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Los líderes mundiales, sus diplomáticos y los analistas geopolíticos saben que vivimos una

coyuntura de cambios de las que hacen época y, mientras tienen un ojo puesto en el día a día,
el otro comienza a otear la crisis que nos dejará el coronavirus como legado. Ideologías
enfrentadas, bloques, liderazgos y sistemas de cohesión social están siendo sometidos a
prueba ante la opinión pública mundial.

El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ha dicho: "La relación entre las
principales potencias nunca ha sido tan disfuncional. La Covid-19 muestra dramáticamente,
que, o nos unimos, o podemos ser derrotados".

Las potencias tienen como objetivo la hegemonía en el NOM: la Federación Rusa, socialista
desde la Revolución bolchevique (1917); EE. UU., democrático, emergió como potencia en la I
Guerra Mundial (1914-1918); la República Popular China, socialista, pero con economía de
libre mercado. Estas potencias permanecen en un juego de ajedrez geopolítico integrando a
otros países mediante estrategias políticas, económicas, sociales y militares. Puede que la vida
pública esté en suspenso, pero el debate público se acelera. Todo es debatible: el punto de
intersección entre una economía muy tocada y la salud pública, las virtudes relativas de
sistemas de salud más o menos descentralizados, el modo en que se expone la fragilidad de un
mundo globalizado, el futuro de la Unión Europea o las ventajas inherentes al autoritarismo.

A la mitad de un año que ha sido dominado por la pandemia, los gobiernos enfrentan una
crisis de salud, una crisis económica y una crisis de legitimidad institucional, todo en un
momento de mayor rivalidad geopolítica. La forma en que esos cambios tectónicos se
materialicen en los próximos seis meses determinará la era posterior al virus. Es como si la
pandemia se hubiera convertido en una competición por el liderazgo global, en el que los
países que capaces de responder a la crisis con mayor efectividad vayan a ser los que resulten
beneficiados. Los diplomáticos, que siguen trabajando desde delegaciones vacías, se
mantienen ocupados defendiendo la gestión de la crisis de sus propios gobiernos y suelen
sentirse ofendidos por las críticas. Se juegan el orgullo patrio y la salud. Cada país mira hacia el
vecino para ver en qué momento éste comienza a "aplanar su curva".

Y sí. China ya gana de corrido. Cree que ha logrado reposicionarse de culpable a salvadora del
mundo. Una nueva y más asertiva generación de jóvenes diplomáticos chinos se ha lanzado a
las redes sociales para defender la superioridad de su país.

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