Está en la página 1de 4

UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA MARÍA

FACULTAD DE DERECHO
ESCUELA PROFESIONAL DE CIENCIAS JURÍDICAS Y
EMPRESARIALES

Asignatura: Doctrina Social de la Iglesia


Profesor: P. Luis Andrés Carpio Sardón
Material para trabajo en la Segunda semana de clase: 20 al 25 de
marzo de 2023
Secciones: A y B

3. El compromiso social de los cristianos. ¿Por qué la Iglesia se mete


en temas sociales?

Hay un consenso general en que Jesucristo no formó parte de ningún grupo


religioso-político de su época (como los zelotes, los fariseos, los esenios, etc.). Sin
embargo, sí tuvo preocupación por los problemas sociales (no se desentendió de las
calamidades sociales de su tiempo); cumplió sus obligaciones cívicas, como el pago
de impuestos; reconoció la autoridad civil («dad al César lo que es del César...»), etc.
Su enseñanza es de carácter religioso y moral, pero tiene una aplicación en la vida
social clara, aunque no se dedicara a reformar la política ni fuera un líder político.
Por ejemplo, cuando Jesús enseña «que os améis los unos a los otros como yo os
he amado» (Juan 15, 12-13), o cuando dice: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos,
que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores»
(Mateo 5, 43-45); está poniendo las bases para la superación de discriminaciones
sociales. Por eso san Pablo escribirá a los Gálatas que «ya no hay diferencia entre
judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros
sois uno solo en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28).
A partir del ejemplo de Jesús, el cristianismo primitivo, aun en medio de una
sociedad pagana –en muchas ocasiones, hostil al Evangelio– y sin capacidad alguna
para reformar las estructuras porque los cristianos no eran nadie, se esforzó por
aliviar las situaciones sociales extremas o por respetar y obedecer a la autoridad
(por ejemplo, también en la Epístola a Diogneto se dice de los cristianos que
«obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes», Cap.
5-6). Con el paso de los siglos, y en una sociedad ya oficialmente cristiana, el
compromiso social de los cristianos será una constante.
Benedicto XVI recordaba cómo el emperador Juliano († 363), que rechazó la fe
cristiana, quiso restaurar un paganismo reformado. Sin embargo, escribió en una de
sus cartas «que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la
actividad caritativa de la Iglesia» (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 22). En
definitiva, siempre ha habido en la Iglesia una caridad organizada para servir a todos
atendiendo a las necesidades y sufrimientos espirituales y materiales; y también una
preocupación y reflexión por las cuestiones sociales.
Las reflexiones de los Padres de la Iglesia sobre problemas sociales relacionados
con la justicia (los Padres fueron pastores de los primeros siglos del cristianismo
que sobresalieron por su doctrina y santidad de vida, como san Agustín, san Juan
Crisóstomo, san Basilio, etc.); las reformas legales inspiradas por principios
cristianos a partir de época de Constantino; el estudio teológico sobre la justicia, las
leyes, la propiedad o el bien común en la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino
(† 1274); el pensamiento de los profesores de la Escuela de Salamanca como
Francisco de Vitoria († 1546) –y muchos otros– sobre el derecho de gentes, la
dignidad de la persona, la actividad económica, el préstamo a interés, etc.; el
nacimiento de lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia con la encíclica
Rerum novarum (1891), del papa León XIII, en el contexto de la cuestión social
provocada por la primera industrialización, etc., son algunos de los numerosos
ejemplos que forman una constelación de reflexión y compromiso social
ininterrumpido a lo largo de la historia.
A día de hoy el empeño de la Iglesia en el ámbito social se centra en aspectos
diferentes según los lugares del mundo, aunque necesariamente interrelacionados
debido a la globalización. Junto al esfuerzo compartido por resolver y aliviar las
calamidades sociales de distinto tipo, la Iglesia promueve la defensa de la dignidad
de la persona y su libertad, sobre todo religiosa, así como actividades y reflexiones
sobre numerosas cuestiones sociales: familia y educación, democracia, pluralismo y
valores morales; cuidado del medio ambiente, trabajo, desarrollo sostenible,
pobreza, sistemas económicos, los problemas del consumismo; la paz, la guerra y el
terrorismo; los refugiados, los inmigrantes; el aborto, las amenazas contra la vida o
contra la familia y la estabilidad familiar, etc. Basta repasar las intervenciones
públicas de diverso tipo de los Papas de los últimos siglos.
Sin embargo, surge una pregunta: ¿por qué la Iglesia interviene en temas sociales
que tienen que ver con la política o la economía? La respuesta es que la Iglesia lo
hace porque en esas cuestiones está en juego un valor moral fundamental: la
justicia. Detrás de los problemas sociales hay injusticias. La injusticia hace daño a
las personas y es una ofensa a Dios –un pecado–, que Jesucristo ha querido sanar y
redimir. Por eso la Iglesia siempre ha procurado contribuir a una sociedad más justa.
Hay algo que está claro en la vida de Jesucristo y que la Iglesia debe tener
presente: no toca a la Iglesia la realización de la justicia en el mundo. El
establecimiento de un orden justo en la sociedad no es tarea que corresponda a la
Iglesia, sino principalmente a la política. Como ha hecho ver Benedicto XVI (Encíclica
Deus caritas est, n. 28), la política no es una mera técnica para determinar
ordenamientos públicos, sino que su origen y su meta es la justicia en la convivencia.
La justicia es el objeto y la medida de toda política. Por eso san Agustín afirmó que
un Estado que no se rigiera según justicia sería en realidad una banda de ladrones.
Pero al mismo tiempo la justicia es un valor de naturaleza ética.
Para construir ordenadamente la sociedad resulta claro que la justicia es un
criterio determinante de las relaciones ordenadas entre las personas y en la
sociedad, aunque no sea el único. Por eso el derecho es tan importante. Sin embargo,
sin fuerzas morales es imposible hacer justicia y en este contexto se comprende
la necesidad de la justicia entendida como virtud, es decir, como un valor ético cuya
raíz se encuentra en cada persona.
En su Mensaje para la Cuaresma de 2010, Benedicto XVI comentó esta frase de
Jesús:
Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que
sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... porque de dentro, del corazón
de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios,
adulterios, codicias, maldades, fraude, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia,
insensatez. Todas estas cosas proceden del interior y hacen impuro al hombre
(Marcos 7, 15.20-23).
El entonces Papa llamaba la atención sobre el hecho de que muchas ideologías
modernas han caído en el error de identificar el origen del mal en una causa exterior.
Como la injusticia viene de fuera, para que reine la justicia es suficiente con eliminar
las causas exteriores que impiden ponerla en práctica (por ejemplo, en el marxismo
sería la abolición de la propiedad privada; en el capitalismo liberal, la restricción de
la intervención del Estado en economía; en la cuestión de género, la reformulación
del lenguaje y la cultura).
Benedicto XVI calificaba esa idea como «ingenua y miope»: la injusticia no tiene
raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, y si solo
se pretende lograr la justicia transformando las estructuras exteriores, pero sin
prestar atención a la transformación –sanación en cierto modo– del corazón de las
personas (su calidad moral), será imposible arraigar la justicia en la sociedad. Como
mucho, el mundo quedará inundado de leyes que obligan, prohíben, restringen o
amenazan. Las leyes son necesarias y tienen una función positiva, pero también hay
que prestar atención al corazón humano.
Por tanto, tiene sentido que, junto a poner los medios externos para erradicar o
al menos disminuir las injusticias, sea imprescindible ocuparse también de poner
remedio al corazón humano. En esa tarea la religión puede dar una contribución
a la sociedad para la solución del problema de la injusticia porque ayuda a
sanar los corazones; y por eso se puede justificar plenamente la presencia
razonable de la religión en la vida pública, porque toca una dimensión del
esfuerzo por lograr la justicia a la que no llega el Estado, ni los políticos, ni las leyes.
Excluir totalmente la religión de la vida pública –de la educación, del debate social y
político, de la economía, etc.– es un error garrafal si lo que se quiere es lograr de raíz
la justicia en la sociedad.
En conclusión, la contribución de la Iglesia en las cuestiones sociales se entiende
en el contexto de promover la justicia entendida como valor ético, como virtud.

Resumen
• No es posible separar el amor de Dios del amor al prójimo, pues así lo hemos
aprendido de Jesucristo. Por eso la tradición cristiana ha desarrollado toda su
reflexión moral sobre la vida en sociedad a partir de dos grandes principios, que
son dos virtudes, es decir, una disposición estable para actuar bien: caridad y
justicia.
• La justicia tiene tres dimensiones: justicia conmutativa, que ordena las relaciones
entre los individuos; justicia distributiva, que asigna las cargas y beneficios que
corresponden a cada individuo; y justicia general o legal, que mira al bien común.
• La caridad, que está inspirada por la lógica del don, complementa y supera la
justicia, y ambas se convierten en el motor de la humanización de la sociedad.
Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.
• Los cristianos están llamados a ser como el alma del mundo, vivificando desde
dentro la sociedad. La vocación que Dios ha pensado para solucionar un buen
número de los males de este mundo es, sobre todo, aunque no exclusivamente, la
vocación laical.
• La Iglesia interviene en temas sociales porque en esas cuestiones está en juego
un valor moral fundamental: la justicia. Detrás de los problemas sociales hay
injusticias. La injusticia hace daño a las personas y es una ofensa a Dios –un
pecado–, que Jesucristo ha querido sanar y redimir. Por eso la Iglesia siempre ha
procurado contribuir a una sociedad más justa.

También podría gustarte