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El mundo en hibernación busca salidas

https://elpais.com/internacional/2020-03-28/el-mundo-en-hibernacion-busca-salidas.html

La triple conmoción por el coronavirus —sanitaria, económica y política— une a la humanidad


bajo la misma amenaza pero la divide en las respuestas

MARC BASSETS
PARÍS - 28 MAR 2020 - 20:30 ART

El planeta, para un extraterrestre que aterrizase estos días, ofrecería una imagen extraña,
entre apacible e inquietante. Más de un tercio de la humanidad está en casa, privada de la
libertad de moverse, tan esencial y que todos damos por hecha. Las calles, vacías, como las
carreteras sin coches. Los cielos claros, sin aviones. Las fronteras, cerradas. ¿Los líderes?
Encerrados también y gestionando como pueden —primero cada uno por su cuenta,
atolondradamente, casi siempre tarde pese a las señales— la mayor crisis que seguramente les
habrá tocado afrontar en sus vidas. ¿Los ciudadanos? Desconcertados por el virus que se
detectó en China el pasado diciembre y que ha matado a más de 28.900 personas y afectado a
unos 200 países. Angustiados por su salud y la de sus prójimos, y por el batacazo económico
que, según la unanimidad de los expertos, se avecina. El mundo ha entrado en hibernación.

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“Vivimos un momento histórico de desaceleración, como si unos frenos gigantes detuviesen


las ruedas de la sociedad”, explica, desde su confinamiento en la Selva Negra, el filósofo
alemán Hartmut Rosa, que ha dedicado buena parte de su obra a estudiar lo que él llama la
“aceleración” desenfrenada de las sociedades capitalistas. “En los últimos doscientos años o
más, el mundo cada vez iba más rápido”, argumenta. “Si usted observa el número de coches,
trenes, barcos, aviones, sin cesar aumentaba el tráfico y el movimiento. Es cierto que había
bolsas de desaceleración, por ejemplo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001:
el tráfico aéreo fue más bajo durante unas semanas. Pero todo esto se ha interrumpido.
Vivimos un momento único de calma”.

El electrochoque ha dejado a los humanos aturdidos, en un estado que mezcla la calma, como
dice Rosa, con el desasosiego, sin espacio físico para moverse ni espacio mental para saber
cómo será la vida, la ciudad, el país, el mundo en dos o tres meses, o en un año.Es una
sacudida triple. Sanitaria, primero: la enfermedad desconocida, la Covid-19, y el virus que la
causa, el temible SARS-Cov-2. No existe una vacuna, por lo que son las medidas llamadas no-
farmacéuticas las que se aplican, en su modalidad más extrema: el confinamiento. No solo de
infectados o sospechosos de estarlo, sino de ciudades y regiones enteras al principio —Wuhan
en China desde enero, Lombardía y buena parte del norte de Italia el 8 de marzo— y, en los
días siguientes, como si las piezas de dominó cayesen una detrás de otras, países grandes y
pequeños, desarrollados y en vías de desarrollo. De Italia entera a la India, pasando por
España, Francia, el Reino Unido y una parte considerable de Estados Unidos y de América
Latina: unos 3.000 millones de personas quietas y encerradas.
La segunda sacudida es económica. Los Gobiernos asumen que el frenazo en la actividad —las
rutas del comercio mundial, ya interrumpidas cuando el coronavirus no parecía más que un
mal chino, se han bloqueado— provocará una recesión global. En 2020, la contracción del PIB
será de un 2,2% en la zona euro, según la agencia de calificación Moody’s, y de un 2% en
Estados Unidos. Las cifras de demandantes de subsidios de desempleo en este país han batido
un récord: nunca, desde que hace medio siglo empezó a registrarse, había sido tan alta, más
de tres millones. Las sumas que se han inyectado o inyectarán para amortiguar el descalabro
de las empresas y de los trabajadores —cinco billones de dólares solo para los países del G20—
y las intervenciones de los bancos centrales dan una idea de las dimensiones del desastre que
se intenta evitar, o suavizar. Vuelve a entonarse el whatever it takes (lo que sea necesario), el
estribillo mágico que Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo, pronunció
en 2012 para salvar al euro, y funcionó. Todos, no solo los bancos centrales, prometen “lo que
sea necesario”, pero ocho años después de la intervención de Draghi, el primer acto de la crisis
escenifica una respuesta en orden disperso. Las fracturas de la Unión Europea reaparecen en
toda su crudeza. El virus es global; las reacciones, nacionales.

Se plantea un cambio de modelo económico. ¿El fin de la globalización? “Posiblemente sea


inevitable pasar por una fase de desglobalización, es decir, de comercio y flujo de capitales
reducidos entre los países”, escribe el economista francés Thomas Piketty en un correo
electrónico a EL PAÍS. “Continuar como si nada no es una opción. En caso contrario, el
nacionalismo triunfará”, avisa.

Aviones de American Airlines aparcados en el aeropuerto internacional de Pittsburgh, esta


semanaJEFF SWENSEN / AFP

El tercer golpe, además del sanitario y el económico, es político. El virus ha irrumpido en un


momento de repliegue de EE UU y de afirmación nacionalista de China. La batalla, que no
distingue fronteras y sobre el papel une al mundo en una misma causa, es una batalla por la
influencia entre las potencias mundiales. “Ahora la lucha es contra el virus. Pero el virus será
derrotado. Y la gente volverá a trabajar y a subirse en aviones. Cuando esto ocurra, la posición
de Rusia y de China se habrá reforzado comparativamente, mientras que la de Estados Unidos
se habrá debilitado”, analiza el ensayista estadounidense Robert D. Kaplan. “Como China es
autoritaria”, añade Kaplan, “ha sido capaz de imponer cuarentenas extremas como ninguna
democracia es capaz. Al tener tantas empresas estatales, estas han podido absorber el choque
económico del virus. Y Rusia, al estar sometida a sanciones, ha sido capaz de ser más
autosuficiente desde el punto de vista económico. En cambio, Estados Unidos y Europa,
totalmente inmersas en el sistema de libre mercado, han sufrido una devastación económica
por el virus”.

En unas semanas, la historia se ha acelerado, como en 1989 al caer el Muro de Berlín, o en


1914 al ser asesinado el archiduque Francisco Fernando. Y, al mismo tiempo, se ha congelado.
Nunca la humanidad se había detenido al alimón. Nunca se había visto una decisión colectiva
semejante, aunque, paradójicamente, no coordinada: cada país se iba confinando a su ritmo,
ignorando las lecciones del vecino, repitiendo sus errores y tropiezos y, finalmente,
confluyendo, con variaciones en la intensidad del confinamiento y excepciones en países como
Corea del Sur, que lo han gestionado con medidas menos drásticas.

No hubo largas discusiones parlamentarias ni tampoco presión social antes de decretarse la


decisión de mayor trascendencia, quizá, de este siglo. La presión que condujo al cierre de las
fronteras y a la clausura de los ciudadanos no era la de los votantes sino la de la locomotora
sin frenos que —se temía— iba a causar centenares de miles o millones de muertos.

“Esto es una pandemia, por primera vez en la historia, en la que el mundo está interconectado
tecnológicamente y en el que los mercados financieros están interconectados. Por eso ha
causado una disrupción como nunca se había conocido”, dice Kaplan.

La política soberana —el Estado— retoma un papel central. En paralelo, arrollada por el
enemigo invisible, ha quedado expuesta su impotencia. De ahí las críticas por la lenta reacción
de las autoridades. “En los países democráticos, los Gobiernos son tan débiles que no podían
imponer la decisión antes de que esta se impusiese por sí misma. Por eso llegamos tarde”,
defiende en París la socióloga Dominique Schnapper. “¿Se imagina lo que habría sucedido si
hace veinte días el Gobierno hubiera decretado el confinamiento? No se habría aplicado y
habría causado un escándalo. Ahora se le acusa de haberse retrasado”.

El mundo hiberna, sí, pero los contornos del mundo posterior al coronavirus empiezan a
dibujarse. Mientras los sanitarios luchan por las vidas de los enfermos y los investigadores
persiguen contra el reloj la vacuna, los dirigentes se enfrentan al endemoniado dilema entre la
preservación de la salud pública y la supervivencia de la economía. “Este es el verdadero
problema”, señala Schnapper. “Hay que encontrar un equilibrio entre ambos imperativos: el
sanitario, que es inmediato, y la necesidad de que la sociedad siga funcionando: seguir
alimentando a la gente y que no haya un crac económico. No hay fórmula simple. La política
consiste en conciliar dimensiones contradictorias”.

Cuanto más duren los confinamientos, más probabilidades de atenuar la pandemia y menos de
evitar la depresión económica: este es uno de los debates. No el único. El virus y la carrera por
derrotarlo disparan la competición entre modelos políticos. Enfrenta a autoritarios (China) y
democráticos (Europa y EE UU). Y, dentro de los democráticos, opone a populistas y
moderados. La gestión de los Trumps o Bolsonaros se medirá con la de la alemana Angela
Merkel o el francés Emmanuel Macron.

Al erigirse nuevas fronteras y responsabilizarse a la globalización de la propagación de la


epidemia, parecería que el populismo y el nacionalismo saldrán fortalecidos. No está tan claro.
Porque el miedo —en este caso, a una amenaza real, no imaginaria— refuerza la confianza en
los científicos y los médicos: no es tiempo de experimentos ni de soluciones fáciles.

“Se podría decir que la crisis genera los anticuerpos del populismo”, dice por teléfono
Laurence Morel, politóloga en la Universidad de Lille. “No digo que vaya a hacerlo
desaparecer: lo decisivo será la capacidad de los Gobiernos para resolver la epidemia y evitar
consecuencias económicas demasiado graves. Serán los resultados. Sabemos que los
populistas prosperan cuando los Gobiernos son impotentes”.

Todo es incierto aún. El historiador decimonónico británico Thomas Carlyle sostenía que la
historia de la humanidad era la historia de los “grandes hombres”. Karl Marx le corrigió y
escribió que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo las
condiciones que ellos eligen, sino bajo las condiciones directamente recibidas y heredadas del
pasado". Hoy el protagonista de la historia es otro. Ni un gran hombre o mujer —un líder, un
héroe, un dictador— ni la lucha de clases. Es el virus invisible, que asusta y a la vez unifica y
divide a la humanidad.

La pandemia que se ha propagado por el mundo con cientos de miles de afectados ha


paralizado la economía mundial y ha vaciado los espacios públicos de las principales capitales
del planeta.

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