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Economía
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Un año después, el de los chips es el proyecto estratégico para la
recuperación y transformación económica (Perte) más ambicioso, pero
también el que va más atrasado: de los 12.250 millones previstos de aquí a
2027, aún no se ha ejecutado ninguno. La mayor parte de esta lluvia de
dinero se destinará a grandes fábricas de semiconductores, una apuesta
incierta que, de no lograrse, comprometería el éxito de la iniciativa.
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Los chips están presentes en casi todas las máquinas que usamos, desde un
teléfono móvil hasta un coche; sin embargo, su producción se concentra en
unos pocos países, con Asia y Estados Unidos a la cabeza. España ya tuvo su
propia fábrica desde 1987 hasta 2001, cuando la competencia del mercado
oriental se llevó por delante la rentabilidad de la factoría de la multinacional
norteamericana AT&T Electronics en Tres Cantos (Madrid). Toda una
metáfora de lo rezagada que se ha quedado Europa con la llegada de la
globalización: mientras la importancia de esta tecnología no paraba de crecer,
el Viejo Continente ha pasado de representar el 44% de la producción mundial
en 1990 a solo el 9% en 2020, según un estudio de Boston Consulting Group y
la patronal estadounidense de semiconductores.
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La irrupción del coronavirus cambió el paso. Tras los problemas de
abastecimiento que golpearon a diversas industrias —especialmente la
automoción—, a los dirigentes occidentales les han entrado las prisas por
recuperar lo que llaman "soberanía tecnológica" y compensar años de
deslocalizaciones. En resumen, traer a su territorio las fábricas que dejaron
escapar hace dos décadas. La Unión Europea prepara una ley con la
intención de alcanzar una cuota de mercado del 20% de aquí a 2030. Para
ello, movilizará 43.000 millones de euros de inversión público-privada, de los
cuales cerca de una cuarta parte (11.000 millones) son ayudas directas. Ese
es el contexto en el que España ha ideado su propio plan nacional para
aprovechar los fondos Next Generation, aunque, de momento, otros llevan la
delantera.
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Estos datos contrastan con los de otros Perte, como el tan criticado del
vehículo eléctrico, que ya ha comprometido 1.304 millones de euros —
aunque una gran parte de la convocatoria ha quedado desierta—, o el de la
economía circular, que ha movilizado el 100% de los recursos previstos. Pese
a representar un tercio del importe total, ninguno de los instrumentos
contemplados en el plan para los semiconductores se beneficiará de los
12.800 millones convocados hasta la fecha ni de los 5.800 ya decididos. "Este
proyecto es difícil de comparar con el resto. Multiplica por 10 la inversión
prevista en otros", justifican desde el Ministerio.
Más allá de esta dimensión mastodóntica, y de que fue uno de los últimos
Perte en aprobarse, la razón principal del retraso es que el 98% del dinero
llegará a través de la adenda del plan de recuperación, que el Ejecutivo
presentó en diciembre y todavía negocia con Bruselas. Mientras tanto, el
grifo de financiación está seco, a diferencia de lo que ocurre con los demás
proyectos, que ya tenían la mayoría de fondos disponibles —sino todos— con
la primera fase del plan.
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Muchos préstamos, pocas subvenciones
Los préstamos, que España deberá devolver a Bruselas, irán destinados a la
Sociedad Estatal de Microelectrónica y Semiconductores (Semys), el
organismo creado ad hoc para canalizar las inversiones públicas del Perte.
Esto permitirá poner en marcha la primera línea de financiación, a interés cero
y sin garantías, para "desarrollar las capacidades de diseño y producción de
la industria", según figura en los Presupuestos Generales del Estado. Es decir,
la parte mollar del proyecto, que contempla 950 millones de euros para crear
empresas fabless —las que se ocupan de todo el proceso, menos la
fabricación en sí misma— y la friolera de 9.350 millones para instalar
factorías de chips. Es lo mismo que destina el país cada año a dependencia.
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11.000 millones para microchips: cómo puede España subirse al tren
industrial más deseado
M. Mcloughlin
En cualquier caso, no está escrito en piedra que lo que el Estado recibe como
crédito lo tenga que otorgar como crédito. Existe un margen de flexibilidad
para que el Ejecutivo pueda repartir como transferencias una parte de los
préstamos europeos, pero para ello el Reino de España, y no las empresas,
tendría que devolver la deuda contraída con Bruselas, lo que supondría una
carga para las cuentas públicas. Además, la Comisión Europea está vigilante
para que estas operaciones no incumplan el marco de las ayudas de Estado.
Pese a que está previsto que se flexibilice, esta es otra de las explicaciones
por las que las inversiones multimillonarias en fábricas y, por tanto, la mayor
parte del Perte, están previstas como anticipos, y no como subvenciones.
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Demasiados huevos en la misma cesta
España también ha conseguido convencer a la estadounidense Cisco para
que abra un centro de diseño en la capital catalana, "la primera instalación de
este tipo de la multinacional en la Unión Europea", según presume el
Gobierno. Pero lo cierto es que la empresa, que ha empezado a contratar a
ingenieros, ya contaba hasta ahora con un centro de innovación en el barrio
de Poblenou, donde se desarrollará la actividad. Son solo dos ejemplos de
que atraer negocios de diseño —una de las cuatro patas del proyecto, junto al
refuerzo de la capacidad científica, la dinamización de la industria TIC y las
propias fábricas— resulta factible, pero conseguir un socio extranjero para
que instale una gran planta es otra cosa.
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La patronal española ve con buenos ojos que el Perte se adapte al tejido
productivo autóctono. "Lo importante es usar estos fondos para consolidar
ecosistemas estratégicos, como el del automóvil", destaca Luis Socías, el
hombre de la CEOE que más sabe de proyectos europeos. Territorios como
Extremadura o la Comunidad Valenciana, donde ya se instalaron fábricas de
baterías para coches eléctricos, podrían constituir buenas localizaciones para
las plantas. Esta última es la región donde se concentra la mayor parte de la
industria microeléctrica de nuestro país, y cuenta con un clúster de
empresas que no descarta postularse para desarrollar una factoría. Sin
embargo, se antoja muy difícil si no se cuenta con un socio extranjero, y las
naciones occidentales se han lanzado a una carrera donde España va a unos
cuantos palmos de distancia de la cabeza.
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Mensajes similares han sido expresados en público por diversas
personalidades del sector. Cristiano Amon, presidente de Qualcomm —uno de
los mayores diseñadores de chips a nivel mundial—, aseguró en una
entrevista durante el Mobile World Congress de Barcelona que habían
colaborado con la Moncloa para atraer fabricantes a España, pero "estaba
complicado". Norberto Mateos, director general de Intel Iberia, afirmó durante
un encuentro con medios a principios de año que el mercado europeo tiene
sus límites: "No puede haber fábricas en todos los países".
Queda un premio gordo por repartir: una planta de refuerzo de Intel, que
podría situarse en Italia. Este movimiento, que no ha sido confirmado por
ninguna de las partes —según la agencia Reuters, llevan meses negociando—
tendría un coste de 5.000 millones de euros y crearía unos 1.500 puestos de
trabajo. "La puerta no está cerrada para España", aseguró al diario El Mundo
el CEO de la empresa tras reunirse con Sánchez en el foro de Davos del año
pasado.
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