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Crítica a la ética animal

En este ensayo se defenderá la tesis de que los animales no tienen sentimientos. Para ello,
demostraremos que no tienen lenguaje. A propósito de esto, diremos que es necesario el
lenguaje para tener sentimientos. Particularmente, discutiremos la creencia de que la
conducta pueda ser un medio, separado del lenguaje, que nos permita atribuir
emocionalidad a seres vivos que no tengan lenguaje.
Durante el ensayo se discutirá la posición del filósofo australiano, Peter Singer, quien
aboga por la conducta en los animales como criterio de consideración para una ética
animal. Ya que la conducta –piensa este autor–, parecida a la de los humanos, sería indicio
de sufrimiento en ellos.
Lo primero, será discutir la dualidad lenguaje/conducta que implícitamente realiza. En ese
apartado podremos abordar desde la neurociencia y el lenguaje el problema de los
sentimientos. Sin embargo, será solo desde el lenguaje que nuestra posición sea defendida
de manera autosuficiente. Lo segundo será defender la posición del lenguaje modernizando
la exposición y contenido de su argumento, concentrándonos en sus modos de aparición
bajo su recursividad.
Con todo, esperamos sortear la confusión que se tiene del debate de la ética animal,
sobreponiendo la creencia de que lo que hemos hecho con los animales en lo concerniente a
sus experiencias ha sido una personificación injustificada. Y esto, lejos de quedar en el puro
debate teórico, se ha permeado en la calidad de vida en los seres humanos que sufren
creyendo en el ‘‘sufrimiento’’ animal.

Una genuina liberación animal


Comenzaremos advirtiendo de las mayores carencias que el activista por la liberación
animal, Peter Singer, expone en contra del argumento del lenguaje como criterio excluyente
de un elemento sintiente en los animales no-humanos. De tal suerte, pondremos al lenguaje
como fundamento de dos realidades supuestas bajo una equívoca descendencia cartesiana
entre pensamiento y extensión. Solo así, y expropiando a los animales de un único elemento
dotador de realidad alguna: el pensamiento, lograremos liberarlos de tan miserable
proyección dado por nuestra especie sobre presuntas condiciones que padecerían. La
liberación animal comienza y termina según nuestras distinciones racionales de la realidad
se vayan aclarando.
En primer lugar, Singer expone que el único criterio por el cual debiésemos considerar una
igualdad entre el trato que hacemos con otros humanos y los animales de otras especies es
la capacidad de sentir. La distinción racional no es suficiente para negar una igualdad entre
humanos y animales no-humanos en el plano ético/normativo. Singer ejemplifica el caso de
las diferencias de racionalidad en personas con daños cognitivos las cuales siguen
conservando su trato igualitario. Lo mismo con las personas que poseen diferencias físicas
observables; no se las discrimina en lo que a la normatividad respecta. Esto lo lleva a
concluir que el principio de igualdad entre humanos no se basa en estas diferencias reales,
sino en las relativas. Es decir, la igualdad como preocupación por los intereses particulares
de cada uno independiente a sus aptitudes biológicas o ambientales. Esta argumentación es
aplicada por el autor sobre la diferencia real entre la racionalidad de los animales en
comparación a la humana. ¿Cómo definir los intereses en los animales no-humanos? Singer
da una pista: ‘‘Debería resultar obvio que las objeciones fundamentales al racismo y al
sexismo de Thomas Jefferson y Sojourner Truth se aplican igualmente al especismo’’.
(Singer, 1999, p. 42) que lo lleva a confirmar que ‘‘Si la posesión de una inteligencia
superior no autoriza a un humano a que utilice a otro para sus propios fines, ¿cómo puede
autorizar a los humanos a explotar a los no humanos con la misma finalidad?’’ (Singer,
1999, p.42). Singer confiere intereses a los animales dada su capacidad de sufrir, puesto que
quien sienta dolor pondrá sus intereses en evitarlo. La sensibilidad, o capacidad de sufrir es
el límite entre los seres a los cuales debemos el principio de igualdad y aquellos que no.
Es así como comienza a refutar argumentos en favor del especismo. Donde uno de los
primeros resulta ser el que sostiene la idea de que los animales no pueden sufrir porque no
tienen intereses. Y es que no sufren de los múltiples modos en que lo hacen los humanos.
Pues ‘‘una ternera no puede sufrir por saber que la van a sacrificar en un período de seis
meses’’ (Singer, 1999, p. 45). Pero el autor piensa que esta argumentación no consideraría
al sufrimiento en otras formas no sicologistas como el daño físico por acciones humanas,
por ejemplo. A continuación, menciona la forma más radical de este argumento de la mano
de Descartes, quien maquiniza a los animales tratándolos de inconscientes; no pensantes, y
por eso no sintientes.
La refutación de Singer versa sobre la experiencia directa en la conducta de los animales al
igual como los humanos. ‘‘El dolor es algo que sentimos, y sólo podemos inferir de
diversas indicaciones externas que los demás también lo sienten’’ (Singer, 1999, p. 46). El
filósofo nos dice que, al igual que entre la especie humana, la atribución de sentimientos
por comportamientos frente a circunstancias determinadas no sería contrario al caso de los
animales no-humanos que se comportan tal como los individuos humanos.
Casi todos los signos externos que nos motivan a deducir la presencia de dolor en
los humanos pueden también observarse en las otras especies, especialmente en
aquellas más cercanas a nosotros, como los mamíferos y las aves. La conducta
característica —sacudidas, contorsiones faciales, gemidos, chillidos u otros sonidos,
intentos de evitar la fuente de dolor, aparición del miedo ante la perspectiva de su
repetición, y así sucesivamente— está presente (Singer, 1999, p. 47).
Singer reconoce la dificultad de definir rigurosamente el sentir, sin embargo, dada la
evidencia fisiológica sobre el parecido entre las estructuras cerebrales humanas y de ciertas
especies1 no-humanas, sumado al criterio de conducta observable tras un daño recibido, el
autor piensa que no sería razonable sostener la tesis de que los humanos, por medio del
lenguaje exclusivamente, seamos los únicos seres sintientes.

1
Cf., Singer, P. Liberación animal. p. 47.
Respecto a lo anterior, intentaré modernizar el argumento lingüístico/representacional
atacado por Singer. El autor, respecto a la posición del lenguaje, comenta que
… se puede abordar por dos vías. Primero, existe una vaga trayectoria de
pensamiento filosófico, derivada quizá de ciertas doctrinas asociadas al influyente
filósofo Ludwig Wittgenstein, que sostiene que no podemos atribuir
significativamente estados de conciencia a seres sin lenguaje. Esta postura no me
parece muy plausible, ya que aunque el lenguaje pueda ser necesario para el
pensamiento abstracto, al menos en cierto nivel, los estados como el dolor son más
primitivos y no tienen nada que ver con el lenguaje (Singer, 1999, p. 50).2
No estoy de acuerdo con lo anterior. Pues creemos que es el lenguaje justamente el que
permite hacer conjeturas respecto a fines prácticos (conductuales) asociados a los intereses
en los organismos. Además, tenemos que el reconocimiento de nuestras emociones o
sentimientos son siempre acusados por un conjunto de pensamientos. Ejemplo: <<Me duele
el estómago, acá, arriba del ombligo>> (ubicación espacial). <<Es un dolor intermitente
pero intenso>> (descripción del dolor). <<Comí mucho en el almuerzo, ¿será por eso?>>
(presunta causa del dolor). <<Tomaré Viadil para evitar otro malestar>> (solución del
dolor). ¿No son todos estos pensamientos distinguidos unos de otros para hablar con
significado del fenómeno del dolor? ¿Cómo expresar el dolor de otro modo sin hablar o
pensar?
Por otro lado, los animales no poseen lenguaje, sino un sistema de comunicación, por tanto,
no poseen intereses asociados a la racionalidad presente entre los grupos humanos como
exponía Singer cuando hablaba del racismo y sexismo (fines prácticos). Puesto que la
racionalidad es una capacidad derivada de la herramienta del lenguaje. Para reforzar lo
anterior, nos apoyaremos en la evidencia neurocientífica, la cual, de la mano del científico
Joaquin Fuster, nos permitirá anclar la capacidad del lenguaje a una instancia evolutiva
presente solo en los humanos, diferenciándola de la comunicación por señales o sonidos
tenida por las especies no-humanas.
Media un gran abismo entre el lenguaje humano y la comunicación animal no
jerárquica (…) Ello se debe a que los animales simplemente carecen de los circuitos
corticales necesarios para crear, generalizar y conceptualizar que tenemos nosotros
(…) Sin lugar a dudas, la diferencia entre la comunicación animal y el lenguaje es la
naturaleza creativa del segundo, algo en gran medida atribuible a la recursividad
(Fuster, 2010, p. 244)
En principio, la neurociencia expone el funcionamiento asociado a los estímulos internos y
externos del entorno (ciclo percepción/acción). Estos estímulos se asocian en redes
neuronales, las cuales codifican la información recibida de los estímulos para luego, en
forma de información de salida, comunicar en imágenes, emociones, pensamientos o
verbalizaciones. En un sentido fundamentalista, la constitución del lenguaje con el cual
referimos a la realidad corresponde, por ende, a los intereses de los seres sintientes. Y esto
2
Las negritas son mías. Están ahí para advertir aquellos estados prelingüísticos a los que alude Singer. Más
adelante objetaremos esta postura que aboga por estados que van más allá de los dominios del lenguaje.
porque, ya sea si vinculamos o intentemos distanciar a los sentimientos (como un más allá)
de los pensamientos, requerimos de una mediación representacional del lenguaje. Luego,
como esta capacidad es dada por un desarrollo y configuración específica del cerebro para
ser posible, decimos que solo los humanos sienten. Pues somos quienes tenemos tal
capacidad de ordenar y significar el lenguaje con su amplia recursividad. Según Fuster, este
componente diferenciador sería la corteza prefrontal dada por la neo-corteza desarrollada
en los humanos.
En el cerebro humano existen dos regiones corticales con áreas de asociación. Una,
en la parte posterior del cerebro, se extiende por grandes porciones de los lóbulos
parietal, temporal y occipital (…) que contienen redes de conocimientos y memoria.
Estas redes (…) se encargan de los aspectos superiores de la cognición, entre los
que se incluyen la percepción, el lenguaje, y la inteligencia. La otra región
asociativa es la corteza prefrontal, (…) que atiende los aspectos ejecutivos de la
cognición, en especial la organización temporal de acciones en las esferas de la
conducta, el lenguaje y el razonamiento. (Fuster, 2010, pp. 63, 64)
El lenguaje, como una función anclada al desarrollo neuronal, está solo presente en la
especie humana. Según lo dicho anteriormente, es irrelevante los tipos de ‘‘lenguaje’’ en
otras especies, pues, así como nosotros aquí exponiendo información científica, solo el
lenguaje humano advierte del conocimiento con el cual discutimos temáticas asociadas a
las capacidades objetivas y consideraciones éticas. O sea, estas son temáticas discutibles
gracias a que pertenecen, elementalmente, a la recursividad de conceptos de la que hablaba
Fuster.
Pese a lo anterior, debemos hacer notar que Fuster no piensa –así como nosotros aquí– que
el lenguaje sea la única condición de la esfera sintiente en animales. Pues nos comenta, en
relación con la formación de su corteza, lo siguiente:
En los mamíferos posteriores, la neocorteza crece con fuerza, empujando las dos
viejas cortezas una contra otra en la parte central del hemisferio central (…)
Además, en los primates, el hipocampo está implicado en la adquisición y la
recuperación de recuerdos, mientras que la amígdala lo está en la emoción: dota a
los recuerdos de sentimientos3 (Fuster, 2010, p. 62)
Una objeción surge a la luz de esta evidencia: si los sentimientos no están implicados por la
posesión de un lenguaje humano, sino, más bien, por la presencia de determinadas partes
físicas (poseídas por algunas especies no-humanas) ¿cómo podríamos justificar lo
contrario: que solo la especie tendría la posibilidad de poseer sentimientos? Respondemos:
lo que rescatamos de la evidencia neurocientífica de Fuster no son sus conclusiones, sino la
relación entre el lenguaje y determinados elementos neuronales tenidos solo por la especie
humana. Con lo anterior, decimos –al contrario de Fuster– que el relato entre ciertos
elementos físicos y la posesión del lenguaje es coherente, y la relación entre ciertos

3
Las cursivas son mías.
elementos físicos y sentimientos no lo es.4 Lo primero es coherente porque la idea del
lenguaje como derivado de ciertos elementos físicos no presupone un distanciamiento de
los términos lingüísticos que se usan con determinadas operaciones neuronales. O sea, la
descripción física no contradice la presencia del lenguaje porque es el lenguaje el mismo
medio con que aquella descripción física es dada. En cambio, la presencia de los
sentimientos como estados prelingüísticos sí lo es, ya que su intromisión requeriría de la
herramienta lingüística de la que se trata de diferenciar. Por eso lo segundo es incoherente,
porque la idea de que los sentimientos, como forma de expresión <<primitiva>>, y como
tal, alejada del lenguaje, no se podría vincular con estructuras físicas; conocidas y
determinadas por la distinción que reciben del mismo lenguaje.
Conforme a lo anterior, sobre los animales que nos siguen en la escala evolutiva –nos dirá
Fuster–.
…que los delfines y los grandes simios son capaces de cierta clase de lenguaje muy
primitivo, en el sentido que pueden emitir una gran variedad de sonidos y aprender a
emitir algunos sonidos especiales para nombrar ciertos individuos u objetos. Sin
embargo, no pueden usar ninguna forma combinatoria de sonidos que corresponda a
un significado complejo como ocurre con el lenguaje real, al menos un significado
que los seres humanos sean capaces de descifrar (Fuster, 2010, p. 244, v. nota 15)
Podemos considerar que la comunicación animal es un precursor del lenguaje
animal, desde luego; hay ejemplos de <<protolenguajes>> en ciertos primates,
como los chimpancés o los monos vervet. Sin embargo, en el <<lenguaje>> animal
no se han puesto de manifiesto de manera concluyente ni la recursividad ni la
sintaxis,5 dos características fundamentales del lenguaje (Fuster, 2010, p. 252, v.
nota 21)
Lo que argumentamos conforme a esta evidencia es que, dado que los animales carecen de
esta funcionalidad, por la falta de un desarrollo de su corteza prefrontal, no serían capaces
de tener intereses del mismo modo que la especie humana. Esta diferencia no es irrelevante,
sino crucial cuando nos referimos al cumplimiento de los intereses desde estímulos físicos
anclados, de tal manera que permita asociar los estímulos con una finalidad intencional en
los animales no-humanos.
Pese a esto, nos podríamos detener en una nueva objeción: que la diferencia de tipo en el
‘‘lenguaje’’ animal, como no siendo distinguible en términos humanos, no es un criterio
anulador del lenguaje capaz de expresar sentimientos. Pues la mayoría de los individuos
4
‘‘Sin duda, es insensato suponer que sistemas nerviosos casi idénticos fisiológicamente, con un origen y una
función evolutiva comunes y que llevan a comportamientos parecidos en similares circunstancias, funcionen
de un modo radicalmente distinto en el plano de los sentimientos subjetivos’’. * (Singer, 1999, p. 47)
(Las cursivas son mías.). ¿Qué hay de insensato en suponer un funcionamiento distinto (radical o sutil) en dos
estructuras que son parecidas y no equivalentes en sus elementos y operaciones? No concentrarse en la
diferencia, por mínima que sea, entre dos estructuras cerebrales es despreciar posibles particularidades que
cambian radicalmente el curso de una discusión. Singer erró al razonar de este modo, asumiendo que las
mínimas diferencias no le jugarían una mala pasada.
5
Las cursivas son mías.
humanos –se nos advertirá– expresamos y analizamos nuestras emociones a través de
distintos modos de nuestro lenguaje. Respondemos: pero ¿acaso no entendemos, pese a esa
gran variedad de expresiones, que hay en ese individuo una experiencia asociada al dolor,
alegría, pena, terror, etc.? Y ese entendimiento, ¿acaso no es alertado por el trabajo que yo
como espectador (receptor de esas expresiones en otros) realizo mediante el
pensamiento/lenguaje? Nuestra única manera de acceder a nuestras experiencias es
mediante el uso del lenguaje, ya sea imaginando estados subjetivos en otros, o
corroborándolo empíricamente. En cualquier caso, el fantasma del lenguaje sigue ahí.
Singer continua con otro aspecto su argumentación contra la reducción lingüística: los
modos no hablados de expresión.
La segunda manera, más fácilmente comprensible, de enlazar el lenguaje con la
existencia de dolor consiste en afirmar que la mejor prueba que tenemos de que otra
criatura sufre es cuando nos lo dice. Éste es un argumento de otro tipo, porque no
niega que quienes carecen de lenguaje puedan sufrir, sino solamente que jamás
podamos tener suficientes razones para creer que están sufriendo. Con todo, este
tipo de argumento también fracasa. Como ha señalado Jane Goodall en su estudio
sobre chimpancés, In the Shadow of Man, cuando se trata de expresar sentimientos y
emociones el lenguaje es menos importante que otros modos de comunicación no
lingüísticos6, como un animoso golpecillo en la espalda, un abrazo efusivo, el
apretón de manos, etc. Los signos básicos que usamos para transmitir el dolor, el
miedo, la cólera, el amor, la alegría, la sorpresa, la excitación sexual y tantos otros
estados emocionales no son específicos de nuestra propia especie (Singer, 1999, p.
50)
Refinemos el argumento del lenguaje objetado por Singer. Acá diremos que, efectivamente,
quien no posea lenguaje tampoco posee sentimientos. No tiene sentido alguno afirmar que
no sea el lenguaje hablado (o pensado) el único medio por el cual sepamos del sentir de
otros seres vivos. Lo que frecuentemente se pasa por alto, sea cotidiana o
especializadamente, es que toda afirmación, negación, duda, respecto de la realidad; nuestra
o la de otros, está basada en recursos lingüísticos.
Específicamente, si Jane Goodall habla acerca de modos no lingüísticos de comunicar
emociones y sentimientos, diremos que no entiende (como gran parte de las tradiciones
filosóficas, que postulan este tipo de dualidad: sentir y pensar.) el poder explicativo del
lenguaje. Pues sucede que, incluso los modos ‘no’ ‘lingüísticos’ 7 (como un <<golpecillo en
6
Las cursivas son mías. Advertimos la insistencia del autor en creer que la conducta y sentimientos son
estados prelingüísticos.
7
Lo importante aquí es ver, detenidamente, la permanente e insustituible aparición del lenguaje bajo su
amplia recursividad. Partículas lingüísticas como el ‘no’ no implican, en ningún caso, la posibilidad de
comprender la experiencia más allá del lenguaje, pues dependemos de él para cualquier propósito en
cualquier aspecto posible. O ¿cómo se harían saber o sentir a Uds. mismos de sus malestares sin abrir la boca,
sin pensar en que sienten, específicamente, dolor y no alegría, sin el lenguaje? La negación, como modo
recursivo del lenguaje, no puede entenderse como la suspensión, aunque sea en parte, del lenguaje por la
conducta para explicar, expresar, transmitir, sentimiento alguno. Hay más: la negación, la duda, la suspensión
del juicio son trampas que el lenguaje pone a nuestro entendimiento que nos hacen creer que podemos escapar
la espalda>>) son modos lingüísticos, ya que existe una proposición lógica construida con
un significado tan específico como su sintaxis. No es trivial que la defensa de Singer sobre
el sentir (como un estadio prelingüístico) sea tan específica, en forma y contenido (como,
por ejemplo, al decir: <<la conducta de los animales expresada sin un recurso lingüístico de
por medio>>.).
Se entenderá que, en general, tampoco tiene sentido asumir una realidad con un estilo dual
de experiencia: lo práctico, por un lado, y lo teórico, por otro. Mientras haya una
configuración y selección distintiva de los elementos que participan de los sentimientos en
este caso, habrá una base lingüística que refiere análogamente al pensamiento.
Volvamos sobre nuestra respuesta, ya que se le podría levantar esta objeción: que los
estados de conducta en otros seres efectivamente no son expresados mediante recursos de
este lenguaje (sintáctico y semántico) sino que con los lenguajes sonoros de las especies.
Respondemos: afirmar algo así sería entender erróneamente los modos de aparecer del
lenguaje. Los pensamientos que tengo acá, adentro de mi mente, no son cuestión distinta de
lo que expreso en el habla o en la escritura. Así, cuando observo la conducta u oigo a otras
especies suponiendo expresiones incognoscibles para un humano, lo que hago es distinguir
mentalmente (y como la mente es el lenguaje digo, lingüísticamente) ‘que’ ‘un’ ‘perro’
‘mueve’ ‘su’ ‘cola’ ‘al’ ‘ser’ ‘acariciado’ ‘y’ ‘eso’ ‘,’ ‘me’ ‘parece’ ‘que’ ‘significa’ ‘que’
‘está’ ‘contento’ ‘en’ ‘un’ ‘modo’ ‘no’ ‘humano’.
El lenguaje corresponde al tren de pensamientos en la mente y como tal, mis conclusiones y
acciones éticas se debieran corresponder a este conocimiento. Los animales no deben estar
considerados como seres sujetos a derechos y esto no por pensarme como intelectualmente
superior, sino intelectualmente distinto. Pero tal es la diferencia que, las temáticas de las
discusiones, todas, –incluida acá la ética– pertenecen del todo al terreno humano.
Ahora sí, con mayor seguridad que al inicio decimos que fue ¡una falsa proyección
personificadora de estados emocionales inexistentes de humanos a no-humanos!
Consideraciones prácticas de esta ética animal
Dadas así las cosas queda un problema más del que hacerse cargo. Si decimos que los seres
humanos son quienes, exclusivamente, deben estar sujetos a consideraciones éticas respecto
a su existencia y modo de llevarla, queda preguntar por los animales que se encuentran
reconocidos por humanos por motivos afectivos.
Pues, dado que hay individuos humanos tras el cuidado de ellos ¿se convierten los animales
no-humanos en seres de consideración ética producto de las consideraciones éticas que, por
ejemplo, una familia tiene con su mascota? La respuesta es sí. Sin embargo, se habrá
notado que esta atribución ganada es solo indirecta, es decir, no propia del animal. Lo
mismo surge al remitirnos al escenario de individuos humanos que, por falta de lenguaje
(por enfermedades cognitivas, por ejemplo), no son capaces de establecer vías de
expresión, ni hablada, ni conductual (apuntar, guiñar para decir sí o no). Casos en que,

o colmar su dominio. ¿Qué no lo ven?


médicamente son reconocidos como individuos vegetales, incapaces de realizar
determinadas operaciones cognitivas. Misma razón por la cual son sus cercanos quienes se
responsabilizan por ellos.
En ese sentido, en los tres casos análogos no podríamos decir que exista una consideración
ética intrínseca en ellos. Entonces ¿a qué viene esta mención? Viene a no dejar cabos
sueltos. Puesto que, una tergiversación de lo defendido por nuestra parte podría ser que,
dado que los animales no merecen consideraciones de corte ético/normativo por naturaleza,
el trato que debiésemos tener para con ellos sería indiferente. Sin embargo, esto no puede
ser así. Sea que hayamos atribuido indirectamente una consideración ética para las especies
no-humanas (debido a la consideración particular de cada quien con sus mascotas, por
ejemplo) la petición de cumplimiento debe ser igual de estricta como si la conclusión del
apartado inicial hubiese sido la contraria: que los animales sí tienen la capacidad de sentir.
Ya que resulta evidente cómo es que, de hecho, o por intransigencia o por ignorar el tema
discutido, haya personas que no actúen de acuerdo con nuestras conclusiones (pues este es
un ensayo académico, ¿quiénes lo leerán? Este es un ensayo con tecnicismos, ¿quiénes lo
entenderían?). Entonces, estando la mínima posibilidad en que ambos escenarios ocurran
corresponde considerarlos, pero haciendo el hincapié de que esto en ningún modo cambia el
rumbo de lo que, en realidad, ocurre y sostenemos: la sensibilidad o estados subjetivos ya
sea para bien o para mal recae para la especie que ha reconocido, discutido y decidido sobre
tales estados: la humana.
Se nos objetará: si indirectamente los animales pueden estar sujetos a una consideración
ética ¿por qué es que entonces la gran cantidad de gente que aboga por sus derechos al
marchar o al firmar cartas en contra de las industrias no son consideradas? Respondemos:
Pues porque al igual que en los casos de los individuos humanos vegetales en que tras el
cuidado de sus familiares existe una responsabilidad normativa por ese individuo, del
mismo modo ocurre con el granjero que, teniendo un interés comercial con su ganado,
instrumentaliza y comercializa sus animales. Es responsable de sus cargas al igual que las
personas en el ejemplo, dependientes en un sentido absoluto. ¡Véanlo! No hay rastros de un
auto reconocimiento en ellos, por lo tanto, no hay dignidad ni libertad quitadas, pues nunca
la hubo. Habrá, en cambio, creencias e intereses quitados, pues erróneamente los hay.
Por otro lado, muy distinto del seguido hasta ahora, preguntémonos si acaso por tener
consideraciones éticas con los animales –dada una presunta sensibilidad en ellos– no nos
generaría un sufrimiento igual o mayor del que evitamos. Porque –digamos también– que el
lenguaje no tiene que ver, de algún modo, con el sufrimiento. Y que este dependa, en
principio, del daño físico. Demos entonces cuenta de un confirmadísimo sufrimiento
animal. Dado que el elemento del lenguaje no es causa de sufrimiento, pero sí de
intensificación y duración (por ejemplo, en el pensar sobre la enfermedad que uno sufre y
los inconvenientes que traerá (capacidad predictiva), o por el recuerdo recrear estados de
pena o enojo). Y dado que, para estos casos de sufrimiento por el pensar, el lenguaje es
crucial, ¿no estaremos maximizando el sufrimiento de una especie por otra, cuando lo ideal
es minimizarlo, más aún si no existe criterio alguno que los distinga?
Porque, evidentemente, si del sufrir dependiera, muchos labradores, ganaderos y
empresarios asociados a áreas de la industria animal se verían perjudicados ya que este
cambio de paradigma les significaría, por orden de sus intereses (pensamientos), un
sufrimiento extendido a un presente y futuro. << ¿Qué ha sucedido con mi trabajo?>> <<
¿Qué puedo hacer para revertirlo o salir lo menos perjudicado?>> << ¿En qué otro trabajo
me ocuparé?>> Sumemos a estos escenarios posibles sus emociones respectivas:
desconcierto, desesperación o impaciencia, preocupación o estrés, etc.
Conclusión
A raíz de los argumentos expuestos (mayormente del campo del lenguaje o conciencia),
advertimos que ya sea si los sentimientos no puedan ser adjudicados a animales no-
humanos o, al contrario, sí puedan ser atribuidos, las consideraciones éticas que se tienen
no son inherentes a su naturaleza. Las consideraciones éticas, teniendo como criterio el
sufrimiento, son inexistente o contraproducente (para un caso y otro) al tener consideración
del sufrimiento de los seres vivos.
En primer lugar, si el argumento neurofisiológico tomado por Singer intentó convencer de
que el parecido entre la estructura humana y animal era suficiente para creer en la
capacidad sintiente de los animales, hemos expuesto la pequeña diferencia que, en términos
lingüísticos, abría una brecha insostenible para una estructura neuronal animal versus la
humana.
En segundo lugar, y a propósito de lo anterior, surgió el argumento del lenguaje atacado por
Singer. El autor aquí siguió la tesis de que existen estados primitivos que serían
prelingüísticos, refutando la tesis de que el lenguaje es garante de conciencia, y, por ello, de
la capacidad de sentir. A raíz del mismo planteamiento de la dualidad entre conducta y
lenguaje, hemos señalado que tal distinción es inexistente, y solo es producto o, de una
confusión, o de ignorancia. Los sentimientos se reducen en todas sus formas a estructuras
del lenguaje –dijimos–.
Tercero, excluimos no solo del único criterio ético para considerar a los animales bajo un
trato igualitario, a decir: la capacidad de sufrir. Sino que también, de manera breve, pero
coherente a lo expuesto, exhibimos los perjuicios de asumir (ya sea indirectamente, ya sea
aceptando hipotéticamente la tesis contraria a la nuestra) la ética animal versus con el
sufrimiento implicado para los humanos. Un sufrimiento que, por estar ligado a su
capacidad de lenguaje, se torna más duradero e intenso.
Como último aspecto, mencionar la especificidad de nuestro trabajo respecto a las razones
para establecer una ética animal. Queda resolver si frente a las temáticas ambientales o
económicas, por ejemplo, resulta conveniente replantearnos nuestra relación con otras
especies (posibles perjuicios o beneficios de hacerlo). En lo que respecta a los sentimientos,
concluimos aquí que no. Y espero que la conclusión de este trabajo sea expuesta pensando
que sea por su lectura que se entregue directa y únicamente sus beneficios.8
8
Otra conclusión de este ensayo es la de la consideración natural que cada individuo está inclinado a tener
para con los animales. En lo personal, mi disposición práctica, al contrario de la teórica presentada aquí, es
Referencias
Fuster, J. (2014). Neurociencia, trad. Joan Soler Chic. Barcelona: Editorial Planeta S.A.
Singer, P. (1999). Liberación animal, trad. Celia Monloiío. Madrid: Trotta.

tratar a los animales como si tuvieran la capacidad de sentir. Soy contradictorio, pero esto se explica
sencillamente.
Sucede que los pensamientos en su conjunto, a decir: nuestra ideología respecto a los temas más variados está
construida por un proceso de aprendizaje, el cual, a través de la repetición y aplicación (tiempo e intensidad)
refuerza nuestros pensamientos y acciones aplicadas al diario vivir.
Me tocó vivir en un contexto donde los animales, por medio de diversos recursos de la cultura, han sido
antropomorfizados (considérese la venta de artículos para su cuidado, comida que sacia su hambre,
propagandas contra su maltrato, comerciales que les confieren vínculos afectivos con humanos, etc.). Así, he
aprendido a considerarlos sintientes por más que mi disposición teórica aquí: la académica: para probar esta
tesis –en torno al pensamiento como condición de las emociones– sea opuesta. Todo es una cuestión de
disposiciones… y de tolerancia también.

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