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Borrador Tema III. Fundamentos de Antropología.

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TEMA III. LA AFECTIVIDAD HUMANA (continuación)


Soledad y afectividad

4. LA RELACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS CON LA INTELIGENCIA Y LA VOLUNTAD

1. Muchas personas opinan que lo que nos diferencia de los animales son los sentimientos.
Creen que son ellos los que nos hacen humanos. En realidad, no es exactamente así, porque
los animales tienen sentimientos como nosotros o nosotros los tenemos como ellos.
También los humanos somos animales –racionales-, sin que la razón elimine nuestra
constitución animal.

Todos los seres vivos sienten atracción o repulsa ante lo que les conviene o les
perjudica. Compartimos, además, con los animales superiores una amplia gama de
sentimientos: la ternura de una hembra hacia sus crías, la ira ante el agresor, la tristeza o el
miedo ante lo malo, la atracción sexual en los periodos de celo, la expectativa de lograr
algún beneficio, la ansiedad o el nerviosismo ante lo desconocido…Así reaccionamos
también nosotros ante una persona que nos atrae, un peligro, la fatiga, la esperanza de algo
bueno… Esos sentimientos primarios proceden de la relación que tenemos los seres vivos
con el entorno, y son reacciones afectivas comunes, con parámetros neuronales y
hormonales muy similares en las distintas especies.

Es cierto que los seres humanos tenemos -además de esos sentimientos primarios-
otras gamas de emociones que pueden llamarse secundarias, fundadas o derivadas1. Esta
segunda clase de sentimientos no son simplemente reacciones espontáneas o automáticas
ante la realidad externa o interna, sino que proceden de nuestras actitudes racionales y
libres.

2. Sin pretender distinciones demasiado técnicas, podríamos hablar de sentimientos


primarios o antecedentes, y de sentimientos derivados o consecuentes2. Aquí se entienden
por sentimientos primarios las emociones que sentimos espontánea o automáticamente ante
las cosas, las personas, las situaciones a través de nuestros sentidos externos –la vista, el
oído, etc.- y sentidos internos –sobre todo la memoria y la imaginación-. Y por sentimientos
derivados aquellas emociones que sentimos cuando analizamos esas emociones espontáneas
y cuando tomamos una actitud libre sobre ellas.

1 Husserl usa la expresión de valor derivado de un sentimiento -abgeletiteter Wert, Wert um eines anderes vermeinten
Wertes Willen- para indicar un sentimiento que brota “motivado por otros actos de la esfera axiológica y de la intelectiva”.
PALACIOS GONZÁLEZ, F. J., La idea de una axiología formal en las Lecciones de Ética y Teoría del valor de Edmund
Husserl, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Madrid 1995, pro manuscripto, p. 262
2 Sería necesario precisar que en la unidad de toda vivencia humana – también en la formación de los sentimientos
primarios - siempre está presente en alguna forma la inteligencia, que modula la afectividad aunque sea de manera
atemática. Cfr. por ejemplo, . MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, p. 35.
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a) La relación de los sentimientos con la inteligencia

1. Es habitual también que muchas personas entiendan que en la vida humana se da una
dicotomía o incluso una oposición entre razón y sentimientos, o –como suele decirse- entre
razón y corazón. Interpretan que, por una parte, están los motivos racionales de conducta,
los criterios objetivos, los deberes y normas que se deben cumplir en la vida… Y, por otra
parte, están los deseos del corazón que hacen vivir la vida apasionadamente, que permiten
reconocer el valor emocional de las situaciones y de las personas, y experimentar
intensamente los acontecimientos… Esa manera de pensar tiene amplias raíces en la
historia del pensamiento, que con frecuencia han explicado al ser humano desde esa
polaridad entre lo racional y lo afectivo. Desde esa postura, el comportamiento ético se ha
llegado a entender simplemente como el dominio de los criterios objetivos o normativos
sobre los impulsos del corazón, ignorándolos o reprimiéndolos, o, en la versión contraria, se
ha postulado que el camino de la felicidad se encuentra en las grandes pasiones y
emociones de la vida, al margen de su valoración racional3. Se contrapone de ese modo una
ética de la razón a una ética de los sentimientos.

Esa simplificación de la cuestión parte de un primer error, porque, en realidad, en la especie


humana no hay una oposición sino una estrecha relación entre los sentimientos y la
inteligencia. Y conduce a un segundo error, porque omite el papel de la voluntad libre en
las acciones humanas. En realidad no hay solamente dos polos que influyen en la conducta
–razón por un lado, y corazón por el otro-, sino –aunque esto sea también una
simplificación- al menos tres: razón, corazón y libertad4. Puede decirse, sobre el primer
aspecto de esta cuestión, que la inteligencia permite a) conocer o reconocer los
sentimientos, b) valorarlos o evaluarlos, y c) proponer o descubrir nuevos motivos u objetos
que causan sentimientos.

2. En primer lugar, y eso no pueden hacerlo los animales, nuestra inteligencia nos permite
conocer nuestros sentimientos primarios y el objeto, motivo o causa que los provoca5. O, al
menos, conocemos algunos de esos sentimientos y de esos objetos.

Con enorme espontaneidad, reflexionamos inconscientemente sobre lo que


sentimos, y porqué lo sentimos. Vemos, por ejemplo, un automóvil que quizá compremos.
Nos gustan quizá su diseño, color, potencia, el olor a tapicería nueva, aunque nos pueden
disgustar algunas de sus cualidades o alguno de sus accesorios, o detalles. A la vez, al
mismo tiempo, nos agrada imaginar el placer de conducirlo, los parajes que podríamos
visitar, las personas que nos podrían acompañar. Y, también, a la vez, nuestra memoria
puede asociar recuerdos que generan sentimientos positivos o negativos sobre el viejo

3 “Der Gegensatz zwischen reiner und empirischen Ethik sich historisch in der beitrenden Form eines Gegensatzes
zwischen Verstanden- und Gefühksetik ausgeprägt ist”. HUSSERL, E., Vorlesungen über Ethik und Wert Lehre (1908-
1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers 1988 (Bd. XXVIII) A, II, § 2, p. 12.
4 Quizá ha contribuido a esa confusión la agrupación que hace Brentano de los fenómenos psíquicos en representacón
(Vorstellung), juicio (Urteil), y emoción, interés o amor (Gemütsbewegung, Interesse oder Liebe) (cfr. BRENTANO, F.,
Psychologie vom empirischen Standpunkt, Hamburg, Meiner 1971-73, Libro II, c. 6, § 3). Elimina así la distinción entre
sentimientos y voluntad que propone Kant, y, aunque en ese punto será criticado por la mayoría de sus discípulos, se
mantiene en ellos la separación básica en dos esferas –cognitiva y tendencial- que tiende a analizar las relaciones entre
inteligencia y sentimientos, y hace difícil el análisis de las relaciones entre los sentimientos y la voluntad.
5 Cfr. MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, pp. 191-194.
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coche que teníamos, las posibilidades que ofrecía, los percances o accidentes que tuvimos.
Y, también al mismo tiempo, puede decepcionarnos su alto coste que nos impide adquirirlo
o alegrarnos saber que nos lo podemos permitir, o valoramos el uso que vamos a hacer de él
por motivos profesionales o familiares. Sí, no sencilla la decisión de comprar tal o cual
modelo por muchos motivos racionales y por muchos motivos sentimentales.

Esa complejidad afectiva, que está asociada a nuestro conocimiento racional, no se


da en los animales, para ellos, el coche es un objeto más entre otros objetos, más o menos
atractivo o desagradable, útil o molesto. En ellos provoca solamente aquellos sentimientos
primarios, que nosotros podemos tener otras veces cuando vemos un coche como un objeto
cualquiera, que origina solamente sentimientos elementales si carecemos de un interés real
por él.

Además de esa reacción espontánea o preconsciente, podemos fijarnos atentamente


en un sentimiento concreto, analizarlo, valorar su intensidad, preguntarnos por el motivo
del que nace, compararlo con otros sentimientos similares…, con un proceso reflexivo
consciente.

Lo interesante de esa capacidad racional de conocer o reconocer los sentimientos y


sus objetos, es que –en la especie humana- estos sentimientos se experimentan como tales si
son reconocidos6. Es decir, el sentimiento está asociado o no a la experiencia consciente
que tenemos de él7. Cuando alguien nos abraza con afecto, sentimos la ternura de ese gesto,
sin necesidad de comprender el valor real de su significado. Pero cuando caemos en la
cuenta de ese significado, esa ternura adquiere un valor distinto: puede frustrarnos descubrir
que era un gesto pasajero o superficial, o, al contrario, alegrarnos profundamente advertir
que se trataba de una manifestación de un cariño sincero. O es posible tener intensas
emociones momentáneas de alegría, amistad, bienestar, provocadas por alcohol o drogas,
que más tarde se comprenden cono inauténticas o vacías de significado real.

En la cultura emocionalista en la que vivimos, muchas personas se detienen a


observar minuciosamente sus reacciones emocionales, y tratan de aclararlas, jerarquizarlas,
ordenarlas, para salir de la inseguridad de las emociones contradictorias y encontrar así el
equilibrio emocional. Esa actitud racional es valiosa, aunque hay que advertir que no es
suficiente para encontrar una respuesta adecuada ante lo que sentimos. Es un primer paso,
pero, como se verá después, nuestra razón o inteligencia no tiene capacidad para modificar
nuestros afectos con su mero reconocimiento.

6 Los actos del sentimiento son actos fundados en actos de conociiento. “Vielmehr ist der wertende Akt wesenmaβige
gerade insofern, als er die Werterscheinung konstituiert, in dem intellektiven Akt fundiert”. HUSSERL, E., Vorlesungen
über Ethik und Wert Lehre (1908-1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers
1988 (Bd. XXVIII) A, II, § 9, p. 72.
7 “Así pues,, al final, aunque con cierta participación del sentimiento, como en todas partes, también aquí el
entendimiento es quien pone los objetos, los valores, los capta intuitiva e inmediatamente, y, en último término, les da
expresión, expresión a la que pertenecen los juicios de valor de todo tipo que aparecen reivindicando validez, y los
principios de juicios de valor y las normas del valorar mismo”. HUSSERL, E., Vorlesungen über Ethik und Wert Lehre
(1908-1914), hrsg. Von U. Melle, Dordrecht/Boston/London, Kluwer Academic Publishers 1988 (Bd. XXVIII) C, § 3, p.
253.
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2. En segundo lugar, la inteligencia permite valorar8 nuestras reacciones emocionales con


distintos criterios de conveniencia, placer, utilidad o bondad. Nos damos cuenta, por
ejemplo, de que los nervios dificultan nuestra concentración en un examen, de que el
enamoramiento nos distrae de un estudio intenso, de que la ilusión por una materia facilita
precisamente que la estudiemos con interés… Entre esos criterios, también podemos
utilizar una valoración ética. Los seres humanos tenemos sentimientos correctos o
incorrectos, adecuados a o no a la realidad o maldad de un objeto y de nuestra actitud hacia
él. No siempre es así porque muchos sentimientos no tienen un valor moral inmediato, y es
indiferente que sintamos de una manera u otra: así apreciamos o nos disgusta sin más un
tipo de música o de otra, nos apasionamos con un equipo de fútbol y no con otro, nos
agradan unos u otros deportes o actividades,… En algunos otros casos, los sentimientos
están relacionados con acciones que tienen un aspecto ético, y así nos alegra alegrarnos por
la amistad, nos conmueve un gesto de bondad, nos atrae una persona sincera,… o nos
molesta descubrir que nos estamos alegrando por una injusticia, que nos mueve la
morbosidad o incluso la crueldad, que nos reconcome una envidia insana… Nuestra
inteligencia procura advertirnos de la conveniencia o no de nuestros sentimientos.

Esa valoración racional provoca nuevos sentimientos de satisfacción o de culpa, de


bienestar o de malestar. El fenómeno de la culpa o del mérito morales es un terreno
complejo que no cabe estudiar aquí con detalle y que es objeto de la ética más que de la
antropología. Pero interesa notar aquí esa intervención de la razón sobre los sentimientos, y
esa formación de nuevos sentimientos fundados o derivados de ella. Y tiene consecuencias
importantes entender que los llamados sentimientos morales no proceden inmediatamente
de la afectividad espontánea, sino de una valoración inteligente de esos afectos.

Los animales, en cambio, carecen de esa capacidad racional, y, por esa razón, no
tienen un comportamiento moral. Acarician, protegen, gruñen o matan por instinto, y, en
este sentido, son arrastrados por sus sentimientos primarios, o, en caso de colisión afectiva,
por los sentimientos de mayor intensidad.

3. En tercer lugar, nuestra inteligencia nos permite reaccionar ante nuevos objetos o
motivos, que los animales tampoco conocen, y que despiertan nuevos sentimientos. El
hombre es capaz de contemplar la belleza de un paisaje o la armonía de una pieza musical,
disfrutar de la euforia de ganar un partido o unas elecciones políticas o de obtener un buen
resultado en un examen, ilusionarse con un proyecto vital importante, admirarse al acceder
a la intimidad de alguien… O, en negativo, sufrir por la injusticia hacia los inocentes,
angustiarse cuando no encuentra sentido a su existencia… Esos sentimientos que nacen de
objetos y actitudes de la inteligencia son, por ese mismo motivo, típicamente humanos.

b) La relación de los sentimientos con la voluntad

1. Además de ser racionales, nos diferencia de los animales la cualidad de ser libres. Como
veremos en su momento, la libertad humana no es absoluta en el sentido que le ha dado el

8 Cfr. MALO, A., Essere persona. Un’antropologia dell’identità, Armando, Roma 2013, pp. 194-198. Malo añade a las
funciones de la inteligencia para interpretar y valorar los sentimientos, las capacidad de rectificarlos: “l’interpretaziones,
la valutazione e la rettifica degli affetti non dipendono pertanto de un gjiudizio tendenziale ma de uno racionale” (p. 199),
y, en ese punto, aquí no se sigue su postura.
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romanticismo. Tenemos condiciones corporales, psicológicas, culturales, históricas, que


forman parte de nuestra personalidad y que limitan la libertad. Contando con esas
condiciones, tenemos asimismo un amplio campo de decisiones libres sobre nosotros
mismos, nuestras relaciones con los otros y con el entorno del que carecen otras especies.

Nuestra voluntad tiene una poderosa influencia en nuestra afectividad, más poderosa aún
que la que ejerce nuestra inteligencia.

La característica principal de la voluntad es que puede aceptar o rechazar lo que sentimos,


por intenso que sea el sentimiento. Es común pensar que los sentimientos nos arrastran, nos
dominan9, nos conducen, definen nuestra conducta para bien o para mal en el camino de la
existencia… Suele pensarse así que el sentimiento de amor de una madre o un padre hacia
sus hijos es tan intenso que les lleva a entregarse abnegadamente por ellos, que el deseo de
poder o de venganza en alguien le empuja a cometer acciones terribles, que la pasión
amorosa por alguien hace inevitables las locuras del amor o las traiciones, o que el gusto
por el trabajo mueve a alguien a ser un profesional competente.

Esa interpretación tiene una parte de verdad. Los sentimientos positivos o negativos nos
influyen, nos inclinan a tomar determinadas direcciones en la vida, nos incitan a tomar unas
decisiones u otras. Esa interpretación omite, en cambio, la evidencia de que podemos
ratificar o resistir esas inclinaciones afectivas. En realidad, una madre o un padre que
quieren a sus hijos, lo hacen porque lo sienten y, sobre todo, porque aceptan y cultivan ese
sentimiento, sin estar dominado por él, porque no es difícil ignorarlo y buscar la propia
comodidad o el propio interés, aunque esas actitudes perjudiquen a sus hijos.

Nuestra actitud libre ante los sentimientos que experimentamos puede darse de diversas
maneras.

2. Una primera actitud de la libertad consiste en decidirnos a seguir los dictados o juicios de
la razón, o, al contrario, a ignorarlos. Como se ha visto, entre otras acciones, nuestra
inteligencia califica nuestras acciones y los sentimientos que las acompañan como correctos
o incorrectos, buenos o malos, de acuerdo con un criterio racional: si es bueno que
estudiemos porque tenemos exámenes o que dejemos los libros de lado porque estamos de
vacaciones, si conveniente alegrarse por el éxito de alguien cercano o inconveniente sentir
envidia hacia él, si es correcto reaccionar con agresividad ante un atacante o incorrecto usar
la violencia con un inocente….

La decisión ante esas opciones tiene en cuenta ese juicio de la razón, pero no es
simplemente racional, sino, además, voluntaria o libre. Solemos decir que una persona tiene
fuerza de voluntad cuando libremente acepta y sigue ese criterio racional: valoramos así a
quien estudia con constancia aunque no tenga ganas, a quien rechaza las emociones
incorrectas por intensas que sean, a quien hace lo que considera objetivamente bueno

9 Para Hume, la voluntad está dominada por la pasión, y la razón queda convertida en instrumento de esta. “Reason is,
and ought only to be the slave of passions, and can never pretend to any other office than to serve and obey them”.
HUME, D., Enquiries concerning the Human Understanding and concerning the Principles of Moral, reprinted from the
posthumous edition of 1777 and edited by A. Selby-Bigge, Oxford Clarendon Press, 1902, Libro II, sección III, 3, p. 415.
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cuando le acompañan los sentimientos o cuando estos se oponen. Decimos que es una
persona con gran fuerza de voluntad, con dominio de sí mismo o autodominio.

Si, como se ha visto, la valoración racional provoca nuevos sentimientos, las


decisiones libres que se fundan en esa valoración añaden también nuevos sentimientos.
Todos hemos experimentado, por ejemplo, la satisfacción después de una tarde de trabajo
intenso, aunque no tuviéramos ganas inicialmente de trabajar, o quizá una alegría aún
mayor precisamente porque no teníamos esas ganas. O, al contrario, sentimos frustración
cuando nos hemos engañado a nosotros mismos y hemos perdido esa tarde,
entreteniéndonos con retrasos o tareas irrelevantes.

O, con otro ejemplo común, podemos alegrarnos inicialmente por algo malo que le
ocurre a quien odiamos. En un primer paso, nuestra razón nos advierte que ese sentimiento
es inconveniente y podríamos avergonzarnos de nosotros mismos al experimentarlo. En un
segundo momento, interviene nuestra libertad, y cabe resistirse a esa emoción –nos gustaría
no tenerla, y ese nuevo gusto es derivado de nuestra actitud libre-, o podemos gozarnos –
con una nueva alegría más consciente y maliciosa- en la desgracia del enemigo, o desear
que esa desgracia sea aún mayor. Con ese mecanismo llevado a su extremo, se puede
entender algo de la extraña satisfacción de una multitud ante el espectáculo de una
ejecución sangrienta o las burlas de un agresor injusto ante el sufrimiento del inocente.

3. Una segunda actitud de la libertad que influye en la afectividad consiste en los actos
libres de amor y odio., y con ella la influencia es más profunda. Podría explicarse quizá
diciendo que, en este tipo de actos, no nos fijamos en primer lugar en el juicio racional
sobre la corrección o incorrección sino en el contenido mismo de lo bueno o lo malo que
hay en esos juicios.

Solemos distinguir entre las personas que tienen una gran fuerza de voluntad y
aquellas que se empeñan apasionadamente en algo. Admiramos en las primeras esa fuerza
de voluntad, el dominio de sí mismas, su capacidad de sacrificio y de abnegación, su
coherencia. En las segundas vemos algo más -la fuerza o la intensidad con la que quieren
algo o alguien-, y, en este caso, su capacidad e abnegación no es lo definitivo de su
conducta. Unos padres buenos, por ejemplo, tienen mucho de lo último, pero el motivo que
les lleva ordinariamente a sacrificarse por sus hijos no es solamente el sentido del deber o el
sentido del compromiso, sino el amor que les tienen. O, con otro ejemplo, estudiamos de
manera diferente una materia que tenemos obligación de cursar –y podemos hacerlo con
profundidad- y otra materia que nos importa por su contenido o por la incidencia que puede
tener en nuestro proyecto profesional. Desde esa perspectiva, los que aman, los artistas, los
revolucionarios convencidos, los investigadores apasionados… tienen fuerza de voluntad,
pero no actúan solamente con ella o por ella. La tienen o la usan porque quieren o desean
algo con peculiar intensidad.

Estas actitudes más profundas de nuestra libertad están en el origen de nuevos


sentimientos y gamas afectivas. La alegría de unos padres por el éxito o el fracaso de un
hijo son muy diferentes si le quieren o si se desentienden de él. O la alegría ante una pieza
de música que experimenta quien ha cultivado su sensibilidad es muy diferente a quienes no
le hemos dedicado interés.
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Esas y otras actitudes libres influyen en nuestro mundo afectivo, y, también en este
aspecto nos diferenciamos de los animales. En ellos, su conducta se explica por los
sentimientos primarios que provocan sus instintos y el entorno, y, en caso de conflicto, por
el predominio del sentimiento más intenso o más rápido. En la especie humana, se da por
una parte el reconocimiento y la valoración racional de los afectos, y, por otra, la conducta
se entiende principalmente a partir de las actitudes libres que adoptamos.

En consecuencia, para entender nuestro mundo afectivo, resulta necesario


preguntarse qué es lo que queremos, o qué queremos realmente, o que nos importa, interesa
o mueve libremente, y cómo lo queremos y porqué… Los sentimientos influyen, como es
lógico, en las decisiones que tomamos, que son más fáciles si concuerdan con nuestras
disposiciones afectivas. Y, al contrario, con más razón, nuestras decisiones generan nuevos
sentimientos, aún incluso en el caso de que vayan directamente en contra de ellos. No es
infrecuente que para hacer algo que nos interesa, tengamos que hacernos violencia, apretar
los dientes, aguantarnos las lágrimas, y que, si lo conseguimos, sea más intensa la emoción
que produce el haberlo conseguido.

4. Conviene detenerse un momento para distinguir entre nuestras emociones y nuestros


actos libres. Algunas personas confunden esas diferentes reacciones. Se trata de una
confusión lógica porque se dan simultáneamente en un proceso unitario, y porque tanto la
afectividad como la libertad son estructuras tendenciales hacia el bien, y resulta natural unir
lo que sentimos y lo que queremos. Pero es fácil advertir que se trata de planos diferentes
de acción. En ocasiones, por ejemplo, se dan colisiones entre las diferentes tendencias
internas, que provocan conflictos interiores. Una persona que se esfuerza por adelgazar
puede tener al mismo tiempo ganas de atiborrarse de dulces, sentir que le incomoda hacerlo
porque está en compañía de alguien que le hace sentirse vigilado, pensar que debe
mantenerse firme en su decisión, y decidir finalmente en un sentido o en otro.

Sobre todo, en nuestra cultura conviene aprender a distinguir entre los estados
sentimentales, la armonía emocional, las emociones que todos tenemos... y las acciones
libres. Se entiende mejor esa distinción si se tienen en cuenta algunas características propias
de los procesos sentimentales y los procesos libres.

a) Los sentimientos son –por su propia estructura- egocéntricos. Valoran a las


personas, el entorno, las situaciones... por comparación con uno mismo. En ellos,
descubrimos si algo nos agrada o repugna, nos conviene o nos lastima, etc. No es, sin
embargo, una valoración egoísta, sino involuntariamente egocéntrica, que se da de manera
automática. Unos padres, por ejemplo, que se levantan varias veces por la noche para
atender a un crío, no experimentan sentimientos de ternura hacia él, sino de molestia,
enfado... y eso no significa que sean egoístas, sino sencillamente que están cansados. O, con
otro ejemplo, necesitamos que nuestros amigos cuenten con nosotros, estén pendientes de
nuestros problemas, muestren de alguna forma su afecto; si la amistad se redujera a eso,
sería, como piensan algunos, una forma camuflada de egoísmo, de búsqueda de la propia
satisfacción afectiva.
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El egoísmo o la generosidad, en cambio, son actitudes de la libertad. La voluntad


permite ponerse en lugar de otro, hacer que sus intereses sean prioritarios respecto de los
propios, pasar por encima de sentimientos de rechazo o de indiferencia, etc. La voluntad
humana puede ser –en lugar de egocéntrica- excéntrica, en el sentido de que uno puede
poner fuera de uno mismo el centro de las acciones, o puede elegir libremente vivir para sí
mismo. Así, en la amistad auténtica, renunciamos muchas veces a nuestro propio interés, a
veces de mal humor y con muy pocas ganas, para hacerle un favor a un amigo, o, y entonces
sí somos egoístas, preferimos nuestro bienestar y dejamos de lado a un amigo con sus
problemas.

b) Los sentimientos proporcionan valoraciones parciales, múltiples, fragmentarias


de la realidad. Por esa razón, con frecuencia, tenemos varios sentimientos simultáneos
respecto del mismo objeto. De una misma persona hay cosas que nos caen bien, porque son
cualidades buenas, y otras mal, porque tiene defectos; o de la carrera que estudiamos nos
interesan algunas asignaturas y otras nos parecen pesadas. O tenemos sentimientos
sucesivos respecto del mismo hecho, porque a veces nos atrae ver una película, y otras
veces en cambio no, y unas veces querríamos ver una película de una clase y otras de otra,
dependiendo del humor que tenemos.

La libertad permite una valoración o una disposición global de uno mismo frente a
las situaciones, las personas, o los hechos. Involucra al objeto entero, con sus cualidades y
límites, sus aspectos positivos o negativos. Por eso queremos a alguien, a pesar de sus
defectos o contando con ellos, o estudiamos una carrera que no está exactamente diseñada
según nuestras preferencias personales.

c) También por esa razón, los sentimientos son disposiciones que se desarrollan en
presente. Son transitorios, alternantes, sucesivos. Aunque algunas actitudes afectivas
derivadas de la libertad son más estables –como los amores familiares o los hábitos
profesionales-, y de alguna forma, siempre sentimos afecto hacia nuestra familia, o estamos
contentos con la tarea profesional. Pero, como es obvio, esa disposición más o menos
estable no quita que puedan darse emociones contrarias, y son frecuentes –necesarias
incluso- las discusiones familiares apasionadas, o tareas profesionales que nos desagradan.

Las decisiones y los amores libres tienen en cuenta el presente y también el futuro;
no se reducen a lo que sentimos aquí y ahora. En este sentido, configuran disposiciones más
estables, permanentes. Son permanentes no en el sentido de que no se puedan modificar,
sino en el sentido de que –mientras se mantienen- pasan por encima de los cambios
sentimentales.

d) Finalmente, los sentimientos influyen en las decisiones libres que adoptamos;


empujan nuestra libertad en una determinada dirección. El desánimo afectivo o la ilusión, la
ternura o la repugnancia, el miedo o la sensación de seguridad... son factores que
intervienen en el proceso de la libertad. Se denominan en ese sentido sentimientos
antecedentes, previos a lo que decidimos o elegimos.

Y, al contrario, las decisiones libres generan nuevas capas afectivas, que suelen
llamarse sentimientos consecuentes, porque aparecen después del uso de nuestra libertad.
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Cuando elegimos entre varias opciones, o estamos convencidos de algo, o tiramos la toalla
ante algo que nos parece imposible... se forman nuevas respuestas emocionales. A casi
todos nos da pereza un largo viaje, o un plan improvisado, justo en el momento en el que se
va a efectuar, porque rompe la rutina de siempre, pero si vencemos esa resistencia inicial, es
fácil que disfrutemos inmediatamente.

Esas características diferentes no significan que el proceso afectivo y el proceso


libre sean totalmente independientes. No se puede establecer una dicotomía clara entre
ambos. Se apuntan aquí esas diferencias porque sirven no para separarlos sino para
establecer una jerarquía inteligente entre uno y otro, para aprender a “gestionar las
emociones”10, o para no caer en actitudes dominadas solamente por las inclinaciones
sentimentales.

BIBLIOGRAFIA DE REFERENCIA

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