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Apuntes lectura I+C

Carlos Córdoba Cely María Cristina Ascuntar Rivera

en el andamiaje de procesos de exploración e investigación relacionados estrechamente con el contexto.


Lo anterior se convirtió también en un reto, que supuso hacer una breve revisión del estado actual de la
I+C en Colombia y de esta manera visualizar un panorama que propenda por la comprensión de las
prácticas creativas existentes, y que además a futuro brinde los elementos necesarios para apropiar y
recrear nuevos escenarios de I+C en el territorio.
Bajo la anterior perspectiva, cabe destacar que, en el año 2015 el Departamento Administrativo de
Ciencia, Tecnología e Innovación (COLCIENCIAS, 2015) expidió la guía de programas de ciencia,
tecnología e innovación, en la cual incluyó la Investigación+Creación (I+C) como un nuevo enfoque del
cual se derivan otras formas de generación de conocimiento. Este hecho se constituye en un
avance significativo en la legitimación de la I+C y en el reconocimiento de las prácticas
creativas como campos que proporcionan miradas alternativas, distintas de los paradigmas habituales
establecidos para generar conocimiento y, por ende,

de acuerdo con lo expuesto por Bonilla et al. (2017), “hace referencia tanto al proceso como al
resultado de la actividad creativa consistente en explorar diferentes experiencias y sensibilidades a través
del juego con formas y materiales que pueden tener o no una funcionalidad más allá de su valor
estético” (p. 283).

Por lo anterior, es perceptible la predominancia de unas concepciones estrechamente relacionadas


con el desarrollo humano y los valores socio-culturales existentes en el territorio, que se
sobreponen a los aspectos de carácter geográfico siendo solo una parte de sus múltiples
componentes

Lo anterior tiene correspondencia con los planteamientos de Silva-Cañaveral (2016), quien


sustenta que “la investigación-creación es un modelo de relación entre los seres humanos y sus
contornos de saber, que forma y deforma el conocimiento sensible desde lo individual, lo grupal y lo
social” (p. 54). Adicionalmente, Ballesteros y Beltrán (2018) elaboran unas precisiones sobre las
características que debería tener un proyecto para ser inscrito dentro del marco de la I+C, de las cuales
cabe destacar: la perentoriedad de articularse con instituciones académicas o centros de investigación;
la rigurosidad en el desarrollo del proceso creativo, que además requiere de una
retroalimentación del público; la contribución en la experiencia humana que aporta al
entramado social y, finalmente, producir una creación, cuyo valor no se define únicamente en
términos del artefacto resultante, sino por la experiencia y reflexión que este propicia

Para realizar esta taxonomía se tomó como base los entornos para el bien común propuestos
por Lafuente (2007), reconocidos también bajo el nombre de Procomún y que se establecen como
punto de confluencia entre la indagación y los procesos creativos en cinco entornos: 1. Entorno
Cuerpo: el cuerpo como exploración creativa para reinventar la relación del sujeto con el cuerpo; 2.
Entorno Ambiente: el medio ambiente como exploración creativa para convivir sosteniblemente en la
biosfera y la geosfera; 3. Entorno Digital: el ecosistema digital como exploración creativa para
transformar bits, códigos y estructuras en bienestar social; 4. Entorno Ciudad: la ciudad como
exploración creativa para construir esta segunda naturaleza; 5. Entorno Cultura: los ecosistemas
culturales y creativos como exploración creativa para reactivar las relaciones sociales domésticas .

Por lo anterior, es importante anotar que fue preciso recurrir al enfoque del procomún planteado
por Antonio Lafuente, con miras a generar un marco taxonómico, considerando analogías y puntos
de convergencia entre los proyectos, sin pretender una agrupación con fines de homogeneización y,
contrario a ello, preservar la identidad de cada proceso de I+C, que finalmente refleja las
particularidades de cada territorio.

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