregunté a mi amiga—. No encuentro
el móvil y no puedo ver el mensaje.
—No sé si es mejor que… —Su tono era titubeante.
—Muéstramelo.
V giró la pantalla y me quedé con la vista puesta en ella.
Todo se volvió rojo, negro, oscuro y sucio.
Era un vídeo corto, apenas duraba unos segundos, en él se
me veía a mí gimiendo mientras una mano me acariciaba por
debajo de la falda. No se contemplaba a la persona que había
detrás de mí, pese al barrido de abajo hacia arriba, aunque se
intuía, por el trozo de manga, que se trataba de otro alumno y
que estábamos en la biblioteca. Mi orgasmo retumbó en la
pantalla, labios entreabiertos, ojos vidriosos, pupilas dilatadas
y el vídeo se cortaba con una frase lapidaria.
ZorritaKoroleva.com
¿Desempolvamos los libros de la biblioteca?
Mis ojos se alzaron para encontrarse con los de Varenka,
que se mordía el lateral del pulgar y me observaba con lástima.
Noté la bilis ascender por mi esófago. Sentí asco de que en
esos tiempos alguien fuera capaz de hacer algo así.
Giré la cabeza y vi que Kovalev permanecía suspendido en
las imágenes, apretando el terminal de uno de los alumnos que
temblaba como una hoja. Lo hacía con rabia y una respiración
pesada que a cualquiera le haría temer por su vida.
Alzó el rostro para enfocar el mío iracundo.
Si llegué a pensar que podía ser él quien nos observó a Lev
y a mí en la biblioteca, ahora estaba convencida de que no era
así. Estaba demasiado sorprendido y cabreado, como si fuera
la primera vez que se topaba con la situación.
—¡¿Quién ha grabado esto?! ¡¿Y quién lo ha enviado?! —
rugió cortante.
Su voz era tan afilada que no le hacía falta espada para
sesgar la cabeza de toda la clase, parecía dispuesto a arrancar
los ojos de quienes hubieran visto el vídeo.
Me sentí mareada, tenía náuseas, no por visualizarme
excitada, con una mano masculina dándome placer, sino
porque escapaba a mi control. Lo que sucedía en aquellas
imágenes formaba parte de mi intimidad, y solo yo decidía si
quería exponerlo en público o no.
Un sudor frío empapó mi espalda pegando la camisa a ella.
—Señorita Koroleva, pase por dirección, por favor.
La voz tronó a través de los altavoces, los mismos que
indicaban el inicio o el final de la clase. Pertenecía al director,
¿también habría recibido él el mismo mensaje?
El ácido ardió en mi garganta cuando me puse en pie. Un
dolor punzante atravesó mis sienes e hizo que tuviera que
agarrarme al pupitre con fuerza.
—Sarka, ¿estás bien?
La voz grave me alcanzó. No lo había visto avanzar hacia
mí, pero estaba ahí, a mi lado, de pie, aguardando mi
respuesta.
«¡¿Tú qué crees?!», me hubiera gustado gritarle.
Me daba igual que Gavrael no tuviera la culpa, me sentía
herida, desnuda y expuesta. Nadie tenía derecho a mostrar mi
intimidad frente a todo el colegio. ¡Nadie!
—Papá. —Era la primera vez que oía a Varenka llamar así
a Kovalev en el instituto, su tono era de preocupación.
—Ve con ella al baño, que se refresque, está muy pálida.
Yo os esperaré fuera para acompañarla a dirección.
—No hace falta —respondí con el pecho anudado y un
ligero temblor que sacudía mi voz.
—Sí hace falta, soy tu tutor en la escuela y tu responsable
fuera de ella. Id —ordenó sin admitir discusión al respecto.
Intenté pensar en cómo reaccionarían mis hermanas frente
a un suceso así. Vale que me había saltado la normativa del
colegio sobre «muestras afectivas y decoro», pero, en sí, lo
que ocurría en aquellas imágenes no era algo malo, todo hijo
de vecino se tocaba y se corría.
Respiré hondo, alcé la barbilla y dediqué una mirada
temeraria a todos mis compañeros de aula. Dudaba que en mi
cara alguien osara hablar, temían demasiado a mi familia.
—¿Qué miráis? —Los ojos de mis compañeros golpearon
el suelo, el mismo lugar donde ahora se hospedaba mi amor
propio.
«Sé fuerte, Sarka, esto no es el fin del mundo. Las fieras
huelen la debilidad y la sangre, no se la ofrezcas», recité para
mis adentros.
Salí de clase con toda la dignidad que fui capaz de reunir y
escuché pedir a Gavrael que todos borraran de inmediato el
vídeo, porque como pillara a alguien mirándolo o
compartiéndolo, iba a suspenderlos directamente por conducta
inapropiada.
Al salir al pasillo, tuve que apoyarme en la pared.
Varenka se preocupó de nuevo.
—Sarka, ¿estás bien? —No respondí—. Claro que no lo
estás, qué estúpida soy. ¿Ha sido Lev?
—No creo, no lo sé. Vi a alguien en la biblioteca el día que
él y yo… —susurré—. Ya me entiendes, estaba en el pasillo de
detrás, mirándonos.
—¿Viste a la persona que os grabó? ¿Quién fue? —Apoyé
la espalda y la miré de frente.
—No lo vi, solo su ojo y no muy bien. No me di cuenta de
que nos grababa. Nos tiró un montón de libros encima y no
pude perseguirle.
—¡Madre mía, S! ¿Por qué no me lo contaste?
Dejé ir un suspiro agobiado.
—Pues porque estábamos con los finales, tú tienes en la
cabeza a Yerik y tampoco le di mucha importancia a un puto
mirón. ¡Yo qué iba a saber que nos grabaría!
—Pues ya ves que la tiene, en este instituto no puedes
fiarte de nadie. Primero, lo del florete, y ahora, esto; alguien
quiere joderte, Sarka, y hablo del sentido más amplio de la
palabra.
—Creo que es Laika. Está celosa por lo de Lev y fue la
última en estar en el cuarto de las espadas. ¿Y si también
empujó a Aliona aquella noche porque quería ser la capitana?
La puerta volvió a abrirse y apareció su padre con la
mirada gélida. Me callé de inmediato.
—¿Por qué no estáis en el baño?
—No necesitaba ir —aclaré.
—Varenka, vuelve a clase, pediré que el profesor de
guardia me sustituya y vendrá en un momento a hablar con
vosotros sobre las notas.
Ella asintió. Me dio un beso en la mejilla y me murmuró
un «después hablamos».
Arranqué a andar al lado de Gavrael, su humor era tan
espeso que podía cortarse.
—¿Cómo se te ocurre? —preguntó—. ¿Danilov te pidió
que os grabarais? ¿Sabes lo peligroso que puede resultar eso?
—Paré en seco y lo miré.
—¿Piensas que yo hubiera consentido algo así? No tenía ni
idea de que alguien estaba… —apreté los labios.
—¡Mierda, Sarka! ¡Esto podría suponerte la apertura de un
expediente moral y disciplinario! ¿Sabes lo que significa? —
Volví a sentir el sudor perfilando mi columna.
—¡Por supuesto que sí! ¡Podrían llegar a expulsarme!
—No solo del curso, también del equipo de esgrima. ¡Ya
sabes cómo son los padres de estos chicos!
—Ya lo creo, mi madre se ha tirado a la mayoría. —Él me
miró con los ojos cargados de advertencia—. No me vayas de
remilgado, Kovalev, mejor este vídeo que no uno nuestro, ¿no
te parece? —Estaba cabreada, no con él, lo que ocurría era que
lo tenía cerca y siempre recibía la persona que tenía al lado.
Mi tutor apretó los labios.
—Cuidado, Sarka, háblame con respeto, yo no soy uno de
esos críos que te meten mano.
Tal cual lo soltó, noté cómo la bomba estallaba dentro de
mí. Clavé las uñas en el interior de las palmas de mis manos.
Me dolió que lo dijera en plural, porque eso era lo que
pretendía el vídeo, dejarme como una rastrera.
—Muy adulto de tu parte —siseé—. Mi madre nos explicó
a mis hermanas y a mí que a las mujeres siempre se nos ha
tachado de brujas, de putas y de zorras. Nunca ha importado
que lo seamos o no, porque el juicio siempre termina siendo el
mismo. La libertad de las mujeres, tanto sexual como vital,
está vetada, y si la ejerces, te arriesgas a que te tachen de
inmoral, o cualquier adjetivo despectivo. Me da igual si tú o
los demás pensáis eso de mí, me da lo mismo porque este es
mi cuerpo, soy su dueña y voy a hacer con él lo que me dé la
gana —argumenté con convicción—. Sin embargo, no voy a
tolerar que alguien se tome la libertad de grabar mi derecho al
placer y lo difunda sin mi autorización, eso está penado por la
ley.
No habíamos dejado de caminar. El profesor me agarró del
brazo y me detuvo hiperventilando. Su mirada era abrasadora.
—No eres tu madre, y me da igual lo que ella haya hecho
con su vida, o si la crees una heroína por ello. Sabes cómo es
esta institución respecto a la moral y lo perjudicada que
puedes salir. —Le ofrecí una sonrisa seca.
—Dirás falsa moral, porque todos somos fruto de un polvo,
dudo que a alguno de estos hipócritas los trajera la cigüeña.
—No uses conmigo ese tono insolente.
—Si te parece, agacho la cabeza después de que hayas
sugerido que cualquiera me mete mano.
—Yo no he dicho eso —replicó, masticando las palabras.
—Pues en mis oídos ha sonado así.
—Lamento si lo ha parecido. Soy tu tutor, tu maestro y la
persona que cuida de ti, me preocupa lo que te pueda pasar.
—Pues preocúpate de que alguien capture mi intimidad y
la distribuya por todo el instituto.
—Ten por seguro que lo voy a hacer —asumió—. No
quiero que sufras, Sarka.
La sonrisa que le ofrecí fue bastante apática.
—Para no sufrir, no debería haber nacido. El mundo está
lleno de sufrimiento, profesor, y el mío más que ninguno —
chasqueé la lengua.
Retomamos el paseo hasta el despacho del director, cada
uno embebido en sus pensamientos.
Cuando llegamos a la puerta, Gavrael rozó mi mano con la
suya, fue sutil, pero estaba ahí. Lo miré.
—Déjame hablar a mí, intentaré que el asunto te salpique
lo menos posible. ¿Puedes concederme eso por lo menos? —
Asentí.
En mi fuero íntimo, sabía que era verdad, Kovalev no
quería perjudicarme y era más probable que el director le
hiciera más caso que a mí.
Sus nudillos golpearon la puerta.
34
Promesas y secretos
SARKA
La conversación fue tensa, aunque tenía que reconocer
que Gavrael había actuado como un jodido héroe sembrando
una duda razonable sobre la ubicación, es decir, por el ángulo
de la cámara, se apreciaba que estábamos en una biblioteca por
los libros, pero él insistió que era la de su casa y no la del
instituto.
Aquella declaración me ofreció una salvaguarda, ya que el
plano mostraba una toma desde abajo. Sí que se veían libros,
pero no el mobiliario, las luces o el suelo.
El director apretó sus finos labios.
—Entonces, ¿sostiene que lo ocurrido en ese vídeo
transcurrió en su casa, señor Kovalev?
—Sí, señor director —respondió con actitud férrea—. Lo
que la señorita Koroleva no sabe es quién lo filtró y envió a
todo el alumnado.
—Quizá fuera el otro alumno que aparecía en las
imágenes, ya sabe que por mucho que queramos evitarlo, este
tipo de sucesos están a la orden del día. ¿Usted sabía que la
estaban grabando?
—No, señor director —asumí cabizbaja.
—Entonces, debería hablar primero con el otro alumno y
cerciorarse de que no se trate de un alardeo con amigos, o una
venganza, dígame quién es y yo mismo…
—Yo me ocupo, señor —lo cortó Gavrael—, es una
situación incómoda. La señorita Koroleva tiene una relación
estable con ese chico. Si pide mi opinión, creo que podría
tratarse de un hacker, quizá otro chico que siente
animadversión hacia la pareja. Ya sabe que tenemos un
alumnado brillante en informática.
—Esa acusación es muy grave, sobre todo, sin pruebas.
—Soy consciente de ello, y si me lo permite, me gustaría
encargarme personalmente de hablar con el muchacho e
intentar averiguar cuál es el foco del incendio para sofocarlo.
Estamos educando a los líderes del futuro, y aunque los hechos
no transcurrieran aquí, sí se ha mandado ese mensaje a nuestro
alumnado mientras estaban en estas instalaciones. —El
director asintió.
—Me gustaría hablar con la otra persona implicada en el
vídeo para esclarecer si él tuvo algo que ver.
Yo miré incómoda a Gavrael, este no apartó los ojos de su
jefe.
—Soy el tutor de ambos, y es una situación violenta y
embarazosa. Me gustaría pedirle que, para no vulnerar el
derecho a la intimidad de los alumnos, sea yo quien hable con
el chico. Además, soy el responsable de la señorita Koroleva,
designado por su familia mientras reside fuera del país, como
usted ya sabe.
El hombre carraspeó, se notaba que no estaba muy de
acuerdo, aunque Gavrael tampoco parecía dispuesto a ceder.
—Dado que el suceso ocurrió fuera de las instalaciones y
no voy a abrirle un expediente sancionador… —El alivio me
inundó por dentro—. Está bien, ocúpese.
Sentí ganas de dejar ir el aire que había estado
conteniendo.
—Me gustaría advertirle, señorita Koroleva, que si en
algún momento infringiera nuestra normativa de decoro, se la
expulsaría de inmediato. Sería una verdadera lástima, todos
sus hermanos han tenido un expediente intachable, así que le
pediría que fuera más cuidadosa con sus… intimidades.
—Lo-lo sé, señor —balbuceé con candidez—, no sabe
cuán avergonzada estoy… —comenté, afectada, fingiendo que
secaba una lágrima que no me venía.
Era tal mi indignación que en lo único que podía pensar era
en partirle el cuello a quien estaba tratando de destruirme. No
obstante, sabía que tarde o temprano me derrumbaría,
seguramente, cuando estuviera en casa, en la soledad de mi
habitación y pudiera reflexionar sin tanta presión.
—No voy a sermonearla respecto a su actitud, ni voy a
opinar al respecto, puesto que no soy su padre, que en paz
descanse, aunque espero que comprenda que deberé llamar a
su madre para informarla.
—Yo me encargo también de eso. —Mi tutor estaba en
todo.
—No hace falta, profesor, hace tiempo que no hablo con la
señora Koroleva y es un asunto lo suficientemente importante
como para que lo haga.
—Lo comprendo —asumió Gavrael. No iba a librarme de
que mi madre se enterara. Esperaba que no se lo tomara mal
—. Por otro lado, me gustaría pedirle que se exija a cada
alumno que haya recibido el vídeo que lo elimine de su
terminal, que los tutores de cada clase lo comprueben, y si las
imágenes son compartidas, que se sancione al alumno que lo
haga. Como comprenderá, se ha vulnerado el derecho a la
intimidad de la señorita Koroleva.
El director se aflojó la corbata.
—No tenemos potestad para eso, lo único que puede hacer
cada tutor es pedirlo con amabilidad, lo que no significa que el
alumnado acepte. Si le soy sincero, tampoco podemos
garantizar que la persona que lo envió no vuelva a hacer lo
mismo. Lo más conveniente sería que denunciara el suceso a
la policía para que abra una investigación. Por mi parte, podría
ofrecerme a redactar una circular a los padres sobre el derecho
al honor, a la intimidad y a la no divulgación. Ellos son los
únicos que pueden exigir a sus hijos la eliminación de dicho
material.
«Lo que me faltaba, que los padres vieran cómo Lev me
masturbaba. No, gracias».
—Yo… preferiría que no, si no le importa. Confío en la
buena voluntad de mis compañeros en eliminar el vídeo y en
que no lo reenviarán. No creo necesaria la circular. —Gavrael
me miró de soslayo.
—¿Segura? —Asentí.
—Una charla por parte de los tutores bastará.
—Bueno, pues como usted quiera, pueden marcharse.
Cuando salimos del despacho, le di las gracias a Gavrael.
—Me has salvado.
—Te dije que me encargaría. ¿Por qué no te vas a casa el
resto del día? Voy a reunirme con Danilov.
—Me gustaría ser yo la que hablara primero con él si no te
importa.
—Entra a mi despacho, iré a buscarlo. —No dijo ni que sí
ni que no, debería esperar a ver qué ocurría.
—Sarka, ¡¿estás bien?!
¿Cuantas personas iban a preguntármelo a lo largo del día?
Era comprensible su preocupación, porque mientras a él solo
se le veía una mano y una manga, a mí se me veía de lleno.
Que Lev era el alumno que estaba a mis espaldas no
tardaría en ser vox populi, y mientras a él le colgarían una
medalla, a mí me lapidarían por guarra.
—Hola, Lev —lo saludé tirante. Escudriñé su expresión
preocupada en cuanto Gavrael nos dejó a solas.
El vino hasta mí para fundirnos en un abrazo. Me mantuve
tensa, no podía eximirlo al cien por cien de la culpa, no hasta
que comprendiera si podía estar detrás o tener conocimiento de
la grabación. Era mejor que me mostrara reticente a derretirme
en sus brazos.
—Sé lo que debes estar pensando, pero te juro que yo no
sabía…
—Te dije que vi a alguien cuando nos cayeron los libros
encima y tú quisiste hacerme creer que fue fruto de mi
imaginación —lo acusé.
—Perdona por pensar que era una alucinación, yo no creía
que hubiera alguien ahí, ¡estábamos solos!
—Pues ya ves que no.
—Nadie sabía que íbamos a encontrarnos allí.
—Tú mismo reconociste que no era la primera vez que
llevabas a una chica a ese rincón. Puede que se lo comentaras
a alguno de tus amigos, o alguien nos siguiera después de
haberte escuchado…
—¡No! ¡¿Por quién me tomas?! —profirió ofendido—. ¡Yo
nunca te perjudicaría! ¡Me gustas! ¡Quiero que seas mi chica!
Me lo estoy currando, algo así solo me dañaría.
—¿Tu chica? Para eso haría falta que confiaras en mí y no
lo haces —resumí. cruzándome de brazos. Él me observó
agobiado y terminó claudicando.
—Aliona me engañaba. Ella se tiraba a otro…
—¿A uno de tus amigos? —Negó, resopló y se apoyó en la
mesa del profesor.
—A alguien mayor.
—¿Mayor? —repetí incrédula. Él miró a un lado y a otro.
Bajó el tono de voz.
—Júrame que no se lo dirás a nadie si te lo cuento, podría
meterme en un lío.
Desvié instintivamente la mirada hacia el agujerito que
daba al despacho del director y no me fie de que nos estuviera
viendo o escuchando.
—Dímelo al oído. —Lev tragó con esfuerzo.
—Júrame antes que no se lo dirás a nadie —insistió.
—Puedes confiar en mí. —Me consideraba una mujer de
palabra, en mi familia había una promesa que nunca
quebrantábamos e iba sujeta a una frase—. Palabra de
Koroleva —murmuré, sentenciando aquel secreto que formaría
parte de mí en cuanto el capitán revelara el nombre de la
persona con quien Aliona lo engañaba.
Él acercó sus labios a mi oído y murmuró la identidad del
amante de su ex. Descubrir la verdad fue como caer de un
octavo piso. ¿Aliona y él?
—No puede ser —mascullé temblorosa con la boca seca—.
¿Estás seguro? A la gente le gusta hablar mucho.
—Los vi, durante una de las fiestas, yo estaba buscando a
Aliona porque no la encontraba y llevaba bastante rato
desaparecida. Ni siquiera sé por qué subí hasta la zona de los
despachos, supongo que fue instinto. La puerta estaba
ligeramente abierta, y ellos estaban… Ya me entiendes, no
quiero pronunciarlo. Eres la única que lo sabe.
—¿Y qué hiciste? ¿Los interrumpiste? —Negó.
—No podía hacerlo, esperé a que terminaran para
enfrentarla. En cuanto salió, la llevé a rastras hacia el baño,
estaba como loco, yo… La quería —confesó.
—¿Y qué te dijo?
—Me dijo que no era asunto mío, que había cosas que no
comprendía, que no debería haber husmeado en sus asuntos.
Me dolió muchísimo. Fue entonces cuando decidí que lo
nuestro había terminado. Aguantamos unos días más, ella
intentó convencerme de que no iba a repetirse, que solo fue
sexo, pero yo no podía volver a confiar. Acabo de revelarte mi
secreto más profundo, ¿me crees ahora? Yo sería incapaz de
grabarnos y difundirlo, nunca te haría ese daño gratuito. ¿Qué
sacaría de ello?
—Quizá no pensabas que se difundiera, quizá solo querías
tener un vídeo de recuerdo y tu amigo te la jugó.
—¡Por favor! —exclamó con rabia—. Yo no soy así,
Sarka, tengo honor, y te juro por lo más sagrado que nunca le
pediría a un colega que me grabara en un momento tan íntimo
como ese. Necesito que me creas, Sar…
Sus manos agarraron mi cara, me acarició las mejillas con
los pulgares. Si me guiaba por lo que me decía el corazón,
aseguraría que no mentía, pero no podía estar segura.
—Dame tiempo… —Lev asintió.
—¿Puedo besarte? —Tenía los ojos brillantes y una mirada
acongojada.
—No es lo más prudente, casi me expulsan por ir contra las
normas y el decoro, menos mal que no ocurrió en el centro,
sino en la biblioteca privada de Kovalev —recalqué con la
suficiente fuerza para que en caso de que el director estuviera
espiando no me echara piedras sobre mi propio tejado.
Cuando Gavrael trajo a Lev al despacho, comentó que
teníamos cinco minutos y que ya lo había puesto al corriente
con una mirada significativa. No me hizo falta más para saber
a lo que se refería.
Llamaron a la puerta y mi tutor apareció en el marco.
—Mi turno, Sarka, por favor, vuelve a clase, o si lo
necesitas, tienes permiso para ir a casa. —Me desembaracé de
la caricia de Lev y lo miré con fijeza.
Todavía no me hacía a la idea del secreto de Aliona.
Al pasar por su lado, le dediqué una mirada tensa y
murmuré un «no diga nada que pueda comprometerme, dicen
las malas lenguas que las paredes de este centro tienen ojos y
orejas».
Él arrugó el ceño y terminó por ofrecerme un movimiento
afirmativo de cabeza.
No tenía ganas de quedarme en el instituto más tiempo,
sometida a miradas y murmullos, preferí largarme a casa.
35
Amigos para siempre
LEV
—¡Dime que no has sido tú! —exclamé cabreado,
empujando a Yerik contra el secador de manos.
Al terminar mi charla con el maestro, fui directo a buscar a
mi amigo, que dio la puta casualidad que estaba en el baño
fumándose un peta mientras Pavel custodiaba la puerta para que
no lo pillaran.
Uno de los detectores de humo, el que quedaba junto a la
ventana, estaba desactivado, así que mi colega usaba ese rincón
para liarse los canutos.
—Para, tío, ¿de qué vas? —Dio otra calada profunda sin
resistirse y me echó el humo en la cara.
—No me jodas, que no estoy para hostias —lo amenacé.
—Yo nunca te jodería, camarada, sobre todo, porque te
faltan tetas y te sobra polla. Te veo muy alterado, ¿por qué no te
relajas un poco? ¿Quieres una calada?
Lo solté y negué.
—Paso. ¡¿Has visto el vídeo?!
Una risita tonta le hizo toser escupiendo el humo de manera
irregular. Cuando Yerik iba fumado, podía ser un auténtico
capullo.
—¿Y quién no? Menudo orgasmo… No me extraña que se te
cayeran los libros encima. Esa herida de guerra te lo recordará
toda tu puta vida —dijo, señalando mi ceja.
Golpeé las baldosas que quedaban a los lados de su cara.
—Contesta, Yerik, ¿fuiste tú?
—No, no fui yo, ¿eso te hace sentir mejor? ¿Por quién me
tomas?
Me pasé las manos por el pelo nervioso. No tenía ni idea de
cómo alguien podía haber averiguado mi rincón de los polvos.
—Tú y Pavel sois los únicos que conocíais mi lugar… —
mascullé, caminando como un león enjaulado.
—Quizá alguien nos escuchara en una conversación, o puede
que Ali se fuera de la boca, a ella le encantaba jugar en la
biblioteca…
—O puede que tú fumaras demasiada maría y se lo largaras a
alguien en la fiesta.
—¿Por quién me tomas? Se te va la olla, Danilov.
—Lo que se me van a ir son los puños como me entere de
que tenéis algo que ver.
—Me parece increíble estar manteniendo esta conversación.
Tú más que nadie sabes que soy capaz de guardar los secretos
más oscuros… —Apreté los puños—. Pavel y yo somos tus
colegas.
—Sin contar que él es un friki de las cámaras, y tú un… —
me callé. Entre nosotros se instaló un silencio tenso.
—Habla con él, si tan poco confías en mí, pregúntale. —Una
bocanada de humo enturbió mi visión.
—Los dos sabemos a qué dedicáis el tiempo libre… —Yerik
volvió a sonreírme.
—Los negocios son negocios, es distinto, y lo sabes.
—Yo ya no sé nada.
—A ti lo que te pasa es que tienes demasiada tensión
acumulada en los huevos, ¿por qué no te follas a Sarka en lugar
de hacerle dedos? —Lo miré cabreado.
—Estás cruzando una línea que no deberías pisar.
—Venga ya, Lev, tu chica puede estar muy buena, pero es un
jodido témpano de hielo. Tendrías que haberte buscado una más
fácil y manejable, como la mía, un chasquido y la tengo
comiéndome la polla, dos y se abre de piernas, tres…
—¡Cállate la puta boca!
—¡¿Qué cojones te pasa?! ¿Ahora te ofendes? Siempre
repitiendo el mismo patrón, parece que no aprendes; primero,
Aliona, y ahora…
—¡Ellas no se parecen, y lo sabes!
—Si tú lo dices… —musitó ambiguo.
—¿Tienes algo que contarme?
—¿Yo? No, aunque no me extrañaría que también le
gustaran mayores, al fin y al cabo, vive con el profesor, quién
sabe lo que ocurre en esa casa cuando se apagan las luces… El
maestro parece muy volcado en ella, ¿no te parece?
Lo agarré de la camisa y lo estampé contra las baldosas.
—¡Deja de hincharme los cojones!
—Solo me preocupo por ti. No me gustaría que todo
terminara como…
—¡Calla! —lo zarandeé—. Sarka me gusta, es distinta.
—Porque duerme con una pistola debajo de la almohada y a
ti siempre te ha molado el riesgo. Reconozco que está buena, es
guapa y despierta cierto morbo saber que pertenece a la mafia,
pero es una puta estrecha y yo nunca la miraría como una
opción válida. ¿No te das cuenta? Tienes necesidades que es
incapaz de cubrir. —Dio la última calada, apagó el canuto y lo
arrojó fuera—. ¿Por qué no te tiras a Laika? Sabes que está
deseando que la pongas a cuatro patas.
—No todo se reduce al sexo. ¡Madura!
—No soy una puta fruta y me va bien así.
—Necesito que hagas algo por mí.
—¿Qué quieres?
—Saber quién ha hecho la grabación, el director piensa que
fue en casa de Kovalev, el maestro le ha mentido para salvar a
Sarka de una expulsión y ha colado, por suerte, el plano no
revelaba mucho.
—¿Y cómo pretendes que yo lo averigüe?
—Conoces a mucha gente, quiero que seas discreto, pero
que encuentres a quién tengo que partirle la cara. No me importa
si tengo que pagarte.
—Eres mi colega, a ti no te voy a cobrar.
—Gracias.
—¿Para qué están los amigos, capitán?
—Perdona por cómo he entrado, estaba descontrolado.
—No necesitas disculparte conmigo, estás jodido. ¿Me paso
después del entrenamiento por tu casa y echamos unas partidas
al Call of Duty?
—¿No vas a follar con Varenka?
—Bah, por un día no pasa nada, ya me la tiraré en otro
momento. Vamos a por Pavel.
36
Mentiras y Regalos
TATIANA
«¡Joder, joder, joder y joder! He dado con algo… ¡Ja!».
Golpeé en la mesa del portátil y alcé el puño como señal de
triunfo.
Había encontrado la última ubicación de mi mentor, por fin
las horas de búsqueda dieron su fruto, y, supuestamente, tenía
en mi poder el nido de la Mamba Negra. Había entrado a
través de un poro en el sistema encriptado del ordenador de
Jasha.
No es que fuera una excelente hacker, pero tenía mis
truquitos, que, por una vez, habían dado resultado.
Le llegaron mis mensajes. No me respondió, pero sí que
los leyó, lo que significaba que quería mantenerme al margen,
lo conocía demasiado bien, la cuestión era de qué.
Tenía un hilo del que tirar y no pensaba dejarlo escapar.
En mi poder estaba la calle, el número y el piso. Por una
parte, era buena señal; por otra, no tanto. Si yo había dado con
él gracias a mis conocimientos, alguien del Servicio de
Inteligencia podría hacerlo con mayor rapidez, quizá por eso
Jasha no diera señales de vida. El piso franco no era un
entorno seguro.
Me metí en el programa de detección de cámaras de
seguridad; si mi mentor había escogido aquel lugar, sería
porque disponía de un punto ciego para entrar, solo tenía que
descubrir dónde.
Tras varios minutos cotejando planos, ubicaciones y el
bendito Google Earth, estaba convencida de que lo tenía.
El edificio contaba con un patio de luces que comunicaba
con el bloque de pisos de la calle posterior, allí había un
parking y una lavandería. Estaba convencida de que uno de los
dos tendría una puerta al patio, y eso le daba a Jasha un acceso
casi invisible.
Fui a por mi arma, un juego muy discreto de ganzúas y me
vestí para pasar desapercibida. El invierno era buen momento
para ello, porque te permitía abrigarte lo suficiente como para
ocultar tus rasgos.
Llevaba demasiado tiempo inactiva, lo que hacía fluir los
nervios de la anticipación en mis venas. El factor tiempo corría
en mi contra, debía salir cuanto antes, solo necesitaba
deshacerme de Irisha e ir en busca de información.
No soportaba la idea de que pudiera ocurrirle algo, era
demasiado peligroso.
Fui en dirección al salón, ella estaba charlando por
teléfono, tan bonita y radiante como siempre. Se desplazaba
por delante de las puertas francesas que daban al jardín.
Marcharme sin despedirme no era una opción, así que quise
aprovechar que estaba ocupada para hacerlo alzando la mano.
Me acerqué un poco para entrar en su campo de visión.
—¿Todos? Sí, vale, bueno, me había hecho a la idea de
pasarlas allí, pero como tú quieras… —Giró el rostro hacia mí
y me ofreció una de sus cautivadoras sonrisas. La adoraba, no
había una palabra mejor para definir lo que sentía.
Le hice un gesto para indicarle que salía, y ella alzó su
dedo índice pidiéndome un minuto. No iba a librarme, era
demasiado curiosa para dejarme ir sin más, lo que me hizo
pensar en qué excusa iba a darle.
—Vale, sí, como quieras, yo me ocupo. Hasta pronto,
madre.
Centró su atención en mí.
—¿A dónde vas?
—Necesito hacer una cosa.
—¿Sin mí?
—Pasamos casi veinticuatro horas juntas, ¿no me has
aborrecido ya?
—¿A ti? Imposible. Nunca —aseveró, pasando las manos
por detrás de mi nuca y así darme un abrazo ceñido.
—¿Qué pasa?
Soy capaz de notar cuando algo la preocupa.
—Pues que mi madre ha decidido que este año va a pasar
las fiestas aquí.
—¿Ella sola?
—No, parece que no la conozcas. Ella, Massimo, Nikita,
los niños, R, Julieta, Salva y la Nonna.
—¿Y Aitor y Gianna?
—Se marchan de crucero, así que ellos no estarán.
—¿Y Andrey y Aleksa?
—Ellos también vienen.
—¿Y qué es lo que te altera?
—Pues que quiere que nos ocupemos de decorar todo esto,
preparar las habitaciones y que la casa esté lista para el
sábado, con todo lo que conlleva. Además, a mí me apetecía
volver a Marbella, hace menos frío en estas fechas.
—Míralo por el lado bueno, estarás entretenida.
—Prefiero otros tipos de entretenimientos que tienen que
ver contigo —me dio un piquito significativo.
—A mí me tienes todos los días —susurré, y ella se separó
echando mano al móvil de nuevo.
—Tengo que llamar a Sarka, mamá quiere que pase estos
días aquí.
—Normal, iba a viajar a España con nosotras, la Navidad
es una época para pasar en familia. No creo que ponga pegas,
le podrías sugerir que se traiga a su novio, seguro que a tu
madre le encantará conocerlo.
—¡Buena idea! —Chasqueó los dedos.
—Entonces tienes muchas cosas que hacer y en las que
pensar, te dejo tranquila.
Su mano frenó mi marcha.
«Casi…».
—Tenemos —puntualizó zalamera—. ¿O piensas dejar que
me ocupe yo sola con todo lo que hay que hacer?
—Ya sabes que las fiestas me dan urticaria.
—Pero yo sola no puedo, te necesito, Tati. —Me puso
morritos, y yo sonreí condescendiente.
—Vale, te echaré una mano cuando vuelva, ahora tengo
que ocuparme de algo importante.
—¿De qué? —preguntó curiosa.
—Si te lo dijera, no sería sorpresa…
—¿Sorpresa?
—Sí, tiene que ver con tu regalo de Navidad. ¿O no vas a
pedirle nada a Ded Moroz y Snegúrochka[7]? —ronroneé
sugerente. A Irisha le encantaban esas fiestas y bromeaba con
que yo debía ser una pariente lejana del Grinch.
No le estaba mintiendo, el mejor regalo que podía hacerle
era traer de vuelta a su padre sano y salvo.
—¡Me apunto! —exclamó alegre—. Te prometo que no
miraré, yo me iré a un lado del centro comercial y tú al otro.
Tenemos que comprar regalos para todo el mundo, sobre todo,
para Adriano y Lukian.
Así le habían puesto de nombre al hijo de Nikita y Romeo,
en honor a la madre de este último, que se llamaba Luciana.
Era precioso, un querubín regordete de pelo rubio y ojos
oscuros como su padre.
—Cariño, lo siento, pero no.
—¿No?
—Tu regalo está en un sitio que no es el centro comercial,
y si vienes conmigo, ya sabrás lo que es, así que dile a Vasile
que te lleve, que te ayude con las bolsas y los paquetes, llévalo
de compras contigo, y cuando termine, vamos a ese restaurante
donde tanto te gusta a cenar. ¿Te parece? —Intentaba dar
apariencia de tranquilidad, no obstante, no estaba nada
tranquila.
—Bueno, todo sea por no quedarme sin ese regalo tan
especial… ¿No será el bolso de Armani que te enseñé el otro
día?
—Es mejor que eso, ya lo verás.
—Vale, ¿nos vemos entonces en el restaurante?
—Sí, ve pidiendo mesa.
—Antes llamaré a Sarka.
—Ya lyublyu tyebya[8].
—Ya tozhe tyebya lyublyu[9].
Aproximadamente media hora más tarde, estaba en la calle
de detrás del edificio. Aparqué a unas manzanas por seguridad
y dejé mi móvil en el coche.
Bajé al interior del parking, me pareció la opción más
viable. Podía fingir que tenía mi coche aparcado en él si el
vigilante me preguntaba. Dudaba que lo hiciera, estaba
demasiado entretenido mirando el móvil, ni siquiera me
saludó.
Había cámaras de vigilancia, por lo que permanecí
cabizbaja, con la vista puesta en el suelo y trazando un mapa
mental que me llevaría directa a la casa. Si los cálculos no me
fallaban, la puerta que daba al patio estaría todo recto, al fondo
de la planta cero.
Olía a humedad y rueda quemada. La pintura había pasado
por mejores tiempos hacía años, se apreciaban los signos de
conductores poco diestros o cuidadosos.
Pasé entre un Ford naranja de los setenta y un Lada Granta.
Lo que buscaba estaba a un par de metros.
Me acerqué a la puerta, accioné la manija y no se abrió,
estaba cerrada o atascada.
—Govnó! —protesté, no me gustaba tener que sacar las
ganzúas en un lugar público. Oí varios pasos y el chirriar de
unas ruedas que me hizo apretar los dientes. Odiaba los
sonidos estridentes.
Me agaché con la esperanza de que los coches ejercieran
de pantalla protectora y mi ropa oscura se fundiera con el color
del suelo.
«Calma, Tati, respira —me obligué—. No seas paranoica,
nadie sabe que estás aquí o que ibas a venir».
Aguardé hasta que los sonidos se alejaron y la tranquilidad
del silencio me abrumó. Lo único que se escuchaba era el
latido sordo de mi corazón.
La voz de mi mentor zumbó entre mis recuerdos.
«Tú siempre serás tu peor enemigo, Tatiana, nadie es más
peligroso. Asúmelo y respira».
Lo hice sacando las herramientas del bolsillo interior del
abrigo. Con los guantes de algodón sobre los de nitrilo, era
más difícil operar, pero ahora no estaba para hostias y
deshacerme de ellos, ya me los quitaría cuando llegara a la
seguridad del patio.
Estaba en un buen ángulo, no había cámaras apuntando
hacia mí. No esperaba menos de Jasha.
Saqué el tensor y lo introduje en el bombín. Hacía frío, lo
notaba en la punta de la nariz, aunque hervía de la tensión por
dentro.
Agarré la ganzúa, era imprescindible para poder alcanzar el
perno interior. Si lo hacía bien, ejercería la suficiente presión
para empujar el contraperno y así poder llegar a la línea de
corte y girar el rotor.
Era una cerradura básica, por lo que no tenía misterio.
Intenté la maniobra con tan mala suerte que el tejido del
guante propició que la herramienta se me resbalara y cayera al
suelo con un sonido metálico que me hizo apretar los dientes
por segunda vez.
Fui a cogerla sin soltar el tensor, había rebotado y caído
hacia atrás, palpé y me giré de inmediato al sentir unos dedos
ajenos a los míos recogiendo el instrumento.
—¿Necesitas que te ayude? —tronó una voz, acelerando
mi ritmo cardíaco.
37
Mujer araña
Irisha
Mi chica soltó una sarta de improperios que me dio ganas
de limpiarle la boca con la lengua en lugar de con jabón.
Tuvo suerte de que no atacara movida por mis reflejos en
cuanto palpé sus dedos.
La miré ofendida.
—¡¿Qué cojones haces aquí?! —Ella me miró poniendo
sus brazos en jarras a la vez que alzaba las cejas, como si su
voz fuera el zumbido de un insecto molesto y no la de una
mujer cabreada y peligrosa.
—Bueno, pues digamos que averiguar lo que me ocultas,
porque está claro, a juzgar por tus pintas, que detrás de esa
puerta no está la nueva boutique de Gucci, ni mi regalo de Ded
Moroz y Snegúrochka.
—¡Haz el favor de hablar más bajo y agacharte! —me
sermoneó.
—Cuando seas sincera conmigo y me cuentes la verdad.
—Irisha… —su tono de advertencia me hizo cruzar los
brazos.
—¿Qué? ¿Cuál es tu excusa para estar aquí de cuclillas
intentando abrir esa puerta sin llaves?
—No puedo decírtelo.
—¿No? ¿Desde cuándo tú y yo hemos empezado a
ocultarnos cosas?
—Hace mucho que no te oculto nada.
—¿Y ahora pretendes volver a los viejos hábitos? Muy
bonito, Tati, pensaba que me tenías más confianza.
—Y te la tengo…
—¡Pues cuéntame de qué va todo esto! Y no me sueltes la
milonga que a Ded Moroz y su nieta los han secuestrado y tú
tratas de rescatarlos.
—Pues claro que no es a ellos a quienes han secuestrado.
—Su respuesta me erizó el vello de la nuca.
—Entonces, ¿han secuestrado a alguien?
—Es lo que trato de averiguar.
—¿Y no hubiera sido más fácil que me dijeras eso en lugar
de mentirme y salir de casa vestida como si fueras Lan Fan de
la Hermandad?
—¿La fan de quién?
—Déjalo, es un personaje de anime, de la serie Fullmetal
Alchemist, que le gustaba a alguien que conocí hace mucho
tiempo.
Mi chica me miró un tanto desesperada.
—Irisha, escúchame, si quise mantenerte alejada es porque
esto es peligroso.
—¡¿Peligroso?! —Acababa de decir la palabra mágica—.
Genial, me apunto. ¿Dónde hay que firmar? —Tatiana resopló
—. Oh, venga, cariño, que no soy una principiante, fíjate —
enumeré—: abrigo negro, gorra de béisbol encajada hasta las
cejas, mi pelo rubio oculto en su interior, guantes —le mostré
mis manos— e incluso me dio tiempo a coger esto. —Le
mostré mi arma en la arpillera.
—¿Cómo te ha dado tiempo a todo esto con lo que tardas
para arreglarte a diario?
Le ofrecí una sonrisa maligna.
—Una maga no revela sus trucos, y menos cuando su
novia le miente con total impunidad y descaro.
—Un día de estos me matas del susto —afirmó más
relajada.
—Venga, no seas gruñona y abre esa puerta, toma —le
ofrecí la ganzúa, poniéndome de cuclillas—, ¿a quién estamos
buscando? ¿Cuál es nuestra misión?
Ella aceptó la herramienta y resopló.
—A tu padre —confesó de mala gana. La observé perpleja
mientras el corazón me estallaba dentro del pecho. Esa
respuesta no la esperaba.
—¿Mi padre ha sido secuestrado y está detrás de esa
puerta? —pregunté, intentando sonar templada.
—No sé si está secuestrado o no, es lo que trato de
averiguar. Hace un rato que he descubierto el que creo que es
su piso franco.
—¿Su piso está en el interior de un aparcamiento para
coches?
—No exactamente, todo apunta a que accedía a través de
aquí. Su vivienda está en el edificio de enfrente, he deducido
que usaba el parking como vía de acceso, así nadie sabía
dónde se refugiaba.
—Es ingenioso. —Tatiana volvió a retomar el trabajo para
forzar la cerradura—. Has hablado en pasado, eso es porque
piensas que no sigue en el piso.
—Aparentemente, no hay actividad en su sistema
informático desde hace días, puede que solo esté de misión, no
lo sé, necesito echar un vistazo. Lo que me preocupa es que si
yo he podido dar con él…
—Otros podrían haberlo hecho antes —asumí—. ¿Tengo
que preocuparme? —El bombín cedió y la puerta se abrió.
Tatiana ancló su mirada verde en la mía.
—No tengo ni idea, Irisha, por eso no quería decirte nada
hasta saber más. Yo me quedaría más tranquila si volvieras al
coche y me dejaras que hiciera esto sola.
—Pero yo no —me negué—. Tú y yo somos un pack, un
binomio inseparable. Creo que en Calabria te demostré que no
solo soy una chica con buen gusto por la moda, con la que te
puedes divertir y follar hasta que te sacias.
—Yo no he dicho eso, si quiero mantenerte al margen es
porque te quiero y me preocupo por ti.
—A mí me ocurre lo mismo, así que… andando.
Tatiana era consciente de que no iba a largarme, por lo que
terminó cediendo y me dejó que la acompañara.
Cruzamos el patio de luces inundado por la nieve.
Estábamos en una zona donde, mayoritariamente, vivían
trabajadores, se notaba en el cuidado de los edificios, eran
viejos y algo destartalados.
—¿Por qué mi padre escogería un lugar así? —le pregunté.
Llegamos a la puerta de la fachada grisácea.
—Discreción y pocas cámaras. Para un espía, es vital
encontrar lugares en los que pasar desapercibido. Además, este
edificio dispone de varias vías de escape, y estamos en una
zona bastante concurrida, con bares, negocios familiares y
bien comunicada para la huida.
—Comprendo.
Tatiana abrió y entramos en el interior del bloque de pisos.
En la puerta del ascensor ponía un cartel de averiado. Ella
me hizo señal de silencio, comprendí que deberíamos subir por
las escaleras con sigilo. Tati sacó su arma y yo la mía.
Cada peldaño que subíamos sin que ocurriera nada, me
sentía mejor, me gustaba el riesgo, cómo me hacía sentir, lo
descubrí en Calabria y echaba de menos algo de acción. El
ADN de uno de los espías más reconocidos de Rusia fluía por
mis venas, no era de extrañar que me gustara.
Alcanzamos la puerta y oí que Tatiana maldecía por lo
bajo.
—¿Qué pasa?
—No voy a poder abrir esta puerta con mis ganzúas, no
hay cerrojo, se abre y se cierra con un sistema de
reconocimiento facial.
—Oh —musité—. ¿Y si le das una patada a lo Jean Claude
Van Dame?
—Conociendo a tu padre, será una puerta blindada, la
única manera sería hacerla saltar por los aires, y no creo que
fuera una entrada de lo más silenciosa.
Me puse a pensar.
—¿Y el patio de luces?
—¿Qué pasa con él?
—Si sabes qué ventana es la del piso, podríamos trepar por
el bajante —comenté ilusionada.
—Podría ser una opción —sopesó.
—Dime que soy buena y que me necesitas… —Tatiana
hizo inevitable su sonrisa.
—Estás buena, eres malvada y te necesito.
Su respuesta me hizo sonreír mientras deshacíamos el
camino.
Al salir al patio, cotejó el estado del bajante.
—No sé si resistirá el peso de ambas, además, está cubierto
de hielo. Irisha, te lo ruego, ¿podrías cubrirme desde abajo?
—¿Y cogerte entre mis brazos por si se cae mi princesa?
—No hablo en broma.
—Yo tampoco. —Había guardado mi arma—. ¿Qué
ventana es? —Me señaló la del tercero y ni me lo pensé, me
agarré al bajante y me puse a trepar.
—¡¿Qué haces?!
—Ejercer de princesa, el papel me pega más. —Tatiana se
puso a lanzar improperios y advertirme que podía haber
alguien dentro, pero ya era demasiado tarde.
—¡Ten cuidado, joder! —gritó al ver que me fallaba uno de
los pies—. Intenta llegar arriba y sin caer.
—Lo intento… A ver si te piensas que es fácil, y no digas
que tendrías que haberlo hecho tú porque trepando no me gana
nadie, ni siquiera Nikita.
Tatiana resopló y yo seguí a lo mío rezando por lo bajo al
escuchar ciertos crujidos que me hicieron pensar en mis sesos
desparramados.
Alcancé la ventana y estuve tentada a mirar a mis espaldas
por si algún vecino me hubiera visto ejercer de mujer araña.
Me contuve, ya había oscurecido y el frío hacía mella en mi
cara.
Eché un vistazo en el interior, el piso era muy austero y no
se veía a nadie.
—Despejado —ladré. Podía notar la tensión de mi chica en
la nuca.
Fijé bien mi agarre, saqué el arma y usé la culata para
golpear el cristal. Necesitaba hacerlo añicos y despejarlo de
cantos afilados.
—Intenta no cortarte. —La voz de Tati me envolvió de
calidez.
Me gustaba que se preocupara por mí, que lo hiciera no me
indicaba poca fe en mis cualidades, sino que me amaba tanto
como yo a ella.
Una vez me deshice de las esquirlas, eché un vistazo en el
interior. Efectivamente, no se veía nadie.
«Muy bien, Irisha», me felicité.
Pasé una pierna por el poyete de la ventana y después
saqué el pulgar.
—¿Qué tengo que buscar? —pregunté asomándome. Una
sonrisa de suficiencia me sorprendió casi a la misma altura de
mi cara.
—Esa parte déjamela a mí, pequeña temeraria…
—¿Cómo has subido tan rápido?
—Digamos que te ha salido competencia.
Le ofrecí una sonrisa sincera, y ella me dio un pico corto.
—A ver qué encontramos, Koroleva.
Revisamos el piso de cabo a rabo, si aprendí algo de mi
padre en el registro es que era muy meticuloso.
Tatiana dijo que no había signos de que alguien hubiera
estado ahí.
En la nevera había algo de comida, los yogures no estaban
caducados, así que no debía hacer mucho que los compró. Era
una buena señal.
Lo único que sacamos del registro fue su ordenador y una
cajetilla de cerillas publicitarias con el logo de un bar, había un
par usadas, lo que hacía pensar que quizá alguien pudo verlo
allí.
—Está cerca, podríamos ir y ver si sacamos algo de
información —sugirió.
—Para eso necesitaríamos una fotografía —anoté.
—Digamos que puedo hacerme con una en mi red.
—¿Tienes una foto de mi padre?
—Tengo muchas cosas. No te preocupes, todo está a buen
recaudo con un sistema de seguridad online de difícil acceso
—Asentí—. ¿Nos vamos?
—¿Quién se tira primero? —pregunté, cabeceando hacia la
ventana.
—Antes de que juegues a los bomberos con la muerte y te
partas el cuello, ¿qué te parece si esta vez lo hacemos por la
puerta. El sistema de seguridad solo es de entrada, fíjate en el
picaporte. Me gustaría que celebráramos juntas estas
Navidades.
—En el fondo, eres una romántica. —Fui a besar a Tatiana,
pero una explosión nos sorprendió.
Salimos volando hacia la pared, los oídos me zumbaron y
mi cabeza se golpeó con fuerza.
Mi último pensamiento antes de que silbaran las balas fue:
«¡Mierda!».
38
Enigma resuelto
SARKA
GAVRAEL
Desbordado.
Que alguien como yo usara esa expresión quería decir que
estaba en una maldita cuerda floja. Ni siquiera podía catalogar
mis putas emociones, porque estar con Sarka me hacía vivir
constantemente en guardia, pasaba del calor más abrasador
hasta un hielo punzante que se clavaba en el centro de mi
corazón.
Cada vez que esa carita de ángel endemoniado abría la
boca era como si una mano invisible me estrujara el corazón al
mismo tiempo que las pelotas.
Bajé los escalones inmerso en el huracán Sarka, arrasado
por él y sus suposiciones, la culpa era mía por alimentar ese
cerebro ávido de enigmas.
Esa pequeña arpía había elaborado toda una trama a mi
alrededor que me dejó anonadado, no obstante, seguro que
Danilov había tenido algo que ver en sus suposiciones.
Apreté los puños.
Aliona Gólubeva no me dejaba en paz ni muerta.
Era cierto que la relación entre la capitana y yo excedía los
límites de la corrección, que estuve con ella en un despacho y
esa noche en la azotea…
El móvil volvió a sonar antes de que alcanzara el
ordenador, no era buena señal.
Cuando lo hacía una vez, significaba que tenía un mensaje
importante de la hermandad, cuando eran dos, se convertía en
código rojo, o lo que es lo mismo, emergencia. ¡Mierda!
Aparté a Gólubeva de mi mente y las comeduras de Sarka.
Introduje las claves para acceder a la zona segura del PC y
conectar con Tigre, el experto en seguridad.
Su rostro apareció en pantalla, ceñudo y con claros signos
de preocupación.
—¿Qué pasa?
—Problemas en el paraíso.
—¿De qué cojones me hablas?
—Tatiana picó el señuelo.
—¿Y?
—El sistema de seguridad ha detectado una explosión, y
juraría que no la ha provocado ella.
—¿Explosión? —maldije por lo bajo.
—Como te digo, no fue ella, dio con el poro en el sistema,
encontró el piso franco, la entrada del parking y accedió a
través de la ventana, aunque no iba sola…
—¡¿Cómo?!
—Me permití pasar el rostro de su acompañante por un
sistema de detección facial. Irisha Koroleva estaba con ella.
—¿Ya no está?
—La explosión ha dañado el sistema de comunicación de
vigilancia, ahora mismo no puedo asegurarte lo que está
ocurriendo. Hará cosa de cinco minutos volaron la puerta
blindada.
—¿Piensas que los Siloviki han dado con el piso?
—Puede, pero quienes lo han asaltado son los Wagner, es
su modus operandi.
Los Wagner eran un ejército de mercenarios al servicio del
presidente, digamos que se encargaban de los trapos sucios y,
por supuesto, que estaban bajo el mando de Vasili Kuznetsov,
que, a su vez, comandaba el SVR.
—¿Qué quieres hacer, camarada? —me preguntó mientras
yo me cagaba en todo lo cagable.
—Reza —comenté, cortando la conexión.
Tenía que actuar rápido y, aunque lo hiciera, no estaba
seguro de tener éxito o llegar demasiado tarde.
Si mataban a Irisha, Jasha no me lo perdonaría, y si Sarka
sabía que yo estaba detrás, ella tampoco lo haría, y mucho
menos Jelena.
Esperaba que Tatiana fuera capaz de mantenerla con vida
hasta que yo llegase.
Toqué un panel de la pared, allí detrás estaba mi
equipación y una gruta de acceso al aparcamiento donde tenía
dos vehículos; un automóvil y una moto.
Si desaparecía sin más, tendría que dar demasiadas
explicaciones. Así que mientras me desplazaba por el túnel,
hice una llamada al móvil de Sarka.
—¿Sí? —respondió extrañada.
—Tengo que resolver unos problemas del instituto con
urgencia con el director, voy a estar reunido con él realizando
una videoconferencia, así que cena tú sola. Cuando llegue
Varenka, acostaos, mañana hay entrenamiento y tengo para
rato. No bajéis bajo ningún concepto, no quiero ser molestado.
¿Entendido?
—Pero…
—¿Entendido? —Ella resopló.
—Entendido.
—Buenas noches.
Colgué para que no hiciera preguntas que en ese momento
no podía responder. Me bastaba con que obedeciera. Confiaba
en que su guardaespaldas la mantendría custodiada y a mi hija
también.
Me monté en la moto, abrí la puerta y di gas.
«Aguantad, chicas».
40
¿Quién ha disparado?
TATIANA
Noté el sabor metálico de la sangre en cuanto me golpeé
la cara contra una silla.
¡Joder!
Maldije para mis adentros, no fue una buena idea
permitirle a Irisha que subiera conmigo, debería haberla
disuadido y enviarla derechita para casa. Si lo hubiera hecho,
ahora solo tendría que preocuparme por mi supervivencia y no
por la de ambas.
La explosión había dejado una densa nube de polvo que no
duraría mucho más. Tenía que actuar rápido si quería tener
alguna posibilidad.
Actué por instinto, por los años de adiestramiento en los
que te enseñan que primero debes ocuparte de poner la
información a buen recaudo y después buscar tu integridad.
Trastabillé hacia la ventana, solo me separaban un par de
pasos. Irisha estaba desmadejada, cerca de ella, sujetándose la
cabeza. Con movimientos torpes, arrojé el portátil y la caja de
cerillas, esperaba que la nieve amortiguara el golpe o, por lo
menos, que el disco duro resistiera.
Me agaché para arrastrarla conmigo detrás del sofá.
Las voces de los hombres tronaron. Debían estar en las
escaleras aguardando a poder entrar y que el explosivo no los
afectara. Hablaban ruso y venían a por nosotras.
«¡Estúpida!». Había caído en una maldita trampa y ahora
tenía que salir de ella.
—Vamos, preciosa —espoleé a mi chica para que
reaccionara. Se llevó un buen golpe en un lateral de la frente.
—¿Ta-Tati?
Busqué mi arma.
—Sí, cariño, no hables, haré lo que pueda, recuerda que te
quiero, ¿vale? Están a punto de entrar. Voy a distraerlos, tírate
por el bajante. Aunque oigas disparos, no te detengas. Tendrás
que ser rápida. Llévate el ordenador y las cerillas a casa de
Kovalev y entrégaselos.
—Pero…
—Obedece —la corté seca. Le di un beso rápido a modo de
despedida y la azucé para que se asomara y bajara—. No hay
tiempo, nos vemos pronto —le guiñé el ojo, fingiendo una
confianza que no sentía.
Su mirada vidriosa me contempló con agobio al otro lado
de la ventana. Respiré aliviada en cuanto empezó a bajar.
El apartamento era demasiado pequeño, no había dónde
ocultarse, así que mi única esperanza era que el sofá ejerciera
de barrera suficiente para resguardarme. Quizá muriera, pero
lo haría defendiendo al amor de mi vida, esperando que tuviera
una oportunidad si yo me ofrecía como señuelo.
Se hizo un silencio desgarrador y supe que era el momento.
Estiré el brazo y disparé ofreciéndome como blanco.
La humareda derivada de la explosión todavía estaba
suspendida entre mi persona y el enemigo, una minúscula
ventaja que no podía ni debía desaprovechar.
A mis detonaciones les siguieron las suyas. Oía el plomo
incrustarse en mi endeble barrera, no aguantaría mucho más.
Corrí esquivando la sucesión de disparos que me hicieron
apretar los dientes con dureza, hasta alcanzar la isleta de la
cocina, que empezaba a convertirse en astillas.
En el registro, di con un compartimento oculto en ella, no
perdí tiempo, abrí la puerta, agarré una de las granadas, tiré de
la anilla y la lancé hacia el lugar de donde procedían los
disparos.
Eché a correr de nuevo para resguardarme en el baño.
La fuerte explosión, esa vez provocada por mi temeridad,
hizo zumbar mis oídos. No me detuve.
Aullé al sentir un calor abrasador en mi antebrazo
izquierdo, uno de los proyectiles me había alcanzado.
Jadeé y salté refugiándome detrás de la puerta. La cerré de
una patada. Los tiros no cejaban, ni los gritos masculinos
pidiendo que me sacaran de allí.
Distinguí, por lo menos, tres voces distintas.
¿Irisha habría podido escapar? Esperaba que ya estuviera
en el aparcamiento.
Puse el pestillo y el cierre de seguridad de la puerta,
incluso la del baño era blindada. Jasha no era idiota, el
apartamento podía parecer un tugurio, pero estaba bien
protegido y tenía opciones de salida.
Se pusieron a patear la puerta e insultar desde fuera. Si
provocaban otra detonación, no estaba segura de que el piso lo
pudiera aguantar.
Había una pequeña ventana encima del váter, podía
utilizarla para huir. Tenía dos opciones; o bien por la cornisa
exterior, o alcanzar el bajante para trepar hacia arriba y de ahí
a la azotea que conectaba con el edificio vecino.
Miré la herida, no era grave, tenía orificio de entrada y de
salida, el disparo no afectó a ningún nervio, o estaría rabiando
de dolor. Era soportable, nada que no hubiera sufrido ya.
Subí al váter y abrí el ventanuco para suspender mi cuerpo,
el pulso me iba a mil, aunque ahora no podía pensar en
sosegarme. Tenía medio cuerpo fuera cuando escuché un grito
de mujer al otro lado de la puerta.
Podía ser una vecina o…
Un segundo grito me hizo escucharla con mayor claridad.
¡Mierda! ¡Irisha! ¡La tenían!
Una voz con un claro acento del este rugió: «¡Sal del baño,
zorra, o mato a la puta!».
Tenía fe en que lo hubiera conseguido. No había sido así.
—Voy a contar hasta tres. Uno…
—Tres —dije, abriendo la puerta para enfrentarme a mi
enemigo.
Hice un barrido visual rápido.
Había una baja. Un tipo que vestía con los mismos
pantalones de camuflaje muerto en el suelo de un disparo, debí
alcanzarlo. Otro hombre se sujetaba un hombro carente de
brazo. Su rictus era de absoluto dolor mientras presionaba la
mano contra la parte cercenada.
«La explosión», pensé para mis adentros con los ojos
puestos en el charco de sangre que se formaba bajo su trasero.
Estaba sentado contra la pared.
—¿A quién tenemos aquí? —preguntó el paramilitar que
tenía frente a mí. Su cabeza estaba completamente despejada,
como una bola de billar, y su modo de vestir era muy
reconocible para alguien como yo. Era un Wagner.
Miré de reojo a Irisha, quien lloraba y suplicaba como
nunca… A juzgar por su actuación, estaba fingiendo que era
una joven desvalida para que tuviéramos una oportunidad,
aunque aquellos tipos estaban muy curtidos en
interpretaciones.
—Te conviene no tocarla —le advertí, llamando su
atención. Sus cejas espesas se arrugaron.
—¿Y eso?
—Koroleva —blandí su apellido como si bastara. El
hombre que tenía delante ni se inmutó.
—¿Se supone que debería decirme algo?
—No jodas que eres tan estúpido que no sabes quién es.
Su enorme mano buscó mi cuello con tanta rapidez que no
pude frenarlo. Me vi alzada contra la pared y con un machete
amenazando la integridad de mi ojo.
—Es apellido de puta —masculló muy cerca de mi cara.
Le apestaba el aliento. Pese al machete, intenté desprenderme
de su agarre, pero me faltaba el jodido aire y ese cabrón no me
daba tregua—. Tatiana Lukashenko —masticó mi nombre.
¡Sabía quién era! Abrí mucho los ojos boqueando para resistir
—. ¿De verdad pensabas que podías venir hasta aquí, entrar y
largarte como si nada? ¿Has venido en busca de tu mentor o
formas parte del juego? Porque si has venido a por él, lamento
decirte que ha muerto.
—¡Nooo! —gritó Irisha.
Todo sucedió muy rápido.
El tipo que la agarraba emitió un gorgoteo que pilló por
sorpresa al calvo que me sostenía.
Ambos giramos la vista para entender lo que ocurría.
Irisha acababa de hundir su anillo, que contenía una
cuchilla escondida en la yugular del tipo, regalo de la Nonna
las pasadas Navidades. Se la había rebanado sin dudarlo.
¿Cómo no iba a estar enamorada de mi chica?
El otro Wagner, que estaba custodiando la puerta, apuntó al
pecho de Irisha dispuesto a cargársela. Lo hubiera conseguido
si un tiro limpio no hubiese impactado entre sus cejas.
El sonido de hueso fragmentado y la falta de oxígeno me
hicieron cerrar los ojos. Apenas me quedaban unos segundos
que no me restaban lucidez. ¿Quién había disparado?
Cuando creía que iba a morir, el cerdo me bajó para
colocarme delante de él a modo de escudo protector y llevó el
machete a mi garganta. Irisha no dudó en sacar su arma. Tenía
las manos llenas de sangre y le temblaba un poco el pulso.
No dispararía, era muy difícil acertar.
—Hazlo y ella morirá —la provocó Bola de Billar.
Intenté desasirme sin éxito, aquel tipo era un paramilitar
sin escrúpulos y debía pesar treinta kilos más que yo.
—¡Quieta! O morirás —ladró, queriendo arrastrarme con
él para llevarme fuera del apartamento.
—Si te la llevas, ¡eres hombre muerto! —lo amenazó sin
amedrentarse.
Él fue a reír, o puede que a responder, salvo que una
segunda bala se lo impidió. Cayó desplomado al suelo. Irisha
parpadeó incrédula.
—Yo no he sido —comentó sin comprender.
Me llevé la mano al cuello, dolorida, y ella corrió hacia mí
para abrazarme. Fue entonces cuando una voz más cortante
que el acero se coló por la ventana y masculló un «ni se te
ocurra».
Ambas buscamos a la única persona que seguía con vida
además de nosotras. Brazo Amputado tanteaba un arma con la
mano izquierda dispuesto a disparar.
Este desoyó la orden, y la única extremidad sana se tiñó de
rojo antes de que pudiera apretar el gatillo.
—Te lo advertí. —Gavrael Kovalev saltó al interior del
piso colocando su arma en la cartuchera. Desvió su expresión
helada hacia nosotras—. ¿Estáis bien?
—Vivas —admití con voz rasposa. Tenía la tráquea
pulverizada.
—A este lo necesitamos vivo, nos lo llevamos. ¿Necesitáis
algo más de aquí? —cuestionó.
—Del patio —explicó Irisha. Se limitó a asentir.
—Yo me encargo de todo, salid cagando hostias. No van a
tardar en llegar los refuerzos —cabeceó hacia el enemigo.
—Gracias —musité, él asintió e hizo un gesto para que nos
apresuráramos. Fue justo lo que hicimos. Le debía una muy
grande a Kovalev.
41
El amor y el fin
KK
Aquel tipo se estaba desangrando y todavía no tenía la
información que precisaba.
Lo había llevado al Gnezo —el Nido—, un lugar de
seguridad extrema donde poder jugar con él sin temer por las
consecuencias.
—Habla —escupí, caminando a su alrededor. El hedor a
sangre coagulada y carne quemada impregnaban el ambiente
por encima de los metales.
No fue fácil llegar, tuve que utilizar las indicaciones de
Tigre para alcanzar el piso de seguridad, ubicado en el mismo
bloque. Tenía un montacargas por el que descender a una
trampilla que daba al patio. Los vecinos habían salido todos a
la calle preocupados por las detonaciones, por lo que no tuve
que toparme con miradas indiscretas.
Me hice con el ordenador y lo que parecía una caja de
cerillas. Mamba no fumaba, así que debió usarlas para
encender el cigarrillo de alguien, pero ¿de quién?
Grabé el nombre del bar en mi mente, y mientras me
dirigía hacia uno de los coches de Jasha, llamé a Tigre por el
móvil desechable para pedirle que averiguara lo que supiera
del bar y del tipo al que llevaba conmigo. Le hice una foto
para el programa de reconocimiento facial y se la mandé.
Cuando llegué al Gnezo, disponía de toda la información
necesaria para hacer cantar a mi rehén. No había creído ni por
un minuto que Jasha estaba muerto, era lo suficientemente
importante como para que lo mantuvieran con vida.
Anton Yegorovich, cuarenta y ocho años, experto en
operativos de los Wagner. Odiaba ese estúpido nombre, el
grupo paramilitar debía el honor a que era el compositor
predilecto de Hitler. Y el fundador del grupo un auténtico
admirador del Fürer.
Para el presidente, tener a aquellos hombres a su
disponibilidad era importante, aunque renegara de ellos
públicamente. De ese modo, se aseguraba que participaran en
sus guerras y no los contabilizaba si causaban baja debido a
que, de manera oficial, ellos no formaban parte de su ejército.
Eran como las hienas, carroñeros dispuestos a ejecutar las
peores atrocidades en el nombre del país y sin llevarse méritos,
por lo menos, en apariencia. Un ejército privado que Rusia
utilizaba a su antojo para hacer despliegue de fuerza y poder.
—Sabes que moriré antes de hablar —farfulló con rabia.
Por el color cetrino de su piel, la cantidad de sangre perdida y
cómo se le marcaban las ojeras, no le quedaba mucho tiempo
de vida.
Chasqueé la lengua. Normalmente vendaba los ojos de los
interrogados, si no lo hice era porque ambos sabíamos que su
suerte estaba echada.
Me puse de cuclillas para quedar a la altura de sus ojos.
—La muerte es un destino inevitable para todos, aunque
espero que estés conmigo en que no es la nuestra la que más
puede llegarnos a preocupar.
Sus ojos se estrecharon, y si hubiera tenido el brazo, seguro
que lo habría visto apretar el puño.
No cabía más dolor físico en su rostro, cada arruga se
marcaba con severidad extrema. Estaba en marcha la cuenta
atrás.
—¿Qué mierda eres?, ¿un puto filósofo?
—Más bien el hombre que tiene en sus manos la vida de
Nataliya, Oleksandra y Mariya.
Su expresión se transformó de un modo abrupto y lanzó un
rugido de animal herido. Me gustaba el sonido de la agonía
porque era algo que yo no solía sentir.
—Como te acerques a ellas…
—Ya estoy cerca de ellas… —siseé.
Fui hacia los televisores y pulsé el mando para ofrecerle
planos del interior de su casa, estaban patrocinados por su
sistema de seguridad, aunque eso no lo sabía Yegorovich.
Tigre utilizaba un programa con el que poder hacer zoom sobre
las imágenes. Parecía que alguien estuviera respirando en la
oreja de su mujer.
—¡Como las toques…!
—¿Qué? ¿Me matarás? ¿Y cómo lo harás? No creo en los
espíritus.
Anton lanzó un escupitajo al suelo.
Su piel se apagaba por segundos. Tenía que ser rápido.
—Los dos sabemos que estás muerto, pero… ellas no.
—¡También las matarás! —bramó.
—No, tienes mi palabra, y tengo la mala costumbre de no
faltar a ella —anoté con convencimiento—. Un pajarito me ha
dicho que tu hija mayor quiere estudiar derecho cuando
termine el instituto y que la pequeña sueña con ser gimnasta
olímpica, que su especialidad son las mazas, y que tu mujer…
—hice una pausa—. Tu mujer podría estar esperando ese niño
que siempre anhelaste. Eso que tiene en la mesilla es el test de
embarazo que se ha hecho esta misma tarde, en cuanto
llegaras, quería darte la noticia. —El insulto que profirió me
hizo ofrecerle una sonrisa apretada—. Es sencillo, me cuentas
lo que quiero saber y ellos viven. No hablas y me aseguraré de
que tengan la peor de las muertes. Nada de lo que imagines
será comparable a todo lo que sufrirán. Soy Korolevskaya
Kobra, y mi fama me precede. —Tragó con dificultad—. No
me une nada a tu familia, no voy a amedrentarme porque sean
mujeres y niñas, sé que te han contado de lo que soy capaz. Tú
decides. Hay que querer hasta el extremo de alcanzar el fin;
todo lo demás son insignificancias.
—Dostoievski —musitó. Frente a mí no tenía a un inculto,
Tigre me dijo que Anton adoraba al autor, en eso nos
parecíamos.
Sus ojos se desplazaron hasta su familia por última vez y
después buscaron mi mirada.
—Hablaré. ¿Tenemos un pacto?
—La duda ofende. Lo tenemos, uno libre de mentiras y de
engaños —le advertí.
—No soy tan necio para hacerlo, moriré asegurando la
protección de los míos.
—Me ocuparé de ello. Los sacaré del país. —Asintió.
—¿Qué quieres saber?
Diez minutos después, su corazón se apagó y yo tenía todo
lo que necesitaba. Por una vez, no tuve que utilizar la fuerza
física, solo la mental.
—¿Lo has oído? —pregunté sin necesidad de mirar a la
pantalla, sabía que la familia del muerto ya no estaba allí, sino
la cara de mi camarada.
—Alto y claro.
—Pues mueve esos dedos y teclea, quiero todos los datos
para montar el operativo para ayer.
—Da, nachal’nik[10].
—Yo no soy el jefe, aunque pronto lo tendremos aquí.
42
Orquídea Negra
SARKA
Podría haberme escondido. Refugiarme en casa, con
Irisha, pero no lo hice.
Yo no había hecho nada malo, no tenía motivos para
avergonzarme, quien tenía que hacerlo era la persona que
hubiera enviado el vídeo, no yo.
Soportar las miradas de mis compañeros de escuela, los
cuchicheos y la falta de empatía no era nada nuevo para mí,
aunque apenas duró un par de horas porque Lev y todos los
integrantes del equipo de esgrima se encargaron de dejarlo
claro con su soporte.
Incluso Laika y Dasha, quienes siempre estaban listas para
clavarme la puñalada por la espalda, se mantuvieron firmes.
Yo, que había esperado cruzar la puerta del vestuario con el
soniquete de sus risas susurrando a mis espaldas y tener que
obviar sus comentarios fuera de lugar, me equivoqué.
—Sarka —me llamó Laika cuando abrí la taquilla y me
dispuse a cambiarme.
—Hoy no estoy de humor para tu lengua afilada, así que
ahórranoslo.
—No es eso —musitó mi grano en el culo.
Me di la vuelta y ella estaba ahí, de pie, contemplándome
sin inquina con la mano extendida. La observé con
desconfianza.
—¿Llevas una cosa de esas que te da calambres? Porque
como me electrocutes, no quieras saber por dónde te daré yo
la descarga. —Alzó las dos palmas para que viera que no
tenía nada.
—Solo quiero proponerte una tregua.
Reí amarga.
—¿Tregua? Esa palabra la abolieron en tu diccionario.
—Va en serio, Sarka. ¿De verdad no vamos a ser capaces
de llegar a un punto intermedio? Lo que te ha pasado me ha
hecho reflexionar, podríamos haber sido cualquiera, tenemos
que mantenernos unidas… Puede que yo no estuviera
acertada en cómo me comporté contigo, pero tienes que
entenderme, Aliona era mi mejor amiga, ahora está muerta, su
puesto debería haber sido mío por experiencia y la persona
que casi me ahoga de pequeña usurpó su sitio y mi título.
¿Qué querías? ¿Una alfombra roja? ¿Una fiesta de
bienvenida?
Varenka ya me advirtió anoche, cuando llegó de la cena,
que Lev les dio la charla a todos sobre que éramos un equipo,
que deberíamos ir a una, que teníamos que dejar de pelear
entre nosotros y trazar un objetivo común, etcétera. Y, ahora,
Laika parecía haber sido abducida por el planeta de la
sororidad.
—Vamos, S —murmuró mi amiga, tirándome de la manga.
—Dasha y yo no nos hemos portado bien contigo,
queremos disculparnos. —La otra perra espacial asintió—. No
te confundas, no te estoy pidiendo que seas Aliona, ni pretendo
ser tu mejor amiga, solo llevarnos bien, enterrar el hacha de
guerra. —Creerla habría sido tan fácil, si no fuera porque mi
mundo estaba plagado de perfectos mentirosos y tener fe en
alguien era casi milagroso—. No me alegré de lo del vídeo,
puedes creerme o no, pero quiero que entiendas que eso sienta
un precedente, que ayer fuiste tú, pero mañana podría ser yo.
Hay cosas que no son justas y no deberían suceder.
Hasta ese momento, mi sospechosa número uno respecto a
las amenazas y al otro vídeo que recibí de la noche de la
muerte de Aliona fue Laika, incluso ella podría haber sido la
persona que difundiera el contenido de las imágenes, y en ese
momento ejercía el papel de «las mujeres tenemos que
hermanarnos».
Ya no sabía qué creer, lo que sí tenía claro era que tal vez
me conviniera que pensara que la creía, quizá podía fingir que
todo quedaba atrás, ganarme su confianza y averiguar si
Andreeva era mucho más que una niñata malcriada con
ínfulas de grandeza.
Puse mi mejor cara, y esa vez fui yo la que extendió la
mano.
—Tienes razón, basta ya de resquemores, si entre las
chicas no nos protegemos, ¿quién lo va a hacer? —Ella me
estrechó la mano complacida.
—¿Todo olvidado? —cuestionó.
—Todo olvidado —aseveré sin arrepentimiento.
—¡Ahora sí que vamos a ser un equipo! —celebró mi
mejor amiga, que parecía vivir en un mundo paralelo.
¿Estaba haciendo bien ocultándole tantas cosas? El
problema era que había entrado en una especie de círculo
vicioso, y ahora era muy difícil confesar, cuando lo peor era
que su padre me volvía loca.
Preferí callar, cambiarme y entrenar. Suerte que tocaba
física, era justo lo que necesitaba, sudar y no pensar.
Durante el desayuno, Lev no se despegó de mí, y aunque
las muestras de afecto estaban prohibidas, se encargó de dejar
claro que me protegía y que si alguien se metía conmigo, se las
vería con todos, rollo clan.
—Vamos a encargarnos de que no quede rastro de lo de
ayer —comentó Yerik—. De hecho, ya estamos en ello, aquí
se nos respeta, somos alumnos del último curso, un referente
deportivo y con una fortuna en nuestras cuentas corrientes.
¿Verdad que sí, capitán? —preguntó, observando a su mejor
amigo. Danilov asintió.
—Pero ¿tú no tenías una beca? —Dasha fue quien realizó
la pregunta, y Yerik se puso blanco.
—¿Qué mierda dices, Dash?
Ella parpadeó sin comprender.
—Bueno, el otro día, en la fiesta de Pavel…
—Iba ciego, si casi no me tenía en pie… Yo no tengo
ninguna beca, no la necesito, ¿en serio piensas que con el
coche que tengo me falta la pasta? —Ella negó tensa. No sabía
ni donde meterse.
—Igual lo entendí mal.
—Seguro —gruñó por lo bajo. Se había puesto bastante
violento, lo que me hizo mirar de reojo a V, que se mordía el
labio al verlo—. A lo que iba —su expresión volvió a ser
burlona y despreocupada—. No va a quedar rastro, todo sea
por cuidar de la chica de Lev —concluyó. El capitán lo miró
con advertencia.
—Ya te dije que ella y yo no somos nada hasta que Sarka
lo decida —comentó sin ningún tipo de reparo. Me sorprendió
que se atreviera a hacer una afirmación como esa con todos
delante. Los tipos como Lev no solían airear las derrotas
afectivas.
Miré a los chicos.
—Os agradezco la preocupación colectiva, pero no
necesito que nadie me salve de nada. Me basto y me sobro
para dar con el culpable y joderle la vida cuando dé con él, o
con ella —puntualicé sin mirar a nadie con la única intención
de ponerlos nerviosos, si es que la persona que buscaba era
uno de ellos.
—No te lo tomes a mal —musitó Lev con voz dulce—, nos
preocupamos por ti y tu bienestar, todos sabemos de lo que
eres capaz.
—Y tu familia —añadió Yerik con una tos poco realista.
—Eso es verdad. La persona que lo hizo debería estar
acojonada ahora que todos van a venir para Navidad —anotó
Varenka.
—¿Vas a estar aquí estas fiestas? —preguntó el capitán
incrédulo. No se lo había dicho todavía, los únicos que lo
sabían eran V y su padre.
—Así es, me he enterado esta misma mañana. Mi hermana
me ha dejado un mensaje de voz. No me marcho a España, mi
familia y la de mi cuñado vienen a San Petersburgo, les debe
apetecer frío y nieve.
—Entonces…, este viernes…
—¿Quieres que vayamos juntos al baile? —Me adelanté.
Los demás lanzaron silbiditos.
—Así se hace, capitana —murmuró Yerik riendo—.
Ataque directo y sin preaviso.
—¿Me estás invitando? —Lev estaba sorprendido—. Yo
no lo hice porque daba por hecho que te ibas con tu familia.
—Pues ya ves que no, ahora bien, si ya tienes pareja o
algún inconveniente en que te invite una chica…
—¿Inconveniente? Parece que no me conozcas, adoro que
las mujeres tengan iniciativa. —Los integrantes del equipo
siguieron silbando y celebrando nuestras palabras—. Será un
placer ir contigo, Sarka Koroleva.
Cubiertos por la intimidad que nos confería el equipo, Lev
cruzó los dedos con los míos para cogernos de la mano. No
sabía cómo sentirme al respecto, seguía gustándome, no tanto
como Gavrael, pero era un chico guapo, atractivo, atento y con
cada acto demostraba que estaba de mi parte.
Yo había roto un poco mi palabra al sugerirle a Kovalev
que sabía lo suyo con Aliona, vale que podría habérmelo dicho
cualquiera, pero después de hablar con Lev, me fui para casa y
sería de tontos pensar que otra persona lo supiera.
No sabía cómo sentirme respecto a eso…
Volví a la conversación cuando Laika intervino.
—Si Varenka y tú queréis, podríais venir a mi casa a
arreglaros, con Ali lo hacíamos antes de cada fiesta, era como
una tradición. Los chicos podrían venir más tarde y recogernos
a todas.
Estaba atónita por su ataque fortuito de buenrollismo.
—¡Yo me encargo de la limusina! —se ofreció Pavel,
chasqueando los dedos.
—No escatimes… Tendrá que ser grande —comentó
Dasha, poniéndole ojitos.
—La mejor para mis colegas.
—¿Y tú vendrás conmigo? Todavía no me has respondido.
—Lenin contemplaba a Andreeva esperanzado. Ella bufó.
—No soy el premio de consolación de nadie, iremos
juntos, pero como amigos, ni vas a tocarme el culo, ni voy a
besarte.
—Eso ya se verá… —Yerik agitó las cejas mientras
palmeaba la espalda del sustituto.
A Laika no pareció hacerle gracia la insinuación, aunque lo
dejó pasar. Se centró en cómo iban a ser nuestros vestidos para
que ninguna coincidiera.
¿Era buena idea un acercamiento tan frontal? Ir a su casa
podía suponer un riesgo… «O una oportunidad», musitó mi
voz analítica. Nikita siempre decía que debías mantener a tu
enemigo cerca, ella se llegó a casar con él.
Si lo hacía, podría enterarme de más cosas sobre Aliona y
lo que pudo sucederle. No era un secreto que la excapitana
pasaba mucho tiempo con ellas, sobre todo, con Laika.
—Si el señor Kovalev nos deja, podremos ir a tu casa —la
interrumpí antes de comentarle qué vestido podría llegar a ser
el candidato para la fiesta.
—¡Yo me encargo de mi padre! —aseguró V—. Cuenta
con nosotras.
—¡Genial! ¡Lo pasaremos en grande! —celebró—.
Entonces…, ¿qué decías que vas a ponerte para la fiesta? —
prosiguió ella expectante.
Mi cabeza era un hervidero, necesitaba planificarlo todo al
detalle.
Vi una sombra a nuestra izquierda, era el director, que iba
en busca de Kovalev.
¿Qué demonios estaba pasando? Anoche estuvieron
reunidos tanto tiempo que no le vi hasta que Varenka me avisó
de que el desayuno estaba listo.
Tenía ojeras, estaba taciturno y algo le preocupaba. ¿Sería
por la coartada que me ofreció? ¿Habría averiguado el director
que Lev y yo sí habíamos estado en la biblioteca por el sistema
de seguridad?
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, mi tutor
desvió la mirada hacia mí. Un escalofrío trepó por mi
columna, se enroscó en mis hombros llenándolos de tensión y
me aceleró el pulso.
—¿Sar? —preguntó Lev, llamando mi atención.
—Perdona, ¿qué decías?
—La flor, cuál quieres que lleve para que luzca en tu
muñeca y en mi ojal.
—Me gustan las orquídeas negras, dicen que son raras y
únicas —susurré sin quitarme la sensación de que Gavrael nos
seguía mirando.
—Como tú. Las conseguiré para ti.
43
Cero
GAVRAEL
Apenas había dormido.
Cuando terminé con Yegorovich, fui hasta la mansión
Korolev para asegurarme de que las chicas estaban bien.
Ni Jasha ni Jelena me hubieran perdonado que su hija o la
protegida de mi hermano sufrieran las consecuencias de los
Wagner.
Los guardias de la puerta me dijeron que no estaban sin
ofrecerme otra explicación.
Me puse tenso, ¿y si los Wagner las habían secuestrado de
camino?
Pregunté por dos de los guardaespaldas personales de
Jelena. Ahora estaban al servicio de Nikita y fueron camaradas
de Jasha cuando él formaba parte del equipo. Le debían más
de un favor.
Fueron ellos quienes me informaron de que habían pasado
por casa para cambiarse y que un par de hombres las
acompañaron. Irisha se llevó a Tatiana al médico de confianza
de los Korolev. Quería asegurarme de que tenían protección
extra, con los Siloviki y sus mercenarios pisándonos los
talones, cualquier precaución era poca.
Utilicé la palabra clave, la misma que habría usado mi
hermano para que comprendieran la procedencia de la
petición.
Con las órdenes claras, regresé a mi vehículo y llamé a
Irisha. Sentí alivio al escuchar su voz. Tatiana estaba bien, la
herida había sido limpia, por lo que en nada se repondría.
Me preguntó por el ordenador y las cerillas, por lo que
estaba ocurriendo y quería saber dónde estaba su padre. Me
limité a responderle que lo tenía todo bajo control, que se
mantuvieran al margen y yo lo traería de vuelta. No podía
comentarle que usamos a Tatiana casi de cebo, no le haría
demasiada gracia, así que mejor omitir nuestra influencia.
Irisha no dejaba de parlotear nerviosa. La frené.
—Te prometo que te pondré al día de todo, pero ahora
mismo no puedo, tengo a dos adolescentes solas en casa y una
es tu hermana. —Ella blasfemó al otro lado de la línea—. Sé
que sabes quién soy y eso no te conviene, la ignorancia suele
salvar más vidas que la sabiduría, porque pese a lo que se
cree, a veces, la verdad no te hace libre.
—Me importa una mierda, yo lo que quiero es a mi padre
de vuelta y que a Sarka no le pase nada.
—Ya somos dos, así que déjame hacer lo que mejor se me
da, y a tu hermana, ni una palabra sobre quién soy. Es
demasiado peligroso. ¿Lo entiendes?
—Sarka no es estúpida, tarde o temprano sabrá lo que eres
y quién eres.
—Espero que para cuando lo averigüe, esté muy lejos.
Necesito que me hagas un favor.
—Te debo la vida y la de Tatiana, puedes pedir lo que
quieras.
Era sencillo, necesitaba que las chicas pasaran esa tarde
con ellas, después del entrenamiento. Tenía que encargarme
del operativo, y ello implicaba reunirme con las serpientes y
preparar el asalto.
Los Wagner no eran estúpidos, y mucho menos los
Siloviki, tras lo ocurrido en el piso franco, nos estarían
esperando. La misión era clara, sacar a Jasha del país y seguir
manteniendo el anonimato del resto del equipo.
Tigre ya estaba trabajando en ello infiltrándose en su
avanzado sistema de seguridad. Si se tiraban un puto pedo,
quería olerlo.
Las distracciones debían ser mínimas, para ello era
primordial que Sarka y Varenka estuvieran protegidas. El
mejor lugar era la casa de Irisha, allí estarían blindadas.
Entré en clase y mis ojos la buscaron. Mi necesidad por
ella era aguda, acuciante y crecía segundo a segundo. Era
mirar su boca y pensar irremediablemente en lo que ocurrió en
la cocina. Nunca una mujer me la había puesto tan dura sin
necesidad de sacármela de la ropa.
Tenía un serio problema de contención respecto a lo
referente a ella, sobre todo, cuando veía que Lev se le
acercaba. Era un puto crío y en lo único que yo podía pensar
era en volarle la tapa de los sesos con mi fusil de asalto por
compartir el aire que respiraba, y no solo compartían aire.
El vídeo me torturaba, y lo hacía mucho más después de
las palabras de Sarka alegando que necesitaba a alguien que le
diera lo que yo le negaba, cuando me estaba muriendo por
ofrecerle el universo entero. Pero ¿cómo hacerlo? No tenía
sentido que reforzara esa atracción que sentía por ella, solo
podía ponerla en problemas, por eso Jasha se apartó de Jelena,
por eso ninguno de nosotros podíamos tener a alguien cerca
que nos importara lo suficiente como para terminar como
Yegorovich.
Automáticamente, mis ojos se desplazaron hasta Sarka y
apreté los puños; prefería no pensar en ella, no por ahora.
Todos éramos piezas de un engranaje perfecto, y si una
fallaba, la misión por la que llevábamos años peleando podría
irse a pique.
44
Me gustas
SARKA
Kovalev suspendió nuestro entrenamiento particular
alegando que tenía cosas que hacer y que era el último día.
Pasaríamos la tarde con mi hermana, ayudándola a preparar la
llegada de mi familia mientras él se ocupaba de sus asuntos.
¡Tendría morro!
Solo me hacía falta ver las miradas que se estaba
dedicando con la profe de francés, durante la comida, para
saber dónde pensaba pasar la tarde, con quién y haciendo qué.
Comprendía a la perfección por qué nos quería fuera de
casa. ¿La llevaría allí? ¿Se la tiraría en su cama? Solo
imaginarlos me enfermaba.
Me encantaba su habitación, era algo oscura, con una
gigantesca cama tallada que disponía de un cabecero gigante
en forma de arco de media punta. Parecía sacada de una peli
de vampiros.
V me contó que sus padres se la trajeron después de un
viaje a Rumanía, era una auténtica joya artesana. Había
fantaseado muchísimas veces con cómo sería despertar en ella,
sin ropa, saciada y con su brazo atado a mi cintura.
No me di cuenta de que lo estaba contemplando con
demasiada intensidad hasta que sus ojos me alcanzaron y noté
la descarga. Mi tutor no necesitaba tocarme para calentar mi
cuerpo y poblar mi mente de imágenes obscenas, le bastaba
con eso, con dirigir sus pupilas oscuras sobre las mías.
—No me gusta cómo te mira. —La voz de Lev acarició mi
oreja. Me sobresalté tanto que casi le tiré la bebida.
—¡¿Qué?! —me salió un gallo. El capitán apartó el vaso
de mi trayectoria evitando posibles accidentes.
—Kovalev quiere follarte —masculló. Mi garganta se
volvió arena.
—¡Qué tonterías dices! Es casi como un padre, su hija es
casi mi hermana —le aclaré en susurros.
—Igual él no te ve así. No soy el único que lo piensa. —
Sus ojos se desviaron hacia Yerik. Cómo no, ¿es que su vida
no era lo suficientemente interesante como para tener que
meterse en la de los demás?—. Vivís bajo el mismo techo y tú
eres demasiado apetecible como para no fijarse en ti.
«Ojalá Gavrael lo tuviera tan claro».
—Me importa muy poco lo que piense la gente, incluso si
quien lo hace es tu mejor amigo con intención de llenarte la
cabeza de tonterías —lo enfrenté—. Hay mucha gente a quien
le encanta sembrar malos entendidos por pura diversión.
—Yerik solo me protege, lo pasé muy mal con lo de Ali.
—Lo imagino, aunque a estas alturas ya deberías saber que
no soy ella.
«Soy mucho peor», pensé, salvo que él no lo sabía y
tampoco me apetecía que lo supiera.
Su expresión demudó a una más amable.
—Perdona por asaltarte con mis mierdas, te juro que yo
antes era cero por ciento celoso y que no tengo derecho a
pedirte explicaciones de ningún tipo, que no somos nada, pero
es imaginarlo y el miedo me estrangula.
Le cogí la mano por debajo de la mesa para tranquilizarlo.
Al fin y al cabo, Gavrael iba a pasarlo en grande dándole a
Céline un tour por su Torre Eiffel, y yo no iba a ser tan idiota
como para quedarme como la eterna sufridora. Centré mi
atención en el capitán.
—Es lógico que desconfíes después de lo que te pasó. —
Parecía estar más dispuesto a hablar que las otras veces, así
que fui directa a meter el dedo en la llaga—. Oye, no es que
dude de lo que me contaste el otro día, pero… ¿estás seguro de
que a quien viste era él? Podrías haberte confundido
dependiendo del ángulo.
No se puso en guardia, más bien habló desde el dolor.
—Los vi con claridad. Él estaba sentado en su silla y
Aliona lo montaba mientras se comían la boca. Perdona si he
sido muy explícito.
Aquello escoció y a la vez me hizo desconfiar, porque si
bien era cierto que conmigo Gavrael no tenía problemas para
besarme y yo había estado en la misma postura, se negó a
besar a Céline.
—Si se estaban besando, es imposible que pudieras verles
bien la cara… —insistí—. Quizá era otra persona y, al estar en
su despacho, te confundiste.
—No, cuando discutí con Aliona, fue lo primero que le
eché en cara, que se follaba al maestro, me habría contradicho.
Me llamó malcriado además de abroncarme por meter la nariz
en sus asuntos. Fue muy clara al respecto, lo que había entre
ellos era cosa suya y tenía que dar gracias de que ella quisiera
salir conmigo. Me hizo sentir como un puñetero perro. ¡Yo
también podría haber elegido a cualquier chica y la escogí a
ella!
Lev estaba en lo cierto, las chicas estaban locas por el
capitán.
—¿Y cómo pudiste seguir mirándolos a la cara después de
lo que pasó? Si hubiera estado en tu lugar, no sé lo que habría
sido capaz de hacer, no podría culparte si, tras dejarlo,
hubieras subido a la azotea y se te hubiera ido de las manos,
menuda zorra.
«Empatía, un arma poderosa si sabías utilizarla bien».
—Razones no me faltaban —suspiró—, pero matar a
alguien por un ataque de cuernos es un mal motivo.
—Eso díselo a la gran mayoría de presos por homicidio
pasional.
—¿Me ves tan idiota? Soy esgrimista hasta la médula,
evalúo, calculo, y si veo que tengo la batalla perdida, no
malgasto el tiempo en desenfundar. Aliona me jodió, me tocó
la moral, pero no iba a permitirle que me arruinara la vida.
Merezco algo mejor.
En eso estaba de acuerdo.
—Y, ¿por qué no denunciaste a Kovalev? Podrías haber
hecho que lo despidieran.
—Quien tenía un compromiso conmigo era ella, no él.
Cualquier profe se tiraría a una alumna que estuviera así de
buena. Los tíos somos bastante básicos en ese aspecto. Aliona
solo fue un polvo para el maestro, si lo echaban, yo seguía
perdiendo. Según la FIE (Federación Internacional de
Esgrima), Kovalev es uno de los cinco mejores preparadores
juveniles del mundo. ¡Quiero ir a las olimpiadas! Si tengo que
tragármelo este último año y obviar lo que vi, estoy dispuesto
al sacrificio. Como bien has dicho, Aliona solo era una zorra,
mi futuro vale más que ella.
Le dije lo de la azotea para observar sus reacciones, o era
un mentiroso de manual o decía la verdad.
—Actuaste bien.
—Gracias. Ahora que lo veo con perspectiva, he podido
comprender que lo que tenía con Ali no fue amor, sino un
concepto de pareja perfecta que era lo que me gustaba. Ahora
lo sé, gracias a ti. No voy de farol, me gustas muchísimo y no
me importa el tiempo que tenga que invertir para que me
creas. —Su mano acarició la mía con sentimiento. Había
sinceridad en sus palabras.
—Tú también me gustas.
«No del modo que tú quieres, pero me gustas». Me prohibí
mirar hacia Kovalev.
Él me dedicó una sonrisa calmada. Habría sido tan sencillo
decirle que quería ser su chica y olvidarme de Gavrael. Cada
vez estaba más convencida de que Lev no tuvo nada que ver
con la muerte de la capitana, el cerco se estrechaba.
Por un lado, necesitaba hablar con Laika y, por otro, entrar
en el despacho del director para visionar los vídeos de
seguridad.
Volví a mirar hacia la mesa de los profesores, no fue buena
idea, la mano de Céline había desaparecido bajo el tablero, y
por la mueca que ponía Gavrael, tenía claras sospechas de
dónde se ubicaba.
Apreté los puños y miré a Lev con toda la dulzura que fui
capaz.
—¿Tienes planes después del entrenamiento? Varenka y yo
iremos a mi casa, Kovalev ha quedado con su ligue —repliqué
con ponzoña.
—¿Sale con alguien?
—Al parecer, sí. —Su cara se llenó de alivio.
—Debes pensar que soy un neuras.
—Si lo pensara, no te estaría invitando. Ven con Yerik, a
Varenka le encantará que lo traigas. Mi casa es enorme, solo
estarán mi hermana y su amiga, y podemos ver una peli.
—¿No le importará que vayamos?
—Al contrario, se muere por conocerte.
—¿Le has hablado a tu hermana de mí?
—Quizá un poquito, recuerda que te vio el día que viniste a
verme cuando tenía fiebre, y las mujeres tenemos alma cotilla.
—Los ojos le brillaron.
—Allí estaremos.
45
Tormenta de verano
SARKA
Estaba enfadada. En el fondo, me daba igual que Lev y
Yerik vinieran a casa, los había invitado por pura rabieta, así
que cuando Gavrael nos dejó en la puerta para despedirse de
Varenka y darle las gracias a mi hermana, dije bien alto y
claro:
—Mi chico y el de V llegarán en nada, supongo que hay
suficiente comida para merendar.
Se hizo un silencio casi tan helado como los siete bajo cero
que marcaba el termómetro.
—Sí, claro —respondió mi hermana, a quien pillé fuera de
juego.
Me giré para mirar con suficiencia a Gavrael. Su cara
podría definirse como «recién empalado».
—Que disfrute de su tarde, señor Kovalev, nosotras
también lo haremos.
Varenka correteó detrás de mí para interceptarme en el
hall.
—¿Tu chico? ¿Me he perdido algo? —Negué.
—Ha sido una forma de hablar.
—Pues yo creo que te ha traicionado el subconsciente, ya
sabes que a Lev le encantaría hacerlo oficial, ¿verdad?
—Soy consciente.
—¿Y…?
—Quizá le diga que sí en el baile…, aunque no se lo
cuentes a Yerik, todavía no es seguro.
—Soy una tumba. Una muy feliz, pero… una tumba.
Una hora y media después, tras el tour por la casa y una
merienda parecida al banquete de la última cena, Irisha se
propuso someter a Lev a un tercer grado.
Danilov era un conquistador nato, tenía un don de gentes
difícil de obviar, por lo que supo llevársela a su terreno.
—Entonces, ¿estáis saliendo? —le preguntó, provocando
que pusiera los ojos en blanco.
Mira que le había dicho lo mismo que a Varenka, que me
lo estaba pensando. Pues nada, ella a pinchar.
—Qué más quisiera, pero Sarka es dura de pelar. —Irisha
rio.
—No decaigas, Sar puede ser un pelín arisca, aunque, en el
fondo, no hay nada que le guste más que un buen contrincante
a su altura.
—Tomo nota. —El capitán hizo como si cogiera un boli
imaginario y apuntara.
—Me gusta para ti, Sar, es guapo, listo y a mamá le va a
encantar.
—Sabes que no estamos solas y que puede oírte, ¿verdad?
—pregunté, ganándome una risita de su parte.
—Iri, la estás avergonzando —comentó Tatiana con un
bufido que hizo sonreír al capitán—. ¿Por qué no dejamos a
estos jovencitos en paz? Tú y yo sobramos, además, tenemos
que hacer muchas compras online.
—Eso es verdad, qué dura es la vida de una compradora
compulsiva —comentó mi hermana dramática.
—Si necesitas ayuda, a mí se me da bien gastar —fue
Yerik quien se ofreció.
—Gracias, pero no, Tati tiene razón, ya os hemos
acaparado lo suficiente, id a disfrutar.
—Vamos a ver una peli en la sala de entretenimiento —le
comuniqué.
—Pues pasadlo bien con la peli, chicos.
Todos nos levantamos de la mesa y les pedí a mis amigos
que me siguieran. Yerik no dejaba de decir lo increíble que era
la casa y que mi hermana, además de ser muy guapa, estaba
muy buena.
—Córtate un poco, ¿quieres? —le advirtió Lev.
—¿Qué pasa? Estamos entre amigos, ¿verdad que sí, Sar?
A Varenka no le importa, sabe que lo digo de buen rollo, es
mayor para mí.
«Y te sobra un colgajo entre las piernas para tener una
minúscula posibilidad». Aunque le amputaran la chorra, mi
hermana no se fijaría en alguien como él.
Seguí andando sin hablar.
Al llegar a la sala multifunción, fui directa a la zona para
bebida y comida, activé la máquina de palomitas y los
observé. Yerik no dejaba de pasear de un lado a otro sin perder
detalle.
En un extremo de la estancia estaban las butacas de cine
reclinables frente a la pantalla gigante. En la otra punta, la
mesa multifunción. Podías jugar al billar, o al air hockey,
menudas partidas habíamos disputado V y yo.
—¡Esto es la hostia! —Yerik seguía alucinando.
—A mis padres siempre les gustó dar fiestas.
—Pues podrías dar una para los de esgrima y algunos más
—sugirió él—. Si yo viviera en una casa así, no pararía. ¿Por
qué no sales conmigo en lugar de con este pringado? —
preguntó, cabeceando hacia su amigo.
—Eh, ¿y yo qué? —protestó Varenka, acariciándole el
pecho.
—No te enfurruñes, princesa, a ella solo la quiero por la
casa y a ti por cómo me besas… —La apretó contra él y amasó
su culo sin problemas.
Intentaba que Yerik me cayera bien, pero no lo conseguía,
algo en él me decía que no era lo que merecía mi amiga.
Detrás de su cara bonita habitaba un auténtico gilipollas. No
solía guardarme las cosas con V, no obstante, sabía que me
podía ganar una bronca con ella; si no le comentaba lo que me
parecía, ya se daría cuenta.
—Lev, ahí está el mando, escoged peli del menú, hay
muchísimas. ¿Qué os pongo para beber?
—¿Vodka con naranja para todos puede ser?
Escuchar a Yerik como portavoz me retorció las tripas. Lo
obvié y miré a mi amiga y al capitán.
—¿Estáis de acuerdo o preferís otra cosa?
—Por mí está bien —asintió Varenka. Lev se sumó, por lo
que no tuve nada que objetar.
No iba a cargarlos mucho, éramos menores y
emborracharnos con mi hermana en casa me parecía un
pésimo plan.
Lo llevé todo en una mesita camarera con ruedas y le
ordené al comando de voz que apagara las luces.
Lev le dio al play, y tras la primera escena de sexo,
vinieron los primeros besos húmedos. Giré un poco el cuello.
Yerik no se cortaba nada de nada.
Poca peli iban a ver esos dos…
Lev me acarició el muslo con sutileza, su pantalón estaba
abultado, ¿para qué lo había invitado si no era para enrollarnos
como V y su chico?
Miré su boca y, sin mediar palabra, tiré de él para besarlo.
El capitán seguía besando muy bien y sabía tocarme aún
mejor. Perdí el pudor y la noción del tiempo. Nos morreamos
hasta que dejé de sentir los labios y el calor me abrasaba. Me
aparté.
—Voy al baño, ahora vuelvo. —Necesitaba mojarme un
poco y aprovechar para hacer pis.
Fui a preguntarle a Varenka si me acompañaba y, entonces,
me di cuenta de que no estaba, Yerik tampoco. ¿Estarían
follando en el baño?
—¿Dónde están? —le pregunté a Lev, como si él se
hubiera podido desdoblar para verlos.
—Ni idea. ¿Quieres que pause la peli?
—No hace falta, tardo poco.
Por precaución, llamé a la puerta cuando estuve plantada
frente a ella. Nadie me respondió, no estaban allí. Quizá
habían ido en busca de un rincón más privado en el que echar
un rapidito.
Vacié mi vejiga, me lavé la cara y me fijé en mi boca.
Madre mía, parecía que me hubiera dado alergia algo.
Al salir al pasillo, escuché voces, procedían de la
habitación contigua. Apoyé la oreja en la puerta. Estaban
discutiendo, ojalá no fuera de madera maciza y tuviera menos
grosor. La aplasté todavía más por si tenía que intervenir.
Lo único que pude escuchar fue un «no puedo hacer
eso…» por parte de ella y un «si no lo haces, ya sabes lo que
pasará» por parte de él.
¿A qué se referían? ¿Yerik la amenazaba? ¿Se trataba de
sexo o la estaba forzando a hacer algo contra su voluntad?
Unos pasos retumbaron en el pasillo. Mi corazón se
aceleró, me aparté de inmediato cuando aquellos ojos
quedaron suspendidos en los míos.
Gavrael aceleró el paso, se plantó frente a mí con las aletas
de la nariz hinchadas, la mirada puesta en mi boca y me besó.
Su lengua barrió cualquier otro sabor o textura, con
violencia, con ganas de castigar, como cuando en los
entrenamientos pretendía que no se me olvidara una lección en
la que solía fallar.
La barba me raspaba. Estaba fuera de control, y yo
también. Cualquiera podría vernos, su hija, Yerik, Lev, incluso
Irisha o Tatiana.
Jadeé, engulló, lo abracé y me manoseó. Me froté, se
apartó y lo hizo con la misma violencia con la que había
arrancado. Dio un paso atrás resollante.
—Maldita capitana de los cojones —prorrumpió. Su queja
me supo a triunfo.
—Puto maestro tarado —respondí sin amedrentarme.
—Os espero en el coche, despedíos de vuestros amigos y
decidles que ya está bien por hoy.
No esperó mi respuesta. Tal como vino se fue, igual que
una tormenta de verano, dejándome empapada, con el pulso
acelerado y el corazón temblando.
46
Fotografías que hablan
SARKA
El gran día había llegado, era el baile de invierno, tenía el
vestido listo, uno muy especial que incluía un pequeño bolsillo
cerca del bajo de la falda, totalmente inapreciable, donde
poder camuflar mi juego de ganzúas y un pen drive con
suficiente capacidad como para almacenar las imágenes que
encontrara.
No hablé con Gavrael del impetuoso beso que me dio en el
pasillo, y obvié las miradas incendiarias que me dedicó a
través del espejo del coche mientras Varenka y yo
parloteábamos en la parte trasera sobre una película que
ninguna de las dos vimos. Ojalá sus demonios lo arrasaran.
Si me había besado así después de quedar con Céline, todo
apuntaba a gatillazo, y si fue así, me alegraba.
Nada más llegar a casa de los Kovalev, acompañé a
Varenka a su habitación y le dije que teníamos que hablar.
Ella pensaba que quería contarle que Lev y yo éramos
pareja, que ya me había decidido, pero no, la sorprendí
preguntándole si todo iba bien con Yerik.
—Sí, ¿por qué?
—Os escuché discutir cuando estaba en el baño, parecía
que te estaba forzando a algo que no querías hacer —comenté
con tacto.
—No, te confundes —respondió nerviosa.
—¿En serio? Pues yo juraría que dijiste algo así como que
no podías hacer eso y él te respondía que si no, ya sabías lo
que pasaría… —Ella emitió una risita que no me creí.
—¿Eso? ¡Hablábamos de esgrima!
—A mí no me lo pareció.
—Tú no estabas en esa habitación.
—No, no lo estaba, y te aseguro que si hubiera estado y lo
hubiera escuchado hablarte en ese tono, como poco, le habría
partido la cara.
—Eres una broncas, y te confundiste, sacaste la
conversación de contexto. Te cuesta admitir cuando te
equivocas y ahora la estás cagando. ¿Podemos dejar el tema,
por favor? —V se sentía incómoda y se estaba poniendo de
malhumor. No podía forzarla más.
—Como quieras, pero que sepas que estoy aquí para lo
que necesites, incluso para partirle las piernas a quien sea. Lo
único que me importa es que estés bien y te quieran como
mereces. —Mi amiga sonrió.
—Yo quiero lo mismo para ti. —Me dio un abrazo y me
pidió que la ayudara a elegir el vestido más adecuado para la
fiesta. Yo me había traído el mío de casa.
Lo tenía metido en la funda, con un par de zapatos a juego
y un bolsito de los que se pueden llevar suspendidos en la
muñeca.
Varenka guardó su vestido concentrada.
—Estarás preciosa, el rojo te sienta de maravilla —anoté.
—Y a ti el azul, va a juego con tus ojos, parecerás la
Cenicienta. —Un poco de razón sí que llevaba, puesto que el
vestido tenía un corpiño palabra de honor con unas manguitas
de gasa que dejaban los hombros al descubierto. La falda era
larga, con varias capas de tul y muchísimo vuelo—. ¿Dejarás
caer tu zapatito de cristal para que Lev lo encuentre y poder
formalizar lo vuestro?
—Quizá. —Ella me sonrió esperanzada.
Un grito procedente de la planta inferior bramó para que
bajáramos.
—No hagamos esperar al ogro de la ciénaga. ¿Viste la cara
que traía ayer? Debió de pelearse con su ligue.
Que Varenka lo notara significaba que no podía estar tan
mal encaminada en mi suposición de que la profe de francés
no supo darle bien a la lengua.
—No creo que le cueste encontrar a otra —susurré. Ella me
miró frunciendo el ceño.
—¿Mi padre te parece guapo? —No era un tema que
soliera sacar, prefería evitar el peligro de decir algo que me
pudiera comprometer. Escogí bien mis palabras.
—A ver, es como si me preguntas si Irisha está buena. Es
obvio que tu padre es muy atractivo y mi hermana es un
bombón. Anda, vamos, que no quiero llegar tarde a casa de
Laika.
Varenka dio mi respuesta como válida, cogió las cosas y
ambas bajamos las escaleras.
Gavrael iba a estar en la fiesta de controlador, y mi
guardaespaldas tenía órdenes de quedarse custodiando la casa
del primer ministro Andreev; aunque fuera un lugar seguro,
siempre era bueno prevenir, o eso me dijo Irisha. Esa fue la
condición que me puso para ir.
La propiedad era relativamente cercana a la de mi familia,
algo más pequeña, sobre todo, en extensión de terreno, aunque
igual de majestuosa. A los rusos les encantaba hacer gala de su
dinero mediante la ostentación, y los Andreev no eran una
excepción.
Nos recibió la mujer del servicio que rápidamente nos
llevó a la habitación de Laika. Dasha ya estaba allí, envuelta
en un albornoz rosa, igual que su amiga, y con las uñas recién
pintadas.
—Chicas, ¡ya habéis llegado! —exclamó la hija del primer
ministro con efusividad—. Pasad, tenéis vuestros albornoces
justo ahí, ¿a que son bonitos? Los encargué todos iguales, así
somos como las Pink Ladies de la peli Grease, ¿no os parece
supercool?
—Son bonitos, muchas gracias por el detalle, Laika. —
Varenka fue mucho más diplomática que yo, que me limité a
decir un simple «gracias».
La chica del servicio sacó nuestros vestidos y zapatos de
las fundas.
Eché un vistazo a la habitación, estaba decorada con buen
gusto, combinaba colores como el crema, el malva y el gris. El
mobiliario era moderno, lacado en blanco roto y de líneas poco
ornamentadas.
La cama era de matrimonio tipo futón. Tenía una alfombra
muy mullida a sus pies. El tocador estaba a un lado de la
ventana y al otro había un amplio escritorio con un Mac. Me
llamó la atención el corcho lleno de recuerdos que estaba
encima, suspendido en la pared. Yo no era muy dada a ese tipo
de cosas, pero había muchas chicas a quienes les gustaba tener
una especie de mapa de los recuerdos. Laika era una de ellas.
Desoí la orden de ponerme el albornoz y me acerqué
atraída por él. Había fotos de las competiciones, otras posando
divertida en distintos lugares de vacaciones. El resto eran de
las tres: Dasha, Laika y Aliona, esta última en el centro y un
paso por delante de las otras dos, dejando claro quién estaba al
mando.
Parecía más mayor, como si hubiera vivido dos vidas en
lugar de una, tenía una mirada similar a la de mi hermana
Nikita, de esas que se hacen respetar.
—Era magnífica —musitó Andreeva, poniéndose a mi
lado.
—¿Cuándo empezó vuestra amistad?
—Desde que llegó, ¿te acuerdas que antes estudiaba en un
internado en Suiza?
—Es verdad —murmuré pensativa.
Aliona llegó al instituto el mismo año que mi padre murió
por un fallo cardíaco, fue una época difícil para mí, por eso
tenía ciertas lagunas, fueron unos meses que transcurrieron
como una bruma espesa, de esas que te engullen y en la que
solo sientes dolor y pérdida.
—Se os ve genial en todas.
—Porque no ves las malas…
—¿Tienes más? —pregunté, queriendo verlas.
—Una caja, me gusta la fotografía —se encogió de
hombros—. Suelo hacer fotos en mi tiempo libre.
—Y, ¿puedo verlas?
Se sorprendió por la petición, torció el gesto y se quedó
pensativa.
—¿Quieres ver fotos en lugar de prepararte para la fiesta?
Eres rara, capitana.
—Soy de las que tardan poco y me da mucha pereza
ponerme capas de pintura. Preferiría apreciar tu talento
respecto a la fotografía si me lo permites, la verdad es que son
muy buenas —la adulé.
—Tengo un equipo de maquilladores y peluqueros
deseosos de atendernos, están al caer…
—Pues que caigan, te lo digo en serio, no soy de
arreglarme mucho, con un poco de máscara de pestañas y algo
de gloss ya tiro…
—Esto va de hacer equipo, para eso os invité; si quieres,
puedes verlas mientras nos arreglan. —No iba a aceptar que
me quedara a solas en su cuarto, así que era eso o nada.
—Vale, las veré mientras nos peinan. —Ella me ofreció
una sonrisa pletórica, se dirigió a la cama y la vi pulsar una
madera de la base. Había un cajón oculto en ella, extrajo una
caja, me la tendió y fui a abrirla.
—Primero, ponte el albornoz.
No tuve más remedio que claudicar. En cuanto Varenka y
yo nos cambiamos, llamaron a la puerta, era la chica del
servicio anunciando que el equipo de estilismo estaba
esperando.
Laika nos hizo pasar al baño anexo, estaba todo adecuado
con sillas, espejos, carritos repletos de todo el material que el
equipo de estilistas necesitaría… La señora Andreeva pasó a
saludar para ver que todo marchaba correctamente.
Ocupé mi silla y, mientras me hacían un recogido
elaborado que yo misma escogí, me dediqué a mirar las
fotografías.
Había de todo tipo, familiares, de las chicas, de los chicos,
de todos juntos, de Aliona con Lev, de Yerik haciendo el idiota
con Pavel…
No estaba segura de qué buscaba, pero algo me decía que
en esa caja encontraría una pista.
Dejé el primer taco de fotos y cogí el segundo.
Hubo una foto que llamó mi atención, estaba partida por la
mitad y faltaba la otra parte.
En ella aparecía Aliona, reconocí el vestido, era el que
llevaba la noche de su asesinato. Un escalofrío erizó el vello
de mi cuerpo. No era del estilo de las demás, parecía más
oscura y algo desenfocada. Quizá porque a quien hizo la foto
le temblaba el pulso, como a mí ahora.
La excapitana se miraba en un espejo, uno de los tirantes se
desplazaba por su hombro de un modo sensual, y su mirada
parecía estar puesta en la persona que tomaba la foto, aunque
no se viera.
Escudriñé bien la imagen, ese sitio era… ¡El vestuario que
usaba Kovalev!
Lo reconocí porque una vez hubo un problema de tuberías
en el vestuario de las chicas y nos tuvimos que cambiar en él.
La encimera de granito oscuro era la misma. Cogí la foto, la
doblé y la guardé con disimulo en el bolsillo de mi albornoz.
Todos pensamos que Aliona había ido directamente a la
azotea, pero ¿y si no fue allí? Cerré los ojos y me trasladé a
aquella noche, volví a recordarla caminando hacia el maestro
de esgrima e irse después de darle una breve indicación.
Era posible que en lugar de decirle que subiera a la azotea
le pidiera reunirse con él en el vestuario. Era completamente
posible. En vez de subir por las escaleras, torció a la derecha,
salió por la puerta de emergencia para cruzar el patio e ir al
gimnasio, allí esperó a Gavrael, discutieron porque ella intentó
provocarlo, que la follara otra vez después de discutir con Lev,
y él no aceptó.
Laika la siguió, puede que alguien le advirtiera que su
amiga estaba mal y ella solo quisiera hacerle un favor y se
topara con la circunstancia.
Ella los vio, hizo una foto sin pensar, y cuando se dio
cuenta de la persona con la que estaba Aliona, le entró el
miedo y se escondió.
¿Y si quien los siguió a la azotea y grabó el vídeo era ella?
¿Y si Laika en lugar de putearme fue quien quiso advertirme, a
su manera, creando esa falsa pantalla de animadversión para
que el asesino de Aliona no la descubriera?
Abrí los ojos y me puse a buscar con disimulo la otra parte
de la fotografía entre las demás imágenes sin éxito.
No estaba, alcé la vista y me topé con su mirada
escudriñadora en el espejo.
Le ofrecí una sonrisa tensa que me devolvió.
Necesitaba respuestas y completar la imagen.
47
Fiesta de invierno
SARKA
GAVRAEL
Me había costado un buen rato encontrar un profesor que
me sustituyera y dar con ella.
No tenía muy claro qué hacía en la segunda planta apoyada
en la puerta del director con los ojos cerrados y la piel
brillante. Tampoco en qué cojones estaba pensando cuando me
puse a perseguirla o por qué. ¿Qué era? ¿Un maldito
quinceañero incapaz de controlarse?
Poco importaba, porque lo cierto era que allí estábamos,
ella, en el papel de jodida princesita Disney nacida en la mafia,
y yo, un profesor con alma de asesino que tenía que haber
perdido del todo la razón.
—Te ha costado encontrarme, ya me iba a marchar,
pensaba que no vendrías… —susurró ladina.
—¿Eso es lo que pretendías con tu numerito en la sala de
actos?
—Mi numerito… —repitió—. Te recuerdo que empezaste
tú.
—Debemos estar viviendo en realidades paralelas.
—Quizá, o puede que te cueste admitir que estás más
pillado por mí que lo que estás dispuesto a reconocer —
murmuró bajo. Torció el cuello de un lado a otro y me miró
como si me evaluara—. La cosa es que igual ya me he cansado
de tanto juego tonto, maestro —recalcó la última palabra y la
punta rosada de su lengua trazó el arco de cupido del labio
superior. Mi entrepierna rugió.
Di dos pasos hacia ella y Sarka negó con la cabeza. Emitió
una risa provocadora y echó a correr.
—¡Que te den! —exclamó sin detenerse.
—¡Joder!
Me vi acelerando el paso para perseguirla, podría haberme
ido, dar media vuelta y largarme por la escalera principal,
como era de esperar. No lo hice, entré de lleno en aquel
absurdo y quise sentirme cazador.
Sus notas vocales resonaron en mis oídos, cálidas, ácidas,
voluptuosas. Torció a la izquierda en un frufrú de falda y
repiqueteo de tacones que seguí sin problema.
Una puerta se abrió y se cerró, era la que llevaba a la
escalera de emergencia. Aceleré el ritmo hasta llegar a ella y,
al empujarla, me vi sorprendido por un cuerpo que me
embistió. No tenía nada de suave. Era duro, trabajado y le
pertenecía íntegramente a Sarka.
Si hubiera sido otro, quizá hubiese trastabillado. Me planté
estoico y las aletas de mi nariz se hincharon.
—¿Me buscabas, maestro?
Los dedos femeninos tiraron del lazo de mi cuello con
agilidad, quise cogerle la muñeca, pero se movió rápido, y
como si se tratara de un ejercicio de esgrima, me esquivó hacia
atrás.
—Desde que te vi detrás de esa absurda mesa, he querido
hacerlo…
En sus ojos había más, mucho más.
—¿Solo quisiste hacerme esto, capitana?
Acaricié la tela brillante. Una sonrisa pizpireta empujó las
comisuras de sus labios.
—No, aunque dudo que te gustara escuchar todo lo que he
querido hacerte, seguro que saldrías corriendo.
Alcé una ceja.
—¿Me ves correr hacia alguna parte? —Puede que las dos
copas que llevaba encima me hubieran aflojado un poco la
lengua—. Te escandalizaría entrar en mis pensamientos y
visualizar lo que pensé cuando te acercaste a mi mesa… —
comenté, entrando de lleno.
—Eso suena a desafío, Kovalev, ¿por qué no pruebas? —
me provocó. Deshice la distancia que nos separaba y ella se
dejó alcanzar contra la pared.
Me acerqué mucho a su cara sin rozarla. Limitándome a
respirar el mismo aire que ella. El pecho femenino subía y
bajaba agitado, el corsé le hacía un escote discreto pero
sugerente, como el de una cortesana pudorosa que me moría
por follar.
—Pensé en tumbarte sobre la mesa mientras las copas
caían al suelo en un festival de cristales y ponche rojo —
mascullé con mis pupilas penetrando en las suyas—. Pensé en
acariciar la suave piel oprimida. —Acompañé el dedo sobre el
filo del tejido—. Para bajarla y liberarte.
No me limité a decirlo, tiré del corpiño hacia abajo hasta
lograr descubrir sus pechos ante mis ojos. No era la primera
vez que los veía, suaves, firmes, con aquellos pezones rosados
erguidos. Sarka permanecía inmóvil, expectante.
—Me vi tomando el cazo de la ponchera para bañarte con
él y beber directamente de tu piel… —Saqué la lengua y
acaricié aquella cresta indolente que pedía ser venerada. Ella
gimió. Estaba caliente, dura y se frunció en cuanto la succioné
para torturarla.
—¿Qu-qué más? —preguntó entrecortada mi hermosa
manzana envenenada.
—Quise alzar tu falda, arrancarte las bragas y hundir mi
lengua en ti hasta saciarme —contesté sin titubeos, obviando
su pecho desnudo para regresar a su rostro.
—Me hubiera encantado que me las quitaras si llevara. —
Parpadeé incrédulo—. ¿No me crees? ¿Por qué no lo
compruebas? —Ella misma la alzó hasta el límite de la
decencia—. ¿De qué tienes miedo, Gavrael?
—De ti, de que tu veneno sea mi maldita adicción, de
probarte y no poder detenerme.
Cogió mi mano, y sin soltar la falda del vestido, con la otra
la guio entre sus muslos. El contacto de la piel sedosa y
húmeda contra las yemas de mis dedos me hizo resoplar.
—¿Te gusta tocarme? Porque a mí me encanta que me
toques…
Moví los dedos empujado por sus jadeos, así debían ser los
cantos de sirena que oían los marineros. Quería que aquel
rostro angelical se contrajera por mis atenciones.
—¡¿Sarka?! ¿Estás ahí? —preguntó una voz masculina,
asomándose por el hueco de la escalera, era de Lev. Hice el
amago de apartar la mano, pero ella me lo impidió y me azuzó
para que la siguiera moviendo.
Mi corazón martilleaba con fuerza. Ella controlaba los
jadeos que morían antes de alcanzar su boca. Era una puta
locura seguir.
—¿La has encontrado? —reconocí a mi hija.
—No.
—Dudo que haya subido a la segunda planta, igual ha
salido a tomar el aire.
La puerta se cerró y no se oyó nada más que nuestras
ganas.
—¡¿Qué me estás haciendo, capitana?! —pregunté con el
antebrazo apoyado contra la pared, y su sexo estremeciéndose
en mis yemas.
Gimió sin pudor deshaciendo el nudo de placer que se
había atascado en sus cuerdas vocales. La masturbé, su mano
libre se aferró a mi nuca y la otra se mantuvo enroscada en el
fino tejido. Mi excitación crecía tras cada caricia.
Era una jodida obra de arte hecha para el placer, sus labios
se lubricaban dándome la bienvenida y su boca entreabierta
sorbiendo el aire para no quedarse sin él.
—Quiero ser tuya… —confesó, haciéndome perder la poca
cordura que me quedaba. Hundí el dedo en su estrechez y ella
emitió un quejido agudo. La parte baja de mi mano estimulaba
su clítoris inflamado.
—¿Dónde están tus bragas, Sarka? —Necesitaba saberlo,
necesitaba entender…
Ella enfocó sus ojos en los míos nublada por el placer.
—En el bolsillo interior de tu chaqueta, las has llevado ahí
desde que te la pusiste. —La miré asombrado.
—Imposible.
Se contoneó contra mi mano, soltó mi cuello y buscó la
prueba de que no mentía.
—Esta mañana me colé en tu habitación, y al ver el traje
fuera, pensé en dejarte un bonito detalle para hoy. Creí que te
gustaría encontrarme lista para ti.
Sarka era demasiado, una bomba de relojería que era
incapaz de desactivar. Ya no podía controlar mis impulsos, no
después de saber que su ropa interior había estado todo el
tiempo sobre mi corazón.
Resollé, apoyé la frente contra la suya y la besé. Nuestras
lenguas colisionaron. Estaba perdido, enormemente perdido,
frustrado y deseoso. Una mala combinación si pretendía seguir
a flote. Me veía arrastrado contra las rocas y con ganas de
estrellarme contra ellas.
Sus dedos se hundieron en mi espalda, mientras la falange
de mi dedo medio entraba y salía en la estrechez. No quería
dañarla, podía ser un bruto, pero ella solo merecía placer.
Busqué hundirlo un poco más a la vez que sus caderas salían a
su encuentro. Me sorprendió encontrar cierta resistencia que
no esperaba.
Imposible, no podía ser.
Me aparté de su boca, detuve el movimiento y ella abrió
los párpados con pesadez.
—¿Qué pasa? —Apreté los dientes antes de formular la
pregunta.
—¿Eres virgen?
—¿Y tú Dios? ¿A qué viene esa estúpida pregunta?
—Contesta. —Ella tensó los labios y no respondió.
¿Para qué necesitaba que lo hiciera si tenía la respuesta en
la yema de mi dedo? Hice un poco de presión y lo supe de
inmediato. No lo había querido ver. Saqué la mano como si
abrasara y me puse a lanzar exabruptos.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó furibunda—. Primero,
mi edad, ahora, un trozo de membrana, pero ¡¿a ti qué narices
te pasa?!
—¿Estás de broma? ¡He estado a punto de hacerte perder
la virginidad con un puto dedo y contra la pared! Pero ¡¿qué
mierda de tío crees que soy?!
—Yo quería, tú querías, ¿te resuelvo la ecuación? No todas
necesitamos una cama, pétalos de rosas y velas que iluminen
la estancia.
—No tienes idea de lo que dices.
—Claro que la tengo, y escúchame bien, ¡estoy harta!
Harta de que me menosprecies porque me queden unas
semanas para los dieciocho, cuando tú te mueres de ganas y yo
también. Me da igual lo que opine el mundo sobre esto —nos
señaló—, porque no va de ellos, sino de nosotros —resopló—.
¿Quieres que me estrene con otro? ¿Es eso? Porque te aseguro
que si bajo ahora mismo y chasqueo los dedos, tengo un firme
candidato que se moriría por ocupar tu puesto.
Su advertencia me llenó de ira. Y golpeé la pared con el
puño cerrado. Imagino que si hubiera podido sentir el dolor,
me habría hecho daño.
—¡No tienes ni idea de lo que dices! —La cogí de los
hombros para frenarla.
—¡Ya lo creo que sí! De eso va esto, ¿no? De que no
quieres quitarme el precinto de garantía porque te sabe mal ser
el primero en estrenarlo, pues muy bien, yo me apaño.
—Sarka, joder, ¡para! —rugí, aplastándola contra la pared.
Por un lado, una porción de mí estallaba eufórica, una
incomprensible, primitiva, que me aceleraba el pulso al
entender que no había tenido nada con Lev y a mí me estaba
entregando la llave de la puerta sin pensarlo. Ella corcoveó.
—No quiero, no me da la gana…
—¡Me hiciste creer que te lo habías tirado! —la acusé.
—¿Y qué? ¿Cuál es la diferencia? ¿Tanto te importa esa
gilipollez? —Resollé. ¿Me importaba? Sí, me importaba,
porque no podía tratarla como a una mujerzuela, a una chica
que te tiras en un bar, o en una fiesta sin pensar, ella era
especial.
Intenté sonar lo más calmado posible.
—Escúchame, por favor. Piensas que me conoces, aunque
solo has visto la parte que yo he querido mostrarte. No me
siento orgulloso de muchas facetas en mi vida, no soy una
buena persona, pero no voy a joder tu primera vez. —Ella
bufó. Yo acaricié su mejilla con cariño, casi con reverencia—.
Follarte contra una pared rápido y sin poder entretenerme no
es la mejor experiencia, por excitante que te pueda parecer. No
mereces esto, capitana —mi voz sonó menos dura. Ella seguía
enfadada, a veces, Sarka podía ser de lo más obtusa e
irreflexiva.
—¿Solo se trata del lugar? —cuestionó un poco más
calmada. Me aparté y pasé las manos por mi pelo, si era
sincero conmigo mismo, había más cosas, aunque fuera la
principal. Mi enajenación mental transitoria se había
evaporado—. Lo sabía… —masculló amarga, separándose de
mí para tomar distancia—. ¡Que te den, Kovalev!
Se agarró la falda y echó a correr escaleras abajo.
49
Hogar, dulce hogar
SARKA
GAVRAEL
Era tarde cuando llamaron a la puerta de casa.
No estaba durmiendo, Varenka sí, llevaba un par de horas
metida en la cama por lo menos. Yo no había podido parar de
pensar y de beber.
En Sarka, en mis ganas, en su frustración, en lo
inconveniente que era todo. En Jasha, en el plan, en todos los
posibles contratiempos que podían surgir… En su boca, en sus
bragas, en la forma en que se volvía líquida y jadeaba.
Estaba en el sótano. Con una copa en la mano, su ropa
interior en la otra y los planos sobre la mesa. Tenía que
memorizarlos, cotejar cada maldita opción, empaparme del
entorno, porque iba a ser muy jodido tanto entrar como salir, y
encima no sabía en qué estado estaría Jasha.
Solté el fino tejido a desgana para entrar en el sistema de
seguridad y ver quién era el loco que llamaba a esas horas.
Notaba la mirada turbia, demasiado alcohol y agotamiento.
Forcé la vista, era una mujer, su rostro quedaba oculto bajo
una capucha que formaba parte de un abrigo grueso, de pelo
negro.
—Ya voy —prorrumpí, apretando el botón del interfono.
Subí las escaleras un poco tambaleante, la botella había
caído demasiado deprisa.
Pasé por el baño, me mojé la cara para espabilarme. Las
arrugas alrededor de mis ojos se veían más profundas, al igual
que las ojeras. Tenía la camisa a medio abrochar y el pelo
alborotado. Lo acomodé como pude pasándome los dedos
húmedos por él. Cogí el enjuague bucal e hice unas gárgaras
antes de dirigirme a la puerta.
El rostro femenino enfrentó mi mirada sin piedad.
—¡¿Qué cojones haces aquí?! —escupí.
—Yo también te he echado de menos, Gavrael —comentó,
haciéndome a un lado para alcanzar el interior—. ¿Por qué has
tardado tanto? ¿Tienes compañía? —Se quitó los guantes, se
descubrió el rostro y, sin ningún tipo de reparo, se dio la vuelta
para enfrentarme.
Mirarla fue como dar un salto cuántico. Su belleza seguía
siendo igual de impactante, aunque más madura, lo que no le
restaba atractivo. Era una mujer espléndida, intrigante, sexy y
enigmática.
Desabrochó su abrigo sin contemplaciones con las cejas
alzadas y la soberbia alzando su barbilla redondeada.
—¿A qué has venido? —Mi tono se rebajó un poco,
aunque no perdió rudeza.
Los labios pintados en rojo dibujaron una sonrisa afilada,
estaba muy cerca de mí, a un par de pasos. No dudó en
deshacerlos para darme tres besos.
—Cierra la puerta, mi visita no va a ser tan rápida. —Gruñí
al hacerlo, no la esperaba—. Pensaba que te alegrarías de
verme, camarada —masticó la última palabra contra mi
pabellón auditivo.
—Jelena… —Mi tono era de advertencia.
—Te veo más viejo y apestas a vodka con menta. —Sus
uñas afiladas recorrieron parte de la piel desnuda de mi pecho.
Atrapé su muñeca.
—Tú, sin embargo, estás igual que en mi recuerdo.
—Pero con más ropa. —Chasqueé la lengua disgustado.
—Fue una vez —insistí.
—Tranquilo, no he venido hasta aquí para sacar los trapos
sucios del pasado, ni tampoco a que me adules.
—No pretendía ninguna de las dos cosas. Te agradezco la
visita, pero tengo trabajo. Felices fiestas, Jelena, que disfrutes
con tu familia.
Intenté volver a abrir la puerta, pero ella me lo impidió
agarrándome la camisa para estamparme contra ella.
—¿Cuándo?
Nuestras miradas se enfrentaron. Koroleva no se andaba
con rodeos, nunca lo había hecho. Ahora no estaba jugando, el
azul celestial de su mirada se había oscurecido y sabía con
exactitud qué preguntaba.
—Ya sabes que cuanto menos sepas…
—¿Cuándo? —repitió. Miré el reloj.
—En unas horas.
—¿Cómo puedo ayudar?
—Te lo digo en serio…
—Yo también, es Jasha —dijo como si eso bastara.
—¿Piensas que no lo sé? Estoy poniendo en peligro al
Nido por él.
—Él nunca os hubiera abandonado. Sabes de lo que es
capaz.
—Lo conozco mejor que tú.
—Si quieres, nos ponemos a mear a ver quién llega más
lejos.
Jelena tenía razón. Eso no iba de quién lo conocía mejor,
sino de salvarle el culo y no perderlo.
—No vas a marcharte, ¿verdad? —Me acarició la mejilla
que empezaba a raspar.
—¿Por qué haces preguntas absurdas? Ambos conocemos
la respuesta y no hay tiempo que perder. ¿A quién debo
entretener?
Extendí la mano, le ofrecí una sonrisa cansada y la invité a
bajar al sótano.
Aunque no quisiera reconocerlo, Jelena siempre fue un
arma poderosa, y cualquier ayuda era poca.
51
¿Cenamos?
JELENA
En cuanto bajé, una imagen vino a mi mente.
Era otra época, una en la que todavía creía en un quizá.
Jasha había tenido un rincón muy similar, por no decir
exacto.
Mis ojos se detuvieron en la mesa de control, sobre ella
había unos planos, un vaso tallado vacío y unas bragas de
encaje que me hicieron arrugar el ceño.
—¿Traes aquí a tus putas? —apunté a la prenda con el
dedo.
—Son de mi hija —comentó apurado—. Aparecieron en
un bolsillo. —Alcé las cejas—. Debió ocurrir al hacer la
colada… Ya sabes, esas prendas son tan pequeñas que se
cuelan en cualquier parte.
Kovalev las cogió con una rapidez extrema, apenas me dio
tiempo de fijarme en el modelo, pero por su modo de actuar, la
duda quedó sembrada en mi cerebro.
—De tu hija, ¿eh? No serán de la mía… Me han parecido
unas que le regalé antes de volver a San Petersburgo.
Su rostro se volvió insondable.
—De tu hija, de la mía, ¿qué más da? La verdad es que
podrían ser de cualquiera de las dos —le restó importancia—.
Yo no hago la colada, sino la chica que viene a ayudarme con
las tareas del hogar. No podría diferenciarlas.
El amargor de la sospecha me hizo insistir.
—¿De verdad? —Él resopló fastidiado.
—¿Vas a empezar con eso de nuevo? ¡Sarka es una cría!
—Con cuerpo de mujer y cerebro Koroleva.
—Ella y yo no hemos follado —escupió con amargura—, y
si no me crees, habla con tu hija. —Tenía los brazos cruzados,
mis dedos tamborilearon sobre el izquierdo.
—Me han dicho que sale con Lev Danilov.
—Es cierto —respondió rotundo.
—Me alegra saberlo, porque si lo que te has metido en el
bolsillo es de Sarka, y no de tu dulce Varenka, puedes ir
despidiéndote de todo. Tienes mucho que perder, Gavrael. Te
lo voy a poner muy fácil, mantén tu polla lejos de mi hija y yo
haré lo mismo con mi lengua, alejarla de oídos que no
deberían escuchar lo que sé.
Se puso en guardia con la letalidad de una cobra a punto de
atacar.
—¿Comprendes que podría matarte ahora mismo y que
nadie sabría por qué tu cuerpo ha amanecido en el Volga?
—Podrías, pero si lo hicieras, Jasha no descansaría hasta
dar con el culpable de mi muerte. Dudo que le gustara saber
que te has tirado a su dulce hija, antes de saber siquiera que la
tenía, y matado a su madre. Sería una putada que lo traicionara
de una manera tan vil la persona en quien más confía.
—Si a lo que has venido es a joder, en lugar de ayudar, ya
sabes dónde está la salida —escupió cabreado.
Aparté la única silla y me senté.
—Esto va más allá de ti, de mi hija o de mí, así que
sírveme una copa y ponme al día.
Cuando abandoné su casa, teníamos un plan, sabía con
exactitud lo que debía hacer.
Descansé gran parte de la mañana; a mediodía, comí con la
familia, y a primera hora de la tarde, me marché al salón de
belleza.
Sarka pasó la mañana con los críos, y después de comer se
fue a su habitación.
Podría haber ido a su cuarto y preguntarle qué hacía su
profesor con sus bragas, pero entonces yo tendría que haberle
dado unas explicaciones que no me convenían. Era mejor
vigilarla de cerca y cerciorarme de si era cierta su relación con
Danilov.
Escogí un vestido de encaje, pedrería y escote en uve color
negro que favorecía mi silueta. Necesitaba ofrecer mi mejor
versión.
Retoqué mi labial y estiré la falda para cubrir el encaje de
las medias.
Me había esmerado mucho, la noche tenía que ser perfecta.
Ya no tenía treinta, pero podía pasar por una de cuarenta,
mi dinero me costaba.
Repasé toda la información, Dios me premió con una gran
memoria además de un físico programado para tentar.
Vasili Kuznetsov era mi objetivo. Si había un hombre al
que mi marido detestaba y nunca había pasado por casa, era
ese. Vladimir lo tenía entre ceja y ceja, coincidimos en alguna
fiesta, o en el club, él hizo algún amago de acercamiento, pero
Vladimir siempre lo evitaba.
Cuando le sacaba el tema, se limitaba a decirme que no era
trigo limpio y que me apartara.
Según le constaba a Gavrael, esa noche se reuniría para
cenar junto con el resto de Siloviki. Cuando mi marido
falleció, estuve tentada a darme de baja, al final no lo hice y
me limité a seguir pagando mi cuota y cambiar la titularidad
de Vladimir por Nikita. Muchas de las reuniones que decidían
el futuro del país se tomaban entre sus paredes.
—No sabía que íbamos a salir —comentó Massimo,
entrando en la habitación.
—Porque no vamos a hacerlo, soy yo la que sale —le
expliqué con total tranquilidad, colocándome los pendientes de
zafiros. Él alzó las cejas intrigado.
No teníamos una relación de exclusividad, éramos un par
de viudos que se hacían compañía y follaban de vez en
cuando, además de compartir un nieto y entendernos a las mil
maravillas. No había amor, solo aprecio.
—¿Y puedo saber a dónde vas?
—Al club.
—Podría unirme si quieres.
—Si pudieras, ya te lo habría comentado. No es personal,
Massimo, ya sabes que disfruto de tu compañía, el problema
es que aquí no funciona como en España, solo pueden entrar
socios, ningún invitado, y hace mucho que no veo a mis
conocidos.
Él asintió sin poner trabas.
—¿Te espero despierto? —cuestionó con una pregunta
implícita en los ojos que me hizo sonreír.
Me acerqué a él y le di un beso suave.
—Hoy no follaré contigo, ya sabes que puedes hacer lo que
quieras, no nos debemos explicaciones ni exclusividades.
Sus ojos brillaron.
—Nunca te las pediría, pero detecto cierta preocupación en
ti. ¿Puedo hacer algo?
—Cosas de madre, tranquilo, tú disfruta de las
especialidades de nuestra cocinera, o sal por San Petersburgo,
hay locales de lo más interesantes, si quieres, pregunta a mis
hombres.
—Lo tendré en cuenta, bella. —Esa vez fue él quien me
besó con cuidado de no estropear mi maquillaje.
Otra sonrisa brotó de mis labios. Me gustaba Massimo, era
un hombre educado, respetuoso, protector y amante de la
familia.
Llamaron al timbre.
—Esa tiene que ser la amiga de Sarka, hoy se quedará a
dormir. ¿Me pasas el abrigo negro, por favor?
Massimo se desplazó hasta el vestidor y me ayudó a
ponérmelo.
—Gracias.
—Un piacere[12].
Bajé al salón. No me había equivocado, la hija de Gavrael
acababa de llegar y la mía me alcanzaba por la espalda.
—¿Vas a salir? —inquirió, mirándome de arriba abajo.
—Sí, voy al club, necesito ponerme al día.
—¿Qué hace Varenka aquí? —preguntó sin dar crédito al
ver a su amiga de espaldas con una mochila colgada al
hombro.
—¿No te lo ha dicho? Su padre pasará la noche fuera, así
que se queda a dormir. Creí que te gustaría la idea. —Mi hija
arrugó la cara—. ¿Qué pasa?
—Nada, solo que me ha extrañado, ayer no me dijo nada.
—Su padre me pidió que le hiciera el favor esta mañana, se
me pasó decírtelo, no pensé que te molestara, tú llevas dos
cursos viviendo bajo su techo. ¿Ocurre algo con ella? ¿Por eso
llegaste pronto ayer? ¿Tu riña fue con Varenka y no con Lev?
—No, qué va, no me peleé con ninguno de ellos. —Lo que
no implicaba que hubiera discutido con otra persona…—. Ya
os lo dije, volví porque no me encontraba bien. Me ha
chocado, eso es todo, parece que mi profesor está cogiéndole
el gusto a salir con la de francés.
Eso sí que me sorprendió.
—¿Gavrael sale con alguien? —Sarka se limitó a
encogerse de hombros y se adentró en el salón dando por
zanjada la conversación para darle la bienvenida a su amiga.
Escuché atenta su conversación.
Varenka se preocupó de inmediato por su bienestar y le
reprochó no haber podido contactar con ella porque el móvil
de mi hija estaba apagado. Sarka se excusó comentando que
había estado jugando con los niños y no se dio cuenta de que
puso mal el cable de carga.
¿Qué chica de diecisiete se olvidaba de conectar el móvil?
A no ser que no quisiera hablar con alguien y le conviniera
tenerlo sin batería. Mi olfato de madre decía que había algo
que callaba, y como tuviera apodo de serpiente, le iba a faltar
país para correr.
No tenía tiempo para entretenerme, sin embargo, no
pensaba pasarlo por alto, lo tenía anotado en el apartado de
asuntos pendientes de mi cerebro.
Vasile me acercó y se quedó en el aparcamiento por si lo
necesitaba.
Todo estaba exactamente igual.
Lugares así no cambiaban; lo antiguo era lujo, lo clásico
denotaba buen gusto y los rusos eran demasiado elitistas como
para convertir aquel lugar en un dechado de modernidad.
Kovalev me comentó que los Siloviki tenían una cena, la
prensa la había anunciado. Por la fecha en la que estábamos, el
restaurante estaría abarrotado y no cabría un alfiler, a no ser
que hubiera una cancelación de último minuto. Ojalá no fuera
así, necesitaba quedarme sin mesa.
Me había presentado a la misma hora que ellos. Debían
estar al caer. La reserva estaba a nombre de Kuznetsov, jefe
del Servicio de Seguridad de Rusia, quien estaría acompañado
del primer ministro, Andreev; el ministro de Exteriores;
Bolkonsky, Gusev, que era el de Defensa; el director de
Inteligencia Extranjera, Osipov, y se les sumaba el secretario
del Consejo de Seguridad, Tikhonov, no era un siloviki
propiamente dicho, pero siempre estaba pegado a su culo
Aguardé disimuladamente, como si estuviera manteniendo
una conversación por el móvil, hasta que los vi aparecer, nos
separaban unos cinco metros, todavía no me habían visto
porque venían hablando de sus cosas. Era el momento. Fui
hasta el atril del maître y aguardé a que se acercara.
Le pedí mesa para uno. Sabía que iba a suscitar cierto
interés, que una mujer cenara sola no era lo más común, y
menos en un lugar social.
—¿Ha dicho para una, señora Koroleva? —preguntó el
hombre con extrañeza.
—Eso he dicho. ¿Algún problema? ¿Han cambiado las
normas en el tiempo que he estado fuera y las mujeres no
pueden comer solas?
—No, al contrario. Disculpe si la he ofendido, no era mi
intención —respondió apurado—. Es que su nombre no
aparece entre las reservas. Lo sé porque yo mismo las he
revisado antes del servicio, a no ser que se trate de un error…
—Se puso a repasar el cuadrante nervioso.
—No estoy en su lista, me temo que no reservé —comenté
sin que me temblara la voz—. Aunque imagino que no
supondrá ningún problema después de no haber pisado este
sitio en dos años y haber seguido pagando íntegramente la
cuota, es decir, su sueldo. Seguro que no le cuesta encontrar un
lugar en el que sentarme. —El hombre sudaba pasando un
dedo por el interior del cuello de su camisa.
—Lo lamento muchísimo, señora Koroleva, pero estamos
completos, podría encontrar una silla, pero una mesa es
imposible. Tal vez conozca a alguien y pueda sumarse.
—¿Me ve cara de ir mendigando si a alguien le apetece
recoger a una viuda como si fuera una obra de caridad?
Alguien carraspeó a mis espaldas.
—¿Jelena Koroleva una obra de caridad? Eso nunca. —La
voz masculina me dio pie a girarme. Los cinco hombres más
poderosos de Rusia formaban un semicírculo impactante.
Vasili Kuznetsov dio un paso al frente y se erigió portavoz
del grupo.
—Espero que no le incomode nuestra invitación, señora
Koroleva, pero estaríamos más que encantados de que una
mujer tan hermosa como usted nos honrara con su presencia
esta noche.
Repasé los rostros de todos ellos buscando una negativa,
más de uno había cenado en mi casa y terminado entre mis
piernas.
—No me gustaría incomodar. Hombres tan importantes y
ocupados deben tener muchos temas que tratar. Lo que menos
querría es molestarles, sus decisiones nos ayudan a todos a
tener una Rusia mejor. —Sabía jugar bien mis cartas, las tenía
todas marcadas, era mi baraja favorita y ya podía saborear el
full de ases.
—Precisamente hoy venimos a relajarnos. Nunca hemos
sido formalmente presentados, pero soy…
—Vasili Kuznetsov —murmuré sensual—. Es cierto que
no nos han presentado, lo que no quiere decir que ignore su
existencia o no me haya fijado en usted.
—Me halaga. —Tomó mi mano y la besó con galantería—.
No he podido hacerlo hasta ahora, así que deje que le ofrezca
mis condolencias.
—Gracias, ya hace mucho que Vladimir nos dejó, necesito
empezar a hacer un poco de vida social.
—Por supuesto que sí, usted sigue viva, es hora de que
disfrute.
—Entonces, ¿la señora Koroleva cenará con ustedes? —
cuestionó el maître más calmado.
—¿Le apetece que la acompañemos? —inquirió él, como
si yo fuera quien tuviera la reserva a mi nombre, y no al revés.
—Si a todos les parece bien, me sentiré muy afortunada de
pasar la velada tan bien rodeada.
Kuznetsov me ofreció el brazo y yo me aferré.
—Mesa para seis —anunció sin apartar los ojos de los
míos.
52
Krestí
KK
Krestí era una de las cárceles más famosas de Rusia y se
encontraba en estado de abandono. Los edificios de ladrillo
rojizo coronados por alambre espinado estaban cubiertos de
nieve.
Decían que estaba inspirada en el panóptico de Bentham,
un tipo de estructura carcelaria que permitía que todos los
presos fueran observados por un solo vigilante, creando un
«sentimiento de omnisciencia invisible» sobre los detenidos.
Las celdas eran pequeñas, estrechas y concebidas con
cierto aire monástico, pensado para que los presos pudieran
expiar sus pecados.
Todo el Imperio ruso se fijó en sus planos para crear el
resto de cárceles, unas treinta en total.
Novecientas treinta celdas creadas para alojar a mil ciento
cincuenta prisioneros, aunque durante las purgas, Stalin llegó a
albergar cerca de doce mil en condiciones infrahumanas.
En ese momento solo quedaba un preso en el interior y
esperaba poder sacarlo con vida de allí.
Desde que le arranqué a Anton Yegorovich el lugar en el
que retenían a mi hermano, no habíamos dejado de trabajar en
el rescate.
El espacio que ocupaba la prisión era muy amplio, no
obstante, Tigre tuvo a los drones insecto trabajando sin
descanso. Tomó imágenes y grabaciones desde todos los
ángulos para controlar qué áreas eran las más vigiladas, los
horarios de los mercenarios y la cantidad de hombres que
estaban en las instalaciones.
Una furgoneta se encargaba del reparto de comida, entraba
hasta el interior, un Wagner era el encargado de coger las cajas
un par de veces al día. Tigre decía que debían tener un espacio
adecuado como «comedor», y que hacían un par de turnos.
Con el intercambio, era buena hora para acceder.
El lugar más vigilado era el edificio en forma de cruz que
le daba nombre a la prisión. Conociendo a Kuznetsov, el
movimiento excesivo significaba preocupación, y la
preocupación era Jasha.
Víbora y Cascabel ya estaban en sus puestos esperando mis
indicaciones y las observaciones de Tigre a través del
pinganillo.
El río Nevá estaba congelado, el hielo se amontonaba en la
superficie imposibilitando la huida a través del agua.
No es que me entusiasmara utilizar la red de alcantarillado,
pero era la vía más segura y accesible, tanto para entrar al
edificio sin ser visto como para salir.
Mi traje tenía un localizador integrado, a través del cual
Tigre sabía en tiempo real dónde estábamos cada uno de
nosotros.
La prisión tenía un renovado sistema de seguridad que
nuestro especialista pretendía boicotear para que todo nos
fuera más fácil. Aunque todavía estaba en ello, le quedaba la
última puerta y se le estaba resistiendo.
—¿Estáis todos en posición? —pregunté apostado en el
tejado de uno de los edificios.
Accedí al recinto a través del alcantarillado y ascendí por
los ladrillos mientras Tigre vigilaba el entorno con los drones.
—Afirmativo, Cobra —respondió Cascabel, colocando el
último explosivo.
—Por supuesto, camarada. —Víbora había manipulado la
cena, infiltrándose en la empresa de catering encargada de
darles de comer a los Wagner. Quien se llevara una cucharada
a la boca, tendría una muerte dolorosa y lenta.
—Muy bien, Tigre, ¿cómo vas?
—Sigo en ello. La furgo está a punto de entrar.
—Perfecto —comenté—. Recordad, nadie ataca hasta el
segundo turno de cenas. —No era lo mismo enfrentarse a
veinticinco que a trece.
—Govnó! —protestó Tigre.
—¿Qué pasa? —me preocupé.
—Un francotirador de los Wagner está en la cúpula blanca.
—Apreté los dientes.
—¿Puede verme?
—No estoy seguro…
La cúpula quedaba por encima del bloque en el que estaba.
—Dame las coordenadas exactas desde mi localización.
—Un minuto…
La compuerta se abrió y el vehículo accedió al patio.
Intenté no moverme, fundirme con la nieve que se amontonaba
bajo mis pies, el frío no importaba, seguir con vida, sí.
El motor se apagó y escuché al conductor dar las buenas
noches antes de descender. Abrió las compuertas traseras para
entregarle el pedido a la par que una minúscula luz roja osciló
demasiado cerca de mi cabeza. Las coordenadas tronaron en
mis oídos.
No lo pensé, me di la vuelta y disparé al mismo tiempo que
una bala raspó mi pasamontañas.
—¿Estás bien? —preguntó Tigre en mi oído.
—Por poco —respondí, palpando la lana maltrecha.
Se oyó un ruido sordo, como el de un fardo al caer. No
podía asomarme para no delatar mi posición.
—No me digas que es el francotirador… —mascullé a
Tigre, que era el único que tenía visión periférica.
—No, estás de suerte, ese Wagner yace seco. Creo que la
empresa de catering ha aceptado un encargo especial y ha
traído algo más que la cena esta noche.
—¿El qué?
—La pregunta tendría que ser a quién.
El pulso se me aceleró, me maldije para mis adentros.
¿Y si Kuznetsov había descubierto a Jelena?
—¿Le ves la cara?
—No, quién sea está cubierto de pies a cabeza, lo han
ensacado. No tengo idea de quién puede ser. Tampoco es que
me importe, nuestra misión no es la de preocuparnos por ese
pobre desgraciado.
—¿Piensas que es un hombre? —cuestioné, buscando
alivio.
—Podría ser cualquier cosa. No se mueve mucho, igual
está fiambre, no, espera, se mueve. Van a desenvolver el
regalo. —Los segundos se me clavaban en el pecho. Un
exabrupto escapó de los labios de Tigre.
—¡¿Qué pasa?! —exclamé con el corazón en un puño.
—No vas a creerte a quién tienen.
53
Déjate coger
KK
La cabeza acababa de estallarme.
—Pero ¡¿qué cojones hace ella aquí?! —tronó Tigre.
—¿A quién os referís? —cuestionó Víbora. Casi podía ver
su mirada contrariada perforando la mía.
—La puta protegida de Jasha. La han traído en la furgo de
la comida —respondió el ojo que todo lo ve.
—Ya os dije que no me parecía buena idea involucrarla —
susurró cabreado Cascabel.
—Puede que la hayan secuestrado para torturarla, y así
lograr que Jasha hable —sugirió Víbora—. A lo mejor
consiguieron una imagen de su cara cuando la mandamos al
piso, o la siguieron.
La idea me enfermó.
—Es una opción —planteó Tigre—, porque tú no le has
dicho nada sobre el operativo, ¿verdad, Cobra?
Su sugerencia me encendió.
—¡¿Cómo te atreves a plantearme algo así?! ¡Les requisé
toda la información, les dije que no metieran sus narices en
mis asuntos! Tú te has encargado de la seguridad de nuestras
comunicaciones, si ella está aquí, no es por mí, ¡joder!
—Vale, no es necesario que te cabrees con nosotros.
—¿Y si han asaltado la casa de las Koroleva? —planteó
Cascabel.
El pulso me iba a mil, si había sido así, Sarka y Varenka
estaban en peligro, la cabeza me daba vueltas al imaginar lo
que podrían hacerles los Wagner.
—¿Y por qué debería importarnos eso? —cuestionó
Víbora.
—He dejado a Varenka allí. —Ahora fue su voz la que
soltó una sarta de improperios.
—¡¿Cómo se te ocurre?! —espetó.
—¡No había indicios de que los Siloviki fueran tras las
Koroleva! —gruñí alterado.
—¡Pues la has cagado! —prosiguió sin un ápice de
comprensión.
—¡Calmaos los dos! —exclamó Tigre—. Voy a
conectarme con el sistema de vigilancia de la mansión
Korolev, si ha pasado algo, lo sabremos de inmediato. Dadme
unos segundos.
—Como le haya pasado algo… —bramó la voz cortante de
mi camarada.
—No es momento de discutir, estamos en una misión de
las más peligrosas en las que hemos trabajado, así que rebajad
ese temperamento —susurró Cascabel—. ¿Alguien ve algo de
lo que está pasando en el patio? ¿Tigre?
—Soy eficaz y multitareas, pero lo de estar en tres cosas a
la vez me sobrepasa. A ver… Se llevan a Lukashenko al
edificio del francotirador abatido. Cascabel la tiene a diez
metros.
—Van a llevarla con la cena…
—Es un buen postre… —admitió Tigre.
—Obvia las bromitas, que no estoy de humor —le
reproché.
—Muy bien, me callo. —A través del intercomunicador
podía escucharle teclear—. Tengo una buena noticia.
—Suéltala —exigí.
—La mansión Korolev está intacta —informó—, deben
haber atrapado a Tatiana en otro lugar, no se vislumbra ningún
Wagner.
Sentí alivio inmediato, no necesitaba preocupaciones
añadidas. Si ellas estaban bien, Jelena también lo estaría, no la
habían descubierto.
—Seguimos con el plan y obviamos a Lukashenko —dio
por hecho Víbora.
—Si no salvamos a Tatiana, Mamba…
—Pero ¿qué mierdas te pasa? —me azuzó Cascabel—. Ya
nos estamos saltando el protocolo viniendo a por él,
¿pretendes ahora que la salvemos a ella también?
—¡Nosotros la metimos en este lío! —escupí.
—No te reconozco —masculló mi camarada—, te estás
ablandando.
—Yo no me ablando —siseé hosco.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Que estoy al mando, ninguno de vosotros conocéis a
Mamba mejor que yo, él no la abandonaría, tiene más huevos
que todos nosotros juntos. —Víbora carraspeó y el sonido
quedó apagado por varios disparos en el edificio de la cúpula.
Si algo malo le ocurría a la discípula de mi hermano, Sarka
sufriría. No habló conmigo sobre la condición de su hermana o
lo que llevaba a Tatiana a vivir con ella, pero tampoco lo
necesitaba. Me quedó claro, en el piso, que era la pareja de
Irisha por cómo reaccionó y las miradas que se dirigían entre
ellas.
—Voy yo, bajo mi responsabilidad, vosotros seguid con lo
pactado.
—¡¿Estás loco?! —gritó Víbora—. ¡Es un suicidio! ¡Ahí
dentro hay un mínimo de trece hombres hambrientos de
serpientes!
—Pues voy a borrarles el apetito con mi veneno. Tigre,
avísame si a alguien se le ocurre la buena intención de querer
darme la bienvenida. ¿Puedo contar contigo?
—Dalo por hecho.
—Gracias.
Los oía debatir mientras enganché la cuerda al mosquetón
que llevaba en la cintura. La había anclado al tejado para
descender haciendo rápel por la pared. En cuanto hice suelo,
eché a correr por la nieve. Reconozco que no era de mis
deportes predilectos.
—A tu derecha, tres en punto —me informó el
informático. Alargué el brazo casi sin mirar y disparé. Intuí
que acerté por su siguiente comentario—. Eres un puto
cabronazo.
Su voz zumbó en mi tímpano.
—Nací para matar, no a todos se nos da bien hacer
macramé como a ti. —Él rio.
—Me uno a la fiesta, total, para estar aquí fuera de brazos
cruzados pasando frío —susurró Cascabel.
—Pues yo paso —protestó Víbora—. He venido a por
Jasha, no a salvarle el culo a su discípula, ni a embarcarme en
una misión suicida. Voy hacia el edificio Cruz. Si vosotros
queréis morir, yo sigo teniendo un motivo para no hacerlo.
Comprendía su posición, no podía exigirle que se
inmiscuyera.
—Víbora —llamé.
—¿Sí?
—Ve con cuidado —comenté.
—Siempre lo hago. Suerte, camaradas.
Había seguido avanzando mientras hablábamos. Hacía
muchos años que nos conocíamos y sabíamos de qué pie
cojeaba cada uno.
Contemplé la edificación, el mejor acceso era por una de
las ventanas de la segunda planta. Víbora entraría por la parte
este y yo por el oeste.
Trepé lo más rápido que pude, usé el codo para partir el
cristal intentando hacer el menor ruido posible.
Si alguien estaba patrullando cerca de la puerta, estaría
jodido.
Apunté hacia el interior esperando que la puerta se abriera
abruptamente, no pasó. Colé la pierna derecha y después la
izquierda.
—¿Cascabel?
—Dentro —respondió.
—Yo también.
—¿Víbora?
—Acercándome al edificio. Voy bien. —Oteé la estancia
vacía, era descorazonadora.
—¿Tigre?
—Me falta poco para acceder al sistema, dame un par de
minutos.
—Todos sabéis lo que hay que hacer, así que no voy a
daros más órdenes hasta haberles pateado el culo a todos estos
Wagner. Nos vemos en el edificio Cruz. Corto la
comunicación, concentración máxima, camaradas. Por una
Rusia libre.
—Por una Rusia libre —respondieron al unísono.
El silencio era primordial, diría que imprescindible para
moverse, para concentrarse. Abrí la puerta con mucho tiento,
no tardarían en dar con nosotros, era cuestión de tiempo y de
suerte. Alguno de los mercenarios encontraría al tipo que
había abatido en el patio, o intentaría comunicarse con él, o
con el francotirador, y sabrían que pasaba algo malo.
Asomé la nariz al pasillo. Estaba despejado. Hacía casi el
mismo frío dentro que fuera de las instalaciones. Se notaba
que los Siloviki no encendían la calefacción, si lo hicieran, se
activaría la gran chimenea y se sabría dónde tenían el nuevo
cuartel general de sus asesinos a sueldo.
La pintura estaba descascarillada, las baldosas sucias y las
barandillas oxidadas. El vaho de mi respiración podría llegar a
traspasar el pasamontañas si no fuera tan grueso.
Me asomé a la escalera y reculé de inmediato, había dos
hombres hablando en uno de los escalones que llevaba a la
primera planta. Me pegué a la pared. Escuché pasos por
encima de mí, alguien estaba bajando.
Tenía que ser muy rápido y limpio.
Un grito de mujer me hizo acelerar el ritmo, si el oído no
me fallaba, venía de la primera planta. «Govnó!».
Mantuve tres dedos en la empuñadura de mi arma, el
índice en el gatillo, Tigre no podía verme, así que mis ojos, las
sombras y la cercanía de las voces eran mi herramienta. Un
peldaño más.
Una voz gruesa rugió.
—¡Cuidado! —Todo pasó muy deprisa. Los Wagner se
giraron, disparé, le di a uno en el cuello y un chorro de sangre
salió proyectado hacia delante, su mano se alzó para taponar
una herida que lo haría desangrarse. El otro no lo dudó y se
escudó tras el cuerpo de su compañero que recibió el impacto
que debería haber sido para él.
Escuché cómo el tipo que estaba detrás de mí
desenfundaba.
Me apoyé en la barandilla y salté. Ni me lo pensé. Caí,
apunté hacia arriba y disparé. La bala se incrustó en la pared,
tras perforarle el cráneo y dejar un rastro de sangre y masa
encefálica.
Noté la fuerte embestida cuando ya había salido despedido
por los aires.
No dolía, nunca lo hacía, lo único que percibía era
desequilibrio. El Wagner gritó por su comunicador. Estaba
jodido. Ya sabían que estábamos aquí y todo iba a
complicarse.
Hubo una detonación que por su cara ninguno de los dos
esperábamos.
Se hizo un agujero en la pared cercana a la puerta y dos
tipos vestidos de riguroso negro, con un pasamontañas
parecido al mío y armados hasta los dientes, aparecieron de la
nada.
—Y yo pensando que iba a aburrirme… —le dijo uno al
otro girando un cuchillo de dimensiones considerables entre
los dedos.
—Era mejor que te quedaras en casa —gruñó su
compañero con marcado acento ruso. Disparó sin miramientos
al Wagner que había intentado alejarse para buscar refuerzos.
Se llevó un tiro en el hombro.
—Es de muy mala educación ir a una fiesta y pretender
que los invitados se queden en casa… —El otro tío lanzó el
cuchillo y este se hundió con precisión entre las cervicales. Su
acento era extraño, como si hubiera vivido en muchas partes,
aunque predominaba el español—. Este punto es mío, ruso, tú
solo le has acariciado.
No tenía ni puta idea de qué representaba aquella
pantomima ni de dónde habían salido. Fui a disparar, pero el
más grande habló antes de que lo hiciera.
—Zmeinoye yaytso.
Los dos fijamos las pupilas el uno en el otro. Era un código
de seguridad. Lo empleábamos entre nosotros porque a veces
podía ser que no nos reconociéramos, dependiendo del
atuendo o las operaciones estéticas. Significaba huevo de
serpiente.
—¿Quién te envía? —pregunté—. ¿Cómo sabes esa
palabra?
—Lo único que importa es que estamos de tu lado y hay
seis más como nosotros. Avisa a tus amigos. Nosotros vamos a
por Tatiana, ocúpate de tu misión.
Ni siquiera me preguntó mi nombre, o sabía quién era o
alguien que conocía mis planes…
«Jelena», pronuncié para mis adentros sabiendo que no me
equivocaba. En sus ojos leí que era así, como si su mente y la
mía se hubieran conectado para implantar su nombre en mi
cerebro.
—Ahí debe haber diez hombres por lo menos. —Los ojos
de los dos se curvaron sedientos.
—Pues vamos a por ellos —confirmó el de acento español,
que ya había ido a recuperar su cuchillo—. Te apuesto
doscientos pavos a que tú te cargas a cuatro y yo a seis.
—Sigue soñando, asistente de Amazon. —El ruso se puso
a mi altura, me miró y señaló mi hombro—. Se te ha
dislocado.
No me había percatado.
—Ahora lo arreglo. —Ni era la primera vez, ni sería la
última—. Gracias por avisar.
Él asintió y se perdió por el pasillo de donde procedían
todas las voces.
Me recoloqué el hombro como tantas veces había hecho y
salí al exterior.
—¡¿Quién cojones es esta gente?! —rugió Tigre en mi
oído.
—Los refuerzos —me limité a responder yo—. Que nadie
mate a los de los pasamontañas negros, Jelena Koroleva nos
manda un regalo, y ya sabéis que es de mala educación
despreciarlos, sobre todo, si vienen de la Bratva.
55
Rescate
JELENA
—¿Viste cómo saltó todo por los aires? Estos rusos
saben cómo divertirse —se carcajeó Aleksa mirando a mi
yerno, que tenía un corte bastante feo en la ceja fruto del golpe
de una culata contra ella.
Nikita se lo estaba desinfectando con cara de malas pulgas.
—¡Esto se avisa! ¡¿Desde cuándo me mantenéis al margen
de cosas como esta?!
—No te enfades, amore, alguien tenía que quedarse con…
—Como digas niños, soy yo la que te abre otra brecha en
la ceja izquierda. ¿Tengo que recordarte lo que pasó la primera
vez que creíste que era buena idea dejarme en casa con
Adriano? —Aleksa emitió una risita por lo bajo—. Y tú será
mejor que te calles o te despido —gruñó—. Aunque no sé por
qué me cabreo con vosotros si la precursora de todo esto eres
tú —apuntó hacia mí, que acababa de llegar después de que
los silokivi tuvieran que interrumpir la cena porque a alguien
se le ocurrió decir que la cárcel de Krestí acababa de saltar por
los aires.
La cara de Vasili no tenía precio, estaba saboreando el
postre con los ojos desde el inicio de la cena, se marchaba sin
comérselo y con una indigestión. Me dieron ganas de reír,
aunque me contuve y fingí que me apenaba mucho que tuviera
que marcharse tan rápido, cuando por dentro estaba eufórica.
No tenía duda de que los hombres, junto con mi yerno, su
primo y Tatiana, harían un buen trabajo. Los Serpientes eran
impecables en su trabajo, pero los Wagner eran fuertes,
carentes de escrúpulos, habituados a la guerra y los superaban
en número. Por mucho que no quisieran ayuda, la necesitaban.
No me costó demasiado convencer a Tatiana para que
hablara con Andrey y planear la estrategia. Él sugirió que
Aleksa les acompañara y este advirtió a Romeo que necesitaba
la noche libre.
Bastaron cuatro palabras: diversión, armas y patear culos
para que mi yerno y Salvatore se sumaran.
Lo único que les pedí fue que no quería a mis hijas en la
operación. Romeo y Tatiana se miraron alzando las cejas,
ambos sabían que dejarlas fuera significaba bronca asegurada,
no obstante, accedieron porque lo que más les importaba era
que no les ocurriera nada y sabían el peligro que ellos mismos
correrían.
Contemplé a Nikita y me encogí de hombros frente a su
acusación.
—¿Puedes contarme por lo menos la verdad, madre?
Sabía que este momento llegaría tarde o temprano, lo que
no imaginaba era que Irisha fuera quien diera la noticia.
—Fueron a rescatar a mi padre —comentó, entrando con
Tatiana.
Nikita paseó su mirada glaciar de su hermana a mí.
—¿Qué padre?
—Me parece que aquí no pintamos nada —comentó
Romeo, cogiendo las tiras para puntos del botiquín—. Aleksa,
ocúpate tú de esto y asegúrate de que no me quede cicatriz —
le lanzó la cajita—. Tenemos que llevar a todos al búnker, los
niños y los hombres primero. Ya se sabe que en esta familia
son los más débiles y está a punto de desatarse la
«Koroguerra».
El hombre de Romeo se mordió la sonrisa y ambos salieron
acompañados de Tatiana, quien le dio un beso a Irisha en la
mejilla antes de acompañarlos.
La casa estaba en relativo silencio. Los únicos que
estábamos despiertos éramos los que participamos en la
operación y Nikita. Mi hija mayor se levantó porque Luana
tenía hambre. Hasta el momento pensaba que los chicos y
Tatiana habían salido a tomar una copa.
Nikita se cruzó de brazos aguardando una respuesta que la
satisficiera, Irisha no se cortó.
—Solo somos hermanas por parte de madre, mi padre no
es el mismo que el tuyo o el de Sarka.
—¡¿Cómo?! —el bramido resonó en el baño de la segunda
planta.
—¡Haz el favor de no gritar! —carraspeé—. Para vuestra
información, os diré que no es exactamente así. —No había
imaginado tener esa conversación de esa manera.
—¡¿Cómo?! —Esta vez fue Irisha la que usó la
exclamación.
—Shhh —me coloqué un dedo delante de la boca para
pedir silencio—. Sarka… Bueno, ella tampoco es hija de tu
padre —expliqué, mirando a Nikita.
—No me lo puedo creer —bufó mi hija mediana.
—Al principio pensaba que era de Gavrael —proseguí—,
pero…
—Era del lechero —se carcajeó Nikita sarcástica.
—¡Te acostaste con su profesor! —No era una pregunta.
Irisha me perforaba con la mirada.
—Fue hace mucho, solo pasó una vez, y en mi defensa diré
que no estábamos solos en esa cama… También estaba Jasha,
por eso me confundí de padre.
—¡¿Quién es Jasha?! —cuestionó mi hija mayor.
—Mi progenitor, al que han ido a rescatar esta noche —
respondió Irisha, agitando las pestañas incrédula.
—¡Joder! Sabía que follabas con muchos, pero nunca
imaginé que también te preñaras de cualquiera —la acusación
por parte de Nikita me escoció.
—Jasha nunca fue cualquiera…
—¿Y Kovalev? —me azuzó.
—Él sí, pero esa noche íbamos muy bebidos, y cuando me
enteré de que estaba embarazada de Sarka, no fui capaz de
abortar. Me daba igual que fuera hija de Gavrael, era mía, al
igual que todos vosotros. Nunca me habría deshecho de algo
que crecía en mi vientre.
Irisha estrechó su mirada sobre mí mientras Nikita negaba.
—¿Cuándo supiste que Kovalev no era el padre de Sarka?
—Alcé la barbilla para responder.
—Hace unos días. Él mismo me lo comentó, le hizo una
prueba a Sarka e intuyo que fue porque no comprendía cómo
podía sentirse atraído por su propia hija. Nunca le comenté mi
sospecha, hasta que me sentí acorralada. Hará un par de meses,
llamé a vuestra hermana y ella no dejaba de cantar las
alabanzas de Gavrael. Os conozco, sé cuándo os enamoráis, y
ella estaba hasta las trancas. De inmediato, lo llamé y le dije
que era suya. Le conté mis sospechas sobre eso y que se había
encoñado.
—¿Y qué te dijo? —quiso saber Nikita.
—No mucho, Kovalev suele ser bastante parco, solo que
no me preocupara, que si era su padre, se ocuparía de ella. Le
dije que no venía a reclamar su paternidad a esas alturas,
simplemente que tomara distancias y le partiera las flechas a
ese puñetero ángel gordinflón.
—¡Por eso nos mandaste aquí a Tati y a mí! ¡No fue
porque sea un espía, sino porque temías que se acostara con su
hija! ¡No querías que Gavrael se tirara a Sarka!
—¡Quieres hablar más flojo! ¡Vas a despertar a toda la
casa!
—Madre mía, mamá, lo tuyo no tiene nombre… —bufó mi
hija mayor—. ¿Sarka lo sabe?
—No, y os agradecería que no le dijerais nada, yo decidiré
cuándo y cómo se lo explico.
—Mi hermana merece saber la verdad —prorrumpió
Irisha.
—Y acabo de decir que se la contaré. Soy su madre, me
corresponde a mí, no a vosotras.
—Pues procura que sea antes de su jubilación —farfulló
mi hija mediana.
—Por lo menos, de lo que podemos estar seguras es de tu
maternidad —se jactó Nikita—. Manda narices. En fin, a mí
me da igual quienes sean sus padres, para mí las dos son mis
hermanas y ningún espermatozoide lo va a cambiar. Pasando a
otro tema, ¿puedes explicarme lo que va a suponer a partir de
mañana vuestra incursión de esta noche? Porque yo pensaba
que iba a pasar unas Navidades tranquilas, alejada de las
armas, y, al parecer, es todo lo contrario.
—A ver, no quedó ningún Wagner con vida, yo me aseguré
de que Kuznetsov no pudiera recibir llamadas proponiendo
una cena de móviles apagados.
—¿Y el bar donde atraparon a Tati? —inquirió Irisha.
—Gavrael me dijo que ellos se encargaban, al igual que de
Jasha.
Al pronunciar su nombre, mi estómago se contrajo.
Necesitaba verlo, necesitaba estar con él y asegurarme de que
estuviera bien de verdad.
—Quiero ver a mi padre —bufó Irisha, convirtiendo mis
pensamientos en palabras.
—Lo harás en cuanto se pueda y sea seguro.
—Ya me conozco esa canción… Quiero verlo ya —insistió
—. Me has mantenido años fuera de su alcance y no voy a
renunciar a él de nuevo, menos ahora que sé que está herido y
necesita cuidados.
—Yo no fui quien le impidió verte —comenté dolida—. Su
mundo es así, solitario.
—¡Pues bien que Kovalev mantiene a Varenka a su lado!
—Eso es distinto, tú ya tenías un padre.
—¡Que no era mío!
La situación se estaba poniendo tensa. Nikita nos miró a
una y a otra.
—Dudo que siendo la hora que es y en un maldito baño lo
vayamos a solucionar. Será mejor que durmamos lo que
podamos y ver hasta dónde es capaz de salpicarnos la mierda.
Le pediré a los hombres que estén atentos y, madre, recuerda
que yo soy la V Vor Zakone, no tú.
—La próxima vez…
—No habrá próxima vez. Siempre te gustó ser un bonito
florero, que el agua no se te suba a la cabeza —comentó,
cortante, acercándose a la puerta.
A Nikita no le había hecho gracia que le pasara por
encima, y con esa frase me lo había hecho saber. La imagen
que mis hijas tenían de mí era la que yo me había encargado
de proyectar. No me avergonzaba de ello, era cierto que usé mi
físico y mis encantos para tener la vida que codiciaba, lo que
no significaba que hubiera sido fácil todo lo que tuve que
hacer.
—Irisha… —Mi hija mediana giró la cara hacia mí. Su
rictus estaba más serio que de costumbre—. Que descanses.
Preferí callar y no dar vueltas respecto a algo que poca
solución tenía. ¿Qué iba a decirle? ¿Que Jasha era el único
hombre al que había amado en mi vida? ¿Que cada día sin él
sabiendo que lo nuestro no podía ser era como si una uña
afilada me arañara el alma? ¿Que no me arrepentía de nada, de
los embarazos o mis mentiras porque la falta de verdad me
había permitido tener conmigo un trozo del hombre a quien
más quería?
Nada de lo que dijera iba a cambiar el concepto que mis
hijas tenían de mí.
Apagué la luz del baño y en ella se quedó un poco la de mi
corazón.
57
Del amor al olvido
SARKA
SARKA
SARKA
JELENA
—Os escuché.
Alcé la barbilla de la revista que estaba leyendo y miré de
frente a mi hija pequeña, que desde nuestra llegada estaba de
lo más extraña.
Julieta aseguraba que si notaba un cambio en ella, era
porque el paso de adolescente a la edad adulta generaba
mucho estrés, pero yo no las tenía todas conmigo.
Habían pasado siete días desde su salida de tono el día de
Fin de Año. Era Navidad en Rusia. A diferencia de España, se
celebraba el 7 de enero, y como ese año caía en sábado,
decidimos quedarnos porque Adriano no empezaba la escuela
hasta el lunes, y al día siguiente era el cumpleaños de Sarka.
Lo celebraríamos con un desayuno familiar y después iríamos
directos al hangar.
Mi hija por fin cumplía sus ansiados dieciocho.
Irisha se ofreció a prepararle una fiesta sorpresa con todas
las medidas de seguridad oportunas.
Reconozco que habían sido unas Navidades un tanto
extrañas, que Sarka salió menos de lo que habría querido,
aunque todavía le quedaban tres días por delante en los que
poder hacer cosas. El peligro había pasado y podía volver a su
vida de siempre.
Jasha había salido del país tras una fugaz visita de Irisha,
quien no dejó de insistirle a Gavrael hasta que accedió a
llevarla. Los Siloviki no parecían estar buscando a Tatiana,
como era de esperar, Kovalev no dejó flecos, por lo que la
chica de mi hija podía estar tranquila.
Cuando Kuznetsov me llamó para comer juntos, no decliné
la invitación, necesitaba asegurarme por mí misma de que todo
estaba en orden, y por cómo terminamos, diría que lo estaba.
Irisha me sugirió que, ya que Sarka no saldría con sus
amigos, era buena idea invitarlos a pasar el día en casa. Lev,
Varenka y su novio fueron mi ofrenda de paz hacía dos días y
me complació ver que Danilov era todo lo que siempre había
deseado para mi hija.
Un chico guapo, educado, atento, de buena familia y
detallista. Le trajo un bonito colgante a Sarka como regalo de
Navidad.
El día anterior fuimos todos juntos a patinar sobre hielo,
hacía años que no me calzaba unos patines, pero Adriano
insistió tanto que no me pude negar. Massimo y la Nonna
aguardaron fuera de la pista con los más pequeños, mientras
los demás nos entretuvimos un buen rato.
Fue divertido ver a Salvatore caer de culo y arrastrar a
Romeo en su caída, aunque fue más gracioso todavía que un
buen puñado de voluntarias se ofrecieran a levantarlos y Nikita
patinara como una loca para amenazarlas de muerte como los
tocaran. Julieta sostenía la mano de Valentino y lanzaba
misiles con los ojos dando soporte a su cuñada.
Pese a todos mis esfuerzos, Sarka permanecía distante, y
en ese instante que la tenía delante, en la sala, daba la
impresión de que por fin quería hablar.
—Muy bien, nos escuchaste… ¿Se supone que debería
iluminarme con tu aportación? —Ella me contempló con una
expresión similar al desprecio que me hizo arrugar los dedos
de los pies.
—Sé que Vladimir Korolev no era mi padre, os oí a Nikita,
Irisha y a ti la otra noche, la cuestión es: ¿lo sabía él?
Ahí estaba, así que ese cambio de actitud venía porque, en
lugar de interrumpirnos y aclarar las cosas en el momento, se
largó a su cuarto a rumiar. Mi hija pequeña era de las que
necesitaban su tiempo para procesar aquello que escapaba a su
entendimiento, y hasta que no se sentía preparada, no hablaba
al respecto.
—Nunca me lo preguntó.
Sarka resopló.
—¿Se puede ser más déspota que tú? ¿En serio? ¿Qué
esperabas que te preguntara? ¿Si cada hijo de su mujer era
suyo?
—¿Estás montando todo este numerito porque Vladimir no
te engendró? Porque puede que no lo hiciera, pero tampoco
renegó de ti, fue tu padre y se comportó como tal.
—¡Porque no lo sabía! Igual no habría sido así si le
hubieses contado la verdad.
—La verdad —reí amarga—. La verdad es que a él ese tipo
de cosas nunca le importaron, me ofrecía a sus amigos, a sus
socios para cerrar tratos, ¡me follaban! Nunca os lo he
ocultado, ni a vosotras ni a nadie, porque no me avergüenzo de
lo que hice, porque forma parte de quien soy. —Sarka sabía
que era cierto, en mi casa todo el mundo estaba al tanto de lo
que había—. ¿En serio piensas que él no contaba con que
pudiera ocurrir? Le daba igual, Sarka, nunca me exigió una
maldita prueba de paternidad. Él no llegó donde estaba por ser
un buen hombre, ni yo por ser una buena mujer.
Mi hija apretó los puños.
—¡No es justo!
—En esta vida, pocas cosas lo son. Puedes enfadarte
conmigo por no decirte que el hombre que te engendró no era
él, pero ¿de verdad importa? Siempre fuiste nuestra hija,
sangre de mi sangre y de mi corazón. Estuviste en mi vientre,
yo te parí, yo te cuidé y, mejor o peor, te crie. En esta casa
nunca te ha faltado nada, tu infancia fue feliz, y puedo
comprender que te moleste que las cosas hayan ido así, pero
no pienso disculparme porque un puto espermatozoide no
procediera del hombre que esperabas.
Ella apretó los ojos con fuerza, estaba temblando de ira y
de rabia. Nunca la había visto tan descontrolada.
Me puse en pie y la cogí de los brazos.
—Vamos, Sar, tampoco es tan malo…
—¡Por supuesto que lo es! ¡No tienes ni idea de cuánto!
¡Ni idea! —gritó, soltándose de mi agarre para salir corriendo
hacia su habitación.
Irisha asomó la cabeza llevándose una cucharada de yogur
a la boca.
—¿Qué ha pasado?
El portazo tronó con fuerza.
—Nos escuchó la noche de la cárcel, sabe que Vladimir no
es su padre. Por eso ha estado así todos estos días, ya la
conoces, necesita madurar las cosas antes de decirlas.
Mi hija mediana soltó la cucharilla y me contempló con esa
mirada de «te lo advertí».
—No hace falta que hurgues en la herida.
—¿Quieres que hable con ella?
—No, ya sabes que Sarka es como una boa, su proceso
digestivo puede durar entre cinco y quince días, dependiendo
de la presa. Se le pasará.
Se llevó una cucharada llena a la boca, y cuando tragó, la
lamió pensativa.
—¿Ha querido saber algo de nuestro padre biológico? —
Negué—. Ambos merecen conocerse, deberías haberle dicho
también a él que tiene otra hija.
—Lo que menos necesita Jasha, en estos momentos, son
más quebraderos de cabeza. Son tiempos muy convulsos y es
mejor no echar más leña al fuego cuando está al lado de un
camión lleno de pólvora.
—Sea como sea, se lo tendrás que contar, y no me vengas
con el «ya lo haré», que mira cómo te ha salido esta vez.
—Pues si no quieres que te lo diga, no sigas hablando
conmigo, ¿ya tienes preparados todos los detalles de su fiesta
de cumpleaños?
—Estoy en ello, los dieciocho solo se cumplen una vez, así
que tiene que ser épico. ¿De verdad que no querrás quedarte?
—No creo que le hiciera demasiada ilusión, mejor
seguimos con lo planeado, con la familia, mañana por la
mañana, y por la noche, con sus amigos, merece que le dé algo
de espacio después de estos días.
Irisha se me acercó, me ofreció una sonrisa y me besó en la
mejilla.
—No te culpes, siempre lo has hecho lo mejor que has
sabido y nunca nos has dejado en la estacada, terminará
aceptando que su otro padre no está nada mal.
—Gracias —susurré un tanto emocionada.
Si de algo podía estar orgullosa era de las hijas que había
tenido. Sin lugar a dudas, eran lo mejor del mundo, aunque se
empeñaran en hacerme abuela.
62
La chica del cumpleaños
SARKA
GAVRAEL
Estaba tan bonita que el pecho me ardía cada vez que la
miraba, y no podía dejar de hacerlo.
Habían sido unos días bastante jodidos hasta tener toda la
situación controlada y estar seguros de que la persona que
pudo llegar a filtrar información ya no iba a hacerlo más.
Jasha se estaba recuperando fuera del país, era demasiado
peligroso que se quedara cuando había entrado en el punto de
mira de Kuznetsov. Recuperó el mando del Nido y del
operativo, los demás seguiríamos siendo su mano ejecutora
porque siempre fue nuestro líder y porque creíamos en lo que
estábamos haciendo.
No me quitaba de la cabeza la imagen de Sarka arrojando
aquella bola de nieve contra mi ventana, corriendo sola en
plena noche. Pude llamarla, pude verla el día que recogí a
Varenka y pedirle algún tipo de explicación con la excusa de
que quería comentarle algo del torneo. No lo hice, me sentía
demasiado débil respecto a mis emociones hacia ella como
para enfrentarla cuando estaba toda su familia.
Tenía cojones que una cría fuera mi mayor debilidad.
Anoche le mandé un mensaje. Lo borré y escribí varias
veces hasta que pulsé el botón de enviar. No lo hice esperando
una respuesta, aunque me pasé el día pendiente de que llegara
el sonido que confirmara su contestación.
No lo obtuve, lo que hizo que le diera vueltas al motivo por
el cual no respondió. ¿Habría pasado página? Quizá. Por eso
sentí ganas de arrancarle la cabeza a Danilov cuando apresó su
boca.
Estuve a punto de no ir, no obstante, Tatiana insistió en que
se quedaría más tranquila si estaba presente esa noche, dada la
situación; además, necesitaba verla, tenía la ansiedad por las
nubes y un malhumor de cojones.
Cuando atravesó la puerta, fue como si la oscuridad en la
que me veía sumido se llenara de color. Era un maldito ángel
vestido de blanco, tan preciosa, tan llena de vida.
Todos querían felicitarla, todos querían compartir unas
palabras, una sonrisa, una porción de su tiempo, y yo la quería
toda para mí, al completo.
Irisha y Tatiana se acercaron a la barra para charlar
conmigo mientras los chicos se divertían.
—¿Qué tal todo? —me preguntó su hermana después de
que Tatiana me diera las gracias por venir.
—Rodeado de hormonas —respondí, dando un trago a mi
copa de vodka.
—Ya debes estar acostumbrado, te pasas el día con ellos…
—Al final, todo se pega menos la juventud —admití.
—Pues yo no querría volver a tener dieciocho, me lo paso
mejor ahora, y reconozco que los chicos de esa edad apenas
saben nada de la vida —comentó Irisha.
—No todos… —respondí taciturno.
Hablar de mi infancia o mi adolescencia no era plato de
buen gusto para mí.
Era una etapa que prefería mantener relegada al olvido.
Las palizas, las pruebas extenuantes, el hambre atroz, la
falta de sueño, de amor, de compasión.
Todo para convertirme en lo que era ahora, un asesino sin
escrúpulos, alguien para quien un rifle de precisión era la
extensión de su brazo.
Maté por primera vez a los doce, bueno, a los diez, aunque
esa vez fue un pequeño roedor que encontré en una
madriguera oculta bajo mi camastro. Lo adopté como animal
de compañía, incluso llegué a enseñarle algunos trucos
proporcionándole un poco de comida. Una noche, uno de mis
profesores lo descubrió y me hizo partirle el cuello después de
arrodillarme, suplicarle con lágrimas en los ojos y recibir una
paliza con su cinturón.
Una vez le partí el cuello, lo atravesó como si fuera una
brocheta y lo puso en un jarrón para que lo contemplara hasta
que se pudriera. Nada de emociones, nada de compasión, el
amor te hace débil, le ofrece al enemigo algo con qué atacarte.
Dos años más tarde, me tocó sesgar una vida humana. Me
abandonaron en mitad de la montaña, en pleno invierno,
descalzo, en pijama y con un mapa. Sin otra arma que mis
manos para poder subsistir y completar la misión. Era simple,
dar con el objetivo; matarlo o morir. Era él o yo. En aquellas
condiciones no era difícil que sucediera, o fallecía en manos
de mi oponente, o de frío, o de inanición.
Todavía recuerdo la sensación de la sangre caliente
brotando de su cuello, manchando mis manos cuando atravesé
la garganta con aquella rama puntiaguda. Era lo
suficientemente gruesa y afilada como para hincarse en la
carne joven. La preparé a conciencia con una piedra que
encontré de canto afilado.
Cuando lo sentí desmadejarse a mis pies, me hice a un lado
y vomité, hasta que solo quedó bilis y la amargura del
vencedor.
Tenía un año más que yo, dormía en uno de los quince
jergones de mi habitación, cometió el error de querer hacer
fuego para calentarse, y así llegué hasta él.
Arrastré el cuerpo del vencido dejando un surco carmesí,
querían la prueba fehaciente de que lo había hecho yo y que
merecía una plaza para cambiar de infierno. En la academia
me formarían para ser uno de los mejores espías de Rusia, allí
fue donde conocí a Jasha.
—Por los que nunca tuvimos infancia. —Tatiana me tendió
un chupito y brindé con ellas—. Pásalo bien, camarada,
nosotras vamos a bailar un rato.
Se adentraron en la pista para disfrutar junto con los demás
muchachos. Se pusieron al lado de Sarka y los del equipo. Lev
no le quitaba las manos de encima, yo habría hecho lo mismo
si hubiera podido. Me di la vuelta y seguí bebiendo, intentando
hacerme a la idea de que Sarka ya había pasado página.
Cayeron unas cuantas copas, tenía intención de irme,
Varenka iba a pasar la noche en casa de Dasha, el ambiente
estaba tranquilo, así que no tenía por qué seguir
martirizándome.
Noté una presencia a mi lado cuando bajaba del taburete.
Recorrí la figura femenina que se encaramaba sobre la
barra para llamar la atención del camarero. Mi bragueta se
tensó de inmediato cuando sus ojos cristalinos buscaron los
míos.
—¿Se divierte, maestro? —preguntó, erizándome la piel.
—No tanto como tú, capitana. Muchas felicidades, por
cierto.
—Ya me felicitaste anoche —me corrigió un pelín seca.
—Pensé que no lo habías leído.
—Sabes que sí. Lo hiciste por WhatsApp y pudiste ver el
doble check azul.
Le trajeron un cóctel y se lo llevó a los labios. Me sentí
incómodo, sin saber qué hacer o qué decir, era la primera vez
que me sentía así con ella, tal vez porque ahora sí era mayor
de edad y ya no podía alzar esa barrera entre nosotros.
—¿No piensas preguntarme? —inquirió, dando un segundo
sorbo.
—¿El qué?
—¿Por qué fui a tu casa el otro día, arrojé una bola de
nieve y me largué?
—No debiste hacerlo, fue peligroso. —Su sonrisa estaba
recubierta de amargura, no de la felicidad que mostraba con
sus amigas.
—Más peligroso es follar sin condón, con mujeres casadas
y no responsabilizarse de las consecuencias.
Fruncí el ceño buscándole el sentido a esa afirmación,
Sarka no decía nada porque sí. El alcohol me hacía ir algo más
lento buscando posibles soluciones al enigma. Cuando di con
la respuesta, fue como encontrar esa pieza de un reloj antiguo
que necesitabas para hacerla funcionar.
—Tu madre te dijo que nos acostamos —reflexioné en voz
alta—, por eso viniste a casa, querías reprochármelo.
—No, no me lo dijo, la oí mientras hablaba con mis
hermanas y no fui a reprocharte que te la tiraras; ni eres el
primero, ni vas a ser el último que pase por su cama. Lo que
no te perdono es que lo hicieras sin protección y sin medir las
consecuencias. —La contemplé perplejo.
—Eran otros tiempos, y esa noche…
—Me da igual. No quiero que vuelvas a acercarte a mí
fuera del instituto, no me importa que formes parte de mí
porque no quiero ningún tipo de relación. Todavía no
comprendo cómo fui capaz de hacer lo que hice contigo, mi
único consuelo es que no tenía ni idea de lo que hicisteis. Lo
hecho hecho está. Si pudiera volver a dar marcha atrás, lo
haría, pero como no puedo, solo me queda alejarme de ti y no
volver por tu casa. Ahora mismo no llevo nada bien compartir
espacio contigo, y por si nadie te lo dijo en su momento, yo fui
la consecuencia de aquella noche, padre —escupió la última
frase como si fuera una sentencia a muerte.
Se dio media vuelta y se dirigió hacia la pista dejándome la
mente convertida en papilla.
Pero ¡¿qué mierda les había contado Jelena a sus hijas?!
64
Te lo puedo demostrar
GAVRAEL
No quería montar un espectáculo, pero tampoco podía
dejar las cosas así. Lo que menos podía esperar era que Sarka
creyera que yo era su padre con las cosas que habíamos hecho.
Me planteé arrastrarla fuera de la pista, llevármela de
inmediato, aunque fuera cargándola como un saco, lo que
habría sido impulsivo y poco inteligente.
Allí estaban congregados la mayoría de mis alumnos y,
aunque llevaba alguna copa de más, no estaba lo
suficientemente perjudicado como para no medir las
consecuencias de mis actos.
No había ido al baño desde que llegó, estuve controlando
cada paso que daba y la puerta del servicio quedaba al otro
lado de la barra. Sarka había bebido, que yo hubiera visto, un
cóctel y una botella de agua, podría esperar a que le entraran
ganas de vaciar la vejiga o…
Podría ir ahora mismo y arrastrarla con alguna excusa. La
seguí con la mirada, Danilov acababa de tomar su mano para
tirar de ella y adentrarse en un reservado. Lo vi todo rojo
infierno.
No pensé más, me puse en pie, crucé la pista sin que nada
me frenara y entré en el momento en el que él acababa de
sentarse y ella iba a subirse a horcajadas.
—¡Maestro! —exclamó el capitán con cara de pocos
amigos.
—Disculpad que os importune, pero es importante. Sarka,
me han enviado a buscarte, es urgente.
Lev frunció el ceño cabreado, y ella alzó las cejas
interrogante.
—¿Me buscan a mí?
—Sí, a la chica del cumpleaños —especifiqué.
Ella nos observó a uno y a otro, y terminó por resignarse.
—Está bien, ahora vuelvo, Lev —bajó el rostro hacia él y
le dio un beso suave.
—Aquí te espero, no tardes —masculló impaciente.
«Ni en tus mejores sueños», me mordí la lengua.
Una vez fuera, ella miró a un lado y a otro.
—¿Quién me busca?
—Por aquí.
La llevé a un rincón discreto.
—Tenemos que hablar.
Ella resopló.
—¿Hablar? ¡¿Para eso me sacas del reservado?! ¿Tú eras
quien quería verme? ¡Yo alucino! ¡Me largo!
Agarré su muñeca y la retuve. Sus ojos volaron a los míos
y tuve que contener mis ganas de besarla, abrazarla y
demostrarle que lo que sentía por ella no podría etiquetarse
como amor paternal.
—Escúchame, Sarka, no soy tu padre. No tengo idea del
tipo de conversación que escuchaste o si lo que oíste tenía un
doble sentido porque no estaba allí —ella resopló—, pero te
juro por mi vida que lo único cierto de lo que antes me has
dicho es que tu madre y yo nos acostamos una noche. Y siento
si eso te ha podido incomodar.
—¿Incomodar? —Ella me miró perpleja—. Mi madre se
ha acostado con media Rusia, lo que menos me ha
«incomodado» —dijo con retintín— es esa parte. Y te aseguro
que no fue una conversación fuera de contexto, eres mi padre.
—No, no lo soy. Aquella noche no estábamos solos en esa
cama y eres hija de la otra persona que yació con nosotros.
Lamento ser tan crudo, si pudiera ahorrarte este mal trago, lo
haría, pero te garantizo que tengo pruebas y que puedo
demostrarte que no miento. Es cierto que Jelena creía que yo
era tu padre, pero me hice las pruebas de paternidad, puedo
enseñártelas cuando quieras si no me crees…
Podía ver cada emoción cruzar por su cara, perplejidad,
enfado, esperanza, desconfianza…
—No puede ser, las escuché… —se reiteró.
—Es complicado, entiendo que dudes, y si no tuviera la
documentación que lo demuestra, te llevaría el lunes a una
clínica para hacerme las pruebas y demostrarte que no tengo
por qué mentir.
—Quiero ver esas pruebas de las que hablas.
—Te las enseñaré cuando quieras.
—Ahora.
—¿Ahora? Estás en tu fiesta de cumpleaños y están en mi
casa.
—Pues vayamos a tu casa, lo que menos me preocupa es la
fiesta, no tienes ni idea de la semana que he pasado, necesito
aclarar esto cuanto antes para poder dormir y seguir con mi
vida. Ha sido horrible, y si lo que dices es cierto, me urge
verlo con mis propios ojos para quitarme esta sensación de
desasosiego de encima.
Podría haber dicho que no, que tenía tiempo, que hoy era
su noche, no obstante, no lo hice; lo importante era aclarar sus
dudas, todo lo demás era secundario y entendía que no me
creyera, que necesitara algo fehaciente más allá de mi palabra
o la de Jelena.
—Vamos a por tus cosas.
En cuanto Sarka subió al coche, le pedí que le mandara un
mensaje a Irisha para tranquilizarla, lo que menos quería era
que se volviera loca llamando a su hermana, y ella la puso al
día de lo ocurrido. Antes le mandó otro a Danilov para decirle
que había tenido que irse por un asunto familiar urgente, que la
disculpara.
En cuanto acabó, giró su rostro hacia mí.
—¿Cómo terminaste en la cama con mi madre? —preguntó
sin ambages. Lancé un bufido.
—Nunca te han gustado las medias tintas, ¿eh?
—Considero que entorpecen y no necesito que mareemos
la perdiz. ¿Me lo explicas, por favor?
Pensé unos segundos antes de responder subiendo la
temperatura de la calefacción. Hacía demasiado frío.
—Tu madre estaba enamorada de alguien muy importante
para mí, y él de ella. La cosa es que tu padre y yo teníamos
que ir a una fiesta un tanto peculiar por un asunto de trabajo, y
Jelena nos ayudó a acceder.
—¿Qué tipo de fiesta?
—Una exclusiva en la que la bebida mezclada con droga
era el plato fuerte.
—¿A qué os dedicabais tú y tu amigo? ¿Erais camellos o
algo parecido? Yo pensaba que siempre fuiste profesor.
—Hay cosas de mí que desconoces y prefiero que siga
siendo así.
No tenía intención de implicarla más de lo que ya estaba.
—Vale, entonces fuisteis a esa fiesta, ¿y?
—Teníamos que aparentar que nos gustábamos, los tres,
tontear, besarnos y esas cosas. En un principio, no tendríamos
que habernos acostado, pero una cosa llevó a la otra y ocurrió.
No me siento orgulloso, lo que pasó pasó, y no puedo hacer
nada por cambiarlo.
—¿Y a tu amigo no le importó?
—Fue un daño colateral… Lo único que importa es que
eres su hija, no la mía.
—Estoy harta de tantas mentiras y secretos —bufó.
Se quitó los zapatos y subió los pies hasta la salida de aire
caliente del salpicadero. El abrigo se le había abierto, lo que
me hizo recorrer desde su pedicura perfecta hasta aquel muslo
torneado que emergía descarado por la abertura de la falda.
Cuando alcé la vista, ella me contemplaba con una
curiosidad renacida.
—Entonces, ¿es seguro al cien por cien que no eres mi
padre?
—Si lo fuera, nunca te habría puesto una mano encima,
¿me crees capaz de algo así?
Sarka relamió sus labios resecos.
—Por nuestro bien, espero que no. Me he torturado todos
estos días pensando en lo que había podido llegar a hacer
contigo. No sabía si mi madre te lo ocultó a ti también y
ambos éramos víctimas de sus subterfugios.
—Podrías habérmelo dicho.
—No me sentía preparada para enfrentarme a ti. Era
demasiado doloroso y no estaba lista para escuchar que
estábamos emparentados.
—Lo comprendo, aunque podríamos haberlo solucionado
porque no es cierto, y tú podrías haber disfrutado de estas
fiestas con tranquilidad. Prométeme que si vuelve a surgir un
inconveniente que me implique a mí, vendrás a verme y lo
hablaremos.
Sarka movió la cabeza afirmativamente. Se recolocó un
mechón tras la oreja y se quedó pensativa contemplando las
luces de la ciudad y la nieve acumulada sobre los tejados.
—¿Piensas que los deseos de cumpleaños se cumplen? —
Me encogí de hombros.
—Supongo que algunos sí y otros no, dependiendo de lo
difíciles que sean.
—Pues yo creo que el mío se va a cumplir de verdad —
aseveró, posando los ojos sobre los míos con una promesa
velada que me voló la cabeza. Estaba tan jodidamente
deseable que mi entrepierna suplicaba desde que la vi aparecer
en la discoteca.
Lo primero que hice cuando llegamos a casa fue ir a por la
carpeta que guardaba en el sótano. Sarka fue directa al baño,
sonreí a sabiendas de que no me equivoqué al pensar que
pronto necesitaría visitarlo. La conocía tan bien que casi podía
anticiparme a sus necesidades. Cuando subí, ella estaba en la
cocina bebiendo un vaso de agua. Me gustaba verla caminar
con total desenvoltura como si aquel lugar fuera tan suyo
como mío.
Se acomodó en la silla en la que yo desayunaba y coloqué
el informe delante de ella para que pudiera leerlo. Aguardé su
reacción con impaciencia. Al terminar, alzó la barbilla con una
mirada imperturbable.
—¿Puedes servirnos un par de chupitos de ese vodka que
tanto te gusta? —Se la veía más serena y relajada que cuando
habló conmigo en la barra.
Me desplacé hasta el congelador, cogí un par de vasitos
helados sin decir nada y los llené de mi vodka predilecto. Ella
se puso en pie mientras lo hacía y se apoyó en la encimera de
la cocina, hasta que le ofrecí la bebida.
—¿Ya me crees? Podemos llamar a la clínica mañana si
sigues dudando. Tu madre conoce el contenido de este informe
tan bien como yo, también podrías telefonearla si es lo que
necesitas. —Movió la cabeza de un lado a otro.
—No, con esto me basta, dudo que te tomaras tantas
molestias para hacerme creer que no soy tu hija. Aunque
mañana llamaré a mamá, necesito que aclaremos el motivo por
el cual dijo lo que dijo. —Asentí.
—Estás en tu derecho.
El alivio me inundó por dentro y la tensión que acumulaba
desde que me plantó su acusación en la sala VIP se disolvió
como un copo de nieve bajo un rayo de sol.
—¿Me acompañas en el brindis? —sugirió, alzando el
vasito. Yo la imité—. Por los deseos que se cumplen.
—¿Qué pediste? —pregunté sin querer prestar atención a
la piel que se dejaba entrever bajo el abrigo.
—Que no fueras mi padre.
Tragó el contenido seco y ardiente, yo la imité con una sed
imposible de calmar. Sarka dio un salto y se sentó en la
encimera.
—Aquí hace calor —susurró, dejando caer la pieza que la
cubría por sus brazos.
—Es por el radiador.
Había uno pegado a la isla que calentaba el granito. Ella
sonrió con languidez.
—Juraría que es otra cosa… Me parece que no está
encendido, ya verás, toca el granito.
Dejé el vasito a un lado y apoyé las manos en la encimera,
una a cada lado de sus caderas.
Era cierto, la calefacción debía haber saltado.
—Iré a comprobar la calefacción —murmuré sin
apartarme. Tenía la boca a escasos centímetros de la suya.
—Prefiero que me calientes de otra manera —prorrumpió,
separando los muslos para enroscarlos en mi cintura y
arrastrarme contra ella.
65
Liberación
SARKA
GAVRAEL
Un suave hormigueo recorrió mi espalda.
Hacía años que no dormía con esa sensación de placidez.
Normalmente, mi sueño no era tranquilo, al contrario, las
pesadillas del pasado siempre provocaban que me despertara y,
sin embargo, ahora lo hacía con una paz renovada.
—Me gusta —susurró la voz femenina a mi espalda que
trazaba el tatuaje de mi omoplato con el dedo. Su pierna estaba
encima de las mías, suave, torneada, deseable—. ¿Es una
cobra? Nunca pensé que te gustaran las serpientes.
—Hay muchas cosas que desconoces de mí, esta es solo
una de ellas —musité, dándome la vuelta.
Si anoche estaba bonita, ahora era una puta visión y en mi
cama era solo mía.
No habíamos dormido demasiado. Sarka tenía un apetito
voraz, y yo era incapaz de resistirme, sobre todo, cuando se
puso una de mis camisas blancas y bajó a la cocina a reponer
fuerzas, terminé tomándola en la encimera mientras ella
picoteaba algo de fruta y me ofrecía algunos pedazos de entre
sus labios mientras la penetraba.
—Ya veo —retomó la conversación—, no tienes aspecto
de tener tatoos, ¿te lo hiciste en una noche de borrachera?
Le sonreí, me gustaba su franqueza y que no se cortara en
preguntar cualquier cosa que le rondara la cabeza.
—Muy sobrio no iba, pero tampoco como para no saber lo
que me hacía. Mis amigos y yo fuimos a un tatuador, y cada
uno salió con una imagen distinta.
—Espero que nadie saliera con un Bob Esponja, hay
tatuajes de lo más espantosos.
Pasé los dedos largos por el contorno de su muslo.
—No, el tatuador se apiadó de nosotros y fue bastante
correcto.
—Si hubiera sido yo la que hubiera tenido que plasmar
algo sobre tu piel, en lugar de una serpiente, aparecería un
«Propiedad de Sarka».
—Um… ¿Quieres marcarme como si fuera ganado? —reí,
aunque que quisiera marcarme como suyo no era algo que me
desagradara. En realidad, nunca le pertenecí a nadie, salvo al
gobierno, me gustaba la sensación de que ella lo quisiera—.
Lo que deseo es que te quede claro que si estás conmigo, no
vas a estar con nadie más, no me gusta compartir.
—¿Ni siquiera con el capitán?
—¿Me tomas el pelo? —Lo celebró por dentro.
—¿Celoso?
—No. —Ella se relamió complacida—. Bueno, puede que
un poco, pero que te quede claro que esto —nos señalé a
ambos— es pasajero y clandestino. El año que viene te irás a
la universidad y te olvidarás de mí, y yo lo entenderé, porque
es ley de vida.
—Me parece que no me conoces tanto como alardeas…
Me gustas mucho, Gavrael Kovalev, muchísimo, llevas dos
años instalado en mi mente y no vas a salir de ahí.
Le acaricié la mejilla y volví a besarla tentador.
—Ya lo veremos. —Sarka parecía tan convencida de que lo
nuestro iba a funcionar que se me estrujó el corazón.
—No apuestes conmigo, no suelo perder.
—Te veo muy segura, capitana.
—Porque lo estoy.
—Colgarte de mí sería un error, yo no estoy hecho para el
amor.
Se relamió para recorrer mi cuerpo con besos sensuales. La
detuve cuando llegó a mi abdomen, mi entrepierna iba por
libre y ya estaba más que dispuesta a recibir sus buenos días.
Alzó la barbilla tras darme un pequeño mordisco justo debajo
del ombligo.
—Yo te demostraré que sí, voy a comprar tu alma.
—El diablo no tiene alma, no puedo vender algo que nunca
tuve, aunque se trate de ti.
—Lamento contradecirte, adoro a los diablos, lo que más
me gusta de ellos… —jugueteó, bajando de golpe para dar un
lametazo desde la base hasta la punta de mi erección— es su
rabo —rio, besando mi glande—. Además, Lucifer significa
portador de luz, y es lo que yo siento cuando estás conmigo,
que iluminas mi vida.
—Pues yo no debí pagar la última factura, porque me
siento a oscuras.
—Entonces abrazaré tu oscuridad y te prestaré mi linterna.
Verás cómo te enciendo de golpe.
Su cabeza descendió para atrapar el glande con la boca y
engullirme.
Curvé la cabeza hacia atrás, alcé las caderas y agarré las
sábanas con fuerza mientras ella me saboreaba.
—¿Quieres correrte en mi boca, maestro? Porque yo deseo
saborearte igual que tú haces conmigo.
Aquello fue música para mis oídos, me oí jadear mientras
ella me acunaba entre sus labios.
—Sar… —susurré envuelto en delirio.
No respondió, siguió dándome una de las mejores
mamadas de mi vida, quizá no fuera la mejor en ejecución,
pero me la estaba regalando la mujer a la que quería llena de
fervor.
No se detuvo hasta que grité su nombre y me vacié en su
garganta.
—Papá, ¡ya estoy aquí! —gritó la voz aguda de Varenka,
parpadeé desubicado con un peso desconocido sobre el pecho.
Acurrucada sobre el mismo estaba Sarka, que dormía
plácidamente después de nuestro último asalto.
¡Mierda!
—Sar, ¡Sarka! —Ella hizo un ruidito adorable y siguió
dormida sin inmutarse. Mi hija ya me advirtió que despertarla
era una odisea.
—¡¿Papá?!
—E-estoy en la habitación, cambiándome, he salido a
correr hace un rato —grité sacándome a la capitana de encima.
Cogí algo de ropa lo más rápido que pude. ¿Cómo había
podido ser tan descuidado?
La puerta se abrió de golpe cuando llevaba unos pantalones
de chándal puestos. Los ojos de Varenka volaron a la cama, en
la que se veía una chica rubia, desnuda, enredada en las
sábanas, con el pelo cubriendo su cara.
—Ay, lo siento, no sabía que no estabas solo —se disculpó,
desviando la mirada hacia mí con las mejillas enrojecidas—.
¿Anoche pillaste?
—¡Sal de aquí!
—Sí que debía gustarte, tienes esto hecho una pocilga…
—Mmm —se oyó desde la cama—, cinco minutos más,
Varenka, dile a tu padre que ya voy.
Los ojos de mi hija se llenaron de sorpresa y volvieron a la
cama.
—No…
67
Habla con ella
Irisha
—¿Debería preocuparme?
Removí el café contemplando a Tatiana, que mordisqueaba
una tostada.
Era media mañana y me sentía inquieta.
Cuando anoche me di cuenta de que mi hermana se había
ido de su propia fiesta y escuché el mensaje que me mandó, ya
había pasado una hora larga. Pensaba que simplemente la
había perdido de vista entre tanta gente, me equivocaba, se
largó con Kovalev, supuestamente, para aclarar las cosas,
aunque tenía un presentimiento que me decía que lo que la
llevó a irse con él no era eso.
—Te mandó un mensaje, está con Gavrael.
—¿Y a ti eso te tranquiliza? ¿Te parece bien?
—A ver, lleva tiempo viviendo en su casa y tenían mucho
que aclarar, no es la primera vez que duerme allí, seguro que
se les hizo tarde y se acostó. No es para tanto.
—Pues a mí me da en la nariz que Sarka sigue sintiéndose
atraída por su profesor. No dudó en dejar tirado a Lev y
largarse con él. ¡Abandonó su propia fiesta!
—A quien le gustan este tipo de cosas es a ti y no a ella. Y
si le siguiera gustando Gavrael, como sugería tu madre, no veo
el problema. ¿Es por su edad?
—Es porque no me gustaría para Sarka un futuro tan
desolador como el de mamá.
—No tiene por qué ser así. Te recuerdo que yo también fui
espía y estoy contigo. A lo nuestro no le pones muchas pegas.
—Pero tú eres distinta. Viste lo que pasó en el piso franco,
mi padre dijo que estaban metidos en algo muy gordo y hasta
las trancas.
—Ni tú ni yo vamos a poder decidir por ella. Sarka es una
chica cabal, y Gavrael necesitará parar en algún momento.
—¿Los estás defendiendo? —contraataqué ceñuda.
—No imaginaba que adoptarías este rol con ella.
—¿Qué rol?
—El de madre sobreprotectora y regañona, no te pega
nada… Tú siempre has sido una temeraria, eres rusa y
lesbiana, tomas decisiones impulsivas porque te riges por el
corazón.
—Menuda forma más bonita de decir que hago lo que me
sale del coño.
Tatiana rio.
—Llámala, habla con Sarka, despeja dudas, os debéis una
conversación, seguro que también siente curiosidad por cómo
te tomaste tú lo de Jasha, y si ama a Gavrael Kovalev o no, es
asunto suyo. Deberíamos apoyarla, es lo mínimo, siempre lo
ha hecho con nosotras.
Sabía que en el fondo tenía razón, nadie podía imponer su
voluntad cuando entraba en juego el amor, y tenía que
respaldar la decisión que tomara fuera la que fuera.
—Siempre sabes qué es lo mejor.
—Por eso estoy contigo. —Me guiñó un ojo.
68
Nuestro padre
SARKA
SARKA
SARKA
SARKA
SARKA
GAVRAEL
«¡Me cago en la puta!».
Sarka estaba de rodillas, con su uniforme del instituto,
instalada bajo la mesa, mientras tenía a Céline delante y una
erección de campeonato gracias al gesto que me hizo con el
dedo.
—¿Ya? ¿O prefieres que te ayude a encontrar la conexión?
Se me da muy bien meter cosas —comentó, apoyándose
sugerente sobre la mesa.
Se había desabrochado un par de botones con la intención
de mostrarme el sujetador de encaje.
Acarició el filo de su camisa estampada dedicándome una
mirada felina.
—No hace falta —moví el ratón, desplazando la silla hacia
delante para que no pudiera ver a Sarka.
Hice círculos con el mouse para templar los nervios. Un
par de manos pequeñas y concienzudas acariciaban mis
muslos con un objetivo centrado en mi ingle.
Y yo pensando que no se encontraba bien… Pues parecía
estar totalmente recuperada.
«¡Joder!».
Aporreé el botón con fuerza varias veces y un pelín
descontrolado cuando sus dedos alcanzaron mi entrepierna y
dieron de lleno en mi dureza, arriba y abajo.
—¿No funciona bien? —cuestionó Céline al ver la
violencia con la que golpeaba.
—A veces se encalla —di como excusa, intentando fijarme
en lo que hacía. Cuanto antes terminara, antes podría darle a
esa inconsciente el castigo que merecía.
La camisa se empezaba a pegar a mi espalda, el sudor se
desplazaba por mi columna al mismo ritmo que sus caricias.
Mi pulso, de por sí lento, volaba para apalearme el pecho. La
excitación tornaba mi respiración acelerada.
—Gavrael… —susurró ronca mi compañera de trabajo—,
echo de menos tu polla en mi boca, por qué no me dejas que te
la chupe un poco.
Cogió uno de los bolígrafos y lo introdujo en su boca de un
modo muy explícito. En otra época, me habría excitado, ahora
lo hacían los dientes de mi vecinita del sótano que raspaban la
pretina del pantalón. Mi rodilla se disparó hacia arriba en un
acto reflejo que golpeó la mesa y mi expolvo ocasional
interpretó como que me estaba poniendo como una moto. Era
cierto que a cada segundo mi control se tambaleaba, solo que
no por ella.
—Yo de ti no haría eso… —Céline siguió babeando el
capuchón—. Tú misma, fue un regalo de Záitsev de su
despacho cuando le dije que se me había acabado el último, y
ya sabes cuánto le gusta rascarse la oreja con esa parte para
sacarse el cerumen acumulado.
Noté la risa ahogada de Sarka contra mi entrepierna. La
señorita Deneuve apartó el bolígrafo con cara de asco y fue
directa a la papelera para escupir.
Por fin di con los impresos.
—¿Cuantas copias necesitas?
—Veintitrés —respondió, conteniendo una arcada.
Las manos de la capitana me habían desabrochado el
cinturón con una habilidad pasmosa. También el botón,
acababa de bajarme la cremallera y tiraba de la goma del
calzoncillo para darme un lengüetazo en la punta de la polla.
No sé cómo fui capaz de contener el gemido que se atoró
en mis cuerdas vocales.
Tecleé los dos dígitos y le di a imprimir.
—Ya está —carraspeé—, estarán saliendo por la
multifunción de secretaría en cinco segundos, yo de ti iría
antes de que algún espabilado los vuelva a hacer desaparecer.
Céline se recompuso un poco y caminó contoneando sus
caderas hasta regresar a mi mesa sin darse por vencida. Me
agarré a la solidez de la madera conteniendo las ganas de
hundir los dedos en el pelo rubio que cosquilleaba en la carne
expuesta, mientras su boca recorría con efusividad mi
erección.
—Pareces acalorado, tu frente está salpicada en sudor y
tienes las pupilas dilatadas —comentó la señorita Deneuve.
—Esta mañana tenía unas décimas de fiebre, creo que
estoy incubando algo, así que será mejor que no te acerques.
—Lo mejor para la fiebre es sudar, si quieres, puedo
ayudarte… —se ofreció, colocando las manos en sus pechos
para pellizcarse los duros pezones.
—Te agradezco tu preocupación, pero no, ya me he tomado
un antitérmico. ¿Necesitas algún documento más? —la corté.
Ella arrugó el gesto.
—No, y al parecer, lo que necesito no vas a dármelo.
—Ya te dije lo que había, solo compañeros, se terminó,
Céline.
—¡Que te den, Kovalev! —renegó, dándose media vuelta
para terminar cerrando de un portazo.
«Eso espero».
Gruñí al verme introducido completamente en aquella
boquita apretada. Arqueé la espalda y jadeé con fuerza
dejando caer mi cabeza hacia atrás sobre la silla.
—Shhh, el director te va a oír —masculló su voz dulce y
atareada.
—No está, tenía una reunión fuera, así que nadie puede
oírme jadear salvo tú. ¡Joder, capitana!
Estaba tan excitado que la necesitaba ya. Nada de
preámbulos dulces y suaves.
Desplacé la silla hacia atrás, abrí el último cajón, cogí el
paquete de chicles donde escondía los condones y saqué uno
presuroso.
—Vaya, ahora entiendo por qué los llaman gomas… —rio
descarada.
—Has sido una alumna pésima, colándote en mi despacho,
escondiéndote bajo la mesa, mientras yo estaba ocupado, para
chuparme la polla —gruñí, sacándola de su escondite para
alzarla. Acogí su cara entre mis manos y le comí la boca con
violencia.
Era imposible estar más duro que yo en ese instante.
—Nos pueden pillar… —musitó mientras la apoyaba
contra la mesa.
—Eso no parecía importarte cuando te has servido el
desayuno bajo el escritorio.
—Qué puedo decir… Me urges.
—Pues ahora mismo tú me urges a mí.
Volví a besarla, metí la mano bajo su falda, colé los dedos
por el lateral de las bragas y la penetré hallando aquella
deliciosa humedad colmando su sexo. Estaba tan
resbaladiza…
Sarka jadeó contra mi boca.
—No podemos hacerlo aquí.
—Vas a ver como sí.
No la dejé hablar, la llevé contra la puerta de entrada, le di
media vuelta, aplasté su pecho contra la madera, hice a un lado
las bragas y la penetré desde atrás sin contemplaciones.
No había protestado ni dado signos de molestia por lo que
hicimos el día anterior, y no estaba de humor como para ir
despacio esa vez.
Ella ahogó el gemido contra el lateral de la mano que llevé
a sus labios para sofocar cualquier tipo de sonido.
Empujé, deleitándome en el desenfreno, en el sonido de
carne jugosa salpicada en deseo, en sus dientes ahondando en
mi piel y el tacto de su cintura bajo la camisa blanca.
—¿Querías que te follara, capitana? Pues ahora sí te estoy
follando, y no voy a parar hasta que te corras.
Los músculos se contrajeron a mi alrededor en señal de
respuesta. Acallé una palabrota y seguí con los embates.
Empujé con más fuerza y ella me mordió sin culpa, podría
haberme perforado la carne y yo seguiría muerto de placer.
Tiré de la camisa para sacarla de la cinturilla, recorrí su
abdomen plano hasta el pecho y lo amasé deleitándome con la
dureza de aquella cresta perfecta.
Las palmas de sus manos se aplastaban contra la madera.
La de veces que me había imaginado tomándola así, a medio
vestir, sin pudor, solo con el deseo crepitando entre nuestros
cuerpos.
Bajé los dedos abandonando el pezón para meterlos por la
parte delantera de las bragas y masturbarla sin piedad a la par
que ella jadeaba descontrolada.
Su sexo se contrajo una, dos, tres veces, y después llegó
una contracción salvaje seguida de múltiples espasmos y una
deliciosa languidez.
No me detuve, empujé y empujé hasta alcanzar la cresta de
la ola, mientras ella aplastaba la mejilla contra la puerta,
entreabría los párpados y me buscaba con el rabillo del ojo. No
aguanté más, me rompí en su humedad.
Apoyé la frente en su espalda intentando recuperar la
respiración. No salí de ella de inmediato, nos quedamos así,
con los cuerpos erizados y el placer enroscado en cada poro.
Busqué el lateral de su cuello y lo besé.
—¿Ves cómo me urges? De día, de noche, en clase, en el
gimnasio, incluso bajo la mesa de mi despacho.
Ella lamió la marca que sus dientes dejaron en mi piel.
—¿Te he hecho daño?
—Eso debería preguntártelo yo a ti. —Salí de su interior
—. ¿He sido muy brusco?
Ella se mordió el labio.
—Has sido justo como esperaba. ¿Y yo a ti? —insistió.
—Ni aunque quisieras podrías —susurré.
Me quité el condón, le hice un nudo y lo arrojé a la
papelera.
Ella me contempló recolocándose la camisa.
—Que duro eres, ¿no? —Le ofrecí una sonrisa ladeada.
—No es lo que imaginas, tengo una enfermedad genética
que me hace inmune al dolor. —Ella parpadeó incrédula.
—¿Quieres decir que ahora mismo podría patearte las
pelotas y no te inmutarías?
—Yo no, aunque no tengo claro si mi capacidad eréctil se
resentiría. Prefiero demostrártelo de otro modo que no
implique no poder volver a repetir lo que acabamos de hacer.
—Sarka sonrió de inmediato.
—Eres de lo más sorprendente…
Deshizo la distancia que nos separaba y, sin preaviso,
golpeó mi abdomen con todas sus fuerzas. Se apartó de
inmediato y se quejó sacudiendo los nudillos, mientras que yo
me preocupaba porque se hubiera dañado demasiado.
—¿Qué haces? —pregunté, tomándole la mano para
evaluarla.
—¡Es cierto!
—¿Por qué iba a engañarte? —Besé sus nudillos
enrojecidos con delicadeza.
—¡Eres invencible!
—Tanto como eso… No soy inmortal y no sentir dolor es
un peligro, puedes exceder los límites y convertirte en el
motivo de tu propia muerte, debo ser muy cuidadoso.
—No lo había visto así… Aunque los que no hemos sido
cuidadosos hemos sido nosotros. Es muy poco seguro que
hagamos estas cosas en tu despacho… —Le ofrecí una sonrisa
suave.
—Nadie va a entrar sin llamar y te tenía contra la puerta.
—No lo digo por eso, sino por las cámaras.
—Aquí no hay cámaras.
—Están por todo el instituto, igual que un agujero espía
para poder ver lo que haces. ¡El director es un salido, no tienes
ni idea de lo que hace!
Sarka se encaminó hacia el lugar indicado. Apoyó el dedo
en el sitio que nadie, salvo yo o Záitsev, conocíamos.
—¿Cómo sabes tú eso? —pregunté imperturbable.
—¿Perdona? —Parpadeó un par de veces sin dar crédito—.
¿Lo sabías? —No podía negar la evidencia.
—Sí.
—¿Y por qué dejas que Záitsev te espíe? ¿Es algún tipo de
fetiche sexual o algo así…? ¿Te gusta que te miren? Porque,
para tu información, yo te vi follando con la profe Deneuve
disfrazada de alumna.
—¿Tú me viste?
—Quería conseguir los vídeos de seguridad del despacho
de Záitsev para averiguar si la muerte de Aliona fue un
accidente y me encontré con…
—¡Deja ese asunto de una maldita vez! —mascullé furioso
—. No es cosa tuya, no deberías husmear porque podrías dar
con la tecla equivocada.
—¿La tecla equivocada? —preguntó alterada.
—¡No me jodas! No entiendes nada —musité—, y es
mucho mejor así. Deja de hacer cosas que pueden ponerte en
peligro.
—¡Quien no lo entiende eres tú! —Sacó una foto del
bolsillo de su falda y me la mostró, le faltaba un trozo. La
reconocí de inmediato. Solté una palabrota.
—¿Quién te ha dado esto? —Si Sarka esperaba una
reacción, me quedó claro por su expresión que no era esa.
—¿Lo único que te importa es quién me la ha dado? —
Cada vez estaba más alterada—. ¿Por qué no te importa la
identidad de la persona que han arrancado? ¡Aliona llevaba ese
vestido la noche que la mataron, podría estar al lado de su
asesino! —Tensé la mandíbula.
—Sarka… Estoy teniendo mucha paciencia porque eres tú,
pero déjalo.
Ella reculó varios pasos hacia la puerta y me miró como si
fuera la primera vez que me viera.
—Eras tú, me negué a pensar que se tratara de ti, pero lo
eras, ¿verdad, maestro? —Apreté los dientes—. ¡¿Cómo he
podido ser tan estúpida?! ¡Te la tirabas! ¡Lev estaba en lo
cierto!
—Escucha, Sarka, en mi mundo las cosas no son blancas o
negras, yo siempre me muevo en una escala de grises muy
compleja.
—¡En la escala que te mueves es en la de la mierda!
Contesta solo a esta pregunta. ¿Eras tú la persona que aparecía
a su lado en la imagen? —Hablar más de la cuenta no era
bueno, ni para mí, ni para ella. La verdad, a veces, no te libera,
sino que te condena—. No hace falta que respondas, lo leo en
tu mirada.
Alargó el brazo, abrió la puerta y salió corriendo al pasillo.
¿Cómo iba a salir de aquel entuerto sin hablar más de la
cuenta?
74
Perfecto para mí
SARKA
SARKA
GAVRAEL
Pasé una tarde que nunca concebí para mí.
Reímos, me pidió que le leyera un fragmento de mi libro
favorito, que tomara alguna foto de lo más sugerente para no
olvidarme de ella —cosa que era imposible—, cenamos y
volvimos a enredarnos en una maraña de besos, piel y corazón.
No podía compararla a nada, ni a nadie, era única, distinta,
era la mujer capaz de romperme en mil pedazos y
reconstruirme con una sola sonrisa, era Sarka Koroleva, y
estuviera dispuesto a afrontarlo o no, estaba enamorado de
ella.
Gruñí al verla aparecer en la cocina solo con la camisa
blanca, ella me sonrió pizpireta.
—¿Qué pasa?
—Ya sabes lo que pasa, me pones demasiado cuando solo
llevas mi camisa, y ahora no tenemos tiempo, ya deberías estar
cambiada para ir a entrenar.
Ella recorrió la barra de desayuno, dio un salto y separó los
muslos.
—¿Seguro que no hay tiempo de uno rápido?
—Eres insaciable —musité, llevándome la taza de café a
los labios para acercarme como un depredador hambriento.
—Cuando se trata de ti, mucho. Anda, compláceme…
—Lo haría encantado si cierta señorita no tuviera tendencia
a que se le peguen las sábanas.
Besé la punta de su nariz.
—Si no me das un orgasmo, pasaré toda la mañana
desconcentrada… —ronroneó, deslizando el dedo gordo del
pie por mi bragueta.
—Deberás lidiar con ello entonces, o mejor dicho,
deberemos lidiar con ello los dos… —susurré, notando
hormiguear mi polla.
Aparté el pie perfecto, besé sus labios y la hice bajar al
suelo, reconduciéndola a la habitación para que se vistiera.
Ocho minutos más tarde, estábamos desayunando entre
besos, carantoñas, sonrisas y miradas sugerentes. Como
cualquier pareja, con la diferencia de que no lo éramos.
—¿Dónde ha pasado la noche Varenka? —la pregunta me
pilló colocando las tazas en el lavavajillas—. ¿Con Dasha?
¿Con Laika?
—Con otra persona, un familiar.
—¿Un familiar?
—Sí, está de visita en San Petersburgo, oye, deberíamos ir
tirando.
No iba a revelarle más, le había contado demasiadas cosas,
y cada vez que abría la boca, la envolvía más en mi sórdido
mundo.
—Cojo la bolsa y vamos.
Nos dimos un último beso antes de salir y retomar nuestros
papeles para dejar al margen nuestra relación al resto del
mundo.
Los periódicos hablaban de la crisis que envolvía al
gobierno. Las presiones de la Comunidad Europea y Estados
Unidos, sumadas a la desconfianza que estaba generando la
ola de asesinatos y la crisis energética del país, habían llevado
al presidente a una tesitura muy compleja.
Era difícil que abandonara por muy presionado que
estuviera, no obstante, muchos oligarcas amenazaban con
llevarse sus fortunas si no había un cambio de gobierno y no
recibían una mayor protección.
La gente de a pie estaba cansada de que el mundo la mirara
a través de la figura de un dictador; asociaciones culturales,
activistas, artistas y voces influyentes que vivían fuera del país
se estaban haciendo eco del malestar que se vivía.
El pueblo ruso siempre había tenido una población
progresista, gente vanguardista en el mundo de la cultura que
se estaba oponiendo a las políticas más totalitarias.
Ahora empezaban a darse cuenta de que el presidente había
alimentado durante décadas una realidad tergiversada gracias a
las fake news. Que estábamos sumidos en un país en el que no
se podía llevar la contraria, porque si protestabas, desaparecías
o te mataban.
El desasosiego del pueblo crecía a un ritmo vertiginoso, ya
faltaba poco para el esperado final. No era fácil acceder a
Putin, pero tampoco imposible.
Mientras los chicos se cambiaban en el vestuario, fui a
Twitter y sonreí. Perfecto, llegaba el fin.
77
¡Al cuerno todo el mundo!
SARKA
SARKA
GAVRAEL
Miré a Sarka y a Lev.
Los había subido a la última planta de un edificio en
construcción, con la ciudad a sus pies y el río Volga como fiel
observador.
No eran los únicos que estaban allí, todo el equipo de
esgrima miraba con atención el asalto que se estaba
desarrollando, el primer punto se lo había llevado el capitán, el
segundo fue de Sarka, estábamos en el tercero y faltaban dos
para llegar a los cinco.
Ambos estaban sujetos a la viga que pendía sobre sus
cabezas a través de unos arneses que los mantenían sujetos a
un sistema de poleas, si trastabillaban o daban un mal paso, no
caerían al vacío. Teniendo en cuenta que estábamos en la
planta número dieciocho de un nuevo edificio de oficinas, la
caída sería mortal.
Contaban con una superficie para desplazarse de sesenta
centímetros de ancho por catorce metros de largo. Una
pasarela delimitada en dos partes iguales por una marca.
Ambos tiradores contaban con siete metros cada uno desde la
línea central.
El resto de sus compañeros ya habían realizado el ejercicio,
y contemplaban absortos el deporte hecho arte.
Los dos eran soberbios, estaba mal decirlo, pero se notaban
las clases particulares en la gracilidad de los movimientos de
la capitana y la fuerza renovada con la que blandía el florete.
Aun así, Danilov seguía siendo levemente superior, llevaba
mucho más tiempo y gozaba de un físico de mayor
envergadura para arrojar unos ataques mucho más
contundentes.
Lev atacaba sin piedad a una Sarka que hacía lo imposible
para no perder el punto. Era preciso, ofensivo y veloz.
Avanzó con rapidez, la capitana se encontraba en apuros, la
pasarela estaba resbaladiza y la caída de temperaturas volvía el
aire gélido. Aun así, estaba aguantando bastante bien.
—Vamos, Sarka, no basta con esquivar, también hay que
atacar —rugí espoleándola, lo que volvió mucho más violento
a Danilov, quien no le daba tregua.
—¡Eso es, capitán! ¡Demuéstrale por qué eres el futuro
campeón olímpico! —lo animó Yerik.
Danilov fue directo a la cabeza, Koroleva se defendió
yendo a cuarta para contrarrestar el ataque, por lo que el
capitán siguió presionando hasta alcanzar el flanco
obligándola a defenderse en quinta. Un ataque rápido al
travesón le dio el tercer punto a Lev; si Koroleva quería ganar,
necesitaba los dos restantes, no podía fallar.
Era difícil no tomar partido cuando mi corazón estaba con
ella. No obstante, en ese momento, eran mis dos alumnos,
debía separar las cosas, el ejercicio tenía un objetivo claro, no
perder la concentración incluso en situaciones extremas.
Los chicos estaban tensos mirando a uno y a otro. Hasta mi
hija, que no estaba pasando por su mejor momento, apretaba
los labios al ver cómo Danilov ganaba terreno.
Estaba siendo muy difícil para ella. Había intentado sacar
el tema en más de una ocasión, explicarle que traté de evitar
que ocurriera hasta que me fue imposible, pero ella lo zanjaba
con un «si vuelves a intentar convencerme de que lo tuyo con
Sarka es buena idea, me largo». Lo peor era que tenía sitio a
dónde irse, y que si tomaba esa decisión, poco podría hacer
para recuperarla. Varenka era muy importante para mí, la había
criado desde pequeña y no estaba dispuesto a renunciar a ella.
—¡Concéntrate, Sarka! —la azucé mientras recuperaban
posiciones—. Buen ataque, Lev. —El capitán ni se inmutó, su
concentración era extrema.
Se colocaron en guardia, en el centro, cada uno en su lado,
apenas me dio tiempo a proclamar «Prets, allez», que en
francés significa «listos, adelante», para iniciar el conteo de mi
reloj y dar comienzo al asalto. Lev se arrojó hacia delante
como si fuera un perro de presa hambriento y la capitana un
jugoso chuletón.
Apreté los dientes, Danilov estaba mostrando su lado más
competitivo, no era un rival que se apiadara de su oponente,
debería estar acostumbrado a verlo blandir el florete de un
modo tan despiadado, sin embargo, no era habitual que fuera
tan contundente cuando le tocaba realizar el ejercicio con
alguna de las chicas. Había algo distinto en él, como si hubiera
llevado los demonios que lo consumían a combate.
Avanzó de un modo tan cruel como letal, llevando a
Koroleva a recular casi hasta el límite de la pasarela.
—¡Cuidado! —gritó Dasha al ver que Sarka resbalaba y
trastabillaba hacia atrás.
¿El capitán se detuvo? No, no lo hizo, continuó hasta
llevarla al extremo donde un paso en falso la empujaría a caer
al abismo.
Había comprobado yo mismo el sistema de seguridad,
todos realizaron el ejercicio antes, por lo que era seguro, sin
embargo, cualquier cosa podía fallar y no estaba dispuesto a
arriesgarme.
—¡Basta! —bramé, buscando que Danilov reculara.
Sarka pisó la línea que delimitaba el final de la pista
imaginaria que tracé sobre la pasarela. Si Lev me escuchó, no
dio muestras de ello, no se detuvo. La capitana giró un poco el
rostro en mi dirección, lo que le supuso bajar un instante la
guardia, la desconcentré y la punta del florete sujetado por el
capitán se abrió paso con la facilidad de un cuchillo caliente
sobre una porción de mantequilla para golpear su rostro sin
compasión.
Verla caer fue lo más cerca que he estado de sufrir un
ataque al corazón.
—Govnó! —rugí, saltando sobre la pasarela sin arnés de
seguridad. Se oyeron los gritos contenidos de los alumnos.
Danilov se había quedado rígido—. ¡¿Puede saberse qué
cojones haces?! —bramé, pasando por su lado y golpeándole
el hombro—. He gritado basta. Cuando doy una orden,
¡obedeces!
No respondió, tenía la mirada fija en el lugar por el que
había desaparecido Sarka.
Oteé el vacío con el corazón en la garganta.
Ahí estaba ella, suspendida sobre la ciudad. Gracias al
cielo que el arnés no había fallado.
—Estoy bien. —Hizo un aspaviento con ambas manos. Ni
siquiera había dejado caer el florete. El alivio me inundó.
—Ahora te subo.
Volví a pasar por el lado del capitán ofreciéndole una
mirada aniquiladora y fui en busca de la cuerda para tirar de
ella. Lenin, el sustituto de los chicos, y Varenka tiraron
conmigo. Mi hija estaba blanca y las manos le temblaban.
Cuando Sarka por fin hizo pie, de nuevo di gracias porque
estuviera bien.
—Lo siento, tuve que hacer una esquiva pero me resbalé.
Un ataque brillante, Lev —lo felicitó—. Enhorabuena.
El capitán, en lugar de disculparse, dio un salto para bajar
de la pasarela a beber agua.
Estaba cabreado, no por haber tirado a su compañera, o por
ser el ganador del combate, del cual era el claro vencedor a
falta de un punto que no iba a cambiar el resultado, sino
porque Sarka le dejó las cosas claras el día del beso y desde
entonces no le dirigía la palabra.
Quizá hubiera sido mala idea enfrentarlos en un lugar
como aquel.
Tenía ganas de besarla y abrazarla hasta que ambos
perdiéramos el sentido. Me limité a quitarle el arnés.
—Queda un punto… —protestó.
—No vas a volver a subir, está demasiado resbaladizo y las
temperaturas han bajado mucho.
—Pero…
—No hay peros, yo soy el maestro y yo decido.
Mi hija no había vuelto a su sitio, se quedó a mi lado,
observándola. Lenin se ofreció a sujetarle el florete para que
pudiera quitarse la máscara y los guantes.
—¡¿Cómo se te ocurre caerte?! —escupió indignada
Varenka.
—Pisé una placa de hielo, no fue adrede. —El labio
inferior de mi hija se movió descontrolado. Se había asustado,
se notaba en el temblor involuntario de su voz—. E-estoy bien,
V —le aseguró Sarka con una sonrisa templada.
Me dolía verlas así, sobre todo, porque sabía lo
importantes que eran la una para la otra, ojalá a Varenka se le
pasara el disgusto rápido.
—No sé en qué pensabas —le reprochó—. La competición
es el sábado y no podemos permitirnos ninguna baja.
Era su forma de decirle que casi se murió del susto. Reí
para mis adentros porque su reproche era un pequeño avance.
—La culpa no fue suya. Danilov —llamé al capitán.
Este dio la vuelta sobre sí mismo, estaba siendo felicitado
por Pavel y Yerik.
—¿Sí? —cuestionó con los labios apretados y una mirada
difícil de descifrar.
—¿Qué dice el reglamento sobre la brutalidad intencional
en un asalto?
—Expulsión del competidor.
—Exacto, tu ejercicio hubiera sido brillante si no hubieras
seguido cuando tu rival ya se había salido del límite y el punto
era tuyo. Tu comportamiento podría haber sido calificado de
antideportivo cuando seguiste arremetiendo contra ella
aproximándola al filo, pero ese último ataque fue
completamente innecesario, más aún, teniendo en cuenta que
ya te había dado el alto. Has perdido.
—Muy bien.
—¿Muy bien?
—¿Qué quiere que le diga? ¿Que no lo escuché? ¿Que me
dejé llevar? Elija la excusa que prefiera…
—Sube —mascullé cortante.
—¿Qué?
—¡Que subas! Tu ejercicio no ha terminado, ponte la
máscara de nuevo —desvió los ojos hacia Sarka sin
comprender—. No será contra ella, sino contra mí.
Necesitaba canalizar su ira, darle un golpe de realidad. No
había un modo mejor que enfrentándolo al origen de sus
males: yo.
Sarka me comentó que Lev estaba traumatizado por lo que
creía que había ocurrido con su exnovia y que le preguntó si
estábamos juntos.
Cogí mi florete y me coloqué.
—¿Y el arnés? —preguntó Sarka visiblemente alterada.
—No lo necesito —mascullé, esperando que el capitán
tomara posición.
—¡Claro que lo necesitas, papá! —gritó Varenka todavía
afectada—. ¡Mira lo que le ha pasado a la capitana!
—Aquí soy el maestro, Kovaleva, y a mí no me pasará.
Calla y observa.
—¡No voy a aprender nada de un padre muerto!
Sarka le pasó un brazo por encima de los hombros y mi
hija no se apartó. Quizá ella también necesitaba enfrentarse a
la posibilidad de mi pérdida, para valorar si prefería tenerme
en su vida o fuera de ella.
—Vamos, Danilov, que no tenemos todo el día, está
oscureciendo y me rugen las tripas. Al mejor de tres asaltos.
En garde!
Lev
Rabia, esa era la emoción que me consumía por dentro,
aderezada con ira y decepción.
La misma que me hizo atacar con rabia a Sarka sobre el
edificio, la que se cocinaba a fuego lento en mis entrañas y me
había llevado hasta la casa de Pavel después de ver cómo
Kovalev protegía a su amante.
Me trajo un chocolate blanco ruso, una mezcla de vodka,
kahlúa, crema y sirope de chocolate, servido con mucho hielo.
—Toma, capitán, hoy te mereces el trago. Menuda paliza le
has dado a Koroleva.
—Para lo que me ha servido… —rezongué.
—Bah, pasa del maestro, lo has hecho de puta madre. ¿Las
mujeres no quieren ser iguales? Pues la has tratado igual que si
hubieses luchado contra uno de nosotros. Porque sea tu rollo no
la has de tratar distinto.
—No es mi rollo, Sarka y yo ya no somos nada. ¿Sabes?,
quería hacerme creer que tú y Yerik estabais detrás de lo del
vídeo de la biblioteca. —Pavel alzó las cejas y dio un trago a su
bebida.
—¿En serio?
—Sí, después me vino con que si era una estupidez, que
estaba nerviosa, pero… No sé… —Tenía una sonrisa impostada
en el rostro. Lo que le había sugerido hizo mella en él—. Oye,
tú qué sabes tanto de informática… ¿Hay alguna manera de
mandar un vídeo como el de la biblioteca a mucha gente sin que
se sepa quién lo envía?
—Ya sabes la respuesta a eso, es lo que le hicieron a
Koroleva, ¿qué pasa, Lev? Sabes que puedes confiar en mí, eres
mi capitán y uno de mis mejores amigos, nunca te
decepcionaría.
—Si te enseño algo, ¿quedará entre nosotros? Todavía no
estoy seguro de si quiero hacerlo o no.
—Por favor… Por supuesto, antes de hablar me corto la
lengua, ¿qué es?
No llevaba el vídeo en el móvil, lo había subido a mi carpeta
segura de la nube porque me daba miedo perderlo o que cayera
en manos indebidas.
—Vamos a tu PC y te lo enseño.
81
Chantaje
SARKA
GAVRAEL
—¡¿En qué narices estabas pensando?! ¡Casi nos
cuestas la clasificación! ¡¿Ni un mísero punto?! ¿En serio,
Sarka? ¡Y tú eres la capitana! —rugí cabreadísimo con el mal
combate frente a sus compañeras.
Una cosa era que la quisiera y otra muy distinta que no
actuara como el maestro de esgrima, y en lugar de abroncarla
por tener una actuación paupérrima, le diera una palmadita en
la espalda.
No habló, se limitó a mantener la cabeza gacha frente a mis
reproches.
—Suerte que Dasha y Laika tuvieron una actuación
brillante, porque si fuera por ti, teníamos un pie fuera del
campeonato.
—Lo siento —masculló con los puños apretados.
—¿Que lo sientes? ¡No basta con sentirlo! No hemos
llegado hasta aquí para echar por tierra el esfuerzo de todas, ¡si
es que parecía que estuvieras comprada, cometiste errores de
principiante! ¿Puedes darnos una explicación para tu actitud?
—Estaba nerviosa —la excusó mi hija.
—¿Nerviosa? Los nervios se templan fuera de la pedana,
no es su primer combate y hemos hecho suficientes ejercicios
como para que lo de hoy fuera un paseo. ¿Qué ocurrirá cuando
nos enfrentemos a las del San George’s? —Las chicas de ese
instituto iban a muerte y eran nuestras mayores rivales—. No
me sirve esa excusa. O te lo tomas en serio o le doy tu puesto a
Laika. Tú decides.
Esperaba una reacción por su parte, un «he tenido un mal
día y no volverá a ocurrir». ¡Algo! Necesitaba que reaccionara
y que sus compañeras comprendieran que no iba a
mantenerme impasible frente a una actitud desganada. No era
propio de ella luchar de aquel modo, sin corazón y con la
guardia baja.
—Puede que sea lo mejor —concluyó, alzando la cabeza.
Su respuesta todavía me encabronó más. ¿A qué estaba
jugando?
—¿Estás de broma? ¡Tú eres nuestra capitana! ¡Te
queremos a ti, Sarka! ¿Verdad que sí, chicas? —preguntó
Varenka a las demás.
Las otras dos se miraron entre ellas, eran competitivas, no
les gustaba perder, así que la respuesta tardó en llegar más de
lo que había previsto mi hija y no iba envuelta en un lazo de
seda.
—Bueno, si no se siente preparada, igual es que no lleva
bien la presión y necesita volver a su puesto —sugirió Laika
—. No todas las personas sirven para el mismo sitio, ¿es o no
es, maestro? —Varenka resopló.
—Sarka, dile a Laika que se equivoca —la espoleó mi hija.
—Ahora mismo no puedo. Necesito una ducha, disculpad.
Se levantó derrotada, con la espalda encorvada y la mirada
perdida. Ella no era así, la conocía lo suficientemente bien, le
encantaba ganar, darlo todo, su actitud me hacía sospechar que
lo que pasaba iba mucho más allá de la pista. ¿Qué le ocurría?
¿Sería que Jelena le había dicho algo? La vi en las gradas y las
miradas que me dirigió me dejaron claro que lo sabía. Quizá
discutieron, aunque antes de llegar a las instalaciones, me dio
la impresión de que el acercamiento con mi hija la había
animado, si incluso estuvo cantando. Pero cuando salió a la
pista, todo había cambiado, su cuerpo gritaba rendición desde
que se puso en guardia.
Si hubiéramos estado solos, habría ido tras ella, la habría
cargado sobre mi hombro y nos hubiese metido a ambos bajo
el agua helada para que reaccionase y hablara. No era el caso,
no podía, y antes de que desapareciera, tenía que darles una
noticia.
—Sarka, espera un minuto, tengo que deciros algo a todas
más allá de echarte la bronca —mascullé. Ella se detuvo en
seco, pero no se dio la vuelta. Apoyó la mano en la pared de
baldosas y aguardó—. Esta noche habrá una pequeña cena de
gala deportiva en el instituto. —El resto de chicas
cuchichearon.
—¿Esta noche? —cuestionó Dasha—. Así, de golpe.
—Sí, lamento la falta de preaviso. El director ha quedado
con varios patrocinadores deportivos y ojeadores. Estarán
todos los alumnos destacables en sus disciplinas, por supuesto,
contamos con todas vosotras. No se os ha avisado antes
porque, en un principio, creímos que no haría falta el
alumnado, pero los invitados han insistido en conocer a las
estrellas.
—¿Y es necesario que vayan las estrelladas? —susurró
ella, mirándome de soslayo.
—Todo el equipo, Záitsev ha insistido.
—Muy bien. ¿Algo más?
«Sarka, ¿qué ocurre?».
—No, ya puedes ir a la ducha.
Esta noche se lo preguntaría y la consolaría, tenía una tarde
de lo más liada y no podía quedar con ella antes. Esperaba que
quisiera hablar conmigo después de la bronca, no siempre me
gustaba el papel que debía adoptar, y mucho menos si
implicaba ser duro y hacer que se sintiera mal.
Se internó en la zona de agua mientras yo felicitaba al resto
de chicas por su desempeño y me despedía hasta la noche.
La compensaría, sabía cómo hacerlo.
Me dirigí al pasillo y me encontré con la figura de Jelena
Koroleva frente a la puerta.
—Hola, cabrón —fue su saludo breve antes de que su puño
se enterrara en mi nariz.
Solté un improperio. ¡Podría habérmela roto! Menos mal
que no me dolía me hicieran lo que me hiciesen.
—Pero ¡¿qué cojones haces?! —rugí, ella sacudió su mano.
—Me ha dolido más a mí que a ti, pero me da lo mismo. Te
advertí que no te la tiraras y te has pasado mi indicación por el
forro de los cojones, a ver si desfigurándote consigo que mi
hija entre en razón.
—Esperé a que fuera mayor de edad, y se metió en mi
cama por propia voluntad.
—¡Solo faltaría que la hubieras violado! No, si encima
tendré que darte las gracias. ¡Puto tarado degenerado!
—¡Habla más bajo! ¡Te pueden oír! —la increpé.
—Cuando Jasha se entere, te va a partir cada maldito hueso
del cuerpo y te convertirá en una plasta inservible.
—Primero tendrás que decirle que le ocultaste que tiene
otra hija.
—No se lo oculté. ¡Pensaba que era tuya!
—Para el caso, le va a dar igual —comenté, apartando la
mano del rostro. Saqué un pañuelo y me limpié la sangre.
—Lo que no le va a dar igual es que te la hayas tirado, va a
crujirte las pelotas.
En eso estaba con Jelena, seguro que mi amigo no se
tomaba a bien que me acostara con su hija pequeña.
—La quiero —confesé sin vergüenza.
—Por favor… —bufó—. ¡Es una cría! Cuando ella tenga
mi edad, tú llevarás pañales porque no te aguantarás ni los
pedos.
—Es una mujer y tiene la cabeza muy amueblada.
—Te dejará por el primer universitario con el que se líe en
una fiesta.
—Correré el riesgo.
Ella hizo un gesto de disgusto y apuntó con el dedo índice
hacia mi rostro.
—Como sufra o alguien le ponga un dedo encima por tu
culpa, estás muerto —me amenazó.
—No esperaba menos de ti.
—¡¿Sabes a cuánto la estás exponiendo?!
—Eso depende del éxito de tu misión, para eso estás aquí,
¿no?
—No me cambies el tema de conversación, Gavrael.
—No lo hago. Tú eres la última pieza, si tienes éxito, el
cielo se abrirá para nosotros.
—O nos partirá un rayo si no lo tengo.
—Lo sabremos esta noche. —Los ojos me brillaron y
Jelena me observó renuente—. ¿Ha aceptado? —quise
corroborar.
—Como bien has dicho, si no, no estaría aquí. ¿Es que no
leíste mi tuit?
—Quería estar seguro.
—Pues ya lo estás.
—Me tengo que marchar, ten cuidado, Jelena —la cogí por
los hombros y le di un beso en la mejilla.
—El que debería tener cuidado eres tú, ya sabes lo que te
pasará como sufra por ti.
Me acerqué a su oído para hacerla rabiar.
—Ahora comprendo por qué a las suegras os tildan de
brujas, suerte que yo soy un diablo.
Me aparté con una sonrisa y me marché, dejándola
despotricar mientras me alejaba.
83
Tarde de compras
SARKA
Tatiana
Cogí el taxi, pero no me dirigí a casa, sino a un lugar
discreto y seguro.
Golpeé la puerta trasera, algo destartalada, de la vieja
lavandería ubicada en el barrio Dostoievski, uno de los más
pobres, con alto índice de delincuencia e inmigración.
Con la cadencia de golpes adecuada, esta se abrió.
Liu Yuen, el propietario del negocio, me esperaba al otro
lado, oteando la calle con perspicacia por si alguien me había
seguido. Con un firme golpe de cabeza, me hizo pasar en
cuanto estuvo seguro de que no era así.
Una vez dentro, alcanzamos la trastienda, en ella me
esperaban tres personas; Jasha, Gavrael y una mujer morena
de lo más atractiva.
—¿Qué hace aquí tu discípula? —preguntó ella sin un
ápice de amabilidad.
—Recoger lo que has venido a traernos —le informó
Jasha.
La morena me contempló de pies a cabeza, era guapa, alta
y de cuerpo esbelto. Su acento era inglés. Por su rostro, sería
incapaz de reconocerla, lo había cambiado demasiadas veces,
pero el timbre se parecía demasiado al de una persona que
conocía, mucho más joven y amiga de Sarka. Sabía por Jasha
que Víbora era capaz de modular el tono de voz, una técnica
ensayada por los mejores imitadores de su país, que le permitía
desaparecer y adoptar nuevas identidades con una facilidad
pasmosa.
Extendí la mano y ella me dio un apretón.
—Encantada de conocerte, soy Tatiana Lukashenko.
—Sé quién eres. A mí puedes llamarme Víbora, aquí todos
lo hacen, al fin y al cabo, es lo que soy, y lo que vengo a
traerte, puro veneno. —Abrió el bolso y extrajo una cápsula
cilíndrica—. Ten muchísimo cuidado.
La guardé en el interior del mío.
—Sigo sin ver que Jelena tenga que interceder —protestó
Jasha.
—Y yo sigo sin ver que te hayas arriesgado a volver antes
de la aniquilación —protestó Kovalev.
—Tenía que estar aquí, si algo sale mal…
—Nos ocuparemos de ello —lo cortó Víbora—. A mí me
hicisteis desaparecer durante un montón de años, perdiéndome
la crianza de mi hija, y no me he quejado.
—Si hablamos de crianzas, yo también me perdí la de la
mía —apostilló Mamba.
—Dirás las tuyas… —anoté, ganándome una mirada de
reproche por parte de Gavrael.
—¿Cómo?
—¿No se lo has dicho? —pregunté, fijando la mirada en
Kovalev.
—Pensé que era mejor esperar al final de la misión.
—¿Qué me estoy perdiendo? —se sumó Víbora, quien ya
había corroborado su identidad con el comentario que había
hecho. Era la madre de Varenka, se suponía que estaba muerta,
por lo menos, de cara al gobierno ruso y al inglés.
—Sarka. También es tuya, le hice unas pruebas de ADN.
—¿Tú le hiciste unas pruebas de ADN a Sarka? ¿Por qué?
¿Estaba enferma? ¿Necesitaba un trasplante? ¿Qué? —
cuestionó Jasha cortante.
—Porque Jelena me dijo que era mía, y yo… Bueno, ya
sabes que aquella noche compartimos cama los tres.
—¿No te apetecía ser padre de nuevo? —cuestionó Víbora
con voz seductora—. Pero ¡si tenías a Koroleva viviendo en tu
casa! ¿Qué más daba? ¿Acaso Jelena te pidió que le pasaras
una pensión?
—No, no es eso, necesitaba saber la verdad —comentó con
dureza. Víbora se relamió los labios rojos y su risa gutural nos
envolvió.
—No me jodas… Conozco esa mirada…
—¿Qué mirada? —Mi mentor estaba fuera de juego.
—No vayas por ahí… —le dijo Kovalev en tono de
advertencia. La sonrisa femenina se volvió todavía más
amplia.
—¿Alguien puede decirme de qué cojones habláis? —
estalló Jasha.
—Querido, con lo listo que eres, a veces no hay mayor
ciego que el que no quiere ver, me marcho, camaradas… Dile
a Jelena de mi parte que tenga cuidado de que no se abra
cuando se la meta —me guiñó un ojo.
—Lo haré —alzó la mano derecha para agitar los dedos
mientras se iba proclamando un «bye, bye, my friends».
Eso sí que era arrojar la piedra y alzar la mano.
—¡¿Qué ha querido decir?! —Mi maestro se puso frente a
frente con Gavrael, este se pinzó el puente de la nariz—. ¿Por
qué no me dijiste nada?
—Porque tenemos que centrarnos en lo importante, que es
la misión, los Siloviki quieren matarte y…
—¿Y? —Nunca había visto a ese hombre perder los
nervios, y ahora mismo hasta tenía un tic en el ojo izquierdo,
era de lo más divertido…
—Sabes que eres como un hermano para mí, que te debo la
vida…
—Sin anestesia, Gavrael —lo azuzó.
—Estoy con ella, la quiero, por eso necesité hacerle las
pruebas, y si vas a pegarme una paliza, evita la nariz, Jelena ya
se ha encargado de golpearme ahí.
El cuerpo de Kovalev se preparó para lo que él creía
inevitable, sin embargo, Jasha no se movió, se limitó a
observar a su amigo.
—La quieres… —susurró incrédulo.
—Nunca he sentido nada parecido por nadie, pero entiendo
que es tu hija y que quieras matarme.
En lugar de eso, una sonrisa se formuló en la boca de mi
mentor.
—¿Y por qué querría hacer yo eso? No hay un hombre
mejor en la tierra que tú, y si ella te ama, igual que mi Irisha
ama a Tatiana, no seré yo quien os lo impida.
Gavrael parpadeó perplejo. Ser testigo de aquella
conversación era todo un regalo que pensaba atesorar para
siempre. No había una persona más noble y generosa que
Jasha Kovalenko.
Agarró a Gavrael por los hombros y le dio un sentido
abrazo.
—Si alguien merece ser feliz, después de la vida de mierda
que ha tenido, ese eres tú. ¿Tengo que recordarte que Víbora te
engañó para quedarse embarazada, porque su país quería tener
una futura superagente doble, con la esperanza de que
heredara tu deficiencia genética? —Kovalev negó—. ¿Que
cuando el presidente se enteró, quiso matar a la madre y que tú
la ayudaste a escapar fingiendo su propia muerte? Les diste a
ambas una oportunidad, has criado a esa niña como si fuera lo
más preciado que tienes y la has protegido de todo y de todos,
dándole más tiempo a su reclutamiento. No hay un corazón
más íntegro que el tuyo, y si mi hija te ama, no voy a ser yo el
hombre que se oponga.
Me había emocionado. Estaba un poco más sensible de lo
normal desde que salía con Irisha. Las Koroleva tenían ese
don, te daban la vuelta como un calcetín, y ya no sabías qué
era el derecho o el revés, solo suplicabas por no perderlas
nunca.
No tenía ni idea de que la pretensión de Putin era reclutar a
Varenka, otra razón de más para que Gavrael quisiera librarse
del presidente, como todos nosotros, que su hija pudiera pasar
por lo mismo que él de pequeño no era plato de buen gusto.
—Me marcho, voy a llevarle la cápsula a Jelena. ¿Quieres
que le diga algo de tu parte cuando la vea?
—Dile que la espero esta noche en nuestra entrada una
hora antes de que se marche. Ella sabrá dónde es.
—Jasha… —masculló Gavrael.
—Ni se te ocurra decirme que es peligroso, eso ya lo sé,
pero su misión también lo es. Vosotros tenéis la culpa de haber
involucrado a la única persona que he querido, la madre de
mis dos hijas, así que no me digas que no merecemos estar ese
rato juntos, cuando su vida es la que más amenazada está por
lo que va a hacer.
Kovalev no añadió nada más.
—Se lo diré. Por cierto, Sarka tiene muchísimas ganas de
conocerte, ya sabe que existes, Irisha no ha parado de hablarle
de ti, es una chica brillante, con una mente privilegiada para
los enigmas, muy hábil con el florete y preciosa.
—Y yo añadiría con mal gusto para los hombres, igual que
su madre —bromeó.
Los tres reímos.
—Dile de mi parte que nos conoceremos en breve, el poco
tiempo que tendré esta noche será para su madre, pero en
cuanto pueda, concertaré ese encuentro. Gracias por todo,
Tatiana.
—No hay de qué.
85
Toda una vida
JELENA
—Hola —murmuré con el pulso acelerado al verlo tan
guapo como siempre.
Cuando regresé de la tarde de compras, con las chicas
perfectamente ataviadas llenas de bolsas y cajas, Tatiana me
pidió que me reuniera con ella un minuto para contarme lo que
había hecho durante la tarde y entregarme el objeto que
necesitaba.
Me puse muy nerviosa cuando llegó a la parte en la que
Jasha le daba el encargo de que me transmitiera que quería
encontrarse conmigo. Mi pulso se desató, igual que en ese
instante, y corrí escaleras arriba para arreglarme.
Muy cerca de la casa había una pequeña propiedad que mi
marido destinaba a albergar a alguno de sus hombres para
cubrir la entrada secreta a la casa. En la actualidad, estaba
vacía; cuando Jasha vivía con nosotros, era el lugar donde
manteníamos nuestros encuentros.
—Hola —respondió, aguardando a que llegara hasta él
para darle tres besos—. Estás preciosa, igual que siempre.
Me había arreglado con esmero, con un vestido dorado,
pendientes de rubíes y el abrigo de pieles sujeto en mis
hombros. Al presidente le gustaba todo lo que tenía que ver
con el oro, las joyas y los metales preciosos.
Llevaba el pelo recogido en un peinado elaborado que
favorecía mis facciones.
—Y tú sigues siendo un adulador. No creía que recordaras
este lugar.
—Sería imposible que olvidara algo concerniente a ti. —
Mi pecho se calentó—. ¿Vamos? —preguntó, cabeceando
hacia la casita.
—Hace años que está deshabitada, tendrá mil capas de
polvo y olerá a cerrado.
—Ya me he ocupado de eso —respondió, torciendo una
sonrisa que me supo a gloria.
Las mariposas regresaron a mi estómago en un revoloteo
sutil. Jasha me ofreció su brazo para acompañarme y que no
me resbalara con los tacones. Al rodear el fuerte bíceps, el
calor envolvió la yema de mis dedos, originando una subida
generalizada de temperatura en todo mi cuerpo.
Se me hacía extraño caminar junto a él de aquel modo y,
aunque el trayecto no fue muy largo, lo disfruté muchísimo.
Abrió la puerta para que pasara. Y me maravillé al mirar el
interior de la casita, tenía que haber pasado horas ahí dentro
para dejarla así. Fue como dar un salto cuántico de veinticinco
años al pasado.
Todo estaba igual que en nuestras citas. Las velas con
aroma a orquídeas encendidas, eran mis flores predilectas, y
un jarrón con tres de ellas decoraban la única mesa. No había
una mota de polvo. El calefactor estaba encendido para no
pasar frío en el interior. La cama tenía varios pétalos encima y
estaba cubierta por un edredón suave de pelo sintético.
Lo miré alzando los ojos para cabecear hacia el sugerente
lugar.
—¿Y eso?
—Pensé que te gustaría encontrarla como antaño.
—Um, ¿así que has puesto la cabaña tan bonita para
alimentar mis recuerdos y no porque quieras follar? —
Llamábamos la cabaña a la casita.
Si algo me gustaba de Jasha era que, aunque fuese un
hombre que había vivido mil vidas y sesgado cientos de ellas,
conmigo se sonrojaba y era capaz de atragantarse frente a mis
sugerencias. Siempre me pareció un rasgo adorable, que en un
mundo tan frío, duro y pretencioso como el nuestro existiera
alguien como él.
—Jelena, yo…
Lo tomé del cuello y me apreté contra su cuerpo, no tenía
dudas de que me deseaba y que a mí me ocurría lo mismo. No
tenía edad de tontear o marear la perdiz.
—No quiero perder el tiempo. Bésame.
No tuve que pedirlo dos veces, ya me preocuparía después
de retocar el maquillaje y los posibles estropicios que
ocasionara el revolcón en mi pelo.
No fue un polvo lento, ni dulce, nos teníamos demasiadas
ganas y el tiempo apremiaba. Aunque sí pude recrearme en su
mirada, la que abanderaba un brillo descarado lleno de un
amor que no pudimos vivir con plenitud. Ningún hombre me
miró jamás con ese anhelo puro y genuino, como si solo yo le
bastara para ser feliz. Normalmente, los hombres me
otorgaban miradas cargadas de lujuria, codicia y guarrerías, las
mismas que soportaría esta noche para conseguir dar fin a la
dictadura que sufríamos.
Cuando nos corrimos, me enrosqué sobre él deseosa de no
moverme a otro lugar. Con la uña tracé las nuevas marcas de
guerra que condecoraban su pecho, algunas eran muy frescas.
Jasha emitió un suspiro profundo con la piel perlada en sudor
y mi sabor en su boca.
—Sigues teniendo un cuerpo de infarto —admití,
disfrutando de sus músculos.
—No estoy como antes.
—Eso es cierto, estás mejor —sonreí, tirando del vello de
su pecho—. Los hombres de tu edad tienden a acumular peso
donde tú solo tienes abdominales.
—Ya sabes que siempre me gustó entrenar.
—En eso nos parecemos.
—Tú también estás genial. Si pudiera, me quedaría el resto
de la vida así, desnudo, sin preocupaciones, solo con tu piel
como abrigo. Aunque sé que no es ese el tipo de vida que te
gusta y jamás osaría darte menos de lo que mereces.
—¿Y quién dice que eso sea lo que quiero ahora mismo y
lo que merezco? —Apoyé la barbilla sobre su pectoral y lo
miré a los ojos, en ellos se formuló un interrogante—. A ver,
no voy a mentirte, me sigue gustando el lujo, pero quizá esté
buscando otra cosa que no he llegado a tener nunca.
—¿Pobreza?
—A ti, idiota.
Confesarlo en voz alta fue como liberarme de una carga
que había estado sosteniendo la mitad de mi vida. Vladimir
estaba muerto, nada me impedía estar con Jasha salvo él, y si
lo deseaba, estaba dispuesta a dar un paso al frente por lo
nuestro. El dinero no era algo que nos fuera a faltar.
Su corazón se aceleró bajo mi piel.
—Si lo de esta noche sale bien, ¿estarías dispuesto a que
nos diéramos una oportunidad?
—¿Estás de broma? ¿Y el italiano?
—Me conoces, Massimo solo es una buena compañía, mi
corazón no palpita del mismo modo cuando estoy con él. ¿Te
abrumo?
—Para nada —admitió, acariciándome el muslo—.
Siempre he querido un futuro a tu lado; cuando nos
conocimos, era imposible, si no nos hubiera matado tu marido,
lo habría hecho el gobierno, además, estaban los niños…
—¿Y ahora?
—Ahora creo que estamos listos, ya lo he dado todo por mi
país, es justo que me retire y me dedique a amar a mi familia
como merece desde algún paraíso cálido que nos acoja y nos
caliente el corazón.
—Para calentarte ya estoy yo. Por cierto, me gusta cómo
piensas —suspiré, besándolo en el lugar que latía su carne.
—Y a mí me gustas tú, nunca dejé de amarte, Jelena.
—Ni yo a ti. Tenemos quince minutos para repetir.
—Te equivocas, tenemos toda la vida, yo me ocuparé de
ello —murmuró antes de regresar a mi boca.
86
Juana de Arco
SARKA
GAVRAEL
Me había puesto de los putos nervios al escuchar a Sarka
enfrentándose al capitán, pensando en cómo había sido tan
estúpido, conociéndola como la conocía, de no haber sido
capaz de dilucidar que algo estaba mal desde que salió a la
pista.
¡Si estaba claro que ella no combatía así!
Había perdido por mí, no dudó en sacrificar su honor, y
encima dejó que la riñera delante de todos sin llevarme una
sola vez la contraria. Y, por si fuera poco, acudió al baño sola
para encubrirme, ¿y yo qué hacía? Reprocharle que hubiera
intentado solucionar las cosas cuando quien debería haber
estado a la altura de las circunstancias era yo. Su intención
había sido buena, pero el miedo por lo que le hubiera podido
ocurrir me hizo decir cosas que no sentía.
Tenía que encontrarla y disculparme. Sarka era la única
persona capaz de alterarme hasta tal punto que perdía mi
aplomo y mi sensatez.
Regresé al salón de actos, en el que se celebraba la cena,
un pelín desesperado. Eché un vistazo rápido por encima de
las cabezas, pero no la encontré. A quién sí vi fue a Danilov
agarrando a Pavel por la manga para tirar de él y arrastrarlo
con mala leche fuera del salón.
Me daba a mí que el capitán tendría más que palabras con
su amigo. Después me ocuparía de ese problema, ahora lo
único que me importaba era una chica rubia, de piernas largas,
amante de los enigmas.
Anduve hasta mi hija para preguntar si la había visto,
Varenka me comentó que no la vio desde que llegaron. ¿Dónde
estaba?
—¿Os habéis peleado? —preguntó al ver mi inquietud.
—Algo así. —Mi hija me sonrió cauta.
—Cuando Sarka se enfada, suele buscar sitios altos y al
aire libre, eso la relaja…
—¡La azotea! —exclamé, y Varenka asintió.
—Sería un buen lugar para ella.
—Gracias, hija —le di un beso en la frente y me marché
por donde había venido.
El invierno estaba en su punto más álgido, subir y salir al
exterior con la nieve acechando y en zapatos de tacón no era
de las mejores ideas que se le podrían haber ocurrido, aunque
yo tampoco estuve muy lúcido al golpear a un alumno. Estaba
demasiado irascible, esa noche nos jugábamos mucho y tenía
los nervios a flor de piel.
Esperaba con todo mi ser que Jelena tuviera éxito, de ella
dependía la tranquilidad de un país y que nosotros, por fin,
fuéramos libres. Andreev nos había prometido que los cinco
gozaríamos de impunidad y libertad total si el presidente caía
y él ocupaba su puesto.
Al fin y al cabo, era lo que los cinco buscábamos, ser libres
de una maldita vez sin preocuparnos de matar o morir.
Al abrir la puerta que daba a la zona indicada por mi hija,
como posible refugio de Sarka, en lo primero que me fijé fue
en las huellas que se hundían en la nieve en dirección a la
cornisa, el pulso se me disparó y volé hasta el borde.
Unos dedos se aferraban a él, y en cuestión de segundos,
dejaron de hacerlo.
Me tiré en plancha y agarré la muñeca por los pelos, si
hubiera llegado un segundo más tarde… No quería ni
pensarlo.
Sarka alzó la mirada azul cielo hacia la mía. Fue como un
disparo al corazón.
—No te sueltes —le pedí, tirando de ella, la piedra estaba
muy resbaladiza. Seguí estirando para alzarla, no iba a dejar
que cayera, no mientras me quedara un ápice de fuerza—.
Intenta ayudarte con los pies para que me sea más fácil —le
sugerí. Si conseguía afianzarse, no tendría que subirla a pulso.
—Patina —se quejó.
—Soy consciente. Vamos, capitana, sube hasta aquí arriba,
aunque solo sea para cerrarme la boca de una patada. Sé que
eres capaz de esto y de mucho más. No necesitas mi permiso
para actuar, antes me he comportado como un estúpido y te
doy las gracias por preocuparte y querer protegerme, no estoy
muy ducho en que alguien tenga esa necesidad por mí —
confesé—. El miedo ha hablado por mi boca, haz que me
trague mis palabras, demuéstrame que tienes razón y que
debería haber intuido que algo pasaba, no esperar a que me lo
contaras tú y me pidieras ayuda. Vamos, Sarka, arriba.
Ella se esforzó y yo hice acopio de toda mi fuerza hasta
que la tuve sana y a salvo entre mis brazos.
Estaba tiritando, necesitaba entrar en calor. La envolví en
mi cuerpo y le llené la cara de besos.
—Lo siento, lo siento tanto…
Mi boca buscó la suya con necesidad extrema y respondió.
Su lengua me supo a terciopelo. La quería, no tenía ninguna
duda de ello, el amor era el único sentimiento capaz de
volverme gilipollas.
—No debí subir…, pero necesitaba desestresarme y
airearme, se me cayó el florete y me resbalé pensando en
Aliona… ¿Sabes qué le pasó? No dejo de darle vueltas a si se
vio acorralada por Pavel, por el tema de los vídeos, y este la
empujó. ¿Lo ves capaz? —Negué.
—Aliona no era lo que parecía; cuando te dije eso, me
refería a que ella era una infiltrada de los Siloviki, venía a por
mí.
—¡¿A por ti?!
No era una conversación para mantener a la intemperie,
con la nieve cayendo sobre nuestras cabezas y Sarka a punto
de la congelación.
—Vayamos dentro, estás temblando.
La ayudé a ponerse en pie, me quité la chaqueta y la
coloqué sobre sus hombros, por lo menos, le daría algo de
confort.
—¿Me perdonas por lo de antes? —cuestioné, ajustándole
la prenda.
—Tendré en cuenta su petición, señor Kovalev, le
responderé en los próximos días, mientras tanto, tendrá que
conformarse con rezar para que sea así.
Sonreí, Sarka tenía esa extraña y maravillosa capacidad de
hacerme reír.
—Seguro que hay algún modo de acelerar el proceso,
señorita Koroleva —puntualicé, pegándola a mi costado para
caminar con ella.
—Puede, pero eso implicaría que me cuente todo lo que
sabe sobre la señorita Góluveba.
—Lo haré.
—Ahora.
Moví la cabeza afirmativamente, con todo lo que ya sabía
Sarka, no pasaba nada por un poco más de información.
Fuimos a mi despacho, allí no nos molestarían. Lo había
registrado de arriba abajo, no había ni un solo equipo espía.
Saqué del armarito una botella de vodka que guardaba para
emergencias y serví un par de tragos, para así acelerar su
proceso de entrar en calor.
No dejé que se sentara en una silla, la acomodé sobre mis
piernas para ofrecerle mi cuerpo como refugio.
La capitana desabrochó dos de los botones centrales de mi
camisa para colar la mano por aquel hueco y que la tibieza de
mi piel reconfortara la palma helada. Mi corazón golpeó
contra su mano y ella alcanzó uno de mis pectorales para
abarcarlo.
—Si haces eso, en lo que menos voy a pensar es en
hablar… —Mi entrepierna era muy facilona con Sarka encima
y sus dedos fríos trepando sobre mis tetillas.
Ella sonrió y se lamió los labios.
—Bueno, puede que para perdonarte también necesite algo
de esto.
Me retorció el pezón obteniendo un gruñido placentero de
mi parte.
—Voy a torturarte mientras me hablas de Aliona para
asegurarme de que no mientes, no mereces menos.
—Espero poder resistirlo, es una tortura de lo más
despiadada.
Ella sonrió y mi pecho se estrujó por dentro. Intenté
concentrarme mientras Sarka cumplía su promesa y se
deleitaba recorriéndome con avidez.
—No teníamos constancia de la existencia de Aliona. A
veces ocurre, los Siloviki entrenan a chicas en lugares
secretos, capaces de hacer caer al más terrible de los espías,
como pasó con tu padre cuando lo capturaron a él hace unas
semanas.
—¿La enviaron aquí a por ti?
—No exactamente. Una vez tuvimos un fallo de protección
en las comunicaciones de los Serpientes, se abrió un poro que
los condujo hasta el instituto. No soy el único profesor que ha
trabajado o trabaja para el Kremlin.
—¿Hay más? —Asentí conteniendo el jadeo cuando su
trasero se acomodó sobre mi entrepierna—. ¿Por ejemplo?
—Céline. —Ella puso los ojos en blanco.
—Cómo no —resopló.
—En resumen, Aliona iba en busca de Cobra, y su instinto
le decía que era yo.
—Más que su instinto, yo diría que lo que la llevaba hasta
ti es lo bueno que estás, porque follar contigo es un premio,
mientras que tirarse al profesor de historia, el peor de los
infiernos. Ese no es espía, ¿a que no?
—No —respondí con una sonrisilla traviesa—. Pero es
cierto que su principal motivación para seducirme, como
quedaba claro en la fotografía que era de la fiesta de verano,
era descubrir si era yo.
—¿Y caíste?
—Ya te dije que no.
—Lev me comentó que la vio follando con alguien en este
despacho.
—Ese alguien no era yo, puede que se tratara de Záitsev.
De él también sospechaba. La noche que la viste acercarse a
mí, la de su muerte, lo que me dijo fue: «sé que eres tú, Cobra,
y te voy a descubrir».
—¿Fue entonces cuando la seguiste hasta la azotea y la
empujaste? —Solté una carcajada ronca.
—No, fui al despacho, abrí una comunicación encriptada
para alertar a mis camaradas y avisarles de sus palabras. Si yo
caía, los demás tenían que librarse para poder llevar a cabo la
misión y para proteger a Varenka.
—Entonces, ¿no la seguiste ni siquiera después?
—Si tu pregunta es si yo la maté, no, he matado a
muchísima gente y también habría acabado con su vida, si no
fuera porque cuando regresé a la fiesta, ella ya estaba muerta.
—Hay un vídeo de la noche de su muerte, me lo mandaron
con un anónimo, en él se ve a Aliona en la azotea, cómo mira
hacia la puerta asustada. Yo creo que alguien la empujó,
aunque en el vídeo no se ve.
—¿Lo tienes?
—Sí.
—Lo necesito.
—¿Por qué?
—Porque, aunque no fuera yo, sí sé quién lo hizo. —Ella
me miró sorprendida.
—¿Quién?
—Víbora. Ella estaba muy cerca el día de la fiesta, había
quedado con Varenka para verla unos minutos.
—Un momento, ¿quién es Víbora?
—La madre de Varenka.
—¡Tu mujer está viva! —exclamó.
—No es exactamente mi mujer, ella también es espía… —
Le expliqué por encima lo que nos había unido, y que no
regresó a nuestras vidas hasta hacía unos años, cuando
Varenka fue lo suficientemente mayor para comprender los
motivos que nos empujaron a hacer lo que hicimos. Sarka
intentaba absorber todo lo que le contaba—. ¿Y por qué no me
dijiste nada del vídeo antes?
—Bueno, no parecías tener ganas de colaborar en averiguar
si lo de Aliona era un suicidio o no.
—Y seguías pensando que yo era el responsable.
—Sí, para qué te voy a mentir… —Me gustaba que fuera
tan descarada para responder, me daban ganas de follarla.
—¿Y, aun pensando que era un asesino de capitanas de
esgrima, decidiste que era buena idea enamorarte de mí?
—Siempre me han gustado los villanos, por ahí dicen que
mientras el superhéroe lo sacrifica todo por salvar el mundo, el
villano lo sacrifica por salvarte a ti, y me gusta mucho más la
segunda opción que la primera, llámame egoísta —ronroneó.
Sus labios besaron mi mandíbula.
Estaba cachondo perdido, llevábamos varios días sin follar,
y Sarka estaba preciosa con mi chaqueta puesta, adoraba que
se vistiera con mi ropa; si de mí dependiera, solo llevaría
puesta mi camisa blanca.
Con la mano libre, abrí el corte de su falda y me quedé
perplejo frente a las bragas de entrepierna abierta.
—¡Joder! ¡¿Qué te has puesto?! —Ella sonrió pícara.
—Ropa interior de fácil acceso, así no hace falta que me
las rompas.
—Baja un pie al suelo —le ordené deseoso de verla bien.
No le costó nada obedecer, separó las piernas para mí, su
sexo, carente de vello, brillaba jugoso.
Coloqué los dedos para esparcir su deseo recreándome en
aquella minúscula porción dura y palpitante.
—Mmm —susurró, buscando mi boca.
—Ahora no quiero besos, solo contemplarte y llenar mis
oídos con la música de tus jadeos. Mírame, Sarka, gime para
mí.
Su mirada celeste se trenzó a la mía a la par que mis dedos
la penetraban. Sus labios se separaron para jadear gozando de
mis atenciones.
—Eso es, preciosa, deja que vea cómo disfrutas…
Las caderas femeninas ascendían sin pudor mientras
ahondaba cada vez más en ella.
—Gav… —masculló. Adoraba aquel diminutivo.
—¿Qué?
—Te quiero.
—Y yo a ti, cariño, más que a nada en este mundo, además
de a mi hija.
Seguí penetrándola, disfrutando del sonrojo de sus
mejillas, de los ruiditos que emitía, de la untuosidad de su
vagina estrecha apremiada por mis dedos.
—Ayúdame a masturbarte, capitana.
Apartó la mano de mi pecho y bajó hasta su clítoris para
frotarlo con deleite mientras yo ahondaba en ella, uno, dos,
incluso tres dedos, cada vez más hondo, más hondo…
Su espalda se curvó hacia atrás.
Saqué las falanges empapadas y las llevé a su boca, las
deslicé sobre su lengua como si se tratara de mi polla, mientras
ella seguía acariciándose con mayor rapidez. Las sorbió,
chupó, lamió con codicia hasta que sus ojos estallaron en los
míos y su coño en sus manos.
La subí abrupto a la mesa, me bajé los pantalones, los
calzoncillos, y la penetré. Estaba empapada por su corrida, tan
caliente, tan húmeda, tan lista para mí. Iba a ser rápido, no me
preocupaba porque ya había alcanzado su orgasmo.
La mesa crujió bajo mis acometidas, sus piernas buscaron
anclarse a mi cintura mientras mis dedos se aferraban a su
carne.
—Fóllame —susurró imperativa—. Quiero que te corras
dentro.
¿Cómo iba a negarme a eso? El tono sucio y lascivo me
hizo alzarla para follarla a pulso con unas cuantas acometidas.
Sarka gritaba, era perfecta para hacerle todo aquello que
me gustaba porque parecía complacerla tanto como a mí. Volví
a colocarla sobre la mesa, esta vez llevando sus piernas a mis
hombros para penetrarla con mayor profundidad. Abrí la
chaqueta y saqué sus pechos perfectos por encima del escote.
Adoraba sus tetas y cualquier parte de su cuerpo.
Pellizqué las cimas rosadas para deleitarme en sus sollozos
y seguí hundiéndome sin reparos.
—Voy a correrme otra vez —anunció.
—Perfecto, porque yo también. Mírame, capitana.
Fue la primera vez que el orgasmo nos atravesó a ambos al
mismo tiempo, de un modo cálido y feroz. Nos follamos con la
mirada, con nuestros sexos y con el anhelo de un futuro
incierto.
El mundo nos pertenecía y nada ni nadie iba a separarnos.
88
Nos vemos en el infierno
JELENA
—Jelena.
—Presidente —lo saludé, dejando que sus labios se
posaran sobre mi mano.
—Tan hermosa y exquisita como siempre.
—Usted, que me ve con buenos ojos —comenté con una
sonrisa felina.
—Ven, hoy he preparado una velada de lo más especial
para ti.
Acomodó mi mano en su brazo y me acompañó a un salón
con una mesa central llena de comida y cubiertos para varios
comensales.
Él miró mi rostro esperando algún tipo de reacción.
—¿No cenamos solos? —Sonrió.
—No, esta vez, no.
Retiró la silla que quedaba al otro extremo de la mesa para
que me sentara. Eso me puso en guardia, las veces que había
cenado con él siempre quiso que ocupara el sitio a su derecha.
El presidente dio la vuelta y se sentó en su lugar. Uno de
los sirvientes nos llenó las copas de un champagne que no
había visto antes.
—¿Brindamos? —pregunté.
—Siempre que estoy con una mujer hermosa, brindo,
aunque contigo, Jelena, más que con ninguna. ¿Sabes? Esta
botella la guardaba para una gran ocasión como esta. Me gustó
tanto que me llamaras para recordar viejos tiempos. —Le
sonreí.
—Y a mí que aceptara verme. ¿Qué champagne es?
—Un Charles Heidsieck Shipwrecked 1907. Nicolás II, el
último zar de Rusia y buen aficionado a esta bebida, encargó
en 1916 una partida de este excelente champagne a la maison
Charles Heidsieck. Pero el cargamento nunca llegó a destino,
ya que el barco que lo transportaba fue hundido por un
submarino alemán en el transcurso de la Primera Guerra
Mundial, siendo encontrados sus restos, incluida una botella
de la partida, en el año 1997. Lo conseguí en una subasta.
—Vaya, qué historia más interesante, podríamos decir que
estamos ante una verdadera joya de la supervivencia.
—Sí, una joya para otra joya. Aunque si hablamos de
supervivencia, tú siempre fuiste una experta.
—¿Yo? —pregunté intrigada.
—Con un marido como el tuyo, con tantos enemigos…
Siempre supiste cubrirte bien las espaldas, en cambio,
Vladimir… —chasqueó la lengua.
—Le falló el corazón.
—Eso dicen… No obstante…, a mí no me cuadraba
demasiado su muerte, siempre fue un hombre que se cuidó
mucho, así que me pareció justo pedir su autopsia, ya que tú
no lo hiciste. Espero que no te importe. —Mi rictus se volvió
duro. Alcé la comisura izquierda de mi boca en una sonrisa
tensa—. Es curioso lo que uno puede llegar a encontrar…
—¿Y puedo saber qué encontró? —Sus ojos se
estrecharon.
—Batracotoxina, también conocido como veneno de rana.
Los indígenas del oeste de Colombia recogen especímenes
como la Phyllobates terribilis, las calientan sobre el fuego
para que el veneno gotee y puedan untar con él sus dardos y
flechas. Basta el equivalente a dos granos de sal para matarte.
—Vaya, ¿y eso comió mi marido? Pues me extraña, porque
nunca fue muy de comer anfibios. —Él rio de forma sutil.
—Ambos sabemos que esa sustancia no llegó a él por
accidente, es más, tenía un pinchazo casi imperceptible detrás
de la oreja.
—Pues aún me lo pone peor, no me topé con ningún
indígena colombiano que viniera a soplarle un dardo tras el
pabellón auditivo, puede que fuera un mosquito, o una puta de
la resistencia, ya sabe, ambos son un foco de infecciones. —El
presidente volvió a reír.
—Tu humor siempre fue refrescante. Tranquila, me
importa poco quién lo hiciera, o incluso si fuiste tú, ambos
sabemos cómo te trataba… Y la verdad es que Nikita está
siendo una V vor zakone excelente, ha generado muchos
ingresos para el régimen, estoy muy contento con sus
servicios.
—Me alegra oír eso, se lo diré de su parte.
—Por las mujeres Koroleva —brindó. Alzamos las copas y
bebimos.
—¿Y el resto de invitados?
—No tardarán… —Hizo un gesto para que me sirvieran el
plato—. Cuéntame una cosa, en la época en que te quedaste
embarazada de tu segunda hija, Irisha, ¿verdad? —Asentí—.
¿No tenías un guardaespaldas apellidado Kovalenko? —
Intenté mantener la expresión más sobria que pude.
—Mmm, de eso hace mucho, no lo recuerdo.
—¿No? Pues yo creía que te acordarías de él, estuvo
bastante tiempo a tu servicio, era uno de mis mejores hombres,
de hecho, yo mismo se lo cedí a Vladimir para tu cuidado por
sus habilidades. Recuerdo que una noche, en la que viniste a
una de mis fiestas privadas, él no te quitaba los ojos de
encima.
—Es lógico, el trabajo de guardaespaldas implica tener
siempre controlado al cliente, y más si la clienta es una mujer
como yo, pocos hombres pueden apartar la mirada de mí
cuando entro en una sala.
—Touché. Siempre me gustó que no tuvieras falsa
modestia.
Me llevé una porción de comida a la boca.
—¿Por qué me habla de él? ¿Pasa algo con ese tal
Kovalenko? —me interesé con tono de desidia—. ¿No me
diga que también lo mataron con veneno de rana? Ahora una
puede esperar cualquier cosa, últimamente hay muchísimas
muertes extrañas.
—No, no está muerto, aunque poco le falta para ello. Se
atrevió a desafiarnos a mí y al régimen, y ya sabes que no
tolero muy bien a los traidores.
—Entonces hará bien en matarlo cuando dé con él. Que sea
una muerte lenta y dolorosa. —El presidente alzó la copa y
bebió de nuevo—. ¿Me disculpa? Tengo que ir al baño un
momento.
—Por favor… —Él se levantó y uno de sus hombres me
apartó la silla para que yo pudiera alzarme sin dificultad.
Salí del salón.
Por dentro estaba temblando. Me daba la sensación de que
de alguna manera se había enterado de mis intenciones y
estaba jugando conmigo. Al presidente le encantaban ese tipo
de jueguecitos psicológicos.
El escolta me señaló la puerta y me dijo que me esperaba
fuera.
Una vez en el interior, me masajeé las sienes al pensar en
lo que había dicho sobre Vladimir. No fue fácil tomar aquella
decisión, aunque nada lo era. Estaba cansada de la vida que yo
misma había diseñado para mí, no quería seguir siendo el
jarrón, la pieza de cambio, la puta de Korolev. Y sí, puede que
hiciera una llamada y consiguiera uno de los venenos más
letales y difíciles de detectar para inyectárselo mientras dormía
y acelerar un poco un proceso que iba a ocurrir tarde o
temprano: su muerte.
No me arrepentía de lo que hice, ojalá lo hubiera hecho
antes. Su ausencia me devolvió la capacidad de elección,
recuperé el control de mi propia existencia, cambiar el verbo
deber por poder. Nada era equiparable a sentirse libre para
decidir.
Me subí la falda del vestido, me bajé las bragas, y ya
sentada en el retrete, extraje el cilindro metálico que llevaba en
el interior intentando no mancharme los guantes negros,
tampoco es que fuera a verse.
Era una bala vibradora, cuyo contenido serviría para darle
fin a uno de los tiranos más detestables del planeta.
La abrí y vacié el contenido con cuidado de no perderlo,
era tan minúsculo que asustaba.
Al regresar al salón, caminé hasta el presidente y me
acerqué a su oído. No podía fallar.
—Tengo un presente para usted —comenté, entregándole
un pequeño mando a distancia que había estado esperando su
turno en el bolso—. Pensé que le gustaría hacer más
interesante la cena. —Él cogió el regalo y presionó el único
botón con el pulgar. Una suave vibración zumbó en mi interior
—. Si quiere más intensidad, solo debe apretar de nuevo.
Tiene cinco niveles.
—Entonces le daremos al máximo —presionó cuatro
veces. El sonido era incluso audible debido al silencio de su
personal—. Sé que te van las emociones fuertes.
—Gracias, señor —comenté, dándome la vuelta para
regresar a mi asiento.
El presidente me lo impidió tomando mi muñeca
enguantada.
—Espera, uno de los invitados ya ha llegado y quiere
saludarte…
La puerta se abrió, Vasili Kuznetsov entró en el salón con
su mirada fría puesta en mi cuerpo. El horror me contrajo por
dentro, no había un ápice de amabilidad en sus ojos, al
contrario.
—Mi querido amigo Kuznetsov me contó que cenaste con
él y el resto de Siloviki cuando sufrimos un pequeño altercado
en Krestí. —Un sudor frío recorrió mi espalda.
—Em, sí, coincidimos no hace mucho, una pena que
tuvieran que marcharse tan rápido… Fue un placer
encontrarme con ellos.
—No lo fue —me cortó Kuznetsov—, pero lo va a ser —
espetó, y su movimiento fue rápido y preciso, me encontré con
el lateral derecho de la cara aplastado contra uno de los platos
—, zorra de Jasha Kovalenko.
«Lo sabían». No quise reflejar emoción alguna.
Se oyeron más pasos, el resto de los Siloviki habían
llegado, se sentaron en sus sillas para contemplar el
espectáculo.
—Camaradas, espero que disfruten de la cena y la ofrenda
—comentó el presidente—, nadie se ríe impunemente de
nosotros y no asume las consecuencias, por muy hermosa que
sea —agregó mirándome—. Uno de los hombres que disteis
por muerto logró escapar del incendio, se ha estado
recuperando de sus heridas en la tráquea y en las manos, por
eso no ha podido hablar antes, pero en cuanto lo hizo, ¿sabes
lo que nos dijo? —su mirada glacial estaba puesta en la mía—.
Que en el rescate había italianos. ¡¿Italianos?!
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—¡No me tomes por gilipollas! —exclamó, dando un
golpe sobre la mesa que hizo oscilar algunos platos—.
Sabemos que tu hija, su marido y sus familiares pasaron
convenientemente aquí las Navidades, además del hombre al
que ahora te follas. Puede que nos dieras por culo aquella
noche para salvar a tu otro amante, pero esta vez seremos
nosotros quienes le demos por el culo a su puta. Cuando
acabemos contigo, desearás estar muerta.
—Puede que yo desee estar muerta, pero usted también va
a morir, nos vemos en el infierno, Gospodin Prezident[13].
Fue tan placentero ver cómo se iba paralizando…
El veneno estaba impregnado en el botón del mando, no
era inmediato, pero una vez entraba en contacto con la piel y
esta lo absorbía, era imposible detenerlo.
Kuznetsov me subió el vestido, me separó las nalgas y
escupió entre ellas. Me daba igual notar su ponzoña en mi
carne, poco iba a durar.
En cuanto fue a desabrocharse los pantalones, presioné mi
anillo by Nonna, me incorporé y lo hundí en el lateral de su
cuello tirando de él para rebanarle la carótida. La sangre
caliente salpicó mi espalda.
Sus manos se debatieron entre ahogarme y ocuparse de su
propia herida, mientras que el plomo comenzó a atravesar mi
cuerpo; uno, dos, tres impactos.
«Te quiero, Jasha. Os quiero, hijas. Por una Rusia libre y
mejor». Aquel era el sentimiento más desinteresado que había
tenido en la vida.
Fue mi último pensamiento antes de que todo se volviera
oscuridad.
89
Fin de un imperio
Lev
Una cosa era que yo me planteara llevar a cabo una
amenaza, y otra muy distinta que otro lo hiciera por mí.
En cuanto vi a Pavel, lo agarré del brazo y le pedí que me
acompañara fuera.
—¡Es que has perdido el juicio! —exclamé zarandeándolo.
Él sonreía con socarronería.
—¿Qué pasa? ¿No te gustó mi regalito? ¿No te la chupó
bien? Vamos… Llevas caliente por esa perra todo el puto curso
y la semana que viene es tu cumple, pensé que te gustaría mi
ofrenda.
—¿Tu ofrenda? —Esto era alucinante. ¿Desde cuándo las
mujeres se regalaban?
—No es justo que se la folle otro que no seas tú, que te lo
curraste. Eres mi capitán, si alguien merecía darle con el estoque
a la zorrita de Koroleva eras tú.
—Pero ¡no así! ¡Yo no quería esto!
—¡Querías venganza! ¿Ya no recuerdas que viniste a mi casa
para que te ayudara? Me enseñaste cómo esa cerda se zumbaba
al maestro, igual que hizo tu ex, otra zorra de campeonato. No te
lo vas a creer, pero tengo un vídeo de Aliona con Záitsev,
tirándoselo en el despacho de Kovalev, el profe no fue el único.
—¿Aliona con Záitsev?
No daba crédito. ¿Y si Sarka tenía razón y me confundí? ¿Y
si la persona con la que estaba liada Ali era el director y no el
maestro?
—Oh, sí, a esa zorra le iban mayores. No te tortures, en el
fondo, te he hecho un favor. Es lógico que quisieras enviar su
vídeo a todo el mundo como hice yo cuando la magreaste en la
biblioteca.
Y ahí estaba, la segunda sospecha de Sarka confirmada, me
sentía un puto estúpido. Pero ¿qué clase de amigos tenía?
—¿Por qué lo hiciste? —No lo comprendía.
—¿Por qué? Porque no dejaba de husmear con lo de la
muerte de Aliona, tarde o temprano habría dado con lo de mi
negocio de los vídeos, quería que la expulsaran, por eso también
cambié la hoja de su espada. Dos faltas graves, una de decoro y
otra por poner en riesgo la vida de otro alumno. Expulsión
inmediata.
—¡¿Tú?! —pregunté horrorizado.
—Sí, aunque esa me salió mal, tú no quisiste poner una
queja, así que… En fin, da lo mismo, con el material que me
facilitaste, los echarán a ella y a Kovalev. Mataremos dos
pájaros de un tiro.
—¡Estás loco!
—¿Yo? ¡Venga ya! ¿Qué pasa? ¿En lugar de comerte la polla
te ha sorbido el cerebro? Acudiste a mí porque sabías que era el
único capaz de hacerlo, eres igual que Yerik y que yo, por eso
somos amigos. Si no te ofrecí entrar antes en nuestros juegos fue
porque estabas pillado por Koroleva. Ahora nada te lo impide.
Podrás follar con la que quieras, sin exigencias, sin límites.
Tendrías que ver las guarradas que son capaces de hacer esas
putitas por miedo a que se lo chivemos a sus padres.
—¡Eres un puto cerdo! ¡¿Qué pasa con Dasha?!
—No me vayas de remilgado. Dasha queda bien en las fotos
del anuario, necesito una chica con clase para salir a cenar, o
llevarla a fiestas importantes. A ella no le pasará nada, siempre
y cuando no meta las narices donde no la llaman y sepa
mantenerse fuera de mi espacio. Respira hondo y piénsalo bien.
En el fondo, todas son iguales, yo lo único que hago es darles el
uso que merecen y ganar una pasta con ello, no tienes idea del
dineral que da todo esto. A la mierda los estudios, no quiero ir a
la universidad, solo forrarme a base de tetas, culos y coñitos
fáciles. Dime una, la que quieras, y te la consigo para esta
noche. ¿Quieres que se parezca a Koroleva pero en dócil?
Alcé el puño y lo hundí en su rostro.
—¡Te voy a denunciar! ¡Pedazo de mierda! —rugí. Él
intentó devolverme el puñetazo, pero lo esquivé y volví a hundir
mi puño en su abdomen dejándolo sin aire.
Yerik corrió hacia mí, al igual que Laika, Dasha, Varenka y
Sarka. Quienes aparecieron secundándolo.
—¡¿Qué cojones haces?! —me preguntó mi mejor amigo,
agarrándome de la mano.
—¡Suéltame, tú eres igualito que él!
—¡No! —gritó Sarka—. Te equivocas. Yerik es distinto.
—No, no lo es, me lo ha confesado Pavel, yo no tenía ni idea
de lo que estos dos les hacían a las chicas. ¿Me crees? ¡Necesito
que me creas, joder!
—Él no lo sabía —corroboró Dasha—, ya estoy cansada de
callar por miedo. Tenías razón, Sarka, yo era la de los anónimos
y el vídeo que te mandé.
—¿De qué hablas? —bramó Pavel desquiciado.
—La noche que murió Aliona, yo estaba en la azotea con…
—miró de soslayo a Laika. Esta alzó la barbilla.
—Conmigo. —Todos las miramos.
—Pero ¡si dijisteis que estabais en el baño cuando os
preguntaron! —exclamé.
—Porque no podíamos decir que nos estábamos enrollando
—vomitó Dasha—. No nos gustó, solo sentíamos curiosidad por
besar a otra chica, vimos una peli y quisimos probar. Nos
estábamos grabando porque estábamos haciendo las chorras y
escuchamos que alguien abría la puerta de la azotea. Nos
escondimos. —Laika tenía las mejillas enrojecidas—. Era Ali
con su florete. Seguí grabando porque verla manejarlo era un
lujo, y porque me daba miedo hacer cualquier ruido que la
llevara a preguntar qué estábamos haciendo. Se volvió al
escuchar el sonido de la puerta, alguien más estaba allí, Aliona
se giró a la par que se escucharon pasos y ella cayó al vacío.
Cuando la persona volvió a alejarse, sentimos miedo y nos
marchamos corriendo. No nos hizo falta borrar las huellas
porque el tejado estaba limpio de nieve.
—¿Y visteis de quién se trataba? —me interesé.
—No —contestó Dasha—, ni lo captó la cámara.
—Seguro que fue Pavel —intercedió Laika—, nos tenía a
todas grabadas… Lo escuché amenazándola para montárselo
con ella en el baño, le dijo en la fiesta que o lo hacía, o le
mandaría su vídeo con el director a sus padres. Igual Aliona se
negó, subió enfadada para airearse y él la empujó.
—¡Yo no lo hice! ¡¿Es que os habéis vuelto todos locos?!
—La mataras o no, se te acabó el chollo de chantajear a
nadie —lo amenazó Sarka.
—¡Yerik! —prorrumpió Pavel, buscando algún tipo de
soporte.
—Yerik está de nuestro lado —comunicó Varenka, dándole
un abrazo—, es del Servicio de Inteligencia, estaba infiltrado
para destapar el entramado de los vídeos que se subastan en la
Dark Web, se os acabó el negocio, a ti, a tus padres y al director.
¡Se terminó, Pavel!
—¡No tenéis pruebas!
—Ya lo creo que las tenemos. Esto es un colgante con
microcámara —anunció Sarka, alzando su medallón—. ¿Te
suena? No vas a salir en la puta vida de la cárcel, veremos ahora
quién es la putita de quién.
Pavel intentó escapar, pero Yerik y yo lo bloqueamos. Puede
que me hubiera equivocado con mi manera de actuar porque
estaba dolido, celoso y despechado, sin embargo, ahora no iba a
hacerlo. Ser una mala persona no entraba en mis planes.
Sarka se acercó a mí con una sonrisa afable.
—Siento haberte utilizado y el daño que te hice, quiero que
me perdones de corazón.
—Yo también siento mucho lo que hice, no debí grabaros
por mal que estuviera. Tomé una mala decisión en un momento
en el que estaba ofuscado, ¿puedes no tenérmelo en cuenta? Te
prometo que ese vídeo nunca verá la luz.
—Te lo agradezco.
—Soy yo el que te da las gracias; si no hubiera sido por ti,
no sabría la verdad.
—¿Amigos? —preguntó con incertidumbre de que la fuera a
rechazar.
—Amigos, y ahora, si me disculpas, vamos a ocuparnos de
este elemento.
—Mi padre os echará una mano —comentó Laika—. ¿Qué
tal si lo encerramos con el director en la sala de material del
gimnasio? Sé cómo hacerlo para que Záitsev vaya hasta allí por
propia voluntad.
—¡Hagámoslo! —celebró Dasha entusiasmada.
Bien estaba lo que bien acababa, ya se encargaría la policía
de averiguar si Pavel era quien terminó con la vida de mi ex, y
si era así, esperaba que en la cárcel se la devolvieran con creces;
como decía Sarka, a ver quién era la putita de quién.
91
Mujer diamante
SARKA
Tenía el corazón en un puño.
Irisha fue a buscarme al instituto porque algo le había
pasado a mi madre.
Había recibido una llamada urgente de Gavrael dándole
una dirección.
No tenía ni idea de que ella estaría con Gav.
Se marchó del despacho comentándome que después de
esta noche todo mejoraría, que me lo prometía, que no me
separara de Varenka y que cuando terminara la cena, fuéramos
a mi casa, y ahora estábamos en el interior del coche, con
Vasile conduciendo como un loco, porque Irisha no dejaba de
decirle que pisara el acelerador.
Tenía un nudo en la garganta y un pálpito de que la cosa
era seria, sobre todo, cuando, en lugar de ir a un hospital,
nuestro hombre de confianza se metió en un aparcamiento
subterráneo para acceder al ascensor de un edificio que no
parecía tener servicios médicos.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.
—Es la dirección que me dio su hermana, señorita
Koroleva —respondió Vasile, pulsando el botón para llamar al
ascensor.
Contemplé a Irisha con extrañeza.
—Mi padre tiene un médico privado al que acude cuando
se trata de cosas delicadas —comentó mi amiga sin tapujos—.
Jelena estará en las mejores manos si la ha traído aquí. Él dice
que no hay un profesional en San Petersburgo como el doctor
Klein, lo llama el Doctor Milagro.
En el interior del ascensor era incapaz de controlar el
temblor que recorría mi cuerpo. Mi hermana me atrajo hacia
ella y me pidió que me tranquilizara, mientras que Varenka me
agarraba de la mano; no podía sentirme más arropada y
temerosa al mismo tiempo.
Cuando llegamos a la planta del médico, Gavrael nos
estaba esperando en la puerta, no lo dudé y me arrojé a sus
brazos muerta de preocupación.
—¿Cómo está?
—Ha necesitado una transfusión, su estado es delicado,
pero el doctor está obrando su magia.
—¿Transfusión? —preguntó Irisha con la voz quebrada—.
¿Aquí hay banco de sangre?
—No, pero Jelena y yo compartimos grupo sanguíneo.
Una voz ronca que no reconocí tronó desde la pequeña
salita de espera que quedaba a la derecha. Un hombre
atractivo, vestido completamente de negro y de la edad de mi
madre, estaba sentado con la manga derecha del jersey
arremangada. Presionaba un algodón en la zona donde
debieron pincharle. Nos miraba entre preocupado y exhausto.
Tenía unas arrugas en los extremos de los ojos que se
marcaban con profundidad.
—¡Papá! —exclamó mi hermana, entrando en la estancia.
Irisha fue en su busca para acuclillarse y abrazarlo. Aparté
la cara del torso de Gavrael y fijé mi mirada en aquel extraño
que cerraba los ojos al sentir el contacto de mi hermana.
No quería abandonar el refugio seguro de sus brazos, pero
me generaba demasiada curiosidad aquel desconocido. Me
aparté de Kovalev, y este me dedicó una sonrisa suave.
Caminé hacia ellos sin invadir su espacio, porque, aunque
sabía que aquel tipo era mi verdadero padre, no se había
obrado ningún tipo de magia a través de la cual pudiera sentir
un vínculo especial entre nosotros.
—Hola —lo saludé, prudente, cuando separó los párpados
y fijó la vista en mí. Irisha se hizo a un lado para que pudiera
verlo bien.
—Hola, soy Jasha.
—Sarka —respondí.
—Lo he imaginado, eres igual que Jelena, bueno, todas os
dais un aire con ella, pero tú… Es como viajar en el tiempo.
—Espero que sea un viaje agradable —dije con una mueca
que quería asemejarse a una sonrisa, pero que no llegó ni a
media.
—Pensar en tu madre siempre lo es. Imagino que esto es
bastante extraño para ti. Ya sé que te han dicho quién soy, y en
mi favor te diré que no tenía ni idea de que era padre de otra
hija.
—Sí, bueno, todo ha sido bastante extraño, no te sientas
muy culpable, mi madre tampoco sabía que tú eras mi padre.
—Algo me han comentado —musitó, desviando la
atención hacia Gavrael.
—¿Puedo saber qué le ha pasado?
—Que ha dado su vida por la libertad de todos —resumió.
—Está…
—¿Muerta? —Asentí con miedo—. No, el doctor está
trabajando muy concienzudamente para que nos dé guerra por
muchos años. Yo nunca he creído en Dios, pero sí tengo fe en
Jelena Koroleva. Lo que no consiga vuestra madre, no lo
consigue nadie. Deberíais sentiros muy orgullosas de que os
diera la vida, porque una parte de ella, ocurra lo que ocurra,
siempre latirá en vosotras.
Hacía solo unos minutos que conocía a Jasha Kovalenko, y
ya me quedaba claro lo que veía mi madre en él. Vladimir
Korolev nunca le habría dedicado unas palabras tan llenas de
amor y admiración como esas. La quería, del mismo modo que
yo amaba a Gavrael o Irisha a Tatiana.
—Gracias por tus palabras —fue lo que me salió. Irisha le
cogió de la mano, y yo me senté en la silla que quedaba a su
lado izquierdo.
Gavrael y Varenka no quisieron irse a casa, se acomodaron
en los asientos vacíos que quedaban enfrente. Los minutos se
hacían eternos, el tiempo no tiene piedad cuando se trata de los
enfermos.
Una hora más tarde, Tatiana, acompañada de una mujer
morena, llamó al timbre y trajeron la buena nueva.
—Todos los canales de televisión se hacen eco de la
matanza del Kremlin y la muerte de su líder. El primer
ministro Andreev ha concedido una rueda de prensa urgente
—comentó Tatiana—. Es el único Siloviki que queda con vida,
y por ello anunció que asumía el cargo de presidente de
manera provisional, aunque todos sabemos que será el nuevo
líder de Rusia.
—¿Cumplirá con su promesa? —inquirió Varenka,
mirando a la mujer morena.
—Eso dijo, que nos garantizaba que los hombres y mujeres
que lucharon a su lado por una Rusia libre gozarían de total
impunidad y les sería otorgada la vida que merecían.
Mi amiga se abrazó a ella y esta le besó el pelo con cariño.
Tras la muestra de afecto, Varenka quiso presentarme a su
madre.
—Es un gusto.
—Igualmente, mi hija siempre habla maravillas de ti.
—Gracias, aunque no sé si todas serán ciertas.
—Deben serlo si has logrado conquistar a ese cascarrabias
de ahí —musitó, cabeceando hacia Kovalev.
—No te pases, Amelia —le reprochó este.
—No te pareces mucho a la mujer que acompaña a
Varenka en la única foto que conserva de ti… —solté sin
darme cuenta de que podía ser un tema difícil. No era de
extrañar aquel cambio tan abismal, porque, según ella misma,
había necesitado varias operaciones de cirugía estética para
llevar a cabo algunas de sus misiones más peliagudas. Víbora
se había sometido tantas veces al bisturí que llegó un momento
en que se hizo irreconocible hasta para sí misma.
—Lo que importa es el interior —murmuró Varenka—.
Como en La Bella y la Bestia, si miro dentro de ti, es
imposible que no te reconozca —dijo a su madre, dedicándole
una sonrisa cargada de amor.
Su madre la miró con orgullo. ¿Llegaría alguna vez a
pasarme lo mismo con Jasha Kovalenko? ¿Que lo reconocería
como mi padre y afloraría ese sentimiento? Ojalá fuera así.
Gavrael le pidió a Amelia que se llevara a V a su casa, y
pese a las reticencias de mi amiga por no querer abandonarme,
insistí en que era lo mejor, que su progenitora tenía cara de
cansada y que ambas se merecían una noche de madre e hija.
—Seguro que Jelena se pondrá bien, es una todoterreno,
mañana te llamo. —Me dio un sentido abrazo—. Te quiero, S.
—Y yo a ti.
Besó a su padre, se despidió de mi hermana y de Jasha, y
se marcharon juntas.
Mis ojos buscaron los de Gavrael, me sentía tan
acongojada, tan perdida, que no sabía qué hacer.
—¿Por qué no vas con él? Se nota que lo necesitas más que
a nada —masculló mi nuevo padre en un murmullo al tiempo
que me daba un suave apretón en la mano.
No es que necesitara su permiso para ir con Kovalev, pero,
aun así, su sugerencia y aquella caricia —por qué no
reconocerlo— me llenaron de alivio.
Irisha y Tatiana se daban consuelo mutuo, yo tenía la
misma necesidad.
Me levanté para ocupar la silla en la que había estado
Varenka y coloqué mi cabeza sobre su pecho, con el fuerte
latido de su corazón acunando mi oreja. Rodeé su cuerpo con
mis brazos y él hizo lo mismo con el mío. Era mi pilar, mi
salvavidas, el hombre con el que me apetecía estar y que me
hacía sentir segura.
El médico tardó un par de horas más en salir de quirófano.
Cuando lo hizo, llamaron de nuevo a la puerta. Tatiana fue a
abrir, y el tifón Nikita entró pidiendo explicaciones.
—¡¿Qué cojones le ha pasado a mi madre y por qué la han
traído aquí?! —parecía desquiciada, Romeo estaba a su lado y
le pedía que se tranquilizara, también Massimo pasó al interior
de la clínica con cara de preocupación.
—El doctor estaba a punto de informarnos de su estado —
intervino Irisha—, deja que nos lo cuente y después hablamos.
—¡Si ya sabía yo que este viajecito no era normal! —
rezongó—. Desembuche, ¿cómo está?
El médico contempló a mi hermana, así como al resto de
todos nosotros.
—He hecho todo lo que estaba en mis manos, las próximas
cuarenta y ocho horas serán vitales. Sigue viva, que ya es
mucho, solo podemos esperar, y si son creyentes, recen, toda
ayuda es poca en un estado tan delicado como el suyo.
—Gracias, doctor —proclamó Jasha, ganándose la
atención de Nikita y Massimo.
—¿Podemos pasar a verla? —preguntó Irisha.
—Solo unos minutos, háganlo por turnos de dos en dos o
de tres en tres, máximo dos minutos por grupo.
—Está bien —aceptó Nikita.
—Entrad vosotras tres —comentó Jasha. Mi hermana
mayor asintió.
Trencé los dedos con Irisha porque necesitaba aferrarme a
alguien.
En cuanto estuvimos frente a mi madre, conectada a
aquellas máquinas y con la cara salpicada todavía en sangre,
empezaron a picarme los ojos.
Nikita apretó los puños. Su actitud hierática trastabillaba.
Irisha se dirigió al baño en busca de una toalla húmeda para
limpiarle la cara, y yo me senté a su lado, conmovida ante la
fragilidad de una mujer que parecía construida en diamantes.
—¿Se puede saber cómo se te ocurre embarcarte en algo
como esto? Tú, que no mueves un dedo para no romperte una
uña, se te ocurre colgarte la capa de superheroína por una
Rusia libre y sin avisar. ¡Que cuando me pediste a mis
hombres y a los de Romeo yo creía que te ibas a quedar al
margen! Pero ¿en qué demonios pensabas? Si te crees que por
morirte vas a librarte de tus responsabilidades de abuela, ¡lo
llevas claro! Que las que son como tú no suben al cielo, que te
va a tocar estar vagando por la tierra y salvándonos el culo
como ángel de la guarda, y te recuerdo que tú siempre has
dicho que a ti las plumas no te van.
Si mi madre no hubiese estado al borde de la muerte, me
habría echado a reír. Nikita era única dando ánimo.
—Lo que Niki pretende decirte —tradujo Irisha, pasándole
con cuidado la toalla mojada—, es que no puedes dejarnos,
que aunque no te lo digamos mucho, porque nos has criado a
tu imagen y semejanza… —Mi hermana mayor resopló—. Te
queremos y te necesitamos.
Una lágrima insolente se descolgó de mi ojo a la par que a
Nikita parecía haberle entrado algo en el suyo.
—Y también está Jasha —me apresuré—. Mamá, tendrías
que verlo, está tan preocupado por ti y dijo unas cosas tan
bonitas. No me extraña que te hayas pasado toda la vida
enamorada de él, porque es un hombre de los que llegan para
quedarse. Te prohíbo que te vayas para dejarlo solo, Andreev
es presidente en funciones y Amelia dice que ha indultado a
todos los que tuvisteis algo que ver con la caída del líder. A un
hombre así no van a faltarle candidatas para consolarlo, y fijo
que se le echa una al cuello que no sabe combinar a Gucci con
Prada. —Un sacrilegio, según Jelena Koroleva.
—Nos haces falta, mamá, —prosiguió Irisha.
—Y a tus nietos, aunque no les dejes llamarte abuela —se
sumó Nikita, sentándose a nuestro lado—. Lucha y
demuéstranos de qué pasta estás hecha y que siempre nos
superarás a todas, que a ovarios no te gana nadie.
No sé si mi madre nos escuchó, pero yo creí ver cómo las
comisuras de sus labios se alzaban en una sonrisa y sus dedos
me ofrecían un ligero apretón.
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[1] Milaya: cariño en ruso.
[7] Ded Moroz y Snegúrochka: personajes rusos que vendrían a ser Papá Noel
(Abuelo del Frío), y su nieta Snegúrochka (la Doncella de las Nieves). Son los
encargados de traer los regalos.
[8] Ya lyublyu tyebya: Te quiero mucho, en ruso.