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Apuntes de clase
El Vaticano II fue el punto de partida para una proliferación de estudios sobre la vida
religiosa. Se comenzó con trabajos dispersos y poco a poco se han ido elaborando teologías
de la misma más o menos sistematizadas.
La vida consagrada surgió en la Iglesia como una realidad vital. Sólo después se
reflexionó sobre sus fundamentos doctrinales. Los consagrados y consagradas justificaban
su estado de vida señalando a la vida de Jesús, a sus exigencias, a sus enseñanzas. Hubo
Padres de la Iglesia que dedicaron tratados para justificar y exaltar la virginidad como
hecho de vida. También durante el período de monacato el punto de referencia en la
reflexión ha sido el evangelio y la persona de Cristo junto con el modelo de la comunidad
apostólica y de la primitiva comunidad cristiana.
“Hay un sustrato común a todo el fenómeno de la vida religiosa durante todos esos
siglos: la vida religiosa aparece como una realidad carismática, más atenta a su dimensión
de vida que a su encuadre dentro de un marco teológico, más como una espiritualidad y un
modo de vivir que como una justificación doctrinal dentro del conjunto del pensamiento
teológico. Incluso va a suceder que, de manera progresiva, esa realidad del hecho de vida
vaya quedando aislada, separada, autónoma”1.
1
GUTIÉRREZ VEGA, L., Teología sistemática de la vida religiosa, Madrid, 2ª. Ed., 1979, p. 30.
1
identificación entre “santidad de la Iglesia y vida religiosa”, “vía de los consejos”, abierta a
unos pocos, mientras los preceptos van dirigidos a todos. Todas estas expresiones,
originadas por un subyacente perfeccionismo, crean inevitablemente, una doble categoría
de cristianos, de primero y de segundo orden, que hoy está en franca retirada”2.
A partir de esta visión se elaboró una teología de la perfección que llegó hasta el
Vaticano II. Fue objeto de reflexiones espirituales más que teológicas. Estas se fueron
desviando poco a poco hacia el terreno jurídico y moral.
Desde este punto de vista moral se estableció una distinción entre voto y virtud. La
materia del voto se redujo a unas exigencias mínimas. La virtud traía exigencias mayores.
Los carismas son dones que Dios concede gratuitamente para edificación de la Iglesia
en el amor -carisma fundamental- bajo la dirección apostólica (cfr. 1 Cor. 12, 31; 14, 33).
1. El misterio de la Iglesia.
2. Modelos de Iglesia
3. Vida consagrada: un carisma del Espíritu en y para la Iglesia
2
Id. P. 34.
2
III. Fundamentos bíblicos de la vida consagrada
IV. La consagración
V. La comunión
VI. La misión
3
I
En la actualidad, nuevas situaciones presentan nuevos desafíos que exigen cambios que
permitan encontrar nuevas formas de expresar y de vivir la vida consagrada. Muchos
símbolos que la caracterizaron durante mucho tiempo: el hábito, las prácticas de piedad, las
tradiciones internas, la iconografía, las explicaciones, teológicas, etc., son cuestionadas hoy
porque surgieron en las sociedades rurales de la Edad Media y tuvieron algunos retoques
del tiempo de la primera industrialización. Por tanto, no son aptas para responder a las
inquietudes del hombre y de la mujer de hoy3.
La razón de ser de estos grupos religiosos en el seno de una mayoría laico-secular de las
religiones demuestran que lo que hay de más profundo y más humano se encuentra en
todos. Manifiesta que en el fondo de cada persona humana de cualquier raza, cultura,
religión, pueblo o nación, hay una tendencia irrefrenable hacia lo “santo”, hacia el
“misterio”; una búsqueda apasionada de Dios. La autenticidad de la persona humana pasa a
través de la experiencia religiosa fundadora. Las personas que la viven de manera original
actúan como iniciadoras y modelos para los demás. Su experiencia religiosa y su función
social las impulsan a poner de relieve, incluso en situaciones de conflicto, determinados
valores de la persona humana como la simplicidad y la austeridad, la centralidad de la
relación y en encuentro con lo “santo”, la misericordia y la no-violencia, la moderación y el
recogimiento, la armonía con el cosmos y la vida comunitaria.
Precisamente por esto manifiestan una admirable libertad frente a las instituciones y las
relativizan fuertemente. Este fenómeno de la vida religiosa en las religiones pone de
relieve, además, que todas las sociedades crean –la mayoría de las veces en forma
inconsciente- sus propios grupos minoritarios y marginales para que ejerzan sobre ella una
función simbólica, crítica y transformadora: una función de confín o límite, de frontera
(liminalidad)4. Estos grupos tienden a encarnar en forma radical los valores más apreciados,
3
Cf. Instrumentum laboris para el Sínodo de la Vida Consagrada, n. 93.
4
“Liminality” o “liminalidad” es un concepto antropológico que está de moda hoy. El antropólogo Arnold
Van Gennep acuñó el término “liminality” para designar la separación de la persona de su propia familia
durante un breve período de tiempo, como sucede, por ejemplo, en los ritos de transición. Recientemente el
término ha sido utilizado por Edith Turner que le dio un significado totalmente nuevo, para indicar las
4
especialmente los valores de la sacralidad, si bien esto se realice a través de la separación y
marginación social. En esos grupos, la sociedad proyecta sus esperanzas más escondidas,
sus sueños y aspiraciones.
La función de estos grupos religiosos es evidente: son una forma humana legítima de
realización personal plena y una manera original de colocarse delante de Dios en la
sociedad y en el cosmos. Estos grupos de hombres y mujeres transmiten un mensaje
común: sin referencia a lo “santo” no hay humanidad ni dignidad de la persona humana y
ésta no se realiza si no hay adoración, referencia a lo sagrado, a la contemplación, a la
interioridad y al servicio. La vida religiosa en sus más variadas formas y a través de las
diversas religiones es una de las expresiones primarias y más auténticas de la función
simbólico-transformadora de las minorías en el seno de las mayorías. De este modo, la vida
religiosa ofrece una escala de valores alternativa crítica con relación al status quo y se
transforma en un modelo inspirador para la sociedad.
Entre las diversas formas de vida religiosa en otras religiones podemos citar, como
ejemplo, la formas helenistas y budistas. Entre las primeras tenemos el ideal pitagórico tal
como lo interpretaron algunos grupos neoplatónicos y que está presente en el mundo
greco-oriental cuando nace el cristianismo. El ideal pitagórico acentúa la comunión o
koinonía: personas de origen diferente se unen para acompañarse en el camino de la vida y
para ayudarse en el cultivo de los valores religiosos. Este ideal coloca en el centro la
exigencia de la ascesis, concretada en la renuncia de los bienes personales, el control de los
instintos y la ausencia de experiencias sexuales. Todo culmina en la contemplación o
descubrimiento de Dios y sus valores en la intimidad de la experiencia personal.
El monacato budista es, en el fondo una reforma positiva y creadora de los diversos tipos
de ascetismo contemplativo que existían en la India. “La novedad que aportan Buda y sus
discípulos incluye la vida comunitaria, el celibato permanente y la regulación de una ‘vía
intermedia’, igualmente alejada de los rigores inhumanos de los solitarios hindúes
(brahmanes) y del gozo inmoderado de gran parte de los hombres de este mundo”5.
b. Formas israelitas
El pueblo de Israel no conoció la existencia de otra vida sino hasta tres siglos antes de la
venida de Cristo. “Por eso necesita conseguir sobre el mundo la promesa, asegurar la vida
por la descendencia, recibir la bendición de Dios en plenitud de bienes materiales.
Lógicamente, en el viejo Israel no ha florecido la vida religiosa. Sin embargo, esa línea
encarnatoria donde la libertad (éxodo), los hijos y el dominio de la tierra (las promesas) se
precisan como mediación de Dios no es absoluta. En un momento dado la llamada y el
poder de Dios han hecho que todos los valores de la tierra se presenten como secundarios.
En esta línea se mantiene Elías, Eliseo y los llamados ‘hijos de los profetas’: son hombres
llenos de celo de Yahvé, hombres que dejan las formas ordinarias de existencia (la tierra y
expresiones de los pequeños grupos o comunidades en sus relaciones e interacción con la gran masa de la
sociedad.
5
X. PIKAZA, Tratado de vida religiosa. Consagración, comunión, misión (Madrid, 1990) p. 22.
5
el cultivo de los bienes, a veces el mismo matrimonio) para dedicarse de lleno a la causa de
su Dios... (En tiempos de Jesús), de manera general podemos afirmar que destacaban tres
corrientes o líneas religiosas: fariseísmo; tendencia sapiencial; apocalíptica. En cada una de
ellas y sobre todo en la tercera, tal como está representada en los ‘monjes’ de Qumram, hay
algo que se acerca a la vida religiosa..
6
Id. Pp. 24-26.
6
Jesucristo pone de relieve los valores de la verdad, de la libertad, del amor, de la
misericordia, de la gratuidad y de la justicia. La radicalidad humana se configura a partir
del seguimiento de Jesús. Cristo se hizo uno de nosotros para que pudiéramos ser personas
en plenitud. Él sembró con la acción del Espíritu semillas del Reino en los pueblos y en las
religiones. Cristo introduce en el creyente religioso la exigencia y la novedad que provienen
de la triple perspectiva: del anuncio y encuentro; de la denuncia y huida; de la renuncia y
autonomía.
La vida consagrada nació poco a poco por mediación de algunas personas o grupos que
tuvieron la gracia del carisma de fundación. Algunos discípulos los siguieron. Todos se
propusieron asumir un estilo de vida que implicase las personas en su totalidad.
Consecuencia de esa totalidad es la renuncia a determinados bienes. Fruto de esta totalidad
son la adoración, el reconocimiento y la adhesión profunda a Dios y la misericordia y la
solidaridad con las personas.
En los primeros tres siglos de la Iglesia lo que se vive es un estilo secular. La fe se vive
en el mundo sin aparente distinciones de los demás en el exterior, como lo atestigua la
7
Vita consecrata (VC) 5.
7
Carta a Diogneto. Con todo, ya desde los tiempos apostólicos aparecen ascetas y vírgenes
(He 21,8).
a. Ascetas y Vírgenes
b. Vida eremítica
c. La vida cenobítica
Casi enseguida surgió la vida cenobítica (del griego koinos bios = vida común). Esta
forma de vida consagrada recibió su organización con Pacomio (+ 347) y su estructura
teológica en las reglas de s. Agustín (+ 430) y de s. Basilio (379). Los cenobitas tienen
como ideal formar una nueva familia reunida en el nombre del Señor: “el fin principal para
que estáis reunidos en un solo cuerpo es para que viváis unánimes en el convento y que
tengáis una sola alma y un solo corazón en Dios” (Regla de S. Agustín, 3).
Las fraternidades de s. Basilio son una síntesis entre la vida monástica eremítica de
Egipto y la vida en el mundo. Lentamente el monacato se extendió por Europa sobre todo
por medio de S. Benito, padre del monacato occidental. Él estableció una regla
caracterizada por el equilibrio y la discreción. El monaquismo tiene la característica de la
8
Cf. CODINA, V. – CEVALLOS, N., Vida religiosa. Historia y teología, (Madrid, 1987), pp. 19-21.
9
VC 7.
8
estabilidad que encajaba perfectamente en la estructura feudal de la sociedad. Los monjes
rescatan los valores de la tradición antigua y son los forjadores de la nueva cultura
medieval. El monasterio es escuela de cultura, desde la agricultura a las artes y las ciencias.
Los monjes viven bajo el ritmo del “ora et labora”. Con el tiempo la acumulación de la
riqueza de la posesión de tierras fue trayendo una debilitación de los ideales primitivos.
Esto dio origen a sucesivas reformas, como la de Cluny (s. X).
En el s. XIII la vida económica se desplazó de las zonas rurales a las ciudades que
comenzaron a desarrollarse con la emigración del campo a la ciudad. El comercio se
intensificó. El mundo feudal con sus características comienza a desmoronarse. La Iglesia
institucional permanece unida al feudalismo y eso trae consigo un fuerte anticlericalismo.
No se sabe cómo evangelizar en ese nuevo marco social.
El s. XVI marca el inicio de una nueva era. Entre otras cosas, el descubrimiento de
América y la evolución del pensamiento caracterizado por un humanismo, un sentido nuevo
de la conciencia y de la libertad. Las viejas órdenes conocen en su seno movimientos de
reforma. Estas reformas anunciarán el evangelio en América.
Al mismo tiempo el Espíritu suscita nuevas congregaciones religiosas ante las nuevas
necesidades de la Iglesia y de la sociedad: atención a los enfermos, educación de la niñez y
de la juventud, asistencia a los desvalidos, misiones. Se ubican en las nuevas fronteras.
Eliminan, al menos en parte, elementos monásticos como el oficio coral, el hábito propio,
los ayunos y penitencias obligatorios.
9
sulpicianos, los eudistas, los de misiones extranjeras. También surgen congregaciones
laicales: hermanos de las escuelas cristianas, y congregaciones clericales como los
pasionistas y redentoristas que se preocupan especialmente por las misiones populares y
rurales. Especialmente rico en nacimientos de congregaciones religiosas masculinas y
femeninas fue el s. XIX.
g. Institutos seculares
Otra forma de vida consagrada que ha aparecido en la primera mitad del s. XX ha sido la
de los Institutos seculares, aprobados en el pontificado de Pío XII, en 1947. Son
asociaciones de fieles (clérigos y laicos) que, a través de la vida consagrada, tienden a la
perfección de la vida cristiana en el mundo y se empeñan a contribuir a la santificación del
mundo actuando en medio de él. Los miembros de estos institutos siguen viviendo en sus
condiciones seculares, profesionales y familiares o viven también en pequeñas
comunidades como punto de partida y de referencia de su presencia en el mundo. Sus
características son: la consagración, es decir, el compromiso de vivir según los consejos
evangélicos, la secularidad, como presencia en el mundo, el apostolado como testimonio
misionero en el mundo y el vínculo, estable o periódico con una comunidad. Sin hábito ni
casas comunes ni instituciones propias pretende ser levadura y fermento en la masa del
mundo.
h. Sociedades de vida apostólica
Las sociedades de vida apostólica “buscan, con un estilo propio, un específico fin
10
VC 8.
10
apostólico o misionero. En muchas de ellas, con vínculos sagrados reconocidos
oficialmente por la Iglesia, se asumen expresamente los consejos evangélicos. Sin embargo,
incluso en este caso la peculiaridad de su consagración las distingue de los Institutos
religiosos y de los Institutos seculares. Se debe salvaguardar y promover la peculiaridad de
esta forma de vida, que en el curso de los últimos siglos ha producido tantos frutos de
santidad y apostolado, especialmente en el campo de la caridad y en la difusión misionera
del evangelio”11.
El sínodo sobre la vida consagrada (1994) mencionó el fenómeno de las nuevas formas
de vida consagrada. “En muchos casos se trata de Institutos semejantes a los ya existentes,
pero nacidos de nuevos impulsos espirituales y apostólicos. Su vitalidad debe ser discernida
por la autoridad de la Iglesia, a la que corresponde realizar los necesarios exámenes tanto
para probar la autenticidad de la finalidad que los ha inspirado, como para evitar la excesiva
multiplicación de instituciones análogas entre sí, con el consiguiente riesgo de una nociva
fragmentación en grupos demasiado pequeños. En otros casos se trata de experiencias
originales, que están buscando una identidad propia en la Iglesia y esperan ser reconocidas
oficialmente por la Sede apostólica, única autoridad a la que compete el juicio último”12.
El mismo documento exige como principio fundamental que tales comunidades para ser
catalogadas como de vida consagrada estén fundadas en los elementos esenciales,
teológicos y canónicos que son característicos de esta vida.. Por eso no pueden ser
comprendidos en la categoría específica de vida consagrada aquellas formas de
compromiso que algunos cónyuges cristianos asumen en asociaciones o movimientos
eclesiales “cuando, deseando llevar a la perfección de la caridad su amor ‘como
consagrado’ ya en el sacramento del matrimonio, confirman con un voto el deber de la
castidad propia de la vida conyugal y, sin descuidar sus deberes para con los hijos, profesan
la pobreza y la obediencia”14.
11
cuales continúan ocupando el lugar insigne que la tradición les ha reservado”15. Llama
igualmente a la mutua colaboración.
II
1. El misterio de la Iglesia
12
miembros. El Espíritu les comunica carismas diferentes para utilidad común (1 Cor 12, 1-
7)19.
2. Modelos de Iglesia
Hace tres décadas, el actual Card. Avery Dulles, S.J., publicó su muy leído y discutido
libro Modelos de la Iglesia. Su intención fue la de abrir un diálogo intraeclesial para
superar polarizaciones. Él señaló el dominio del modelo institucional en los textos oficiales
de la Iglesia, el que presenta la Iglesia como sociedad perfecta, distinta y autónoma frente
al Estado. Ya antes del Vaticano II ese modelo que predominó durante muchos siglos
comenzó a ser cuestionado al recuperarse el modelo de Iglesia como Cuerpo Místico de
Cristo. El Vaticano II respaldó el modelo de Iglesia pueblo de Dios al que se había vuelto
ya desde los años ’40 y ’50. En la evaluación de la recepción del Vaticano II hecha por el
Sínodo de los Obispos en 1985, los debates mostraron claramente que existía tensión entre
la noción de iglesia como pueblo de Dios y el concepto de Iglesia como comunión y
misterio. Se criticó la noción de pueblo de Dios como una interpretación demasiado
sociológica, como si la Iglesia fuera algo que hacemos más que algo que recibimos de Dios
Más que elegir entre estos dos modelos habría que integrarlos diciendo que la Iglesia en el
pueblo de Dios constituido por nuestra comunión en el misterio de Cristo. Otro modelo de
Iglesia es el de sacramento del Reino, que evita identificarla, como en el pasado, con el
Reino, que va más allá de sus fronteras.
Según el modelo de Iglesia que prevalezca en la reflexión sobre la vida consagrada será
la idea que se tenga de la misma, de su misión, de su relación con los demás miembros, de
sus exigencias.
El Concilio Vaticano II retomó la reflexión sobre la realidad de estos dones con los que el
Espíritu dota a la Iglesia. Lo hizo a la luz de la experiencia y el testimonio neotestamentario20.
13
especiales que distribuye el Espíritu entre los fieles para "ejercer las diversas obras y deberes
que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia" 21, ya sean ordinarios o
extraordinarios.
Entre los muchos textos en los cuales Pablo menciona los carismas destaca el capítulo 12
de la 1a. Carta a los Corintios. El Apóstol describe allí con cuatro términos la realidad de los
dones que el Espíritu concede a los miembros de la Iglesia para el bien de la comunidad, es
decir, al servicio de las dimensiones que surgen de su acción.
La descripción la encontramos en el análisis de las palabras que Pablo usa para designar los
carismas. El primero de esos términos es el de pneumatiká que señala su origen. Se trata de
dones que da el Espíritu; manifestaciones de su presencia y acción (cf. 1 Cor 12,1.7). Otra
palabra usada en las cartas paulinas es la de kharismata (1 Cor 12,4). Ella subraya la
gratuidad. Se trata de dones de la gracia. Llamar a los carismas diakoniai (l Cor 12,5) es
decir, ministerios, ayuda a comprender la finalidad de esos dones: se dan para servicio de la
comunidad. Finalmente, son calificados como energuemata, que significa actividades (1 Cor
12,6) y pone de relieve que Dios actúa con potencia en ellos, ya que suscita "el querer y el
obrar" (Flp 2,13).
Teniendo en cuenta la terminología paulina podríamos describir los carismas como dones
que da el Espíritu gratuitamente y actuando con poder para servicio de la comunidad. Según
el texto que hemos citado, los carismas tienen un origen trinitario: son dones del Espíritu que
los distribuye (1 Cor 12,11); son ministerios que confiere el Señor Jesús (1 Cor 12,5) y es Dios
(el Padre) quien "obra todo en todos" (l Cor 12,6).
21
Ib.
14
Estos dos tipos de carismas están relacionados entre sí. De hecho Pablo lo experimentó en
su ministerio apostólico y descubrió así el origen común que tienen: el Espíritu. De El se
deriva la conexión que existe entre todos ellos, dados para "provecho común" (1 Cor 12,7. El
Espíritu es el principio unificador de los carismas: "Pues del mismo modo que el cuerpo es
uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su
pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu
hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (l Cor 12,12-13). El Espíritu
ha derramado el amor de Dios en los corazones de los fieles (Rom 5,5) y el amor es el carisma
de los carismas (1 Cor 12,31); el que los une y da valor hasta los más pequeños (l Cor 12,21-
26).
El Apóstol menciona tanto los carismas que son dados para el ejercicio de un "oficio" o
"función" estable como los que se manifiestan en forma esporádica. Para él lo que cuenta no
es que sea un oficio o un don libre lo que se recibe, sino el hecho de que el Espíritu Santo es el
origen de esos carismas y todos son dados para la edificación del Cuerpo de Cristo. Esto nos
hace comprender la importancia que los dos tipos de dones tienen para la vida de la Iglesia y
cómo no se puede atacar lo institucional en nombre de un falso espiritualismo, como tampoco
aplastar los carismas no-institucionales en nombre de un orden y organización jurídicas.
Cuando Pablo presenta las reglas prácticas para los servicios carismáticos en las asambleas
cristianas afirma que Dios, que comunica los carismas "no es un Dios de confusión, sino de
paz", por tanto, todo se debe realizar "con decoro y orden" (l Cor 14,33.40), para "conservar la
unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4,3).
El amor cristiano, que es el mayor de los carismas (1 Cor 12,31) viene a ser el gran
principio coordinador de todos los dones que comunica el Espíritu. Este amor lleva a
reconocer en los carismas de los demás las dimensiones reales del propio y a no estimarse más
de lo que conviene, teniendo "una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a
cada cual" (Rom 12,3). De aquí se deriva el vivir en Cristo "por el consuelo del amor, por la
comunión en el Espíritu" y a considerar a los demás superiores a uno mismo (Flp 2,1-3). Cada
don reconoce los otros dones porque todos han sido comunicados en el amor y se prestan
ayuda mutua. El Espíritu, mediante el carisma del amor, ordena los diversos carismas que ha
otorgado a la Iglesia.
15
La comunión que une a todos los bautizados no impide sino más bien exige que dentro de
la comunidad eclesial haya multiplicidad de funciones específicas. Es Dios mismo quien
suscita en ella los diversos carismas para que la Iglesia se constituya y pueda cumplir su
misión. Ellos indican a cada uno su papel peculiar en la vida y en la acción del Pueblo de
Dios.
Esta coordinación y unión entre los carismas no excluye el contraste y las tensiones entre
ellos. Cada don es diferente. Lo que uno tiene no lo posee otro. De ahí que el ejercicio de los
carismas lleve consigo la cruz y el sufrimiento. Un don es limitado por otros dones. El mismo
Espíritu que suscita los carismas permite la oposición a ellos para la purificación de quienes
los han recibido y para que adquieran la dimensión pascual, signo de autenticidad evangélica.
De aquí surge la necesidad de desdramatizar los conflictos y de asumirlos sin amargura y con
una esperanza activa.
La comunidad eclesial está llamada a armonizar las exigencias del orden vigente con las de
un orden nuevo; a conciliar las formas institucionales con la renovación requerida por el
Espíritu que impulsa a la comunión, defiende la libertad y comunica la "parresia" del
profetismo.
El amor de Dios, "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado" (Rom 5,5) se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás y participación
fraterna. Institución y carisma deben ponerse al servicio de esta comunión, creando y
favoreciendo comunidades eclesiales vivas y dinámicas que conviertan la Iglesia en signo de
la unión de todos los hombres entre sí y de éstos con Dios 22. De este modo, en la variedad de
los carismas, como expresión de fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero "entre
todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los Pastores como los demás fieles" 23
aparecerá la koinonía. Esto requiere que se respete la unidad en lo esencial, la libertad en lo
secundario y la caridad en todo 24.
22
?Cf. LG 1.
23
? LG 92.
24
? Cf. ib.
16
La segunda dimensión del Espíritu a cuyo servicio se deben colocar la institución y los
carismas es la de la libertad. Esta, como vimos, está íntimamente ligada al amor cristiano que
supone la fraternidad. Lo institucional y lo carismático deben favorecerla. Los ministerios
estructurales necesitan superar la tentación del legalismo que oprime y del poder que aplasta y
utiliza. Los ministerios carismáticos, en cambio, no se deben dejar dominar por una pretendida
libertad que divide o que se transforma en libertinaje que encierra en el egoísmo (cf. Gal 5,13-
14).
Por último, institución y carisma están llamados a potenciar la dimensión profética de todo
el Pueblo de Dios. Juntos deben interpelar la realidad cuando no responde al plan de Dios y
denunciar el pecado social que condiciona las estructuras de un mundo injusto. El compromiso
eficaz y valiente con los derechos humanos desde el evangelio, con la palabra y con la acción,
es otro camino de integración de los dos aspectos de la vida de la Iglesia en el ejercicio del
ministerio profético.
El Espíritu Santo une la diversidad de los carismas en la comunión del mismo compromiso
por vivir, defender y promover en la Iglesia y en el mundo las dimensiones de comunión,
libertad y profetismo, que El crea como señal de su presencia en la historia. Su acción llega
aun a aquellos que no conocen a Jesucristo y se convierte así en principio unificador de la
riqueza de los diferentes dones.
III
17
El Concilio recuerda en el Decreto Perfectae Caritatis que “la aspiración a la caridad
perfecta por medio de los consejos evangélicos trae su origen de la doctrina y ejemplos del
divino Maestro”25. Con estas palabras nos está indicando los fundamentos mismos de la
vida religiosa. Fundamentos bíblicos, puesto que la doctrina de Cristo y sus ejemplos se
hallan consignados en los Evangelios.
Más adelante, en el mismo documentos conciliar se exponen en forma implícita las bases
bíblicas de los votos y de la vida común de quienes en la Iglesia se consagran a Cristo26.
Nos podemos preguntar sobre el sentido y alcance de esas afirmaciones. Es decir, sobre si
con ellas se pretende aseverar que la vida religiosa aparece claramente anunciada en textos
del AT y explícitamente indicada en los del NT, o si sólo contienen en germen lo que más
tarde surgió bajo la acción del Espíritu Santo en la Iglesia.
Fue así como algunos textos bíblicos se interpretaron en el sentido de bases explícitas y
directas de los votos religiosos. Fue así también como se llegó a la conclusión de que
bíblicamente hablando existían dos caminos que Jesús proponía a los cristianos: el de los
preceptos (obligatorio para todos) y el de los consejos (libre y ofrecido a unos cuantos
privilegiados). Partiendo de allí se acuñó el concepto de “consejo evangélico": camino
facultativo para tender a la perfección.
Hoy, en cambio, con una exégesis que busca el sentido literal y tiene presente el contexto
vital de las afirmaciones bíblicas, se ha llegado a la conclusión de que no se encuentra en la
Escritura la afirmación inmediata y explícita de la doctrina llamada de los consejos
evangélicos y de que los pasajes aducidos tradicionalmente no eran un apoyo sólido para
esa deducción.
Esto no significa que la vida religiosa carezca de fundamento bíblico. Este existe, aunque
no en la forma de afirmaciones claras y explícitas como se pensó en un tiempo.
18
La revisión de nociones y una exégesis más precisa han venido a señalar el cambio de
enfoque que se tiene hoy en la teología de la vida religiosa. Por una parte se ha visto qua la
vida cristiana no es otra cosa que una vida "en Cristo" y “en el Espíritu" (expresiones
paulinas), que se acoge por la fe, se expresa en la caridad y se vive en la esperanza. La
perfección evangélica consiste en el pleno desarrollo de esa vida y por tanto, todos los
cristianos están llamados a ella. Por otra parte, la dificultad aparente del texto de Mt. 19,
16-22 se resuelve si tenemos presente el contexto de todo el capítulo. En él se tratan las
exigencias radicales del Reino que son para todos. La perfección no aparece como algo
extraordinario sino como el desarrollo normal de la vida cristiana si no olvidamos la
equivalencia bíblica de bueno y perfecto Todo cristiano debe aceptar las exigencias
radicales del evangelio cada vez que las circunstancias las manifiesten. Esa es la ley de la
vocación cristiana. En su cumplimiento está la perfección. Hay que estar preparados en
todos los estados de vida a la exigencia de totalidad (cf. Mt. 5, 20-30).
Estas constataciones nos piden tener un nuevo enfoque de la vida religiosa desde el punto
de vista de la perfección. No debemos considerarla como una vida que por privilegio
especial estuviera orientada a la consecución de la perfección evangélica, meta de toda vida
cristiana. La vida religiosa es más bien un modo, una forma particular de tender a lo que es
obligación y compromiso del discípulo de Cristo.
Estudios exegéticos modernos han venido a cuestionar las interpretaciones de esos textos
y han acabado, por lo menos, con la total certeza y seguridad que brindaban como
fundamentos bíblicos. Creemos muy importante tener presentes las grandes líneas de la
interpretación tradicional y moderna de esos pasajes del Evangelio. Mucho se ha escrito
sobre ellos en los últimos años. Existen opiniones diversas y encontradas. Hay quienes
favorecen la exégesis antigua, aunque con otras razones, otros, en cambio, la juzgan
inadmisible. Nos limitaremos a presentar una síntesis de dos posibles interpretaciones de
los textos tradicionalmente aducidos para cada uno de los llamados consejos evangélicos.
Dos pasajes del NT. han sido habitualmente citados para demostrar la existencia de un
consejo evangélico de castidad: Mateo 19, 10-12 y 1 Corintios 7, 25-35.
19
pueden comprender el sentido que estas palabras encierran. Tampoco pueden llegar a la
perfección que suponen. Esto es dado como una gracia singular a algunos. Cristo exhorta
aquí a la guarda da la castidad por el Reino como un camino superior al matrimonio. El
contexto en el que Cristo vivió se consideraba la procreación como una participación en la
obra creadora de Dios y un modo de realizar la vocación de ser imagen de Dios (cf. Gen
1,28). Por eso, en la tradición rabínica se consideraba que el que descuidaba la procreación
era “como si redujera la imagen de Dios, ya que está escrito: ‘sed fecundos...’”. La
esterilidad era algo humillante. La fecundidad, signo de las bendiciones de Dios (Dt 7, 12-
14). Sólo al final de la época del Antiguo Testamento aparece la vida célibe entre los
esenios, aunque no era una exigencia para todos los que pertenecían a ese grupo. El aprecio
que se tenía por el matrimonio lo transforma en una imagen de la relación de Dios con su
pueblo (Os 2, 21-25).
Jesús vive en este contexto socio-religioso. Aprecia y valora la familia. Subraya el valor
del matrimonio monogámico (cf. Mt 19, 8-9). Considera normal y santa la institución
matrimonial y familiar. Con todo, Cristo no da un valor absoluto a esos vínculos. Lo central
para él es el Reino que lleva a relativizar lo demás (Mt 10,37). Esto lo lleva a permanecer
célibe y a explicar, desde el compromiso total con el Reino, su conducta que se salía del
esquema socio-religioso común en su tiempo en el ambiente judío. En el trasfondo del
texto de Mt 19,12, hay toda una polémica en la que Jesús participa. Probablemente era
acusado de no obedecer al precepto divino de crecer y multiplicarse. También se le
insultaba por no haberse casado y se utilizaba para ello la palabra despreciativa “eunuco”.
Así se entiende su respuesta: “hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el
Reino de los cielos. Quien pueda entender, que entienda”. Frente a los dos primeros tipos
de eunucos que vivían en una situación dolorosa y triste totalmente negativa, Cristo
contrapone la visión positiva de una renuncia libre al matrimonio, a la procreación y a los
hijos. Esta tiene como motivo la entrega completa al servicio del Reino y a su justicia (Mt
6,33). A la luz de esta interpretación del texto de Mateo 19,12, “el hacerse eunuco por el
Reino de los cielos aparece como una renuncia radical, pero posible y recomendable. Se
presenta, además, explícitamente como un don que no se otorga a todos, sino a aquellos a
quienes de hecho les ha sido otorgado (Mt 19,11) por el Padre. Es el único pasaje
evangélico donde aparece tal distinción”27.
La exégesis actual de algunos, pone de relieve que la perícopa comienza con una
pregunta sobre el divorcio. La respuesta de Jesús, subraya la exigencia del Reino: el
matrimonio es indisoluble. Sigue la cuestión de la continencia voluntaria. Cristo afirma la
conexión entra ella y el Reino. Sería, por eso, más lógico aplicar el texto al cristiano casado
que, cuando se realizan esas circunstancias, debe estar dispuesto a la continencia total por el
Reino y sus exigencias de absoluto y totalidad, de las cuales participa también el
matrimonio.
Para muchos al fundamento bíblico inmediato del consejo evangélico de castidad estaría
en las afirmaciones de Pablo en la Primera Carta a los Corintios 7, 25-33. Ellos insisten en
que allí se encuentra una clara distinción entre precepto y consejo y se dice además que no
27
T. MATURA, El radicalismo evangélico (Madrid, 1980) p. 93.
20
todos tienen la capacidad de seguirlo. También se afirma su superioridad sobre el
matrimonio.
Actualmente, en otra posible interpretación se hace notar que, si bien se habla de consejo,
éste es de Pablo y no del Señor. Pablo lo formula exponiendo su propio punto de vista. Él
considera mejor el celibato y la virginidad porque favorecen la no división del corazón y
de la vida en la perspectiva de una escatología muy próxima Para Pablo la renuncia al
matrimonio no representa en sí misma considerada la mejor oportunidad de un amor
perfecto. Por otra parte en la carta a los Efesios (5, 21-33) habla del misterio del
matrimonio cristiano como símbolo de la unión de Cristo con la Iglesia. Con todo, él ve
que, dadas las circunstancias concretas de la vida que dificultan la integración del amor a
Dios y de un amor abierto a todos los hombres, el celibato -considerado en sí mismo- es
más apto para superar esa tensión, máxime cuando la segunda venida de Cristo es
inminente.
Es también un texto de Mateo y sus paralelos Mc. 19, 17-22 y Lc .18, 18-27 el
que se ha querido poner como base bíblica explícita del consejo de pobreza.
Tradicionalmente interpretada la frase: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto
tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme" estaría
indicando claramente que se trata de un camino libre y que se orienta a la perfección.
Existen, por tanto, dos clases de llamadas del Señor: una dirigida únicamente a los que
quieren entrar en el Reino, la otra a los que quieren algo más. La estructura misma de la
narración, que va progresivamente evolucionando, confirma esta interpretación. Luego,
tenemos aquí la prueba directa de la existencia de un consejo evangélico de pobreza
orientado a la perfección.
Intérpretes modernos, por el contrario, hacen ver que no se trata de un camino libre sino
de una aplicación concreta de la búsqueda de la vida eterna. El Evangelio pide sacrificios
muy fuertes y todo cristiano debe estar dispuesto a hacerlos (cf. Mt. 18, 8-9). En la
situación en que se encuentra el joven, el abandono de las riquezas es una condición para
seguir en el Reino. La conclusión de Cristo no es: qué difícil es que un rico llegue a la
perfección, sino: "Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos"
(Mt. 19, 23).
En relación con la obediencia religiosa nunca pudo aducirse un texto bíblico en el que,
por lo menos aparentemente, se hablara de la sumisión total a la voluntad de otra persona
para descubrir y ejecutar con perfección la voluntad de Dios, como un camino propuesto a
algunos. Este vacío se trató de llenar con textos en que se subraya la obediencia de Cristo al
Padre (Flp. 2,6¬11; Hb5, 8; 10, 7; Jn. 4, 34; 6, 38). Pero en ellos no hay ni remotamente la
base para el "consejo" evangélico de obediencia. Se trata de la obediencia de Cristo al
Padre, que todo cristiano debe imitar.
21
Los textos bíblicos sobre autoridad y obediencia en la sociedad, en la iglesia, en la
familia, además de que deben ser leídos en su contexto cultural hay que considerarlos en la
perspectiva del Reino, donde la autoridad que Cristo confía a sus apóstoles es una
"anti-autoridad", en cuanto que no permite a un miembro de la Iglesia ocupar una posición
de dignidad y eminencia como en el poder secular o religioso de aquella época (cf. Mt. 20,
20-28, Lc. 22, 24-27, Mt. 23, 1-12).
Creo que aparece claro que el fundamento evangélico de la vida religiosa no puede
colocarse en uno u otro texto del Nuevo Testamento. Más bien hay que buscarlo en toda la
doctrina y el ejemplo de Cristo y en una lectura existencial de la Escritura.
2. Visión actual de los fundamentos bíblicos de la vida consagrada: una forma de seguir
a Jesús
- En el seguimiento pospascual hay que seguir a Jesús como nueva humanidad y nueva
creación.
- Para comprender el seguimiento de Jesús hay que tener una idea de lo que quiere decir
esa expresión en el mundo bíblico:
22
b. Diversos grupos de seguidores
* Hay diversos modos de seguir a Jesús: todos deben seguirlo, hacer de Él la norma de su
vida, estar dispuestos a llevar la cruz, pero la forma de hacer esto es diversa.
- renuncia a vínculos familiares: Lc.14, 26. El motivo es el amor del Reino, de Jesús:
Lc.18, 28; Mc.10, 29; Mt.19, 29
- abandono de las riquezas: Mc 6,8-9; Lc.5, 11; 9,59; 14,28-33 para demostrar que la
llegada del Reino no se apoya en medios humanos sino en la fuerza de Dios y en la
disponibilidad del hombre frente a Él.
- se trata de una idea fundamentalmente evangélica puesto que 79 veces aparece en los
evangelios. Casi siempre se usa para hablar del seguimiento de Jesús y sólo raras veces para
referirse a otras cosas.
- en cambio, el verbo “imitar”, (mimeomai) no aparece ni una sola vez en los evangelios
y, en los demás escritos del nuevo testamento se habla de imitación de Cristo sólo dos
veces (1 Cor 11,1; 1 Tes 1,6) y una vez se hace referencia a la imitación de Dios (Ef 5,1).
23
Por tanto, la idea central del evangelio para la relación del creyente con Jesús, es el
seguimiento y no la imitación.
La vida religiosa ha surgido en la Iglesia como un carisma del Espíritu para utilidad
común. Cristo continúa presente en la Iglesia y se puede hablar de “vivir con Cristo” o de
“seguir a Cristo”. El carisma de la vida religiosa tiene como punto de partida el acentuar
una forma de “seguir a Jesús” que se dio ya en el grupo de los Doce que dejaron todo (cf.
Mt. 19, 27) para formar una comunidad de vida con Jesús cooperando en su misión. En
ellos aparece un testimonio de la grandeza de Cristo y de las exigencias de plenitud del
Evangelio.
Una relectura del tema del seguimiento de Cristo, guiada por la acción del Espíritu, es
la que hizo brotar en el Pueblo de Dios lo que hoy llamamos “vida religiosa”. Esta relectura
se hace en la reflexión sobre la doctrina de Cristo con sus exigencias de totalidad y en la
contemplación de su ejemplo: nace y vive pobremente y dedica toda su existencia y
energías al servicio de sus hermanos en una vida célibe y obediente a la voluntad del Padre.
Aparece entonces como forma de imitar a Jesús el seguirlo como los Doce. Aunque en un
principio se hacía sólo un voto de consagración a Dios y sólo hasta el siglo XII se detalló
ese único voto en los tres actuales, la vida religiosa desde sus inicios interpretó las tres
exigencias para seguir a Cristo en una forma particular: la relativización de los vínculos
familiares la tradujo en la consagración a la castidad; la relativización de los bienes la
concretizó en la “pobreza” y el llevar la cruz lo expresó en la “obediencia”.
Mientras Cristo vivió hubo diversos grupos de seguidores que iban en pos de Él. En la
Iglesia, bajo la acción del Espíritu que da a la palabra de Jesús actualidad perenne han
ido apareciendo diferentes formas de concretizar el seguimiento de Jesús. La vida religiosa
es una de ellas. A semejanza del grupo de los Doce pero con su interpretación propia, trata
de vivir como Jesús y de testimoniar que en Cristo se halla la plenitud. Por eso el Concilio
afirmó que “la norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se
propone en el Evangelio”29.
En la relectura de la Biblia que, bajo la acción del Espíritu ha hecho aparecer la vida
religiosa se ha tenido siempre presente como ideal y norma, de una u otra manera a la
28
J.M.Castillo, El seguimiento de Jesús, Salamanca, 1998, p.22.
29
PC 2.
24
comunidad cristiana primitiva. Esta comunidad se describe en forma idealizada en el libro
de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47; 4, 32-35 y 5, 12-16. Allí aparece la comunidad de
Jerusalén como una comunidad en “koinonía” (comunión) y al servicio del Evangelio. La
koinonía la fundamentan en la fe común (la enseñanza de los Apóstoles); la alimentan en la
“fracción del pan” (la Eucaristía) y en la oración: la expresan en la puesta en común de los
bienes. Esa misma comunidad está al servicio del Evangelio. Era un testimonio vivo que
atraía a muchos y hacía que se fueran agregando a la Iglesia. Además del testimonio de
vida, los miembros de la Comunidad se empeñaban, principalmente los apóstoles en el
anuncio de la salvación, de la Buena Nueva.
Uno de los enfoques que más han influido en la nueva orientación de la teología de los
votos es, sin duda, el que la coloca dentro de una Iglesia, signo e instrumento del proyecto
de Dios para el mundo en el que vive insertada.
30
Cf LG 44; VC 29.
25
La evangelización no es otra cosa que el anuncio del Reino de Dios. Ese Reino,
que se abre paso en la historia y que se consumará al final de los tiempos, no es otra cosa
que el proyecto de Dios sobre la humanidad. Dios tiene un proyecto que se realiza a través
del misterio pascual de Cristo. Este proyecto está orientado a toda la humanidad y se
concretiza en un nuevo tipo de relaciones con Dios, con los demás y con el mundo.
En las relaciones con Dios, el hombre sin la luz de Cristo cae fácilmente en una
actitud fatalista que lo lleva a considerar la historia y la vida como algo que se le impone y
que debe aceptar pasivamente. Al mismo tiempo, la consideración de un Dios creador y
omnipotente hace surgir en él miedo y temor. Además, la perspectiva de la muerte lo hunde
en la angustia de quien ve en ella el final de todo. Dios quiere que del fatalismo se pase a
una actitud de hijos responsables que asumen su papel y misión en la historia; que se
relacionan con Él con la confianza de quien se sabe amado. La muerte adquiere así un
nuevo sentido: el de principio de plenitud. Aquí se inserta el voto de obediencia que lleva a
cumplir con responsabilidad de hijos de Dios la propia misión discernida con el superior y
la comunidad.
En las relaciones con los demás tenemos la conciencia de ser muchas veces una
masa de personas que no se conocen, no se aman, viven divididas, en guerra, animadas por
el odio. El proyecto de Dios, en Cristo, es que pasemos de ser una masa a formar una
familia, un pueblo, que vive en el amor relaciones de comunión, perdón, solidaridad. El
voto de castidad y la vida fraterna en comunidad son signo e instrumento para hacer
realidad este objetivo.
En ese mismo proyecto de Dios, las relaciones con los bienes se orientan en una
línea diversa. El hombre debe pasar de un uso de los mismos que lo aliena, lo esclaviza y lo
lleva a oprimir a los demás, a un uso en la libertad que lo hace compartir las cosas con los
hermanos en una sociedad justa y humana para todos. En el plan de Dios los bienes son, en
efecto, un lugar de encuentro con Él y con los demás. El voto de pobreza es un compromiso
de poner todo lo que uno es y lo que uno tiene al servicio de los demás, especialmente de
los más pobres.
El enfoque del Reino de Dios como su proyecto, que hay que anunciar en la
evangelización, ha hecho redescubrir la misión de la Iglesia y, dentro de ella, la de una
comunidad de vida consagrada.
31
LG 44.
26
la Iglesia. Para ser signo deberá tratar de manifestar en su vida las líneas maestras del plan
de Dios. En cuanto instrumento, tratará de irlo haciendo presente en la tierra con la Iglesia y
con la dedicación plena al servicio del Reino.
IV
LA CONSAGRACIÓN
La Iglesia ha puesto siempre de relieve la vida religiosa como una consagración total a
Dios; como una “singular y fecunda profundización de la consagración bautismal, en
cuanto que, por su medio, la íntima unión con Cristo, ya inaugurada con el bautismo, se
desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada y realizada, mediante
la profesión de los consejos evangélicos” 32. La forma concreta de consagración de los
religiosos se ha hecho por los votos. Durante varios siglos se hacía únicamente un voto: el
de vida monástica o el de la conversión de la vida (conversio morum). En este voto se
incluían las tres dimensiones relacionales de la persona humana: con Dios, con los demás y
con los bienes de este mundo. Más adelante se explicitó en los tres votos: obediencia,
castidad y pobreza. El primero como expresión de encuentro con Dios y de búsqueda del
cumplimiento de su voluntad a partir de la fe; el segundo como apertura a los demás en el
ejercicio de un amor fraternal apoyado en la caridad evangélica y el tercero como un modo
de relacionarse con el mundo material en el compromiso de su transformación y de
compartirlo con los demás en una esperanza activa.
La teología de la vida religiosa debe tener como grandes polos aquellos que caracterizan
32
VC 30.
33
CLAR, La vida según el Espíritu en las comunidades religiosas de A.L. (Bogotá, 1973) p. 41.
34
CRIS, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa (1983) n. 15.
27
la vida cristiana: la fe, la caridad y la esperanza. Ellos expresan a los cristianos lo que
significa ser persona humana, relacionada con Dios, con los otros y con el mundo que debe
transformar.
“Jesús ha sido el hombre que realiza de manera más perfecta esa exigencia: ligado a
Dios a quien invoca como Padre, abierto hacia los otros de tal forma que les da su propia
vida y realizando su destino en una lucha que le lleva hasta la muerte, Jesús nos ha ofrecido
un tipo humano que la fe llama absoluto. Por eso, sus discípulos han sido capaces de
ordenar nuestra existencia en torno de estas claves: a) fe como arraigo en el principio y
realidad de Dios que nos regala por gracia la existencia; b) caridad o compromiso de
comunión interhumana que nos muestra la realidad de lo trascendente en el amor hacia los
otros; c) esperanza o lucha creadora en orden a que surja un mundo nuevo que se funda en
nuestra propia actividad y en el influjo de Dios que nos sustenta”.
“Me parece evidente que esas claves humanas y cristianas nos ayudan a encontrar las
estructuras esenciales de la vida religiosa. También ella se define partiendo de esos centros
o mejor de esas alturas primordiales: el encuentro con Dios (fe), la abertura hacia los otros
(caridad) y el trabajo creador (en la esperanza).
“b) Existe un medio que se encuentra sostenido por la caridad o amor de Dios que se
expresa en forma de amor mutuo, interhumano. Religioso es aquel hombre que se empeña
en cultivar con sus hermanos aquella fraternidad que es propia de la nueva familia de Jesús.
Ciertamente, sabe que formar esa familia es exigencia de todos los cristianos, pero quiere
realizarla de una forma peculiar, utilizando como medios los tres votos y logrando así una
comunión de hermanos célibes que viven para amarse unos a otros. Tal es en perspectiva
geométrica la horizontal de la existencia religiosa”.
“Al enfocar de esta manera la estructura de la vida religiosa se supera a nuestro juicio
la falsa división en que ha querido dualizarse la existencia del cristiano al oponer
contemplación y lucha, actividades concretas y cultivo espiritual de la presencia de Dios en
nuestra vida. Como elementos de superación hemos propuesto y propondremos a lo largo
del trabajo los siguientes:”
28
“a) En primer lugar, los elementos de la vida humana no son dos (actividad y
contemplación) sino tres: encuentro con Dios, cultivo de la fraternidad interhumana y
trabajo concreto de promoción o ayuda hacia los otros. El creyente no se puede limitar
jamás al “ora”del camino que le lleva hacia Dios y al “labora"del quehacer concreto sobre
el mundo. Con estos dos momentos debe situar otro principio: “suscita amor” o “vive
entregado hacia los otros”.
“b) En segundo lugar, esos tres momentos no se pueden tomar por separado.
Cualquiera de ellos, aislado de los otros, pierde su sentido original e inspiración cristiana.
El encuentro con Dios se traduce y se realiza de manera esencial en el encuentro fraterno
con los hombres, y viceversa. Pero ese amor, de Dios y de los hombres, se expansiona y se
realiza a través de un compromiso de trabajo creador, de ayuda a los pequeños, de lucha
dirigida hacia la meta de la verdad y la justicia (dimensión liberadora)”. (X. PIKAZA, o.c.
72-75).
Desde este ángulo el voto de pobreza aparecía como la renuncia a disponer de los
propios bienes y a depender del superior en las necesidades materiales. Era un testimonio
de la caducidad de las cosas terrenas y de su escaso valor en relación con las que nos están
prometidas. Ejercicio de esperanza cristiana en el sentido pasivo expresaba la actitud que la
Iglesia peregrina debe tener en su camino hacia la consumación. Era una señal para todos
los cristianos a quienes enseñaba la necesidad de un desprendimiento en el uso de lo que,
por naturaleza, es pasajero.
El voto de castidad era considerado como consagración del cuerpo y del corazón a Dios:
señal de los bienes celestiales y anticipación del estado perfecto del hombre en la plenitud
del Reino de Dios. Era expresión de amor total a Dios. Camino de renuncia y sacrificio
profundo que hacía disponible al religioso para el servicio de los hermanos.
También hoy sigue vigente la espiritualidad de los votos que abarca la triple dimensión
29
estructural del hombre y lo caracteriza. Sin embargo esta espiritualidad se enfoca
actualmente desde el aspecto misión de la consagración religiosa. La insistencia no está ya
en el holocausto que implican los votos, sino en la capacidad que dan para colaborar en la
realización del plan salvífico de Dios La espiritualidad de los votos sería la proyección de
compromiso que Él da a quienes se le consagran.
Desde esta perspectiva de misión al servicio del Reino es desde la que se construye
existencialmente una nueva espiritualidad de los votos en su aspecto misión: la obediencia
como responsabilidad en la historia, la castidad como fuente y signo de fraternidad; la
pobreza como uso compartido de los bienes.
Aunque la esencia del compromiso de los votos es la misma a través de los siglos, el
modo de entenderlo y de vivirlo está condicionado por el tipo de cultura y de sociedad en el
que se vive. Es importante tener esto presente para comprender el porqué de la evolución
que se ha tenido en este punto a partir del Concilio. Hasta el Vaticano II los votos se
consideraban y se vivían en esquemas de sociedades patriarcales, monárquicas, agrícolas.
La vida religiosa no había asumido en sus estructuras los cambios operados en la sociedad.
A. Castidad
a. Antes del Concilio: se subraya el aspecto reserva para Dios; se insiste en la renuncia; se
sacraliza (sería la elección de Dios en lugar de la de una criatura); se ponen de relieve los
peligros, se recomiendan la oración y la ascesis para su conservación.
b. Doctrina conciliar: es don eximio de la gracia; signo especial de los bienes celestiales.
Nace del amor y exige el amor preferencial a Dios; se une el aspecto reserva y el aspecto
misión: libera el corazón para amar y servicio; es señal de la unión de Cristo con la Iglesia;
fuente de fecundidad espiritual; es camino de madurez; se recomienda la oración y la
ascesis para su conservación; la vida fraterna ayuda a conservarla; se requiere madurez para
comprometerse a ella-no hay que hablar sólo de peligros 35.
Pobreza:
35
Cf PC 12.
36
Cf Evangelica Testificatio, (ET) nn. 13-15. VC 88.
30
a. antes del Concilio (esquema agrícola-patriarcal): es dependencia en el uso de los bienes
materiales y la distinción entre voto y virtud; se subraya casi exclusivamente el aspecto
personal; vivir de limosnas; vida sencilla y sobria.
Obediencia:
LA COMUNIÓN
31
convivencia con personas de diverso origen, modo de ser, cultura. Al mismo tiempo se
subrayaban las ventajas y beneficios de la vida común: la ayuda de los hermanos, el buen
ejemplo, la disciplina que imponía, los medios que ofrecía. Siempre desde un ángulo más
bien individualista. Cada uno debía preocuparse sobre todo de sus relaciones con Dios.
Mantenerse al margen de la vida de los demás en una convivencia caritativa pero sin
relaciones en profundidad. Era en el fondo una espiritualidad individualista en el seno de un
grupo, por lo general bastante numeroso y estructurado piramidalmente.
b.
32
Comunidad religiosa: comunidad cristiana.
El Concilio recordó a los religiosos que para ser tales tienen que ser antes buenos
cristianos y que para ser cristianos hay que comenzar por ser humanos. Este cambio de
visión ha modificado en forma determinante el estilo de vivir el evangelio en las
comunidades religiosas.
La vuelta a las fuentes bíblicas ha permitido intentar una relectura existencial de los
elementos constitutivos de una comunidad cristiana en orden a una auténtica espiritualidad
comunitaria de la vida religiosa.
- ¬la fe: es el -punto de arranque de la comunidad. Por ella se acoge la Palabra de Dios que
convoca a los hombres a unirse en fraternidad. Guiados por la fe, los que integran la
comunidad cristiana buscan discernir los signos de los tiempos. Valorar la realidad desde su
perspectiva y enfrentar consecuentemente las múltiples situaciones existenciales.
- ¬koinonia: es una comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo y entre los creyentes (1
Jn. 1, 1-4). En ella se integran la fe y la vida. Esta comunión se manifiesta externamente en
la aceptación de los demás, en el compartir los bienes, en la proyección social de la caridad;
¬ oración: escucha de la palabra de Dios para un compromiso con el hermano. Una oración
que parte de la vida y lleva a la vida.
Estos elementos releídos en las nuevas comunidades religiosas, que van surgiendo en
muchas partes, están marcando las 1íneas de su espiritualidad.
Quienes integran una comunidad religiosa son gente que ha tenido la experiencia de
Dios y se han abierto a ElÉl. Creer en la Escritura significa apoyarse en algo sólido y
estable. Es un abrirse al Dios vivo y verdadero: al Dios de la Alianza, fiel a sus promesas.
Mediante la fe se participa en la certeza de Dios.
33
El mejor medio para comprender lo que implica la fe es contemplarla encarnada en un
personaje bíblico: Abraham. Por eso, S. Pablo lo presenta en la carta a los Romanos y a los
Gálatas, cuando habla de la justificación por la fe. Abraham es el “padre de los creyentes”;
el que “al ser llamado, obedeció y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero
sin saber a donde iba" (Hebr. 11, 8). Sufrió las pruebas de ese fiarse de Dios y esperó contra
toda esperanza creyendo en la Palabra de Dios.
La fe nos da la actitud necesaria para recibir a Dios y va penetrando toda nuestra vida.
Hay un crecimiento gradual en la misma. Se va pasando de la fe imperfecta de Nicodemo,
que cree por los signos, a la de la Samaritana y los samaritanos que se basa, en la doctrina
de Jesús, y termina como la del centurión, quien cree apoyado sólo en las palabras de Cristo
sin haberlas aún comprobado (cf. Jn. cc 3-4). También para Juan, que nos presenta a los tres
personajes de fe que acabamos de mencionar, hay diversos grados en el creer, expresados
por tres verbos: ver: la fe inicial; conocer: la penetración en la revelación; saber: poseer el
sentido de la fe (Jn. 8, 31-32; 1 Jn. 2 19-21).
La vida fraterna en el cristianismo tiene su origen en el amor de Dios que “nos eligió en
Cristo" (Ef. 1, 4-5). Las comunidades religiosas congregadas como “verdaderas familias en
el nombre del Señor”, son expresión de la fuerza reconciliadora del misterio pascual de
Cristo que actúa en la pobreza del hombre egoísta.
La toma de conciencia del carácter relacional del hombre y del sentido comunitario de
34
la historia de la salvación ha hecho ver que la koinonía no es una estructura externa sino
una realidad interior, tanto desde el punto de vista humano como cristiano.
En términos cristianos esto es lo que afirma Juan en su primera Carta: “Lo que era desde
al principio, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras
manos tocante a la Palabra de vida -porque la vida se ha manifestado, y nosotros hemos
visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna, que estaba en al Padre y se nos
manifestó lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis
también en koinonía con nosotros. Y esta koinonía nuestra es con al Padre y con su Hijo
Jesucristo” (1, Jn. 1, 1-4).
La koinonía es un don del Padre qua envía a su Hijo y al Espíritu para unirnos con El y
entra nosotros. Se manifiesta en las relaciones interpersonales fundadas en el ágape
cristiano. Lo más importante es la comunidad de vida nutrida con un mínimo de estructuras
de intercambio y sostenida igualmente por su proyección apostólica. Hay que tener también
muy presente, con realismo, las exigencias sico-¬sociológicas de la convivencia humana.
35
cristiana. El Concilio describió en forma renovada lo que es el apostolado: “la actividad de
la Iglesia dirigida a propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre y
hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos,
ordenar realmente todo el universo hacia Cristo”41 (AA, 2).
Hay variedad de Institutos religiosos con su carisma peculiar. Las provincias u otras
circunscripciones dentro de las mismas, crean, en sus circunstancias, encarnaciones
dispares de ese carisma. Otro tanto hacen las comunidades en su “hoy y aquí” más limitado.
La comunidad religiosa, como toda comunidad cristiana, está señalada por la unidad en la
diversidad. Los diferentes carismas hacen posible la interdependencia y manifiestan la
solidaridad humana y cristiana.
El deseo de tener una seguridad llevó, en otro tiempo, a las comunidades religiosas a
muchas esclavitudes: apego excesivo a estructuras, prejuicios, tabúes, tradiciones sin
sentido, legalismo. De aquí surgió una espiritualidad de observancias y de fidelidad a las s
normas y cosas secundarias. Ahora, en cambio, con las inevitables reacciones extremas,
se centra la atención y el esfuerzo en una espiritualidad más diaconal ónica y, por
consiguiente, abierta a la flexibilidad que impone la relectura continua de los carismas
41
AA 2.
42
Evangelii nuntiandi, 31.
36
otorgados para el bien de los demás.
Además de la vida comunitaria, los votos, con las implicaciones que tienen en la vida
de fraternidad, pueden ser un testimonio profético evangelizador de esa vida.
a) El voto de pobreza, entre otras cosas, lleva a compartir los bienes en la comunidad
mostrando que una persona vale no por lo que tiene sino por lo que es. Demuestra así,
igualmente, que la función de las cosas materiales es la de ser lugar de encuentro con Dios
y los hermanos. A través de este tipo de pobreza religiosa se aprende la apertura a Dios y a
los demás; se expresa el valor social de los bienes y se percibe la exigencia de trabajar para
crear una sociedad justa y humana para todos. Al mismo tiempo, una comunidad religiosa,
que pone lo que es y lo que tiene al servicio de los más pobres y necesitados trabajando por
su promoción, denuncia evangélicamente el uso de los bienes para prestigio y poder en la
sociedad. Esto va contra el plan de Dios que otorga los bienes para utilidad de todos en un
fraterno compartir.
37
afectiva. Si bien la castidad consagrada expresa la comunión con Dios, ésta no puede
separarse de la comunión fraterna en la comunidad. Ella, a su vez, se abre a relaciones más
amplias que permiten ir extendiendo la fraternidad que, edificada en un amor generoso,
denuncia el amor egoísta que sólo busca el placer y la utilización de la persona. La
comunidad religiosa está llamada a ser, por la castidad consagrada que la hace surgir, un
testimonio de la alianza de Dios con su pueblo. Alianza que libera para el servicio y la
fraternidad y que universaliza el amor al prójimo. Un amor que va más allá de los vínculos
de la carne y de la sangre.
38
caridad- se la volvió a conectar con la vida.
VI
LA MISIÓN
C. La Misión
Uno de los desafíos que se presentan en cada época de la historia a los creyentes en
Jesucristo es el de cómo ser testigos “de la muerte y resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo, y señal del Dios verdadero”43. En otras palabras, cómo anunciar en un lenguaje
inteligible la buena noticia de salvación.
Miembros del Pueblo de Dios, los religiosos son también cuestionados por las exigencias
del mundo actual. Con una misión profética acentuada por el llamado a una dedicación total
al servicio del Reino, deben ser especialmente sensibles a la voz de Dios en los signos de
los tiempos y de los lugares. . A la luz de ellos necesitan renovar su vida y su acción
apostó1ica, que pertenece a la misma naturaleza de su consagración.
43
LG 38.
39
Esto trae consigo un continuo examen, a la luz del Evangelio, a nivel personal y
comunitario, para ir quitando los obstáculos que impiden percibir en nuestra vida los frutos
y consecuencias del mensaje liberador de Jesucristo.
a. La misión de evangelizar
cristiana se sitúa principalmente en el nivel de relación interpersonal con nuestro Dios. Esta
relación exige un crecimiento constante en la comunión de afectos, de valores y de
proyectos entre Dios y nosotros y también entre nosotros mismos como personas de fe en el
contexto humano de las comunidades. Toda evangelización, pues, conduce a la persona a
una constante dinámica de conversión y urge a las comunidades o sociedades a la
40
transformación. Conversión y transformación continua abren a la evangelización espacio
para su fecundidad inagotable. Só1o a través de ellas se hace posible en nuestras vidas de
individuos y de grupos la construcción iniciada del Reino de Dios, destino divino del
proyecto humano. La plenitud trascendente hacia la que caminamos será respuesta
definitiva y plena a la teología consciente, pero impotente, de nuestras aspiraciones
inmanentes más exigentes, pero que aquí permanecen intanatingibles.
Antes de mirar la realidad del mundo que nos toca evangelizar, veamos brevemente la
Iglesia que debe y quiere evangelizar. No se puede negar la comunión y continuidad entre
41
la Iglesia que hoy somos y la Iglesia cCatólica desde sus orígenes hasta ahora. Sin
embargo, una mirada sobre las diversas fases de la historia nos muestra la diversidad de
esta Iglesia en los distintos períodos de su vida. Es la misma, una y católica, sí, pero es tan
diversa la Iglesia de los tiempos apostó1icos y la Ilglesia post-constantiniana ya sea que la
consideremos en su vertiente de su definición y expresión doctrinal y cultural, ya sea en sus
modalidades de organización institucional. Es innegable el contraste entre la Iglesia medie
val de las Sumas y de las Catedrales y la Iglesia decadente de los Papas de Aviñóon
hasta los albo res del siglo XVI. A partir de aquí se configura con Trento y en resistencia a
la Reforma Protes tante, una Iglesia fuerte y definida. Ella construye la uniformidad de
doctrina, de liturgia, de disciplina, de formación del clero y de la difusión misionera.
Esta Iglesia que se consolida en la época de los descubrimientos, por parte de los europeos,
de otras tierras y continentes, perdura hasta el Conci1io Vaticano II sin grandes
alteraciones en su modelo básico.
Ella no se niega como Iglesia ni deja de reconocer su pasado. Pero siente en la segunda
mitad de este siglo la necesidad urgente de responder a las reclamaciones de un mundo que
la ve siempre más disociada de sus necesidades y problemas. La Iglesia en el Vaticano II,
fiel a la Iglesia de siempre redescubre y valoriza aspectos significativos de su vitalidad.
Recupera dimensiones eclipsadas o lo que es lo mismo, reprimidas en un reciente pasado
histórico. La constitución apostólica Lumen Gentium y los variados documentos conciliares
que gravitan alrededor de ella, presentan al mundo una fase eclesial prometedora y
próxima. Por más que intentemos aproximarla al Concilio de Trento o al Vaticano I, no se
puede negar que esta Iglesia pPost-Vaticano II se comprenda más solidaria, colegial y
participativa; sin perder la confianza en su verdad, ella pasa a comprender y respetar otras
formas de manifestación religiosa y se abre a una perspectiva ecuménica en relación con
ellas. Hay otros muchos aspectos y expresiones de esta nueva postura eclesial. No es el
caso de pararnos a repetir lo que hoy está adquirido. Destaco la relación entre la Iglesia y el
mundo moderno, que se constituye en uno de los dos polos más decisivos e innovadores de
este Concilio, traducido por la constitución pastoral Gaudium et Spes.
Con los Sínodos Mundiales de los Obispos y las visitas papales, hay desde el Concilio
una participación mayor de diversidad de las Iglesias locales. Hay una creciente conciencia
de la presencia efectiva de la Iglesia en regiones y culturas dispares que nos hacen percibir
una Iglesia efectivamente mundial y no hegemónicamente europea u occidental. Estas
varias Iglesias locales se harán activas en el estudio de sus propios problemas y en el
intento de darles una respuesta a partir del espíritu del Concilio. Las Asambleas
Episcopales de Medellín (1968) y de Puebla (1979) en América Latina son una buena
muestra de esta lectura contextual del Vaticano II y de la revisión pastoral de la Iglesia, en
consecuencia. Pero también las Iglesias de ÁAfrica se afirman en la búsqueda de una
evangelización más consecuente con las identidades culturales de sus pueblos. Las Iglesias
de Asia se han abierto a la difícil problemática de su condición minoritaria en medio de
pueblos religiosos milenarios y ricos de tradición oral y escrita e íntimamente vinculada a la
organización social y cultural de sus densas poblaciones.
42
muchos sienten que aflora un distanciamiento afectivo y conceptual con relación a todo
esto, distancia marcada por el secularismo y por el rechazo, por el resentimiento y por el
escepticismo de cara a la propuesta religiosa, en general y a la del cristianismo en
particular. En América del Norte es distinta la situación de la Iglesia del Canadá de habla
francesa de un lado y la de los Estados Unidos o la del Canadá de habla inglesa de otro.
Aquella empieza a recuperarse de una profunda crisis que la afectó en su compacta
homogeneidad preconciliar. Estas manifiestan hoy, al lado de sectores fuertemente
contestatarios y desafiadores, toda una nueva vitalidad. De ésta es un indicador
significativo el proceso de amplia consulta e implicación de toda la sociedad que marcó la
preparación de las dos recientes cartas pastorales una sobre el problema de la paz en la era
nuclear, y otra aún en fase de elaboración, sobre la economía americana y su alcance
internacional.
43
una espiritualidad apostólica44.
Conclusión
Como lo indicamos arriba, la espiritualidad de la vida consagrada debe asumir los retos que
se presentan hoy:
1. Vivir y repensar nuestra vida consagrada desde las diferentes perspectivas de lo que
este carisma significa en el Iglesia: antropológica, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica, escatológica.
2. La fidelidad creativa (Cf.VC 37) Hoy se habla de la “refundación”, que quiere decir
renovación, revitalización, reestructuración, fidelidad creativa. Hay diversas
perspectivas para la refundación:
44
VC 72-74.
45
Id. 76.
46
Id 77-103
44
Criterios: originalidad carismática, capacidad de ser signos, diálogo con la
realidad.
Perspectivas: globalización de la pobreza, inquietudes espirituales del
mundo de hoy , reto de la comunión en la diversidad en un mundo divido, inculturación.
VII
4.
Continuar siendo una señal y un instrumento del amor de Dios para los más pobres
y marginados. (Cf. VC 80; Instrumentum laboris 93)
5. La inculturación. Este es el gran desafío para una vida consagrada que tiene ya un
rostro internacional.
45
7. Los nuevos espacios para la mujer consagrada El Sínodo y luego Vita consecrata,
nn. 57¬58, hablan ampliamente de todas estas exigencias que, al menos desde el punto de
vista teórico, son ya aceptadas.
1.
El Evengelio de Lucas,
Escrito para ayudar a fin del siglo I, a una comunidad que se encontraba desanimada,
nos ofrece orientaciones preciosas para poder afrontar el desafío del momento
presente. Estas son las grandes líneas:
46
meditar, meditar y poner en la práctica. La escucha de la Palabra prepara al anuncio.
En el episodio de Emaús los discípulos, antes de ir a anunciar la Buena Noticia de
Cristo resucitado han escuchado la Palabra y por eso ya que descubren a Jesús dicen:
“¿No ardía nuestro corazón mientras en el camino nos explicaba las
Escrituras?”Inmediatamente se fueron sin miedo a anunciar la Buena Noticia.
Vivir en camino. Un tema clásico en el corpus lucano, que es el libro de los Hechos
y del Evangelio, es el tema del camino. Jesús va camino de Jerusalén, y hay que ir con
Jesús guiados por el Espíritu, como los discípulos de Emaús fueron con Jesús. O sea,
hay que renovar siempre el viaje que hizo Jesús; Jesús viajó a Jerusalen por amor y
para entregarse con nosotros hasta la cruz. Si queremos nosotros vivir en camino y
vivir una espiritualidad hay que renovar el viaje de amor y entrega hasta la cruz como
Jesús, pero acompañandos por Jesús y viviendo ese camino en fraternidad, porque
como subraya el evangelio de Lucas en el episodio de Emaús, al Señor se le descubre
en la fracción del pan, en el momento de la caridad concreta y eficaz.
Oración. Lucas es el evangelista de la oración; hay que orar siempre y sin cansarse,
lo dice Lucas porque está en una comunidad cansada. Por eso pone de relieve la
oración de Jesús en el silencio y la soledad y en la vida apostólica. Y luego viene a
ayudarnos a comprender que la oración cristiana y el don del Espíritu son los que nos
van a hacer capaces de enfrentar las nuevas situaciones. En el de Lucas, si lo
comparamos con Mateo 7, 11, Lucas 11, 13, veremos la diferencia. Dice Lucas: “Dios
dará su Espíritu a quien se lo pida”. Su Espíritu, no cosas buenas como dice Mateo,
sino dará el Espíritu a quien se lo pida.
6. Alegría. Que no es algo superficial sino que puede vivirse en medio de los
problemas
y las dificultades. El evangelio de Lucas es el evangelio de la alegría; todos son
cantores y poetas en el evangelio de Lucas: entran en escena, cantan un himno, se van.
Todos alaban a Dios, una ligurgia de gozo; y en el libro de los Hechos de los Apóstoles,
en el capítulo 2 nos presenta idealizada ciertamente, como en el capítulo 4, la
primitiva comunidad cristiana, para decirnos que si queremos responder a las
exigencias del Señor hay que caminar en comunidad viviendo los elementos de la
comunidad cristiana. “Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles”(Hechos 2, 42).
O sea, la fe común, en la comunión (en la koinonía), en la fracción del pan (en la
Eucaristía) y en las oraciones. Y este testimonio agregaba cada vez más miembros a la
comunidad. Y estos elementos de la comunidad lucana idealizados, hay que vivirlos en
realismo que también Lucas se encarga de subrayar cuando después de decir que la
comunidad tenían un corazón y un alma sola y todo lo tenían en común, dos versículos
adelante aparece el primer pero: tenían un corazón y un alma sola pero Ananías
vendió un terreno y se quedó con una parte; tenía un corazón y un alma sola pero en
el capítulo 6, dice, surgió la murmuración entre los judíos que venían de la Palestina
porque a sus viudas no se les atendía, etc.
47
La vida consagrada necesita encontrar su camino de espiritualidad dentro del pueblo de
Dios en cada época de la historia. Actualmente, con los matices diferentes que están ligados
al propio carisma y el contexto socio-cultural, la VC resalta algunos aspectos
fundamentales dentro del único camino de espiritualidad del pueblo de Dios. Ellos le dan
indentidad y la convierten en signo estimulante. Características de una espiritualidad de la
VC en nuestro mundo de cambios rápidos y profundos deberían ser, entre otras cosas, una
identificación con Jesucristo en un estilo alternativo de vida fraterna, la actitud permanente
de éxodo y conversión, una escucha personal y comunitaria de la Palabra de Dios, una
experiencia renovada del misterio de la encarnación sin dicotomías, la libertad confiada o
“parresíía”.
La vida consagrada es un camino dentro del Pueblo de Dios, todo él seguidor de Jesús.
En su seguimiento los consagrados/as ponen de relieve algunos rasgos de la forma
histórica de Cristo. Intentan seguir a Jesús que nació y vivió pobremente; que dedicó toda
su existencia y sus energías al servicio de los hermanos y hermanas en una vida célibe y
obediente a la voluntad del Padre. Esto supone romper con las seguridades del poder, del
saber y del tener y superar la tentación del aburguesamiento.
48
centrarse en Dios como el único absoluto con una oración-actitud de vida, que lo descubre
presente en las personas y en los acontecimientos. La Lectio divina ayuda a descubrir el
verdadero rostro de Jesús y las exigencias de su seguimiento, al igual que la dimensión
comunitaria de la historia de la salvación y la dignidad de la persona humana. La Lectio
divina transforma la Biblia en un libro actual por el cual el Espíritu Santo revela, en la
existencia concreta, la voluntad de Dios Padre y de su misterio. La doctrina y la historia se
leen para poder encontrar en ellas el sentido de la vida. Ser una comunidad orante significa
vivir bajo el primado de la escucha de la Palabra de Dios, creyendo en el amor; significa
vivir sacramentalmente, litúrgicamente haciendo de la vida un culto agradable a Dios y
expresándolo en la liturgia de las horas, en la celebración del sacramento de la
reconciliación y, sobre todo, en la Eucaristía celebrada como un itinerario de fe, esperanza
y caridad a lo largo de cada csiclo litúrgico.
La fuga mundi no separa del mundo al que Dios tanto amó que le entregó a su Hijo.
Separa sólo del mundo dominado por el mal. La vida consagrada está llamada a vivir con
fuerza la opción evangélica y preferencial por los pobres. Una de las formas de vivirla es la
inserción en medio de ellos, como cuestionamiento a la totalidad de la vida consagrada, al
sacudir la manera convencional de entenderla y las formas históricas de hacerse presente en
la Iglesia y en la sociedad. Esto lleva también a la vida consagrada a recuperar la
originalidad de su carisma a partir de la experiencia y del compromiso de sus fundadores.
Al mismo tiempo ayuda a descubrir y superar los elementos adicionales que se fueron
introduciendo en su estructuración.
49
profetismo de la vida cristiana. La vida consagrada no hace otra cosa que acentuar esta
dimensión profética. Esto exige de ella él una profunda exsperiencia de Dios y un
enraizamiento en la historia para cuestionarla a la luz del plan fdiivino sobre la humanidad.
La función profética de anuncio y de denuncia debe partir de un amor profundo a Dios y a
los demás y de una inserción en la historia. Partiendo de una comunicación con Cristo, los
consagrados deben ser capaces de ayudar a sus hermanos a transformarse en hombres y
mujeres nuevos, a imagen de Cristo resucitado, portadores de una nueva esperanza.
María, que precede con su luz e inspiera nuestra vida peregrinante (LG 68), es modelo
para toda la vida cristiana. En la vida consagrada aparece como aquella que vivió
totalmente para Cristo y para el Reino de Dios, escuchando su Palabra, creyendo en ellla y
viviendo sus exigencias en todas las circunstancias, sin entender muchas cosas; guardando
en su corazón (cf. Lc 2, 19. 50-51) y caminando como peregrina de la fe y de la esperanza.
Al mismo tiempo ella enseña a los consagrados a vivir cerca de los demás, interesándose
por sus problemas materiales. (Cf. Lc 1, 39-45; Jn 2, 1-12) y espirituales (cf. Hech 1,14).
En el Magnificat los invita también a descubrir a Dios presente en la historia y a reconocer
las maravillas que se realizan en ella.
En este doble movimiento de regreso a las fuentes y de atención a los desafíos del
mundo de hoy se hace urgente y necesaria la formación permanente para releer la
espiritualidad del propio Instituto religioso. Este es uno de los retos principales para la
renovación de la vida consagrada en el dintel del tercer milenio.
La palabra profeta entró, a partir del Vaticano II, a formar parte del vocabulario
cotidiano dentro de la Iglesia y fuera de ella. Se aplica a todos los que denuncian las
estructuras de poder y dominio; a quienes promueven la lucha por la justicia y se ponen de
47
L’Osservatore Romano, 3 diciembre 1993.
50
parte de los pobres; a aquellos, en fin, que viviendo profundamente la experiencia de Dios
anuncian el mensaje liberador de Cristo en múltiples y variadas formas.
Cada una de estas aplicaciones responde sólo parcialmente a lo que es un profeta bíblico,
porque éste aúna en sí esos diversos aspectos: es alguien que, enraizado en la problemática
existencial, descubre a Dios como Ser vivo y, a la luz de esta experiencia, sabe contemplar
los acontecimientos de la historia, enjuiciarlos y manifestar en voz alta su sentido, las
exigencias de Dios, los fallos del hombre.
El Vaticano II recordó que todos los cristianos, por el hecho de ser bautizados,
participan de la función sacerdotal, real y profética de Cristo48 y que éste, el gran Profeta,
"cumple su misión profética ... no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y
con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente,
constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra..."49.
Estas reflexiones doctrinales del Concilio permitieron que, más adelante, a partir de
muchísimos testimonios proféticos de cristianos comprometidos en la lucha contra el
pecado social en América Latina, el Documento de Puebla pudiera constatar, ya a finales de
los años setenta, una intensificación de la función profética en la Iglesia latinoamericana50.
48
LG 31.
49
Id 35.
50
Cf Documento de Puebla, 267-268.
51
LG 44.
51
apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión
eclesial, el ejercicio del discernimiento espiritual y el amor por la verdad. También se
manifiesta en la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y en el
escudriñar nuevos caminos de actuación del evangelio para la construcción del reino de
Dios”52. En este párrafo tenemos ya esbozado el retrato de un auténtico profeta. En él se
unen la experiencia de Dios, el amor por Él y por la verdad, el testimonio y el anuncio del
proyecto de Jesús y la denuncia de todo lo que se opone a él. En una palabra, mística y
profecía están íntimamente relacionadas. En efecto, “siempre han sido los hombres y
mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios
han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la palabra de Dios han obtenido la luz
necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los
caminos del Señor en los signos de los tiempos”53.
El profeta es, ante todo, el "hombre de Dios"; el que lo experimenta presente y cercano
en la historia. Si buscamos la raíz última y la fuente de la vocación de nuestros fundadores
y fundadoras nos encontraremos que no es otra que una profunda experiencia de Dios. Sin
ella no se entiende su papel carismático y profético en la Iglesia.
52
VC 84
53
Id 94.
54
Id 84
52
injustos (Mt 5,45); que ama a los ingratos y malos (Lc 6,35). El Padre cuyos caminos no
son nuestros caminos (cf. Is 55,8-9), que nos quiere transformar en hijos suyos, en
hermanos de los demás y que hace colaborar todo para nuestro bien (cf. Rom 8,28). Ese
Dios que continúa revelándose en la realidad en la que está presente. Cuyo rostro aparece
también en las situaciones de conflicto, en los problemas sociales, en los desafíos de un
mundo secularizado, en los signos de los tiempos y de los lugares.
53
humanidad y se concretiza en un nuevo tipo de relaciones con Dios, con los demás y con el
mundo.
En ese mismo proyecto de Dios, las relaciones con los demás deben pasar de la
separación, división, odio e indiferencia a la unión, amor fraternidad de una familia, de un
pueblo.
54
bienes y que promueve el desapego y testimonia la abnegación y la sobriedad. Finalmente,
existe una forma de vivir la pobreza consagrada: la de compartir la vida con los más pobres
entre los pobres, no sólo abrazando la pobreza sino compartiendo sus sufrimientos, sus
problemas y peligros; defendiendo sus derechos57.
El tercer desafío es el de la libertad que se autodetermina y que pretende ser ley para sí
misma. El voto de obediencia es una respuesta a este desafío. Invita a vivir la libertad en
comunión con aquel que es fuente de la existencia humana: Dios, en actitud de
disponibilidad para cumplir su voluntad. La vida consagrada presenta la propuesta de una
vida de comunión realizada como hermanos que buscan juntos y cumplen la voluntad del
mismo Padre. En la comunidad, quien preside es una mediación para el discernimiento de
la voluntad de Dios y para la comunión. La obediencia es la garantía de vivir en el
seguimiento de Jesús58.
Esta metáfora del desierto, la periferia y la frontera pueden también aplicarse por
separado a cada uno de los votos, en cuanto que subrayan un aspecto peculiar de cada uno:
el desierto a la castidad en cuanto implica de soledad y carencia de raíces familiares y
afectivas propias y permanentes; la periferia a la pobreza en sus exigencias de renuncia al
prestigio y poder que dan los bienes materiales y de solidaridad con los pobres y
marginados; la frontera a la obediencia en cuanto compromete a asumir la misión en
situaciones especialmente difíciles y peligrosas.
57
Cf Id 89-90.
58
Cf Id 91-92.
59
J. SOBRINO, Resurrección de la verdadera Iglesia, Santander, 1981, p. 335.
55
De este modo los votos se sitúan proféticamente dentro del proyecto de Dios: la
obediencia como testimonio de la necesidad de vivir como hijos de Dios en el
cumplimiento responsable de la propia vocación y misión y como trabajo por los derechos
humanos y por la defensa de la dignidad del hombre; el voto de castidad como
concretización de la nueva fraternidad en Cristo en la vida comunitaria y como empeño en
la lucha por la igualdad en las sociedades discriminatorias; el voto de pobreza como
austeridad, solidaridad y libertad en el uso de los bienes y, al mismo tiempo, compromiso
con la justicia en la sociedad.
En la línea profética, se requiere que las comunidades tengan un estilo de vida más
simple y que, al mismo tiempo, estén cercanas al pueblo para que su testimonio se purifique
y se haga inteligible. Junto con la sencillez y cercanía en relación con el pueblo, la
comunidad religiosa necesita vivir relaciones más profundas entre sus miembros y una
caridad realista y concreta que, en un mundo de egoísmo, injusticia y odio, anuncien la
presencia y la acción de Dios que reconcilia y fraterniza y denuncien las divisiones y
opresiones. Al renovar cotidianamente, en medio de las inevitables y necesarias dificultades
de la vida fraterna, el ideal de comunión de amor, la comunidad religiosa ofrecerá un
56
testimonio profético y dará razón de su esperanza, señalando a los demás la meta a la que
Dios nos llama en Cristo. Este fue el ideal vivido y exigido por nuestros fundadores y
fundadoras.
- la opción por los pobres y por la justicia a la que los ha abierto el hecho de vivir
cerca de los dramas que vive el pueblo
- la renovación de las actividades y obras sociales de los religiosos ante las
exigencias de nuevas formas de solidaridad y participación;
- la inserción en el mundo del trabajo, como exigencia de pobreza y solidaridad;
- el compromiso en la "praxis política" en su sentido más amplio, que mira al bien
común, tanto en lo nacional como en lo internacional; a la promoción y
defensa de los valores fundamentales de toda comunidad favorezcan el
crecimiento del hombre. También ante los grandes cambios culturales y el
fenómeno de las culturas emergentes, se está haciendo "más necesaria que
nunca una 'profecía cultural', la presencia de personas y comunidades que
60
Cf CRIS Religiosos y promoción humana, nn. 1-12.
57
contribuyan para que los procesos culturales no estén sometidos a ningún
tipo de imperialismo y sean orientados hacia una más plena humanización".
Y aquí, "por tradición, la vida religiosa ha jugado un papel en los procesos
culturales de los pueblos. Así ha evangelizado continentes enteros"61.
Este empeño profético vivido también por nuestros fundadores y fundadoras está exigiendo
de las personas consagradas un marco diferente de vida fraterna, más abierta a la acogida
solidaria y, al mismo tiempo, un ejercicio continuo de un discernimiento comunitario orante
para mantener la identidad de un profetismo radicado en una experiencia de Dios en la
historia y en una visión de fe sobre la realidad. Esta es la forma de actualizar la experiencia
mística y profética de los fundadores y fundadoras. Únicamente así, la vida consagrada
puede asumir y vivir su vocación profética. De este modo, como los fundadores y
fundadoras cada persona consagrada podrá ser como los profetas bíblicos, "hombre de
Dios", ''hombre de la Palabra", "hombre que provoca la crisis", "hombre que cumple su
misión en la debilidad", y se convertirá en "testigo de la resurrección y de la vida de nuestro
Señor Jesucristo y señal del Dios verdadero"62, en fidelidad al Evangelio de Jesús, Profeta
y Evangelizador.
En la Carta Apostólica Tertio Millennio Ineunte, Juan Pablo II, al hacer un balance del
Jubileo afirma que fue “un gran acontecimiento de caridad”, y recuerda que desde los años
preparatorios al Jubileo hizo una llamada a una mayor y más comprometida atención a los
problemas de pobreza en el mundo e invita a una creciente justicia y solidaridad entre las
personas y los pueblos63.
61
J. CRISTO REY GARCIA, “Profecía cultural” o la misión a largo alcance, en “Vida Religiosa” 68 (1988)
p. 66.
62
LG 38.
63
Cf Tertio millennio ineunte, 14.
64
Ecclesia in America, 55
58
solidaridad, sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los
efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los más
débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas
locales en favor de una mal entendida homogeneización”65.
Para ser testigos de un mundo solidario hay que partir de una visión de la realidad de la
pobreza mundial, cuya toma de conciencia ha generado cambios en la forma de entender y
de vivir el voto de pobreza y ha llevado en la línea de una tradición secular, a nuevos
compromisos concretos que son signo e instrumento de la solidaridad de la vida
consagrada.
59
de transformación liberadora. La Exhortación Apostólica Vita consecrata subraya que la
vida consagrada está llamada a ser signo de un mundo solidario especialmente a través de
la predilección por los pobres y la promoción de la justicia: “Las personas consagradas,
cimentadas en este estilo de vida [humilde y austero], estarán en condiciones de denunciar,
de la manera más adecuada a su propia opción y permaneciendo libres de ideologías
políticas, las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios, y de comprometerse
en la promoción de la justicia en el ambiente social en el que actúan”69 El contacto con el
pueblo, por otra parte, exige el esfuerzo de inculturación de la Buena Noticia.
3. Inculturación
Otro de los desafíos señalados por los jóvenes religiosos y religiosas en el Congreso
Internacional de 1997 fue el de la inculturación que trae consigo necesariamente la
aceptación de la unidad en la diversidad. Este compromiso está también en la línea de la
solidaridad. Incluye una evangelización inculturada, la inculturación de la vida consagrada
y la defensa de las culturas. Al mismo tiempo testimonia la posibilidad de un diálogo
intercultural en el mundo y en la Iglesia de hoy.
69
VC 82.
60
Es verdad que ya anteriormente muchos Institutos religiosos estaban abiertos a la
universalidad y contaban, en mayor o menor número, miembros de diversas naciones y
áreas socio-culturales. Sin embargo, una estructura fuertemente basada en la idea de unidad
como uniformidad impedía en varios aspectos el encuentro multicultural. El país de
fundación del Instituto, con sus elementos culturales e incluso lingüísticos, marcaba la vida.
Por otro lado, un gran número de Congregaciones se quedaron limitadas a un espacio
geográfico cultural y solamente ahora, en parte por la falta de vocaciones, han buscado
desesperadamente abrir fundaciones en países en los que es posible contar con candidatos
o, lo que es reprobable, en importar vocaciones de otras regiones del mundo,
desarraigándolas de su cultura e imponiéndoles la propia. Con razón, en el Sínodo sobre la
vida consagrada, obispos de países del tercer mundo alzaron su voz contra esa práctica70.
La inculturación del evangelio es, de este modo, un camino para una creciente
solidaridad intercultural a partir de la Buena Nueva. La vida consagrada, especialmente
llamada al compromiso de la evangelización como testimonio, anuncio e interpelación,
necesita asumir el desafío de la inculturación para anunciar el evangelio “en el lenguaje y la
70
Cf Propositiones, n. 49.
71
N. 92.
72
Ib.
61
cultura de aquellos que lo oyen”73 De este modo, podrá proponer como punto de referencia
para la solidaridad el evangelio de Jesús.
73
Ecclesia in America, 70.
74
Documento de Santo Domingo, 230.
75
VC 80.
76
Instrumentum laboris, 93.
62
La vida consagrada, especialmente comprometida en la evangelización de los grupos
humanos más pobres y marginados debe sentir la importancia de la defensa de las culturas.
Santo Domingo invita a todos los creyentes a apoyar los esfuerzos que realizan los pueblos
indígenas y afro americanos para defender su identidad y el reconocimiento de sus propios
valores; como también ayudarlos a mantener vivos sus usos y costumbres compatibles con
la fe cristiana. Esto exige una solidaridad en su lucha para que sean reconocidos sus
derechos a la tierra, “a sus propias organizaciones y vivencias culturales, a fin de garantizar
el derecho que tienen de vivir de acuerdo con su identidad, con su propia lengua y sus
costumbres ancestrales, y de relacionarse con plena igualdad con todos los pueblos de la
tierra”77.
Al mismo tiempo que existe esa diversidad cultural, las diversas culturas están
fuertemente influenciadas por los desafíos de las culturas moderna y postmoderna, tanto en
el ámbito urbano como en el ámbito rural78. Sólo con esa apertura a los retos socio-
culturales la vida consagrada podrá ser testigo de un mundo solidario.
a) De la uniformidad a la pluriformidad.
63
Fue a partir del Concilio Vaticano II cuando se comenzó a cuestionar esta nivelación
cultural que imponía el hecho de pertenecer a un Instituto religioso originado en un área
geográfica europea y, además, en épocas culturalmente diferentes de las de mediados del siglo
XX.
El Motu proprio Ecclesiae sanctae, para la aplicación de los documentos del Concilio
Vaticano II, al tratar del Decreto Perfectae caritatis, pidió a los Institutos religiosos la
renovación de su legislación (Constituciones, Directorios y otros libros). Al hablar en
particular del Código fundamental de las Congregaciones religiosas, pidió expresamente que
se excluyeran de él "las cosas que ya están anticuadas o son mudables según las costumbres de
un determinado tiempo o responden a usos meramente locales", y que las normas para el
tiempo presente correspondientes "a las condiciones físicas y psíquicas, como también a las
circunstancias actuales"80 fueran puestas en códigos adicionales.
Las nuevas Constituciones de los Institutos religiosos, elaboradas a la luz del Motu proprio
Ecclesiae sanctae, han procurado conservar como elemento unificador lo referente al carisma
original y "las normas jurídicas necesarias para determinar claramente el carácter propio, los
fines y los medios del Instituto"81. En lo demás, han dejado generalmente espacios para
decisiones provinciales y locales más de acuerdo con las exigencias particulares y las
situaciones culturales.
79
Instrumentum laboris para el Sínodo de la vida consagrada, 93.
80
Ecclesiae sanctae II, 14.
81
Id II, 12b.
64
c) Del hemisferio norte al hemisferio sur
Al mismo tiempo la llamada "tercera iglesia" irrumpió con fuerza. El número de los
creyentes en el tercer mundo vino a cambiar el rostro de la Iglesia. De una Iglesia europeo-
occidental (a principios de este siglo, el 77% de sus miembros estaba en Europa y los EE.UU.,
nación de emigración europea) con algunos adeptos en el resto del mundo (23% de sus
miembros), comenzó a revelarse como una Iglesia del tercer mundo (casi 70% de los
creyentes), con algunos adeptos en Europa (sólo 30% de sus miembros). Esto puso sobre el
tapete el problema del monocentrismo religioso, cultural y teológico y la necesidad de una
apertura a un policentrismo en todos estos campos de la vida de la Iglesia.
d) Problemas y tensiones
***************
CAPÍTULO III
65
La realidad de la vida comunitaria en la vida religiosa ha sido redescubierta con
nuevas dimensiones en una Iglesia de comunión. El Concilio Vaticano II presenta la vida
religiosa con un acento especial en la fraternidad como elemento a partir del cual se
entienden los otros que la definen y constituyen. Al hablar de la comunidad la describió
como fruto del amor de Dios derramado por el Espíritu para reunir a sus miembros "como
verdadera familia congregada en el nombre del Señor"1.
Un primer fundamento de la fraternidad lo coloca Jesús en el amor que Dios tiene a cada
persona. Cuando se le dirige la pregunta sobre cuál de los mandamientos es el primero de
todos, Cristo responde que es el de amar a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas, y
añade: "el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
66
mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,36-40). El amor al hermano es la
respuesta al amor de Dios. En este mandamiento se encuentra la explicación del misterio de
la iglesia: comunidad de amor entre hermanos, hijos del mismo Padre. El amor hacia él es
fuente del amor hacia sus-hijos. El amor del Padre se difunde entre los hombres para
suscitar en ellos el amor a los hermanos (1 Jn 5,1-2). Entre el amor a Dios y el amor a los
hermanos existe una compenetración. El amor a Dios ilumina y purifica la fraternidad. Esta,
por su parte, es la manifestación comunitaria de ese amor y el criterio para discernir su
autenticidad.
67
ha hecho nuestro hermano; el Espíritu que nos transforma en hijos (Rom 8,15-16) y nos
congrega en la comunión de la iglesia (1 Cor 12, 1213). Esta fraternidad tiene como meta la
comunión en la unidad trinitaria (Jn 17,21.23. 26). La fraternidad cristiana es el lugar donde
Cristo se hace presente y donde se manifiesta, en forma imperfecta y limitada, pero como
signo que puede atraer a los demás, la comunión de amor que existe en la Trinidad.
Han sido los documentos sociales de la iglesia los que, especialmente en nuestro siglo, han
vuelto a insistir en la fraternidad cristiana como signo e instrumento del reino de Dios, que
ayuda a que la natural solidaridad se revista de las dimensiones específicamente cristianas
de gratuidad, perdón y reconciliación 6. Y, en esta misma línea hacen hincapié en la opción
preferencial o amor por los pobres, como forma especial de primacía en el ejercicio de la
caridad y de la fraternidad cristianas7.
68
hombres, incluso a los que no creen en Cristo. De esto hablaban ya los padres de la iglesia.
En nuestra época, a través de la lucha contra toda discriminación los cristianos han sentido
que son hermanos de todos; han ido madurando la convicción de que no puede ser invocado
Dios, Padre de todos, por quienes se niegan a comportarse fraternalmente con algunos
hombres creados a imagen de Dios.
Pacomio presenta una fuerte preocupación por una vida de comunión entre los monjes.
Sufre por la falta de ella en la sociedad de su tiempo. Invita a llevar el peso de los hermanos
y a solidarizarse con todos los hombres. La fraternidad para él es una vida de amor intenso
y de servicio mutuo. En la tradición monástica la fraternidad encuentra en el abad a un
"padre común", que coordina y organiza la vida de los monjes de tal modo que los fuertes
se sientan estimulados a dar más y los débiles no se retraigan ni se desanimen.
Las reformas del s. XVI, al mismo tiempo que insisten en una mayor austeridad y
abnegación evangélicas, pretenden restablecer la igualdad fraterna, renunciando a las
diferencias sociales que se habían introducido en los conventos. Como una expresión de esa
fraternidad renuncian a los apellidos - que traían consigo distinciones poco evangélicas - y,
como en el caso de la reforma teresiana, se busca formar comunidades más pequeñas que
permitan vivir más fácilmente la comunión en una integración apoyada en la fe y en el
amor cristianos. Santa Teresa hablará de su comunidad reformada como de un "pequeño
colegio de Cristo” en el que todas se deben amar y ayudar.
Con el pasar del tiempo, la vida fraterna se fue transformando con frecuencia en una
vida de observancia organizada. Comenzó a predominar el aspecto de colectividad sobre el
comunitario-fraternal. Este pasó a un segundo plano. Se cayó con frecuencia en un
individualismo en el seno de un grupo, generalmente bastante numeroso y estructurado
piramidalmente.
69
A partir del Vaticano II se ha redescubierto la importancia básica de la fraternidad en
la vida religiosa. Esta se presenta como una vivencia fraternal del evangelio y se dice, con
razón que allí radica su principal testimonio; que esa es la forma de hacer presente la
salvación de Jesucristo que posibilitó la comunión fraterna entre los hombres.
70
en quien y por quien fueron creadas todas cosas (Col 1,13-20), y hacia dentro de sí mismo
en el misterio del Espíritu Santo8.
Jesús es quien nos revela el rostro del Padre. A partir de esa revelación, en el camino
de la fraternidad cristiana los creyentes experimentan su presencia paternal-maternal en el
misterio de la existencia recibida como don gratuito. Es así como, en la existencia de cada
persona hay como una epifanía del Padre. También en la incomprensibilidad de los caminos
por los cuales conduce la historia de cada uno y de la comunidad humana. Esa experiencia
de ser todos hijos de un Padre común exige la fraternidad que, a su vez, manifiesta la
común filiación.
71
dición humana. Desde entonces, nuestro encuentro con él se da en y a través de la hu-
manidad de Cristo. El, que vivió en un marco histórico-geográfico determinado, sigue
presente en la historia y en cada uno de los seres humanos (Mt 20,28; Jn 14,23). Resucitado
no tiene ya esas limitaciones. Penetra toda la realidad guiando desde dentro todo el proceso
de transformación del universo y del hombre: "todo fue creado por él y para él, él existe
con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16-1 Todo pertenece a
Cristo resucitado, principio, centro y fin de la historia. La persona humana, creada a imagen
y semejanza de Dios (Gen 1,26-27) está llamada también a ser conforme con la imagen del
Hijo (Rom 8,29). De allí que de modo especial, el hombre revele a Cristo. Las "semillas del
Verbo" de las que se habla en la tradición de la iglesia, no son en el fondo otra cosa que esa
presencia suya viva y operante, que suscita el bien, crea la comunión fraterna, sostiene el
esfuerzo humano en la búsqueda de 1a justicia, la paz, el amor. Cristo es no sólo el
Emmanuel, el Dios con nosotros. Es también el Dios en nosotros.
El NT nos habla, en primer lugar de Cristo que se identifica con los apóstoles, a
quienes envía a anunciar el evangelio (Mt 10,40; Jn 13,20). Está también presente en los
creyentes, unidos a él como los sarmientos a la vida para participar de su savia vital y poder
dar frutos (Jn 15,5-7). Ellos se convierten en morada de Cristo y del Padre (Jn 14,23) y
participan de la vida trinitaria (Jn 17,23). Jesús se identifica también con los miembros de
la iglesia como comunidad (Hch 9,5).
La presencia del Señor no se limita a los que creen en él. Está presente en cada
persona humana. Allí lo debemos descubrir siempre, de tal modo que lo que hagamos o de-
jemos de hacer a los demás, lo hacemos o dejamos de hacer a él (Mt 25,31-46). El Vaticano
II puso de relieve que por su encarnación, el Hijo de Dios "se ha unido en cierto modo a
todo hombre"82. En los no-cristianos y en los no-creyentes está con una presencia
escondida, guiando sus caminos en la historia. La presencia de Cristo resucitado se revela
en toda persona que trabaja por un mundo más justo y más humano aun sin hacer una
referencia explícita a él. De modo especial, sin embargo, esa presencia se da y se manifiesta
en los cristianos que, fraternalmente reunidos en el nombre de Jesús lo aceptan
conscientemente, asumen sus exigencias, tratan de seguirlo de colaborar con él en la
realización del reino de Dios (Mt 18,20).
Cristo, cercano a nosotros, presente en todo hombre, "ha querido identificarse con
ternura especial con los más débiles y pobres"11. En ellos hay una presencia privilegiada del
Señor que invita a una fraternidad más cercana y comprometida. Esta identificación
particular de Cristo con los pobres, convierten la experiencia del pobre en una experiencia
de Dios, fuertemente interpeladora. En esos hermanos la imagen de Dios se haya
escarnecida y ensombrecida12, y aparecen los rasgos sufrientes de Cristo el hermano mayor,
82 ?
GS 22.
72
que nos cuestiona e interpela13. Por eso la fraternidad cristiana tiene como medida
privilegiada, no excluyente, el servicio a los pobres14.
La presencia del Señor en los hermanos es dinámica. El actúa en ellos y por ellos para
crear la fraternidad. Cristo irradia su plenitud sobre la humanidad a través de los carismas
que distribuye. Pablo, hablando de los carismas en la iglesia -doctrina que puede, en cierta
medida, aplicarse a toda la humanidad-, insiste en la diversidad y unidad de los mismos.
Los concibe como dones que Dios comunica gratuitamente para servicio de los demás. (l
Cor 12, 4-6).
Existe entre los carismas una estructura armónica porque ellos son, en el fondo,
expresión y manifestación de Dios, que los da para construir la fraternidad. En los carismas
diferentes, Cristo se diversifica y multiplica para salir al encuentro de las necesidades de
todos. En las cualidades y dones de los demás tenemos una invitación a descubrir al Señor
Jesús que sigue presente en cada persona para hacerla signo e instrumento de su amor que
une en la solidaridad fraterna.
La fraternidad cristiana, como toda realidad humana, tiene una dimensión escatológica.
Existe en ella un "ya" pero también un "todavía no". Ya somos hijos de Dios, pero todavía
no se manifiesta lo que hemos de ser (1 Jn 3,2). La convicción de una comunicación de los
creyentes que trasciende los horizontes de este mundo está presente desde los inicios del
cristianismo. La iglesia peregrinante tiene una índole escatológica y está unida a la iglesia
celestial. En la transformación del universo "permanecerán la caridad y sus obras" y el bien
de la unión fraterna junto con otros, los volveremos a encontrar, después de haberlos
fomentado y vivido en la tierra, "libre de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando
Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" 15 y Dios sea todo para todos (1 Cor
15,28).
11
Documento de Puebla, 196.
12
Cf ib. 1142
13
Cf ib 31-39
14
Cf ib. 1145.
15
GS 39.
16
LG 44.
73
El Vaticano II puso de relieve la línea testimonial de la vida religiosa cuando le
recordó su papel de simbolizar, manifestar, prefigurar, representar y proclamar los valores
del reino. "Para significar la vida religiosa debe adoptar un lenguaje inteligible para las
diversas culturas, épocas y situaciones en las que vive. El ser de los religiosos se manifiesta
o traduce en la praxis. En ella se juega la significatividad de la vida religiosa y, por tanto,
su esencia y servicio a una iglesia toda ella evangelizadora"17.
La vida religiosa en fraternidad para ser signo e instrumento de comunión debe estar abierta
al medio en el que vive y a las personas que la rodean. Sólo así su presencia sencilla y
fraternal se hará inteligible y cuestionadora en la acogida y el compromiso. Además, una
ubicación en lugares pobres y en zonas marginadas hará más clara y significativa su
fraternidad abierta y universal.
Además de la vida comunitaria, los votos, con las implicaciones que tienen en la vida
de fraternidad, pueden ser un testimonio profético evangelizador de esa vida.
17
CLAR-CONFER, Signos proféticos del Reino. La vida religiosa de cara a una nueva evangelización (1987)
n. 6.
18
VC 51.
74
a) El voto de pobreza, entre otras cosas, lleva a compartir los bienes en la comunidad
mostrando que una persona vale no por lo que tiene sino por lo que es. Demuestra así,
igualmente, que la función de las cosas materiales es la de ser lugar de encuentro con Dios
y los hermanos. A través de este tipo de pobreza religiosa se aprende la apertura a Dios y a
los demás; se expresa el valor social de los bienes y se percibe la exigencia de trabajar para
crear una sociedad justa y humana para todos. Al mismo tiempo, una comunidad religiosa,
que pone lo que es y lo que tiene al servicio de los más pobres y necesitados trabajando por
su promoción, denuncia evangélicamente el uso de los bienes para prestigio y poder en la
sociedad. Esto va contra el plan de Dios que otorga los bienes para utilidad de todos en un
fraterno compartir.
2. ¿Qué medios nos podrían ayudar a crecer en la vida fraterna en ambos niveles?
75
3) ¿Cuál debería ser mi compromiso para crear fraternidad y testimoniarla en el mundo de
hoy?
CAPÍTULO IV
La palabra profeta entró, a partir del Vaticano II, a formar parte del vocabulario
cotidiano dentro de la Iglesia y fuera de ella. Se aplica a todos los que denuncian las
estructuras de poder y dominio; a quienes promueven la lucha por la justicia y se ponen
de parte de los pobres; a aquellos, en fin, que viviendo profundamente la experiencia de
Dios anuncian el mensaje liberador de Cristo en múltiples y variadas formas.
El Vaticano II recordó que todos los cristianos, por el hecho de ser bautizados,
participan de la función sacerdotal, real y profética de Cristo19 y que éste, el gran
Profeta, "cumple su misión profética ... no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en
su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes,
consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de
la palabra..."20.
Estas reflexiones doctrinales del Concilio permitieron que, más adelante, a partir de
muchísimos testimonios proféticos de cristianos comprometidos en la lucha contra el
pecado social en América Latina, el Documento de Puebla pudiera constatar, ya a finales
de los años setenta, una intensificación de la función profética en la Iglesia
latinoamericana21.
19
LG, 31.
20
Id. 35.
21
Cf Documento de Puebla, 267-268.
76
La dimensión profética de la vida cristiana tiende a expresarse con mayor fuerza en
personas y grupos dentro de la Iglesia. Su historia está marcada por la presencia de
profetas que con su vida y su palabra anunciaron el proyecto de Dios y denunciaron todo
aquello que se oponía a él. La vida consagrada es, hablando en general, uno de esos
grupos en los que la dimensión profética del seguidor de Jesús se ha concentrado con
fuerza que caracteriza. Desde sus orígenes los religiosos subrayaron el absoluto de Dios
y del Reino y, con su vida misma, se convirtieron en signos de El en la historia. El
Vaticano II ha reconocido esta significatividad profética de la vida religiosa cuando, en
la Constitución Dogmática Lumen gentium, ha afirmado que ella simboliza, prefigura
manifiesta, representa y proclama los valores del Reino, convirtiéndose así en "símbolo
que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin
desfallecimiento los deberes de la vida cristiana"22.
22
LG 44.
23
VC 84.
24
Id. 94.
77
Cuando se habla de vocación profética del cristiano o del religioso aparece de inmediato,
como punto de referencia necesario para comprender sus implicaciones, la figura de los
profetas bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Es evidente que no todas las características del profeta bíblico son igualmente
importantes. Hay algunas que pueden ser consideradas como rasgos esenciales que, por lo
mismo, no es posible que falten en un auténtico profeta. En ellas nos vamos a detener para
comprender la vida de nuestros fundadores y fundadoras y como paso previo a nuestras
reflexiones sobre nuestra vocación profética.
El primer rasgo del profeta es el de ser "hombre de Dios" (1 Re 12,22; 13,7.14). Este
calificativo se aplica exclusivamente a los profetas con excepción de David. Lo que
convierte al profeta en "hombre de Dios" es la irrupción de El en su vida. A partir de ese
momento se establece una nueva relación del profeta con Dios. El profeta se transforma en
una persona disponible, que no vive más para sí mismo; que no se pertenece. Esta
disponibilidad no es en ocasiones fácil (cf. Am 3, 3-8; Jer 20, 7-9). El profeta experimenta
dificultades y crisis; es acosado por el temor. Con todo, termina abriéndose a los planes de
Dios y va a donde lo envía Yahvé y proclama todo lo que El le manda (cf. Jer l, 7).
"Hombre de Dios", el profeta tiene una experiencia de Dios que se va haciendo cada vez
más profunda y exigente. El le descubre gradualmente su proyecto en la historia y, sobre
todo, lo introduce en una intimidad vital. "El 'pathos' divino viene sobre él. Lo mueve.
Irrumpe como una tempestad del alma, tomando posesión de su vida interior, de sus
pensamientos, sentimientos, deseos, esperanzas. Toma posesión de su corazón y de su
mente dándole la fuerza de ir hacia el mundo"25.
El profeta, en cierto modo, sintoniza con Dios a quien percibe cercano y presente en la
historia. Y su experiencia se transforma en testimonio y en compromiso con las exigencias
de Dios sobre el pueblo. Es el siervo que ejecuta los mandatos de su señor; el discípulo que
acoge las enseñanzas de su maestro y las transmite y pone en práctica.
25
A. HESCHEL, Il messaggio dei Profeti (Roma, 1981) p. 118.
78
La Palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is 40,8) y que no vuelve El vacía (Is
55,10), asume las limitaciones humanas del profeta que la transmite y, por ello, los oyentes
pueden cerrarse a sus cuestionamientos e interpelaciones. El lenguaje profético no es solo
verbal. Se expresa también a través de acciones simbólicas. Más todavía, la vida toda del
profeta es un mensaje vivo e inteligible. El se convierte en siervo de la Palabra. El lenguaje
de los anuncios proféticos no es una simple transmisión de un mensaje recibido. Es, más
bien, dar voz a lo que se experimenta en profundidad; a lo que se asume internamente. El
profeta no poseía la Palabra de una vez para siempre. En cada ocasión debía buscarla. La
Palabra es un acto, una fuerza a la cual es imposible resistir. Se impone en los oídos y en la
boca del profeta. Jeremías y Ezequiel hablan de comer la Palabra. Ella posee totalmente al
profeta.
La Palabra no es inferior al Espíritu sino que le añade certeza y claridad. Las mani-
festaciones del Espíritu colocan al hombre frente a la realidad de Dios. La Palabra delante
de la voluntad divina y de sus exigencias. El profeta es el hombre de la Palabra que lo
posee, lo seduce y lo aplasta. Pero lo es para transmitirla. Destinatario último de ella no es
él sino el pueblo. Y, por eso, nos encontramos con el drama del profeta que tiene que
comunicar las calamidades que el Señor le pide que anuncie a su pueblo y que, en algunos
momentos, ya no quiere anunciar. Así Jeremías nos expresa la fuerza de la Palabra que se le
impone; el sufrimiento que tiene que soportar para anunciarla; su impulso natural de no
anunciar más el mensaje de Yahvé: “Tú me sedujiste, oh Yahvé, y yo me dejé seducir, tú
eras el más fuerte y fui vencido. Ahora soy todo el día la irrisión, la burla de todo el mundo,
pues siempre que hablo tengo que clamar: ¡ruina y devastación!, y todo el día la Palabra de
Yahvé es oprobio y vergüenza para mi. Y, aunque me dije, ‘no me acordaré de El, no
volveré a hablar en su nombre’, es dentro de mí como fuego abrasador encerrado dentro de
mis huesos y me he fatigado por soportarlo, pero no puedo” (Jer 20,7-10). La Palabra se
impone al profeta. El la tiene que anunciar incluso a costa de sufrimiento, de persecución y
de martirio.
El Profeta provoca la crisis en el sentido que anuncia el juicio de Dios sobre la historia. En
ella él percibe, a la luz de la Palabra, un sentido profundo que brota de la trama de los
acontecimientos (cf. Jer c.28) y puede interpretar lo que sucede y anunciarlo a todos para
que asuman su propia responsabilidad y comprendan lo que Dios hace o pide. Vuelve los
ojos a la historia pasada, a lo que el pueblo debería haber hecho y no hizo; a las maldades
que cometió. A partir de eso examina el presente y habla sobre el futuro (cf. Am 2, 6-15).
El profeta conoce la realidad y está enraizado en ella. Por este motivo vuelve a proponer
siempre el proyecto de Dios y anuncia el juicio de Dios en esa situación. Sacude, de este
modo, las conciencias y las enfrenta al juicio de Yahvé que purifica y exige decisiones
nuevas como expresión del cambio y de la vuelta al camino de la Alianza.
79
Los profetas interpretan la existencia del pueblo como dependiente del hecho de la
elección-alianza. La moral que predican y la justicia que exigen se apoyan en el hecho de la
salida de Egipto (elección) y del compromiso del Sinaí (alianza). Desde esta perspectiva, el
profeta provoca la crisis cuando cuestiona incluso las prácticas religiosas que llevan a un
ritualismo y formalismo; que absolutizan el templo, los sacrificios y demás expresiones
externas de la religión, y descuidan lo que Yahvé pide: justicia, derecho, misericordia (Jer
9, 22-23).
Los profetas impugnan las estructuras sociales injustas que llevan a la opresión del
pobre. El "conocimiento de Yahvé" debe expresarse en relaciones justas entre los hombres
(Am 3, 9-10). Ellos ven una estrecha relación entre una estructura social viciada y
explotadora y una situación de condenación y de pecado y exigen, por tanto, una
conversión y hablan de una crisis liberadora a través del "juicio de Yahvé" que actúa en la
historia impugnando las estructuras de poder y poniéndose de parte de los oprimidos. No
sólo censuran a los individuos que causaban los males sociales. También cuestionan el
sistema que los hacía posibles y que los sostenía por medio de leyes injustas (Am 5,15). Sin
ser principalmente reformadores sociales, los profetas promueven la justicia social como
una exigencia de la verdadera religión (Jer 22, 15-16). El profeta Amós sintetiza este
aspecto de crítica de las estructuras civiles y religiosas a través de un párrafo denso de
contenido en el que nos dice en qué consiste la exigencia de Yahvé y ser fiel a El: “Yo odio
y aborrezco vuestras solemnidades y no me complazco en vuestras congregaciones. Si me
ofrecéis holocaustos y me presentáis vuestros dones no me complaceré en ellos, ni pondré
los ojos en los sacrificios pacíficos de vuestras víctimas cebadas. Aleja de mí el ruido de tus
cantos, que no escucharé el sonar de tus cítaras. Lo que yo quiero es que como agua
impetuosa se precipite el juicio y como torrente que no se seca la justicia” (Am 5,21-24).
El Profeta, persona que provoca la crisis, atraviesa él mismo por muchas crisis y
tentaciones que lo llevan a querer abandonar su misión y a quejarse amargamente con Dios
expresándole sus desilusiones y la dificultad de conciliar la bondad y la justicia divinas con
lo que le sucede. Hay momentos en los que, como Elías, dice "¡basta!" (1 Re 19,4), cansado
de los fracasos, las persecuciones y las luchas. O, como Jeremías, se propone ya no hablar
más en nombre de Yahvé (Jer 20,9) porque le parece que ha trabajado de balde y de nada
han servido sus esfuerzos (Is 49,4). Quiere huir, pero no puede. No logra, en medio de sus
80
debilidades y tentaciones, librarse de Dios. Debe recorrer un camino en la oscuridad de la
fe y en el compromiso de la esperanza. Camina muchas veces solo en medio de la
incomprensión y la persecución, pero experimenta con frecuencia, en medio de las
dificultades y de la angustia existencial, que en esa soledad, abandono y debilidad, puede
contar con la fuerza y el poder de Dios: "no tengas miedo, porque estaré contigo para
protegerte" (Jer 1,8). Eso lo impulsará a arrostrar todos los riesgos y a superar la resistencia
que se origina en la conciencia de su pobreza y limitación humanas.
Los profetas bíblicos fueron personas comprometidas con Dios y con el mundo en el que
les tocó vivir. Denuncian las injusticias, proclaman el juicio de Dios, anuncian un futuro
mejor, don de Dios y fruto también de la colaboración humana por medio de una esperanza
activa. En la Escritura los profetas hablan con imágenes tomadas de la vida diaria y del
ambiente en que viven; comunican también el mensaje con gestos simbólicos y a partir de
situaciones de su vida personal y familiar; acompañan los gestos con palabras que sacuden
las conciencias y las enfrentan a sus responsabilidades frente a Dios y al prójimo. Más que
predecir el porvenir, el profeta revela la auténtica dimensión del presente que interpela al
hombre y lo compromete en la preparación del futuro que Dios dispone con bondad y
fidelidad, pero exigiendo la cooperación humana.
En Jesús aparecen en plenitud los rasgos del profeta que hemos presentado anterior-
mente. El es más que un "hombre de Dios": es "Hijo de Dios". Si el profeta es el "hombre
de la Palabra", Jesús es la Palabra y, si el profeta provoca la crisis, Jesús es aquel delante
del cual hay que tomar posición y asumir la propia responsabilidad porque el Padre puso en
su mano el juicio (Jn 5,27). Por otra parte, en el cumplimiento de misión profético-
evangelizadora, Jesús recorre el camino humano y experimenta la tentación y la crisis,
"sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado" (Hb 4,15). La forma
peculiar en la que Jesús es profeta es la de evangelizador: el que anuncia la Buena Noticia
del Reino con toda su vida: palabras, gestos, testimonio.
81
el momento presente. El profeta del Nuevo Testamento "construye, exhorta y anima" (1
Cor 14,3).
El profeta es, ante todo, el "hombre de Dios"; el que lo experimenta presente y cercano
en la historia. Si buscamos la raíz última y la fuente de la vocación de nuestros fundadores
y fundadoras nos encontraremos que no es otra que una profunda experiencia de Dios. Sin
ella no se entiende su papel carismático y profético en la Iglesia.
82
que cuestiona e interpela en las situaciones de muerte. En ellas aparece como el Dios de la
vida. Una presencia por ausencia también en el triunfo aparente del mal. Allí aparece en su
incomprensibilidad, como el Dios totalmente diverso.
INDICE
INTRODUCCIÓN 1
1. El misterio de la Iglesia 12
2. Modelos de Iglesia 13
83
IV. LA CONSAGRACIÓN 27
V. LA COMUNIÓN 32
VI. LA MISIÓN 38
a. La misión de evangelizar 39
b. La Iglesia que hoy debe evangelizar 40
3. Inculturación 57
ÍNDICE 63
*******************
84
En la línea de los profetas bíblicos, como nuestros fundadores y fundadoras, estamos
llamados a profundizar en la experiencia de Dios, hasta que El sea una persona viva
con la que nos relacionemos íntimamente. Eso nos ayudará a descubrir los planes de
Dios en la historia y a leer en los acontecimientos su mensaje interpelador. Entonces
aparecerá como el Dios de misericordia y de fidelidad que pide del hombre una
respuesta de devoción amorosa y fiel hacia El y de amor y bondad hacia los
semejantes, expresados también radicalmente en la práctica de la justicia y del
derecho (cf. Jer 9,22-23).
En ese mismo proyecto de Dios, las relaciones con los demás deben pasar de la
separación, división, odio e indiferencia a la unión, amor fraternidad de una familia,
de un pueblo.
85
consagración religiosa nos permite, como a ellos, tener una disponibilidad para correr los
riesgos del anuncio y la denuncia proféticos y una libertad evangélica para realizarlos:
"gracias a su consagración religiosa, ellos son voluntarios y libres para abandonar todo y
lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra ... se les encuentra no raras
veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos"27.
El tercer desafío es el de la libertad que se autodetermina y que pretende ser ley para sí
misma. El voto de obediencia es una respuesta a este desafío. Invita a vivir la libertad en
comunión con aquel que es fuente de la existencia humana: Dios, en actitud de
disponibilidad para cumplir su voluntad. La vida consagrada presenta la propuesta de una
vida de comunión realizada como hermanos que buscan juntos y cumplen la voluntad del
mismo Padre. En la comunidad, quien preside es una mediación para el discernimiento de
la voluntad de Dios y para la comunión. La obediencia es la garantía de vivir en el
seguimiento de Jesús30.
"por su misma estructura, permiten y exigen llevar a cabo la radicalidad del seguimiento
hasta regiones que no son las normales. Continuando con la metáfora geográfica podríamos
27
Evangelii nuntiandi, 69.
28
Cf VC 88.
29
Cf Id. 89-90.
30
Cf Id 91-92.
86
decir que los votos permiten y exigen que el religioso esté presente en el desierto, en la
periferia y en la frontera. Por "desierto" entendemos que el religioso esté allí donde de
hecho no está nadie, como ha sido el caso a lo largo de la historia en la presencia de los
religiosos en hospitales, escuelas o modernamente en parroquias desatendidas. Por
"periferia" entendemos que el religioso esté no en el centro del poder, sino allí donde no
hay poder, sino impotencia. Por "frontera" entendemos que el religioso esté allí donde más
hay que experimentar, según la necesaria imaginación y creatividad cristiana; donde mayor
pueda ser el riesgo; donde más necesaria sea la actividad profética para sacudir la inercia en
que se vaya petrificando la Iglesia en su totalidad o para denunciar con más energía el
pecado"31.
Esta metáfora del desierto, la periferia y la frontera pueden también aplicarse por
separado a cada uno de los votos, en cuanto que subrayan un aspecto peculiar de cada uno:
el desierto a la castidad en cuanto implica de soledad y carencia de raíces familiares y
afectivas propias y permanentes; la periferia a la pobreza en sus exigencias de renuncia al
prestigio y poder que dan los bienes materiales y de solidaridad con los pobres y
marginados; la frontera a la obediencia en cuanto compromete a asumir la misión en
situaciones especialmente difíciles y peligrosas.
De este modo los votos se sitúan proféticamente dentro del proyecto de Dios: la
obediencia como testimonio de la necesidad de vivir como hijos de Dios en el
cumplimiento responsable de la propia vocación y misión y como trabajo por los derechos
humanos y por la defensa de la dignidad del hombre; el voto de castidad como
concretización de la nueva fraternidad en Cristo en la vida comunitaria y como empeño en
la lucha por la igualdad en las sociedades discriminatorias; el voto de pobreza como
austeridad, solidaridad y libertad en el uso de los bienes y, al mismo tiempo, compromiso
con la justicia en la sociedad.
87
principales testimonios de la vida consagrada: ella hace presente el Reino predicado por
Jesucristo y pone de relieve el poder reconciliador del Espíritu de Jesús, que reúne a todos
en una nueva familia.
En la línea profética, se requiere que las comunidades tengan un estilo de vida más
simple y que, al mismo tiempo, estén cercanas al pueblo para que su testimonio se purifique
y se haga inteligible. Junto con la sencillez y cercanía en relación con el pueblo, la
comunidad religiosa necesita vivir relaciones más profundas entre sus miembros y una
caridad realista y concreta que, en un mundo de egoísmo, injusticia y odio, anuncien la
presencia y la acción de Dios que reconcilia y fraterniza y denuncien las divisiones y
opresiones. Al renovar cotidianamente, en medio de las inevitables y necesarias dificultades
de la vida fraterna, el ideal de comunión de amor, la comunidad religiosa ofrecerá un
testimonio profético y dará razón de su esperanza, señalando a los demás la meta a la que
Dios nos llama en Cristo. Este fue el ideal vivido y exigido por nuestros fundadores y
fundadoras.
88
la fuerza no es del hombre sino que viene de Dios, que manifiesta su poder en la debilidad
y en la limitación (cf. 2 Cor 12,7-10). Llevando en vasos de barro el tesoro de la vocación
profética, las personas consagradas se convierten en una manifestación del poder de Dios,
entregados a la muerte para que en ellos se manifieste la vida de Jesús (cf. 2 Cor 4,8-11).
- la opción por los pobres y por la justicia a la que los ha abierto el hecho de vivir cerca de
los dramas que vive el pueblo
- la renovación de las actividades y obras sociales de los religiosos ante las exigencias de
nuevas formas de solidaridad y participación;
- la inserción en el mundo del trabajo, como exigencia de pobreza y solidaridad;
- el compromiso en la "praxis política" en su sentido más amplio, que mira al bien común,
tanto en lo nacional como en lo internacional; a la promoción y defensa de los valores
fundamentales de toda comunidad favorezcan el crecimiento del hombre. También ante
los grandes cambios culturales y el fenómeno de las culturas emergentes, se está haciendo
"más necesaria que nunca una 'profecía cultural', la presencia de personas y comunidades
que contribuyan para que los procesos culturales no estén sometidos a ningún tipo de
imperialismo y sean orientados hacia una más plena humanización". Y aquí, "por tradición,
la vida religiosa ha jugado un papel en los procesos culturales de los pueblos. Así ha
evangelizado continentes enteros"33
Este empeño profético vivido también por nuestros fundadores y fundadoras está
exigiendo de las personas consagradas un marco diferente de vida fraterna, más abierta a la
acogida solidaria y, al mismo tiempo, un ejercicio continuo de un discernimiento
comunitario orante para mantener la identidad de un profetismo radicado en una
experiencia de Dios en la historia y en una visión de fe sobre la realidad. Esta es la forma
de actualizar la experiencia mística y profética de los fundadores y fundadoras.
Únicamente así, la vida consagrada puede asumir y vivir su vocación profética. De este
modo, como los fundadores y fundadoras cada persona consagrada podrá ser como los
profetas bíblicos, "hombre de Dios", ''hombre de la Palabra", "hombre que provoca la
crisis", "hombre que cumple su misión en la debilidad", y se convertirá en "testigo de la
resurrección y de la vida de nuestro Señor Jesucristo y señal del Dios verdadero"34, en
fidelidad al Evangelio de Jesús, Profeta y Evangelizador.
En la Carta Apostólica Tertio Millennio Ineunte, Juan Pablo II, al hacer un balance del
32
Cf CRIS, Religiosos y promoción humana, nn. 1-12.
33
J. CRISTO REY GARCIA, “Profecía cultural” o la misión a largo alcance, en “Vida Religiosa” 68 (1988)
p. 66.
34
LG 38.
89
Jubileo afirma que fue “un gran acontecimiento de caridad”, y recuerda que desde los años
preparatorios al Jubileo hizo una llamada a una mayor y más comprometida atención a los
problemas de pobreza en el mundo e invita a una creciente justicia y solidaridad entre las
personas y los pueblos35.
35
Cf Tertio Millennio Ineunte, 14.
36
Ecclesia in America, 55.
37
Ib.
38
VC 82.
90
Para ser testigos de un mundo solidario hay que partir de una visión de la realidad de la
pobreza mundial, cuya toma de conciencia ha generado cambios en la forma de entender y
de vivir el voto de pobreza y ha llevado en la línea de una tradición secular, a nuevos
compromisos concretos que son signo e instrumento de la solidaridad de la vida
consagrada.
La vida religiosa, como don del Espíritu a su Iglesia, posee una característica que la ha
acompañado siempre a lo largo de su historia: la capacidad de percibir las interpelaciones
de Dios en los signos de los tiempos y de buscar responder a ellas con fidelidad creativa.
Esto ha supuesto en ocasiones volver a las fuentes y a sus orígenes; en otras releer su
carisma para hacerlo transitar por caminos inéditos. Todo dentro de las limitaciones de una
respuesta humana que se abre paso en medio de tensiones e incoherencias. Así los caminos
de Dios se insertan dentro de la historia de los seres humanos.
Las Comunidades Religiosas Insertas en medios populares que en América Latina se fueron
agrupando bajo la denominación de CRIMPO (Comunidades religiosas insertas en medios
populares) y poco a poco fueron definiendo hacia dentro y hacia fuera los rasgos
característicos de su identidad dentro de la vida religiosa en la Iglesia del Vaticano II,
Medellín, Puebla y Santo Domingo. Entre esos rasgos característicos de las comunidades
insertas resalta el de la solidaridad con los pobres y marginados.
91
y trabajar más directamente en la pastoral. La solidaridad con el pobre no era todavía nítida.
Faltaba un proyecto claro, un apoyo congregacional. Se asumieron nuevas formas de vida
religiosa, pero finalmente fueron absorbidas y se cayó muchas veces en la secularización.
Prácticamente fue para muchos un paso para salir del convento.
En los años 70 aparecen las comunidades de inserción. Como primer fin tienen la misión
más que la renovación de la vida religiosa. Se da el paso a la inserción popular. Se van
renovando las estructuras de la vida religiosa. Se mantienen las mínimas: oración, contacto
con la congregación, proyecto pastoral homogéneo. Todo siempre en función de la misión.
92
Una convicción que se ha ido abriendo paso en la toma de conciencia de lo que son las
comunidades insertas es precisamente ésta: son memoria renovada y comprometida de la
primera irrupción del Espíritu que llevó a los fundadores y fundadoras y a quienes los
siguieron a los puestos de frontera humana y espiritual y a la periferia de la historia y de la
sociedad para desde allí testimoniar la fuerza de la Buena Noticia de salvación liberadora y
hacerla presente en el servicio a los más pobres y necesitados. Las comunidades insertas
pueden y deben ser cada vez más coherentemente una actualización de la fidelidad al
Espíritu que tuvieron quienes recibieron el carisma de iniciar en la Iglesia la vida religiosa
en sus diferentes formas y manifestaciones.
Las comunidades insertas están siendo cada vez más conscientemente una expresión o
estilo renovado de vida religiosa. Se trata al mismo tiempo de un proyecto y de una
realidad en la consagración religiosa, en la vida comunitaria, en la experiencia de Dios, en
el compromiso evangelizador.
En la vida comunitaria la experiencia que tiene como centro a Jesús y que se renueva
y fortalece en la celebración eucarística que impulsa a la entrega a los hermanos y al trabajo
por la transformación del mundo. Se ha vuelto a descubrir la importancia de ser comunidad
abierta a las demás comunidades eclesiales; comunidad sencilla y cercana a la vida y a la
cultura del pueblo; comunidad profética que en realidades de división, odio, egoísmo trata
de testimoniar la nueva fraternidad en Jesús que reúne y crea comunión en la diversidad.
En este nuevo estilo de vida comunitaria ocupa un lugar especial el discernimiento orante
para buscar y encontrar los caminos de Dios; para descubrir qué hay que hacer y cómo hay
que hacerlo frente a los desafíos de la Nueva Evangelización en un mundo donde se
descubre a la luz de la fe una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse
en países que se dicen católicos y que tienen la capacidad de cambiar41.
93
toda auténtica experiencia de Dios cuestiona y compromete con el hermano y con la
transformación de la sociedad en la línea del proyecto de Dios.
94
conduce a una espiritualidad de encarnación y éxodo, camino de cruz y de resurrección; a
una espiritualidad profética de anuncio y denuncia, de compromiso y de fidelidad en los
conflictos; a una espiritualidad comunitaria expresada en la solidaridad, la comunión y el
discernimiento.
Una de las características del amor cristiano es la de ser concreto y efectivo. Sin
amar al prójimo al que vemos es imposible amar a Dios a quien no vemos (cf. 1 Jn 4,20).
95
lugar de encuentro con Dios. Es allí donde se van descubriendo sus planes y conociendo los
desafíos que implican.
Todo esto ha favorecido una conciencia crítica frente a las estructuras de la vida
religiosa en búsqueda de una fraternidad mayor, vivida en medio del mundo y en
solidaridad profunda con los más pobres y necesitados. Se ha ido pasando, entre crisis y
polémicas, de las tareas caritativas como expresión de solidaridad al compromiso más
amplio de la liberación humana. Así se va al fondo del problema y se atacan las injusticias
en su raíz. Se busca ahora la transformación de estructuras sociales y políticas como acción
solidaria y evangélica, ya que “la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta
la interpelación recíproca que en el curso de los tiempo se establece entre el Evangelio y la
vida concreta, personal y social del hombre”48.
48
Evangelii nuntiandi, 29
96
El Documento de Puebla expresó todo esto en el concepto de comunión y
participación y anotó acertadamente su necesidad evangélica:“El amor de Dios que nos
dignifica radicalmente, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás hombres
y participación fraterna; para nosotros, hoy, debe volverse principalmente obra de justicia
para los oprimidos, esfuerzo de liberación para quienes más lo necesitan..., la comunión y
participación verdaderas sólo pueden existir en esta vida proyectada sobre el plano muy
concreto de las realidades temporales”49.
Las estructuras son creación humana y, por tanto, están sujetas a cambio y
evolución. Cuando no se tiene esto presente se corre el peligro de absolutizar moldes del
pasado. Y esto tiene una fuerza esclerotizadora para la vida de los grupos humanos y, por
consiguiente, de las personas que los integran. Las estructuras tienen un mecanismo en su
desarrollo. En un primer momento responden a la realidad de la vida. El tiempo va
haciendo después que se conviertan en parte de la vida y, en un tercer momento, su
estabilización conduce a hacerlas intocables, sobre todo cuando entran en juego elementos
sacralizadores. Estos mitifican concretizaciones históricas y absolutizan mediaciones,
explicables sólo en un contexto particular. La sacralización las vuelve doblemente
intocables. Se crean modelos que tienen que reproducirse literalmente. Se apaga la chispa
de la creatividad y se va creando un abismo que separa del presente para dejar a la gente
sumergida en un pasado que ya no existe. Nada se puede cambiar ni modificar. Lo que fue
debe seguir siendo.
Las Instituciones de 1a Vida Religiosa están sujetas a estas leyes de las estructuras
humanas y expuestas, más que ellas, a la sacralización con su consecuente formalismo
esclerotizador. “La regularidad exterior no bastaría por si misma para garantizar el valor de
una vida y su íntima coherencia. Por tanto, es necesario reavivar incesantemente las formas
exteriores por medio del impulso interior, sin el cual quedarían convertidas bien pronto en
una excesiva carga”50.
49
Documento de Puebla, 327.
50
Evangelii nuntiandi, 12.
51
LG 9.
97
El plan de Dios va en la línea de lo solidaridad, es decir, de la comunión y participación,
“que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación
del hombre con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como
hijo”52
La Iglesia ha sido puesta por Dios como signo e instrumento para la realización de su
proyecto sobro la humanidad. Ella tiene que tratar de vivir las nuevas dimensiones de la
vida relacional del hombre: filiación frente a Dios, fraternidad frente a los demás; señorío
frente al mundo. El papel de la Vida religiosa en la Ig1esia es, a su vez, el de ser signo que
atraiga eficazmente a todos los miembros del pueblo de Dios a cumplir ese servicio que
Dios le ha confiado en la historia y en el mundo.
52
Documento de Puebla, 322.
98
la eficacia en el cumplimiento de los compromiso asumidos por el instituto, la comunidad
puede transformarse en simple colectividad, donde están ausentes relaciones en
profundidad.
La capacidad que tienen los Institutos religiosos para poder abrir y mantener
instituciones apostólicas al servicio de los hombres y de la Iglesia es, sin duda, un medio
importante para una acción solidaria eficaz y duradera. La institución garantiza la
continuación del trabajo aun cuando las personas que lo iniciaron desaparezcan o sean
trasladadas. A través de esas instituciones la solidaridad de la Iglesia con el mundo se hace
99
presente. También las instituciones requieren colaboración y solidaridad a niveles
provinciales e incluso congregacionales.
Con todo, en este punto concreto es donde más aparece en la actualidad no solo la
ineficacia sino, especialmente, la imposibilidad de solidarizarse con los más necesitados.
Lo que comenzó siendo una expresión de solidaridad y servicio a los pobres se fue
transformando, por diversas circunstancias históricas, en una atención preferencial a las
clases más acomodadas de la sociedad. Las obras institucionales se han ido convirtiendo —
con excepciones, desde luego—en refuerzo de las estructuras de poder en la sociedad, y eso
a pesar de que se han hecho esfuerzos por su democratización y se ha tratado, en muchas
ocasiones, de orientarlas, por lo menos parcialmente, a un servicio de los pobres.
Este tipo de organización al interior de los Institutos religiosos favorece, sin duda, la
solidaridad congregacional. El individuo es llevado a pensar a nivel de comunidad. Las
comunidades, por fuerza, deben abrirse a la comunión provincial y, finalmente, las
provincias se sienten integradas en una unidad superior que es la Congregación de la cual
forman parte.
A nivel eclesial y humano las estructuras de los Institutos religiosos permiten una
solidaridad de mayor alcance. Se tienen medios para estar disponibles y prestar servicios de
vanguardia evangelizadora, donde la Iglesia y los hombres necesitan mayor y más generosa
ayuda.
100
La puesta en común de los bienes y la cooperación económica a diversos niveles
crea vínculos de solidaridad entre los miembros de las congregaciones religiosas. Por otro
lado, esos recursos pueden ser administrados para favorecer la promoción humana en una
solidaridad con los más necesitados.
Como suele suceder con frecuencia, es el camino de síntesis el que responde mejor
a la realidad de las cosas. En este caso habría que poner el acento en la simultaneidad de
ambas transformaciones a la de las estructuras, que favorezca el cambio de las personas y
éste que exija el de las instituciones. Creemos necesario subrayar esto para que lo que
diremos sobre la revisión de las estructuras de la vida religiosa no aparezca como algo en la
línea reduccionista o simplista que sólo insiste en un punto.
101
de no poner un remiendo de tela nueva a un vestido viejo o de no echar vino nuevo en odres
viejos (cf. Mt 9,16-17).
La vida religiosa tiene como norma última el “seguimiento de Cristo tal como se
propone en el evangelio”53. La persona y la obra de Jesucristo deberán ser, por tanto, la
clave para buscar la renovación de las instituciones de la vida religiosa en la línea de una
mayor solidaridad.
53
PC 2.
102
de totalitarismo o dominación. Todo hombre es hermano y prójimo y los predilectos del
Reino son los pobres y oprimidos. Ellos son llamados y convocados para una profunda y
radical liberación, que comienza en la historia. Los bienes han sido puestos por Dios en el
mundo para ser un lugar de encuentro, para ser compartidos.
Por otra parte, la vida religiosa está dentro de la Iglesia, que está en el mundo,
avanzando al mismo ritmo que toda la humanidad y siendo como el fermento y el alma de
la ciudad humana56. La renovación de nuestras estructuras religiosas para la solidaridad no
podrá realizarse debidamente sin esta conciencia clara de lo que es la Iglesia y de nuestro
papel dentro de ella.
103
empeño en el esfuerzo por transformar el mundo, como “una obligación con el prójimo y
con Dios mismo”58. La Iglesia está llamada a trabajar por una sociedad justa y humana.
57
Id. 42.
58
Id. 43.
59
SINODO DE LOS OBISPOS, Roma, 1971.
104
18. Comunidades cercanas al pueblo.
60
Cf VC 80.
61
VC 51.
105
A la luz del proyecto de Dios los bienes materiales deben favorecer el encuentro
entre los hombres. En la vida religiosa la comunicación de bienes tiene que ser un fruto y
una expresión de la liberación de Cristo que crea la ‘koinonia”de los creyentes. En esta
situación desaparecen las categorías ‘rico” -“pobre”: “No había entre ellos ningún
necesitado, porque todos los que poseían campos o casas las vendían, traían el importe de la
venta y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad”
(Hch 4,34-35).
La comunicación de bienes para hacer efectiva la solidaridad deberá responder a lo que las
ciencias sociales señalan como causas estructurales que marginan y empobrecen a grandes
núcleos de personas. Sólo con una conciencia crítica y científicamente iluminada, los
Institutos religiosos, en sus servicios pastorales -en los que ponen todo lo que son y todo
lo que tienen- podrán constatar la deficiencia de una pastoral de élites o de una pastoral
meramente asistencial. Comprenderán que la verdadera comunicación de bienes debe
orientarse a eliminar las raíces de los problemas de injusticia y marginación.
62
PC 13.
106
Por ultimo, la comunicación de bienes debe llevar a relativizar los sistemas
humanos y las soluciones históricas que se juzguen necesarias en un momento dado para
crear una sociedad más justa y fraternal. Esas soluciones, por otra parte, deberán atacar el
egoísmo -origen de toda injusticia- y respetar el valor supremo del hombre y la ley del
amor, parte esencial del mensaje evangélico.
Formar a la solidaridad exige, ante todo, ir creando en los nuevos miembros de los
Institutos actitudes evangélicas que los lleven a discernir los signos de los tiempos y a
adecuar la respuesta de la Vida Religiosa al mundo en que se vive. Es necesario,
igualmente, una inserción realista, adecuada y eficaz en los ambientes populares, que
permita tomar conciencia crítica de la realidad y de 1as implicaciones de la solidaridad. La
formación en esa línea ha de ser permanente, progresiva y actualizada para capacitar a los
religiosos para que puedan responder adecuadamente a la problemática de la autentica
solidaridad cristiana.
Hay que orientar la formación teniendo como meta el lograr que los religiosos
lleguen a ser personas adultas; y responsables, capaces de tomar sus propias opciones en
diálogo y discernimiento comunitarios, para comprometerse evangélicamente en el trabajo
para crear una sociedad que responda a los planes de Dios. Para conseguir esto se requiere
una formación crítica, que sepa discernir lo que más conviene según el evangelio. No se
trata de adaptarse a la sociedad sino de cuestionarla luchando por su transformación. Se
necesita también una formación teológica, pastoral y social lo más actualizada posible. El
contacto con el pueblo impedirá, por otra parte, el que la formación de los religiosos sea
elitista y separe de la realidad. Eso favorecerá, igualmente, la convicción de que hay que
estar más cercanos al pueblo en una actitud solidaria de mayor servicio preferencial a los
pobres y a las nuevas pobrezas. Todos los elementos de la formación para la vida religiosa
deberán poner de relieve el aspecto de solidaridad y compromiso fraternal: la oración, la
vida comunitaria, los votos, el apostolado.
Por ultimo, habrá que tomar en cuenta una atención muy acentuada a la formación
permanente, orientada a completar la formación de los religiosos profesos según las nuevas
exigencias de la solidaridad cristiana y los modos de ser de la vida religiosa hoy. En la
medida en que se tenga esta renovación pastoral, teológica y espiritual profunda y
permanente, estaremos los religiosos capacitados para cumplir nuestro servicio profético en
comunión con Dios y en solidaridad con nuestros hermanos.
107
La solidaridad es una expresión creciente de nuestra “koinonía”. Revisar nuestras
instituciones, renovarlas, hacerlas más eficaces al servicio de la solidaridad nos permitirá
ser signos de esa comunión con Dios y con los hermanos, que es imperfecta porque, aunque
ya somos hijos de Dios, todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser (cf. 1 Jn 3,2). En
una acción, cada vez más eficaz, amaremos no de palabra ni de boca, sino con obras y
según la verdad y estaremos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn
3,18; 1,3).
1. ¿Qué aspecto del nuevo concepto del voto de pobreza consideras más
comprometedor para el testimonio de solidaridad de la vida consagrada hoy?
5. ¿Cuáles son los principales obstáculos que nos impiden ser testigos de un mundo
solidario?
108