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3. C O N S E C U E N C I A : E L E S P Í R I T U D E LOS R E N A C I M I E N T O S MEDIEVALES,
SIGLOSIX-XII
Entre el siglo n y comienzos del v, los cristianos discuten con los paganos
para después polemizar vehementemente con ellos, pero, hacia el año 430,
empiezan a tomar en consideración la herencia antigua y a apropiarse de
ella. El cristianismo logra así integrar la cultura antigua en el marco bíbli-
co del que había surgido. Lo que significa que no hizo tabla rasa del pasa-
do; la cultura clásica fue conservada. Lo que era pagano se considera aho-
ra profano, y por tanto aceptable. Y la historiografía cristiana consigue
insertarse en la continuidad histórica greco-romana: los cristianos eran los
herederos conscientes del patrimonio antiguo y los creadores de una nue-
va cultura, como ha demostrado H. Inglebert.93
Esta actitud no parece haber desaparecido en la Edad Media: Europa,
en el año 1000, no estaba, evidentemente, muy avanzada en los terrenos fi-
losófico y científico, pero se preocupó, incluso antes de esa fecha, por acer-
carse al saber antiguo. Esta búsqueda se llevó a cabo en primer lugar para
ofrecer una interpretación religiosa de ese saber. Sin embargo, la naturale-
za del cristianismo y la fuerza de atracción ejercida por el saber antiguo
fueron orientando poco a poco este voluntarismo y esta curiosidad intelec-
tual hacia objetivos menos asociados exclusivamente con la devoción y
acabaron dando origen al «despertar de la conciencia» de la civilización
medieval.94 Al final de un largo proceso, el saber antiguo y el universo cris-
tiano se aproximaron uno al otro, hasta el surgimiento, en el siglo XIII, de
los inicios de la ciencia moderna.
Los historiadores de la Edad Media se han acostumbrado a calificar
como «renacimiento» a varias oleadas sucesivas de desarrollo cultural desde
Pervivencias dispersas y búsqueda del saber antiguo: la rama griega 5
1
El renacimiento carolingio
del griego era ya muy poco frecuente y que las dificultades materiales eran
inmensas (falta de libros, de bibliotecas, de copistas...), pero los núcleos si-
tuados en los márgenes del Imperio habían preservado, como hemos visto,
una parte de la cultura antigua: Irlanda, la España visigoda —antes de que
la conquista árabe provocase «una lenta asfixia»—/ 8 las ciudades episcopa-
les del norte de Italia.
Provisto de este modesto legado, Carlomagno desarrolló un auténtico
proyecto de «regreso a los orígenes» acompañado de una verdadera políti-
ca. Él mismo quiso aprender a leer y escribir, y superó con éxito la primera
etapa. Proporcionó a sus hijos una educación elemental que contribuiría a
la buena reputación de Ludovico Pío una vez llegado al poder en 814. Sin
ser príncipes ilustrados, los soberanos carolingios se rodean de intelectua-
les, clérigos y laicos, y reconocen el valor de sus competencias. La legisla-
ción lleva en muchas ocasiones la marca de su interés cultural: la Admoni-
tio generalis de 789 y la Epístola generalis de 800 subrayan la necesidad de
disponer de textos exactos para la práctica religiosa y el ejercicio del dere-
cho. En Aquisgrán se constituye una academia palaciega en torno a Alcui-
no y Teodolfo, obispo de Orleans, etc. La cultura cortesana se impone sin
duda sobre las demás actividades y la dominante puramente literaria desem-
boca en justas eruditas y en ocasiones pedantes entre sabios que se divier-
ten adoptando los nombres de poetas o escritores latinos. Pero estos hom-
bres son responsables también de la redacción de textos legislativos
imperiales, la argumentación de los debates teológicos o políticos y la for-
mación de los clérigos y de los oficiales enviados a las provincias para ad-
ministrar el Imperio o dirigir las abadías. Aunque la imagen de Carlo-
magno visitando las escuelas data de principios del siglo x, no deja de
ilustrar la idea extendida en esa época del papel desempeñado por el gran
emperador en la promoción de una cultura elemental" con el fin de cons-
tituir una cultura cristiana, común a todos los pueblos del Imperio. El pro-
yecto tenía una dimensión política y social.
El deseo de conseguir manuscritos no corrompidos y bien escritos afec-
taba en primer lugar a la liturgia, cuya función no era exclusivamente re-
ligiosa. A través de una liturgia eficaz se podía garantizar la salvación de
los pueblos del Imperio, de la que Carlomagno era garante. Dicho de otro
modo, se lograría un objetivo religioso del aue era responsable el nnder
54 Las raíces griegas de la Europa cristiana
gos reales: los libros son caros, cuesta mucho tiempo copiarlos y en conse-
cuencia resultan difíciles de sustituir en caso de pérdida o robo, razón por
la cual no podemos sino admirar aún más los préstamos consentidos a
unos y a otros por los poseedores de estos objetos escasos. El abad Lupus de
Ferriéres (805-862) aparece como uno de los primeros humanistas medie-
vales, con la curiosidad siempre despierta.
El mundo carolingio se dotó, pues, de un vasto corpus de textos cuya
validez quedaba certificada por el examen al que los sabios los habían so-
metido. Alcuino y Teodolfo revisan el texto latino de la Biblia; las fuentes
litúrgicas y jurídicas se analizan con escrupulosa atención, y, a partir de
790, Carlomagno pide al monasterio de Montecassino el texto exacto de la
Regla de San Benito, difundida a continuación por todo el Imperio. En to-
dos los ámbitos se aspira a poseer de un texto no corrompido y conforme al
original; esta preocupación es la primera etapa de un espíritu crítico.104
La cultura escrita supone el impecable dominio del latín, y por tanto su
aprendizaje.105 La formación se proporciona en las escuelas monásticas, a
partir de textos religiosos; poco a poco, la gramática se va convirtiendo en
una disciplina de pleno derecho, que permite la comprensión de la lengua
escrita y acostumbra al espíritu a identificar los errores y a seguir las reglas
lógicas. La difusión de una cultura escrita vino también garantizada por
la creación de una nueva escritura, acto cultural de primera importancia: la
minúscula «Carolina». Esta escritura más legible, más fácil de trazar, con
letras bien identificadas fue creada con toda probabilidad en Picardía, en
el monasterio de Corbie, a finales del siglo vm. Nuestros caracteres de im-
presión derivan directamente de ella, pues fue escogida como modelo de
letra por los impresores del siglo xv. Así pues, el invento de los monjes pi-
cardos sobrevive hoy en día en todos los lugares en los que se utiliza el al-
fabeto latino...
El trabajo de los copistas carolingios se vio facilitado por todo ello. En
total, en los scriptoria de los monasterios se copiaron más de ocho mil ma-
nuscritos que han llegado hasta nosotros. Varias bibliotecas de la época
contienen centenares de códices: doscientos sesenta en 831 en Saint-Ri-
quier, en el departamento francés de la Somme, cerca de doscientos ochen-
ta en San Galo, en la Suiza alemana, a comienzos del siglo x, más de seis-
ciento«; íYal UP7 nrhnrienfrw^ pn Rrtbhin al nnrt-p rl^ ln t-r>icmo
56 Las raíces griegas de la Europa cristiana
época. Los libros circulan; los eruditos también. Una auténtica red reúne a
las escuelas carolingias, la mayor parte de las cuales se hallan inscritas en
un vasto polígono que tiene como vértices Ferriéres-en-Gatínais, Saint-
Riquier, Corvey-en-Saxe, San Galo y Lyon. Al este de dicho espacio se
consolidan los centros culturales de las abadías de Fulda o Reichenau o de
las iglesias catedralicias de Lieja y Metz.
Es cierto que todavía hay imperfecciones y que los textos legislativos
vuelven una y otra vez sobre la necesidad de crear escuelas o garantizar su
buen funcionamiento (Admonitio generalis de 789, capitular de Frankfurt
de 794, instrucción a los missi dominici de 802).106 Por otra parte, en varias
ocasiones a lo largo del siglo ix (en 829, 855 y 859) los obispos apelan al so-
berano para que cree escuelas llamadas «públicas», la mayor parte de cu-
yos alumnos están destinados a hacerse monjes. Allí aprenden por etapas
gramática y lógica, y después aritmética y música.
La producción literaria de los tiempos carolingios es, con todo, poco
original. Las obras responden a las grandes preocupaciones de las élites: es-
critos pedagógicos, hagiográficos o históricos, documentos legislativos o
ideológicos destinados a consolidar el orden político, social y religioso en el
Imperio. Pero ya aparecen algunos comentarios, en un primer momento
en torno a las obras de gramática. Esmaragdo, abad de Saint-Mihiel, pre-
senta en quince volúmenes un extenso comentario de la gramática latina
de Donato. La gramática regulaba la expresión, y además confería una es-
tructura al pensamiento y vehiculaba una teoría del sentido, visible en los
escritos de Esmaragdo o de Sedulio Escoto: gracias a ella se podía entender
el significado de un determinado término o de un determinado versículo
de las Escrituras. Constituía una introducción a la comprensión del dog-
ma, y en consecuencia a la espiritualidad. Se convertía también en un sa-
ber crítico, una ciencia y, gracias a su mediación, al igual que a la de la
discusión teológica, la lógica entraba con fuerza en el universo cultural
europeo.
En la segunda mitad del siglo ix empiezan a surgir pensadores más in-
dependientes, a los que podríamos calificar —por retomar la expresión de
D. Urvoy, acuñada para el mundo islámico— de «pensadores libres».
Juan Escoto Erígena es su mejor representante. Abierto a las ciencias, co-
menta la obra de Marciano Canella. traduce a los Padre« crriecro« romo
Pervivencias dispersas y búsqueda del saber antiguo: la rama griega 57
Me puse a estudiar los aforismos de Hipócrates [...]. Pero como no pude encon-
trar más que el diagnóstico de las enfermedades y como el simple conocimien-
to de las enfermedades no satisfacía mi curiosidad, le pedí [se trata del clérigo
Heribrando] leer las Concordancias de Hipócrates, Galeno y Sorano. Obtuve lo
que deseaba, pues las propiedades de la farmacia, la botánica y la cirugía no te-
nían secretos para un hombre tan versado en la ciencia como él."7
Sale a la luz una nueva conciencia con respecto al saber, como lo de-
muestra la reorganización pedagógica a la que se entrega Hugo de San
Víctor en el Didascalion .'33 En lugar de retomar la habitual división de las
artes liberales en el trivium y el quatrivium, este autor establece una clasifi-
cación que distingue la teoría (filosofía, matemáticas), la práctica (ética), la
mecánica (técnicas humanas) y la lógica (en la que se encuentra el antiguo
trivium). La puesta a punto de una nueva taxonomía de las ciencias es la
prueba de su individuación y de una toma de conciencia de las élites a este
respecto. Pero eso sí, todavía no hemos llegado a mediados del siglo XII: el
fenómeno es precoz y tiene mucho futuro. Los trabajos de Hugo de San
Víctor desprenden una sensación de audacia, apertura y libertad de espíri-
tu; en ellos, el hambre de saber se ve acompañada de una nueva compren-
sión de la organización de ese saber. Clasificar es pensar.
El conjunto de estos fenómenos conduce a la constitución de un huma-
nismo específico del siglo XII, cuyo funcionamiento y contenido hacen pen-
sar al historiador en el del siglo xv. Se redescubre a un autor como Cicerón,
y sus obras morales y filosóficas sirven de inspiración en Bec-Hellouin,
Cluny, Reims o Renania. La teología, en particular, sufre una profunda
transformación. Abandona el mundo de los claustros, de esa meditación
razonada a partir de los datos de la Escritura, para convertirse en una teo-
logía especulativa. En este terreno, Abelardo es el discípulo de san Ansel-
mo y de su fórmula^e-í quaerens intellectum. Se desarrolla una forma origi-
nal de pensamiento: una teología racionalista, muy alejada de la practicada
en Bizancio y en todo el Oriente cristiano. Se intenta dar a la razón huma-
na los medios para que pueda elevarse hasta los misterios de la fe. Aunque
no es una ciencia, la teología es un pensamiento,134 y representa un esfuer-
zo de investigación racional de los misterios de la fe y la divinidad; y en este
sentido, además, resulta adecuada para el mundo cristiano.
Encontramos tanto en Abelardo como en los maestros de la escuela de
Chartres cierto optimismo sobre las capacidades de la razón, que es capaz,
afirman, de descubrir los secretos de la naturaleza. Los clérigos de Char-
tres no son los científicos de los tiempos modernos, pero su mentalidad los
anuncia. Si el espíritu humano puede deducir los mecanismos de la natu-
raleza, se libera en parte de la dominación divina y de la idea de un mun-
do que debe toda su estructura al acto creador orio-inal A nari-ir dp QP
64 Las raíces griegas de la Europa cristiana
fila una pregunta que todavía se plantea en los siglos xx y xxi: ¿existe el
«hombre» como tal o no hay más que seres humanos? 140
La religión no se veía en absoluto amenazada por este proceso intelec-
tual, que pudo así desarrollarse sin mayores fricciones. La introducción de
la Física y la Metafísica de Aristóteles, en cambio, podía llegar a sacudir los
cimientos del dogma cristiano. Y sin embargo decidieron hacerse con ellas,
desde la primera mitad del siglo xii, en Mont-Saint-Michel y en el norte de
Francia, así como en Inglaterra...
El avance de la cultura europea se efectuó, por tanto, con la mirada
vuelta hacia el pasado antiguo, cuya influencia era cada vez mayor, sobre
todo teniendo en cuenta que la propia religión cristiana había surgido de
él. Este proceso aparece siempre asociado a proyectos, a políticas, a un vo-
luntarismo real. A esta búsqueda del saber antiguo debe Europa un espíri-
tu crítico que puso a prueba en primer lugar los textos de los antiguos. He-
redera de un pasado que redescubre poco a poco, y que considera muy
valioso, Europa quiere también transmitirlo, evitar que se pierda otra vez,
de ahí la importancia atribuida a la conservación de los documentos y a la
enseñanza, a la escuela. N o es casualidad que las universidades nazcan a
comienzos del siglo XIII en Francia, Inglaterra e Italia. Europa fue avan-
zando, pues, de renacimiento en renacimiento.
El conjunto de este proceso, en el que cada etapa es una consecuencia
necesaria de las experiencias anteriores, demuestra que, a pesar de las opo-
siciones de algunos escolásticos, el cristianismo no es, en sí mismo, una re-
ligión hostil a la razón. De todo ello derivan el progreso de la conciencia
europea y del conocimiento del hombre y del mundo y, al final del cami-
no, la elaboración de una sociedad «abierta», por retomar la expresión de
Karl Popper. 141