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EL TONO MUSCULAR

Un cruce entre lo profundo y lo temprano


Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli
NeuroPsicología y Psicología del Desarrollo
 El tono muscular
Un cruce desde lo profundo y lo temprano
Profesor Roberto C. Frenquelli
 “Saber mirar un bebé es poder reconocer en lo que vemos de su
cuerpo y su conducta de qué manera se están escribiendo las
marcas del Otro sobre ese real orgánico en particular. Y es
también poder intervenir sobre eso, sabiendo que en definitiva las
marcas las ponen los padres, pero que el profesional que
interviene no es ajeno a la dirección y firmeza con que la mano del
Otro inscribe los trazos.
 Para acotar la subjetividad de nuestra mirada, e incluso para saber
qué mirar sin buscar de antemano nada en particular –“atención
flotante”, podríamos decir- es preciso haber trabajado ampliamente
el conocimiento que la ciencia (desde la neurología hasta la
psicología y el psicoanálisis) en sus mejores versiones, ha
acumulado al respecto.
 Los aportes del psicoanálisis –en especial lo relativo a los tiempos
de constitución del sujeto, transferencia y dirección de la cura – son
imprescindibles para articular una clínica de bebés que resulte
eficaz pero, por otro lado, hace falta el estudio de otras disciplinas
para saber qué mirar. Sólo teniendo cabal idea de cuáles son los
tiempos del desarrollo y de qué manera se van presentando, es
posible saber si es para preocuparse o no, por ejemplo, que un bebé
no sea capaz de mantenerse sentado, o de sostener un chiche en
cada mano, o de elevarse por sí solo sosteniéndose de los barrotes
de la cuna, o de desplazarse por el piso en la búsqueda de un
juguete que se le escapó, o de tantos otros datos cuya ausencia o
cuya presencia puede ser signo de un problema, un alerta a tener en
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cuenta, pero cuyo valor o significación sólo podrá relevarse en el
conjunto de la estructura a ser considerada, incluyendo para esto
tanto el quehacer del pequeñito, como el discurso de los padres,
como el propio dato en las transformaciones  (o no) de su devenir.
 En la observación de lactantes la mirada del profesional se
organiza desde la ética que lo atraviesa en la dirección de la cura,
pero para eso debe haber sido alimentada previamente con la
información necesaria – información que no se obtiene en la
formación como analista, sino en las otras disciplinas que se
ocupan del desarrollo en sus primeros tiempos (neuropediatría,
psicología, psicopedagogía, fonoaudiología, lingüística,
psicomotricidad y otras). A su vez, en la intervención con bebés,
las premisas de la clínica psicoanalítica son esenciales para que
toda esa información que hace a la formación necesaria, no se
interponga como obtusa pantalla entre la mirada del profesional
y el bebé”[1]
 Comenzamos este tema invocando la reconocida palabra de Elsa
Coriat. Una psicoanalista dedicada a la infancia, de innegable
estirpe: es la hija de la gran Lidia Coriat, la neuróloga que bien
puede ser considerada una de las piedras fundamentales del
neurodesarrollo en nuestro país. Podría extenderme en algunas
consideraciones sobre su decir. Pero prefiero no hacerlo. Mejor que
cada uno de ustedes, lectores, entren en diálogo con ella. Basta y
sobra para mis intenciones como Profesor de esta cátedra,
buscando dejar algunas ideas acerca de nuestra transmisión, que
incluye necesariamente nuestro modo de entender el proceso
enseñanza aprendizaje.
 Vamos entonces al tema de este capítulo.
Tomamos conciencia del tono muscular en diversas situaciones.
Por supuesto, como fenómeno absolutamente reflejo que es, casi
siempre pasa como desapercibido. Una dramática situación, la de
un desmayo, nos anoticia de este fenómeno nervioso

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fundamental. Vemos cómo una persona joven, absolutamente
sana, se desploma aparatosamente cayendo al suelo ante el
estupor de los que la rodean. Tal vez lo hayan visto en un
laboratorio de análisis bioquímicos, cuando alguien es sometido a
una extracción de sangre; tal vez en algún momento especial, como
en una ceremonia fúnebre, si quieren en una más alentadora
circunstancia, como puede ser una graduación. Siempre al calor de
una emoción intensa, el desmayo, tan ruidoso como benigno, nos
ha mostrado “en vivo y en directo” las consecuencias de la caída del
flujo sanguíneo cerebral por lo que se conoce como “crisis vagal”.
La hiperestimulación del X par craneal, el Nervio Vago, lleva a una
acentuada hipotensión y bradicardia, responsables del desmayo,
con abolición transitoria de la conciencia y disolución del tono
muscular. La persona cae “como caldo del quinto piso”; si quieren
decirlo en un argot menos antiguo, “como una bolsa de papas”. Al
llegar al suelo, mientras los despavoridos asistentes claman por un
médico, nuestro circunstancial héroe se repone. Lentamente
recupera sus colores, comienza a preguntar qué cosa ha sucedido,
vuelve  la tranquilidad general. “Sentí que me iba..., qué susto!...”,
“siempre me pasa cuando me extraen sangre...”. No faltará quien
entre comedido y desubicado le recomiende comenzar su análisis
personal para que ejercite aquello de “ver qué te pasa...”. Tragedia
más, comedia menos, el desmayo simple de una persona joven no
suele pasar de esto. Lo que nos debe quedar en la mira, al menos
ahora, es el fenómeno de la disolución del tono que acompaña a la
pérdida del conocimiento.
 Nuestra postura depende del tono muscular. Por eso se lo
considera la base de la llamada motilidad estática. Para Sherrington
el tono es esencialmente actividad postural. Los músculos no
funcionan produciendo trabajo mecánico, sino como aparatos
fijadores de los segmentos óseos y cartilaginosos del cuerpo.
 Por cierto que el ejemplo del desmayo no es el único para objetivar la
naturaleza del tono muscular. Hay muchas otras situaciones donde es
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dable percibirlo. Una de ellas, mucho más simple y cotidiana, es cuando
le damos la mano a una persona. Resulta fácil distinguir un cierto
estado de semicontracción permanente de sus músculos. Sin saber
estrictamente cómo llamarlo, solemos decir “esta vez me dio la mano
de otra forma..., estaba tensa”; o por el contrario “parecía un flan...,
no podía sostenerse”. Evidencias incontrastables de lo que llamamos
hipertonía e hipotonía. Lo mismo si atendemos a la expresión facial
dura, rígida, “de hielo” de ciertos estados emocionales, en contraste
con la de aquellos momentos de distensión donde se nos ofrece una
cara rozagante, distendida, feliz; o también la que acompaña a estados
de introversión y ensimismamiento donde sólo puede leerse una floja
sensación de “nada”, vacío y lejanía. Nosotros mismos, cuando hemos
aprendido a dirigir la atención a nuestro cuerpo, “a saber leerlo”,
tenemos la evidencia de estar contracturados, tiesos hasta el
dolorimiento, en oposición a la placentera sensación del relajamiento,
de una paz que desde los músculos nos avisa de cierta armonía. Es
también cuando vemos dormir a nuestros hijos, como los beatos,
despatarrados, extendidos hasta vaya uno a saber qué confines de sus
noveles existencias, cual angelotes del cielo, en estado de gracia.
 El tono muscular, como actividad refleja, es automático, no conciente. Es
puesto en juego por la propiocepción, es decir aquella sensibilidad
interoceptiva que nos informa de la posición de nuestro cuerpo en el
espacio, del estado y relación de los distintos segmentos que lo
componen. Lo propioceptivo está eminentemente ligado a lo vestibular.
La rama vestibular del VIII par craneal, llamado Nervio Acústico
Vestibular, se ocupa de lo atinente al  equilibrio y la postura, en
conexión con el Cerebelo. Interviene en la coordinación de ambas
mitades de nuestro cuerpo, en la coordinación del movimiento estático
y dinámico. En estar quieto en diferentes posiciones, en estar
moviéndonos en los tres planos del espacio; en el caminar, el correr, el
saltar; en la ejecución de cualquier gesto, desde un simple saludo hasta
ejecutar virtuosamente un instrumento musical. Hablamos, tal vez con
más propiedad, de lo propioceptivo – vestibular. Es esa cualidad
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estimular la que pone en marcha las contracciones musculares propias
del tono. La contracción muscular tiene que ver con el estiramiento. La
unidad elemental del tono es el simple reflejo medular; que por
supuesto no es tan simple. Se lo llama “simple” porque suelen
intervenir en él pocas sinapsis. Sin embargo, una súper fina estructura
subyace a cualquier reflejo como el rotuliano. Los músculos tienen unos
receptores especiales, como los llamados “husos musculares” y los
“aparatos tendinosos de Golgi” que informan a las neuronas del asta
anterior (las motoneuronas medulares) acerca de la intensidad de la
contracción que es menester para sostener, por ejemplo, la
bipedestación. Para lograr estar parados tenemos que contar con la
necesaria contracción de los músculos extensores, antigravitatorios.
Más la colaboración, sinérgica, de los flexores, que deben ceder ante la
acción de sus oponentes extensores. Por eso, cuando un niño de unos
doce meses se para sobre sus pies, asiste gozoso a uno de los días más
significativos de su vida. Es cuando se apropia de lo que Freud
llamó “pulsión de dominio”, es cuando con cierta justicia todos nos
hemos sentido como Alejando Magno mientras divisaba desde las
alturas su “Magna Grecia”.
Estar parados, sentados, acostados. Toda postura tiene su basamento en el
tono muscular. Cualquier gesto de la motilidad dinámica debe asentar
sobre la motilidad estática, la del tono. El buen jugador de golf sabe del
tono ideal para un buen golpe. Generalmente no es conveniente
ponerse “durito” como un muñeco de torta. El golpe ideal sobreviene
cuando los músculos alcanzan una contracción óptima que permite la
mejor destreza. No hace falta jugar golf para saberlo. También se
conoce desde cualquier otra experiencia, como la de saludar, la de
cortar el asado, armar cigarros, hablar en una clase pública, bailar,
besar. Quién no ha experimentado el tono tembloroso del primer beso?
Ese tono anhelante que después, en los casos afortunados, ha llegado a
la dulce distensión de disolvernos en el transparente y dorado remanso
del encuentro afortunado. El encuentro del amor logrado. Allí, primero
que nada, está el tono muscular. 
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El concepto de “pulsión de dominio”, más específicamente “de
apoderamiento” como la llaman Laplanche y Pontalis en su diccionario,
no sólo tendría que ver con control y destrucción del objeto. Como
supondría su adhesión al sado masoquismo. Es bien posible
considerarla como una saludable tendencia del niño a su integración, al
apropiamiento de su cuerpo, al entendimiento de sus capacidades para
moverse en el mundo, a lo que algunos han llamado “narcisismo
trófico”. 
El tono muscular es uno de los primeros argumentos del amor. Y
también del odio. Está infiltrado hasta los tuétanos de la emoción, esa
variante de la actividad cerebral que atraviesa todos los modos
sensoriales y motores, por eso se la denomina  como
“transmodal”.Barraquer Bordas lo define como “un estado de tensión
permanente de los músculos, de origen esencialmente reflejo,
variable, cuya misión fundamental tiende al ajuste de las posturas
locales y de la actividad general, y dentro de la cual es posible
distinguir de forma semiológica diferentes propiedades”.[2]
De todos modos, también podemos pensar al tono muscular como un
aprendizaje. Es decir como un cambio más o menos estable frente a
situaciones contextuales más o menos estables. Todo el funcionamiento
cerebral, tanto en lo somatosensitivo como en lo visceral,  va
modificándose de manera que el tono va variando acorde a los ajustes
ambientales necesarios. Hablábamos antes de la trayectoria del primer
beso hasta el amor consumado. Si es que alguna vez se termina de
consumar... Pero aceptemos que el beso, ese derivado del comer,
implica un proceso, un aprendizaje. Lo deseado, lo prohibido, lo
permitido, lo posible, en suma todas las contingencias de la vida van
armando ese tono muscular. Esa actitud.
Actitud puede definirse como cierta tendencia a percibir y reaccionar en
un determinado sentido. Es una postura corporal, que siempre
acompaña a un cierto ánimo, a cierto estado del alma. Estado del alma
que supone una valoración, una implicación subjetiva, en cierto sentido

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estable. Aunque dispuesta a cambiar, según y conforme a las
contingencias.  Hay quien ha dicho, “nada puede integrarse realmente
al ser, sin pasar primero por lo tónico emocional”.[3]
Cuando he citado a Barraquer Bordas, un eminente neurólogo catalán
que tanto ha trabajado en este tema, mencionamos la semiología. En
este caso aquella no tiene que ver exclusivamente con la semiótica, sino
con la recolección y valoración de datos en la clínica, en la valoración de
lo normal y patológico. En la recolección de signos de estirpe física
corporal, como el gesto, la mímica, la entonación y, por supuesto,
llegando al discurso en su plenitud. Esa semiología que tanto enseñaron
los franceses, impostergable para todo estudioso de la psicología y la
psicopatología, la de los grandes psiquiatras franceses. A quienes tanto
les debe el mismísimo Psicoanálisis.
Ustedes tendrán ocasión de “hacer semiología” en los trabajos de
observación. Las variaciones del tono en el primer año de vida son
notables. Atenderán a la consistencia de las masas musculares,
tomando a mano plena las masas de los deltoides, los bíceps o los
gemelos del bebé. Por lo general es uniforme. Lo mismo harán con la
pasividad directa o resistencia al movimiento, donde es notable la
resistencia del plano extensor cervical; este plano es menos pasivo que
el flexor; el bebé logra mejor la flexión que la extensión del cuello. En
cambio en los miembros predomina la flexión. También buscarán la
pasividad indirecta, movilizando desde lo proximal algún segmento, por
ejemplo de las extremidades, notando el bamboleo que se produce en
las manos al agitar suavemente la raíz del brazo cerca del hombro. Lo
mismo con la extensibilidad, que mide la elongación que sufren los
músculos, tendones y ligamentos cuando son alejados pasivamente de
sus puntos de inserción. Todo esto tiene enorme importancia a la hora
de valorar la maduración. Pero, como quedó dicho, también la emoción
que porta ese niño, no solamente por “cómo es visto”, sino también
“cómo se siente”. Es lo que Ajuriaguerra recapitula con la noción
de “diálogo tónico”, como otro lenguaje, el de los afectos, cómo se
expresa, cómo se siente habitando su cuerpo junto a los otros.
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El tono muscular es revelador de quién es, de quién será ese niño. De
cómo se observará mientras observa el mundo, siguiendo las
profundidades de las cuales ha devenido Sujeto.
Desde luego queda mucho por decir. Pensemos, solamente, en lo que
tiene que ver con el tono y postura en la Tercera Edad, un tema que por
su trascendencia será tomado en forma específica más adelante.
A esta altura, terminando este tramo, me queda por señalar algunas
lecturas posibles, que no deben ser consideradas meramente como
ampliatorias, sino también extendiendo los conocimientos necesarios
para un Psicólogo:
“Las bases neurológicas de la maduración psicomotriz”, de Lidia Coriat,
Editorial Hemisur, Buenos Aires, 1974.
“El primer año de vida”, de Verónica Toresani y Mariel Gigli, en “Los
primeros años de vida. Perspectivas en Desarrollo Temprano”, Roberto
Frenquelli (compilador), Editorial Homo Sapiens, Rosario, 2005.
“Semiología Médica Ampliada”, de Roberto Frenquelli,
en http://www.psicofisiologia.com.ar/index.php?
option=com_content&task=view&id=965&Itemid=31
“Cuerpo, función tónica y movimiento en Psicomotricidad”, de Miguel
Sassano, Editoriales Miño y Dávila, Buenos Aires, 2014.
El tono muscular – Psicofisiología – UNR
http://psicofisiologia.com.ar
Hay quien ha dicho, “nada puede integrarse realmente al ser sin
pasar primero por lo tónico emocional (3) Cuando he citado a
Barraquer Bordas (médico Catalán precursor de la neuro
psicología 1923-2010)

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