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Un mañana incierto

La pandemia de la covid-19 supone, a parte de una crisis sanitaria, un punto de inflexión


en nuestra Historia reciente. No es ningún secreto que las revoluciones aceleran los
cambios que se venían produciendo en el mundo y, a pesar de que todos estamos de
acuerdo en la urgencia de atender el hoy, no somos pocos los que tenemos puesto ya un
ojo en un mañana incierto.
Ante este lienzo “en blanco” nos aventuramos a hacer un esbozo de qué cuadro nos
dejará el paso por la pandemia en el sistema internacional. Muchos trazos son posibles.
Algunos abogan por el surgimiento de un nuevo orden mundial liderado por China.
Otros predicen el nacimiento de un mundo menos abierto próspero y libre. También se
habla del fin de la globalización tal y como la conocemos o de la remodelación
estratégica de seguridad por parte de EEUU para proteger sus intereses. 1
También se discuten otros dilemas más clásicos como democracia versus autoritarismo,
libertad versus seguridad y la importancia de la revolución digital.
No obstante, a pesar de las distintas narrativas propuestas hacia dónde encaminar una
sociedad post-coronavirus, existe un hecho indiscutible y aceptado entre expertos en la
materia. Ese hecho es la basculación del poder de Occidente hacia Oriente, que se está
poniendo más que nunca de manifiesto.
En 2008 nos vimos sumergidos en una crisis económica local, mientras el resto del
mundo iba hacia adelante, las cosas nos iban desastrosamente mal a los occidentales. La
pandemia supone la profundización de la decadencia y crisis del sistema unipolar de
pos-guerra fría. Entramos en un período de caos del sistema-mundo, la condición previa
para la formación de un nuevo orden global.
Las principales tendencias en curso: militarización, declive hegemónico de Estados
Unidos y ascenso de Asia Pacífico, fin de la globalización neoliberal, reforzamiento de
los Estados y auge de las ultraderechas. Son procesos de largo desarrollo que se
aceleran en esta coyuntura.
Desde una mirada geopolítica, China ha mostrado capacidad para salir adelante,
sobreponerse a las dificultades y continuar su ascenso como potencia global que en
pocas décadas (y ahora probablemente en menos tiempo) será hegemónica. La cohesión
de la población junto a un Gobierno eficiente son dos aspectos centrales que explican en
gran medida la resiliencia/resistencia china. Más allá de las opiniones que se tengan de
sus instituciones bajo nuestra visión etnocéntrica y sesgada de la realidad.
Y es que, cuando Washington vacila, Beijing avanza con firmeza, haciéndose cargo de
la responsabilidad que debería asumir EEUU como potencia y resolviendo los errores de
la Administración Trump. Lo único que está haciendo China es ocupar el puesto que
EEUU parece abandonar desde que adoptó su perspectiva de “America first”

1
En la revista Foreign Policy se preguntó a 12 internacionalistas cómo sería el mundo tras el coronavirus
este pasado 20 de marzo. Destacan: entre los que defienden el nuevo liderazgo chino está Kishore
Mahbubani. Robin Niblett plantea el fin de la globalización actual. Stephen Walt afirma un nuevo mundo
menos libre y Joseph Nye critica la estrategia de seguridad de EEUU.
centrándose en asuntos domésticos y dejando languidecer su rol de líder mundial.
China, una híper-potencia que emerge, tiene todos los medios y capacidades para asumir
el “mando”.
Por el momento, está trabajando para ser el líder mundial en la respuesta a la pandemia.
Promociona su propio sistema, proporciona asistencia material a otros países e incluso
organiza la actuación de otros gobiernos. Aunque la situación en China aún es incierta
en cuanto a la posibilidad de rebrotes, y se siguen manteniendo restricciones y
mediciones, todos sabemos que, a pesar de que en un principio China negó la existencia
de la Covid-19 y cometió errores en la gestión de la crisis, al final ha conseguido dar
ejemplo de eficacia absoluta.
Beijing aspira a que estos primeros signos de éxito sean extrapolables para el resto del
mundo. Conformar una sociedad internacional en la que China sea el jugador esencial
en la recuperación mundial que se avecina, lo que beneficiaría su imagen y legitimidad
de cara al exterior. La ventaja de Beijing en asistencia material se ve reforzada, además,
por el simple hecho de que gran parte de lo que el mundo necesita para luchar contra el
coronavirus se fabrica en China: mascarillas, respiradores N95, ingredientes
farmacéuticos, y un largo etcétera.
Esto se debe a que hemos externalizado la fabricación de casi todo lo que compramos a
China. Por eso ahora en Europa, (una de las grandes perdedoras de esta crisis) ni los
sanitarios pueden trabajar con mascarillas 100% fiables mientras los Estados asiáticos
están tratando de proveer a toda su población de ellas. En China, cuando también
empezaron a escasear se reequiparon fábricas para producirlas. Puede que una de las
enseñanzas que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver
a favorecer el auto-abastecimiento, sobre todo en la producción de determinados
productos.
En segundo lugar, el nuevo coronavirus se perfila como una enorme prueba para la
globalización. La pandemia ha devastado países abiertos y cerrados, ricos y pobres,
orientales y occidentales. la crisis está obligando a una importante reevaluación de la
economía global interconectada. La globalización no solo ha permitido la rápida
propagación de enfermedades contagiosas, sino que ha fomentado una profunda
interdependencia entre las empresas y las naciones que las hace más vulnerables a las
crisis inesperadas. Esto, es una prueba más de que la globalización es una realidad, no
una elección. Pero, eso no quiere decir que la globalización haya fallado. La lección es
que la globalización es frágil, a pesar de o incluso debido a sus beneficios.
Ante este escenario, se abren dos discursos opuestos. Por un lado, en el que una crisis
mundial puso más de relieve que el multilateralismo es necesario para protegernos y
desmonta la falacia del nacionalismo autárquico que promueve la acción independiente.
Por otro, en el que la globalización y las fronteras abiertas generan vulnerabilidades
frente a amenazas como este virus. Donde las dificultades para garantizar el
aprovisionamiento y el equipamiento sanitario exigen que cada país primero se ocupe de
sí mismo. En él que la desesperación socioeconómica causada por la pandemia dejará el
camino abierto para una nueva oleada xenófoba.
A primera vista, la Covid-19 pareciera corroborar el argumento a favor de un enfoque
internacional más coordinado. Dado que el coronavirus no respeta las fronteras
nacionales, parece lógico que la respuesta tampoco se vea limitada por ellas.
Esto tiene total sentido desde la perspectiva de la salud pública. Si la Covid-19 subsiste
en algún sitio, continuará siendo una amenaza incipiente para todos,
independientemente de los esfuerzos individuales para contenerla. Cuanto más se
comparta el conocimiento científico, más rápidamente se desarrollarán los
medicamentos y la ansiada vacuna. Igualmente, cuanto más coordinen los gobiernos
cuestiones como las restricciones a los viajes y el distanciamiento social, más fácil será
la salida de esta crisis.
La pandemia también pareciera promover más esfuerzos colectivos para solucionar
conflictos mortales, no solo como medio para ayudar a las poblaciones locales
vulnerables. Debido al estrés socioeconómico adicional que genera la pandemia, los
conflictos vigentes dentro de los países, o entre ellos, podrían derivar en Estados
fallidos2.
Más allá de los costos humanos, esto crearía nuevos y crecientes focos donde la Covid-
19 podría difundirse sin control a la vez que mayores flujos migratorios a través de
fronteras menos reguladas y más oportunidades para que actores violentos aprovechen
el caos para asentarse y expandirse en dichas regiones.
Por último, existe una clara justificación económica a favor de la cooperación
internacional. Si ayudan a los más afectados, todos los países pueden aliviar el impacto
que sufrirían debido al colapso mundial. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea,
ni qué decir de los países latinoamericanos, sufrirán los efectos económicos de la
pandemia con mucha mayor intensidad que los asiáticos. Estos han mostrado, desde
Japón y China hasta Singapur y Corea del Sur, una notable capacidad para superar esta
adversidad.
Sin embargo, la pandemia también favorece el surgimiento de un mundo más cerrado.
Como hemos dicho, las crisis intensifican y aceleran las tendencias preexistentes. La
Covid-19 ha coincidido con un período de creciente populismo y resistencia
nacionalista al globalismo y al orden internacional de posguerra, alimentado por
desigualdades que tienden a crecer en el interior de los países y a converger en el
exterior.
En Europa, el primer instinto fue cerrar fronteras, acumular material y organizar
respuestas nacionales. Cuando ha aparecido un peligro cada uno se ha refugiado en sí
mismo. La Unión Europea ha demostrado estar de todo menos unida con el conflicto
entre la Europa del Norte y la del Sur sobre la emisión de deuda común o las
condiciones que podrían aprobarse para los créditos del fondo de rescate de la eurozona.
Europa está fracasando. Cerramos fronteras como expresión desesperada de soberanía
además de inútil, en vez de cooperar dentro de la Eurozona. Mientras, pretendemos

2
Se teme principalmente por países de América Latina y África, donde no son raros los Estados fallidos,
ya cuentan con otros problemas sanitarios endémicos como la malnutrición y los servicios sanitarios no
podrían afrontar la ola de contagios.
poner en cuarentena al extranjero que llega, cuando deberíamos ser nosotros los que no
pudieran viajar para proteger al mundo de Europa.
El número de fallecidos y contagiados aumenta y la crisis comienza a penetrar en
África, el discurso de la Unión Europa sigue careciendo de soluciones a los problemas
que nos asfixian y demuestra una falta de eficacia y cohesión absoluta como actor
internacional.
A pesar de los datos, el actual El jefe de la Diplomacia Europea, J. Borrell afirma que la
Unión Europea comienza a enderezar su rumbo para afrontar la pandemia. Defiende que
"tras una primera fase marcada por decisiones nacionales divergentes (…) Ahora está
claro que la única salida a esto es juntos3".
De momento, el único consuelo del desastre europeo es el show que se produce al otro
lado del Atlántico en la rueda de prensa diaria de Donald Trump. Aunque la impresión
general es que Europa está destinada a acompañar el declive estadounidense, ya que ha
sido incapaz de romper el cordón umbilical desde el Plan Marshall.
En relación a EEUU, como apunta J. Nye, este debería dar un giro de 180 grados a su
estrategia de seguridad y de gestión de la crisis si quiere seguir liderando el sistema
internacional. No sería de extrañar, que la Covid-19 fuera un punto y final al papel de la
influencia global de Estados Unidos como lo fue la crisis de Suez 4 para Reino Unido.
El papel de los Estados Unidos como líder mundial en las últimas siete décadas se ha
construido no solo sobre la riqueza y el poder, sino también, y de igual importancia,
sobre la legitimidad que fluye de la gobernanza interna de los Estados Unidos, la
provisión de bienes públicos globales, y la capacidad y voluntad para reunir y coordinar
una respuesta global a las crisis5.
El orden internacional liberal instaurado a partir de la II GM con el predominio
norteamericano está en quiebra. No cumple con las funciones de autorregulación del
Sistema internacional. Washington no ha reunido al mundo en un esfuerzo colectivo
para enfrentar el virus o sus efectos económicos. Tampoco le ha interesado ser el mejor
ejemplo a seguir para abordar la enfermedad en su territorio.
Pero, ¿Por qué? ¿Por qué EEUU actúa como agitador del mismo sistema que tanto ha
peleado por instaurar? EEUU no ha sufrido una reducción en su capacidad de actuar en
el sistema internacional, su poderío militar y económico crece, sino que ha dejado de
querer actuar porque no sale ganando en el juego de la globalización. La imagen
concebida de la globalización como una nueva forma de dominación occidental no se
corresponde con la realidad, y eso se les hace insoportable.

3
Texto publicado en Project Syndicate.

4
El 31 de octubre de 1956 aviones británicos y franceses bombardearon Egipto. El 6 de noviembre estos
dos países europeos aceptaban un alto el fuego, cediendo a las presiones económicas de Estados.
Unidos. Esta sería la última guerra en la que participaría, hasta la fecha, el Reino Unido. La crisis de Suez
confirmó la pérdida de protagonismo del Reino Unido en la política mundial y la consagración de las
superpotencias como árbitros del mundo.

5
El orden internacional luego de la COVID-19: El mundo incierto que afrontaremos.
La globalización no es una nueva etapa del capitalismo ni una nueva estructura de
dominación de Occidente, sino que ha dado lugar a un centro poderoso empobrecido y
en recesión y una periferia enriquecida y en auge. Hemos perdido posición en el
sistema, y la pérdida de posición crea intolerancia y malestar. Esto ha dado paso a un
discurso anti-elitista que lleva a la presidencia a individuos como Trump, Bolsonaro o
Salvini. Fruto de la convulsión y el malestar entre la sociedad occidental.
En este viaje en el que el piloto abandona el timón, lo más sensato es que el candidato
más preparado para asumir el liderazgo ocupe su lugar. China tiene todas las de ganar:
Un gobierno eficaz, una población relativamente joven con una clase media satisfecha
que mejora su renta per cápita, tiene la industria, tiene habilidades diplomáticas y
comerciales, tiene el poderío militar… Además, en las principales y decisivas
tecnologías, China está a la cabeza (5G).
Este último aspecto en concreto, ha sido clave en la lucha contra la pandemia. El big
data ha sido la ventaja que en Europa o EEUU se desconoce. Aunque no solo China ha
utilizado estos medios, también sus vecinos Japón, Corea, Hong Kong, Taiwán o
Singapur emplean la masiva recopilación de datos de sus habitantes. La conciencia
crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla de
protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea.
A pesar de que este modelo de sociedad desde nuestro punto de vista occidental no es el
ideal, a nosotros las cosas no nos van mejor. Las “democracias” europeas han copiado
los modos chinos de abordar la epidemia en muchos ámbitos, lo que demuestra que el
dragón empieza a ser referente y ejemplo en cuanto al control social de la
población. Parece que “El mundo ha aprendido del país asiático”6. Puede que nos haya
llegado el momento de elegir en la paradoja de la globalización 7:
El coronavirus ha hecho más que evidente el descontrol que estamos viviendo. Que se
resume al hecho de que estamos asistiendo a una traslación del centro de poder mundial
a nivel estructural, no como situación coyuntural. La verdadera transformación que se
está operando es que los países ascendentes de este nuevo orden internacional, son los
del fuera del marco intelectual, político, económico que ha dominado el mundo los
últimos 500 años, es decir, Occidente. Contradiciendo el anunciado Fin de la Historia de
Fukuyama.
Esta traslación de poder a Asia se debe principalmente al avance tecnológico. En este
proceso intervienen la pérdida de poder, auge de otros países y el hecho de que, como
hemos dicho, los EEUU no sean un actor que esté tratando de preservar ese orden
internacional, sino que es activo para transformarlo.
¿Qué determinó el auge de Europa en un momento anterior? El hecho de tener los
recursos de la Revolución industrial y una geografía favorable. Pues ahora ocurre lo

Recuperado del periódico empresarial El Economista.

7
D.Rodrik. La paradoja de la globalización. En esta obra plantea tres opciones de las cuales se pueden
tener dos intercambiables, pero nunca las tres. A este esquema lo denominó como El trilema político de
la economía mundial, en el que solo se pueden escoger dos de las tres: globalización, E-nación o
democracia
contrario, la nueva economía no necesita de esa materia prima, ni de posición
geográfica especial. La R. digital anula las ventajas comparativas de la asignación de
recursos, solo necesita formación y talento.
Estamos al final de una época que se manifestó en 2008, con una crisis financiera que
leímos en términos económicos, pero que va más allá de todo eso, da paso a un mundo
donde actores no occidentales van a tener una influencia decisiva.
Si antes de alcanzar la victoria en la Segunda Guerra Mundial, las potencias aliadas
comenzaron a idear un orden de posguerra, lo más probable es que, en la Guerra contra
el enemigo invisible los países que manejen mejor la crisis sanitaria y sean capaces de
ofrecer ayuda a otros se vean legitimados para guiar un orden pos-Covid-19 que ya se
venía dibujando desde hace décadas con el centro de poder en Asia-Pacífico.
El liderazgo mundial de EEUU estará en tela de juicio más que nunca por el mal manejo
de la pandemia, la sensación de que no fue capaz de cuidar a los suyos ni tampoco quiso
cooperar con otros países. Por el contrario, China saldrá fortalecida gracias a
demostraciones de generosidad en lo más duro de la crisis y su eficacia en el manejo y
control de la enfermedad.
El futuro orden mundial estará caracterizado por ser multipolar, post-hegemónico y
post-occidental8. El coronavirus no producirá cambios en la dinámica de poder
internacional, más bien acelerará los que se venían produciendo. Estos cambios se
resumen en lo que conocemos como crisis del orden internacional liberal, es decir:
hegemonía de los EEUU, organizaciones internacionales, Estado democrático, sistema
capitalista y democracia representativa, en líneas generales. Esto se está quebrando. La
paradoja es que estamos viendo la combinación de capitalismo con sistemas no
democráticos, como ocurre en China o Rusia y les va bien. Si los nuevos actores
relevantes no tienen por qué ser democráticos necesariamente nos encontramos con un
sistema que no recoge los atributos, lo que conocemos como incongruencia 9.
Esta nueva realidad no tiene que implicar el caos total y la amenaza continua. Lo único
que piden los emergentes es un hueco en la mesa, no están pidiendo un cambio que
altere las reglas del juego, todos defienden el sistema económico que les está
beneficiando: el capitalismo y la globalización.
Lo que quieren es que las instituciones reflejen sus intereses, la ONU se ha convertido
en una reliquia que refleja relaciones de poder obsoletas y rechaza dar voz a países que
adquieren relevancia.
Esta actitud de negativa por parte de las instituciones creadas por los occidentales pone
en marcha proyectos tales como El Nuevo Banco de Desarrollo e Infraestructuras chino,
que tienen las mismas funciones que el BM. Vemos pues, como la finalidad de los
proyectos de los países emergentes se canaliza por otras vías paralelas.
Por tanto, podemos concluir con que Occidente llega a su fin. Esto en sí no es negativo,
el problema es que Occidente no está reaccionando bien. Sin opinión constructiva,
realizamos acciones de rechazo y bloqueo dando pie a una situación peligrosa como

8
Has the West Lost it? Mahbubani.
9
Social forces, States and world orders, Beyond international. Robert Cox.
agente desestabilizador. Occidente debe aprender a ser más minimalista, menos salvar al
mundo, menos restaurar democracia y más escuchar al resto. No imponer nuestros
valores como universales y creernos que sabemos siempre qué hacer, porque estamos
demostrando que no tenemos idea de afrontar enfermedades infecciosas, por ejemplo.
Puede que, tras la pandemia, China exhiba la superioridad de su sistema con orgullo, y
EEUU se vea relevado como híper-potencia. Puede que se promuevan medidas de corte
proteccionista o que la globalización continúe aún con más pujanza. Puede que la
conmoción causada por el virus lleve a Europa a mejorar la coordinación de la Unión y
a desvincularse de la influencia norteamericana y mirar por sus propios intereses. O de
pie a una UE donde cada miembro tenga tantas dificultades para atender su propia
población que la cooperación internacional parezca un lujo.
Para terminar como reflexión, en palabras del filósofo Byung -Chul Han: ”El virus no
vencerá al capitalismo(…) Somos nosotros quienes tenemos que repensar y restringir
radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva
movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.

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