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Para llegar a una conclusión habría sin duda que apelar a sus actuaciones. Intentémoslo.

Un estadista
es fiel a la Constitución que juró respetar y guardar y observa estrictamente las obligaciones que le
imponen las leyes. Las notas del expresidente no son buenas en esta materia. Citemos sólo algunos
casos. Con el contrato de la Sunland, de acuerdo con la Suprema Corte de Justicia, no observó el
requisito de enviar el contrato al Congreso, protegido en el manto de la debilidad institucional que
confiere a los gobernantes dominicanos un poder discrecional inadmisible en una democracia sólida y
estable. Tampoco le aclaró al país en su momento el uso de ese dinero. Su gobierno ignoró las leyes
de austeridad y la no menos importante de contratación y compra de bienes por el Estado.
Un estadista toma en cuenta las opiniones de la sociedad y respeta a sus opositores. El presidente
guardó siempre estricto silencio sobre las quejas contra el gobierno y menospreció a sus contrincantes
usando calificativos impropios en un debate democrático, lo cual hace todavía. Un estadista no busca
ventajas sobre sus opositores ni se vale de las oportunidades del poder para vencerlos, como fueron
las “nominillas” electorales y el uso de la publicidad oficial. Un estadista no utiliza la nómina pública
para financiar su partido en detrimento de los demás actores políticos, como sucedía con las cuotas
“voluntarias” de los empleados públicos.
En cambio, un buen y hábil político utiliza cuantas herramientas tiene en
sus manos para derrotar al adversario y preservar el poder y en eso fue un artista.

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