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1. Muchas personas opinan que lo que nos diferencia de los animales son los sentimientos.
Creen que son ellos los que nos hacen humanos. En realidad, no es exactamente así, porque
los animales tienen sentimientos como nosotros o nosotros los tenemos como ellos.
También los humanos somos animales –racionales-, sin que la razón elimine nuestra
constitución animal.
Todos los seres vivos sienten atracción o repulsa ante lo que les conviene o les
perjudica. Compartimos, además, con los animales superiores una amplia gama de
sentimientos: la ternura de una hembra hacia sus crías, la ira ante el agresor, la tristeza o el
miedo ante lo malo, la atracción sexual en los periodos de celo, la expectativa de lograr
algún beneficio, la ansiedad o el nerviosismo ante lo desconocido…Así reaccionamos
también nosotros ante una persona que nos atrae, un peligro, la fatiga, la esperanza de algo
bueno… Esos sentimientos primarios proceden de la relación que tenemos los seres vivos
con el entorno, y son reacciones afectivas comunes, con parámetros neuronales y
hormonales muy similares en las distintas especies.
Es cierto que los seres humanos tenemos -además de esos sentimientos primarios-
otras gamas de emociones que pueden llamarse secundarias, fundadas o derivadas1. Esta
segunda clase de sentimientos no son simplemente reacciones espontáneas o automáticas
ante la realidad externa o interna, sino que proceden de nuestras actitudes racionales y
libres.
1 Husserl usa la expresión de valor derivado de un sentimiento -abgeletiteter Wert, Wert um eines anderes vermeinten
Wertes Willen- para indicar un sentimiento que brota “motivado por otros actos de la esfera axiológica y de la intelectiva”.
PALACIOS GONZÁLEZ, F. J., La idea de una axiología formal en las Lecciones de Ética y Teoría del valor de Edmund
Husserl, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Madrid 1995, pro manuscripto, p. 262
2 Sería necesario precisar que en la unidad de toda vivencia humana – también en la formación de los sentimientos
primarios - siempre está presente en alguna forma la inteligencia, que modula la afectividad aunque sea de manera
atemática. Cfr. por ejemplo, . MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, p. 35.
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1. Es habitual también que muchas personas entiendan que en la vida humana se da una
dicotomía o incluso una oposición entre razón y sentimientos, o –como suele decirse- entre
razón y corazón. Interpretan que, por una parte, están los motivos racionales de conducta,
los criterios objetivos, los deberes y normas que se deben cumplir en la vida… Y, por otra
parte, están los deseos del corazón que hacen vivir la vida apasionadamente, que permiten
reconocer el valor emocional de las situaciones y de las personas, y experimentar
intensamente los acontecimientos… Esa manera de pensar tiene amplias raíces en la
historia del pensamiento, que con frecuencia han explicado al ser humano desde esa
polaridad entre lo racional y lo afectivo. Desde esa postura, el comportamiento ético se ha
llegado a entender simplemente como el dominio de los criterios objetivos o normativos
sobre los impulsos del corazón, ignorándolos o reprimiéndolos, o, en la versión contraria, se
ha postulado que el camino de la felicidad se encuentra en las grandes pasiones y
emociones de la vida, al margen de su valoración racional3. Se contrapone de ese modo una
ética de la razón a una ética de los sentimientos.
2. En primer lugar, y eso no pueden hacerlo los animales, nuestra inteligencia nos permite
conocer nuestros sentimientos primarios y el objeto, motivo o causa que los provoca5. O, al
menos, conocemos algunos de esos sentimientos y de esos objetos.
3 “Der Gegensatz zwischen reiner und empirischen Ethik sich historisch in der beitrenden Form eines Gegensatzes
zwischen Verstanden- und Gefühksetik ausgeprägt ist”. HUSSERL, E., Vorlesungen über Ethik und Wert Lehre (1908-
1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers 1988 (Bd. XXVIII) A, II, § 2, p. 12.
4 Quizá ha contribuido a esa confusión la agrupación que hace Brentano de los fenómenos psíquicos en representacón
(Vorstellung), juicio (Urteil), y emoción, interés o amor (Gemütsbewegung, Interesse oder Liebe) (cfr. BRENTANO, F.,
Psychologie vom empirischen Standpunkt, Hamburg, Meiner 1971-73, Libro II, c. 6, § 3). Elimina así la distinción entre
sentimientos y voluntad que propone Kant, y, aunque en ese punto será criticado por la mayoría de sus discípulos, se
mantiene en ellos la separación básica en dos esferas –cognitiva y tendencial- que tiende a analizar las relaciones entre
inteligencia y sentimientos, y hace difícil el análisis de las relaciones entre los sentimientos y la voluntad.
5 Cfr. MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, pp. 191-194.
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coche que teníamos, las posibilidades que ofrecía, los percances o accidentes que tuvimos.
Y, también al mismo tiempo, puede decepcionarnos su alto coste que nos impide adquirirlo
o alegrarnos saber que nos lo podemos permitir, o valoramos el uso que vamos a hacer de él
por motivos profesionales o familiares. Sí, no sencilla la decisión de comprar tal o cual
modelo por muchos motivos racionales y por muchos motivos sentimentales.
6 Los actos del sentimiento son actos fundados en actos de conociiento. “Vielmehr ist der wertende Akt wesenmaβige
gerade insofern, als er die Werterscheinung konstituiert, in dem intellektiven Akt fundiert”. HUSSERL, E., Vorlesungen
über Ethik und Wert Lehre (1908-1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers
1988 (Bd. XXVIII) A, II, § 9, p. 72.
7 “Así pues,, al final, aunque con cierta participación del sentimiento, como en todas partes, también aquí el
entendimiento es quien pone los objetos, los valores, los capta intuitiva e inmediatamente, y, en último término, les da
expresión, expresión a la que pertenecen los juicios de valor de todo tipo que aparecen reivindicando validez, y los
principios de juicios de valor y las normas del valorar mismo”. HUSSERL, E., Vorlesungen über Ethik und Wert Lehre
(1908-1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers 1988 (Bd. XXVIII) C, § 3, p.
253.
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Los animales, en cambio, carecen de esa capacidad racional, y, por esa razón, no
tienen un comportamiento moral. Acarician, protegen, gruñen o matan por instinto, y, en
este sentido, son arrastrados por sus sentimientos primarios, o, en caso de colisión afectiva,
por los sentimientos de mayor intensidad.
3. En tercer lugar, nuestra inteligencia nos permite reaccionar ante nuevos objetos o
motivos, que los animales tampoco conocen, y que despiertan nuevos sentimientos. El
hombre es capaz de contemplar la belleza de un paisaje o la armonía de una pieza musical,
disfrutar de la euforia de ganar un partido o unas elecciones políticas o de obtener un buen
resultado en un examen, ilusionarse con un proyecto vital importante, admirarse al acceder
a la intimidad de alguien… O, en negativo, sufrir por la injusticia hacia los inocentes,
angustiarse cuando no encuentra sentido a su existencia… Esos sentimientos que nacen de
objetos y actitudes de la inteligencia son, por ese mismo motivo, típicamente humanos.
1. Además de ser racionales, nos diferencia de los animales la cualidad de ser libres. Como
veremos en su momento, la libertad humana no es absoluta en el sentido que le ha dado el
8 Cfr. MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, pp. 194-198. Malo añade a las
funciones de la inteligencia para interpretar y valorar los sentimientos, las capacidad de rectificarlos: “l’interpretaziones,
la valutazione e la rettifica degli affetti non dipendono pertanto de un gjiudizio tendenziale ma de uno racionale” (p. 199),
y, en ese punto, aquí no se sigue su postura.
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Nuestra voluntad tiene una poderosa influencia en nuestra afectividad, más poderosa aún
que la que ejerce nuestra inteligencia.
Esa interpretación tiene una parte de verdad. Los sentimientos positivos o negativos nos
influyen, nos inclinan a tomar determinadas direcciones en la vida, nos incitan a tomar unas
decisiones u otras. Esa interpretación omite, en cambio, la evidencia de que podemos
ratificar o resistir esas inclinaciones afectivas. En realidad, una madre o un padre que
quieren a sus hijos, lo hacen porque lo sienten y, sobre todo, porque aceptan y cultivan ese
sentimiento, sin estar dominado por él, porque no es difícil ignorarlo y buscar la propia
comodidad o el propio interés, aunque esas actitudes perjudiquen a sus hijos.
Nuestra actitud libre ante los sentimientos que experimentamos puede darse de diversas
maneras.
2. Una primera actitud de la libertad consiste en decidirnos a seguir los dictados o juicios de
la razón, o, al contrario, a ignorarlos. Como se ha visto, entre otras acciones, nuestra
inteligencia califica nuestras acciones y los sentimientos que las acompañan como correctos
o incorrectos, buenos o malos, de acuerdo con un criterio racional: si es bueno que
estudiemos porque tenemos exámenes o que dejemos los libros de lado porque estamos de
vacaciones, si conveniente alegrarse por el éxito de alguien cercano o inconveniente sentir
envidia hacia él, si es correcto reaccionar con agresividad ante un atacante o incorrecto usar
la violencia con un inocente….
La decisión ante esas opciones tiene en cuenta ese juicio de la razón, pero no es
simplemente racional, sino, además, voluntaria o libre. Solemos decir que una persona tiene
fuerza de voluntad cuando libremente acepta y sigue ese criterio racional: valoramos así a
quien estudia con constancia aunque no tenga ganas, a quien rechaza las emociones
incorrectas por intensas que sean, a quien hace lo que considera objetivamente bueno
9 Para Hume, la voluntad está dominada por la pasión, y la razón queda convertida en instrumento de esta. “Reason is,
and ought only to be the slave of passions, and can never pretend to any other office than to serve and obey them”.
HUME, D., Enquiries concerning the Human Understanding and concerning the Principles of Moral, reprinted from the
posthumous edition of 1777 and edited by A. Selby-Bigge, Oxford Clarendon Press, 1902, Libro II, sección III, 3, p. 415.
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cuando le acompañan los sentimientos o cuando estos se oponen. Decimos que es una
persona con gran fuerza de voluntad, con dominio de sí mismo o autodominio.
O, con otro ejemplo común, podemos alegrarnos inicialmente por algo malo que le
ocurre a quien odiamos. En un primer paso, nuestra razón nos advierte que ese sentimiento
es inconveniente y podríamos avergonzarnos de nosotros mismos al experimentarlo. En un
segundo momento, interviene nuestra libertad, y cabe resistirse a esa emoción –nos gustaría
no tenerla, y ese nuevo gusto es derivado de nuestra actitud libre-, o podemos gozarnos –
con una nueva alegría más consciente y maliciosa- en la desgracia del enemigo, o desear
que esa desgracia sea aún mayor. Con ese mecanismo llevado a su extremo, se puede
entender algo de la extraña satisfacción de una multitud ante el espectáculo de una
ejecución sangrienta o las burlas de un agresor injusto ante el sufrimiento del inocente.
3. Una segunda actitud de la libertad que influye en la afectividad consiste en los actos
libres de amor y odio., y con ella la influencia es más profunda. Podría explicarse quizá
diciendo que, en este tipo de actos, no nos fijamos en primer lugar en el juicio racional
sobre la corrección o incorrección sino en el contenido mismo de lo bueno o lo malo que
hay en esos juicios.
Solemos distinguir entre las personas que tienen una gran fuerza de voluntad y
aquellas que se empeñan apasionadamente en algo. Admiramos en las primeras esa fuerza
de voluntad, el dominio de sí mismas, su capacidad de sacrificio y de abnegación, su
coherencia. En las segundas vemos algo más -la fuerza o la intensidad con la que quieren
algo o alguien-, y, en este caso, su capacidad e abnegación no es lo definitivo de su
conducta. Unos padres buenos, por ejemplo, tienen mucho de lo último, pero el motivo que
les lleva ordinariamente a sacrificarse por sus hijos no es solamente el sentido del deber o el
sentido del compromiso, sino el amor que les tienen. O, con otro ejemplo, estudiamos de
manera diferente una materia que tenemos obligación de cursar –y podemos hacerlo con
profundidad- y otra materia que nos importa por su contenido o por la incidencia que puede
tener en nuestro proyecto profesional. Desde esa perspectiva, los que aman, los artistas, los
revolucionarios convencidos, los investigadores apasionados… tienen fuerza de voluntad,
pero no actúan solamente con ella o por ella. La tienen o la usan porque quieren o desean
algo con peculiar intensidad.
Esas y otras actitudes libres influyen en nuestro mundo afectivo, y, también en este
aspecto nos diferenciamos de los animales. En ellos, su conducta se explica por los
sentimientos primarios que provocan sus instintos y el entorno, y, en caso de conflicto, por
el predominio del sentimiento más intenso o más rápido. En la especie humana, se da por
una parte el reconocimiento y la valoración racional de los afectos, y, por otra, la conducta
se entiende principalmente a partir de las actitudes libres que adoptamos.
Sobre todo, en nuestra cultura conviene aprender a distinguir entre los estados
sentimentales, la armonía emocional, las emociones que todos tenemos... y las acciones
libres. Se entiende mejor esa distinción si se tienen en cuenta algunas características propias
de los procesos sentimentales y los procesos libres.
La libertad permite una valoración o una disposición global de uno mismo frente a
las situaciones, las personas, o los hechos. Involucra al objeto entero, con sus cualidades y
límites, sus aspectos positivos o negativos. Por eso queremos a alguien, a pesar de sus
defectos o contando con ellos, o estudiamos una carrera que no está exactamente diseñada
según nuestras preferencias personales.
c) También por esa razón, los sentimientos son disposiciones que se desarrollan en
presente. Son transitorios, alternantes, sucesivos. Aunque algunas actitudes afectivas
derivadas de la libertad son más estables –como los amores familiares o los hábitos
profesionales-, y de alguna forma, siempre sentimos afecto hacia nuestra familia, o estamos
contentos con la tarea profesional. Pero, como es obvio, esa disposición más o menos
estable no quita que puedan darse emociones contrarias, y son frecuentes –necesarias
incluso- las discusiones familiares apasionadas, o tareas profesionales que nos desagradan.
Las decisiones y los amores libres tienen en cuenta el presente y también el futuro;
no se reducen a lo que sentimos aquí y ahora. En este sentido, configuran disposiciones más
estables, permanentes. Son permanentes no en el sentido de que no se puedan modificar,
sino en el sentido de que –mientras se mantienen- pasan por encima de los cambios
sentimentales.
Y, al contrario, las decisiones libres generan nuevas capas afectivas, que suelen
llamarse sentimientos consecuentes, porque aparecen después del uso de nuestra libertad.
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Cuando elegimos entre varias opciones, o estamos convencidos de algo, o tiramos la toalla
ante algo que nos parece imposible... se forman nuevas respuestas emocionales. A casi
todos nos da pereza un largo viaje, o un plan improvisado, justo en el momento en el que se
va a efectuar, porque rompe la rutina de siempre, pero si vencemos esa resistencia inicial, es
fácil que disfrutemos inmediatamente.
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