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Premisa
¿Por qué hablar todavía hoy de calidad urbana? ¿Cuál es y cuál debería ser
la relación entre espacio público y calidad urbana?
La ciudad ha cambiado. Y está claro que la ciudad contemporánea se ha
ido «más allá» de lo que durante décadas la urbanística ha tratado de poner
en práctica, ha cambiado sus caracteres genéticos, dando lugar a nuevas for-
mas de asentamiento que a menudo no son comparables con los de la ciudad
«tradicional» e histórica. Por eso, hoy en día es difícil hablar de ciudad, si no
de diferentes ciudades. Y la ciudad contemporánea corre el riesgo de conver-
tirse en una no-ciudad.
nombraron no-lugares (Augé, 1992) y ahora se empiezan a llamar super-lu-
gares o hiper-lugares (Koolhas, 2001), que han reproducido —o al menos
han intentado reproducir— la ciudad en un entorno clausurado, en sets pu-
blicitarios, absolutamente falsos e independientes e indiferentes al entorno
territorial o urbano en el que se ubican. Por lo tanto, desprovistos de las
normales relaciones que son el origen de la ciudad y que la están conducien-
do hacia una estandarización —a nivel mundial— de forma y contenido que
hacen que parezcan casi iguales el aeropuerto de Doha, en Qatar, al de
Malpensa (Milán) o de Orly (París).
Lugares cerrados, frecuentemente cubiertos, que desempeñan el papel de
«atractores» en relación con el tipo de funciones, casi siempre muy especiali-
zadas, que se concentran allí (estaciones de ferrocarril, aeropuertos, grandes
centros comerciales, outlet, etcétera) y que cada vez más frecuentemente se
proponen como simulacros de la ciudad, donde, sin embargo, se intenta repro-
ducir exclusivamente los contenidos comerciales y las formas de la ciudad tra-
dicional o histórica pero que de la ciudad no tienen ni la sustancia ni la com-
plejidad funcional y sólo van a aumentar los flujos de movilidad innecesaria
que caracterizan a los suburbios de las grandes ciudades contemporáneas.
Todo esto, sin embargo, debe dar lugar a la sospecha de que simplemen-
te se cambió el concepto común de la ciudad, y en consecuencia, los cáno-
nes de calidad urbana. ¿Pero, como planificadores, todavía somos capaces
de especificar cuáles son los factores de calidad urbana y tenerlos en cuen-
ta para los fines de la planificación urbana y la definición de las políticas
urbanas?
El objetivo de este ensayo quiere ser la identificación de elementos —com-
partidos— de calidad urbana, adoptando un enfoque multidisciplinario
(que, en un principio, debe ser necesariamente histórico), y la definición de
unos criterios para el diseño (o rediseño) urbano para proporcionar calidad
urbana en las recientes ampliaciones de las ciudades.
objetivos muy específicos y, sobre todo, como expresión de determinadas
relaciones que se desarrollan en zonas geográficas bien definidas, relaciones
distintas en función de las características del territorio y de las comunidades
asentadas, asumiendo de tiempo en tiempo el papel del lugar de comercio,
servicio, defensa (Docci, 2006).
La ciudad siempre ha sido el lugar que expresa una comunidad y, como
tal, siempre ha tenido una fisonomía bien definida, inmediatamente recono-
cible, con valores formales y figurativos que representan a esa comunidad y
no a otras. Por eso, debe tener «calidad urbana» (Vittorini, 2003).
Fundamental para la ciudad era su límite: la ciudad era una organización,
tenía sus propias leyes distintas de las del extramoenia, de fuera de la ciudad
y la delimitación tenía la intención de establecer el límite de dos códigos de
derechos y deberes: lo del ciudadano y lo de la población externa.
Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano (Mémoires d’Hadrien,
1951) hace decir al Emperador, dirigido a sus dignitarios, que, para fundar
una ciudad, hay necesidad de albañiles y carpinteros, herreros y arquitectos,
trabajadores de la piedra, de la madera, fontaneros, etcétera. Pero también
hay necesidad de asistentes y hechiceros, porque la ciudad es también un
hecho sagrado, en sus límites y en su alma profunda.
Dentro de sus límites, cada ciudad tiene su propio diseño, un diseño pre-
determinado, como si la ciudad, junto con el límite, ya tuvieran su propio
código genético. Una vez definido el límite, de hecho, la ciudad se enfrentaba
a la organización del espacio, la organización de los caminos, de los lugares de
encuentro y de las plazas: la organización del territorio de la comunidad. A
través del diseño urbano, el espacio público —calles, plazas, avenidas— en-
tonces toma un papel estructurante y se convierte en generador de la ciudad.
Para todo esto, el límite tuvo un profundo significado en términos legales
y por lo tanto sagrados. Pero es precisamente el concepto fundamental de
límite el que se pierde en el rápido crecimiento de la ciudad contemporánea
(Secchi, 2010).
pandido en la dirección de la «metrópolis difusa» o de la «ciudad-región»
(De Carlo, 1962), es prácticamente imposible identificar el límite de la ciu-
dad, lo que una vez estaba confiado a las murallas defensivas. Una «merme-
lada» de edificios, predominantemente residenciales, cubre los espacios va-
cíos entre un centro habitado y el otro. Así, los suburbios, las periferias, son
una «invención» de la ciudad moderna. Y ahora, la ciudad «gotea» en el te-
rritorio a través de los suburbios, agravando fuertemente la crisis del con-
cepto del «límite» de ciudad. En las expansiones urbanas más o menos re-
cientes, se pierden los criterios para la calidad urbana.2
En los nuevos barrios, lo que es más evidente es la transformación de las
formas del habitar, que está conduciendo a la erosión gradual del espacio
público (el «espacio de relación») a favor de los espacios privados y semi-
privados. Barrios que se caracterizan por la ausencia casi total de elementos
de calidad urbana, que a su vez se encuentran en la ciudad tradicional e his-
tórica (Cerasoli, 2008; 2010).
En primer lugar, en estos contextos urbanos o pseudo-urbanos se invier-
te la relación entre el espacio público y el espacio privado, en favor todavía
de este último. Si, en la ciudad tradicional, se percibe —sin duda— el papel
estructurante del espacio público —pensamos en la estrecha red de calles del
centro histórico de Roma o a los más ordenados y regulares de Turín y
Florencia (fundadas por los romanos), que son el centro de la vida social
y relacional de sus habitantes— sin embargo, en la ciudad contemporánea
está desapareciendo justo la componente «de relación» y este espacio, no
necesariamente público, se convierte en un accesorio, esencial sólo para la
movilidad individual. Pero con la desaparición de la función relacional del
espacio público, en un mecanismo de doble sentido de causa/efecto, también
están desapareciendo todas las funciones urbanas que tuvieron lugar allí y, a
través de él, se mantuvieron en la vida.
Bajo un perfil meramente formal, alejándose de la ciudad histórica y con-
solidada, el paisaje urbano se transforma y del espacio público que comunica
con el edificio —que al mismo tiempo lo define— se pasa a un espacio públi-
co que no tiene relación con el tejido construido, donde los muros exterio-
res, de altura variable y difícilmente penetrable incluso visualmente, aíslan y
2. En los suburbios italianos más recientes, incluso los que surgen de forma espontánea, el
tipo de asentamiento más extendido ve la propagación de una trama (pseudo) urbana de baja
densidad obtenida principalmente de edificios aislados con dos o tres plantas y un jardín (Cera-
soli, 2008; 2010).
expulsan a aquéllos que caminan por las calles, casi siempre sin veredas y
bastante pequeñas. Carreteras que se convierten en campo exclusivo de los
vehículos contra los peatones ya raros. Sin embargo, en Italia esta periferia
está habitada por al menos un tercio de la población de las grandes ciudades.
Está claro que detrás de esta ciudad hay nuevos modelos de vida. Puede
ser útil, entonces, recordar que en los países anglosajones, antes, y en los de
la cultura latina, más tarde, a mediados del siglo pasado, se produce un cam-
bio de costumbres y cultura ligado a la difusión de la motorización masiva y
los medios de comunicación, la televisión en primer lugar (Menduni, 1999),
que se convierten en portadores de un mensaje consumidor disruptivo que,
muy rápidamente, conduce al nacimiento y difusión de un modelo de asen-
tamiento —la casa aislada, de tamaño medio, con una pertinencia de tamaño
medio, en un contexto estandarizado al mismo tipo que casi se puede definir
un «tejido»— que se basa en la supuesta libertad de movimiento vinculada al
uso del coche privado (Cerasoli, 2011).
Un modelo de clara matriz norteamericana que se ha extendido a mancha
de aceite y que, a menudo, se ha visto favorecido por gobiernos cómplices
que, sobre esto, han construido más de una economía y una fiscalidad insos-
tenible bajo los perfiles económico, medioambiental y, sobre todo, social.
la ciudad, a menudo la planificación y el diseño urbano se han proyectado
en la definición de nuevos «signos», claramente reconocibles (como el arco
del E42-EUR de Adalberto Libera o las nuevas «Puertas» de Roma del Plan
2003).
En particular, la cuestión de la definición del límite urbano vuelve a estar
presente en algunos planes urbanísticos municipales de los años noventa,
como los de Florencia (1992) y Ravenna (1993). En el proyecto de ambos
planes, se introduce un parque lineal, el «Parco delle Mura Verdi», con el fin
de enfatizar los límites de la ciudad consolidada y que se caracteriza por ser
un cinturón verde fuertemente usable, conectado con el tejido urbano, vi-
niendo a jugar el papel de «bisagra» entre ciudad y campaña. Y reafirmando
así el concepto de límites de la ciudad.
Sobre la complejidad funcional se basa asimismo la riqueza intrínseca del
organismo urbano (Vittorini, 1988). La ciudad siempre ha sido el lugar don-
de se concentran las actividades de servicio y apoyo a los que viven en ella.
En la ciudad existían el mercado, los artesanos, todas las funciones rela-
cionadas con el intercambio y la relación. Funciones en gran medida alcan-
zables caminando que, por eso, tenían una necesidad vital de espacio públi-
co (de relación). Sólo con el Movimiento Moderno se socava la «compleji-
dad funcional» de la ciudad en favor de la teoría de la zonificación mo-
nofuncional, la ciudad dividida en zonas de acuerdo a las funciones que
tienen lugar allí.
Pero la ciudad que se ha producido sobre la base de esta teoría ha cance-
lado el espacio público de relación, a favor de la función simplificada del
desplazamiento —obligatoria e innecesaria— con los medios de transporte,
borrando así el componente social de la vida comunitaria.
Sin embargo, es precisamente el espacio público que constituye —y sigue
constituyendo— la armadura de la ciudad.
y su mobiliario urbano siempre han comprometido al más y al mejor de los
recursos económicos, artísticos y de gestión de la comunidad. La plaza y el
curso, la galería y la avenida eran siempre y en todas partes lugar de concen-
tración de obras de arte, funciones raras y valiosas, servicios de alto nivel,
edificios simbólicos y representativos» (Marcello Vittorini, 1992).
espacios de resulta que los distintos objetos construidos (o las arquitecturas)
quedan libres.
La reflexión sobre los factores de la calidad urbana debe dar entonces un
paso adelante. La ciudad debe volver a ser escena urbana siempre viva en
todos sus espacios que son públicos y por lo tanto colectivos, donde la ar-
quitectura, abandonada la autoreferencialidad que muchas veces la ha carac-
terizado el siglo pasado, reconquista su innato rol urbano. Dado que la ciu-
dad es un «hecho complejo», multifuncional e integrado.
Tratando de calidad urbana, como ya hemos visto, las ideas más interesantes
son ofrecidas por la tradición del urbanismo de la ciudad occidental.
El papel de la urbanística y, en general, de la planificación y el diseño
urbano puede entonces acercar la experiencia de calidad que se ofrece por los
tejidos históricos y consolidados de las ciudades con las necesidades y de-
mandas de la vida y la cultura contemporánea.
A partir de una hipótesis de Marcello Vittorini (1988), uno de los planifi-
cadores italianos más evolucionado y fecundo en las últimas décadas, en el
marco de las actividades de investigación del Departamento de Arquitectura
de la Universidad Roma Tre, desde hace unos años se ha iniciado un estudio
sobre las «formas» de la ciudad contemporánea que, a través de la decons-
trucción y el reensamblaje de los criterios formales y funcionales que se su-
pone que son la base de cada asentamiento urbano de tradición occidental,
examina los elementos de distribución de las funciones, los tipos de tejidos
construidos y la movilidad. Este estudio ha dado a luz a una gramática que
está basada en los criterios formales de la ciudad tradicional, históricamente
relacionados con las ciudades fundadas por los antiguos griegos, los etruscos
y los romanos, a los utilizados por los españoles en América Latina y que se
expresa a través de una «grilla teórica» para la reorganización y la mejora de
la ciudad dirigida a la reconfiguración de la estructura espacial, elementos
clave que son la calidad del espacio público de relación, la permeabilidad del
tejido urbano, la complejidad de las funciones previstas, con especial énfasis
en las cuestiones relativas a la estructura de la movilidad urbana.
La «grilla teórica» (Cerasoli, 2008; 2010) se origina en el elemento básico
del organismo urbano, la manzana. La manzana es un área rodeada por ca-
rreteras, generalmente ocupada por uno o varios edificios que se agrupan de
acuerdo a varias posibilidades, que en la ciudad moderna asume a menudo
un tamaño medio de 80 a 100 metros de lado y una forma regular y sustan-
cialmente cuadrada (figura 1).
Por lo tanto, la «gramática», continuando en la simplificación, planteando
la hipótesis de que las «unidades urbanas elementales» deben consistir en una
red ortogonal de calles (la grilla) que debe garantizar el requisito de la per-
meabilidad de los tejidos, cuya malla está regulada por la manzana de forma
regular y casi cuadrada, y que tiene una extensión máxima de 800-1.200 me-
tros por lado.
En la unidad urbana elemental deben estar presentes todas las «utilida-
des» indispensables para el desarrollo de la vida cotidiana, la asignación mí-
nima de equipos comerciales y servicios básicos necesarios y suficientes para
las necesidades de los habitantes y usuarios: tiendas (de primera necesidad),
servicios básicos, etcétera.
Reproduciendo las dinámicas del crecimiento de la ciudad histórica y tra-
dicional, las «unidades urbanas elementales» tienen un tamaño predetermi-
nado y, por lo tanto, el crecimiento del organismo urbano se lleva a cabo a
través de la duplicación de las unidades, cada una equipada con un «lugar
central» y las mismas funciones esenciales. En el organismo urbano, una o
más unidades urbanas elementales pueden jugar el papel de «centralidad ur-
bana», calificándose en relación con la presencia de servicios de nivel supe-
rior. Sin embargo, si por ejemplo se tratara de una sola unidad elemental
urbana, independiente, ésta se comportaría como un «pueblo», un pequeño
casco urbano en el cual se concentran los servicios esenciales para sus habi-
tantes y para un definido entorno territorial. Particularmente minucioso ha
sido el estudio sobre la estructura de la movilidad, el tema fundamental de la
ciudad contemporánea (figura 2, véase página siguiente).
La gramática distingue dos modos de transporte, uno primario, basado
en el transporte público, y el otro, complementario, basado en vehículos
privados.
Al primero le es confiado el papel fundamental de conectar directamente
a los núcleos, los «lugares centrales», de las diversas «unidades urbanas ele-
mentales», mientras que el segundo juega un papel de apoyo y se lleva a cabo
en una red de carreteras «fluida» interbarrial, externa a las «unidades urbanas
elementales», sin interferencia con la movilidad pública. Mientras que en los
barrios este modo estaría sujeto a restricciones de velocidad («zona 30») y
viabilidad (zonas de tráfico limitado, zonas peatonales).
Los automóviles serían así «externalizados» con respecto a los barrios, li-
mitando —pero nunca impidiendo— su uso en favor del más sostenible trans-
porte público, que por lo tanto podría tener caracteres de eficiencia y calidad.
Figura 2. La «retícula teórica»: esquema de agregación la de las «unidades urbanas
elementales» y estructura de la movilidad.
Sería una posible vía para la recuperación de la «calidad urbana», que, desde
hace algún tiempo, la ciudad contemporánea está perdiendo. Porque la gente
necesita de una ciudad bella y funcional.
Figura 3. Hipótesis de reorganización para la periferia al Suroeste de Roma de
acuerdo con la «retícula teórica».
Figura 4. Hipótesis de reorganización para la periferia al Suroeste de Roma de
acuerdo con la «retícula teórica». El barrio Acilia.
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