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“Del polvo al agua, una patria en medio”

Juro que si hubiese sabido que era mi última clase de natación, me habría quedado un tiempo más en el
agua, con lo que eso me relaja… Pero la puntualidad de mis nonos para almorzar era inquebrantable. Así
que una hora antes del mediodía ya me encontraba a medio camino de la casa tan querida. Sólo a mí se me
ocurre recordar tan tarde lo que nos había pedido la profe Perla de Arte contemporáneo para el mural del
Centro Cultural. Igual creo que mi pasión por la pintura y el dulce temperamento de la profe me harán
improvisar otra genialidad, a qué negarlo… Tener 18 años y creerse imparable son casi sinónimos. Empezar
una vida nueva al egresar del secundario para ser por fin Licenciada en Artes Visuales, suena aterrador y
tentador a la vez, independencia y adultez, ser libre y nada más.
-El mundo no es más grande que tu corazón, mi Male –me decía firme mi Nona-. Andá y hacelo tuyo.
-Ojo, hijita, a los que andan en peña se los lleva el coludo y los de verde –mi abuelo buscaba toda forma
para que no me fuera, si pudiera, me guardaría en el bolsillo de su camisa que tiene pegado al pecho.
Se hizo la hora, después de cargar energías me cambié, fui al baño, agarré mí mochila y salí a la calle,
directo al colegio. En el camino saludé a la señora del kiosco, me regaló unos caramelos de miel. Amo a mi
barrio, la gente es muy amorosa. Antes de cruzar la esquina de la heladería, miré para un lado y otro, no
había nadie, así que apuré el paso con confianza. Los autos no son el problema, las motos sí que lo son,
parecieran ciegos los que manejan y odio la impunidad con la que circulan. Unos pasos y faltaba una cuadra
y media para llegar al colegio… El día se hizo noche, oscuridad plena. Sentí cómo unas frías manos
rodeaban mis hombros antes de que mi cabeza pasara a ser una bolsa, parálisis, mi cuerpo ya no era mío. Yo
ya no era yo… Mis alas cortadas, no las pude desplegar. Una vibración me despertó de mis pensamientos,
como si de una alarma se tratase. Voces de hombres se hicieron oír, entre enojo y miedo se escuchaban. El
auto arrancó y comenzó a dar miles de vueltas. Frenó de golpe, provocando que me estampara la cara contra
el asiento del conductor. Y de nuevo volvió a arrancar, para luego frenar y pisar el acelerador después, una y
otra vez, parecía interminable. Finalmente, llegamos al destino. Unas puertas se abrieron delante de mí,
rechinaban como en el cine. Gritos ahogados tras las paredes, azotes, los sentía cerca.
La gente es muy cruel. Contados son los segundos para que me diera cuenta lo que estaba ocurriendo. Me
quitaron la ropa, escalofríos recorrían mis brazos y piernas. Aunque no veía, supe que en ese cuarto había
varias personas mirándome, pero sin pensarlo dos veces, sin remordimientos pasaron de ser simples
espectadores a hacer realidad mis más temibles pesadillas. Las extremidades no me responden, fueron
amarradas. Un calor abraza mi mejilla, en dolor se convierte y sangre se desprende de mi boca, apenas tengo
tiempo para reaccionar y cuando menos lo esperaba, yazgo desplomada en el suelo. Unas manos levantan mi
dorso, ingenua creí que venían a ayudarme. Ahora hay un frío que quema mi abdomen, similar al metal, un
fierro raspa mi piel. Pequeños pinchazos lastiman las plantas de mis pies, con el fin de que “diga la verdad”,
según el hombre gruñón yo sé de lo que me preguntan y que me hago la tonta, pero no sirve de nada
explicarle que siquiera tengo idea de dónde estoy. Como yo no decía ni sabía lo que querían escuchar,
buscaron otro objeto. Calor, mucho calor. Todo mi cuerpo temblaba. Sudor helado escurre de mi frente. No
puedo pensar con claridad, quiero volver con mis nonos, estar en mi cama tranquila o en la escuela pintando,
necesito descansar, sólo descansar…
Nunca me dediqué a pensar realmente cuánto tiempo tardan en pasar las horas, sentirlas en ese momento
resultó agotador porque iban a un ritmo lento, casi eterno. Escucho pisotones y golpes en seco, aún sentía
esos pellizcos eléctricos, oigo llantos de mujeres y de bebés, hombres suplicando piedad… También
señoras, abuelas, nombrando personas. Voces, no logro saber qué dicen. El movimiento del auto otra vez,
pero el viaje es más largo que antes. Se abre la puerta. Pisadas húmedas. Ahora mi cabello junto con mi
cuerpo están mojados, hay agua por todas partes y un peso mayor al mío me hunde hacia el fondo. El
ambiente se torna brillante, puedo apreciar una luz tenue que se acerca de a poco, escucho a mi papá
llamándome. Aire fresco. Alcanzo a vislumbrar una frase en un mural algo maltrecho, con el estilo
inconfundible de mi Nona: Recordar es resistir, olvidar es no existir. Y aunque sigo sin ver bien, pude
distinguir unas caricias, muy familiares, las reconocería en cualquier sitio. Un cosquilleo en la nariz, mi
mamá y sus besos suaves, cariñosa como la recordaba. ¿Ésta es la verdadera libertad? ¿a este precio? ¿De
qué sirve? ¿Acaso esto es el fin de todo? ¿Habrá alguien más que reclame justicia allá arriba? ¿O todo este
destino fue solo para darme cuenta de que somos polvo que vuelve al polvo, o al agua como en mi caso?
Juro que si hubiese sabido…

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