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Prof.

Cecilia Komar Varela 4to año - 2022


(Colab. con la prof. Eleonora Gonano)

GUÍA N°10
El Quijote de 1615
¡Buenas! En esta clase lo que vamos a hacer es trabajar el prólogo del segundo tomo de
esta obra de Cervantes, antes de que se termine el año. Como ustedes ya saben, Cervantes
publicó dos tomos del Quijote, uno en 1605 y uno en 1615. Si bien él tenía pensado escribir una
segunda parte cuando vio la espectacular recepción que tuvo la primera, se tomó su tiempito
en hacerla, ¿no? Diez años tuvieron que esperar sus lectores/as para conocer cómo seguía la
historia de este hidalgo loquito y su escudero.

Al igual que con la primera parte, la segunda se inaugura con un prólogo, que empieza
de una manera bastante particular:

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector
ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas
y vituperios del autor del segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen
que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! (p. 608 del PDF)

Evidentemente, estas palabras están haciendo referencia a un hecho previo a la


publicación, y así es. Este hecho es la publicación de un segundo tomo del Quijote, que salió en
1614, y que no fue escrito por Cervantes, sino por el Licenciado Alonso Fernández de
Avellaneda. Miren la tapa de ese ejemplar:
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Esta novela no tuvo mayor revuelo con su publicación. Apenas tuvo dos ediciones en
1614, aunque esto seguramente se deba a que en 1615 salió el segundo tomo del Quijote,
ahora sí escrito por Cervantes.
Pero tenemos que hablar de este Quijote de Avellaneda no por el éxito que haya o no
tenido, sino por el lugar de privilegio que Cervantes le otorga en su propia obra. Veremos que
esta obra aparecerá incorporada a la ficción a partir del capítulo 59 1, y aparece de manera muy
destacada en el mismo Prólogo que antecede al Quijote cervantino.

¿Quién era Avellaneda?

Ya en la época en la que se publicó esta obra, se sabía que “Avellaneda” era en realidad
un seudónimo. Se supone que Cervantes sabía quién era este “Avellaneda”, pero nunca lo dio a
conocer.
Hay diferentes versiones respecto de la identidad de este hombre. Una de las versiones
más aceptadas indica que este autor de la segunda parte falsa del Quijote era en realidad un
feroz enemigo de Cervantes, llamado Jerónimo de Pasamonte. Este Jerónimo era…

“un soldado aragonés que compartió cautiverio con Cervantes, al que le usurpó méritos
atribuyéndoselos a sí mismo en una autobiografía que provocaría el que en el primer
Quijote se le llamase ladrón (en la figura de Ginés de Pasamonte), y posteriormente
una revancha vengativa suya escribiendo ese falso Quijote.”2

¿Les suena el nombre “Ginés de Pasamonte”? Debería, este personaje aparece en uno
de los capítulos de la primera parte que leímos, y tiene varias apariciones a lo largo de las dos
obras de Cervantes. Así que este segundo tomo del Quijote (el de Cervantes, el “verdadero”)
viene precedido por una rivalidad bien real: Jerónimo se adjudica méritos que fueron de
Cervantes, Cervantes lo escracha como ladrón en el Quijote de 1605, y Jerónimo escribe un
segundo Quijote, antes de que salga el verdadero “segundo”, en donde no dice cosas muy
bonitas de su autor. Si esta historia es la real, es espectacular.

El prólogo al Quijote de Avellaneda

Para poder leer y entender con claridad lo que Cervantes escribe en el Prólogo de 1615,
es necesario hacer una pasada por el Prólogo del Quijote de Avellaneda, porque ambos textos
están dialogando.

1
Cervantes en 1614 ya tenía gran parte de su obra escrita, por supuesto. Lo interesante es que, como se sabe,
cuando salió la obra de Avellaneda, Cervantes tenía escritos 59 capítulos, que iban a ser la totalidad de su obra.
Como ustedes puede observar, el segundo tomo del Quijote tiene 74 capítulos en vez de 59. Todo esto nos permite
verificar en qué momento de la composición se encontraba Cervantes cuando apareció el Quijote de Avellaneda.
Como la crítica se empeña en destacar, el mejor propagandista de esta obra de Avellaneda fue el mismo
Cervantes.
2
Extraído de Rodríguez Cacho, L. (2009), Manual de historia de la literatura española 1. Siglos XIII al XVII, Madrid,
Castalia.
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Veamos entonces algunos fragmentos del prólogo de Avellaneda, que comienza de la


siguiente manera:

Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha,


no puede ni debe ir sin prólogo; y así, sale al principio desta segunda parte
de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a
su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra y más humilde que el
que segundó en sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco
ingeniosas.

Bueno, sale un poco con los tapones de punta contra Cervantes. Evidentemente, hay
broncas acumuladas. En primer lugar, acusa a Cervantes de agredir a sus lectores con el prólogo
del Quijote; probablemente, este comentario se deba a esa jugarreta que Cervantes incluye en
su prólogo con la figura del “amigo”, la cual podría tomarse como cierto menosprecio a los/as
lectores/as, si se tomaran en serio todo ese juego que construye.
Cuando Avellaneda dice que su prólogo es más humilde que el de las Novelas de
Cervantes, hace referencia a una serie de novelas cortas que Cervantes había publicado en
1613, las Novelas ejemplares.
¿Por qué dice Avellaneda que es más humilde que Cervantes? Miren lo que dice
Cervantes en su prólogo a las Novelas ejemplares:

…yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas
novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas
estranjeras, y éstas son mías propias…

Algo de razón tendría Avellaneda, suena un poco soberbio Cervantes, ¿no? Podríamos
darle un puntito. Pero después se vienen los insultos, y ya no cae tan bien. Sigue Avellaneda:

No le parecerán a él lo son las razones [los argumentos] desta historia, que


se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles
relaciones que a su mano llegaron —y digo mano pues confiesa de sí que
tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como
soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que ma-
nos—; pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su
segunda parte.

Cervantes es manco, chismoso (habla de todos) y viejo. No es la manera más atractiva


de ponerse al/a lector/a de su parte, a través de los insultos directos al contrincante. Y sigue:

Pues no podrá, por lo menos, dejar de confesar tenemos ambos un


fin, que es desterrar la perniciosa lición [lectura] de los vanos libros de
caballerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa; si bien en los medios
diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mil, y particularmente a
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quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra


debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años
los teatros de España con estupendas e inumerables comedias con el rigor
del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro
del Santo Oficio se debe esperar.

Aunque los dos tienen el mismo objetivo, él busca conseguirlo insultando y ofendiendo
a todos, especialmente a… ¿quién? ¿De quién se hace una breve biografía sin nombrarlo? Se
habla de Lope de Vega, un reconocidísimo autor de la época de Cervantes, con el que el autor
del Quijote no se llevaba para nada bien. (Incluso hay teorías que dicen que Avellaneda es en
realidad Lope de Vega, y por eso se incluiría este fragmento en el prólogo. Me gusta más la
historia de Jerónimo y Cervantes, ¿no?)
Y sigue el autor, ahora explicando un poco más por qué supuestamente escribe esta
continuación…

Sólo digo que nadie se espante de que salga de diferente autor esta segunda
parte, pues no es nuevo el proseguir una historia diferentes sujetos. (…) Y
pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes —
y por los años tan mal contentadizo que todo y todos le enfadan, y por ello
está tan falto de amigos, que cuando quisiera adornar sus libros con
sonetos campanudos, había de ahijarlos, como él dice, al Preste Juan de las
Indias o al Emperador de Trapisonda, por no hallar título quizás en España
que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir
tantos vayan los suyos en los principios de los libros del autor de quien
murmura, ¡y plegue a Dios aun deje, ahora que se ha acogido a la Iglesia y
sagrado!—, conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las
más de sus Novelas: no nos canse.

Y siguen los insultos nomás. Por momentos parece que se va a poner a hablar en serio
de su obra, pero orbita hacia el desprecio real que le tiene a Cervantes con esta acumulación de
atributos negativos bastante impresionante y descarada. Incluso fíjense que pretende insertar
una nueva hipótesis de por qué Cervantes inventa los poemas y las dedicatorias: porque no
tiene amigos que lo hagan. Sabemos que esto no es así, pero es un argumento que no deja de
resonar, y que sólo podemos imaginar cómo debe haber enfurecido a Cervantes cuando lo leyó,
¿no?

El prólogo de Avellaneda se cierra con la acusación a Cervantes de que es envidioso,


explicando qué es la envidia para diferentes autores religiosos a lo largo del tiempo, haciendo a
su vez lo que el mismo Cervantes reprueba en el prólogo de la primera parte del Quijote:
recurrir a autoridades y copiar citas en latín para fundamentar sus dichos. Pero quizás no se le
pueda echar la culpa de todo a Cervantes por lo que hizo o no hizo:
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Pero disculpan los hierros [los errores] de su primera parte, en esta materia,
el haberse escrito entre los de una cárcel, y así, no pudo dejar de salir
tiznada dellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y
colérica, cual lo están los encarcelados.

Así como Cervantes se disculpaba (irónicamente) de las faltas de su creación en el


prólogo de 1605, en parte porque había ideado la obra en la cárcel, acá Avellaneda retoma esa
idea, pero la usa para justificar por qué la primera parte de su obra tiene tantos errores (los
tiene, y el mismo Cervantes va a considerarlos en su segundo tomo).

Por supuesto, a nuestro querido y bienamado Cervantes no le gustó nada de nada que
alguien tomara su obra y escribiera tan libremente (y bastante mal, hay que aclarar) una
continuación de las aventuras de este caballero creado por él. Tampoco le causó gracia que se
dijeran semejantes cosas sobre él. Sin duda este libro puede indignar a cualquiera, pero
también debemos tener en cuenta cuánto le debe el Quijote de 1615 a este falso Quijote de
Avellaneda. La discusión con este enriqueció abiertamente la obra de Cervantes, y lo vamos a
ver desde su mismo prólogo y en capítulos específicos.

El prólogo del Quijote de 1615

Ya vimos más arriba cómo encabeza el prólogo Cervantes. De entrada hace uso de un
recurso retórico conocido como praeteritio, que consiste en aparentar que no se va a hablar de
algo particular, cuando en realidad se hará lo contrario. El autor empieza su prólogo aclarando
que este no se va a dedicar a hablar del Quijote de Avellaneda. Pero va a pasar lo contrario:

Pues en verdad que no te he de dar este contento, que, puesto que los
agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de
padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del
mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele
su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. (p. 608 del PDF)

No le hacen mella los insultos de Avellaneda, dice. No le cree nadie, porque lo que viene
a continuación es una recapitulación de todos esos agravios:

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco,


como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase
por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la
más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver
los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira,
son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se
cobraron: que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en
la fuga, y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran
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un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa


que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el
soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los
demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de
advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual
suele mejorarse con los años.
He sentido también que me llame envidioso y que como a ignorante
me describa qué cosa sea la envidia; que, en realidad de verdad, de dos que
hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bienintencionada. Y siendo
esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si
tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien
parece que lo dijo, engañose de todo en todo, que del tal adoro el ingenio,
admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero en efecto le
agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que
ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de
todo. (pp. 608-609)

Como pueden ver, el diálogo con el prólogo de Avellaneda es clarísimo. De hecho,


parecería que Cervantes quiere deshacer esas palabras del otro autor, justificando por qué todo
lo que dice de él en realidad está mal. Incluso la envidia, que Avellaneda achacaría a Cervantes
en relación con otros autores, lo hace hablar (aunque, otra vez, sin nombrarlo) de Lope de Vega
y de sus aptitudes como escritor.
Continúa su prólogo Cervantes:

Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo


mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir
aflicción al afligido y que la que debe de tener este señor sin duda es
grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su
nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa
majestad. Si por ventura llegares a conocerle, dile de mi parte que no me
tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que
una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede
componer y imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y
tantos dineros cuanta fama (p. 609).

Piñas van, piñas vienen, los muchachos se entretienen. Es impresionante la manera que
tiene Cervantes de ningunear a Avellaneda. En el párrafo anterior apela al tópico de la falsa
modestia, aunque con un giro: no se nos presenta en sí como humilde, sino mediante los ojos
de los/as lectores/as: “vos dirás que soy modesto en lo que digo para no herir más a quien ya
está herido”. Y usa esta idea de la aflicción para acusar a Avellaneda de cobarde, porque no se
presenta con su nombre real.
Respecto del comentario de Cervantes sobre la identidad de Avellaneda, se suele
considerar que en realidad Cervantes sabía quién era, y que no quiere decir su verdadero
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nombre para no darle fama y notoriedad. Si esto fuera cierto, aunque no sea fácil de probar,
Cervantes suma otra genialidad más a su obra.

Sigue el prólogo con dos historias de locos. Lo digo de manera literal; Cervantes incluye
dos historias que tienen a locos como protagonistas. Leámoslas y tratemos de ver qué quieren
decir:

Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema


que dio loco en el mundo, y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en
el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con
el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor
podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo
como una pelota; y en teniéndolo de esta suerte, le daba dos palmaditas en
la barriga y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran
muchos: «¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar
un perro?». ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un
libro? (p. 609)

Con esta primera historia Cervantes agrede visiblemente a Avellaneda, como el público
quería que hiciera pero como él mismo dijo que no haría… Veamos cuál es la “clave de lectura”
de esta, como lo cuenta Lillian Von Der Walder Moheno en su análisis sobre el prólogo de
Cervantes3:

A Avellaneda (el loco) se le ocurrió un gran disparate: agarró la pluma para escribir (el
cañuto puntiagudo en el fin) y tomó cualquier material ―como dirían los retóricos— (el
perro). (Se entiende que el material que tomó es el de Cervantes). Hecho esto, con la
pluma llenó el material de palabras (inflar al perro). Hinchar al animal significa que
añadió capítulos al Quijote cervantino; inflarlo por el trasero, revela lo que el prologuista
piensa de éstos: que fueron escritos burdamente, que son ridículos. Cuando tuvo un
grueso libro (el perro redondo como una pelota), hizo que éste sonara, lo dio a conocer
(las palmaditas en la barriga). Orgulloso de su labor, porque creía haber realizado una
gran hazaña, le dice a su público que es difícil ampliar un material (hinchar al perro);
esto es, hacer una nueva obra.
Cervantes, a través de su lector-cómplice, le ha dicho a Avellaneda —así como
al público que lee su prólogo— que piensa que el segundo Quijote es un libro escrito
por un ser enloquecido que decidió añadir ridículos y malos capítulos a su creación. El
continuador del Quijote debe saber que fue un loco, y ahora comprender que no es fácil
escribir una novela —de ahí la pregunta retórica (interrogatio) que cierra la historia del
orate sevillano.

Pero seguramente Avellaneda no reconocerá que está loco o que su obra es mala. Por
eso, Cervantes agrega una segunda historia, con un loco y un perro:

3
El texto completo está disponible en https://www.waldemoheno.net/PrologoQuijote.html
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Y si este cuento no le cuadrare, dirasle, lector amigo, éste, que también es


de loco y de perro:
Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima
de la cabeza un pedazo de losa de mármol o un canto no muy liviano, y en
topando algún perro descuidado, se le ponía junto y a plomo dejaba caer
sobre él el peso. Amohinábase el perro y, dando ladridos y aullidos, no
paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la
carga fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño.
Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y
sintiolo su amo, asió de una vara de medir y salió al loco y no le dejó hueso
sano; y cada palo que le daba decía: «Perro ladrón, ¿a mi podenco [perro de
caza]? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?». Y repitiéndole el
nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña.
Escarmentó el loco y retirose, y en más de un mes no salió a la plaza; al
cabo del cual tiempo volvió con su invención y con más carga. Llegábase
donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni
atreverse a descargar la piedra, decía: «Éste es podenco: ¡guarda!». En
efecto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos o gozques, decía
que eran podencos, y, así, no soltó más el canto. Quizá de esta suerte le
podrá acontecer a este historiador, que no se atreverá a soltar más la presa
de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas
(pp. 609-610).

Veamos la interpretación que propone Lillian Von Der Walder Moheno para esta
segunda historia, basada en un relato popular:

Como el loco que golpeó al podenco, el autor del Quijote apócrifo maltrató, con su obra,
el fino material de la primera parte del Ingenioso hidalgo. Indignado Cervantes —al
igual que el bonetero— aporreó a su contrincante, y lo hizo de diferentes formas. Una,
recordándole que el material desplegado en la primera parte del Quijote es de gran
calidad (el bonetero le repite muchas veces al loco que su perro es “podenco”). Otra,
señalándole que la novela que éste escribió, de tan mala y pesada, es digna de un
loco. Y una última —quizá—, presentándole la propia segunda parte del Ingenioso
hidalgo que, por ser muy buena, evitará que Avellaneda ose volver a la locura de tomar
y continuar temas ajenos.
Como se sabe, Avellaneda había dicho en su prólogo que su continuación de la
novela cervantina no enseñaba “a ser deshonesto, sino a no ser loco”.18 Cervantes
comprueba la segunda parte de esta afirmación irónicamente. El Quijote apócrifo, por
ser una obra tan falta de calidad, efectivamente enseña a no ser loco, esto es, a no
pretender escribir un libro cuando no se tiene la capacidad para hacerlo. En cuanto que
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tal obra no enseña a ser deshonesto, cabe recordar simplemente que su autor se ha
escondido “como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad” 4.

Al estilo de los relatos moralizantes, Cervantes incluye dos ejemplos muy gráficos (una
vez que entendemos quién es quién) para reprochar a Avellaneda la creación de este Quijote
apócrifo.

Veamos cómo cierra su prólogo Cervantes:

Dile también que de la amenaza que me hace que me ha de quitar la


ganancia con su libro no se me da un ardite, que, acomodándome al
entremés famoso de La perendenga, le respondo que me viva el veinte y
cuatro mi señor, y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos, cuya
cristiandad y liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta
fortuna me tiene en pie, y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo,
don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya imprentas en el
mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las
coplas de Mingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación
mía ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo
el hacerme merced y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso y
más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su
cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza
puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la
virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de
la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por el
consiguiente, favorecida (p. 610).

Después de las agresiones a Avellaneda incluidas en los dos cuentos de locos, Cervantes
vuelve a un estado de defensa, seguramente para emprolijar un poco su imagen y no quedar
como un violento vituperador. Así, retoma la amenaza de Avellaneda de que le va a sacar la
ganancia con su obra, y también lo referido a que Cervantes no tiene amigos, para lo cual
incluye una “lista” de algunos de ellos. Además, así como Avellaneda habla de la envidia,
Cervantes habla de la pobreza, pero de la verdadera pobreza: la de espíritu.

El párrafo final es muy particular, especialmente porque espoilea el final de la segunda


parte del Quijote:

Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que


consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada
del mismo artífice y del mismo paño que la primera, y que en ella te doy a

4
Von der Walde Moheno, L. (1989), “El prólogo a la segunda parte de El Quijote”, en Signos. Anuario de
Humanidades, t. I, Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa, México.
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don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se


atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta
también que un hombre honrado haya dado noticia de estas discretas
locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las
cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las
malas, se estima en algo. Olvidábaseme de decirte que esperes el Persiles,
que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea (p. 611).

Si no se quiere que un personaje vuelva a aparecer, lo mejor es matarlo, el método


infalible para que no se vuelva a escribir sobre sus acciones 5.

En muchos aspectos el segundo tomo es mejor que el primero, porque más allá de las
disputas de Cervantes con Avellaneda (que, digamos la verdad, enriquecen mucho el texto), los
juegos literarios y la confusión realidad-ficción son llevados a extremos espectaculares.

Si todo va bien, los capítulos de la segunda parte que vamos a leer son los siguientes:

TOMO II (1615)
 Prólogo
 Capítulos X, XIV, XV, LIX, LXIV, LXXII y LXXIV.

5
Si Cervantes viviera hoy, no sé qué diría de ver cómo este método no funciona para nada, ¿verdad? ¿Cuántas
veces vimos en el cine y en las series a personajes que estaban muertos remuertos y que de pronto volvían a
aparecer? Ejemplos de esto están en las series Grey’s Anatomy, Family Guy, Supernatural, Buffy la Cazavampiros,
American Horror Story: Coven, Dragon Ball… Y mi favorito: Game of Thrones. ¿Recuerdan algún caso más?
Compartan.

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