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© Diego Sánchez González

Plaza Bib-Rambla, Granada

Espacio público y calidad urbana


Mario Cerasoli1

Premisa

¿Por qué hablar todavía hoy de calidad urbana? ¿Cuál es y cuál debería ser
la relación entre espacio público y calidad urbana?

1. Doctor en Urbanismo por la Universidad La Sapienza; Profesor-Investigador en el Depar-


tamento de Arquitectura, Universidad Roma Tre, Italia.


La ciudad ha cambiado. Y está claro que la ciudad contemporánea se ha
ido «más allá» de lo que durante décadas la urbanística ha tratado de poner
en práctica, ha cambiado sus caracteres genéticos, dando lugar a nuevas for-
mas de asentamiento que a menudo no son comparables con los de la ciudad
«tradicional» e histórica. Por eso, hoy en día es difícil hablar de ciudad, si no
de diferentes ciudades. Y la ciudad contemporánea corre el riesgo de conver-
tirse en una no-ciudad.

¿Cuáles son las diferentes caras de esta ciudad?

La continua y cada vez más rápida transformación de las costumbres y la


cultura hace difícil identificar los diferentes contextos que componen la ciu-
dad contemporánea.
Vamos a empezar con los centros históricos. Sitios con una intrínseca
calidad urbana, pero de donde la gente ha escapado gradualmente, porque, a
los centros históricos, con frecuencia se han vinculado los conceptos de po-
breza y degradación. Con la mejora general de las condiciones de vida, los
que pudieron, prefirieron trasladarse a las zonas y edificios más modernos,
en busca de un confort ambiental y social que, a menudo erróneamente, se
creía y sigue creyendo que los centros históricos no podían ofrecer. Y enton-
ces muchas veces precisamente aquellos centros históricos se han falseado y
transformado en distritos financieros o comerciales, en los mejores de los
casos, o en los barrios ultra-populares, habitados por trabajadores migran-
tes. Y consecuentemente, en guetos.
Frente a ellos se encuentra la ciudad moderna, la que nació en el curso del
siglo pasado y que en Italia tiene su gran expansión en la Segunda Posguerra.
Una ciudad monofuncional principalmente compuesta por grandes exten-
siones de suburbios, nacidos primero como una respuesta, planificada o es-
pontánea, a la demanda de vivienda para aquéllos que se trasladaban a vivir a
las ciudades en busca de trabajo y que luego se convirtieron en laboratorios
inconscientes de un cambio en las costumbres sociales que hicieron de la
imitación del mito norteamericano la razón de ser.
Hoy los suburbios, que a menudo carecen de calidad urbana, son lugares
donde se han ido concentrando progresivamente los problemas sociales y de
vivienda, y que sólo ahora comienzan, de manera independiente y con difi-
cultad, a encontrar sus propia identidad. Al mismo tiempo, los suburbios
son el escenario de la difusión de «fenómenos urbanos», que al principio se


nombraron no-lugares (Augé, 1992) y ahora se empiezan a llamar super-lu-
gares o hiper-lugares (Koolhas, 2001), que han reproducido —o al menos
han intentado reproducir— la ciudad en un entorno clausurado, en sets pu-
blicitarios, absolutamente falsos e independientes e indiferentes al entorno
territorial o urbano en el que se ubican. Por lo tanto, desprovistos de las
normales relaciones que son el origen de la ciudad y que la están conducien-
do hacia una estandarización —a nivel mundial— de forma y contenido que
hacen que parezcan casi iguales el aeropuerto de Doha, en Qatar, al de
Malpensa (Milán) o de Orly (París).
Lugares cerrados, frecuentemente cubiertos, que desempeñan el papel de
«atractores» en relación con el tipo de funciones, casi siempre muy especiali-
zadas, que se concentran allí (estaciones de ferrocarril, aeropuertos, grandes
centros comerciales, outlet, etcétera) y que cada vez más frecuentemente se
proponen como simulacros de la ciudad, donde, sin embargo, se intenta repro-
ducir exclusivamente los contenidos comerciales y las formas de la ciudad tra-
dicional o histórica pero que de la ciudad no tienen ni la sustancia ni la com-
plejidad funcional y sólo van a aumentar los flujos de movilidad innecesaria
que caracterizan a los suburbios de las grandes ciudades contemporáneas.
Todo esto, sin embargo, debe dar lugar a la sospecha de que simplemen-
te se cambió el concepto común de la ciudad, y en consecuencia, los cáno-
nes de calidad urbana. ¿Pero, como planificadores, todavía somos capaces
de especificar cuáles son los factores de calidad urbana y tenerlos en cuen-
ta para los fines de la planificación urbana y la definición de las políticas
urbanas?
El objetivo de este ensayo quiere ser la identificación de elementos —com-
partidos— de calidad urbana, adoptando un enfoque multidisciplinario
(que, en un principio, debe ser necesariamente histórico), y la definición de
unos criterios para el diseño (o rediseño) urbano para proporcionar calidad
urbana en las recientes ampliaciones de las ciudades.

El código genético de la ciudad (un enfoque histórico


e interdisciplinario)

¿Cómo y por qué nace la ciudad?


Desde la época de Uruk (una de las «primeras» ciudades en Mesopotamia,
3.500 años antes de Cristo), la ciudad siempre ha nacido como respuesta a


objetivos muy específicos y, sobre todo, como expresión de determinadas
relaciones que se desarrollan en zonas geográficas bien definidas, relaciones
distintas en función de las características del territorio y de las comunidades
asentadas, asumiendo de tiempo en tiempo el papel del lugar de comercio,
servicio, defensa (Docci, 2006).
La ciudad siempre ha sido el lugar que expresa una comunidad y, como
tal, siempre ha tenido una fisonomía bien definida, inmediatamente recono-
cible, con valores formales y figurativos que representan a esa comunidad y
no a otras. Por eso, debe tener «calidad urbana» (Vittorini, 2003).
Fundamental para la ciudad era su límite: la ciudad era una organización,
tenía sus propias leyes distintas de las del extramoenia, de fuera de la ciudad
y la delimitación tenía la intención de establecer el límite de dos códigos de
derechos y deberes: lo del ciudadano y lo de la población externa.
Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano (Mémoires d’Hadrien,
1951) hace decir al Emperador, dirigido a sus dignitarios, que, para fundar
una ciudad, hay necesidad de albañiles y carpinteros, herreros y arquitectos,
trabajadores de la piedra, de la madera, fontaneros, etcétera. Pero también
hay necesidad de asistentes y hechiceros, porque la ciudad es también un
hecho sagrado, en sus límites y en su alma profunda.
Dentro de sus límites, cada ciudad tiene su propio diseño, un diseño pre-
determinado, como si la ciudad, junto con el límite, ya tuvieran su propio
código genético. Una vez definido el límite, de hecho, la ciudad se enfrentaba
a la organización del espacio, la organización de los caminos, de los lugares de
encuentro y de las plazas: la organización del territorio de la comunidad. A
través del diseño urbano, el espacio público —calles, plazas, avenidas— en-
tonces toma un papel estructurante y se convierte en generador de la ciudad.
Para todo esto, el límite tuvo un profundo significado en términos legales
y por lo tanto sagrados. Pero es precisamente el concepto fundamental de
límite el que se pierde en el rápido crecimiento de la ciudad contemporánea
(Secchi, 2010).

Ciudad contemporánea y calidad urbana

En las ciudades modernas estos conceptos están desapareciendo y la «calidad


urbana» parece ser el dominio exclusivo de la ciudad histórica y tradicional.
Si se observan las grandes ciudades como Roma o Nápoles, que se han ex-


pandido en la dirección de la «metrópolis difusa» o de la «ciudad-región»
(De Carlo, 1962), es prácticamente imposible identificar el límite de la ciu-
dad, lo que una vez estaba confiado a las murallas defensivas. Una «merme-
lada» de edificios, predominantemente residenciales, cubre los espacios va-
cíos entre un centro habitado y el otro. Así, los suburbios, las periferias, son
una «invención» de la ciudad moderna. Y ahora, la ciudad «gotea» en el te-
rritorio a través de los suburbios, agravando fuertemente la crisis del con-
cepto del «límite» de ciudad. En las expansiones urbanas más o menos re-
cientes, se pierden los criterios para la calidad urbana.2
En los nuevos barrios, lo que es más evidente es la transformación de las
formas del habitar, que está conduciendo a la erosión gradual del espacio
público (el «espacio de relación») a favor de los espacios privados y semi-
privados. Barrios que se caracterizan por la ausencia casi total de elementos
de calidad urbana, que a su vez se encuentran en la ciudad tradicional e his-
tórica (Cerasoli, 2008; 2010).
En primer lugar, en estos contextos urbanos o pseudo-urbanos se invier-
te la relación entre el espacio público y el espacio privado, en favor todavía
de este último. Si, en la ciudad tradicional, se percibe —sin duda— el papel
estructurante del espacio público —pensamos en la estrecha red de calles del
centro histórico de Roma o a los más ordenados y regulares de Turín y
Florencia (fundadas por los romanos), que son el centro de la vida social
y relacional de sus habitantes— sin embargo, en la ciudad contemporánea
está desapareciendo justo la componente «de relación» y este espacio, no
necesariamente público, se convierte en un accesorio, esencial sólo para la
movilidad individual. Pero con la desaparición de la función relacional del
espacio público, en un mecanismo de doble sentido de causa/efecto, también
están desapareciendo todas las funciones urbanas que tuvieron lugar allí y, a
través de él, se mantuvieron en la vida.
Bajo un perfil meramente formal, alejándose de la ciudad histórica y con-
solidada, el paisaje urbano se transforma y del espacio público que comunica
con el edificio —que al mismo tiempo lo define— se pasa a un espacio públi-
co que no tiene relación con el tejido construido, donde los muros exterio-
res, de altura variable y difícilmente penetrable incluso visualmente, aíslan y

2. En los suburbios italianos más recientes, incluso los que surgen de forma espontánea, el
tipo de asentamiento más extendido ve la propagación de una trama (pseudo) urbana de baja
densidad obtenida principalmente de edificios aislados con dos o tres plantas y un jardín (Cera-
soli, 2008; 2010).


expulsan a aquéllos que caminan por las calles, casi siempre sin veredas y
bastante pequeñas. Carreteras que se convierten en campo exclusivo de los
vehículos contra los peatones ya raros. Sin embargo, en Italia esta periferia
está habitada por al menos un tercio de la población de las grandes ciudades.
Está claro que detrás de esta ciudad hay nuevos modelos de vida. Puede
ser útil, entonces, recordar que en los países anglosajones, antes, y en los de
la cultura latina, más tarde, a mediados del siglo pasado, se produce un cam-
bio de costumbres y cultura ligado a la difusión de la motorización masiva y
los medios de comunicación, la televisión en primer lugar (Menduni, 1999),
que se convierten en portadores de un mensaje consumidor disruptivo que,
muy rápidamente, conduce al nacimiento y difusión de un modelo de asen-
tamiento —la casa aislada, de tamaño medio, con una pertinencia de tamaño
medio, en un contexto estandarizado al mismo tipo que casi se puede definir
un «tejido»— que se basa en la supuesta libertad de movimiento vinculada al
uso del coche privado (Cerasoli, 2011).
Un modelo de clara matriz norteamericana que se ha extendido a mancha
de aceite y que, a menudo, se ha visto favorecido por gobiernos cómplices
que, sobre esto, han construido más de una economía y una fiscalidad insos-
tenible bajo los perfiles económico, medioambiental y, sobre todo, social.

Caracteres de la calidad urbana

Volviendo a referirse a la ciudad «tradicional», los caracteres de calidad ur-


bana se pueden encontrar en tres elementos básicos:

• la definición de los límites —y sublímites— del organismo urbano;


• la complejidad funcional;
• la calidad del espacio público.

Como se mencionó anteriormente, el concepto mismo de ciudad existe por-


que existe un límite. Y el límite existe también dentro de la misma ciudad,
andando a identificar sus partes (los barrios). Cuando entre los siglos XVI y
XVII se producen las primeras necesidades de expansión urbana, siempre se
realizan a través de la duplicación del organismo urbano precedente, por la
introducción de un nuevo límite y haciendo reconocibles sus partes. Un
organismo complejo que se articula policéntricamente y de una manera
equilibrada. Sin embargo, frente a la pérdida contemporánea del «límite» en


la ciudad, a menudo la planificación y el diseño urbano se han proyectado
en la definición de nuevos «signos», claramente reconocibles (como el arco
del E42-EUR de Adalberto Libera o las nuevas «Puertas» de Roma del Plan
2003).
En particular, la cuestión de la definición del límite urbano vuelve a estar
presente en algunos planes urbanísticos municipales de los años noventa,
como los de Florencia (1992) y Ravenna (1993). En el proyecto de ambos
planes, se introduce un parque lineal, el «Parco delle Mura Verdi», con el fin
de enfatizar los límites de la ciudad consolidada y que se caracteriza por ser
un cinturón verde fuertemente usable, conectado con el tejido urbano, vi-
niendo a jugar el papel de «bisagra» entre ciudad y campaña. Y reafirmando
así el concepto de límites de la ciudad.
Sobre la complejidad funcional se basa asimismo la riqueza intrínseca del
organismo urbano (Vittorini, 1988). La ciudad siempre ha sido el lugar don-
de se concentran las actividades de servicio y apoyo a los que viven en ella.
En la ciudad existían el mercado, los artesanos, todas las funciones rela-
cionadas con el intercambio y la relación. Funciones en gran medida alcan-
zables caminando que, por eso, tenían una necesidad vital de espacio públi-
co (de relación). Sólo con el Movimiento Moderno se socava la «compleji-
dad funcional» de la ciudad en favor de la teoría de la zonificación mo-
nofuncional, la ciudad dividida en zonas de acuerdo a las funciones que
tienen lugar allí.
Pero la ciudad que se ha producido sobre la base de esta teoría ha cance-
lado el espacio público de relación, a favor de la función simplificada del
desplazamiento —obligatoria e innecesaria— con los medios de transporte,
borrando así el componente social de la vida comunitaria.
Sin embargo, es precisamente el espacio público que constituye —y sigue
constituyendo— la armadura de la ciudad.

El espacio público de relación

El espacio público, el lugar de las relaciones.

«El “espacio público de relación” —calles, plazas, avenidas, galerías cubier-


tas— siempre ha sido el elemento fundamental de «regla», de reconocibili-
dad, de calificación de la ciudad. Siempre ha jugado un papel no sólo «es-
tructurante» frente a los edificios y las arquitecturas, pero su configuración


y su mobiliario urbano siempre han comprometido al más y al mejor de los
recursos económicos, artísticos y de gestión de la comunidad. La plaza y el
curso, la galería y la avenida eran siempre y en todas partes lugar de concen-
tración de obras de arte, funciones raras y valiosas, servicios de alto nivel,
edificios simbólicos y representativos» (Marcello Vittorini, 1992).

A partir de esta definición de Vittorini, contenida el Informe al Plan de


Ordenación de la ciudad de Florencia de 1992, queda claro como el papel del
espacio público se ve reforzado por el concepto de «lugar central».
La definición de «lugar central» es, probablemente, muy romántica, pero
altamente eficaz: es aquella parte del espacio público, simbólicamente «cen-
tral», en que se concentran calidad, identidad y «energía» urbana.
Un lugar representativo que confiere «identidad para las diferentes partes
de la ciudad» (Pavia, 2002). En este sentido, los lugares centrales son la plaza,
el vial, la calle donde se concentra la energía urbana; lugares donde la acción
combinada de complejidad funcional y la calidad del espacio público es pro-
piciatoria de que sean reconocidos por todos como lugares de identidad. Y
sólo la comunidad que vive y frecuenta ese espacio los puede «elegir» como
lugares centrales. Sin embargo, la historia reciente de la ciudad nos enseña
que no siempre la cantidad y calidad de espacio público de relación es igual
para todos.
En la ciudad de fundación hispánica en América, que se inspira en la tra-
dición urbanística de los antiguos romanos, el corazón de las nuevas ciuda-
des es la plaza, la «plaza mayor», y el espacio público constituye la estructu-
ra del organismo urbano. En las Leyes de Indias, Felipe II daba instrucciones
muy específicas sobre no sólo la forma de la ciudad sino también a todas las
funciones que debían ser colocadas en la Plaza Mayor, un espacio en el que
tenían que ubicarse las funciones principales que caracterizaban y siguen
caracterizando el lugar central: la representación del gobierno, la prefectura,
el cabildo, la representación de la autoridad local, el ayuntamiento, la alcal-
día, sino también los lugares para el tiempo libre como el teatro o, por lo
menos, un lugar de reunión.
Y la concentración de la energía urbana debía ser garantizada por el he-
cho de que las principales vías que llegaban a la plaza tenían que ser portica-
das y con la planta baja destinada a actividades comerciales.
En las ciudades contemporáneas, estamos siendo testigos de la desapari-
ción de la componente cualitativa y de relación del espacio público, que pier-
de su función fundamental estructurante y constituye sólo el conjunto de


espacios de resulta que los distintos objetos construidos (o las arquitecturas)
quedan libres.
La reflexión sobre los factores de la calidad urbana debe dar entonces un
paso adelante. La ciudad debe volver a ser escena urbana siempre viva en
todos sus espacios que son públicos y por lo tanto colectivos, donde la ar-
quitectura, abandonada la autoreferencialidad que muchas veces la ha carac-
terizado el siglo pasado, reconquista su innato rol urbano. Dado que la ciu-
dad es un «hecho complejo», multifuncional e integrado.

Un modelo de intervención: la retícula teórica

Tratando de calidad urbana, como ya hemos visto, las ideas más interesantes
son ofrecidas por la tradición del urbanismo de la ciudad occidental.
El papel de la urbanística y, en general, de la planificación y el diseño
urbano puede entonces acercar la experiencia de calidad que se ofrece por los
tejidos históricos y consolidados de las ciudades con las necesidades y de-
mandas de la vida y la cultura contemporánea.
A partir de una hipótesis de Marcello Vittorini (1988), uno de los planifi-
cadores italianos más evolucionado y fecundo en las últimas décadas, en el
marco de las actividades de investigación del Departamento de Arquitectura
de la Universidad Roma Tre, desde hace unos años se ha iniciado un estudio
sobre las «formas» de la ciudad contemporánea que, a través de la decons-
trucción y el reensamblaje de los criterios formales y funcionales que se su-
pone que son la base de cada asentamiento urbano de tradición occidental,
examina los elementos de distribución de las funciones, los tipos de tejidos
construidos y la movilidad. Este estudio ha dado a luz a una gramática que
está basada en los criterios formales de la ciudad tradicional, históricamente
relacionados con las ciudades fundadas por los antiguos griegos, los etruscos
y los romanos, a los utilizados por los españoles en América Latina y que se
expresa a través de una «grilla teórica» para la reorganización y la mejora de
la ciudad dirigida a la reconfiguración de la estructura espacial, elementos
clave que son la calidad del espacio público de relación, la permeabilidad del
tejido urbano, la complejidad de las funciones previstas, con especial énfasis
en las cuestiones relativas a la estructura de la movilidad urbana.
La «grilla teórica» (Cerasoli, 2008; 2010) se origina en el elemento básico
del organismo urbano, la manzana. La manzana es un área rodeada por ca-


rreteras, generalmente ocupada por uno o varios edificios que se agrupan de
acuerdo a varias posibilidades, que en la ciudad moderna asume a menudo
un tamaño medio de 80 a 100 metros de lado y una forma regular y sustan-
cialmente cuadrada (figura 1).

Figura 1. La «retícula teórica»: la «unidad urbana elemental» y el elemento básico, la


manzana.

Fuente y elaboración propia.

La composición de las manzanas, por lo general, se realiza de acuerdo con


una malla ortogonal —de acuerdo con un modelo tradicional— que, alcan-
zando un tamaño bien definido, da lugar a la «unidad urbana elemental» (el
primer nivel autónomo de agregado urbano que puede equivaler al «barrio»).
La unidad urbana elemental, el «barrio», se caracteriza por tener un nú-
cleo, un «fuego», un «lugar central» y límites bien definidos. El «lugar cen-
tral» representa la concentración de la calidad urbana, aunque con la escala
reducida del barrio. Un espacio público, de calidad, donde se encuentran las
funciones representativas y, sin embargo, identitarias, el lugar de encuentro
y relación.
Los límites están dictados, en primera instancia, de la distancia máxima
que se recorre caminando, aquella distancia que une el «lugar central» con el
límite de la unidad urbana elemental y que se asume como variable entre
400 y 600 metros.


Por lo tanto, la «gramática», continuando en la simplificación, planteando
la hipótesis de que las «unidades urbanas elementales» deben consistir en una
red ortogonal de calles (la grilla) que debe garantizar el requisito de la per-
meabilidad de los tejidos, cuya malla está regulada por la manzana de forma
regular y casi cuadrada, y que tiene una extensión máxima de 800-1.200 me-
tros por lado.
En la unidad urbana elemental deben estar presentes todas las «utilida-
des» indispensables para el desarrollo de la vida cotidiana, la asignación mí-
nima de equipos comerciales y servicios básicos necesarios y suficientes para
las necesidades de los habitantes y usuarios: tiendas (de primera necesidad),
servicios básicos, etcétera.
Reproduciendo las dinámicas del crecimiento de la ciudad histórica y tra-
dicional, las «unidades urbanas elementales» tienen un tamaño predetermi-
nado y, por lo tanto, el crecimiento del organismo urbano se lleva a cabo a
través de la duplicación de las unidades, cada una equipada con un «lugar
central» y las mismas funciones esenciales. En el organismo urbano, una o
más unidades urbanas elementales pueden jugar el papel de «centralidad ur-
bana», calificándose en relación con la presencia de servicios de nivel supe-
rior. Sin embargo, si por ejemplo se tratara de una sola unidad elemental
urbana, independiente, ésta se comportaría como un «pueblo», un pequeño
casco urbano en el cual se concentran los servicios esenciales para sus habi-
tantes y para un definido entorno territorial. Particularmente minucioso ha
sido el estudio sobre la estructura de la movilidad, el tema fundamental de la
ciudad contemporánea (figura 2, véase página siguiente).
La gramática distingue dos modos de transporte, uno primario, basado
en el transporte público, y el otro, complementario, basado en vehículos
privados.
Al primero le es confiado el papel fundamental de conectar directamente
a los núcleos, los «lugares centrales», de las diversas «unidades urbanas ele-
mentales», mientras que el segundo juega un papel de apoyo y se lleva a cabo
en una red de carreteras «fluida» interbarrial, externa a las «unidades urbanas
elementales», sin interferencia con la movilidad pública. Mientras que en los
barrios este modo estaría sujeto a restricciones de velocidad («zona 30») y
viabilidad (zonas de tráfico limitado, zonas peatonales).
Los automóviles serían así «externalizados» con respecto a los barrios, li-
mitando —pero nunca impidiendo— su uso en favor del más sostenible trans-
porte público, que por lo tanto podría tener caracteres de eficiencia y calidad.


Figura 2. La «retícula teórica»: esquema de agregación la de las «unidades urbanas
elementales» y estructura de la movilidad.

Fuente y elaboración propia.

El modelo de la «grilla teórica» se puede aplicar a la ciudad existente, re-


organizándola de acuerdo a los criterios mencionados (figuras 3 y 4), tenien-
do en cuenta el hecho de que su aplicación se basa sobre el compartir una
idea de la ciudad que se expresa a través de los caracteres de la calidad urbana
descritos hasta ahora.

Sería una posible vía para la recuperación de la «calidad urbana», que, desde
hace algún tiempo, la ciudad contemporánea está perdiendo. Porque la gente
necesita de una ciudad bella y funcional.


Figura 3. Hipótesis de reorganización para la periferia al Suroeste de Roma de
acuerdo con la «retícula teórica».

Fuente: Cristina Colagiacomo (2006), Proyecto de Tesis, Facultad de Arquitectura,


Universidad Roma Tre. (Director de tesis Mario Cerasoli.)


Figura 4. Hipótesis de reorganización para la periferia al Suroeste de Roma de
acuerdo con la «retícula teórica». El barrio Acilia.

Fuente: Cristina Colagiacomo (2006), Proyecto de Tesis, Facultad de Arquitectura,


Universidad Roma Tre. (Director de tesis Mario Cerasoli.)


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