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APUNTES EPIGRAFÍA Y NUMISMÁTICA.

PARTE I: EPIGRAFÍA LATINA.


TEMA 1. INTRODUCCIÓN.
1.1. Definición y límites de la epigrafía.
La epigrafía se define como la ciencia que estudia las inscripciones antiguas realizadas sobre
materiales duros, como piedra o bronce, aunque también estudia todos los textos grabados,
pintados o estampillados sobre madera. Eran muy frecuentes en la Antigüedad las tablillas
enceradas o tabulae ceratae. Conservamos conjuntos de tablillas enceradas en Dacia, las
tablas donde se escribían carteles electorales en la ciudad de Pompeya, tablillas encontradas
en ciudades inglesas.
También la epigrafía estudia inscripciones pintadas sobre otros materiales duros y. entre las
más importantes, destacan las encontradas en la Muralla de Adriano, o las pinturas parietales
de Pompeya, o estampilladas, como las estampillas que aparecen en los objetos de metal,
signos que nos permiten reconstruir el proceso de fabricación y comercialización de los
objetos.
También se realizaban inscripciones sobre hueso, barro cocido -como los tituli picti, que tenían
un carácter fiscal, o las inscripciones realizadas sobre ánforas, que nos permiten reconstruir el
proceso de fabricación y comercialización de los productos que éstas contenían- y los grafitos
hallados en Pompeya en las paredes de las casas u otros edificios.
Quedan fuera del estudio de la epigrafía los textos escritos sobre pergamino, que son objeto
de estudio de la paleografía, y los textos escritos sobre papiro, que son objeto de estudio de la
papirología.
La importancia de las fuentes epigráficas y sus problemas han hecho de la epigrafía una ciencia
muy especializada, cuyo objetivo es el análisis del soporte escriturario, la lectura del texto
epigráfico, su interpretación, datación, valoración, y la relación del texto con otros de su
misma naturaleza.
Aspectos no tenidos en cuenta antes en la epigrafía, como el estudio del soporte del texto
epigráfico, o el contexto en que apareció la inscripción, son cada vez más importantes en los
estudios epigráficos y ayudan a una mejor comprensión de los textos epigráficos antiguos. En
el antiguo Corpus Inscriptionum Latinarum (C.I.L.), p. e., no aparecían estudios sobre el soporte
o sobre el contexto en que aparecieron las inscripciones, pero en la reelaboración de
este Corpus (C.I.L.2), Corpus si aparecen (Véase la inscripción de la lámina 19, en la fotocopia
73, que habla de la reconstrucción de un edificio en la ciudad de La Bitolosa, en los Pirineos).
Las inscripciones romanas más antiguas conservadas son del S. VI a. C., las cuales están escritas
en una letra capital arcaica muy difícil de traducir. Las inscripciones serán más abundantes en
época republicana, alcanzando su auge en época de Augusto. Así, de los XVII volúmenes del
C.I.L., el primero recoge todas las inscripciones romanas conservadas desde la fundación de
Roma hasta el final de la República, y el resto recogen las inscripciones conservadas a partir de
Augusto, del Alto y del Bajo Imperio. La moda epigráfica bajo Augusto comenzará a decaer
hacia el 220 d. C., siendo su caída muy rápida desde entonces y alcanzando su punto más bajo
entre mediados y finales del S. III. Esto hace que para el Bajo Imperio, las inscripciones
epigráficas sin desaparecer del todo sean mucho más escasas y, por tanto, que la epigrafía deje
de ser, como era para épocas anteriores, una fuente de primer orden para el historiador.
1.2. Importancia como fuente para la Historia Antigua: el hábito epigráfico.
Evidentemente, cada nueva generación de historiadores, empleando nuevos planteamientos y
métodos de investigación, pueden realizar avances, pero, actualmente, las esperanzas de
realizar avances en Historia Antigua se cifran, en buena parte, en la aparición de nuevas
fuentes. En esto, las fuentes de la pairología y la epigrafía son las que más han aumentado
cuantitativamente en los últimos años: en relación con la papirología, se han descubierto, p.e.,
un papiro que reconstruye toda la red viaria existente en Hispania, u otro papiro el que se
menciona la existencia de la provincia Transduriana, de la que no se tenía conocimiento, que
debió tener una breve existencia y que se acabó incluyendo en la provincia Hispania Citerior.
En relación con la epigrafía, han aparecido en Hispania en los últimos años nuevas
inscripciones que han convertido en básica a esta ciencia. Así, cuando en 1892, se publicó el
C.I.L.II (volumen dedicado a las inscripciones de Hispania), éste contenía 6.400 inscripciones, y
ahora conocemos unas 20.000. Por ello se está trabajando en una reelaboración de
este corpus y, en concreto, de este volumen, el C.I.L.II 2. Si el C.I.L. está dividido por provincias
romanas, ahora el C.I.L.2 aparece dividido por conventus (circunscripciones en que se dividían
las provincias). Así, en lo referente a Hispania, se llevan publicadas todas las inscripciones
referentes al conventus astigitanus (C.I.L.II 2 / 5), alconventus corduvensis (C.I.L.II 2 / 7), y a la
parte meridional del conventus tarraconensis (C.I.L.II 2 / 14).
Los epígrafes constituyen una fuente objetiva y directa que nos ofrece mucha información,
pero que también nos da varios problemas: su desigual reparto espacial y temporal, la
cuestión de restituir textos que están mutilados o tienen lagunas, la datación de los epígrafes,
y el hecho de que sea una fuente que necesita ser interpretada en su contexto histórico.
El estudio de los diversos conjuntos epigráficos delimitados por criterios geográficos o
temáticos, permite abordar mejor los distintos temas históricos, dándonos más información
que un epígrafe sólo, p. e., sobre los sistemas empleados para explotar los recursos de un
territorio (p. e., los tituli picti que aparecen en las ánforas olearias, nos permiten conocer como
era la producción y comercialización del aceite en la Bética). De igual forma, los epígrafes nos
ayudan a conocer como se organizaba un municipio o colonia romanos, las creencias religiosas
de sus habitantes, los diferentes grupos sociales que había, o como se realizaban las obras de
construcciones públicas. Según Fergus Millar, las inscripciones leídas en bloque permiten
conocer como era la vida, la estructura social, las mentalidades y los valores, de la población
que estaba bajo el dominio de Roma.
La utilización de los conjuntos epigráficos y de la información contenida en ellos para llegar a
deducciones que estén basadas en estadísticas, debe ser encarada cuidadosamente, debido a
la existencia de hábitos epigráficos (disposiciones tomadas por la gente a la hora de realizar
inscripciones), que no siempre son los mismos, varían a lo largo del tiempo.
El auge de los epígrafes se produjo bajo Augusto, ya que éstos eran utilizados como
propaganda de Augusto y luego de los emperadores; posteriormente, las elites sociales
emplearon los epígrafes para reseñar sus logros y su ascenso social, y los miembros de los
grupos más humildes los utilizaron también, aunque sólo para reseñar el lugar donde estaban
enterrados.
No debemos hablar, por tanto, de la existencia, no existencia o decadencia de las instituciones
o cargos romanos basándonos en el volumen estadístico de las inscripciones conservadas. Así,
la crisis del S. III d. C. se demuestra no sólo por la disminución del número de inscripciones
grabadas, sino porque estas son sustituidas por inscripciones pintadas (p.e., se conserva una
inscripción pintada del año 280 en el municipio de Singilia Barba dedicada al Augusto Licinio).
La no-aparición en epigrafía de una institución o divinidad no significa que no existiera, ya que
esta ciencia está sujeta a nuevos descubrimientos que pueden cambiar las cosas. La
magistratura de la cuestura, p.e., no aparece documentada epigráficamente en la provincia
Hispania Ulterior, pero sí aparece en la Hispania Citerior, por lo que no es lógico pensar que no
exista en la Ulterior. Así, en los años ochenta del S. XX, apareció la Ley Municipal, en tablas de
bronce, de Irni (situada en El Sahucejo, Sevilla), donde hay un capítulo entero dedicado a la
cuestura. Por tanto, si en un municipio pequeño de la Bética aparece documentada la
cuestura, esto demuestra la existencia de dicha magistratura en la Bética.
Debido a los problemas ya citados de las fuentes epigráficas, nos encontramos, incluso, con
problemas a la hora de estudiar los grupos sociales, p. e., para conocer el origo (origen) de los
grupos sociales, como los caballeros y los senadores. Del grupo de los caballeros oequites que
ocuparon milicias ecuestres se conservan 2.100 inscripciones para todo lo que era el Imperio
Romano, y sólo en 100 de ellas se indica el origo de los caballeros, lo que representa el 4 % de
las inscripciones conservadas. Por ello, si tenemos en cuenta que se calcula que en todo el
Imperio Romano, durante los S. I y III d. C., hubo unos 52.200 caballeros, sólo conocemos,
cuantitativamente hablando, el origo del 0,22 % del total de los caballeros que había en el
Imperio.
Al analizar la epigrafía deberemos tener en cuenta las normas siguientes:
1. La epigrafía romana se desarrolló fundamentalmente en zonas urbanas y, por tanto, es más
escasa en las zonas rurales, excepto en lo que se refiere a inscripciones funerarias.
2. Los hábitos epigráficos eran más fuertes entre los romanos o los grupos indígenas más
romanizados que entre los grupos indígenas nada o escasamente romanizados.
3. Normalmente las inscripciones nos hablan de los ricos propietarios de tierras, los
funcionarios imperiales, las elites municipales o las clases medias urbanas, es decir, de la gente
que podía costearse con su dinero la erección de un epígrafe, y nunca de los grupos sociales
más pobres.
4. Los estudios demográficos basados en la epigrafía no son fiables por varias razones: en cada
región, dentro del hábito epigráfico imperante en todo el mundo romano en cada época,
solían existir modas. Por ejemplo, se ha pretendido estudiar la esperanza de vida de la
población del Imperio por los datos epigráficos, aunque en Roma los epígrafes indican la edad
de fallecimiento de las personas si eran jóvenes, y en el norte de África sólo cuando habían
llegado a viejos (si tenemos en cuenta el último dato, la esperanza de vida en el norte de África
durante el Imperio Romano era de 47 años, siendo mayor que la esperanza de vida en Europa
o EE.UU. a finales del S. XIX, lo cual es imposible). Además, debemos tener en cuenta que no
toda la población podía permitirse costear un epígrafe, y que los que los que lo hacían
generalmente disfrutaban de mejores condiciones de vida y, por tanto vivían más años.
El objetivo de la epigrafía era conseguir la perdurabilidad de una persona o hecho
determinados en la memoria de la comunidad, el intentar ser recordado y pasar a la historia.
Esto explica la importancia que los romanos dieron a las inscripciones honoríficas. Éstas,
generalmente, iban acompañadas del levantamiento de una estatua de la persona mencionada
en el epígrafe, y servían para que la gente recordase a esa persona y lo que había hecho y esas
personas pasaban a convertirse en ejemplos a imitar por las generaciones futuras.
Para un romano, mantener su recuerdo en su ciudad de origen era algo parecido a la
inmortalidad. A su muerte, muchos romanos dejaron fundaciones de dinero para que, en el día
del nacimiento del difunto, se celebrasen actos en los que se recordase su memoria mediante
la celebración de banquetes o el reparto de dinero entre la población.
El temor al olvido en los romanos se hace muy evidente, p. e., en una sociedad que aplicaba
como un gran castigo la damnatio memoriae, que consistía en borrar los nombres de personas
de toda estatua o edificio. Esto se hacía con emperadores que hubieran gobernado muy mal o
con senadores que hubiesen cometido algún delito grave (p. e., se ha descubierto hace poco
en Hispania una senato consulto que decretaba la damnatio memoriae para Gneo Pisón,
acusado de querer matar a Germánico, el heredero del emperador Tiberio (14-37 d. C.).
La epigrafía no sólo servía para perpetuar el nombre de las personas que querían ser
recordadas o que habían beneficiado con sus actos a toda la comunidad, sino que esto
ayudaba a otros miembros o descendientes de esa persona a la hora, p. e., de presentarse a
unas elecciones, debido a que estas personas se beneficiaban del prestigio conseguido por sus
parientes entre el resto de la comunidad.
1.3. Recursos bibliográficos e informáticos: principales corpora epigráficos.
Aunque ya desde el S. XVII aparecieron distintas obras en las que se recopilaban inscripciones
antiguas, la obra más importante en este sentido es el C.I.L. o Corpus Inscriptionum Latinarum.
Esta obra fue encargada a la Academia de Berlín en el S. XIX, se empezó a publicar en 1863 y
fue dirigida en sus comienzos por Th. Mommsen. La elaboración y publicación del C.I.L. II
estuvo dirigida por Ae. Hübner.
El C.I.L. está dividido según un criterio geográfico por provincias romanas, aunque con algunas
excepciones: el C.I.L. I recoge las inscripciones conservadas en todo el Imperio hasta la época
de Julio Cesar; el C.I.L. IV a recoge las inscripciones parietales halladas en Pompeya; el C.I.L. XV,
recoge todos los instrumenta conservados en el Imperio Romano (inscripciones realizadas
sobre soportes móviles, o fácilmente transportables); el C.I.L. XVII, recoge las inscripciones de
los miliarios de todo el Imperio Romano (inscripciones que se ponían en los caminos para
señalar las distancias entre ciudades). Por lo que nos interesa, el C.I.L.II recoge los epígrafes
hallados en Hispania, y ahora se está procediendo a su reelaboración, el C.I.L.II 2,
por conventus. Hasta la fecha se han publicado las inscripciones referentes a
los conventus (Así, en lo referente a Hispania, se llevan publicadas todas las inscripciones
referentes a los conventus astigitanus (C.I.L.II 2 / 5), corduvensis(C.I.L.II 2 / 7), y la parte
meridional del tarraconensis (C.I.L.II 2 / 14).
En lo referente a otras provincias romanas, el C.I.L.VIII recoge las inscripciones halladas en el
norte de África. Es frecuente que una misma provincia ocupe varios volúmenes del C.I.L.: el
C.I.L. XII y XIII se ocupa de las Galias y, en el caso de Italia, el C.I.L. X, XI, I, IV, XV, y XVII.
En un principio, el C.I.L. comprende XVII volúmenes y se planeó la elaboración, que aún no se
ha acometido, del volumen XVIII, que recogería todas las inscripciones latinas en verso
halladas en todo el Imperio Romano. El C.I.L. está dividido por provincias romanas y, a su vez,
cada volumen, se divide por conventus y ciudades. El problema de esta organización consiste
en la identificación de las ciudades, puesto que muchas ciudades actuales no tuvieron entidad
de ciudades en época romana. Todos los epígrafes de una ciudad van reunidos y acompañados
de una introducción histórica, y cada volumen cuenta con unos índices alfabéticos muy útiles
que ayudan a localizar los epígrafes, por los nomen, cognomen, por temas de tipo militar,
religioso, municipal etc.
También existen antologías de inscripciones romanas agrupadas por temas o por provincias,
como los trabajos de H. Dessau, J. Vives, Fabré, Mayer y Rodá, y P. Piernavieja, citados en las
fotocopias 68 y 69.
En las revistas sobre epigrafía aparecen anualmente las nuevas inscripciones que se hayan
publicado. Entre estas revistas destacan la francesa L´Année Épigraphique, la
portuguesa Ficheiro epigráfico y las españolas Hispania Antiqua Epigraphica e Hispania
Epigraphica.
También Internet se ha convertido en un recurso fundamental a la hora de recoger los
repertorios epigráficos. Además de las direcciones de la Red señaladas en la página 70
debemos destacar dos más en relación con la epigrafía: la primera es la página web de la
revista Hispania Epigraphica, y es www.ucm.es/info/archiepi; la segunda pertenece a la página
web del departamento de Historia Antigua de la universidad de Alcalá de Henares (Madrid) y
es www.2.alcalá.es/imágines.
1.4. El alfabeto: tipos de letras.
El alfabeto latino contaba en un principio con 21 letras, introduciéndose, a partir del S. II a. C.,
dos letras más, la i griega y la zeta, con lo que pasó a tener 23 letras. Los orígenes del alfabeto
latino no están claros. Unos especialistas creen que su origen es el alfabeto griego arcaico
calcídico (de la isla de Calcis), mientras otros creen que su origen es el alfabeto arcaico etrusco.
En el alfabeto latino, en un principio y hasta el S. IV d. C., se utilizaron sólo las letras
mayúsculas o capitales. En las inscripciones anteriores a la época de Augusto (27 a. C.- 14 d.
C.), se utilizó la letra capital arcaica, que se escribía con un punzón de metal o stilus, de la que
derivaron, por un lado, la capital cuadrada y la capital actuaria o rústica, empleadas en
inscripciones monumentales, y, por otro lado, la cursiva, que es la letra de uso corriente y que
hallamos en paredes de casas u otros soportes. Los tres últimos tipos de letra mencionados se
emplearon desde el S. I a. C. al III d. C. A finales del S. III d. C. ya aparecen otros tipos de letras,
las minúsculas, que se escriben sobre pergamino y papiro, y que no son objeto de estudio de la
epigrafía.
La capital arcaica es un tipo de letra que lleva este nombre por ser en la que están escritos los
testimonios más antiguos conservados en epigrafía romana y la que se utilizó hasta la época de
Augusto en las inscripciones. Sus letras son angulosas y rígidas y carecen de ápices, que son las
puntas que tienen las letras en sus ángulos o extremos. Junto a las formas normales de las
letras de la capital arcaica, aparecen en algunas letras formas distintas particulares a este tipo
de letra, que nos ayudan a identificarla y a datar inscripciones.
La capital cuadrada, monumental o elegante deriva de la arcaica y se desarrolló desde la época
de Cesar y Augusto (S. I a. C.). Se llama cuadrada a este tipo de letra, porque la mayor parte de
las letras que la forman pueden inscribirse en un cuadrado, y los especialistas dicen que son
letras hechas con regla y compás. La capital cuadrada se caracteriza porque las letras son más
proporcionadas que en la cursiva, nunca les faltan los ápices y todas las letras están a la misma
altura, excepto la efe, la i y la ele.
La capital rústica, actuaria, clásica o libraria es menos solemne en su aspecto que la capital
cuadrada, pero no por ello es menos elegante. Sus rasgos recuerdan a las letras trazadas a
pincel, las letras son más estrechas y altas que en la capital cuadrada, y los ápices tienden a
alargarse y a curvarse.
La cursiva se deriva, también, de la capital arcaica y que se desarrolla, desde un punto de vista
cronológico, al mismo tiempo que aquella. Sus rasgos son más cursivos debido a la rapidez con
que se trazan las letras y al stilus que se utiliza para trazarlas. Esto hace que las letras se
simplifiquen y que los rasgos de éstas se deformen. Este tipo de letra aparece en las tablillas
enceradas y en los grafitos de Pompeya, siendo también frecuente su uso sobre barro, pero no
aparece en las inscripciones monumentales.
1.5. Siglas y abreviaturas.
En todas las inscripciones tenemos siglas y abreviaturas que aparecen continuamente. Las
siglas más frecuentes servían para indicar lospraenomina. También había una serie de
fórmulas muy comunes que servían para indicar expresiones, títulos o cargos conocidos y que
se indicaban con la letra/s inicial/es de la palabra/s; p.e. D.M. = Diis Manibus, o PR.
= praetor o praefectus. Se indicaban palabras muy comunes por lo que la gente de la época
debía saber reconstruir los textos de las inscripciones, saber de que tipo eran las inscripciones
y situarlas en su contexto.
Las abreviaturas se diferencian de las siglas en que no solo aparecen la letra inicial de la
palabra sino alguna otra. Lo más normal era que las abreviaturas suprimiesen las letras finales
de las palabras: p. e., a., an. o ann. = annorum, o LIB. = libertus. Era menos corriente que se
eliminara alguna letra intermedia de la palabra: p.e., COS = cónsul.
1.6. Numerales.
Los romanos utilizaron algunas letras del alfabeto para indicar los numerales. Es frecuente que
en epigrafía para indicar cifras se añadan letras en vez de simplificar (p.e., el seis en epigrafía =
VI o IIIIII). Para indicar las cifras superiores a mil, los romanos ponían sobre la/s letra/s una
raya horizontal y dos rayas verticales a los lados. También se hacían referencias a monedas: si
se citaba una cantidad en denarios, se indicaba con el símbolo X con una raya horizontal; si se
citaba una cantidad en sestercios, se indicaba con el símbolo HS con una barra horizontal.
1.7. Signos de interpunción.
Los romanos utilizaron una serie de signos de interpunción para separar y distinguir las
palabras en los textos, pero esta práctica, frecuentemente, no se cuidó. La interpunción se
realizaba colocando un signo a la altura media de las letras o palabras, y estos signos eran muy
variables. El signo más frecuente es un cuadrado, realizado mediante cuatro golpes de cincel.
Posteriormente, surgieron otros signos, siendo los más frecuentes entre ellos el triángulo y, a
partir del S. I d. C., la hereda, que era una hoja de hiedra.
1.8. Diferentes tipos de soportes.
Un problema muy importante aparece a la hora de definir los distintos tipos de soportes.
Dentro de la tipología de los bloques de piedra, están los moldurables o sin moldurar (17) que
pueden ser un sillar, un fuste de columna, un basamento, donde se inscriben textos. La forma
más frecuente de los bloques es un parelelepípedo, donde los textos de las inscripciones
podían ir colocados en dirección vertical o en horizontal. Sólo se alisaba la cara anterior del
bloque, porque éste se empotraba a una construcción, sea un mausoleo, sea un templo etc.
(2). A veces el bloque tenía una moldura que delimitaba su campo epigráfico (espacio donde se
inscribían los textos), que puede adquirir forma rectangular o de tabula ansata, una tabla con
dos asas. Este tipo de soporte se encuentra tanto en inscripciones monumentales como
funerarias, y no en inscripciones honoríficas o votivas (dedicadas a un dios).
Las placas (3,4 y 6), molduradas o sin moldurar, son generalmente unos sillares de piedra de
tamaño más pequeño que los bloques. Normalmente, tienen forma rectangular, pero también
han aparecido placas de forma cuadrangular, romboidal o redondeada. Los textos de las
inscripciones podían ir colocados en dirección horizontal o vertical al monumento. Las placas
se utilizaron para dedicar monumentos, para inscripciones monumentales. También existen
unas placas de mediano tamaño para inscripciones funerarias, aunque, a veces, las placas se
adosaban a los pedestales de las estatuas. Las placas de tamaño más pequeño se utilizaban
para adosarlas a los nichos de los columbarios. Las losas y lápidas son piedras de pequeño
grosor y que son lo mismo que las placas.
Lo que distingue a un bloque de una placa no es la forma ni la función sino la proporción entre
sus dimensiones. Generalmente, tenemos un bloque cuando la suma de las dimensiones
mayores divida por la dimensión menor es igual o menor a 6, y una placa, cuando el resultado
de esta operación es mayor de 6. Sin embargo, esta fórmula presenta problemas si las
dimensiones mayores están desproporcionadas con respecto a la dimensión menor. El grosor
de las placas es variable, pero con piedras de textura dura, como mármol o caliza, pude llegar
sólo a 2 cm.
Entre las grandes inscripciones monumentales realizadas sobre bloque o placa, hay una
variante que consistió en el empleo de letras hechas de metal, de bronce dorado,
llamadas letras áureas. Estas letras se fijaban al campo epigráfico con unos agarres de plomo
(2). Algunos investigadores han podido reconstruir textos de inscripciones gracias a la
presencia de estos agarres, p. e., G. Alfoldy pudo reconstruir gracias a los agarres una de estas
inscripciones que estaba en el acueducto de Segovia. En otras ocasiones, las letras áureas se
colocaban en un campo epigráfico donde, previamente, el texto se inscribía en los surcos
correspondientes a los huecos de las letras (7). Otra variante de esto consistía en que dichos
huecos, llamados alvéolos, se rellenaban, antes de fijar las letras áureas, con plomo, estaño,
pasta vítrea o estuco.
Los bornes o hitos (9 a 11) son unos soportes que pueden tener forma de tambor de columna,
de columna troncocónica o de parelelepípedo. Se utilizaban para marcar los límites del
territorio de las ciudades, o de las cuadrículas de las centuriaciones o los límites de un espacio
o locusfunerario (9).
Los miliarios (12 a 14) son un tipo de borne, pero lo estudiamos de forma independiente al ser
muy específico de las redes viarias. Losmiliarios tienen forma de columna, o de parelelepípedo,
pero la forma más normal era de columna cilíndrica y, a veces, troncocónica. El texto suele
adaptarse a la curvatura de la columna, suele tener una moldura y, a veces, puede tener un
campo epigráfico plano y rectangular.
Las aras o altares (15 y 16) son otro tipo de soporte epigráfico, los cuales pueden ser votivos
(dedicados a una divinidad) o funerarios. Los altares no llevan complemento alguno, lo que los
diferencia de los pedestales. Se estructuran en tres partes: un zócalo, un cuerpo intermedio
paralelelipédico, donde se coloca la inscripción, y un coronamiento. En el coronamiento podía
haber o no un focus (“hogar”), que es un cuenco pequeño y, a los lados, el coronamiento podía
tener unos modillones, especie de almohadillas. También es frecuente que en la parte superior
del altar, hubiera un cimacio, de forma semicilíndrica, cónica o circular, que era una
representación figurada de una ofrenda puesta sobre elfocus.
Los pedestales (17 y 18) son un tipo de soporte que consistía en una base, llamada en las
fuentes basis statuae. A diferencia de los altares, los pedestales estaban destinados a soportar
estatuas o, menos frecuentemente, trípodes. Podían ser honoríficos, votivos o funerarios. El
problema está en como distinguir los pedestales del primer tipo de los del tercero, cuando los
pedestales suelen aparecer en un sitio distinto del que estuvieron originalmente.
Generalmente, es difícil distinguir unos de otros, excepto cuando en el pedestal aparecen las
fórmulas pius in suis o amantissimum filium, pues entonces se trata de un pedestal funerario.
Un pedestal se estructura en tres partes: un zócalo, un cuerpo intermedio paralelelipédico,
donde se coloca la inscripción, y un coronamiento formado por una cornisa y un cimacio.
Normalmente, la inscripción aparece en el cuerpo central del pedestal en uno de sus lados
mayores, y puede o no estar enmarcada por un marco con o sin moldurar.
Los pedestales monolíticos suelen aparecer más tardíamente, a partir de la segunda mitad del
S. II o principios del III d. C., aunque en Italia aparecen ya en la primera mitad del S. II. Han
aparecido, también, pedestales con secciones de formas raras, como hexagonales, octogonales
o cilíndricos. Los pedestales ecuestres siempre tienen una sección rectangular y alargada,
debido a la forma del tipo de estatua que soportan.
Las estelas (20 a 22) son monumentos de tamaño variable que se caracterizan porque son
construcciones autónomas que tienen un perfil recortado y un débil grosor, que suele ser 1/3
o menos de la longitud del lado frontal. Las estelas podían colocarse de forma aislada encima
de una tumba, o encontrarse en un monumento o construcción arquitectónica.
Las estelas suelen estar ornamentadas, frecuentemente, con decoración de fachada de templo
con frontón y dintel sostenido por columnas o pilastras, colocándose en el hueco central de
la estela un retrato del difunto. Otras veces, la estela estaba ornamentada con decoración de
cabecera semicircular y triangular con motivos astrales, geométricos o florales. También se
han conservado algunas estelas “antropomorfas”. La inscripción se situaba en la parte central
de la esteladonde se ponía el nombre del difunto.
Las cupae (23 y 24) son monumentos de sección semicilíndrica, tienen siempre un carácter
funerario y su forma recuerda a un tonel o baúl. Suelen presentar en uno de sus lados un
campo epigráfico con los datos del difunto, el cual puede adaptarse a la curvatura del
monumento o ser como una especie de cartela plana situada en un lateral de la cupa.
Las urnas cinerarias, que contenían las cenizas de los difuntos incinerados, podían presentar
formas y materiales diversos. Podían estar hechas de piedra, cerámica vidrio o metal. La
inscripción podía ir colocada sobre la cubierta de la urna o cofre o en uno de los lados de ésta.
La forma de las urnas es paralelepipédica con cubierta plana o a dos aguas.
Un sarcófago (25) es un soporte que puede ser de piedra, o también de metal en el que se ha
excavado un hueco en el que ha de caber el difunto. La/s inscripción/es podían estar colocadas
en la cubierta o en uno de los lados del sarcófago.
Las hermae son unos bloques de piedra paralelepipédicos en los que se ponía la inscripción, los
cuales terminaban en el busto de una persona o divinidad.
Los puteales (26) son brocales de pozos, que podían presentar epígrafes.
Las inscripciones rupestres solían ser muy frecuentes. La mayoría eran votivas, aunque no
siempre. Podía haber, p.e., inscripciones en bloques de piedra que indicaran vías. Se han
encontrado en el santuario de Panoias (en Portugal), el cual estaba dedicado a un culto
mistérico y estaba ubicado sobre un afloramiento granítico, sobre el que han aparecido
epígrafes. Las inscripciones rupestres pueden, también, ser pintadas, como es el caso de las
cuevas-santuario (p. e., el Santuario de la Cueva negra de la Fortuna, en Murcia).
El mosaico es otro tipo de soporte (31). Fue muy frecuente poner textos sobre mosaicos desde
época republicana. Los más interesantes son de fines de la República romana (en Hispania, se
ha encontrado, p. e., uno de estos mosaicos en Itálica, varios en Cartagonova etc.), pues nos
ofrecen información de la construcción de templos u otros edificios públicos encargada por los
magistrados de las ciudades, por ciudadanos particulares, o por los representantes de las
asociaciones socioprofesionales o collegia. En época imperial sigue habiendo mosaicos con
textos, pero, con frecuencia, los textos se reducen a explicar el contenido del mosaico, o a
indicar el nombre de los animales, dioses o personas que aparecen en el mosaico. Cuando
aparece un nuevo mosaico, se sabe si éste está dedicado por las asociaciones
socioprofesionales o collegia, porque en él aparecen los nombres de sus representantes,
los magistri, bajo la abreviatura Magis, aunque también pudiera ser que no fueran
representantes de asociaciones socioprofesionales, sino de asociaciones de ciudadanos, como
losConventus civium romanorum, en época premunicipal.
Los instrumenta o instrumentum domesticum son soportes móviles, o fácilmente
transportables sobre los que se realizan inscripciones. Se han descrito 31 tipos diferentes
de instrumenta. Dentro de esta tipología, los más frecuentes son los siguientes: las cerámicas
con marcas de alfarero (27), con tituli picti (en este caso, son inscripciones pintadas); los sellos
de los fabricantes de ánforas (29); los lingotes de metal, generalmente de plomo, en los que se
transportaba a Roma el metal extraído de las provincias (28), en cuya parte superior, en el
molde del lingote, se ponía un sello con el nombre del productor del lingote; las fístulas, o
cañerías de plomo utilizadas para abastecer de agua a las casas (30); los diplomas militares,
que eran una placas de bronce en las que se concedía la ciudadanía romana a los
ciudadanos peregrinos a los soldados que se licenciaban tras cumplir 25 años en el servicio
militar; los vasos metálicos con inscripciones como, p. e., los vasos de Vicarello, que son cuatro
pequeños vasos de plata hallados en unas termas, las Aquae Apollinares, situadas al norte
Roma, vasos en los que se indicaba el recorrido en millas entre Roma y Gades, con las jornadas
que se hacían, las distancias entre ciudades, y los lugares donde el viajero podía parar a
descansar; Y, por último, las tabellae defixionum eran pequeñas placas de metal, generalmente
de plomo, que contenían textos mágicos o conjuros que eran maldiciones contra rivales en el
amor, en el juego, o personas a las que se deseaba hacer daño o matar. Se confiaban a las
almas de los muertos arrojándolas en las tumbas, para que llegaran a los dioses de los
infiernos, de los que se esperaba la realización de las peticiones formuladas.
1.9. Los métodos de datación.
El sistema de datación oficial romano consistía en citar en ablativo los nombres de los cónsules
romanos epónimos, que daban nombre al año, seguido de la abreviatura COS. = ConSulibus.
Así, podemos datar todas las inscripciones en las que aparezcan los nombres de los cónsules
epónimos, por el año de consulado (23).
En las inscripciones oficiales donde aparece citado el emperador se citan todos los nombres
del emperador y los nombres de los cargos que había ocupado u ocupaba en el momento de
levantarse la inscripción. Entre estos cargos está la potestad tribunicia que nos sirve para datar
sus años de reinado. Los emperadores tomaban la primera potestad tribunicia el día en que
asumían el trono y la renovaban al año siguiente en la misma fecha. Así se hizo hasta el año en
que subió al trono el emperador Trajano (98-117), quién estableció que la primera potestad
tribunicia, tomada el día en que asumían el trono, debía renovarse por segunda vez el día 10
de diciembre del mismo año, y que luego se renovaba anualmente todos los años ese mismo
día, por lo que los emperadores podían tomar las dos primeras potestades tribunicias el mismo
año.
En algunas inscripciones, rara vez, se toma como fecha de datación el año de la fundación
mítica de la ciudad de Roma (753 a. C.), con el año y la fórmula Ab Urbe Condita (“desde la
fundación de Roma”). Pero en la mayoría de las inscripciones no tenemos datos para fechar
con precisión y debemos hacer dataciones aproximadas con intervalos más o menos grandes.
Se pueden dar algunos criterios generales de datación de inscripciones, pero éstos pueden
variar de una región a otra. Además, se suelen utilizar fórmulas epigráficas para datar
inscripciones y hay que tener en cuenta que la introducción de las fórmulas epigráficas no se
suele producir el mismo año en todas las regiones. Los criterios de datación pueden dividirse
en dos grupos:
Criterios externos:
Arqueológicos: la datación arqueológica de una inscripción es muy fiable y útil (Pompeya,
programas electorales del 79 d. C.), pero por desgracia la mayoría de los epígrafes se han
encontrado fuera del contexto arqueológico en el que aparecieron. Por otra parte, los estudios
de la decoración del soporte pueden ayudarnos a datar las inscripciones.
Paleográficos: los criterios paleográficos para datar inscripciones no han gozado de mucho
crédito, salvo para diferenciar las republicanas de las imperiales. Pese a ello podemos destacar
algunos datos interesantes:
1. El sombreado (que se conseguía alternando trazos verticales anchos y hondos con trazos
horizontales finos y más superficiales) no se difunde hasta mediados del S. I a. C.
2. Las interpunciones cuadradas no se dan después de época augustea; la hereda
distinguens no aparece hasta mediados del S. I d. C. y su uso no se generalizó hasta el II. En
Hispania las interpunciones triangulares con el vértice hacia arriba siempre son anteriores a
época Flavia (69). El círculo se introduce en el S. II d. C.
3. El símbolo HS para el sestercio es sustituido desde el 180-200 por SS que están unidas por
una barra media. Las inscripciones que indican un precio en denarios (X) son siempre
posteriores al 100 d. C.
Criterios internos:
Los criterios que han proporcionado mejores resultados para datar son los relativos a las
fórmulas epigráficas empleadas y a la onomástica:
1. Fórmulas funerarias:
• Fórmula Pius in suis (7) aparece desde época julio-claudia (no anteriormente).
• Fórmula Hic situs est (7) se utiliza desde mediados del S. I a. C. en la Bética y hasta inicios del S.
III d. C. No obstante, si la fórmula está abreviada suele datarse en los S. I, II o inicios del III d. C.
• La fórmula sit tibi terra levis (7) (normalmente abreviada) aparece poco antes de mediados del
S. I d. C., perdurando hasta inicios del S. III.
• La fórmula Diis Manibus o Diis Manibus Sacrum (7) no aparece en provincias hasta el S. II d. C.
y permite datar las inscripciones de los S. II o III d. C.
• La definición del locus funerario: (in fronte pedes..., in agro pedes; locus pedum...; locus
quoquo versus pedum...) aparece desde las primeras inscripciones conservadas en Hispania,
pero deja de aparecer a fines del S. I d. C (28,29).
• Desde época de Augusto se generaliza la indicación de la edad del difunto (6) en genitivo
(annorum), que aparece abreviada: S. I: an(norum). S. II: ann, anno, annor(um).
2. Onomástica:
• La aparición de praenomen y nomen sin cognomen en Hispania, parece indicar una fecha
anterior a mediados del S. I d. C. En Roma elcognomen aparece en el S. III a. C., pero no se
generalizó hasta época de Sila (82-79 a. C.). En las inscripciones funerarias anteriores a
mediados del S. I a. C., los difuntos suelen aparecer indicando sólo
su praenomen y nomen (cuando son varios suele indicarse su grado de
parentesco: mater, pater, filius...).
• El praenomen comienza a hacerse raro desde fines del S. II para desaparecer a lo largo del III d.
C.
• La mención del abuelo, bisabuelo y tatarabuelo en las inscripciones (precedida de la
palabra nepos, pronepos o abnepos, respectivamente “nieto”, “biznieto” y “tataranieto”) es
típica del S. I y desaparece después de época trajanea (114 d. C.), salvo en el caso de los
emperadores y sus familias (14, 57).
• La indicación de la tribu desaparece desde fines del S. I en Italia y generalmente desde inicios
del S. II en África e Hispania.
1.10. Edición de las inscripciones.
Para publicar una inscripción nueva es preciso dar unos datos sobre ella según unas normas
convencionales conocidas por todos los epigrafistas, datos que van en este orden.
Aspectos externos:
• Lugar del hallazgo de la pieza.
• Lugar de conservación de la pieza.
• Bibliografía utilizada para hallar la pieza.
• Fotografía de la pieza, acompañada o no de un calco o dibujo de ella.
Aspectos internos:
• Descripción del soporte según su tipo, material, la longitud (alto, ancho y largo) en
centímetros, tanto de la pieza como del campo epigráfico, si tiene moldura o no, la altura de
las letras línea por línea o por grupos de líneas, el estado de conservación del soporte y su
decoración, si la tiene.
• Transcripción del texto conservado, sin restituir ninguna abreviatura.
• Lectura del texto, procurando restituir las abreviaturas y partes perdidas, para lo cual se
utilizan los signos del Sistema Leyden, el cual ha sido mejorado recientemente en algunos
aspectos.
TEMA 2. LA ONOMÁSTICA ROMANA Y EL CURSUS HONORUM.
2.1. Ciudadanos romanos.
En la onomástica romana, venían marcadas las distinciones y las diferencias sociales entre los
ciudadanos romanos y los que no lo eran, y la forma que tenían los ciudadanos romanos de
poner su nombre en las inscripciones nos permite, según cuantos sean los nombres que
aparecen, conocer las diferencias de estatus social entre los ciudadanos romanos y los que no
lo eran.
2.1.1. Los trianomina y su transmisión.
Según Varrón, los ciudadanos romanos solo tenían, en un principio, un nombre, al que añadían
el nombre del padre en genitivo. Sin embargo, otros autores creen que ya desde un principio,
existían el nomen y el cognomen. A partir del S. III a. C., se va a generalizar el uso de
lostrianomina: el praenomen, el nomen y el cognomen. A los trianomina se añadían la
indicación de la filiación del individuo y el nombre de la tribu a la que pertenecía. Tanto la
filiación como la tribu se colocaban entre el nomen y el cognomen, y estos elementos eran
necesarios para elaborar el censo oficial de ciudadanos romanos, como indica una ley del 45 a.
C. Los trianomina se daban a los niños a los nueve días del nacimiento, y a las niñas a los ocho
días.
El praenomen era el nombre propio o individual de cada individuo y permitía distinguir a los
hijos de una misma familia. Según Varrón, existían en Roma unos 30 preanomina, pero sólo 8
de ellos eran los más corrientes. En las inscripciones, el praenomen suele aparecer abreviado.
Elpraenomen debe reconstruirse en nominativo, lo que indica el nombre de la persona que
dedica la inscripción, o en dativo, lo que indica el nombre de la persona a quién está dedicada
la inscripción.
El praenomen fue perdiendo valor como nombre propio y, durante la República, fue frecuente
que varios hijos de una misma familia tuvieran el mismo praenomen, y se sabe que varias
familias romanas importantes utilizaron sólo uno, dos o tres praenomina para todos sus
miembros. Esto hizo necesaria la utilización del cognomen para diferenciar a varios miembros
de una misma familia que eran hermanos entre sí.
El nomen era el distintivo que llevaban todos los individuos que pertenecían a una misma gens,
o conjunto de familias unidas entre sí por descender de un antepasado común conocido. Todas
las familias que pertenecían a una misma gens estaban sometidas a la autoridad
delpaterfamiliae. En principio, el cognomen apareció para diferenciar a las distintas familias
pertenecientes a una gens, pero esto se perdió pronto, aunque, en el caso de las familias
romanas importantes, éstas ponían un segundo cognomen para diferenciar a cada individuo.
El nomen suele aparecer entero en las inscripciones, y sólo se abrevia en el caso de los
miembros de la familia imperial o de las familias nobles romanas. Los hijos legítimos de un
matrimonio tomaban como nomen el del padre, mientras que los ilegítimos tomaban el de la
madre. Cuando un individuo era adoptado abandonaba su praenomen y nomen originales y
tomaba los del adoptante, aunque solía conservar su antiguo nomen convertido éste
en cognomen y acabado con la terminación -anus. Aunque a veces, sobre todo en el Alto
Imperio, el adoptado podía conservar, también, su praenomen original. El nomen aparece en
las inscripciones en nominativo o en dativo concordando con elpraenomen.
El cognomen no apareció hasta el S. III a. C., y su uso no se generalizó hasta la época de Sila.
Los cognomina sirvieron para distinguir a los miembros de una misma familia dentro de
una gens. El cognomen también se heredaba pero, la repetición del uso de
varios praenomina en una familia, hizo necesario el empleo del cognomen para diferenciar a
sus distintos miembros en el seno de ella. Sin embargo, desde época temprana,
el cognomen dejó de heredarse y servía para distinguir a los distintos miembros de una misma
familia.
Los cognomina aparecen en las inscripciones en nominativo o dativo, concordando con
el nomen (4,5), y podían ser muy variados. Encontramos cognomina que pueden derivar de
particularidades físicas del individuo (Niger, Albanus, Scaevola -“oscuro”, “blancuzco”, “zurdo”-
etc.); otros marcan el orden de nacimiento de los miembros de la familia
(Primus, Secundus, Tertius -“primero”, “segundo”, “tercero”- etc.); otros indican el origen
geográfico o étnico del individuo (Africanus, Celtiber, Germanus -“africano”, “celtíbero”,
“germano”- etc.); otros son relativos a una virtud o capacidad de la persona
(Celer, Fortunatus, Felix, Delicatus -“rápido”, “afortunado”, “feliz”, “delicado”- etc.); también
encontramos cognomina de raíz griega, que eran muy frecuentes (Hermes, Eros etc.), o de raíz
celta o de otros pueblos indígenas sometidos por Roma (Urchail, Eburancus etc.).
2.1.2. Filiación y tribu.
La filiación se indicaba poniendo el nomen del padre del individuo abreviado y la
palabra filius también abreviada (F o Fil.) No obstante, en el caso de las familias nobles
romanas, también se indicaba la afiliación poniendo, además del nombre del padre,
el praenomen del abuelo, bisabuelo o tatarabuelo, seguido de la
palabra nepos (“nieto”), pronepos (“biznieto”), abnepos (“tataranieto”) o adnepos (tátara
tataranieto)..
La filiación servía para atestiguar que los individuos eran hijos legítimos de matrimonios entre
ciudadanos romanos, ya que los hijos ilegítimos tomaban el nomen de la madre, o no
indicaban su filiación, o indicaban su ilegitimidad con la fórmula spurii filius.
A continuación de la filiación se indicaba abreviado el nombre de la tribu a la que pertenecía el
individuo, sin poner detrás la palabra tribu, pues era algo sobreentendido. En Roma había 35
tribus, 31 tribus rústicas y 4 tribus urbanas, y un individuo, en principio, pertenecía a una tribu
determinada según cual fuera su lugar de nacimiento, aunque, más tarde, los individuos
pasaron a heredar la tribu del padre. En sus orígenes, las tribus, conjunto de gens unidas por
tener un antepasado común muy lejano, eran unidades de voto, por lo que sólo si un individuo
estaba adscrito a una tribu era ciudadano romano y, por tanto, podía votar en los comitia
tributa (asamblea por tribus).
Cuando se extienda la ciudadanía romana por las conquistas de Roma, los habitantes de las
provincias romanas que tengan la ciudadanía romana, serán incluidos en una de las 35 tribus
que había en Roma, siendo las más frecuentes las tribus Galeria (38,41,42), Sergia (50,60),
Quirina (18,19,51) y Papiria (37). En Hispania se observa que la mayoría de los indígenas que
obtuvieron la ciudadanía romana en época de Julio Cesar, fueron adscritos a la tribu Sergia, la
mayoría de los indígenas que obtuvieron la ciudadanía romana en época de Augusto fueron
adscritos a la tribu Galeria, y la mayoría de los indígenas que obtuvieron la ciudadanía romana
en época Flavia, a partir del Edicto de Latinidad(73-74 d. C.) de Vespasiano (69-79 d. C.), fueron
adscritos a la tribu Quirina. Los libertos se adscribían a la tribu Palatina. Un liberto o esclavo
liberado por un ciudadano romano adquiría automáticamente la ciudadanía romana y, desde
época republicana, era costumbre incluir a los libertos en la tribu Palatina.
Había dos formas de obtener la ciudadanía romana. La ciudadanía podía a ser concedida por
un magistrado con imperium a título personal (ex viritim), o a comunidades enteras (como hizo
Cesar con las comunidades hispanas que lo apoyaron durante la Guerra Civil, como Gades o
Ulia), o muchas ciudades hispanas durante la época flavia, lo que permite averiguar cuando las
ciudades hispanas dejaron de ser municipios o colonias de derecho latino y se convirtieron en
municipios o colonias de derecho romano.
La indicación de la tribu desapareció en las inscripciones con el emperador Caracala (211-217),
cuando éste concedió, en el 213, la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio que
no la tenían, aunque la indicación de la tribu había comenzado a desaparecer a partir del S. I d.
C.
2.1.3. Origo.
La origo indica el lugar de procedencia de un individuo o el lugar donde éste tiene la
ciudadanía local, siendo esto así para los ciudadanos romanos, excepto para los libertos que
tomaban como origo la de los patronos que los habían liberado de la esclavitud. La origo (6,
32, 53) se situaba detrás del cognomen y suele indicarse en ablativo o en genitivo, aunque en
las inscripciones no siempre aparece ésta.
En ocasiones, en lugar de indicarse en las inscripciones como origo el lugar de procedencia o la
ciudad donde se tiene la ciudadanía romana, la persona indica el pueblo del que forma parte,
precedido de la palabra nation (p. e., nation hispanus, germanus etc.): La nation se suele
indicar cuando la persona muere en un territorio distinto del de su procedencia. También el
individuo podía indicar en lugar de la origo su lugar de residencia precedido de la
palabra domo.
2.1.4. Supernomina y polinomina.
Hablamos de supernomina cuando los ciudadanos romanos tenían en su cadena onomástica
más nombres aparte de los trianomina. Además, dentro de los supernomina debemos hablar
de los agnomina. Hablamos de agnomina cuando un individuo tenía varios cognomina. El
ejemplo más claro de esto lo tenemos en el caso de los emperadores y miembros de la familia
imperial y las familias romanas importantes.
En ocasiones, aparece un tipo de cognomen llamado signum, una especie de apodo del
individuo y que se llama así por estar siempre precedido de la palabra signum, aunque
también puede estar precedido de las palabras vocatur o sive.
Hablamos de polinomina, cuando las personas tienen varios nomina y cognomina puestos unos
a continuación de los otros. La polinomía fue una práctica común desde el S. II a. C. entre los
miembros de las familias senatoriales y nos permite conocer los matrimonios, adopciones, u
otros vínculos existentes entre los miembros de las distintas ramas de una misma familia
(33,34). Fue una práctica frecuente el tener un individuo la
cadena nomen + cognomen + nomen + cognomen, para conservar así el cognomen de la
madre.
2.1.5. Onomástica de la mujer.
En las inscripciones, en cuanto a la onomástica de las mujeres, no aparece el praenomen,
excepto en casos excepcionales, y tampoco aparece la tribu a la que pertenecen las mujeres
(15, 17).
2.2. Esclavos y libertos.
En las inscripciones en las que aparecen citados esclavos, el esclavo solamente llevaba un
nombre, generalmente un cognomen, que le era impuesto por el mercader que lo había
vendido o por el dueño al que pertenecía, seguido de la palabra servus (“siervo”). Otra
posibilidad es que, tras el nombre del esclavo y delante de la palabra servus vayan, en genitivo,
los trianomina del dueño.
Cuando un esclavo recibía la libertad adquiría la ciudadanía romana y se convertía en liberto.
Entonces, el antiguo esclavo convertía su nombre en cognomen y adoptaba
como praenomen y cognomen propios el praenomen y el nomen de su antiguo amo, ahora
convertido en su patrono. Como los esclavos carecían de filiación, los libertos indicaban ésta
utilizando el praenomen de su patrono seguido de la abreviatura L. o LIB. = LIBertus (4,5).
Cuando el dueño de un esclavo era una mujer, como éstas no indican el praenomen en las
inscripciones, el esclavo o el liberto indicaba su filiación con una ce vuelta a la izquierda y
tomaban el praenomen del padre de su dueña.
En el caso de los esclavos que eran propiedad ciudades o comunidades enteras, junto al
nombre del esclavo, se pone el nombre de la comunidad a la que pertenecía seguido de la
palabra servus. Al ser liberados, los antiguos esclavos tomaban el nomen de Publicius e
indicaban su condición con el nombre de la comunidad a la que pertenecían seguido de la
palabra libertus
Cuando a fines del S. II d. C. se ponga de moda entre los ciudadanos romanos el omitir su
filiación en las inscripciones, los esclavos también se sumarán a esta moda para no indicar que
habían sido esclavos o tenían orígenes serviles, por lo que, a partir de esa fecha, se nos hace
difícil distinguir en las inscripciones a aquellas personas que eran esclavos o que tenían
orígenes serviles.
Hoy es comúnmente aceptado entre los investigadores que todas las personas que aparecen
con cognomina originarios del Mediterráneo Oriental (Eros, Hermes, Tyche, Abascantus etc.)
suelen ser libertos o descendientes de libertos. Esta afirmación se basa en que estas personas
serían esclavos comprados en Oriente y en el hecho de que la mayoría de las personas
con cognomina oriental, cuando aparecen citados en las inscripciones, también se citan los
nombres de sus hijos, y los cognomina de éstos son latinos. También puede ser que existiera la
moda de adoptar cognomina de origen oriental, o que estas personas fueran descendientes de
comerciantes oriundos de Oriente y emigrados a Occidente. Sin embargo, hoy sólo podemos
mantener esta afirmación con un valor estadístico y siempre que se contraste la filiación de la
persona con otros aspectos del epígrafe. P. e., si tenemos en cuenta que la mayoría de
los seviros augustales son libertos -un sacerdocio que era la única magistratura a la que
los libertos podían acceder- si aparece un cognomen oriental junto a la indicación
delsevirato se deducirá que esa persona era un liberto (11,13).
La origo de un liberto era la de su patrono, con lo que éste obtenía la ciudadanía local de su
patrono. A los libertos se les incluía en la tribu Palatina, una de las cuatro tribus urbanas de
Roma.
En cuanto a los esclavos pertenecientes a las corporaciones profesionales y a empresas
privadas, como, p. e., las Sociedades de Publicanos, cuando eran liberados indicaban su
condición de libertos utilizando un nomen derivado de la empresa o corporación a la que
hubiesen pertenecido: p. e., el nomen Fabricius indicaba que el liberto había sido esclavo de
una corporación local de artesanos, el nomen Argentarius indicaba que el liberto había
pertenecido a la Societas Publicanorum Sisaponensis, encargada, en el conventus corduvensis,
de la explotación de las minas de plata y mercurio del norte de Córdoba etc.
Los esclavos y libertos imperiales indicaban su condición con la abreviatura AUG. S = AUGustus
Servus o AUG. LIB. = AUGustus LIBertus, respectivamente, o, también CAES. S = CAESaris
Servus o CAES. LIB. = CAESaris LIBertus. Un liberto imperial o un esclavo imperial liberado,
conservaba su cognomen antiguo y tomaba como suyos el praenomen del emperador que lo
había liberado y el nomen del emperador anterior a la subida al trono de éste (p. e.,
el nomen Flavius si había sido liberado por uno de los emperadores de la dinastía flavia).
En ocasiones, nos encontramos inscripciones de esclavos y libertos en que después de
los trianomina de éstos, se pueden encontrar las palabras Verna, que indica que una persona
es o había sido esclavo por nacimiento o que nació esclavo en la casa de su dueño, o Alumnus,
que indica que una persona nacida libre había sido abandonada al nacer y había sido criada
como esclava por sus amos.
2.3. Latinos y peregrinos.
La ciudadanía latina (ius latii) fue, en principio, un estatuto jurídico especial que dieron los
romanos a los demás habitantes de la región del Lazio, pero luego esta ciudadanía fue dada a
los habitantes de regiones enteras (p. e. la Galia Cisalpina, o la Galia Narbonense, o Hispania
gracias al Edicto de latinidad de Vespasiano).
Existían pocas diferencias entre los ciudadanos romanos y los latinos. Éstas eran las siguientes:
los ciudadanos romanos estaban inscritos en tribus y los latinos no; los romanos formaban
parte de las legiones y los latinos sólo podían formar parte de los cuerpos auxiliares de las
legiones; los romanos tenían derecho a voto en las Asambleas y los latinos no; y los ciudadanos
romanos podían realizar el cursus honorum y los latinos no podían. En las comunidades de
derecho latino menor (ius latii minus), sólo adquirían la ciudadanía latina todas aquellas
personas que, desde el año de concesión de dicho estatuto a la comunidad, hubieran
desempeñado alguna magistratura, ellas, sus hijos y sus padres. En cambio, en las
comunidades de derecho latino mayor (ius latii maius), adquirían la ciudadanía latina todos los
habitantes de esa comunidad.
Los ciudadanos latinos tenían los trianomina, pero no indicaban la tribu, puesto que no podían
inscribirse en ninguna de las tribus de Roma. Por ello, como es frecuente que, a partir del S. I d.
C., los ciudadanos romanos omitan la mención de la tribu en las inscripciones, es difícil
distinguir en las inscripciones cuando se trata de ciudadanos romanos o de ciudadanos latinos
y peregrinos (23).
Los ciudadanos peregrinos eran los habitantes de los territorios conquistados por Roma que no
gozaban de derechos y privilegios políticos y jurídicos que tenían los ciudadanos romanos y
latinos. En las inscripciones, los ciudadanos peregrinos suelen mencionar sólo un nombre,
generalmente el cognomen, seguido del cognomen del padre en genitivo y de la
palabra filius (2,3). También hay inscripciones de ciudadanos peregrinos en las que es
frecuente que éstos adopten nombres latinos pero conservando la estructura onomástica de
los indígenas (9).
2.4. Nombres y títulos de los emperadores y de miembros de la familia imperial.
En Roma y las provincias del Imperio Romano se conservan gran número de inscripciones que
citan a emperadores vivos o divinizados y a sus familiares. Antes de acceder al trono imperial,
estas personas tenían una onomástica similar a la de cualquier ciudadano romano, pero, al
acceder al trono imperial la cambiaban y le añadían nuevos títulos. La onomástica e
intitulación que vemos en las inscripciones de los emperadores y sus familiares suele seguir un
mismo esquema, aunque éste no siempre se cumple.
La intitulación imperial comenzaba con las palabras Imperator Caesar que, de hecho actuaban
como nomen y praenomen del emperador, a las que se añadía el cognomen que tenía el
emperador antes de subir al trono (25,58). Como excepción a esta regla, los emperadores
Tiberio, Calígula (37-41) y Claudio (41-54) no ponían en su intitulación la
palabra imperator (54). Hasta el S. II d. C. no se empezará a poner en la intitulación imperial,
el praenomen y el nomen que los emperadores tenían antes de subir al trono.
A continuación se expresaba la filiación del emperador con la palabra filius precedida
del cognomen del emperador anterior, acompañado, si éste ha fallecido, de la
palabra divi (25,56,57). Después de la filiación se ponía, o bien un solo cognomen, que era el
que tenía el emperador antes de su coronación, o bien se ponían dos cognomina, añadiendo al
anterior el cognomen de su antecesor (30,59).
A partir del S. II d. C., se acostumbró a poner después de las palabras Imperator
Caesar los trianomina de los emperadores, es decir, elpraenomen y el nomen anterior a su
coronación y los dos cognomina. Además de estos nombres, los emperadores solían contar
con un nombre oficial que constaba del nomen anterior a su coronación y del
primer cognomen del emperador que los había adoptado, a los que añadían
el praenomen anterior a su coronación y el cognomen de su antecesor.
Después de los nombres personales del emperador, se colocaba el título de Augustus, título
que tenía connotaciones religiosas y que había sido concedido a Octaviano por el Senado y que
luego fue adoptado por todos sus sucesores, y que, en ocasiones, podía aparecer acompañado
de calificativos referentes al emperador, p. e., pius, invictus -“pío”, “invicto”- etc.
A continuación, podía ir una serie de cognomina honoríficos, que hacían referencias a las
victorias militares obtenidas por el emperador o por sus generales sobre pueblos o regiones.
Esto nos permite datar inscripciones, ya que conocemos el año en que se llevaron a cabo las
campañas y sabemos en que momento los emperadores tomaban estos cognomina.
Otro título que formaba parte de la intitulación imperial era el de Pontifex Maximus, o máxima
autoridad sacerdotal de Roma. A continuación, se indicaba la potestad tribunicia seguida de un
numeral, lo que indicaba cuantas veces había asumido la potestad tribunicia ese emperador.
Después iba la palabra imperator, normalmente abreviada, seguida de un numeral, lo que
indicaba el número de aclamaciones imperiales otorgadas por el Senado romano para celebrar
sus victorias militares. A continuación la palabra consul abreviada (COS.), y seguida de un
numeral, lo que indicaba cuantas veces había asumido el consulado un emperador. Esto nos
permite datar inscripciones, ya que conocemos una lista de casi todos los cónsules romanos
ordinarios año por año.
Algunos emperadores asumieron el título de censor, los emperadores Claudio, Vespasiano, Tito
(79-81) y Domiciano (81-96). Por último, con la abreviatura P.P., aparece el
título Pater Patriae (“Padre de la Patria”), que había sido concedido a Augusto por el Senado y
que luego fue adoptado por todos sus sucesores. Los emperadores anteriores a Claudio
colocaban este título al final de la intitulación imperial, pero los emperadores posteriores a
Claudio colocaron en medio de la intitulación imperial
En cuanto a la onomástica de los miembros de la familia imperial, decir que la familia imperial
suele aparecer mencionada en las inscripciones con las expresiones Domus Augusta o Domus
Divina (“familia augusta” o “divina”). Los herederos al trono imperial recibieron el título
deCaesar o el de Princeps Iuventutis (“Príncipe de la Juventud”), aunque el segundo lo recibían
todos los hijos de los emperadores, y no sólo el heredero.
Muchas princesas y emperatrices recibieron el título de Augusta, y algunas de ellas,
excepcionalmente, recibieron el título de Mater Patriae(“Madre de la Patria”) o el de Mater
Populi Romani (“Madre del pueblo romano”), generalmente abreviado.
2.5. El cursus honorum.
Numerosas inscripciones honoríficas o funerarias servían para recordar la trayectoria de una
persona y resaltaban los méritos que había conseguido en vida, indicándose el estatus social
del ciudadano honrado con esos méritos y los cargos públicos que ésta había asumido en vida.
Al conjunto de cargos y funciones públicas o religiosas ejercidas por un ciudadano romano o en
el Estado o en una ciudad determinada o en una corporación profesional, se le
denominaba cursus honorum. La “carrera de los honores” se llamaba así porque los romanos
consideraban que el desempeño de magistraturas civiles o religiosas era un honor u honos, y
de ahí venía la gratuidad del desempeño de magistraturas.
Para ejercer determinados cargos públicos o religiosos, un ciudadano romano tenía que
pertenecer al grupo de ciudadanos privilegiados, loshonestiores, llamados así para
diferenciarlos de los ciudadanos no privilegiados, los humiliores. Los honestiores podían
pertenecer, a su vez, en uno de los tres ordines, en que se dividía el grupo de ciudadanos
privilegiados: el Ordo Senatorius (el de los “senadores”), el Ordo Equester(el de los
“caballeros”) y el Ordo Decurionum (el de las “élites locales”).
Para ingresar en los cargos y funciones públicos civiles o religiosos, un ciudadano romano
debía tener un patrimonio mínimo, evaluado en sextercios, y debía de ser incluido en una lista
o album por decisión del emperador, en el caso de los senadores y caballeros, o por decisión
de los senadores y magistrados locales, en el caso de las élites locales. El desempeño de ciertos
cargos abría las puertas para poder acceder a los ordines superiores.
La entrada en uno de los tres ordines permitía a sus miembros utilizar determinadas insignias y
títulos que servían para identificarlos. Los senadores llevaban el latus clavus, que era una
túnica con una banda ancha de color púrpura, y los caballeros eran identificados por llevar un
caballo público, el angustus clavus, que era una túnica con una banda estrecha de color
púrpura, y un anillo.
En epigrafía, el cursus honorum de una persona se indicaba de dos maneras: una, en orden
directo, indicándose los cargos en el orden en el que la persona los desempeñó; otra, en orden
indirecto, indicándose los cargos que la persona desempeñó en el orden de mayor a menor
importancia de éstos.
Como las funciones públicas que podía desempeñar un ciudadano romano eran distintas según
a que ordo de los tres perteneciera, estudiaremos de forma separada el cursus honorum de
cada ordo, aunque teniendo claro que se podía promocionar desde un ordo inferior a los
superiores.
2.5.1. El cursus honorum senatorial.
Según las fuentes, los candidatos a senadores de Roma debían ser los ciudadanos romanos
más nobles, más virtuosos y más ricos. Durante la época republicana (509-27 a. C.), cada cinco
años se redactaba el album senatorial, o lista de los senadores, donde, en principio, eran
incluidos los ciudadanos romanos que habían desempeñado la pretura y, a partir de la época
de Sila, también los que habían desempeñado la cuestura.
A finales de la República, las diferencias entre senadores y caballeros eran mínimas, hasta que
Augusto estableció que los candidatos a senadores debían tener una fortuna mínima de 1
millón de sestercios. El acceso al orden senatorial sólo estaba abierto a los hijos de los
senadores y a algunos miembros del orden ecuestre a los que el emperador premiaba por sus
servicios con la lati clave, aunque esa concesión no suponía la entrada directa del caballero en
el orden senatorial, sino que primero debía ejercer la cuestura.
A mediados del S. I d. C., se estableció otro sistema de ingreso en el orden senatorial,
la adlectio, que consistía en que, durante la realización del censo de senadores, el emperador
incluía en él a personas que no habían desempeñado magistraturas senatoriales
mediante adlectio, y los colocaba en determinada posición en el cursus honorum senatorial, p.
e., en el tribunado de la plebe, lo que se indica en epigrafía con la fórmula adlectos inter
tribunicios, o en la edilidad, lo que se indica en epigrafía con la fórmula adlectos inter
aedilicios.
Dentro del orden senatorial estaban incluidos los senadores, sus mujeres y todos sus
descendientes hasta el tercer grado y, a partir del S. II, se daba a los senadores el apelativo,
que aparece en las inscripciones, de vir clarissimus, normalmente con la abreviatura V.C.
Antes de ejercer la primera magistratura del cursus honorum senatorial, los hijos de los
senadores, antes de cumplir 25 años, ejercían durante dos años uno de los cargos
del vigintivirato (llamado así porque en época imperial estaba compuesto por 20 miembros;
durante la época republicana recibía el nombre de vigintisexvirato porque estaba compuesto
por 26 miembros). Los vigintiviros estaban distribuidos en 4collegia o colegios: los Triumviri
monetales, que se encargaban de la acuñación de moneda en Roma (este era el colegio más
importante y el que se solía ocupar en primer lugar sí se desempeñaban varios cargos
del vigintivirato); los Decemviri stilibus iudicandis, que actuaban de jueces en los casos en los
que es el estatus jurídico de una persona hubiera sido puesto en duda; los Quattorviri viarum
curandarum, que se encargaban del mantenimiento de vías y calzadas; y los Triumviri
capitales, que ayudaban a los magistrados en la aplicación de penas graves por delitos, en
especial, en la aplicación de la pena de muerte.
A continuación del vigintivirato, (aunque el orden se podía invertir) los hijos de los senadores
ejercían durante un año el servicio militar como tribunos militares de una legión (Tribuni
militum legionis). A partir del S. III dejó de ser obligatorio el que los hijos de los senadores
tuvieran que desempeñar el servicio militar, debiendo ejercer sólo el vigintivirato.
A partir de los 25 años ya se podía comenzar a desarrollar el cursus honorum propiamente
dicho. Primero se desempeñaba la cuestura. A continuación se podía ejercer o bien el
tribunado de la plebe o bien la edilidad, aunque los senadores patricios (los que se decían
descendientes de los primeros pobladores de Roma), no solían desempeñar el tribunado de la
plebe (por ser una magistratura de origen plebeyo) y, además, estaban exentos de
desempeñar la edilidad, por lo que pasaban directamente de desempeñar la cuestura a
desempeñar la pretura.
A continuación, estaba la pretura, magistratura que daba la oportunidad de poder acceder a
desempeñar otra serie de funciones o cargos como el Legatus legionis, También la pretura
permitía el acceso al gobierno de las provincias de rango pretoriano, o bien con el cargo
deLegatus Augusti propraetoriae provinciae (provincias imperiales), o bien con el de Proconsul
Provinciae (provincias senatoriales). También la pretura permitía el acceso a las prefecturas del
tesoro senatorial (Praefectus aerari saturni) y del tesoro militar (Praefectus aerari militaris),
respectivamente.
A continuación, y sólo a partir de los 33 años, se podía acceder a desempeñar el consulado.
Pese a que esta magistratura había perdido muchas funciones de las que tenía en sus orígenes,
el desempeño del consulado proporcionaba a los ciudadanos romanos un gran prestigio y
permitía el acceso a cargos más importantes, por lo que el número de cónsules fue
aumentando para que más senadores tuvieran la oportunidad de desempeñar esta
magistratura, aunque reduciéndose el tiempo de mandato. Al principio, cada año era elegida
una pareja de cónsules, los Consules ordinarii, que eran elegidos el primer día del año, también
recibían el nombre de cónsules epónimos, ya que sus nombres servían para fechar los años.
Posteriormente, el número de cónsules aumentó hasta las seis parejas, y los demás eran
llamadosConsules suffecti.
A continuación del consulado, se podía acceder a desempeñar el cargo de curator, cuya
función era la dirección de algún servicio necesario en la ciudad de Roma: el Curator alvei
tiberis era el encargado de mantener la navegabilidad del río Tíber; el Curator aquarum, era el
encargado del mantenimiento del abastecimiento de agua en la ciudad; el Curator operum
publicarum y el Curator aedium sacrarum estaban encargados del mantenimiento de las obras
públicas y de los edificios sagrados de Roma, respectivamente. A continuación, se podía volver
a desempeñar el gobierno de provincias, pero ya no de rango pretoriano sino de rango
consular, o bien con el cargo de Legatus Augusti propraetoriae provinciae (provincias
imperiales), o bien con el de Proconsul Africae o Asiae (las dos provincias senatoriales).
La cima del cursus honorum senatorial era el desempeño del cargo de Praefectus urbis, lo que
significa que esa persona se convertía en la máxima autoridad civil en la ciudad de Roma en
ausencia del emperador y que podía mandar sobre las cohortes urbanas de la ciudad.
Además, con frecuencia, el emperador solía conceder a las personas que habían sido cónsules
algunos cargos religiosos a perpetuidad en alguno de los principales colegios sacerdotales de la
ciudad de Roma (el de los Pontífices y el de los Augures), y podía incluirlos también en una
corporación religiosa de la ciudad. El carácter vitalicio de estos cargos hizo que su número
fuera muy reducido, calculándose que había en época imperial unos 85 cargos (32,33,34).
2.5.2. El cursus honorum ecuestre.
El origen del Orden ecuestre se remonta a la época monárquica de Roma (753-509 a. C.)
cuando Tarquinio Prisco creó 3 centurias de caballería para el ejército, número que fue
aumentado hasta 18 por Servio Tulio. En un principio, tanto senadores como caballeros
participaban en estas centurias militares y recibían ayuda del Estado para el mantenimiento
del equo publico o caballo público. A partir del 129 a. C., los senadores fueron obligados por
una ley a devolver el caballo público, lo mismo que pasaba a los caballeros que eran elegidos
para desempeñar una magistratura senatorial. Augusto estableció definitivamente la
diferencia entre senadores y caballeros cuando fijó que los candidatos a ser senadores debían
tener una fortuna mínima de 1 millón de sestercios, mientras que los candidatos a ser
caballeros debían tener una fortuna mínima de cuatrocientos mil sestercios.
La pertenencia al Orden ecuestre no era hereditaria, al menos formalmente. Un ciudadano
romano entraba en el Orden ecuestre cuando un senador le incluía en la lista de caballeros
o album ecuestre. Aparte de los requisitos de fortuna, para que alguien fuera caballero le era
exigido ser un ciudadano romano nacido libre y que su padre y su abuelo paterno fueran libres
de nacimiento.
El nombramiento de los caballeros era realizado por el emperador, quién elegía a los
candidatos por iniciativa personal, o por la recomendación de los miembros de la familia
imperial o por la recomendación de los senadores y caballeros. El nombramiento pretendía
recompensar los favores o los servicios prestados hechos al Estado o a la familia imperial,
aunque, a continuación, a los caballeros, el emperador podía asignarles o no un cargo dentro
del cursus honorum ecuestre y ellos según desempeñando esta carrera, o el cargo se les daba
de forma honorífica y no lo desempeñaban.
Otra forma de acceder al orden ecuestre era que se hubiera desempeñado el cargo de primi
pilo (centurión de la primera centuria del primer manípulo de la primera cohorte de la primera
legión romana). Esta vía de acceso, a partir del emperador Claudio, se cerró, salvo para las
personas que hubieran desempeñado el cargo de primi pilo de las guarniciones que había en la
ciudad de Roma (35).
La mayoría de los caballeros eran reclutados entre los miembros de las élites municipales, los
cuales querían pertenecer al orden ecuestre como culminación del cursus honorum municipal
y porque esto les proporcionaba mucho prestigio. La entrada en el orden ecuestre estaba
restringida a muy pocas personas. Se calcula que, a mediados del S. II, había para todo el
Imperio 550 plazas de caballeros en las milicias ecuestres, 125 procuratelas y 4 prefecturas.
Muchos miembros de las élites municipales ya no continuaban la carrera en la administración
una vez que habían sido elegidos caballeros. Los caballeros son designados en las inscripciones
con los términos equo publico, eques romanus o, simplemente, eques (36). Desde mediados
del S. II d. C. los caballeros reciben los apelativos, que aparecen en las inscripciones, de Vir
egregius, Vir Perfectissimus o Vir eminentissimus, normalmente con las abreviaturas V.EG., V.P.
o V.EM.
El cursus honorum ecuestre constaba de tres etapas, pero antes de poder desempeñar la
primera, los caballeros podían servir en el ejército como Praefectus fabrum (“ayudantes de
campo o prefecto de los trabajadores”), que eran los soldados que ayudaban a los magistrados
conimperium -mando sobre tropas- (pretores y cónsules) y eran designados por estos
magistrados (62).
A partir de entonces, los caballeros podían comenzar a desarrollar el cursus
honorum propiamente dicho. Las tres etapas citadas del cursus honorum eran, por este orden,
las milicias ecuestres, las procuratelas y las prefecturas.
Los caballeros podían desempeñar tres milicias ecuestres según un orden, y, a mediados del S.
II d. C., se estableció una cuarta milicia ecuestre (37,66). En un principio, era obligatorio que
los caballeros desempeñaran las tres milicias ecuestres, antes de establecerse la cuarta en
tiempos de Adriano (117-138), pero, a partir de este emperador, también nos encontramos en
las inscripciones caballeros que, o no han desempeñado ninguna de las milicias ecuestres, o
sólo han desempeñado alguna de ellas (71,72).
En algunos cursus honorum municipales aparece en las inscripciones el cargo de Praefectus sin
indicarse la unidad militar. Las personas en cuyo cursus honorum aparece esto no son
caballeros, sino que son personas que sustituyen por ausencia o muerte a un miembro del
gobierno local (comparar 37 con 70 o 71, inscripciones en las que el cargo de prefecto equivale
al de decurión, al no tener unidad militar).
Después de haber desempeñado las milicias ecuestres, o no, los caballeros podían desempeñar
las procuratelas. Para dirigir la administración imperial y el patrimonio personal del príncipe
(69), los Emperadores crearon el cargo de Procurator Augusti (“Procurador del emperador”),
que según el sueldo que recibía, recibía los nombres de sexagenarii (60.000
sestercios), centenarii (100.000 sestercios), ducenarii (200.000 sestercios) o trecenarii (300.000
sestercios). Existían cuatro grupos de procuratelas, según su función:
1. Los procuradores de oficinas imperiales, que dirigían los departamentos u oficinas de la
administración dependientes del emperador. Tenían más posibilidades de promocionar a las
prefecturas. En las inscripciones aparecen denominadas estos procuradores con la preposición
a o ab seguida de la función que desempeñaban, destacando los siguientes: Procurator
ab epistulis latinis, ab epistulis graecis, procuradores que dirigían las oficinas encargadas de la
correspondencia imperial; ab rationibus, ídem de la oficina encargada de la contabilidad
imperial; a libelis, ídem de la oficina encargada de contestar las consultas realizadas al
emperador; a cognitionibus, encargado de resolver los recursos presentados en los pleitos
judiciales por los cognitores o representantes que actuaban en nombre de los litigantes (69)
etc.
2. Procuradores encargados de la administración imperial con sede en Roma. Estos
procuradores residían en Roma porque dependían del emperador y debían dirigir el trabajo de
sus oficinas desde allí. Estaban, p. e., el Procurator vicessima hereditatium, encargado de
cobrar el impuesto sobre el 5 % de las herencias, o el Procurator aquarum, encargado de
ayudar al senador responsable de abastecer de agua a Roma. Estos procuradores tenían
delegados en las distintas provincias que dirigían oficinas homólogas (25).
3. Gobernadores de provincias. Hubo pequeñas provincias gobernadas
por procuradores pertenecientes al orden ecuestre y no por magistrados pertenecientes al
orden senatorial. En este caso los gobernadores recibían el nombre de Procurator Provinciae.
Como éstos no tenían imperium sobre legiones mandaban tropas auxiliares. También los
caballeros dirigían las flotas romanas de guerra con base en Rávena y Miseno, recibiendo el
título de prefecto -Praefectus Classis Ravennatis y Missinensis respectivamente- (35, este
hombre ocupó los dos cargos).
4. Procuradores destinados en provincias. En las provincias imperiales, los procuradores
dirigían los asuntos económicos y financieros. También se encargaban de la administración de
los bienes del emperador y del cobro de tributos debidos a Roma. Son el equivalente de
loscuestores en el cursus honorum senatorial, pero con más atribuciones. El Procurator
Provinciae se diferencia de este tipo si en las inscripciones aparece esta expresión seguida del
nombre de una provincia que pueda ser gobernada por procuradores de rango ecuestre.
Estos procuradores representaban al emperador en provincias senatoriales o imperiales. Los
procuradores en provincias senatoriales, al estar éstas bajo el dominio del Senado de Roma y
no del emperador, realizaban tareas concretas, como administrar las propiedades que el
emperador tuviera, el control de los distritos mineros dependientes del emperador o la
recaudación de los tributos dependientes del fiscus o tesoro imperial en esas provincias (p. e.,
la vicessima hereditatium).
En el culmen del cursus honorum ecuestre estaban las prefecturas, que son cuatro, en este
orden: primero se desempeñaba el cargo dePraefectus Vigilum o el de Praefectus Annonae, y
después los cargos de Praefectus Aegypti y Praefectus Praetorium.
El Praefectus Vigilum se encargaba de hacer frente a los incendios que hubiera en Roma. Tenía
a su cargo 7 cohortes de vigiles, cada una de las cuales se ocupaba de dos regiones Roma.
El Praefectus Annonae se encargaba de abastecer de grano, cereal u otros artículos de primera
necesidad, como aceite, al Imperio y a las legiones romanas. El Praefectus Aegypti era el
gobernador de Egipto. Egipto era el principal abastecedor de grano para Roma en el Imperio,
provincia conquistada por Augusto y tenida como propiedad personal suya, en la cual prohibió
la entrada a los senadores de Roma. Por último, el Prefecto del Pretorio era el jefe de
las cohortes pretorianas, que eran la guardia personal del emperador en Roma.
Tras el desempeño de las prefecturas, los prefectos eran recompensados con su ingreso en el
orden senatorial como pretores, pudiendo ser elegidos para la magistratura del consulado.
2.5.3. El cursus honorum decurional.
La mayoría de la élites del Imperio Romano desarrollaban su cursus honorum a nivel local, en la
gobierno de las ciudades que podían ser municipios o colonias. Las élites municipales
formaban parte del ordo decurionum.
La expresión ordo decurionum designa en las fuentes a que eran los miembros del Senado local
y a sus familias o al Senado la ciudad (16). Para ser elegido decurión o miembro del Senado
local, se debían cumplir una serie de requisitos: tener un nivel de riqueza de 60.000 sestercios
de renta, aunque en las ciudades pequeñas la cantidad era inferior, de 20.000 sestercios, ser
un hombre nacido libre, tener una edad mínima de 30 años, la cual Augusto redujo a 25 años,
tener la ciudadanía local y residir en la ciudad de la que se es decurión o, como máximo, vivir a
una milla (1.481 m.) de la ciudad.
Los hijos de los decuriones, al heredar la fortuna y posesiones de éstos, solían remplazarles en
el gobierno municipal una vez que morían, pues el cargo era vitalicio. De hecho, antes de
cumplir los 25 años, se les dejaba asistir a las reuniones del Senado en calidad de oyentes,
como Praetextati, aunque no tenían ni voz ni voto. Eran los primeros en ser inscritos en
el album decurional, la lista de candidatos al senado local.
El número de decuriones variaba. En las grandes ciudades, había 100 decuriones y menos en las
pequeñas, p. e., en Urso 75, en Irni 63 etc. Para entrar en la curia o Senado local de una ciudad
existieron varios procedimientos: mediante elecciones, en las que sólo votaban los decuriones,
para cubrir las vacantes que se produjeran anualmente; también ingresaban en la curia todos
aquellos que hubieran desempeñado alguna magistratura en la ciudad; mediante adlectio,
método empleado cuando el número máximo de senadores de una ciudad era mayor de 100,
que consistía en que los senadores locales nombrasen decurión a una persona que no reunía
todos los requisitos antes indicados. En la práctica, los adlecti eran decuriones honoríficos, que
podían ser senadores, caballeros, administradores imperiales o, incluso, personas influyentes
de ciudades vecinas.
Del grupo de personas que cumplían todos los requisitos citados, salían los candidatos a las
magistraturas y sacerdocios locales. Dentro de los decuriones había categorías, pues algunos
habían ocupado todas las magistraturas de las ciudad y algunos no pasaban de edil o decurión
(clase media ciudadana, sin magistratura). De hecho, en la curia, los decuriones se ordenaban
según la magistratura que hubiesen ocupado. Primero estaban los Duumviralici (“decuriones
de cargo duumviral”), Aedilicii (“decuriones de edil”) y Pedanei (no habían ocupado
magistratura anteriormente).
Al tomar la palabra, los decuriones solían hablar en el orden ya indicado y, en caso de
los decuriones que tenían el mismo rango, hablaba primero el que tenía más hijos. Entre las
competencias que tenían los senados locales, la que más testimonios ha dejado en epigrafía es
la de los decretos decurionales, por las que la curia concedía una serie de honores a personas
que hubieran prestado algún servicio a la comunidad.
Las magistraturas del cursus honorum decurional eran las siguientes, por orden de mayor a
menor: duumvirato, edilidad y cuestura. En las inscripciones, las magistraturas concuerdan en
caso con el nombre de la persona que los ocupó.
Los duoviros eran los magistrados más importantes. Se elegían dos cada año.
Los duoviros pueden aparecer abreviado en las inscripciones así = IIVIR o DUUMVIR. En los
municipios anteriores a época flavia existen los Quattoriviros, cargo, equivalente al anterior,
normalmente abreviado así = IIIIVIR o QUATTORVIR (38, 39,40, 69). Si después
de duumvir aparece la abreviatura QQ. = QuinQuenal, se hace referencia a los Duumviros
quinquenales, llamados así porque tenían la función de hacer el censo de la ciudad, que se
realizaba cada 5 años, con la lista de todos los habitantes de la ciudad, y de sus propiedades,
los cuales desempeñaran en ese momento algún cargo público o lo hubieran desempeñado en
la ciudad en los años anteriores a la realización del censo.
Equivalente al cargo de duumviro o quattorviro era el de Prefecto, el que sustituye a
un duumviro si está ausente de la ciudad, y que nombrado por la curia. Cuando el senado de
una ciudad nombraba duumvir al emperador o a algún miembro de la familia imperial, si éste
aceptaba el cargo, nombraba para que lo sustituyese en su nombre a otra persona, que
también recibía el título de prefecto.
Los aediles o ediles eran los siguientes magistrados en importancia. Se elegían dos cada año.
En las inscripciones suele aparecer este cargo abreviado (38, 39).
Los quaestores. Existen pocas inscripciones sobre cuestores, que estaban encargados de
administrar los fondos del tesoro municipal. Se elegían dos quaestores cada año. Se desconoce
en que momento del cursus honorum decurional se desarrollaba la cuestura. Suele aparecer en
inscripciones entre la edilidad y el duumvirato, aunque a veces es el primer cargo que se
ejercía , o bien se ejercía tras el duumvirato.
2.5.4. Los sacerdocios y las carreras inferiores.
Los sacerdotes se encargaban del culto a las divinidades oficiales y de las ceremonias y fiestas
religiosas oficiales en el Imperio Romano. Lo normal es que el desempeño de los sacerdocios
fuera gratuito y anual, como las magistraturas, ya que era considerado un honor. Como un
honor excepcional, el emperador concedía a determinadas personas un sacerdocio perpetuo.
No existe un orden preestablecido en el desempeño de los sacerdocios, que se suelen hacer
independiente o después de haber desempeñado magistraturas civiles, como culmen del
cursus honorum, aunque no está claro. Si parece que el desempeño de sacerdocios daba
mucho prestigio. En toda ciudad del Imperio existían los siguientes sacerdocios.
Había 3 Pontifices, los encargados de presidir los cultos oficiales, destacando el culto a la tríada
capitolina, a los dioses de cada municipio o colonia (38). Excepcionalmente, en la Bética los
pontífices podían encargarse de desarrollar el culto imperial. También había 3 Augures, que
eran los encargados de consultar a los dioses antes de cada acto público que se celebrase en la
ciudad, para saber si lo aprobaban.
También había 1 Flamen (38,39), encargado del culto a los emperadores divinizados en las
distintas ciudades y, en la Bética puede haber diferencias, sin saber bien por qué (42). A veces,
aparecen Flaminicas (44), las sacerdotisas encargadas del culto a las emperatrices divinizadas.
Aunque, hoy no se sabe si la flaminica era la mujer del flamen o sí es un sacerdocio
independiente.
Anualmente, en la capital de cada provincia, se reunían los sacerdotes del culto imperial
o flamines para elegir al Flamen Provinciae, el encargado de coordinar el culto imperial en toda
una provincia (68, 75). El desempeño del flaminado provincial abría el acceso al orden
ecuestre.
Los Seviri Augustales era el único cargo público al que podían acceder los libertos. Las
palabras Sevir Augustal, Sevir o Augustal designan en epigrafía el mismo cargo.
El seviro ayudaba al flamen en la realización del culto imperial. Los seviros podían presidir
actos públicos y tenían asiento reservado en los lugares públicos de las ciudades.
Muchos libertos desempeñaron este cargo, haciendo fuertes donaciones o promesas para ser
elegidos. Aunque no todos los seviros tenían porqué ser libertos, la mayoría lo era.
Por otro lado, existen otras carreras inferiores que están reflejadas en las inscripciones.
Estaban los apparitores, que ayudaban a los magistrados de las ciudades, p. e.,
los scribae (“escribas”), lictores (los escoltas de los magistrados, que iban armados con un haz
de vara y un hacha), los praecones (“pregoneros”). También en el ejército existían una serie de
cargos inferiores, entre el soldado (miles) y el centurión, como, p. e., el signifer (el
“portaestandarte”).
TEMA 3. CLASIFICACIÓN Y ESTUDIO DE LAS INSCRIPCIONES.
Hay muchas formas de clasificar las inscripciones en grupos diversos. Nosotros las
agruparemos en funerarias (epitafios), votivas (dedicadas a las divinidades), honoríficas,
monumentales y realizadas sobre objetos diversos. Pese a todo, esta división es
completamente teórica y sirve solamente para comodidad del estudio.
3.1. Funerarias.
Los epitafios más antiguos eran muy breves, constando del nombre del difunto en nominativo
o genitivo; posteriormente se añadió su status y una referencia final a la muerte o a que los
restos del difunto descansaban en la sepultura: Obiit (“muerto”); hic situs est. Más tarde, se
añadirán las referencias a la edad del difunto. Desde fines del S. I d. C. se generalizó la
costumbre de consagrar las sepulturas a los dioses manes (D.M.S.).
Pasemos a analizar los elementos que podemos encontrar en las inscripciones funerarias en
época imperial:
• Encabezamiento de consagración: No siempre aparece, como hemos comentado. El más
común fue la consagración a los dioses manes o espíritus protectores de los muertos: Diis
Manibus Sacrum (también Dis o Deis).
• Nombres del difunto acompañados o no de los cargos y honores que ostentó en vida. Suelen ir
en nominativo o dativo, concordando con los nombres del difunto.
• Edad del difunto: viene indicada a continuación con las fórmulas annorum o vixit annos o vixit
annis. Pueden indicarse también los meses (menses o mensibus), los días (dies o diebus) y
hasta las horas (horas u horis) en los epitafios de los niños.
• A veces, antes o después de la edad, se pueden señalar las circunstancias extraordinarias de la
muerte: occisus; occisus a latronibus (“muerto con violencia por unos ladrones”).
• La indicación de que los restos del difunto descansan en la sepultura: Hic situs est o Hic
sepultus est.
• Votos dirigidos al difunto: sit tibi terra levis; volo s.t.t.l. (“deseo que te sea la tierra
leve”); ave y vale (fórmula de despedida: “adiós” o “queda en paz”, cuando va dirigida a los
muertos”).
• Las dimensiones del locus funerario: in fronte pedes + numeral (IN. FR. PED. ; IN. F. P.) o in agro
pedes + numeral (IN. AG. P. ; IN. A. P.) (el pie romano equivale a unos 29-30 cms.).
• Instrucciones en defensa de la propiedad o inviolabilidad del sepulcro: Hoc monumentum
heredem non sequetur (H.M.H.N.S.), que indicaba que la tumba no pasaba a ser propiedad del
heredero y, por tanto, que no podría utilizarla para enterrarse. Incluso, en otros epitafios se
establecen fuertes multas para quién violase el sepulcro, enterrándose en él sin tener derecho.
En estos casos se estipula que el dinero iría a manos de la ciudad, para garantizarse, de esta
forma, que ésta vigilaría las infracciones y aplicaría las multas: “... hunc locum violandum qui
putaverit rei p(ublicae) Aiungitanorum solvet sestertium XX m(ilia)” (“el que viole
este locus deberá pagar 20.000 sestercios a la res publica de Aiungi”). Con estas disposiciones,
el difunto se garantizaba no compartir el sepulcro con nadie, o sólo con las personas que él
quisiese como indica la fórmula: Hoc monumentum heredem exterum non sequitur (sólo
podrían enterrarse los herederos que llevasen el mismo nomen que el difunto).
• El nombre o los nombres de quién erigió el sepulcro y la indicación de los lazos de parentesco,
amistad o dependencia con el difunto: coniux carissima, pater, amicus (nominativo); patri
optimo, filiae dulcissimae, fratri piisimo, patrono indulgentissimo, marito optimo. Incluso,
pueden indicarse los años de matrimonio: cum quo (qua) vixit annis. En algunas inscripciones
el dedicante señala su condición de heredero y que levantó el monumento funerario de
acuerdo con lo prescrito en el testamento: heres ex testamento. No siempre aparecen
indicados los nombres de los que mandaron hacer el epitafio; incluso algunas fueron
mandadas hacer por las personas mientras vivían, como lo muestra la inscripción sibi fecit.
• Dentro de las funerarias, podemos encontrarnos con inscripciones dedicadas a varios difuntos,
en las que se indica su nombre, edad y relaciones con él o los dedicantes, así como los
nombres de quienes dedican la inscripción.
3.2. Votivas.
Dentro de este grupo incluimos las inscripciones dedicadas a divinidades, con la excepción de
las consagradas a los dioses manes: En él se incluirían las inscripciones de dedicación de
templos o de estatuas; aunque las dedicaciones de templos las podemos catalogar también
dentro de las inscripciones monumentales.
Las inscripciones votivas suelen adoptar unas fórmulas bastante rígidas. Todas ellas se
componen de tres elementos básicos, a los que pueden unirse otros datos complementarios.
Elementos básicos:
• Nombre de la divinidad, generalmente va en dativo y puede ir seguido del término sacrum: Iovi
Optimo Maximo sacrum (“consagrado a Júpiter Óptimo Máximo”); Apollini Augusto (“a Apolo
Augusto”); Marti Augusto (“a Marte Augusto”); Veneri Augustae (“a Venus Augusta”) etc. En
ocasiones, el nombre de la divinidad puede ir abreviado: I.O.M. (“consagrado a Júpiter Óptimo
Máximo”); o acompañado de epítetos: Soli Invicto Mithrae. Cuando aparecen acompañados
del epíteto Aug(usto) la divinidad se relaciona con el culto imperial: Marti Au(gusto); Mercurio
Augusto; Minervae Augustae. Cuando, el nombre de la divinidad va en dativo aparece siempre
delante del nombre de la persona que hace la dedicación o que dona una estatua.
También puede aparecer, el nombre de la divinidad en genitivo tras el nombre del objeto
donado: Signum Martis Augusti Aulus Terentius... de sua pecunia dedit (“estatua de Marte
Augusto. Aulo Terentio... la dio de su dinero”). En este caso el nombre del dedicante puede ir
delante del de la divinidad: Caecilia Trophime statum Pietatis... poni iussit (“Caecilia Trófime
ordenó poner una estatua de la Piedad”).
• Nombre del dedicante en nominativo, que puede ir acompañado de filiación, tribu y origo o
del cargo que ostenta en el momento de la dedicación. En ocasiones se hace referencia a otros
dedicantes: cum coniuge; cum filio.
• Verbos acompañados de complementos que indican la idea de dedicar, donar u ofrecer; suele
ir en tercera persona: votum solvit libens merito(V.S.L.M.): “cumplió su promesa con
agrado”; votum solvit libens animo (V.S.L.A.): “cumplió su promesa de buen ánimo o con
agrado”; dedit(d) d(e) s(ua) p(ecunia) d(edit): “de su dinero lo
dio”; d(edit) d(edicavitque); d(ono) d(edit): “dio este don”; poni iussit (p.i.): “ordenó
ponerlo”; extestamento fieri iussit (t.f.i.): “en su testamento ordenó
hacerlo”; faciendum curavit: “ordenó hacerlo”; etc.
Elementos complementarios:
• Explicación del motivo por el que se realiza la dedicación a la divinidad: ex voto (E(x) V(oto)):
“en cumplimiento de un voto o promesa”; ex visu: “por mandato de la divinidad a través de un
sueño”; ex iusu: “por una orden de la divinidad”; pro salute + nombre en genitivo: “por la salud
de alguien (pro salute Augusti); ob honorem; ex testamento. Estas fórmulas suelen aparecer
tras el nombre del evergeta y sus cargos y antes del verbo que indica la donación o dedicación
hecha.
• En algunas ocasiones se señala el objeto donado, en
acusativo: aram, statuam, templum, aedem: ex voto signum argenteum dono dedit. No
obstante, no suele indicarse, pues, el que ve el monumento, (estatua, ara, templo) ve lo que se
ha dedicado a la divinidad. El nombre del objeto donado suele aparecer tras el nombre del
evergeta y antes del verbo que indica la donación o dedicación hecha.
• En ocasiones se indica el coste de la donación o su peso en libras (una libra = 326 grs.), cuando
se trata de estatuas de oro o plata: ex argenti pondo C; ex argenti libris C (“de cien libras de
peso”); ex X(denaris) LXX (“por valor de setenta denarios”); ex HS (sestertiis) VI (milia) (“por
valor de seis mil sestercios”). Esta referencia aparece siempre junto al nombre del monumento
o de la donación realizada.
3.3. Honoríficas y evergéticas.
Durante el Alto Imperio, las familias más destacadas de las comunidades cívicas hispanas, por
su riqueza o por su influencia social y política, van a implicarse notablemente en el gobierno de
las ciudades y en el desarrollo de la vida municipal, buscando de esta forma obtener gloria y
honor dentro de sus comunidades. Estas familias lograron obtener un prestigio y
una dignitas que se fue formando durante generaciones, gracias al desempeño continuado de
cargos públicos en sus comunidades, a la realización de actos de munificencia cívica y a la
acumulación de honores concedidos por los senados locales; pero este prestigio debía ser
mantenido y acrecentado por las nuevas generaciones familiares, lo que generó una continua
competencia entre los miembros de las élites municipales por acceder a los cargos públicos.
Como hemos señalado, otro medio que tenían las élites municipales para adquirir honor era
realizar donaciones a la comunidad cívica, pues gracias a ellas aumentaban su prestigio ante
sus conciudadanos y obtenían el reconocimiento público a su generosidad, que solía plasmarse
en epígrafes y monumentos honoríficos. La erección de estatuas y de epígrafes en los que se
conceden diversos honores a destacados ciudadanos, acrecentaban la existimatio del
homenajeado, la de los demás miembros de su familia y la de sus descendientes, quienes
podrían utilizar el prestigio familiar adquirido a la hora de iniciar sus carreras políticas. La
realización de donaciones y la acumulación de honores permitían crear una memoria cívica
que servía para que los miembros más destacados de esta comunidad se perpetuasen en los
órganos de gobierno de sus ciudades, pues ésta podía aflorar y ser utilizada en la competencia
política que anualmente se desarrollaba por la obtención de las magistraturas y sacerdocios
ciudadanos. De esta forma, se configuró un “régimen de los notables” en el que las familias
más importantes, más ricas y con mayor prestigio dentro de cada comunidad ciudadana
lograron controlar el poder político durante varias generaciones, ocupando las magistraturas,
los sacerdocios y los puestos existentes en las curias o senados locales. Esta política de “dar
para recibir” desarrollada por las élites municipales se plasma en numerosas inscripciones
honoríficas y evergéticas que pasaremos a analizar.
3.3.1. Inscripciones honoríficas.
Inscripciones honoríficas son aquellas que tienen la finalidad de honrar a una persona. Éstas se
colocaban en pedestales, sobre los que se situarían las estatuas de las personas honradas,
sobre arcos o columnas honorarias y más raramente sobre placas.
Su origen se encuentra en los elogia o inscripciones que figuraban bajo las imagines
maiorum (“de los antepasados familiares”), que se colocaban en el atrio de las casas romanas.
Los elogia más antiguos se componían del nombre de la persona en nominativo, seguido de la
enumeración de los cargos desempeñados y de las acciones más ilustres realizadas en vida.
Esta costumbre, existente en las grandes familias romanas, de colocar dentro de las casas
estatuas con elogia de sus antepasados, se traspasó al dominio público en el S. I a. C. y se
generalizó en época de Augusto, cuando éste mandó colocar en su foro estatuas de los
hombres ilustres de la Historia de Roma, con su correspondiente inscripción escrita en el
basamento de la estatua. De esta forma, la erección de estatuas en espacios públicos de las
ciudades se convirtió en un honor que fue buscado por las élites de Roma y de las numerosas
ciudades existentes en el Imperio. A diferencia de loselogia, dedicados a personas ya fallecidas,
las inscripciones honorarias se levantarán tanto a personas vivas como a otras ya difuntas.
Desde época imperial, las inscripciones honoríficas se componen de tres elementos básicos, a
los que pueden unirse otros datos complementarios.
Elementos básicos:
• Nombre y cargos de la persona honrada en dativo. También tenemos ejemplos de nombre y
cargos en genitivo precedidos de la fórmula in honorem (“en honor de”).
• Nombres del dedicante. Van siempre en nominativo, suelen acompañarse de la indicación de
las relaciones de parentesco o amistad con el homenajeado (patrono optimo; amico
optimo; marito optimo; mater; pater; etc.). En ocasiones aparecen los cargos desempeñados
por el dedicante. Cuando la inscripción la dedica una ciudad o un colectivo social, éstos
aparecen en nominativo (Res publica... ; cives et incolae).
• Tras el nombre del dedicante puede aparecer un verbo que indica la acción de dedicar la
inscripción: fecit, posuit, dedit dedicavit, poni iussit, etc.
Elementos complementarios:
• Razón de la dedicatoria. Suelen explicarse los méritos del personaje honrado mediante
expresiones: ob merita (“por sus méritos”); ob plenissimum munificentiam erga patriam (“por
su gran generosidad hacia su patria”); ob plurimas liberalitates (“por sus muchas
liberalidades”). Estas fórmulas pueden aparecer tras el nombre y los cargos del honrado o tras
el nombre de los dedicantes.
• Enumeración de todos los honores concedidos por un senado local a un particular, empleando
las siguientes fórmulas: Huic ordo - de los Italicenses, de los Baedronenses etc. -
decrevit: laudationem (laudatio o “alabanza pública”), impensam funeris (“gastos del
funeral”), locum sepulturae (“lugar de sepultura”), statuam (“estatua”), locus statuae (“lugar
para colocar una estatua”), turis pondo (“libras de incienso”),clipeum (clípeo o escudo con
imagen de la persona y texto aludiendo a sus virtudes), aedilicii et duumvirales
honores (“honores edilicios y duumvirales”), ornamenta decurionalia (los “ornamentos
decurionales”). Otra forma empleada para decretar honores a un particular es: Res publica +
nombre de la ciudad + decrevit + enumeración de los honores concedidos. El nombre de quién
concede el honor y los honores decretados, suelen aparecer tras el nombre y los cargos del
homenajeado. Todos los honores mencionados no suelen aparecer concedidos de forma
conjunta, aunque sí es frecuente que se concedan varios a la vez.
• Referencias concretas a las condiciones en que se levanta la estatua: ex aere conlato (“por
suscripción popular”), ex pecunia publica (“con dinero del tesoro municipal”); al decreto
decurional que concede la erección de una estatua: Decreto Decurionum (d.d.; “por decreto de
los decuriones”); o a la cesión de suelo público para erigir la estatua: locus dato decreto
decurionum (“lugar para erigir la estatua dado por decreto de los decuriones”). Estas fórmulas
suelen aparecer tras el nombre del dedicante.
• En los casos en los que el homenajeado o alguno de sus familiares costea los gastos derivados
de la erección del monumento, lo hace constar en la inscripción con fórmulas como: honore
accepto impesam remisit; honore usus impesam remisit; honore accepto
de sua pecunia posuitetc. Todas estas fórmulas vienen a indicar lo mismo: aceptado el honor
que el senado local le ha concedido, el honrado o alguno de sus familiares remite al tesoro
público el coste de la estatua o de cualquier otro honor concedido. Este hecho también puede
indicarse con otras expresiones: de sua pecunia dedit (“el o la dedicante levantó el
monumento con su dinero”). Estas fórmulas aparecen siempre tras el nombre del dedicante.
• Los dedicantes de la estatua, en ocasiones, organizaron banquetes, distribuciones de dinero o
espectáculos el día de la colocación de la estatua en suelo público. En tal caso, este acto
evergético queda inscrito en el epígrafe con fórmulas como epulo dato (“dio un
banquete”),editis circensibus (“organizó juegos de circo”), ludos scaenicos dedit (“organizó
representaciones teatrales”). Estas fórmulas aparecen siempre al final de la inscripción, tras el
nombre del dedicante.
3.3.2. Inscripciones evergéticas.
Son aquellas que conmemoran la realización de una donación a una comunidad cívica
(municipio, colonia), realizada por un particular. Estas donaciones pueden indicarse en
inscripciones honoríficas o votivas, como ya vimos en los apartados anteriores (banquetes y
espectáculos, estatuas pagadas por particulares) o levantarse expresamente para indicar que
un particular ha donado a la ciudad algún tipo de monumento. Por tanto, las donaciones de
edificios públicos serán analizadas al estudiar las inscripciones monumentales.
3.4. Monumentales y de carácter público.
En este apartado incluimos las inscripciones colocadas sobre monumentos (templos, termas,
acueductos, vías, puentes etc.), con el fin de recordar al personaje que los erigió o restauró.
3.4.1. Inscripciones sobre edificios y construcciones.
Estas inscripciones se componen de tres elementos básicos, a los que pueden unirse otros
datos complementarios.
Elementos básicos:
• Nombre del personaje que hizo construir o restaurar el monumento, junto con su cursus
honorum, en nominativo. En ocasiones aparece como constructor una ciudad o
varias: Municipia Provinciae Lusitaniae; Res Publica Reginensis; Aquiflavienses, lo que nos está
indicando que dichas comunidades asumieron el coste de la construcción.
• Construcción realizada, en acusativo: thermas, podium in
circo, statuam, porticus, basilicam, pontem, macellum, templum, aedem etc.
• Verbo que indica la obra realizada: refecit; fecit; restituit. Frecuentemente, los verbos
aparecen acompañados de frases complementarias que indican que determinada persona ha
dedicado y donado a su costa determinado edificio o que lo ha hecho construir con fondos
públicos y por orden del senado local: dedit dedicavit (d.d.); de sua pecunia dedit (d.s.p.d.); de
sua pecunia fecit; de sua pecunia faciendum curavit; (d.s.p.f.c.); ex decreto
decurionum faciendum curavit idem que probavit (ex d.d.f.c.i.q.p.); ex decreto
decurionum pecunia publica faciendum curavit; etc. Cuando los donantes son varios se indican
en plural: fecerunt (“lo hicieron”); dederunt dedicaverunt (“lo dieron y lo
dedicaron”);faciendum curaverunt idem que probaverunt (“ordenaron hacerlo y dieron el visto
bueno”).
Como ejemplo, la inscripción siguiente: C(aius) Aemilius C(ai) f(ilius) Gal(eria tribu) Montanus
Aedilis II Vir Aedem et signum Tutelae sua pecunia fecit. (“Caius Aemilius Montanus, hijo de
Cayo, de la tribu Galeria, edil, dummviro, construyó de su dinero un santuario y una estatua de
la Tutela”).
Elementos complementarios:
• Divinidad a la que se levanta un templo o un aedes. Cuando aparece en la inscripción, el
nombre de la divinidad suele ir en dativo y, en tal caso, se coloca siempre encabezando la
inscripción, delante del nombre del evergeta que aparece en nominativo: Herculi
sacrum(“Consagrado a Hércules”), Mercurio Augusto (“a Mercurio Augusto”), Veneri
Augustae (“a Venus Augusta”) etc. También puede aparecer el nombre de la divinidad en
genitivo tras el nombre del edificio donado: Templum Herculis (“templo de Hércules”); en este
caso no tiene por qué ir encabezando la inscripción.
• Motivos por los que se hace la construcción o restauración: Suelen aparecer tras el nombre del
evergeta y sus cargos: ob honorem + cargo público o sacerdocio (“por el honor recibido al ser
designado para desempeñar” un cargo público o sacerdocio: ob honorem seviratus; ob
honorem II viratus); ex testamento (“por disposición testamentaria”); ob memoriam + nombre
de la persona en genitivo (“en recuerdo de”: ob memoriam Fabiae Priscae); ex voto; in
honorem domus divinae (“en honor de la casa imperial”); pro salute Principis Nostri (“por la
salud de nuestro príncipe”) etc.
• Indicación del coste de la construcción cuando se trata de estatuas de oro o plata o su peso en
libras (una libra = 326 grs.): ex argenti pondo C; ex argenti libris C (“de cien libras de
peso”); ex X(denaris) LXX (“por valor de setenta denarios”); ex HS (sestertiis) VI (milia) (“por
valor de seis mil sestercios”). Esta referencia aparece siempre junto al nombre del monumento
o de la donación realizada.
• Si el evergeta dona el suelo para hacer un edificio también lo indica: porticus solo
suo (“pórticos levantados en suelo propio”); solo privado.
• Fecha de la dedicación: en ocasiones se indica cuando se dedicó el monumento (inauguración)
mediante la datación consular.
3.4.2. Miliarios.
Son unos indicadores de distancias, realizados en piedra, con forma de columna (cilíndricos) o
cipo (paralelepipédicos). Eran colocados junto a las vías, presentando un campo epigráfico
donde se indicaban las distancias en millas romanas que se llevaban recorridas desde el inicio
de la vía (la milla romana equivale a mil pasos de cinco pies cada uno = 1481 m.). En
los miliarios podemos encontrar las siguientes informaciones:
• Los nombres y títulos de los magistrados o emperadores que ordenaron realizar los trabajos en
las vías o bajo cuyo mandato fueron realizadas las obras. Pueden ir en nominativo o dativo.
• Los miliarios pueden hacer referencia al lugar donde comienza la vía o a determinado enclave
por donde la vía penetra en una provincia: Se expresa con las preposiciones a o ab + lugar en
ablativo: Ab arcu unde incipit Baetica (“desde el arco donde comienza la Bética”); A Baete et
Iano Augusto; Ab Iano Augusto qui est ad Baetem. Igualmente, pueden indicarse el lugar de
destino de la vía, mediante las preposiciones ad o usque + lugar en acusativo: Ad
Oceanum (“hasta el Océano”, es decir, hasta Gades).
• Las millas que se llevaban recorridas desde el comienzo de la vía, indicadas con la
fórmula m.p. (milia passum) + un numeral: m.p. LXV. Es frecuente que no aparezca m.p. y se
indique sólo el numeral.
• El tipo de obra que se realizó en la vía. No siempre aparece este dato. Los verbos más
frecuentemente empleados son: restituit, reparavit(indican reparaciones parciales de las vías,
realizadas en tramos concretos), refecit (indica reparaciones parciales de gran nivel que podían
afectar a toda la vía en profundidad) y fecit (indica la realización de una obra nueva, vía o
puente). En ocasiones se indica el estado en que se encontraba la vía antes de la
reparación: viam vetuste corruptam restituit (“la vía vieja y destruida reconstruyó”).
• A veces, los miliarios nos indican el nombre de la vía o su categoría jurídico-
administrativa: Viam Augustam Miliarem (vía militar); iter (camino
secundario): diverticula (ramal secundario que une dos vías principales); etc.
3.4.3. Cipos de límites.
Servían para marcar los límites de territorios públicos y privados. En ellos se indica el nombre
del emperador o del magistrado que hizo u ordenó la delimitación de territorios, que puede ir
en nominativo o en genitivo (cuando va en genitivo el nombre va precedido de expresiones
como: ex sententia; ex auctoritate “por sentencia de”, “por la autoridad de”). A continuación,
se indica el territorio delimitado y la acción realizada: agrum
limitavit o dimisit o terminavit (“dividió o delimitó el campo”); terminos inter Eporenses et
Solienses limitavit (“delimitó los términos entre Eporenses y Solienses”).
Una variedad son los hitos sepulcrales que delimitaban los espacios funerarios, marcados con
las fórmulas in fronte pedes + numeral + in agro pedes + numeral o locus quoquoversus pedes +
numeral. Estos hitos se colocaban en los muros y esquinas que delimitan el locus sepulturae o
lugar de sepultura e indicaban sus medidas concretas. Delante o detrás de la indicación de las
medidas puede aparecer, en nominativo, el nombre del propietario de la sepultura. Las
medidas que se indican en estas inscripciones suelen estar dadas con referencia a la vía o
camino junto al que solían situarse los enterramientos (in fronte pedes) y el terreno que se
extendía hacia el interior de las fincas (in agro pedes). Como indica la Ley de las XII Tablas,
estaba prohibo enterrar o quemar los cadáveres dentro de la ciudad. Las necrópolis se sitúan
siempre junto a los caminos para así facilitar el acceso de los familiares a las tumbas, sin que
nadie pueda impedírselo. Cuando un particular levanta una tumba en una finca de su
propiedad, lo hace junto a un camino que la limite e indica el tamaño del lugar de sepultura
con estos hitos sepulcrales. De esta forma, se garantizaba que, si la finca era posteriormente
vendida, sus descendientes pudieran siempre acceder a ella. Por último, señalar que el tamaño
del locus sepulturae está relacionado con el nivel de riqueza de las personas que allí se
enterraron. En Hispania, el 49,90 % de los espacios funerarios conocidos por la epigrafía
medían entre 9 y 26,93 metros cuadrados (100/300 pies cuadrados) y sólo el 28,1% de los
acotados funerarios superaban el tamaño de 28 metros cuadrados. Igualmente, tenemos
testimoniadas parcelas inferiores a 10 metros cuadrados y otras que alcanzaban o superan los
900 metros cuadrados.
Ejemplos: L(ocus) in fronte p(edes) CCXXV et / in agro p(edes) CL: “Lugar de sepultura que mide
225 pies de frente (con respecto al camino) y 60 pies de profundo (hacia el interior del
campo)”. L(ocus) q(uo)q(uo)v(ersus) p(edes) XX: El lugar de sepultura es un cuadrado de 20 pies
de lado.
3.5. Inscripciones sobre objetos diversos.
Bajo este nombre agrupamos una serie de pequeñas inscripciones grabadas en diferentes
objetos de todas clases y dimensiones. Dentro de esta categoría entran los instrumenta o
inscripciones caracterizadas porque su soporte es móvil y puede transportarse con facilidad de
un sitio a otro. G. Susini describe hasta 31 clases diferentes de instrumenta, entre los que
podemos destacar: cerámica con marcas de alfarero o tituli picti; lingotes de metal; las fístulas
o cañerías de plomo para el abastecimiento de agua a casas y edificios públicos; ladrillos con
sellos del fabricante; vasos cerámicos o las tabellae defixionum.
3.5.1. Lateres signati y tégulas (opus doliare).
Algunos ladrillos y tejas aparecen con un sello en el que suele aparecer, en genitivo, el dueño
de la figlina, officina o taller cerámico: L(uci)VETTI C(ai) F(ilius); M(arci) ANTONI ATTICI.
También puede aparecer, en nominativo, el nombre del que hizo el ladrillo o la teja, seguido
del verbo f(ecit). Además de estos nombres, en los sellos pueden indicarse con frecuencia
referencias al lugar de fabricación; en concreto a la finca (praedium o fundus) o al taller
(officina o figlina) donde se fabricaban: Ex praediis o de praediis (= ex o de + p., pr., praed.); ex
figlinis o de figlinis (= ex o de + f., fig., figlin.); ex officina o de officina (= ex o de + of., ofic.): ex
pr(aediis) Ulpi Bithynici ex off(icina) C(ai) Sabini (“de la finca de Ulpio Bithynico, del taller de
Caio Sabino”).
Los sellos de ladrillos y tégulas también nos muestran sellos con los nombres de legiones que
participaron en construcciones públicas: L(egio)VII G(emina) F(elicis); o de gobernadores
provinciales que ordenaron construcciones o reconstrucciones de
edificios: M(arcus) PETROCIDIVSM(arci) F(ilius) LEG(atus) PRO.PR(aetore). En ocasiones, se nos
han conservado los sellos o estampillas de bronce con letras en relieve que los alfareros
ponían sobre el material cerámico que fabricaban (CIL.II, 1, 219, 232, 260, 261 y 262; CIL.II, 3,
670 y 813); su forma suele ser rectangular o circular, aunque conocemos otras con forma de
cuarto lunar.
3.5.2. Vasos cerámicos y lucernas.
Las inscripciones son muy concisas y suelen consistir en un sello donde aparece el nomen o
el cognomen del fabricante (entero o abreviado) en nominativo, que puede ir seguido del
verbo fecit (f.; fe.; fec.), o en genitivo y pudiendo ir precedido de expresiones
como officina: Of(ficina)LUCCEI; Of(ficina) SEVERI.
3.5.3. Ánforas aceiteras.
En las ánforas aceiteras Dressel 20 aparecen dos tipos de inscripciones: los tituli picti (rótulos
pintados) y los sellos.
Los sellos solían ser impresos en el asa del ánfora, antes de su cocción. El problema es que
desconocemos si el nombre que aparece es el del fabricante del ánfora, del productor del
aceite o del comerciante que lo compra y lo exporta. M. H. Callender considera que lo
importante no era el ánfora sino el aceite y, por tanto, el sello aludiría al propietario del aceite
o al comerciante que lo había comprado, pero esta afirmación no está comprobada. El
contenido de los sellos puede ser muy variado. Pasemos a comentar la estructura de algunos
modelos:
• Tria nomina abreviados de una persona (en genitivo), que pueden ir acompañados del nombre
de una figlina: Figlin(a) Arcigi(ana) / M(arci)S(empronii ?) Mauri(ani ?).
• Simplemente, el nombre de una figlina: Figlin(a) Scalensia; F. Belliciana; F. Saxo Ferreo; F.
Edoppiana; F. Marsianensia.
• El nombre de sociedades de varias personas, que pueden ir acompañados del nombre de
una figlina: III ENN(iorum) IVL(iorum), es decir, “de una sociedad formada por tres personas de
la familia de los Ennii Iulii”; II AVR(elii) HERACLAE / PAT(er) ET FIL(ius) [ex] F(iglinis)
BAR(bensibus).
Los tituli picti. En las ánforas aceiteras aparecen una serie de rótulos pintados en zonas muy
concretas. Pasemos a comentarlos según su posición:
• Posición alfa: En el cuello del ánfora aparece un numeral que indica el peso del recipiente
vacío (en libras romanas).
• Posición beta: En la parte superior del vientre del ánfora aparece el nombre de una persona o
sociedad. Los nombres van en genitivo y pertenecen a los mercatores o negotiatores que eran
empleados por el Estado para garantizar el abastecimiento de aceite a Roma y al ejército
(annona): A. Cosconi Aviti; C. Antoni Balbi; M. Iuli Faustini; etc. Estos mercaderes privados, al
entrar al servicio de la annona, pasaban a llamarse diffusores olearii y se encargaban de la
compra y distribución del aceite que necesitaba el Estado. A finales del S. II o inicios del III d. C.,
Septimio Severo (193-211) suprime el recurso a los comerciantes particulares y la compra y
distribución del aceite pasan al manos del Estado. En este periodo aparece en las ánforas el
nombre de los emperadores o la frase fiscus patrimonium provinciae Baeticae. Con Severo
Alejandro (222-235) se mantiene la organización estatal, pero se vuelve a dar entrada a
los diffusores olearii.
• Posición gamma: Numeral colocado en la panza del ánfora. Indica el peso del aceite contenido
en el ánfora (en libras romanas).
• Posición delta: Junto al asa, a la derecha de los textos anteriormente comentados, aparecen
una serie de rótulos donde se indican varios datos. Todos estos datos están relacionados con
unas ordenanzas de época de Adriano que obligaba a los productores a vender al Estado un
tercio del aceite producido. El aceite se pagaba al precio que estuviese en la zona y, para evitar
incumplimientos, se obligaba a hacer declaración pública y jurada de la totalidad de la cosecha,
así como de todas las ventas. Para vigilar el cumplimiento de estas obligaciones se ponen
los tituli picti de esta zona del ánfora. Las indicaciones son varias:
• Constatación del peso del aceite y, en ocasiones, del envase.
• Signo R, que indicaba que el aceite pertenecía a la ratio fisci y que, por tanto, estaba exento de
pagar el impuesto del portorium.
• El nombre de la ciudad de la que dependía el control fiscal: Astigi, Corduva, Hispalis, Malaca,
etc.
• En ocasiones aparece el nombre de la figlina donde se envasó el aceite: figlina Ceparia, figlina
Corneliana, figlina Trebeciano, etc.
• Nombre de la finca donde el aceite se había producido (terminada
en num o ese: Aemilianum, Crispense, Marcianum, Salsense, Turrense, etc.), acompañados de
un nombre de persona en genitivo que haría referencia al explotador de la finca o al
arrendatario: Aeli Aeliani; Celeris;Iuni Rutilani; Proculae, Valeriae Patriciae, etc.). En ocasiones
no aparece el nombre de la finca, pues el nombre del explotador bastaría para designar
el fundus.
• Posición épsilon: Este elemento no aparece siempre y cuando se encuentra, está situado a la
derecha de la posición delta. Es una indicación numérica cuyo significado no se conoce.
3.5.4. Sellos sobre lingotes de plomo.
Los lingotes de plomo cuentan en su vértice con uno o varios cartuchos en los que aparecen en
relieve nombres de personas o de sociedades. Estas estampillas previamente han sido
grabadas en los moldes y al fundir los lingotes quedan estampadas sobre ellos. En ellas
aparece el nombre de la sociedad o de la persona que explota las minas, ya sea como
propietario o como arrendador. Cuando en los lingotes aparece el nombre del emperador, nos
está indicando que el Estado dirigía la explotación directa de las minas. En Hispania
encontramos tres tipos según la información que proporcionan:
• Un único nombre en genitivo: P(ublii) Turull(i) Lebon(is); Q(uinti) Aeli Satuli.
• Sociedades de varios individuos, a veces precedidos sus nombres de la
palabra societas (soc., societ.): societ(as) S(urii) et T(itii) Lucreti(orum) o “sociedad de los
Lucrecios Spureo y Tito”; societ(as) M(arci et) C(aii) Pontilienorum M(arci) F(iliorum) o
“sociedad de Marco y Gayo Pontilienus, hijos de Marco”.
• Sociedades en las que no aparece siempre el nombre de sus
miembros: societ(atis) argent(ariarum) / fod(inarum) mont(is) Ilucr(onensis)galena.
3.5.5. Sellos sobre conductos de agua.
En las fístulas o tuberías de plomo se podía indicar el nombre del propietario de la conducción
de agua (en genitivo); el nombre del magistrado o emperador que mandó construir la red de
tuberías de plomo (en genitivo), el nombre de la persona que hizo la tubería (en nominativo) o,
incluso, el taller que fabricó las fístulas: M. IVL (ii) ANTONIANI AED(ilis) / ARTEMAS
C(olonorum) C(oloniae) S(ervus) F(ecit) o “ de M. Iulio Antoniano edil, Artemas siervo de los
colonos de la colonia lo hizo; IMP(eratoris) C(aesaris) H(adriani) A(ugusti) o “del emperador
César Hadriano Augusto”; C(oloniae) A(eliae) A(ugustae) I(talicensium) o “de la Colonia Aelia
Augusta Itálica”; C(olonorum) C(oloniae) AVG(ustae)FIR(mae) EX OFFI(cina) MVRCARI o “de los
colonos de la colonia Augusta Firma, del taller de Murcario”.
3.5.6. Glandes de plomo.
Son balas para lanzar con honda. Pueden presentar varios tipos de leyendas como el nombre
del combatiente, su general o la unidad militar a la que pertenecía (en genitivo). Las leyendas
más frecuentes muestran el nombre del general que mandaba las tropas: Q(uinti) Me(telli)
(“Quinto Cecilio Metelo”, glande utilizado en las guerras contra Sertorio); CN(aei) MAG(ni) /
IMP(eratoris) (glande utilizado en las Guerras Civiles entre Cneo Pompeyo y César).
3.5.7. Tesserae.
Son pequeños objetos de metal, marfil o madera, de formas y dimensiones variadas, usados
para diversas ocasiones. Las más interesantes son las de “hospitalidad” (tesserae hospitales),
que sellan lazos entre comunidades o entre una persona y una comunidad. En ellas aparecen
los nombres de comunidades y particulares, así como el tipo de acuerdo que han firmado.
Todas ellas son dobles, guardando cada parte implicada un ejemplar. Estos pactos son
claramente de origen indígena, pues contamos con pactos de hospitalidad escritos en
alfabetos célticos. No obstante perduraron tras la dominación romana, pasándose a redactar
en latín. Al establecerse, crean unos lazos igualitarios de ayuda recíproca. El hospes y sus
familiares eran acogidos por la comunidad firmante del pacto que lo protegía como a uno de
los suyos cuando se hallaba en ella. Igualmente, los ciudadanos de la comunidad se convertían
en protegidos del hospes, cuando éstos viajaban a su patria. Cuando los firmantes de un pacto
de hospitalidad eran dos comunidades, éstas se comprometían mutuamente a dar protección
a los habitantes de la otra comunidad. Estas características hicieron que fuesen muy útiles
para establecer relaciones de protección mutua entre ciudadanos de dos comunidades
alejadas. Los pactos de hospitalidad acabaron contaminándose de las relaciones de patronato
y clientela siendo frecuente que se estableciesen entre una comunidad indígena y un alto
magistrado romano al que llaman hospes y patrono. En este último caso, el hospes quedaba
verdaderamente como protector de la comunidad indígena.
3.5.8. Tablas de patronato.
Formalmente son tablas de bronce rectangulares de pequeño tamaño (en torno a 35 x 28 cm.)
en las que se establecen acuerdos entre una ciudad y un patrono (tabulae patronatus). El
patronato establece una relación desigual entre una comunidad que escoge a un patrono
(patronum cooptare), el cual recibe a la comunidad en su clientela (in fidem clientelamque
suam recipere). El patrono se convierte en defensor y protector de la ciudad y ésta le
corresponde con deferencias honoríficas. Las tablas de patronato siempre mencionan a una
comunidad privilegiada (municipio o colonia) y a un importante personaje de la sociedad
romana.
3.5.9. Tabellae defixionum.
Recogían una serie de procedimientos mágicos con los que se pretendía dañar a un enemigo.
Generalmente son láminas de plomo, generalmente rectangulares, en las que se grabaron los
nombres de las personas a las que se deseaba causar algún mal y una serie de fórmulas
consagradas a los dioses de los muertos o de los infiernos (Pluton, Proserpina, dii inferi). En el
texto suele aparecer la idea de fijar o atar, pues lo que se busca es inmovilizar a la víctima ante
determinado ataque.
3.5.10. Inscripciones sobre mosaicos.
Desde época republicana fue frecuente realizar textos escritos con teselas sobre mosaicos. Los
más interesantes, de época tardorepublicana, suelen informarnos sobre la dedicación de
templos o edificios, por magistrados, particulares o por representantes de corporaciones
profesionales (en época imperial esta información suele plasmarse sobre inscripciones
monumentales en piedra). En época imperial suelen seguir apareciendo textos sobre mosaicos,
pero éstos suelen limitarse a explicar el contenido del mosaico o a dar nombre a las personas,
animales o divinidades que en él aparecen. En Hispania son muy interesantes los aparecidos en
la región de Carthago Nova y en Itálica:M(arcus) Aquini(us) M(arci) l(ibertus) Andro / Iovi
Statori d(e) s(ua) p(ecunia) qur(avit) / l(ibens) m(erito) o “Marco Aquinio Andro, liberto de
Marco, a Júpiter Stator, de su dinero lo hizo con agrado” (HEp 6, 1996, nº 655, Carthago
Nova); M(arcus) Trahius C(ai) f(ilius) Pr(aefectus oPraetor) Ap(pollini) [templum] / de stipe
idemq(ue) / caul[as d(e) s(ua) p(ecunia) f(acienda) c(uravit) ?] o “Marco Trahio, Hijo de Gaio,
prefecto o pretor ordenó hacer un templo a Apolo con el dinero recogido mediante colecta y
de su dinero ordenó hacer las puertas (del templo)” (CIL. II, 578, Itálica).
EPIGRAFÍA Y NUMISMÁTICA EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA.
PARTE II: NUMISMÁTICA ROMANA.
TEMA 1. INTRODUCCIÓN.
1.1. Definición y concepto de numismática.
Una moneda es una pieza de metal con un determinado peso y acuñada por una autoridad
competente que establece el valor real de esa moneda con un sello que garantiza su peso y
pureza. El término moneda es utilizado por primera vez por los romanos para referirse a la
divinidad Juno Moneta. (la palabra Juno viene del latín iun que significa prosperidad,
y moneta viene de moneo, que significa advertir y repartir). Había un templo erigido en el
Capitolio dedicado a esa divinidad. El Capitolio era importante porque cuando los galos
asaltaron Roma hacia el 350 a. C., las ocas sagradas del Capitolio despertaron a los defensores
romanos que combatieron y repelieron el ataque. También se supone que en dicho templo de
Juno Moneta se comenzaron a fabricar las primeras emisiones monetales romanas, de ahí el
término moneda.
La palabra numismática viene etimológicamente del término griego numisma, que significa
“reparto” y “la correcta medida”.La numismática (del latín nummus, “moneda) se define como
la ciencia que estudia las monedas y todos los aspectos con ellas relacionados: económicos,
artísticos, arqueológicos, epigráficos, jurídicos, cronológicos, etc.
La moneda surge tras un periodo de trueque, el cual llegó a plantear numerosos problemas:
por un lado, podía existir una falta de intereses coincidentes entre las personas que realizaban
el trueque, al establecer la equivalencia de valores de los productos intercambiados. Otra
dificultad del truque es que muchos objetos eran indivisibles. Por tanto, se necesitaba un
patrón de referencia que permitiese valorar cualquier producto y que interesase a todo el
mundo. Por ello va a ser necesario contar con un medio de cambio, y se empezó a utilizar la
moneda.
Como resultado de todo ello, las características de la moneda son las siguientes: 1ª. Su
actuación como valor regulador. 2ª. Es divisible, cuenta con múltiplos y divisores. 3ª. Es un
objeto fácil de transportar y difícil de destruir. 4ª. La moneda es reconocible por todos como
tal y está apoyada por un poder que la sustenta.
Así, Aristóteles, (Política, X, 1257 a) afirma que existen unos bienes necesarios y unas personas
que los poseen y que se intentan establecer una serie de procesos mentales para superar lo
que él llama “autarquía natural”. A través de esos mecanismos mentales se establece un
sistema de valoración. La moneda en este primer estadio, para Aristóteles, serviría para acabar
con los desequilibrios existentes en la sociedad.
Resulta curioso que la moneda no empezó a funcionar como medio de intercambio, sino como
medio contable de los Estados, para establecer un presupuesto. Las primeras monedas
circulaban muy cerca de la ciudad emisora, eran de oro y plata y tenían un valor muy alto, por
lo que tenían gran circulación.
La moneda tenía una serie de ventajas: era divisible; permitía llevar la contabilidad y los
presupuestos de un Estado; servía de patrón de referencia, es decir, servía para medir el valor
de los objetos; era un objeto de fácil transporte y difícil de destruir; era admitida por todos los
miembros de una comunidad o Estado.
La moneda tiene un doble valor. El intrínseco lo tiene por la cantidad y la ley del metal
acuñado en cada pieza, es el valor propio de dicho metal. El extrínseco es el valor que el poder
o autoridad que acuña la moneda decide que tenga ésta. En las primeras monedas se
correspondía el valor intrínseco con el extrínseco, pero rápidamente dejaron de coincidir
ambos valores. La moneda fiduciaria era aquella en la que el valor extrínseco es superior al
valor intrínseco. Se correspondía con unas reservas de moneda que tenían las autoridades
emisoras, y varias monedas fiduciarias acuñadas por una misma autoridad se distinguen por su
antigüedad.
1.2. Relación de la numismática con otras ciencias, con especial incidencia en la Historia
Antigua.
Para conocer cualquier cultura hay que manejar todas las fuentes existentes sobre ella,
incluyendo las fuentes numismáticas. Las imágenes que aparecen como emblemas de las
monedas tienen una función, son símbolos que nos hablan del pueblo que las eligió como
emblema y nos hablan también de la historia de ese pueblo.
La numismática está relacionada con la historia, especialmente con la historia política porque
toda moneda es emitida por un poder político que generalmente aparece reflejado en las
emisiones. Un ejemplo lo tenemos en los emperadores romanos. Es frecuente que en el
reverso de la moneda aparezca una alusión al poder político emisor: en Roma, por ejemplo,
una S (abreviatura de Senatus) en la época republicano o un retrato del emperador emisor en
la imperial.
Las monedas nos informan de cuestiones religiosas (por ejemplo aparecen reflejadas las
divinidades preferidas por cada emperador en un determinado momento); de la propaganda
desarrollada por los grupos dominantes; acerca de aspectos urbanísticos de las ciudades
emisoras (aparecen reflejados arcos honoríficos, templos, coliseos, etc.). La forma de la
moneda puede ofrecer información sobre disturbios internos en el Estado o sobre los
movimientos de determinados ejércitos (en momentos de disturbios los rebeldes al Estado
pueden acuñar monedas propias diferentes a las del Estado con el que luchan para imponerse
en el poder; también para pagar a los ejércitos romanos se realizaban acuñaciones especiales
en cecas instaladas en los lugares donde realizan la compaña).
Por otra parte, la numismática está también relacionada con la economía y con la historia
económica, pues permite constatar periodos de crisis y estabilidad. En periodos de paz y
prosperidad el Estado acuña monedas de mayor peso y ley -mayor proporción de metal
precioso en la aleación de la moneda-, así en época altoimperial romana, S. I-II d. C.; mientras
que en épocas de crisis el Estado acuña monedas con menor ley - menor proporción de
metales preciosos en la aleación de la moneda y de peor calidad o pureza-, así en la época
bajoimperial romana, S. III-V d. C.
1.3. Historiografía.
La numismática ha estado muy relacionada con el coleccionismo ya desde la Antigüedad.
Augusto o los Ptolomeos se sabe que coleccionaban monedas. En la Antigüedad por la moneda
romana se pagaba diez veces su valor debido a su gran belleza. En el siglo XVI se escribieron los
primeros tratados sobre numismática basados en las piezas de los coleccionistas. Los primeros
en hacerlo fueron el francés Guillaume Budé y el italiano Orsini.
En España, surgió la numismática en el S. XVI, cuando comenzó el interés por la moneda
ibérica y se originaron las primeras colecciones de monedas ibéricas. Las monedas eran lo más
importante de los “gabinetes de curiosidades”, en los que se coleccionaban monedas griegas y
romanas para tomar a los personajes que aparecían en esas monedas como modelos de virtud.
Por otro lado, sigue el interés por las monedas ibéricas, aunque tratadas marginalmente al no
poderse descifrar los textos escritos en alfabeto ibérico, en lo que en la época se llamaba el
lenguaje español de aquel tiempo, hasta que los investigadores se dieron cuenta de que estas
monedas eran bilingües y las tomaron como base para descifrar el alfabeto ibérico.
En el S. XVII, en España continuó un mayor interés por la numismática. Cabe destacar a
Vicenzio Juan de Lastanosa, poseedor de una colección, apoyada por el rey Felipe IV, de unas
4.800 monedas de oro griegas y romanas que fue aumentando con el tiempo, y autor de la
obra Museo de las medallas desconocidas españolas, en la cual intentó ordenar
cronológicamente las piezas de su colección. Luego donó su colección a la creada Real
Academia de Numismática. Al mismo tiempo, el sevillano Rodrigo Caro fue el primero que
intentó formular hipótesis históricas utilizando monedas.
En el S. XVIII, en Europa siguieron apareciendo estudios sobre numismática y creándose
nuevas colecciones, y aumentó el interés por la moneda griega. Más tarde que en Europa en
España surgieron distintas Academias.
El mayor avance en la investigación numismática en España vino del renovado intento de
descifrar el alfabeto ibérico, destacando en ese sentido el padre jesuita Enrique Florez y su
discípulo José Luis Rodríguez de Velasco
El jesuita Eckhel clasificó todas las monedas griegas y romanas conocidas y publicó su
importante labor en una monumental obra en ocho volúmenes
titulada doctrina Nummorum Veteres.
Durante el siglo XIX la numismática se separa del coleccionismo y surge como ciencia,
comenzando a aparecer las primeras revistas especializadas, pero es en el siglo XX cuando
aparecen las grandes obras de referencia.
Para la moneda romana destaquemos las siguientes obras: para la época republicana, M. H.
Crawford: Roman Republican Coinage, Cambridge, 1974; para la época imperial hasta el Bajo
Imperio, la monumental obra colectiva publicada en Londres The Roman Imperial Coinage. Vol.
I: C. H. V. Sutherland, 1984; Vols. II-V y IX: H. Mattingly y E. A. Sydenham, 1926-1933; Vol. VI: C.
H. V. Sutherland y R. A. G. Carson, 1973; Vol. VII: P. M. Brunn, 1966; Vol. VIII: J. P. C. Kent,
1981; para el Bajo Imperio, la también obra colectiva publicada en LondresLate Roman
Bronze Coinage. Part I, P. V. Hill y Kent, J. C. P.: The Bronze Coinage of the House of
Constantine; Part II, R. A. G. Carson y Kent, J. C. P.: Bronze Roman Imperial Coinage of the Later
Empire A. D. 346-498, 1960.
Para el estudio de la moneda romana en la Península Ibérica destacamos, con carácter general,
la obras de Vives y Escudero, A.: La moneda hispánica, Madrid, 1926, y los libros de Villaronga
Garriga, L.: Numismática Antigua de Hispania, Barcelona, 1979 y Corpus Nummorum Hispaniae
ante Augustum Aetatem, Madrid, 1994; para época posterior a César hasta la época flavia el
libro de Burnett, A., Amandry, M. y Repolles, P. P.: Roman Provincial Coinage, Vol. I: From the
death of Caesar to the death of Vitellius (44 BC-AD 69), Part I: Introduction and Catalogue, Part
II: Indexes and Plates, Londres-París, 1992; y para toda la época imperial el libro de Beltrán
Martínez, A.: La moneda romana.El Imperio. Madrid, 1986.
1.4. Tendencias actuales de la investigación.
Actualmente, existen tres grandes tendencias en el estudio de numismática. En primer lugar, la
realización de proyectos comunes entre la numismática y otras disciplinas, como la química
(análisis metalográficos), la informática etc. En segundo lugar, la introducción del estudio de la
numismática en universidades y centros de investigación. En tercer lugar, el empleo de la
informática para, a través de programas y bases de datos, recopilar y actualizar la información
que se conoce sobre los hallazgos numismáticos.
1.5. Elementos formales de la moneda: las partes de la moneda.
La forma de la moneda es redonda, pero no siempre fue así. En un principio se utilizaron como
monedas objetos premonetales de distinta forma. En forma de barra en Grecia
los obeloi (palabra que significa “asador”). También existieron monedas con los bordes
dentados, como los nummi serrati. Otras eran cuadradas con un orificio en el centro. Sin
embargo, la forma actual de las monedas es redonda y plana, porque se ha comprobado que
son las que mejor resisten al desgaste.
En el borde de la moneda aparece una serie de puntos o rayas que se denomina gráfila. Su
función era evitar que particulares quitasen peso a la moneda. El flan o cospel es la pieza de
metal sobre la que se imprime la moneda, el cual se calienta y se introduce en el cuño de
anverso y de reverso.
La cara principal de la moneda es el anverso y la secundaria el reverso. El anverso suele
presentar representaciones que aluden al Estado emisor o autoridad que acuñó la moneda. En
época republicana se representaba en el anverso a la diosa Roma y en época imperial al
emperador. El cuño de anverso y reverso están en manos de las autoridades acuñantes para
garantizar que la moneda no sea limada y que tenga un peso y una ley establecidos. El retrato
de los emperadores en las monedas puede ser de la cabeza o del busto. Durante los siglos I al
III d. C. se representa la cabeza girada (izquierda o derecha) y desde el siglo IV los emperadores
aparecen representados de frente o girados 3 / 4. Al principio la cabeza no solía llevar adorno,
como en el caso de las monedas de Augusto, siguiendo la tradición republicana, pero poco
después se introduce la corona de laurel. A partir de Nerón los emperadores aparecen no sólo
con la corona de laurel sino también con la corona radiada (corona de rayos), aunque se utilizó
sobre todo para diferenciar el dupondio del as. En el primero la cabeza de los emperadores
aparece con la corona radiada y en el segundo con la corona de laurel. Durante los siglos IV y V
d. C. el adorno más usado fue una corona de perlas con una roseta en el centro.
Los tipos del reverso son más variados. En época republicana se indican los nombres de los
magistrados, ya sean cónsules o triunviros monetales, encargados de acuñar la moneda, con
alguna alusión a temas relacionados con sus familias (cualidades, hechos guerreros, etc.).
Además suele aparecer la leyenda S. C. (Senatus Consultum) y también en las imperiales de
bronce o cobre.
En época imperial, los tipos o representaciones en el del reverso se acompañan de leyendas
que explican el significado del tipo. Los más frecuentes son: divinidades, el más representado
fue Júpiter, seguido de Hércules; representaciones alegóricas de cualidades abstractas
personificadas alusivas a cualidades de los emperadores que van acompañados de leyendas o
textos (por ejemplo, Pax Augusta, Providentia Augusta, Concordia Augusta); alusiones
alegóricas a la Victoria (Niké), motivos referidos a los ejércitos (insignias de las legiones,
trofeos o alusiones a campañas militares realizadas por los emperadores) o edificios públicos
(el Coliseo de Roma, el Circo Máximo, arcos, estatuas, etc.); además existen los llamados tipos
“parlantes” donde la cosa representada se corresponde con el nombre de una ciudad (en las
monedas de la colonia griega de Rodhe o Rosas se representaba en el reverso una diosa.
Las monedas pueden llevar leyendas tanto en el anverso como en el reverso. También se
pueden encontrar marcas de valor que se grabaron en los cuños para que éstas apareciesen al
acuñar la moneda (por ejemplo, en época republicana cuando aparece una X en un denario
significa que la moneda vale 10 ases, en época imperial un denario valía 16 ases.
Cada ciudad que acuñó moneda tenía un Dios en su mitología local que aparece reflejado en el
reverso de la moneda (en las monedas de Atenas aparece la lechuza, símbolo de Atenea, en las
de Corinto aparece el caballo alado Pegaso, etc.). Debajo de este emblema suele aparecer una
rayita y el nombre de la ceca que acuñó la moneda e incluso el nombre de la oficina que la
acuñó. Todo ello nos ofrece información sobre la circulación monetaria.
Con posterioridad a su fabricación a las monedas se les podían añadir contramarcas, que son
signos muy variados que servían a la autoridad emisora para poner de nuevo en circulación las
monedas. También en ámbitos concretos se podían añadir contramarcas a las monedas (por
ejemplo, para uso de los militares o de los mineros).
1.6. Conceptos y terminología numismática.
La leyenda son las letras que aparecen alrededor de la moneda. Las monedas que carecen de
leyenda se denominan anepigráficas.
El campo es el espacio de la moneda libre de todo grabado.
La ceca se identifica con la ciudad que acuña moneda y también es el taller u oficina donde se
acuña.
El flan o cospel es la pieza metálica sobre la que se imprime la moneda.
El cuño es la matriz que contiene los motivos que se van a grabar en la moneda. Se distingue
entre el cuño de anverso (con el motivo principal) y de reverso (éste es el que se sujeta con
unos alicates).
El electrón es una aleación de oro y plata que a veces se utilizó para acuñar moneda, que se
puede encontrar en estado natural.
El oricalco es una aleación de cobre y zinc, de color anaranjado, más caro que el bronce por lo
que las monedas de oricalco tienen más valor que las de bronce.
El vellón es una aleación de un metal noble con otro más barato, que suelen ser plata y cobre.
La moneda forrada es aquella hecha con un núcleo de metal diferente al que aparece en el
exterior. El metal que legaliza la moneda y le da valor es el que aparece en su exterior.
El canto es el borde exterior de una moneda
El exergo es la parte inferior del reverso que aparece separada del resto por una línea de
puntos, y que es la zona de la moneda donde se colocan la marca o el nombre de la ceca.
La gráfila es una orla de puntos o rayas o una línea continua que rodea al anverso y al reverso.
La pátina es la capa adherida a la moneda como consecuencia de su oxidación. Ésta puede ser
de distintos colores según el metal de que esté hecha la moneda o el tipo de tierra con el que
ha estado en contacto. La pátina puede demostrar la autenticidad de una moneda y
revalorizarla con el tiempo para los estudiosos o coleccionistas de moneda antigua.
1.7. Técnicas de acuñación en la Edad Antigua.
Se dieron dos técnicas la fusión y la acuñación, coexistiendo ambas en el tiempo aunque la
más empleada fue la acuñación.
Por fusión o fundición se entiende el conjunto de operaciones que le da al metal la forma
deseada vertiéndole en estado líquido en un molde vacío para que al solidificar adquiera la
forma deseada. Esto es posible porque los metales se funden a determinada temperatura y
tienen la propiedad de adoptar la forma del recipiente que los contiene cuando se enfrían. El
proceso es sencillo: primero se realizaba la moneda probablemente en madera y ésta se
introducía a presión en arcilla para fabricar los moldes de fundición. Normalmente se
utilizaban moldes compuestos de dos piezas, una para el anverso y otra para el reverso.
Después se metían en un horno y quedaban listos para recibir el metal fundido.
Frecuentemente en los moldes se imprimía varías veces la misma cara de una moneda y se
comunicaban las impresiones por un pequeño canal. Luego se preparaba el otro molde de
igual forma. Así las impresiones quedaban encadenadas. Finalmente, se hacían coincidir las
dos valvas y en el molde cerrado se vertían el metal fundido líquido. Cuando éste se enfriaba
se abrían las dos valvas y se obtenía una cadena de monedas unida entre ellas por una espiga
de fusión. En estas monedas quedaba la huella de la espiga.
El método de fundición aceleraba el proceso de fabricación de las monedas y se conoce cómo
proceso de encadenación o chapelet. Pero también tenía inconvenientes: la superficie de la
moneda quedaba granulosa y con poros, por lo que la moneda no era de calidad; la técnica
impedía dibujos nítidos y precisos en las caras de la moneda; las monedas obtenidas por este
sistema se podían falsificar con facilidad, pues teniendo una moneda legal se podían sacar
fácilmente las matrices o cuños.
Por estos motivos el sistema de fusión se empleó poco. En Roma se utilizó en las primeras
acuñaciones, para facilitar la acuñación de monedas grandes (por ejemplo, el aes grave).
También se utilizó en el siglo III d. C. para acuñar monedas de bronce que contenían algo de
plata.
La técnica usada generalmente fue la acuñación, pues no aparecían los problemas que con el
otro sistema. Para fabricar la moneda se empleaba una pieza de metal lenticular. Este flan o
cospel había sido previamente sometido a una alta temperatura para facilitar su ductilidad. Se
introducía entre dos cuños que llevaban incisas, en hueco, las imágenes que se querían
representar en las monedas. A continuación se golpeaba sobre uno de los cuños (se ponía el
flan sobre uno de los cuños y se golpeaba sobre el otro), quedando así grabadas las imágenes
en el flan. Para fabricar una moneda eran necesarios dos cuños, uno fijo que se embutía en un
yunque, el cuño de anverso, y otro móvil, el cuño de reverso, que se colocaba encima del
cospel y era el que recibía el golpe del martillo, estando el cuño de reverso sujeto por unas
tenazas.
Los pasos para la acuñación eran los siguientes. Primero preparar los flanes o cóspeles de
varias formas: se fundía el metal y se introducían los flanes en varios moldes de forma
lenticular, los cuales podían ser abiertos o cerrados (de una o dos piezas); Otra forma de
preparar los flanes era recortar trozos de metal de una lámina a la que previamente se había
dado un grosor determinado; una tercera forma consistía en reacuñar monedas antiguas que
ya no tenían curso legal, las cuales se utilizaban como flanes, aunque esto tenía el problema de
que la nueva acuñación no borraba totalmente los tipos de la antigua moneda. Una vez creado
el cospel, este se pesaba y ajustaba para que la cantidad de metal en las monedas fuera
uniforme.
Después se grababan las monedas y se abrían los cuños de anverso y reverso que tenían el
sello de la autoridad que emitía la moneda. Se han conservado pocos cuños, pues eran
destruidos al desgastarse para que no fueran utilizados en la falsificación de monedas. Grabar
los cuños era considerado un arte, pues había que realizar el dibujo de los cuños ampliado y,
después, mediante incisión, éste se pasaba a una lámina de metal, la cual periódicamente era
calentada. Una vez que se obtenía el prototipo se sacaban moldes que permitían fabricar
mediante fundición los cuños, aunque éstos había que retocarlos con un buril para afinar los
detalles que se habían perdido con el molde. Los cuños contenían las imágenes en negativo, es
decir, en hueco. Pero un cuño tenía una duración, con él se podían sacar un número máximo
de monedas. Por ello los cuños debían ser fabricados con materiales duros para aguantar los
golpes que se daban durante la acuñación. Así, los romanos utilizaron cuños de bronce para
acuñar monedas de oro y plata y cuños de hierro para acuñar monedas de bronce. El último
paso de este proceso era el de acuñar las monedas con el cuño móvil o de reverso golpeándolo
con el martillo.
La acuñación fue un sistema que permitía acuñar muchas monedas en poco tiempo. Un equipo
de personas especializadas podía acuñar en un solo día, si los flanes estaban ya preparados,
entre 3.000 y 4.000 monedas. Los elementos utilizados en este proceso los conocemos porque
se conserva restos de un cuño de reverso, por representaciones como la del denario de Tito
Carisio (con el martillo a la derecha, el yunque en el centro del dibujo y ambos cuños), o por
pinturas como el fresco de la casa Vetti en Pompeya, en el que aparecen unos angelotes
acuñando moneda; un amorcillo está junto a un horno calentando los cóspeles, más a la
izquierda otro prepara unos cóspeles para la acuñación; otros dos están pesando un lingote y
los dos últimos aparecen acuñando moneda, uno sujetando el yunque y el otro tiene el
martillo.
1.8. Metales.
El metal empleado para la acuñación se obtenía de distintas formas, principalmente de la
extracción de las minas, también del cobro de impuestos del comercio y reacuñando monedas
antiguas. Durante la república los romanos obtuvieron metal por el botín obtenido de las
conquistas y de las fortunas, es decir, tesoros de los Estados griegos herederos del imperio de
Alejandro Magno. Durante el Imperio, los emperadores, mediante funcionarios, asumieron el
control directo de la explotación de las minas de metales amonedables (como las que había en
Tracia, por ejemplo).
El metal utilizado para acuñar moneda no debía ser tan blandos que dificultaran el proceso de
acuñación, pero sí debían tener la consistencia o dureza suficientes para no alterarse una vez
acuñado. Esto hizo que los metales preferidos para fabricar moneda fueran oro, plata, electrón
y cobre. Todos ellos son lo suficientemente maleables y tienen la dureza necesaria para
conservar su forma y no alterarse durante la acuñación, pues la oxidación les afecta muy
lentamente.
Muy ocasionalmente se utilizaron otros metales para fabricar moneda: en Atenas en el siglo V
a. C. se sabe que se utilizaban monedas de terracota, probablemente para fines de
contabilidad y no como moneda circulante. Séneca afirma que en Esparta y Cartago se
utilizaban monedas de cuero. Lo que sí es cierto es que en Esparta se utilizó el hierro para
acuñar, lo que se piensan que eran los obeloi a los hace referencia Plutarco en la Vida de
Licurgo. En alguna ocasión se utilizó el plomo, por ejemplo, en la Galia romana a finales del
siglo I y principios del II d. C., en un momento de crisis, cuando no había otro metal para
acuñar.
Salvo estas excepciones, la mayoría de monedas acuñadas en la Antigüedad lo fueron de oro,
plata y bronce. El oro fue acuñado en abundancia por los persas, por la monarquía macedónica
y por Roma, en aleaciones bastante puras. La plata también se utilizó en acuñaciones con
bastante pureza (96 %) en las ciudades griegas y también con los romanos, aunque éstos
tendieron a mezclar más la plata con oro, plomo o cobre. Las monedas fraccionarias se
acuñaron en cobre y plomo, también en estaño (que mezclado con el cobre daba el bronce).
Otra solución muy usada para acuñar fue el oricalco, aleación de cobre y zinc, que era más
caro que el bronce porque él zinc era más difícil de obtener en la Antigüedad y era más escaso.
1.9. Falsificaciones.
Se diferencian dos tipos de falsificaciones monetarias: antiguas y modernas. Las modernas
aparecen desde que comienza el coleccionismo: algunas falsificaciones son monedas
inventadas, en otras se mezcla el anverso y el reverso de las acuñaciones, y otras que copian
las monedas antiguas. En el caso de las falsificaciones modernas bien realizadas se puede
distinguir si son verdaderas o no por la pátina y por diferencias en la forma o el peso.
Las falsificaciones antiguas se hicieron contemporáneamente a las monedas oficiales. En época
romana se recurrió a veces en las provincias a acuñar moneda falsa, por ejemplo, en época de
Claudio en la Península Ibérica se falsificó moneda fraccionaria de bronce.
A este respecto, existe una polémica entre los estudiosos sobre si las monedas forradas son
falsificaciones. La opinión más consensuada es que las monedas forradas fueron emitidas por
el Estado por su calidad, aunque no todos están de acuerdo. A veces el Estado recurrió a emitir
moneda falsa por necesidad (por ejemplo, en época de César). Normalmente las falsificaciones
antiguas de moneda romana son denarios de plata por fuera, pero el interior de la moneda es
de cobre.
Se cogía un flan de cobre del diámetro, espesor y peso deseados; luego éste era pulido con
arena y se le daba por presión una lámina de plata que lo rodeaban, luego el flan era calentado
a 960 grados, temperatura de fusión de la plata y también la temperatura en la que la
superficie de cobre empieza a fundirse (lo hace a 1050 grados). En ese momento la plata
líquida revestía o flan o disco de cobre de una manera uniforme y, como la superficie de cobre
empezaba a fundirse, esto permitía que cobre y plata se fundieran en la zona de contacto
entre ambos metales, dando una perfecta unión del revestimiento de plata sobre el alma del
cobre. Posteriormente, el metal se acuñaba.
Este sistema permitió al Estado romano acuñar plata cuando no la había, aunque sólo se podía
emplear con plata y cobre y no con plata y hierro (más barato), porque la temperatura de
fusión de este metal es muy superior a la de la plata y no hubiese producido esa adherencia
entre la plata y el hierro.
1.10. Monedas reacuñadas, incusas, contramarcadas, tesserae.
La reacuñación de monedas consistía en utilizar monedas antiguas calentándolas y
utilizándolas como flanes. Así se volvieron a acuñar monedas que ya no tenían curso legal o
incluso monedas de otros Estados. Además su ahorraba tiempo porque evitaba tener que
fabricar flanes. Pero el problema principal estaba en que los antiguos tipos de la moneda
podían verse bajo los nuevos, especialmente en el campo (zona de la moneda que queda sin
dibujo). De esta forma se pueden estudiar en las monedas reacuñadas la primera ceca que
acuñó la moneda pues su nombre no se ha borrado. Cuando hubo escasez de metal, los
romanos reacuñaron antiguas monedas cartaginesas, o de ciudades de la Península Ibérica
como Obulco o Cartagonova. Los motivos para reacuñar moneda fueron la escasez de metal, el
querer borrar todo testimonio de un anterior poder político (p. e. las monedas marcadas con el
tipo una cabeza de águila o con la expresión S.P.Q.R. eran antiguas monedas de Nerón,
emperador sometido a la damnatio memoriae), o la carencia de técnicos para fabricar
cóspeles.
Las monedas incusas son aquellas cuyo anverso y reverso repiten el mismo tipo pero uno está
en hueco y otro en relieve. Generalmente estas monedas son resultado de fallos durante la
acuñación, aunque determinadas ciudades (Sidón, Tiro, Siracusa…) emitieron
intencionadamente monedas incusas, con un cuño en relieve y otro en hueco. Las monedas
incusas provocadas por fallos en la acuñación son raras. Este fallo consistía normalmente en
que, cuando se iba a utilizar un flan nuevo, si no se retiraba la moneda que se había acuñado
con anterioridad, ésta actuaba como cuño, y de esta forma la nueva moneda presentaba el
mismo tipo en ambas caras. El Estado romano permitió en ocasiones que se pusieran en
circulación monedas incusas junto a las legales.
Las contramarcas son marcas hechas a punzón sobre monedas reacuñadas. Pueden ser muy
variadas: sencillas, redondeadas o cuadrangulares, en forma de flechas, ondas, cabezas de
águila, etc. Las primeras contramarcas fueron hechas por banqueros para garantizar la pureza
y el peso del metal. Las contramarcas interesantes son las oficiales, las que mandaron realizar
los Estados con el fin de validar monedas que yo no estaban en curso legal (habían sido
desmonetizadas), o para validar monedas extranjeras. La contramarca permite la circulación
de estas monedas, a las que se les da un valor determinado. Se recurría a ellas cuando hacia
falta numerario.
Las tesserae son objetos monetiformes de plomo, cobre o bronce, de 15 a 30 milímetros de
diámetro y que propiamente no son monedas porque carecen de alguna de las características
de toda moneda, por ejemplo, no son oficiales del Estado. Fueron fabricadas por particulares o
por colectividades que no tenían derecho a acuñar moneda. Fueron muy útiles para controlar
la actividad económica, para controlar el trabajo de los obreros y lo que se les debía pagar. En
ocasiones se reconoció a las tesserae un valor de cambio en transacciones comerciales pero
sólo entre las que realizaban colectivos que reconociesen el valor de las tesserae, por ejemplo,
en los distritos mineros sus habitantes podían pagar los productos de las tiendas y la entrada a
las termas con estos objetos, porque dichas instalaciones eran propiedad de la compañía que
controlaba la explotación de la mina. Las tesserae sólo tenían un valor fiduciario, no tenían
valor real y sólo eran admitidas porque en dichos colectivos se utilizaba al no tener ellos otra
unidad de cambio.
Además, las tesserae en Roma tenían otros usos: eran sellos de plomo que se utilizaban para
cerrar cofres y guardar mercancías; lastesserae summariae eran fichas de contabilidad que, en
ocasiones, copiaban los tipos de las monedas; Las tesserae frumentariae eran aquellas que
repartían los magistrados entre los más pobres, para que las cambiaran por alimentos;
las tesserae de los collegia llevaban el nombre de cada collegium y servían a sus miembros
para acreditar su pertenencia a los collegia; las tesserae convivales daban derecho a su
poseedor a asistir a las fiestas del emperador; equivalían a entradas para asistir a espectáculos
públicos que se compraban, contaban con el número del asiento y, muchas veces, en
estas tesserae se representaban escenas eróticas
Por último, deben citarse los contorniatos que eran medallas planas hechas de cobre con
alguna aleación y que aparecían rodeadas con otro metal. Por una cara aparecía un retrato del
emperador y por la otra se representaban, o bien escenas mitológicas, o circos o teatros y, en
estos casos, el retrato del emperador que hizo construir el monumento. La utilidad de
los contorniatos es muy discutida: se cree que serían o entradas para espectáculos, o premios
para los vencedores en éstos, pero el problema de estas interpretaciones es que estos objetos
eran demasiado ricos para tratarse de entradas y demasiado pobres para tratarse de premios.
Quizá tuvieran un carácter conmemorativo.
1.11 y 1. 12. Metodología numismática: análisis y catalogación de las monedas.
Para catalogar monedas, cecas o tesoros hay que seguir unas pautas de catalogación que nos
permitan obtener el mayor número posible de datos sobre las monedas.
La moneda nunca debe limpiarse porque la mayoría de métodos de limpieza son agresivos. Si
la moneda procede de una excavación, debe quitarse la tierra que tenga sin usar agua o
vinagre (elementos que acelerarían su proceso de oxidación) y no utilizar métodos abrasivos.
Este proceso debe hacerlo un experto para no estropear la moneda. Antes de estudiarlas, hay
que numerar las piezas, pero nunca sobre las propias monedas para no mezclar monedas y
meter cada uno en una bolsita.
El primer paso en su estudio es la descripción de la moneda: peso (tomado con un peso
electrónico en gramos), el módulo (diámetro máximo y el mínimo) y su grosor (estos dos se
indican en milímetros en la ficha).
Después se anota la posición de los cuños o ejes de la moneda, indicando la posición del cuño
del reverso en relación con el cuño de anverso. En las monedas antiguas la orientación de
ambos cuños raramente coincide, por lo que se ha de imaginar la moneda puesta de canto y
un eje vertical en forma de flecha que entra por el centro de la moneda. De este modo, según
quede orientado el cuño de reverso se indicará la posición de los cuños en horas o minutos,
como en las agujas del reloj. Un ejemplo, cuando la posición del cuño de reverso es de 6 horas,
esto significa que la posición del reverso es hacia arriba y la del anverso hacia abajo. También
hay que tener en cuenta el grado de desgaste de la moneda, porque podemos saber si una
ceca había fabricado muchas monedas, o si éstas se habían guardado (tesorillos).
El estudio numismático hay que completarlo siempre que sea posible con el análisis
metalográfico para conocer la composición de los metales que forman parte de la aleación. El
problema es que es una técnica cara, y sólo se utiliza con monedas de oro y plata o aquellas de
las quiera conocer su composición por una razón determinada. Para conocer la cantidad y
calidad de oro en las monedas de este metal en un principio éstas se raspaban con una piedra
de toque (piedra negra abrasiva) y luego se les echaba un poco de ácido nítrico. Si la raya
provocada por la moneda con la piedra de toque se mantenía inalterable al contacto con este
ácido, esto significaba que el oro de la moneda era de buena ley, pero si la raya desaparecía es
que el oro era de menor calidad y estaba aleado con otros metales. Luego el joyero restauraba
la aleación. Actualmente, para detectar los metales empleados en la aleación se somete a las
monedas a los rayos x o a la invasión de protones y neutrones.
Completado el análisis de las características físicas de la moneda hay que describir el cuño de
anverso y el cuño de reverso. La descripción de los tipos y leyendas de ambas caras se hace
sucintamente empleando una terminología numismática específica: por ejemplo, la cabeza del
emperador -laureada, radiada, diademaza (con una corona de laurel, una corona de rayos o
una diadema), “cabeza de Roma” (se representa a la diosa Roma), “cuadriga” (cabeza a 3 / 4)-,
el busto, etc. Con respecto a la leyenda del anverso, si no está completa, debemos intentar
restituirla (se indica entre paréntesis la parte conservada sin desarrollarla y entre corchetes la
parte del texto que se ha perdido y que se conjetura; si la leyenda está borrosa la restituimos
en mayúsculas y entre corchetes. En cuanto al anverso, hay que fijarse en el exergo donde se
indican el nombre de la ceca y de la oficina que acuñó la moneda y se realiza la lectura de la
leyenda como ya se ha indicado. Por último, hay que indicar en la ficha que se haga de la
moneda si ésta presenta contramarcas, orificios o si está partida.
Una parte importante de esta descripción es la correcta lectura del exergo, que aparece sólo
en las monedas romanas y a partir del S. III, pues contiene una serie de letras que nos indican
el nombre de la ceca en que se fabricó la moneda en latín y el número de la officina de la ceca
en que se hizo. Cuando la ceca pertenecía a la parte Occidental del Imperio Romano, el
número de la officina se indicaba con una letra del alfabeto latino y cuando la ceca pertenecía
a la parte Oriental del Imperio Romano el número de la officina se indicaba con una letra del
alfabeto griego. Tengamos en cuenta que la letra que indica la officina puede ir delante o
detrás del nombre de la ceca. Tómense dos monedas, por ejemplo, una en la que ponga en el
exergo la abreviatura LUG. (dunum) P. (rimum), y otra en la que ponga en el exergo la
abreviatura CONST (antinópolis). B. (eta). La primera moneda se hizo en la ceca de Lugdunum
(Lyon) en la primera officina, porque el número de la officina está en latín La segunda moneda
se fabricó en la ceca de Constantinópolis (Constantinopla) en la parte oriental del Imperio, en
la segunda officina, porque el número de esta última está en griego.
Con todos estos datos, o con los que se puedan obtener de ellos pues no siempre es posible
conseguirlos todos, debemos catalogar la moneda. En la parte inferior de la ficha debemos
indicar de qué moneda se trata (denario, sestercio, as…). Si es posible se indicará la cronología
de la moneda (en el anverso aparece la autoridad emisora, el retrato del emperador y su
nombre u otra leyenda que nos sirven para determinarla.
Una vez hecho esto se ha recurrir a los principales catálogos de monedas existentes y que ya
se mencionaron en el epígrafe de la historiografía. Se deben introducir los datos de todas las
monedas analizadas en una base de datos informática, por si hay que modificarlos o
actualizarlos, hacer estadísticas (es recomendable el sistema empleado por Diavola).
Todas las monedas deben ser fotografiadas justamente tras numerar cada pieza, para guardar
un registro visual de ellas (aspecto, lugar en que se encontraron…). Se suelen emplear cámaras
que tengan focos laterales para eliminar en la imagen los elementos extraños a la moneda
(tierra, óxido). Preferentemente se emplean carretes en blanco y negro. Para fotografiarlas,
deben agruparse las monedas de seis en seis junto a una escala en milímetros. El agruparlas
supone hacer menos fotografías y ahorrar dinero. Luego mediante un escáner se separan el
anverso y el reverso de cada moneda y se hace una foto con el montaje de las dos caras de
cada moneda.
Después de su estudio deben guardarse las monedas para su exposición y mantenimiento, en
álbumes, sobres o bandejas. Lo ideal es que el sitio donde estén expuestas las monedas tenga
unas condiciones correctas de temperatura y humedad. Estos álbumes, sobres o bandejas
deben estar hechos de plásticos porque casi todos tienen cloruro de polivinilo, una sustancia
que afecta y deteriora las monedas. La solución es utilizar papeles neutros que no estropeen
las monedas si se utilizan para guardarlas sobres y álbumes. La utilización de bandejas es un
buen sistema siempre que la base de la bandeja, que está en contacto con las monedas, esté
fabricada en un material neutro.
1.13. Metrología.
Cuando realizamos estudios metrológicos sobre las monedas debemos tener en cuenta un
concepto: el patrón. El patrón es un peso teórico y constante que deben de tener todas las
monedas. La metrología se basa en que cada pueblo en un momento determinado de su
historia utilizó un patrón monetario fijo. Por tanto, el estudio metrológico nos sirve para ver en
que momento determinado se emite una moneda y, también, para observar determinados
fenómenos monetarios, p.e., muchas variaciones del patrón en poco tiempo.
Existen varios sistemas para estudiar la metrología: el Método de La recta de Henry y el
Método de la Chi-Cuadrada. Las circunstancias que se deducen de un estudio metrológico son
circunstancias relacionadas con criterios económicos.
1.14. Hallazgos numismáticos.
Los hallazgos monetarios son los que se utilizan de base para la realización de todos los
estudios numismáticos. Existen tres tipos de hallazgos atendiendo al modo en que aparecen
los grupos de monedas: los hallazgos aislados, los hallazgos en excavaciones arqueológicas y
los tesoros. Cada uno de estos tres tipos de hallazgos debe ser estudiado con una metodología
diferente, porque su aparición corresponde a circunstancias distintas.
1. Los hallazgos aislados son un tipo de moneda que deben ser tratados con prudencia, puesto
que no se pueden sacar conclusiones fidedignas de carácter económico con ellas. Si
encontramos monedas aisladas lo más normal es que el hallazgo responda a pérdidas casuales
que tuvieron lugar en una época antigua, y lo único que nos indica es la “calderilla” que se
utilizaba en ese momento. De los hallazgos casuales en Emporion, unas 1700 monedas, se ha
comprobado que sólo una moneda era de oro y el resto era el circulante más común en la
época.
2. Los hallazgos arqueológicos nos proporcionan una información muy valiosa puesto que, si
ese material numismático es tratado con la metodología adecuada, nos permite fechar el
estrato arqueológico en el que apareció la moneda, y la fecha que obtenemos es el término
post quem de la moneda, es decir, cuando la moneda entró en ese estrato arqueológico.
Según el tipo de yacimiento que nos encontremos habrá un tipo de moneda determinado,
pues no es lo mismo una moneda encontrada, p.e., en un lugar arrasado por un incendio, ya
que al ser arrasado nos podemos encontrar allí monedas de todo tipo que nadie se molestó en
recoger porque el lugar fue abandonado. Sin embargo, en un lugar que fue abandonado
paulatinamente las monedas que nos podemos encontrar son escasas (p.e., las monedas que
circulaban en Pompeya en el momento de su destrucción, o monedas de plata halladas en las
fronteras o en campamentos militares, pues se pagaba con moneda de plata).
3. Los hallazgos de tesoros son grupos de monedas que su dueño escondió intencionadamente
en un lugar con la idea de volver a recuperarlas, pero, por diversos motivos, no lo hizo. Nos
proporcionan una información privilegiada, puesto que esas monedas llegan a nosotros tal y
como eran cuando fueron ocultadas e intactas. Los lugares donde se ocultaron tesoros fueron
poblados, los cimientos de las casas y lugares con una referencia visual clara en época romana.
Es normal que los tesoros estén guardados en recipientes de cobre, vajillas, pero también era
costumbre apilar las monedas y envolverlas en una tela.
¿Por qué se ocultaban los tesoros? El ocultamiento puede deberse a dos motivaciones, la
inseguridad o un cambio monetario. En el primer caso hay que saber que monedas del tesoro
son las más antiguas y cuales las más modernas, pero es difícil que haya muchas diferencias,
aunque hay excepciones. La segunda motivación está relacionada con el tema de las
devaluaciones. La moneda romana sufrió devaluaciones en diferentes momentos, y éstas eran
explicadas como cambios monetarios, lo que hizo que la población guardase su dinero y
quedarse el dinero que ganaría el Estado con la devaluación.
Por tanto, la fecha en que los tesoros se guardaron no tiene que coincidir con una situación
económica adversa sino con un cambio monetario. Así en numismática existe la Ley de
Gresham que dice que la moneda de buena calidad desplaza a la moneda de mala calidad, por
lo que la gente atesora la moneda de buena calidad y pone en circulación a la moneda de mala
calidad.
Para el caso de la época republicana en Hispania, Villaronga distinguió dos tipos de tesoros: los
locales, formados por moneda autóctona, y los itinerantes, formados por monedas que
pueden proceder de cualquier otro territorio del mundo romano (p.e., que en Hispania se
pierda la bolsa de un soldado romano que contenga monedas de los lugares en los que el
soldado luchó en campañas militares). Los tesoros hispanos de época republicana se ocultaron
por circunstancias como, p.e., el inicio de la presencia púnica en la península en el 237 a. C.
con los bárquidas y, en la época de la Segunda Guerra Púnica, los levantamientos indígenas del
94 a. C. o durante las Guerras Sertorianas).
¿Qué dice la legislación acerca de los tesoros? Las leyes los consideran bienes del patrimonio
histórico español y como tales, tras la entrega y tasación de un tesoro, un 50 % de su valor
pertenece a la persona que encontró el tesoro y el otro 50 % pertenece al dueño del tesoro.
1.15. Circulación monetaria.
Definimos circulación monetaria como el estudio del comportamiento de la moneda desde que
es acuñada hasta que deja de servir como moneda. Para ello hay que situar en un mapa los
lugares donde se ha hallado un tipo de moneda y, según la dispersión o concentración de estos
hallazgos, se delimitan áreas de influencia de la ceca emisora, rutas comerciales donde se
empleó la moneda, los caminos seguidos en una campaña bélica (caso de las acuñaciones para
pagar a los soldados) o incluso el emplazamiento de determinado taller.
La moneda siempre aparece concentrada como máximo entre los 100 Km. De radio en torno al
lugar donde fue acuñada, con lo cual, mientras más piezas hallemos concentradas en un lugar
más cerca estaremos de saber en qué lugar se acuñó la moneda. Para realizar estudios sobre
circulación monetaria es preciso contar con una muestra apreciable de piezas, entre 1.000 y
2.000 piezas, para que el estudio resulte fiable.
Se deben analizar, por ejemplo, las monedas circulantes en una región. También hay que tener
en cuenta el área de dispersión de las acuñaciones, en que lugares aparecieron las monedas,
cuando tiempo estuvieron circulando y si experimentaron variaciones en su valor.
Por ejemplo las monedas de Castulo y Gades, núcleos de importancia económica, circularon
por todas las zonas con las que estas ciudades tenían vínculos económicos y comerciales. Las
monedas de Gades se han llegado a encontrar en el Estrecho. Castulo era el principal distrito
minero de la Bética durante la República y sus monedas eran aceptadas en el todo el curso del
Guadalquivir. El estudio de la moneda de Castulo permite ver de esta ciudad partía una ruta
comercial que iba hasta Málaga, pasando por Jaén y la zona sur de la provincia de Córdoba. La
monedas de bronce de Castulo estudiadas testimonian el paso de personas entre Castulo y
Malaca para realizar intercambios comerciales, pues la moneda de bronce era la fraccionaria.
Para la realización de intercambios comerciales a gran escala, con mercancías de mucho valor,
se utilizaba la moneda de oro y de plata. La moneda de bronce también era utilizada por los
transportistas. También se ha encontrado moneda de bronce en Sierra Morena, ejemplo éste
de que se puede señalar la existencia de rutas de comunicación con el estudio de las monedas.
Para muchos investigadores el estudio de la circulación monetaria debería ser el fin último o
último paso de todo estudio numismático.
TEMA 2. LOS ORÍGENES DE LA MONEDA.
2.1 Formas premonetales.
La etnología y la antropología nos hablan del uso de determinados productos (sal, conchas,
telas o plumas) que se emplearon en las sociedades antiguas como medios de cambio, y
servían para valorar cualquier tipo de producto o servicio. Estos elementos recibieron el
nombre de “moneda natural”. Existen una serie de textos griegos correspondientes a
la Odisea y a la Iliada (VII, 464 y XXIII, 700, en la fotocopia 2) que hacen referencia a este
estadio premonetal. Estos objetos se empleaban como medida de valor de cualquier cosa que
se compraba o vendía, asumiendo las funciones que posteriormente tendría la moneda entre
aquellas comunidades que aceptaran esa moneda natural como valor de cambio. En época
micénica (edad del Bronce), por ejemplo, los bueyes y metales se convirtieron en unidades de
referencia para valorar cualquier cosa.
Tanto en el mundo aqueo como en el romano el ganado fue usado como unidad de valor,
como demuestran que hoy en día se utilizan palabras de origen latino relativas a la riqueza y
que tienen que ver con el ganado. La palabra pecunia = dinero, que, viene del latín pecus, que
significa rebaño. En Roma el peculium era tanto un pequeño rebaño como una pequeña
cantidad de dinero ahorrado. El vocablo capital viene del latín caput, que significa cabeza,
porque en Roma la riqueza de una persona se evaluaba por el número de cabezas de ganado
(en latín,capita) que poseyese.
Junto al ganado, tanto en el mundo Egeo como en todo el Mediterráneo se recurrió como
objeto de cambio a los metales en bruto. Las ventajas de estos es que se podían partir en
fragmentos manteniendo un valor proporcional, eran objetos de fácil transporte, se mantenían
inalterables, eran fáciles de reconocer por su aspecto y eran útiles para todo el mundo. Desde
el III milenio a. C. en Mesopotamia se utilizaron tesoros formados por fragmentos de plata
troceada, lo que se conoce con el nombre de “plata picada” (en alemán, hacksilber). Estos
fragmentos no respondían a un peso específico por lo que, antes de ser utilizados como objeto
de cambio, debían ser pesados.
Desde la primera mitad del II milenio a. C. en Egipto se emplearon como medio de cambio
anillos y brazaletes. Su forma los hacía fáciles de transportar y de guardar. En el mundo Egeo,
aproximadamente desde la fecha citada, se documenta el empleo como objetos premonetales
de panes de cobre, u objetos en forma de piel de toro (Chipre, Creta, Cerdeña). También se
utilizaron pequeños lingotes de oro, plata o cobre.
A partir del S. IX a. C. surge la denominada “moneda utensilio”. Se trata de objetos de la vida
cotidiana usados como objetos premonetales: por ejemplo, calderos, trípodes y obeloi o
asadores. Todos estos objetos están realizados en bronce o hierro. Su valor no derivaba de su
peso sino de la utilidad del producto. Su uso está constatado en la Grecia Arcaica (siglos VI-V a.
C.).
Plutarco dice que en Esparta se utilizaban objetos premonetales de hierro. Estos obeloi o
barras de hierro se encontraban depositados en los templos en grupos de seis De la palabra
obeloi, que significa asador, viene la palabra óbolo, que era la moneda con la que en Grecia se
pagaba a los asistentes a la asamblea. Posiblemente los obeloi se encuentren agrupados de 6
en 6 porque un dracma, palabra griega que significa “haz o puñado de obeloi, equivalía a 6 de
ellos.
2.2. Nacimiento de la moneda: dinero y moneda como medios de cambio.
Las monedas presentan las siguientes características que las distinguen de los objetos
premonetales: 1ª. Funcionaban como valor de referencia, es decir, sirven de valor de
intermediario; 2ª. No eran monedas fiduciarias, pues tenían un valor facial muy alto que
igualaba a su valor nominal; 3ª. Para que algo pueda ser considerado moneda no puede ser
una pieza única. 4ª. Las monedas deben llevar el emblema del Estado o poder que las sustenta.
Sobre el origen de la moneda digamos, en primer lugar que, desde el siglo VIII a. C. se
utilizaron como objeto de cambio y medida de valor en los grandes intercambios comerciales
en el Mediterráneo anillos de oro y de plata que tenían un peso fijo. A inicios del siglo VII a. C.
estos anillos serán sustituidos por glóbulos de metal con forma denticular que eran fáciles de
transportar y respondían mejor a un patrón de peso. Estos primeros objetos premonetales en
forma de globo estaban hechos de electrón (aleación de oro y plata encontrada en la
naturaleza). El paso siguiente fue que los comerciantes y los templos, que centraban las
actividades económicas, pusieran a estos objetos globulares un sello que daba garantía de su
peso y valor determinados.
Desde el segundo cuarto del S. VII va a intervenir el Estado para evitar que estos objetos sean
falsificados y asume su fabricación poniéndoles unos sellos en su anverso y reverso para
garantizar su peso y su ley. De esta forma surge la moneda. Dichos sellos servían para proteger
a la “moneda” de manipulaciones por parte de particulares en su peso y su ley. Además, el
Estado obtenía un beneficio de la acuñación, porque da a las monedas un valor extrínseco o
nominal superior al intrínseco o facial.
Acerca del nacimiento de la moneda existen dos teorías: una que sostiene que las primeras
monedas acuñadas aparecieron en las zonas de Asia Menor donde los griegos establecieron
colonias. Las primeras fueron acuñadas en el reino de Lidia (actual Turquía), sometido a la
influencia hitita y con sus mismas lengua y costumbres, durante el reinado de Giges (680-652
a. C.). El rey mandó acuñar personalmente monedas, de electrón, para pagar a mercenarios
griegos que defendieron su territorio. Estas monedas eran de electrón y tenían una
representación de una cabeza de león y otra de toro afrontadas. Al regresar a Grecia estos
mercenarios difundieron el uso de la moneda rápidamente. Se piensa, aunque existen distintas
teorías, que el tirano de Argos, Fidón (659-657 a. C.) fue el primero en establecer un sistema
de pesos y medidas para acuñar moneda.
Sea o no cierto, las primeras monedas griegas aparecen a finales del siglo VII a. C., en las
ciudades de la Jonia. En el Artemisión de Éfeso se conservan monedas con representaciones de
cabezas de animales, que podrían ser de león o de cierva (circa 600 a. C.). Estos datos parecían
tener alguna correspondencia arqueológica. Cuando se excavó el templo se encontró bajo sus
cimientos un templo más antiguo. En este segundo templo se encontró un tesoro fundacional
en el que, además de joyas de oro, ámbar y marfiles, se encontraron 24 monedas
deelectrón que se fecharon en un principio en el 700 a. C. En los años 50 del S. XX, un
investigador llamado Jacobstal, que volvió a estudiar este tesoro, vio que estas monedas
presentaban en el anverso una cabeza de león y, por tanto, relacionó estas monedas con el
reino de Lidia. Sin embargo, en algunas de estas monedas en lugar de una cabeza de león
aparecían dos y, en medio de ambas, la leyenda Alyattes, quién fue rey de Lidia hacia el 600 a.
C. Actualmente, sin embargo, esta interpretación ha sido desechada, y se cree que las
monedas del Artemisión son lidias y se fechan a mediados del S. VII a. C.
La segunda teoría sostiene que las primeras monedas se acuñaron en la Grecia continental. Las
polis que acuñaban moneda representaron en ella tipos de anverso que simbolizaban a las
divinidades poliadas, fundadoras y protectoras de las polis. Egina, con una tortuga, (595 a. C.),
Atenas, con una lechuza, (575 a. C.) y Corinto, con Pegaso (570 a.C.). Tanto en Atenas como en
Corinto había regímenes tiránicos, que se cree que fomentaron las actividades económicas y
favorecieran a los grupos sociales comerciales.
La unidad de peso de la moneda fue el talento, pero su peso variaba de una ciudad a otro. 1
talento se dividía en 60 minas, cada mina en 100 dramas y cada drama en 6 óbolos. Un
ejemplo lo tenemos en las monedas de la ciudad de Halicarnaso. El tipo que aparece en su
anverso en un principio se pensó que era una cierva pero, en realidad, era una hembra de
gamo, el animal emblemático de la ciudad, que aparecía pastando. No se han podido fechar
bien estas monedas y no se sabe si son más antiguas o más modernas que las de Lidia. Pero lo
importante de estas monedas es su leyenda que dice: Soy el emblema de Fames, pero no se ha
podido identificar este nombre. Si pudiéramos saber quién o qué era este Fames sabríamos
porqué surgieron estas monedas. Unos historiadores dicen que era un magistrado monetal y
otros dicen que era un sacerdote de Halicarnaso.
La moneda podía ser fácilmente contada y guardada y facilitó enormemente las transacciones
comerciales. Pero la aparición de ésta no implica la existencia de una economía monetaria, en
la cual las operaciones comerciales fueran realizadas habitualmente con moneda. La prueba de
lo que decimos está en que las primeras ciudades que emitieron moneda hicieron acuñaciones
de mucho valor en oro y plata y no realizaron acuñaciones de moneda fraccionaria en metales
de menor valor (bronce, por ejemplo). Por tanto, el valor más pequeño de las piezas que se
acuñaron no era adecuado para utilizarlo en los intercambios cotidianos. Además, las primeras
monedas que se acuñaron tampoco circularon muy lejos del área de emisión, por lo que no
sirvieron para el comercio a larga distancia y en gran escala. El principal motivo por el que
estas ciudades emitieron moneda fue para pagar a tropas mercenarias, como en el caso de
Cartago durante las Guerras Púnicas.
¿Cómo y para qué se crearon las monedas? Existen tres teorías:
La primera afirma que la moneda se creó para el comercio y que su uso se extendió en todas
partes por su comodidad. Esta teoría entiende que llega un momento en el que los
comerciantes están cansados de pesar piezas de metal y deciden crear las monedas
poniéndoles un sello que avalara su peso. El problema que esta teoría conlleva es que, en las
principales áreas comerciales y en un tiempo en el que ya se conocía la moneda, ésta no se
utilizaba, como en Sicilia. Además, si un Estado concretó creó la moneda con fines comerciales
debemos hablar de circulación monetaria y deberíamos encontrar mucha moneda de bronce
que hiciera más cómodas las transacciones comerciales. En Grecia apenas se encuentra
moneda de bronce y las monedas que se encuentran siempre se encuentran cerca de las cecas
productoras y nunca fuera de las fronteras del Estado acuñador. Por tanto, en Grecia la
moneda no se utilizó para el comercio exterior ni para el interior.
La segunda sostiene que la moneda se creó para suplir las necesidades de los Estados. Entre
los S. VI y VII a. C. los Estados se hacen cada vez más complejos y entonces resulta incómodo
pagar en especie a los que forman parte de su maquinaria, y para solucionar esto se crearía la
moneda.
La tercera teoría defiende que la moneda se creó para sufragar los gastos de los militares. En
Lidia, por ejemplo, había muchos mercenarios a los que había que pagar.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta estas tres teorías, sea cual fuese la causa, para que
usara la moneda debió existir un determinado clima mental que impulsara la acuñación
monetaria, clima que no se dio en todos los Estados al mismo tiempo. Por tanto, la creación de
la moneda no debe achacarse a un solo motivo sino a un compendio de los motivos expuestos.
2.3. Origen y evolución de los distintos sistemas monetarios.
Todos los sistemas de peso en el mundo antiguo derivan del sistema babilónico o hindú. Son
anteriores a la moneda y ésta se tuvo que adaptar a ellos. Con anterioridad a la moneda se
usaba el truque tomando alguna medida o término de valor determinado. En el mundo
homérico dicho término de valor era el buey. Algunos autores consideran que equivalía a 1
talento de oro.
La unidad de peso más antigua es el talento, que va a ser utilizada por distintas culturas
aunque su peso puede variar. El talento se subdividía en 30 minas pesadas o 60 minas ligeras
(1 mina = 504 gr.). Cuando se descifraron las tablillas encontradas en palacios micénicos se
descubrieron algunas equivalencias: 1 talento de cobre pesaba 29 Kg. El talento de oro pesaría
algo más de 30 Kg.
Para acuñar monedas se acudió a divisores de la mina. En Mesopotamia, donde la unidad de
peso era el shekel o siclo, una mina equivalía a 60 siclos y un talento a 60 minas (el número 60
era sagrado). Por otro lado, un siclo tenía el mismo valor que 180 gr. de cebada. El siclo
babilónico pesaba 8,40 gr. y fue acuñado por primera vez durante el reinado de Darío I (521-
485 a. C.).
En Grecia 1 talento se dividía en 100 dracmas y cada dracma se dividía en 6 óbolos, moneda de
bronce. También existía como moneda del óbolo el calco o kalcos, que era la octava parte de
un óbolo. Pero además se acuñaron en Grecia monedas de valor superior a un dracma:
didracma (2 dracmas), tridracma (3 dracmas), tetradracma, etc. Característica particular del
talento griego como medida de peso en que el peso del talento variaba según el patrón usado
por cada ciudad griega. Los tres patrones utilizados fueron los empleados en las ciudades de
Egina, Eubea-Atenas y Corinto, de ahí sus nombres: el talento corintio pesaba 36,160 Kg. (1
dracma = 1 gr.); el talento eubaico-ático pesaba 26,196 Kg. (1 dracma = 4,36 gr.); y el talento
corintio pesaba 17, 400 Kg. (1 dracma = 2,90 gr.).
En Roma la unidad de peso utilizada va a ser la libra, dividida en 12 uncias y 24 escrúpulos.
También se usaron dos tipos: la libra latina (272,85 gr.) y la libra romana (327,45 gr.), que es la
que acabó imponiéndose.
TEMA 3. LA MONEDA EN ROMA.
3.1. Precedentes.
Vamos a hablar, en primer lugar, de la época en la que Roma no había desarrollado aún su
potencial militar. En concreto, en Roma no se emitió moneda hasta que no se pasó por las
fases de la Monarquía y la dominación etrusca, por tanto, hacia el 280 a. C. Las primeras
monedas existentes en la Península Itálica aparecieron en las colonias griegas, y fueron los
contactos entre éstas los que promovieron que cada ciudad acuñara su moneda. Los objetos
premonetales utilizados en Roma fueron:
En primer lugar se utilizó el Aes rude o Aes infetum que son unos trozos informes de metal que
solían estar compuestos de bronce bastante puro que, normalmente, con respecto a su forma,
eran unas barras sin forma definida que presentaban pesos variables. La tradición romana
remonta su uso al reinado de Servio Tulio. La mayoría han sido encontrados en santuarios,
utilizados como ofrenda.
En un segundo estadio se utilizó el Aes formatum, que son pequeños trozos de bronce
fundidos en moldes, con formas muy diversas: bolas, casquetes esféricos, o pastillas convexas.
Se encuentran con frecuencia en Etruria y presentan dibujos como estrellas, crecientes
lunares, etc. Se diferencia del Aes Rude en que tiene una forma determinada.
En un tercer estadio se utilizó el Aes signatum (siglos VI-III a. C.) que son los objetos a los que,
además de tener una forma determinada de lingote (se conseguía por fundición en moldes), se
le imprimieron marcas (trazos, rayas, cruces...). En la parte superior de estos lingotes aparecen
decoraciones obtenidas al reproducirlas en el molde (rama, espina de pez, delfines, etc.).
Suelen aparecer troceados lo que indica que se emplearon como medio de pago por
banqueros y comerciantes en su uso particular. El Estado romano fue el primero en fundir
estos lingotes poniendo en ellos la leyenda Romanum y representaciones en ambas caras de
bueyes y armas en relieve. Su peso era de 5 libras romanas (1,635 Kg.) y sus dimensiones 16
cm. de largo por 9 de ancho. Esto ya indica la presencia de una autoridad emisora.
Por último, cuando Roma controlaba ya toda Italia, se empezó a acuñar el Aes Grave o bronce
libral que pesaba 1 libra romana (327 gr.), que se consideraba ya moneda. Se obtenían
fundiendo el bronce a molde. Su gran tamaño y peso se debía a que se pretendía que el bronce
libral representase su valor intrínseco o real y no fiduciario. Su forma era circular y su valor se
indicaba mediante letras o puntos Estas monedas se emitieron en Roma en toda la zona del
Lacio y en Etruria, y no solían llevar el nombre de la ciudad que acuñaba, sino que en ellas se
representaba una proa de barco, que simbolizaba el poder marítimo romano o, también,
simbolizaba a Cástor y Pólux, los Dioscuros.
Roma adoptó, desde el 235 a. C., una serie de monedas de bronce que va a persistir durante
toda la etapa republicana. En el anverso de estas monedas se representaba a diversas
divinidades romanas vinculadas en su mayoría al comercio, la riqueza, la guerra, etc. En el
reverso tenían la representación de la proa de un barco, que reflejaba los deseos de expansión
marítima de Roma. Dichas monedas tenían unas marcas de valor que desaparecieron en época
imperial y que servían para identificarlas. Desde el 235 a. C. hasta el fin de la república reciben
los siguientes nombres, y tienen los tipos de anverso y valores siguientes (véase fotocopia 3):
El as tenía representado en el anverso la cabeza de Jano bifronte (antigua divinidad del Lacio
que fue asumida por los romanos) y cuya marca de valor era una I (1 en números romanos).
Era la unidad de referencia, y se peso equivalía a 1 libra latina (272 gr.). El dupondio equivalía a
2 ases.
El semis equivalía a 1/2 as, su marca de valor era una S y en su anverso se representaba la
cabeza de Saturno (no es el dios griego Cronos llamado así por los romanos, sino que Saturno
se asimiló a un rey mítico del Lacio que fue divinizado).
El triente equivalía a 1/3 as, su marca de valor eran 4 puntos, y en ella se representaba l cabeza
de Minerva, diosa de la sabiduría las artes y los oficios.
El cuadrante equivalía a 1/4 as, su marca de valor eran 3 puntos, y en ella se representaba la
cabeza de Hércules, divinidad vinculada a los viajes y por tanto al comercio. Hércules aparece
con la piel del león de Nemea, al que mató en uno de sus trabajos.
El sextante equivalía a 1/6 as, su marca de valor eran 2 puntos y en su anverso aparecía
representada la cabeza de Mercurio, mensajero de los dioses y también vinculado al comercio.
La uncia, equivalía a 1/12 as, su marca de valor era 1 punto y en ella se representaba la cabeza
de Bellona, vinculada a la guerra.
Ya en el 286 a. C. el peso del as se redujo a 1/2 libra romana, y en el siglo I a. C. el as pesaba
13,6 gr.
Por necesidades bélicas Roma va a tener que comenzar a realizar acuñaciones en plata,
fundamentalmente cuando comience su expansión por el sur de Italia. Será en esa zona (en
Nápoles sobre todo) donde se realicen las primeras acuñaciones, en la Campania. Por ello se
denominan monedas romano-campanas. Las primeras se datan en el 280 a. C. Estas emisiones
no utilizaron como patrón la libra romana sino la dracma griega, porque el sur de Italia había
estado bajo dominio griego (Magna Grecia). Se acuñaron dracmas y didracmas (2 dracmas).
Cada dracma equivalía a 3 escrúpulos (1 escrúpulo = 1,13 gramos).
Los temas representados en estas emisiones son típicamente griegos y púnicos: por ejemplo,
Marte representado al estilo griego con el prótamo -una parte del animal-de un caballo
(motivo púnico), y en el didracma aparece representado Apolo (motivo griego), un caballo
(motivo púnico), aunque también van a aparecer en los tipos temas más propiamente
romanas. En los didracmas, por ejemplo, aparecen representados Hércules y la loba capitolina
dando de mamar a Rómulo y Remo, gemelos fundadores de Roma. En todas estas monedas
aparece la leyenda Roma o Romano, lo que nos indica que se realizaron en la Campania.
A partir del 235 a. C. se comienzan a acuñar en Roma unas monedas de plata que fueron muy
populares y que se denominan quadrigatos. El tipo de anverso representaba a un joven
imberbe que ha sido identificado como Jano bifronte y el de reverso a Júpiter portando el
cetro y el haz de rayos y conduciendo una cuadriga -de ahí el nombre de la moneda-,
acompañado de la Victoria detrás de él y con la leyenda Roma en el exergo. También se
acuñaron medios quadrigatos.
Como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.) la República romana empezó
a realizar emisiones en oro, debido a la escasez de plata. Para estas emisiones la unidad de
peso era la estatera, que pesaba 6 escrúpulos (1 escrúpulo = 1,13 gramos. La estatura tenía sus
divisores: la media estatura = 3 escrúpulos, y el áureo = 4 escrúpulos (su marca de valor eran 3
equis). En el anverso de la estatera se representaba a Jano y en el reverso la leyenda Roma y la
discutida “Escena del juramento”: aparecen tres personajes, un hombre joven que sostiene
una cerda y a sus lados un guerrero con barba y un soldado romano que apuntan sus espadas
sobre el animal que los tres van a sacrificar prestando juramento. La mayoría de los
investigadores piensan que la escena hace alusión en la leyenda a la alianza entre el troyano
Eneas, de cuya estirpe vienen los romanos y Latino, rey del Lacio cuando Eneas llegó a Italia y
cuya hija Lavinia se casa con Eneas. El hecho real al que se puede referir la escena fue la unión
de Roma y los itálicos durante la Segunda Guerra Púnica cuando el general cartaginés Aníbal
amenazó a Roma.
3.2. El denario y el victoriato.
La moneda de plata típica de la República romana y de los dos primeros siglos del Imperio fue
el denario. No sabemos en que momento se creó el denario. Una teoría defiende que se creó
en el 269 o 268 a. C., y otra teoría defiende que se creó en el 187 a. C., pero ambas teoría
están hoy desechadas, dándose por cierta la fecha del 211 a. C. (fecha en la que, en el curso de
la Segunda Guerra Púnica, Roma destruyó Morgantina, en Sicilia, donde se han conservado
denarios). Por tanto, los denarios son contemporáneos de los quadrigatos, a los que
sustituyeron como moneda de plata y a las dracmas.
El denario está en relación con el sistema de pesos romano pues es divisor de la libra romana.
En un principio existía una equivalencia entre la unidad monetaria de plata y la de bronce, ya
que 1 denario equivalía a 10 ases. Los divisores del denario eran el quinario (1/2 denario) y el
sestercio (1/4 denario). La marca de valor del sestercio son las letras HS. Hasta la época de
Augusto el denario es de bronce pero a partir de entonces lo será de oricalco (bronce y cobre).
Durante la República la marca de valor del denario era una X porque 1 denario equivalía a 10
ases de bronce o cobre. Por tanto, 1 quinario = 5 ases y 1 sestercio = 2,5 ases
En el anverso de los primeros denarios aparecía representada la cabeza de Roma con un casco
(siguiendo el modelo de Palas Atenea) y en el reverso aparecían representados dos jinetes
galopando, que son Cástor y Polux, los Dioscuros, que eran los patronos de los equites o
caballeros romanos, porque en el año 496 a. C. ayudaron a las tropas de Roma a que venciesen
en la batalla del lago Regilo a la Liga Latina y después se aparecieron en el foro de Roma antes
de que llegara allí la noticia de la victoria. Bajo la representación de los Dioscuros aparece la
leyenda Roma y normalmente, aunque puede aparecer en el anverso, el nombre de los
triunviros monetales, magistrados que se encargaron de la acuñación. Con posterioridad
aparecen en el anverso representaciones de personajes históricos de divinidades de Roma o de
sucesos míticos.
Los encargados de acuñar moneda en Roma durante la época republicana eran unos
magistrados llamados triunviros monetales. En las acuñaciones ordinarias aparece en el
reverso el nombre de uno de los tres magistrados, mientras que en las acuñaciones
extraordinarias aparece el nombre del magistrado que ordenó la acuñación de la moneda, o
bien en el exergo (parte inferior del reverso), o bien encima del exergo, o bien algunas veces
en el anverso.
En las monedas romanas desde finales del siglo II a. C. los tipos de anverso y reverso hacen
alusión a temas de actualidad del momento, a obras públicas determinadas o incluso a la
familia del triunviro monetal: por ejemplo, aparecen retratos de antepasados ilustres del
triunviro que hubieran ocupado el consulado, o alusiones a victorias militares obtenidas por
dichos antepasados. A partir de dicho siglo se observa la utilización de la moneda como medio
de propaganda política del triunviro para ascender en el cursus honorum (alusión a cualidades
personales del magistrado o de su familia). Por ejemplo, el magistrado que acuñó el denario
236 (fotocopia 4), magistrado Cayo Manilio Limentano, hizo representar en él el busto de
Hércules en el anverso y la figura de Ulises en el reverso para indicar que su familia descendía
del dios Hércules y de un hijo de Ulises. En el denario 249 el magistrado M. Vulteum
representa el nuevo templo dedicado a Júpiter capitolino. En el denario 244 se conmemora en
el tipo del reverso la entrada de Sila en Roma, en una cuadriga y coronado por la Victoria.
El victoriato es una moneda de plata que equivalía a la dracma de 3 escrúpulos. Se acuñó por
vez primera en el 204 a. C. para utilizarse en el sur de Italia. En el anverso de estas monedas se
representa el busto de Júpiter y en el reverso una representación de la Victoria (de ahí su
nombre) coronando un trofeo militar (aparece con las armas, el escudo y el casco). El victoriato
estaba destinado a ser usado en las regiones helenizadas del sur de Italia, donde habían
circulado dracmas y didracmas, por lo que esta moneda no se basaba en el sistema de pesos
romano. El victoriato contenía un 80 % de plata y un 20 % de cobre y se empleó para sustituir a
los quedrigatos.
Después del 211 a. C. Roma acuñó por primera vez áureos, moneda cuyo peso equivalía a 4
escrúpulos. En el anverso aparece la figura de Marte barbado y en el reverso un águila
sosteniendo un rayo entre sus garras y la leyenda Roma.
Desde el 210 a. C. y hasta las reformas monetarias de Augusto quedaron fijadas las siguientes
series monetales y sus equivalencias: 1 aúreo = 4 denarios (plata) = 16 sestercios (plata); 1
denario = 4 sestercios (plata) = 10 ases de bronce; 1 sestercio = 2,5 ases; 1 as = 2 semis = 4
cuadrantes, etc.
Durante la última etapa de la República, caracterizada por las luchas entre las facciones de
optimates y populares, los hombres que controlaron la vida política (César, Pompeyo, Marco
Antonio, Octaviano) utilizaron las monedas como instrumento de propaganda política. Incluso
comenzaron a representarse a personas vivas en las monedas. Esto es algo que ocurría por
primera vez pues la costumbre era representar temas referentes a las familias de los triunviri
monetales, para resaltar su origen: por ejemplo, en un denario acuñado en el 51 a. C. el
triunviro hacía alusión a una victoria militar que un antepasado suyo, siendo cónsul en el 94 a.
C., había obtenido en la Galia y en Hispania.
Durante la República sólo se acuñaron monedas de oro en momentos difíciles para el Estado,
cuando escaseaban la plata o el bronce amonedables, por ejemplo, durante la Segunda Guerra
Púnica y durante las guerras civiles. La acuñación regular en oro dio comienzo con Augusto.
A finales de la República los contendientes en la guerra civil acuñaron monedas donde ellos
aparecían representados y se hacía alusión al origen divino de su familia: César se consideraba
descendiente de Venus y de Eneas, por lo que representaba a ambos en sus monedas (denario
364); una vez muerto Pompeyo, sus hijos continuaron la lucha y también acuñaron monedas,
en las que aparecen representados el desembarco de Cneo Pompeyo en África o las provincias
romanas (representadas con forma humana), abrazando su causa.
Marco Antonio se consideraba descendiente de Antón, un hijo de Hércules, y representaba a
este dios en sus monedas; como sus dominios estaban en Oriente representaba a Dionisos,
dios más del gusto oriental, y que a ojos de sus enemigos representaba las pasiones de Marco
Antonio y su inmoralidad (abandonó a la hermana de Augusto por Cleopatra. Por el contrario
Octaviano, para reforzar su conexión con César como su heredero político, hacía representar
en sus monedas a Venus y Eneas, la esfinge y la corona de laurel de Apolo, dios más acorde
con la visión tradicional romana y que, en contraposición a Dionisos, era considerado más
justo y moral. En los denarios acuñados por Octaviano, hijo adoptivo de César y después
Augusto, las leyendas hacían referencia a la divinización de César (“divi filius“), y como tipos
representaban el triunfo final de Augusto en la batalla de Actium (31 a. C.) o el templo
dedicado en Roma al divino Julio (“divo Iulio“), en cuyo frontón Augusto hizo representar una
estrella, que era un cometa que se vio en Roma en las fiestas dedicadas a la memoria de César
(denario 382). Así, Augusto se ganó el favor de la plebe.
3.3. El inicio de la amonedación imperial: Augusto.
Tras la batalla de Actium, Augusto fue la máxima autoridad política y religiosa en Roma, hasta
el 14 d. C. se preocupó porque se hicieran acuñaciones ordinarias regulares en oro y plata, que
habían sido sustituidas en los últimos de la República por acuñaciones extraordinarias
realizadas por los políticos que habían combatido en las guerras civiles. Para que las
actividades económicas fueran estables Augusto se planteó abastecer a Roma del suficiente
metal como para regularizar la emisión de moneda. También decidió acuñar regularmente
moneda de bronce, que hacía casi un siglo que no se emitía.
Con la Lex Iulia (19 a. C.) Augusto cambió el sistema monetario que se basaba en los tres
metales citados y en la que se establecían nuevas equivalencias: 1 aúreo = 25 denarios; 1
denario = 4 sestercios; 1 sestercio = 4 ases = 2 dupondios; 1 dupondio = 2 ases; 1 as = 2 semis =
3 trientes = 4 cuadrantes, etc. Si antes un denario equivalía 10 ases, ahora va a equivaler 16.
Augusto acuñó gran cantidad de moneda para favorecer el comercio y la circulación
monetaria, y se reservó acuñar las de oro (de gran pureza y en su mayoría acuñadas en la ceca
de o Lyon) y plata. Augusto compartió con el Senado la acuñación de monedas de bronce y
oricalco, por lo que sólo en ellas aparece la leyenda abreviada S(enatus) C(onsultum). Las
acuñaciones de oro tenían gran pureza (99 %) y casi todas procedían de la ceca de Lugdunum
(Lyon). Heredó de la república la amonedación en plata (denarios y quinarios; 1 denario = 2
quinarios). El sestercio, antes de plata, y el dupondio, fueron acuñados desde entonces en
oricalco (cobre y zinc), el as, semis y cuadrante sería acuñado en cobre. Ases y dupondios
tenían aspecto y tamaño similar, pero las siguientes diferencias; el dupondio valía el doble que
el as porque estaba hecho de oricalco, más caro que el bronce; el primero era de color
amarillento y pesaba 13,65 g, mientras que el segundo era de color rojizo y pesaba 10,92 g; a
partir de Nerón, también se diferencian porque en el as en el retrato de anverso el emperador
aparece con la corona radiada y en el dupondio con la corona de laurel.
3.4 y 3.5. Los siglos I y II d. C: dinastías Julio-Claudia, Flavia y Antonina.
Después de la muerte de Augusto se detecta en Roma la falta de numerario o moneda
circulante. Esta escasez fue debida a la tendencia de población a no aumentar la productividad
del comercio, a ser rentista y a tesaurizar o guardar la moneda de la época de Augusto, de
buena ley, y porque el Imperio pagaba los productos que importaba de Oriente en oro y plata
por lo que llegó a falta metal amonedable en Roma (las élites rurales eran grandes
consumidoras de productos de lujo que venían de Oriente y pagaban en moneda). Hay que
tener en cuenta además que el Estado romano se había aprovisionado de metales nobles a
través de botines de guerra, de apoderarse de los tesoros de las ciudades helenísticas: por
ejemplo, de las ciudades del Imperio Seleúcida (Pérgamo, Macedonia) o de Egipto, en poder de
los Ptolomeos. A partir de ese momento ya Roma no tenía más tesoros que ganar y, al
contrario, enormes gastos para defender la frontera del Rhin, con los germanos, que acosaba
bélicamente a Roma. Sólo la zona del Lacio siguió aportando metales a Roma.
Para superar la crisis el emperador Tiberio tomó la decisión de poner en circulación dinero de
su patrimonio privado, 100 millones de sestercios. Además se negó a dar pagas extraordinarias
a las tropas (praemia). Decidió controlar personalmente la explotación de las minas de oro,
plata y bronce del Imperio, a través de procuradores, funcionarios elegidos por él, que
controlaban los distritos mineros. Por ejemplo, el funcionario imperial encargado de la
explotación de las minas de Sierra Morena era el Procurator Montis Mariani.
Cuando una provincia se conquistaba sus minas pasaban directamente a ser controladas por el
emperador, pero en las provincias que estaban control senatorial los emperadores se
encontraron con que la explotación de las minas pertenecía a particulares y debían recuperar
las minas expropiándolas. Es famoso lo ocurrido con las minas de Sierra Morena, en la Bética,
ricas en cobre (según Plinio) y de algunas incluso se llegó a extraer oro (Estrabón las
llama aureoi). También había minas de plata (en Fueteovejuna). Todo esto explica la
importancia de los Montes Mariani y el porqué Tiberio quería poseerlas, llamados así porque
gran parte de su propiedad estaba en manos de Sexto Mario. A pesar de ser amigo personal
suyo, Tiberio acusó a Sexto Mario de incesto con su propia hija, le condenó a muerte y le
expropió las minas.
Durante su reinado, Nerón realizó una importante devaluación monetaria, pero no en cuanto a
la pureza de las monedas, sino en cuanto a su peso. Así, el aúreo que antes pesaba 7,96 g pasó
a pesar 7,39, por lo que si antes se podían acuñar 49 aúreos con 1 libra de oro ahora sólo se
podían acuñar 45. En cuanto a los denarios, el peso se redujo de 3,89 g a 3,41 g., por lo que
con Nerón se acuñaban 96 denarios por cada libra de plata y con Augusto 84. También se
redujo la pureza del denario de un 98-96 % de plata a un 94 %. Nerón acuñó poco en bronce
porque había muchas monedas de bronce emitidas por Claudio, pero el oricalco se utilizó
mucho, también en el as y en el cuadrante.
Los cambios introducidos en el sistema monetario por Nerón se debieron a la necesidad de
pagar las campañas militares, a los gastos de la reconstrucción de la Urbe (destruida en el
incendio del año 64, del que culpó a los cristianos). Esta devaluación monetaria provocó
importantes modificaciones en los precios. Las monedas de épocas anteriores desaparecieron
de la circulación y se ponía en circulación moneda de peor calidad, por lo que los precios
subieron, a lo que hay que unir que Roma seguía enviando metal a Oriente para pagar sus
importaciones, el Estado estaba escaso de numerario y hubo de acuñar moneda con menor
peso y ley.
Los emperadores flavios y antoninos (69-193) siguieron el sistema monetario implantado por
Nerón, pero reduciendo el peso del aúreo y del denario: Trajano bajo el peso del aúreo a 7,25
g. y el del denario a 3,21. Vespasiano centralizó la política monetaria del Imperio en Roma y
creó una reserva de metal para que se pudiese acuñar moneda de forma regular. Pero sus
sucesores, Tito y Domiciano, tuvieron que afrontar muchos gastos. Así, Domiciano intentó
restaurar el peso y la ley que las monedas tenían en época de Nerón, pero hubo de abandonar
su proyecto.
Con los antoninos la política monetaria se estabilizó, se produjo moneda con regularidad y el
Estado poseía numerario (sobre todo, tras la conquista de Dacia por Trajano, donde había unas
minas de oro muy ricas). A partir de la segunda mitad del siglo II, bajo los reinados de Marco
Aurelio y su hijo Cómodo hubo varios problemas (especial conflictividad en la frontera del Rhin
con los germanos) que se detectan en la bajada de la ley del denario, aunque apenas afectó a
la del aúreo.
3.6. El siglo III: de los Severos a Diocleciano. Crisis, inflación y reformas
Desde finales del S. II la plata comienza a escasear y se empieza a bajar la ley de estas
monedas: Septimio Severo mantuvo el valor y peso del aúreo, pero el título de los denarios de
plata cayó hasta el 58,3 %. Se hacía patente la necesidad de una reforma monetaria que
emprendió Caracalla en el año 215, con la creación del antoniniano de plata. El antoniniano se
diferencia del denario en que tenía un color más apagado que este último y que mientras en el
denario aparece la cabeza del emperador con la corona de laurel en el antoniniano aparece
con la corona radiada.
El peso del antoniniano era de 5 g. y su valor equivalía a 2 denarios. Ambas monedas tenían el
ley el 50 % de plata, pero el peso del antoniniano era de 3,10 g. con lo que los antoninianos
tenían menos proporción de plata y menos peso que los denarios pero se podía acuñar en más
cantidad (la equivalencia entre antoniniano y denario no era real porque su valor nominal era
de 1 antoniniano = 2 denarios y su valor intrínseco era de 1 antoniniano = 1,5 denarios).
Posteriormente, en el siglo III, la ley y el peso del antoniniano siguieron bajando hasta quedar
el peso en 2,52 g. y la ley en el 5 %. Aproximadamente hacia el 260 el antoniniano era una
moneda de cobre con un baño de plata. De esta época es la serie de monedas conservadas del
Bestiario de Galieno. Sucede un hecho muy curioso y es que, casi al principio de la emisión del
antoniniano, en el 219, se suspendió su emisión hasta el año 239. Acerca de la desaparición del
antoniniano existen dos teorías: la primera afirma que el antoniniano dejó de emitirse en el
año 294, cuando empezó a emitirse la nueva moneda de Diocleciano; la segunda teoría
sostiene que ambas monedas coexistieron durante 10 o 15 años y que el antoniniano circuló
durante mucho tiempo como moneda residual en el Imperio Romano, hasta el S. V.
Como la moneda de oro, el áureo, había ido reduciéndose de peso pero no de ley y el
antoniniano de plata fue perdiendo constante peso y ley, Caracalla estableció la equivalencia
entre ambas monedas: 1 aúreo = 50 denarios (el doble que con Augusto), pero, a medida que
se fue devaluando el peso y la ley antoniniano la equivalencia, a fines del siglo III y antes del
reinado de Diocleciano, era de 1 antoniniano = 800 aúreos = 1600 denarios. El antoniniano
provocó la desconfianza de las clases populares romanas, lo que hizo que la inflación subiera a
finales del siglo III un 800 %.
El aumento de la inflación se debía al desequilibrio entre ingresos y gastos del Estado y a las
continuas devaluaciones de moneda, lo que provocó una gran subida de precios en los
productos. Entre los gastos estatales citados podemos señalar que el sueldo del ejército, cuyos
efectivos aumentaron por la mayor conflictividad en la frontera, se quintuplicó entre el 193 y
el 235, el Estado aumentó la presión fiscal sobre la población y elevó los precios para poder
recaudar más impuestos.
Como consecuencia de esta inflación la tierra se convirtió en la base de la riqueza en vez de la
moneda. La economía monetaria perdió terreno frente a la economía con “moneda natural”,
volviéndose hacia el sistema de truque. En la primera mitad del siglo III, el Estado procedió a
vender a particulares la tarea de recaudar impuestos a cambio de dinero y recurrió a pagar a
los funcionarios en especie.
Para remediar la situación descrita, Diocleciano (284-305) emprendió una importante reforma
monetaria. Con él acaba la crisis del siglo III y comienza una etapa de estabilidad política y
económica. El emperador prefirió acuñar poca cantidad de moneda, pero que esta fuera de
buena ley. Desde el 294 empezó a acuñar aúreos casi puros (de una libra de oro se acuñaban
60 aúreos).
Con respecto a las emisiones en plata, Diocleciano creó una nueva moneda, el argentus, que
tenía una pureza del 90 % (de una libra de plata se acuñaban 96 argentus). También creó otra
nueva moneda, el follis, de cobre bañada en una pequeña cantidad de plata. A su vez el follis
tendrá un subdivisor en bronce, el denarius communis. La equivalencia entre estas monedas es
la siguiente: 1 aúreo = 25 argenteus; 1 argenteus = 5 follis; 1 follis = 5 denarius communis.
Esta reforma se completó con el “Edicto de precios” de Diocleciano (Edictum de pretiis, 301 d.
C.), mediante el que se intentó frenar la subida de precios, y se establecía una relación entre el
precio real de la moneda y el precio de los productos. El Edictum es un listado de los bienes
más comunes y de los precios máximos a los que se podían comprar éstos en el Imperio, y
supuso que quedara fijado el precio de la moneda. También fijaba penas contra los
especuladores y el acaparamiento de moneda.
3.7. Del siglo IV al fin del Imperio: el sistema de Constantino.
El S. IV es la época más compleja desde el punto de vista de la numismática romana, debido a
una serie de características: se cambió muchas veces de sistema monetario; las monedas
empeoraron en su calidad estilística, pero no en su calidad técnica (por ejemplo, se utilizó una
misma efigie para representar a los sucesivos emperadores, los retratos eran convencionales);
y fue muy característico que las monedas se acuñaran en bajorrelieve.
En esta época caracterizada por una crisis de los rendimientos agrícolas debido a un
empeoramiento del clima (también aumentaron los terremotos), las “Invasiones” de los
pueblos bárbaros, y la fuerte inflación y subida de precios, el último emperador que hizo una
reforma monetaria destacada para intentar remediar la situación fue Constantino (306-337).
La reforma consistió en crear nuevas monedas de oro, plata y bronce y nuevas equivalencias.
En oro, el solidus, acuñándose 72 sólidos por 1 libra de oro; esta moneda tenía dos
subdivisores: el semis y el tremis (1 sólido = 2 semis; 1 sólido = 3 tremis). En plata se creó la
moneda llamada siliqua, siendo 1 sólido = 24 siliquas. Y en cuanto a las emisiones de bronce,
se acuñaron 4 monedas clasificadas en función de su módulo (diámetro), conocidas con los
nombres siguientes: AE1, con módulo mayor o igual a 25 Mm.; AE2 o maiorina, con módulo
entre 21 y 25 Mm. AE3, con módulo entre 21 y17 mm.; y AE4, con un módulo inferior a 17
Mm.
TEMA 4. LAS EMISIONES MONETALES EN LA HISPANIA ANTIGUA
1. Las emisiones de monedas en la Península Ibérica hasta el fin de la II Guerra Púnica (siglo
VI-206 a. C.).
En fechas tan tempranas como fines del siglo VI a. C. llegan al sur de Iberia las primeras
monedas jonias. Parece que estamos ante objetos de lujo valorados y conservados en la
península por su carácter exótico, no por su valor monetal. Sin embargo, aunque estas piezas
no circularon, sí debieron dejar entre los tartesios el conocimiento teórico de su función
dineral -valor de cuenta, de intercambio y de atesoramiento- que acabará sustituyendo el
sistema mercantil del intercambio de regalos conocido a través de las fuentes literarias para
estas fechas en las que Argantonio y los focenses mantenían fructíferos contactos comerciales.
A la moneda más antigua, una pieza de electrón procedente de El Carambolo (Sevilla), se
sumarán durante los siglos V y IV a. C. más piezas jonias, pero sobre todo de la Grecia
continental y de Sicilia, incluyendo moneda púnica.
Las más antiguas las encontramos en Andalucía, al igual que el resto de los objetos griegos;
después los hallazgos se hacen frecuentes entre los iberos levantinos, en algunos casos
amortizadas en tumbas y, en otros, atesoradas junto a otros objetos de lujo, como en Montgó
(Alicante). Es seguro, por tanto, que la introducción moneda en la Península Ibérica no se
debió a la población autóctona, sino con los “pueblos colonizadores”, los griegos.
Será tras la incorporación de Massalia (Marsella, colonia fundada por los focenses) a la
amonedación, pero sobre todo tras la de Emporion (Ampurias, colonia fundada a su vez por los
massaliotas), cuando la población autóctona de la Península conozca una circulación fluida de
moneda griega en sus costas. Los frecuentes hallazgos y tesoros encontrados en la costa
mediterránea (Rosas, Ampurias, Pont de Molins, Tarragona y Morella) se componen en su
mayoría de monedas, pequeños divisores de dracma que la hacen más asequible a todos los
usuarios. Desde los inicios del siglo V a. C. Emporion inicia tímidamente su amonedación con
copias de moneda massaliota de tipo Auriol (localidad cercana a la frontera francesa), pasando
por las imitaciones de monedas de Atenas o Magna Grecia en el siglo IV y luego en el III con sus
”dracmas”, siendo la ciudad que más influencia tuvo en la monetización de los iberos de la
costa y trascosta mediterráneas y de los galos occidentales, quienes a su vez enseñarían el uso
de la moneda a sus vecinos colindantes.
Es la distinta manera en la que estos pueblos se incorporan a la amonedación la que es
importante por las divergencias culturales que demuestra. Los galos e iberos del norte del
Ebro, dentro de los circuitos económicos creados por Emporion en el golfo de León y por
Rodas en el interior de Francia hasta el Loira respectivamente, se lanzan a la “falsificación” de
la moneda de estas colonias griegas, copiando su metrología, sus tipos y leyendas según un
hábito cultural que parece claramente céltico. Por el contrario, los propios iberos -edetanos y
contestanos- se incorporan al circuito emporitano haciendo uso de todos los resortes políticos
de ciudades con un largo pasado de vida: metrología, lengua, escritura e iconografía propias,
sin oscilaciones en el uso: el valor ibérico de 3 gr. de plata aproximadamente, las imágenes de
dioses patronos y fundadores de la ciudad y el perfecto manejo de la escritura ibérica para sus
topónimos (ejemplos, arse o arsesken osaitabi). Sin embargo, la elección de la plata como
único metal amonedable parece confirmar que el uso de la moneda lo habían aprendido de sus
vecinos los griegos, despreciando el bronce usado por cartagineses y romanos para los
divisores. Sólo una corta emisión de bronces tenemos en Arse (Sagunto), posiblemente de los
años de ocupación cartaginesa de la ciudad (3ª emisión 212-¿206? A. C.).
De las varias colonias fenicias en Iberia -Gades, Ebusus, Malaca, Sexi y Abdera-, sólo Gades
acuña moneda antes del 237 a. C., en que la llegada de la familia Bárquida a la Península
ocasiona una transformación profunda del territorio y de las condiciones económicas de la
futura Bética. Gades fue la colonia más importante y la primera en acuñar ya en el siglo IV,
aunque se trate de unos minúsculos broncecitos anepígrafos cuya función se desconoce por
completo. Ni su importante comercio ni los servicios ciudadanos obligaron a Gades a acuñar
moneda antes del 350 a. C. aproximadamente. Es posible que fueran las conexiones
económicas con Ampurias, constatadas por la arqueología, las que obligaron a Gades a la
acuñación de un valor igual al de los “dracmas” de Ampurias y Rodhe (Rosas) de 4,70 g, en
realidad medio shekel fenicio que se había ganado la confianza del comercio meridional y
levantino desde época tartésica. Es indudable que dentro del patrón foceo y del fenicio local,
Ampurias y Gades, respectivamente, buscaron el valor que les permitía tener una misma
moneda de cuenta y de pago, facilitando inmensamente sus mutuas relaciones y las de los
vecinos, los iberos. Sin embargo, a la hora de los divisores, de uso doméstico, Ampurias acuña
valores habituales dentro de su propio ámbito cultural, medio óbolo foceo, y Gades emite
un âgorâ, el único testimonio material que tenemos del “óbolo fenicio”, moneda citada por la
Biblia como gerat, 1/4 shekel de 9,4 g establecida en Turdetania desde época tartésica.
En la tipología, Gades optó por un modelo griego para su divinidad, menospreciando el tipo
africano de un Melkart barbado y sin atributos que podría haberse interpretado como un Zeus
en el ambiente helenístico en el que Gades estaba inmersa. Como gran ciudad mediterránea,
demostrará en su amonedación que está dentro de las corrientes helenísticas utilizando
modelos iconográficos griegos. Sin embargo, tanto Ebusus (Ibiza) como Malaca (Málaga) se
decidieron por imágenes del repertorio fenicio-púnico.
El resto de las colonias fenicias en Iberia no se incorpora a la amonedación hasta iniciada la
Segunda Guerra Púnica en el 218 a. C. o, incluso, ya en época romana, tras el 195 a. C. la
homogeneidad de sus tipos y leyendas durante todo el periodo de acuñación permite detectar
hitos históricos que proporcionen cronologías seguras. Todavía en época imperial las monedas
de estas ciudades son culturalmente púnicas, sin que la romanización haya afectado sus
hábitos monetales. Es ésta una consideración a tener en cuenta a la hora de calibrar cómo y
dónde se produce la latinización y romanización de la Bética, que, a juzgar por las monedas,
fue casi imperceptible hasta la llegada del régimen personalista de César y Augusto.
Estas colonias acuñarán sólo bronce -Malaca emite plata esporádicamente durante la guerra-
de muy poco valor y en pequeñas cantidades, indicando que en ningún caso la moneda se
utilizaba para pagos estatales o comerciales a gran escala. La emisión de uno o dos valores de
bronce indica que no se intentaba monetizar la economía, sino que se emitía para necesidades
oficiales esporádicas y muy precisas que desconocemos. Conviene señalar que en estas
mismas fechas las ciudades cartaginesas en Sicilia o la propia Cartago están emitiendo valores
muy grandes, hasta decadracmas, que se creen acuñados para gastos militares. En Iberia se
emitirán valores similares sólo con la llegada de la familia bárquida, cuya presencia tuvo
también una finalidad estrictamente militar, de preparación de una guerra con Roma que se
inició en suelo hispánico en el año 218 a. C. con la llegada de Publio y Gneo Escipión y se
termina en el 206 a. C. con la capitulación de Gades.
Amílcar Barca, Asdrúbal y Aníbal se establecen en el sur peninsular en el 237 a. C. y, dentro de
su clara política de dominio, inician unas acuñaciones que se denominan hispano-cartaginesas.
La fundación de Cartagonova por Asdrúbal debió tener como objetivo la explotación de las
riquísimas minas de plata de la zona, y el matrimonio de Aníbal con la princesa de Cástulo, las
de Sierra Morena. Por tanto, los dos principales yacimientos argentíferos de la Península
quedaron tempranamente bajo dominio bárquida, empleándose para emitir una amplia gama
de valores monetales en grandes cantidades: trishekel, dishekel, shekel, medio shekel y cuarto.
Además se acuña mucho bronce en valores de 9 g aproximadamente, mitades y cuartos, e
incluso se emite oro aunque en pequeñas cantidades, sin duda por la ausencia de
explotaciones rentables en la zona dominada por ellos. Habríamos de preguntarnos si la
inexplicable marcha de Aníbal desde Cartagonova (Cartagena) hasta Helmantiké (Salamanca)
que narran Polibio (3,14) y Tito Livio (21,5) no fue en busca del oro del Bierzo y León. Nunca en
la Península se había visto circular tanta moneda y de tan variados valores, desencadenándose
una profunda transformación en el sistema de intercambios de iberos y turdetanos, territorios
sobre los que se asientan los cartagineses. Estas monedas aparecen hoy en frecuentísimos
hallazgos sueltos y riquísimos tesoros correspondientes a los años 237-206 a. C., años de
preparativos y desarrollo de la Segunda Guerra Púnica, permaneciendo su moneda en
circulación residual hasta el 180 a. C. aproximadamente.
Esta creación de una economía monetal tuvo por objetivo agilizar todas las labores de
preparativos y mantenimiento de una guerra a gran escala y con dos frentes, el de Italia y el de
Iberia, y quien sabe si el de Cartago. Todo ello implicó importantes contrataciones de
mercenarios -baleáricos, ibéricos, celtíberos, lusitanos, númidas y libio-fénices-; puesta en
marcha de astilleros como el de Cartagena; ingeniería militar y minera; transformaciones
urbanísticas de ciudades importantes como Cartagonova o Carmona; avituallamiento de la
tropa, y el traslado de metal en bruto a Italia para la compra de alianzas políticas dentro del
núcleo hispánico, itálico o griego. Ninguno de estos objetivos había tenido cabida en la política
de las ciudades de Iberia antes de la llegada de los Bárquidas, ni en Gades o Ampurias, ni en las
comunidades ibéricas, por lo que tampoco se habían necesitado nunca esas magnitudes de
moneda. Como ya señaló Zobel, esta política de dominio conlleva la creación de un auténtico
reino helenístico del que sus acuñaciones son el testimonio más contundente. Los tipos
monetales en el Mediterráneo disponían de un clarísimo código de lenguaje comprensible para
cualquier usuario: las democracias o regímenes populares retrataban a sus monarcas o tiranos,
cuya cabeza solía estar ceñida por una estefané, distintivo de la realeza o, incluso, por una
corona radiada, distintivo de su virtual divinidad. Otras veces, los monarcas se representaban
con los atributos de sus dioses protectores: Heracles, Ammon…, con un lenguaje equívoco que
denotaba protección, helenización o divinización, formas iconográficas que no habían existido
en la Grecia clásica y que en Roma no harán su aparición hasta la penetración del helenismo a
finales de la República y en el régimen personal de Augusto. Las monedas bárquidas, esas tres
espléndidas cabezas masculinas que Beltrán y Robinson interpretaron como retratos de
Amílcar (Herakles), Asdrúbal (diademado) y Aníbal (con cabeza desnuda) están describiendo, a
la manera de los reinos helenísticos, un régimen personalista.
Este lenguaje helenístico de las monedas bárquidas hispánicas fue sólo un relámpago en
nuestra historia preimperial; entra con los Bárquidas y muere con ellos. Tras la guerra,
Hispania, como lo había sido Iberia, volvió a ser un mosaico de pequeñas ciudades de
diferentes etnias, con regímenes más o menos democráticos; y el mejor ejemplo, de nuevo,
está en los emblemas elegidos para sus monedas: las divinidades patronas y los productos
amparados por ellas. Hasta la moneda imperial de Augusto no volverán las ciudades de
Hispania a utilizar para la moneda una iconografía de carácter personal.
Volvamos a la Segunda Guerra Púnica para contemplar el nacimiento de la moneda indígena y
el proceso de monetización de los iberos y turdetanos. La presencia en su suelo desde el 218 al
206 a. C. de una tropa inmigrada, romanos y cartagineses pero también galos, númidas,
baleáricos y libio-fenicios, más la contratación por ambos bandos de mercenarios hispánicos,
obligó a usar moneda en grandes cantidades, puesto que los pagos había que hacerlos
necesariamente en moneda aunque fuera de muy diferentes patrones y culturas. Esta
necesidad perentoria de numerario circulante, mantenida desde el 218 hasta el fin de la
pacificación de Catón en el 195 a. C., y en ámbitos tan extensos como toda la costa y trascosta
mediterránea, llevó a que el proceso de monetización arrancara y se hiciera irreversible. Estas
zonas fueron recorridas por soldados que como todo bien disponían de moneda, objeto que
acabó siendo aceptado por la población civil, pasando a integrarse en las ciudades dentro de
los valores de cuenta y pago. Se puede asegurar que, aunque casi no hubo moneda importada
desde Cartago o Roma porque ambos ejércitos podían alimentarse con metal hispánico, sí se
emitió moneda cartaginesa y romana oficial en la Península, que hoy se ha podido identificar
por la exclusividad territorial de sus hallazgos. A esta moneda colonial se sumaba la también
colonial griega y la de muchas ciudades ibéricas que abren ahora, por primera vez, sus cecas.
Bando cartaginés. Los Bárquidas controlan la plata de Sierra Morena -capitalizada en Cástulo- y
la de Cartagonova, con la inmediata finalidad de una masiva acuñación de moneda que, por
ser anepígrafas, no se pueden adscribir con seguridad a una ceca concreta, pero se sospecha
que sea Akra Leuke, Cartagonova y quizás Cástulo; pero además, los Bárquidas pactan con las
ciudades aliadas o dominadas para que colaboren durante la contienda con moneda menor; la
misma política aplicará Aníbal con sus aliados en Italia: Capua y los Bretti, Arpi, Salapia,
Metaponto, Tarento y Locri. Estas ciudades acuñan para Aníbal con su metrología, iconografía
y escrituras propias, de la misma manera que lo hacen en España Gades y Ebusus, con
monedas en alfabeto fenicio-púnico y Sagunto en ibérico durante los años que dura la
ocupación cartaginesa (218-212 a. C.). A esta moneda de plata se suman cantidades enormes
de divisores de bronce, correspondiendo la masa mayor a emisiones bárquidas, anepígrafas y
efigiando una diosa galeada, cuya iconografía no aparece en estas fechas en Cartago, pero, al ir
siempre acompañada de los emblemas públicos más estables (caballo blanco y palmera), hace
sospechar que estamos ante la imagen de la diosa Tanit en forma de Tyche, gad o victoria, y a
la que se dedicarían, ya bajo el nombre de Dea Caelestis, toracatas y arcos. También muy
interesante iconográficamente es la emisión de Varia (Villaricos) que efigia una diosa tocada
con leonté y palmera en reverso, una iconografía heraclea aplicada a una divinidad femenina
leontocéfala que debe, nuevamente, tratarse de Tánit.
Bando romano. Desde el momento del desembarco de Publio y Gneo Escipión en Ampurias se
hace imprescindible la necesidad de un abastecimiento monetal en la Península y ambos
generales piden numerario a Roma, pero el Senado les responde que el tesoro estatal es
escaso para que procedan a la acuñación in situ. De Hispania saldrán tres emisiones
(identificadas por Zobel y Bahrfeldt) de victoriatos, no acuñándose denarios. La ausencia de
denarios en los tesoros del periodo 218-195 a. C. resulta extraña ya que, según los textos, a
Hispania llega mucha tropa inmediatamente después del 211 en que se supone se crea esa
moneda. Los tesoros españoles parecen indicar que el denario no se crea sino después del 209
a. C., tras la toma de Cartagonova por Escipión, quien mantiene en funcionamiento las
industrias ciudadanas (Tito Livio, 26, 42, 3 y Polibio, 10, 17, 8) y, sin duda, la explotación
metalúrgica. Sólo en ese momento se justificaría una reforma denarial que conlleve la mejora
de la ley del metal respecto a la del cuadrigato y victoriato, la exactitud del peso y la creación
de nuevos divisores de plata - quinario y sestercio - que venían a reemplazar el bronce. Todas
estas reformas serían inexplicables si no se hubiera dispuesto de una fuente importante y
segura de mineral argentífero como lo eran las minas de Cartagonova.
Para el mantenimiento de la guerra con Cartago, Roma contó sobre todo con la amonedación
de Ampurias, como señaló Villalonga, ciudad que apoyó considerablemente la guerra a juzgar
por la enorme cantidad de moneda hallada hoy en sus tesoros. Además de Ampurias se ven
conminados por los romanos a emitir moneda los pueblos de la trascosta emporitana, citados
por las fuentes como tempranamente dominados: cesetanos, laietanos, ilergetes, etc. Estos
pueblos, que pertenecían al circuito económico de Ampurias, imitan las dracmas emporitanas
en su tipología, metrología e incluso, en los primeros momentos, en su epigrafía: EMPORITON;
después se van introduciendo símbolos secundarios propios en los tipos y la escritura ibérica
en las leyendas: iltirta, kese, tarakon, barkino, etc. Poseemos más de 120 leyendas monetales
en ibérico, en su mayoría topónimos que, tras la guerra, no vuelven a aparecer. De todos estos
topónimos no están identificados hoy sino los cuatro citados. Estas monedas, imitación de las
emporitanas pero ya con leyenda ibérica, deben ser las denominadas en las fuentes literarias
como argentum Oscense, que seguirá acuñándose durante las guerras de Catón y bajo los
magistrados sucesivos, posiblemente hasta que Graco en el 180 a. C. regularice el sistema
del stipendium, iniciándose quizás paulatinamente la acuñación del llamado “denario ibérico”,
término que nunca encontramos en las fuentes literarias y utilizado, por tanto, por los
investigadores. La eclosión de los denarios ibéricos no ocurrirá, sin embargo, hasta el tránsito
del siglo II al I a. C., antes del conflicto sertoriano.
Aunque parece probable que sea el cobro de estipendio por Roma la causa inmediata de la
acuñación ibérica, no todos los pagos se hicieron en moneda, y el uso de metal y joyas al peso
debió ser el preferido por las comunidades en muchas zonas hispánicas. Es muy posible que los
torques, tan abundantes y frecuentemente fragmentados, de los tesoros de Celtiberia hayan
sido dinero premonetal hasta tiempos imperiales, elaborados con un sistema petrológico fijo.
2. Las emisiones de moneda en la Hispania republicana (195-27 a. C.).
En el 195 a. C. Catón divide el territorio de Iberia en dos provincias, Hispaniae citerior y
ulterior, división que parece conllevar diferencias fiscales importantes y, por ello, divergencias
monetales. Desde estos años hasta el final de la guerra sertoriana en el 72 a. C. se abren más
de 200 cecas en Hispania. La Ulterior, riquísima en plata, no podrá acuñar este metal,
posiblemente por haberse concedido el monopolio de su explotación a societates que lo
extraen en su casi totalidad y pagan a Roma directamente en plata. La provincia tiene, sin
embargo, libertad total para hacer uso de sus hábitos culturales propios: metrología, tipología,
escritura y lenguas. Las de origen fenicio y púnico siguen existiendo exactamente igual que en
fechas prerromanas, demostrando que no existió intromisión alguna por parte de Roma más
que en la prohibición de la acuñación de plata, que no se hubiera producido si, como quiere
Richardson, hubiera estado en manos de particulares. Podemos preguntarnos si esta política
permisiva culturalmente no fue aplicada también en Sicilia, sin que se tenga que admitir que
en el 210 a. C. (fecha de la derrota de los cartagineses por los romanos) desaparecen las
emisiones púnicas de la isla, cuando el interés de Roma fue siempre mantener en
funcionamiento la producción indígena sobre la que se quería fiscalizar, sobre todo donde la
plata era escasa como en Sicilia y en la Citerior y no compensaba una explotación
monopolizada.
Esta rica diversidad que muestran las monedas de la Ulterior proporciona importantes datos
para comprobar que estas culturas prerromanas se mantuvieron vivas en Turdetania hasta
época imperial. Las divinidades con sus rituales, la metrología con sus sistemas y valores y,
naturalmente, las lenguas siguen vigentes hasta bien entrado el siglo I d. C. Por ejemplo, la
importancia de las salinas en la comercialización del pescado y su red económica centralizada
en Gades, cuyo santuario, divinidad y rituales fenicios son los aglutinantes para toda una
amplia región del estrecho de Cádiz, como la ciudad de Lascuta, cuyas monedas ilustran los dos
célebres altares del Heracleon gaditano descrito por las fuentes (1ª emisión), el altar-tumba de
Melkart y el de los oráculos con el ritual de las sortes, ritual que vemos también ilustrado en la
lastra del templo de Hércules Invicto de Ostia, cuyo origen fenicio ha sido motivo de discusión.
La Hispania Citerior, con pobres minas de plata que no eran rentables para los caballeros
romanos, acuñó mucha moneda de plata, posiblemente para el pago directo de estipendio que
Roma ya había iniciado en el 218 a. C. y que se exigiría en plata, aunque no necesariamente
amonedada. Poseemos primero las imitaciones “ibéricas” de dracma emporitana que se inició
durante la Segunda Guerra Púnica y siguieron emitiéndose posiblemente hasta las reformas de
Graco del 180 a. C., en que el denario ibérico viene a sustituirlas. Muy interesante es
comprobar que junto a esas 120 “ciudades” que acuñan dracmas de imitación el denario
restringirá considerablemente el número de sus cecas, acuñándose sólo en una docena de
capitales de territorio pero en el mismo territorio de las dracmas, ampliado en ese momento a
celtíberos y berones. Es seguro que entremedias (195-180 a. C.) ocurrió una drástica
reorganización romana del territorio que fomentó la centralización en capitales de la
acuñación de la plata de cada pueblo, representado ahora en las leyendas, por los gentilicios
formados con el sufijo -sken: untikesken (de los indigetes), ausesken (de los ausetanos), etc.,
junto a los que se encuentran topónimos comokese, primera ciudad en acuñar el tipo del
jinete.
En la Citerior, además de esta ordenación del territorio, se presencia una homologación de la
tipología y epigrafía monetales. Recuérdese que la división en sólo dos provincias de la
realidad ibérica obligaba a una gran mezcolanza de pueblos; en esta provincia se incluirá a
iberos, celtíberos, berones, vascones y pueblos del Pirineo que acuñarán moneda; pero
además a otros que no la emitirán nunca, sin que comprendamos bien el porqué: vacceos,
vettones, cántabros, galaicos y lusitanos, quienes sin duda pagaron a Roma como los restantes,
pero no en moneda sino en metal al peso, posiblemente en forma de torques, las coronae de
las fuentes. En fin, todas las cecas que acuñaron lo hicieron bajo una misma imagen y una
misma escritura.
La unidad monetaria de la Citerior, el único emblema común que todos estos pueblos poseían,
llevó a crear una conciencia de unidad étnica que supo explotar adecuadamente Sartorio (82-
72 a. C.). Ya en los años previos a Sartorio se acuñó mucha plata con escritura ibérica, pero la
política sertoriana supone un resurgimiento de la conciencia “nacional”, conllevando una
valoración de la cultura vernácula dentro de unos esquemas educativos que eran sin duda
romanos.
Precisamente por ello la derrota sertoriana supuso el final de le etapa ibérica, el término de las
acuñaciones de plata y el ocaso del emblema del jinete como representación “nacionalista”sto
se plasma en un mapa, se puede observar el desarrollo del conflicto. Pero, además del fin de
toda acuñación de denario hispánico, medida dictada posiblemente por el fisco romano,
también supuso el cierre de muchas cecas.
Las nuevas élites ciudadanas, presionadas sin duda por el partido vencedor, iniciaron una
transformación de los emblemas monetales. La escritura ibérica y la imagen del jinete dejan
sitio a la escritura latina y a emblemas romanos. A esta etapa, y en concreto a las guerras entre
Pompeyo y César, debemos las emisiones bilingües de kelse - CELSA (8ª emisión), kili - GILI
o saiti - SAETABI, testimonio de ese cambio irreversible que llevará a la latinización de las
instituciones ibéricas y a su final romanización.
La presencia de César en la Península en los años 60 y 40 a. C. va a revitalizar la vida ciudadana
con la generosa idea de transformar muchas de las ciudades indígenas en municipios y
colonias latinos o romanos. Las fundaciones se agruparon en el valle del Ebro y en Turdetania,
y en ambas regiones servirán de focos romanizadores, antecedentes inmediatos de la política
colonizadora de Augusto. Pero hay ya muy pocas cecas acuñando y la moneda hispánica se ve
superada por la propiamente romana que había ido entrando con los inmigrantes itálicos,
explotadores de la riqueza agrícola y minera, no sólo en Turdetania como se creía sino también
en el valle del Ebro y entre los iberos. El denario romano se convertirá pronto en la moneda de
plata mayoritaria circulante en ambas Hispanias.
3. La amonedación imperial en la Península.
La moneda imperial acuñada en el territorio peninsular es muchísimo más reducida en
volumen de emisión y en número de cecas abiertas de lo que había sido la republicana, pero,
paradójicamente, es desde Augusto a Calígula cuando se produce la completa monetización de
la economía hispánica. Con Augusto se abren sólo cecas entre los municipios en el valle del
Ebro y en las colonias de Lusitania, Bética y Tarraconense. Además, las colonias fenicias y dos
ciudades celtibéricas de Cuenca (Ercavica y Segobriga). El hecho de que ahora sean ciudades
con estatutos promocionados las que acuñan lleva a suponer que el cierre de todas las otras
cecas republicanas se deba a una orden oficial por la que se necesita permiso del Fisco o del
Senado para acuñar; quizás sea esta la causa de la leyenda PERMISSU AUGUSTIde algunas
monedas lusitanas y béticas. Con Tiberio se dieron casi todas las de la Bética y Lusitania, para
quedar muy pocas acuñando ya con Calígula. Tanto la emisión inicial como su progresiva
reducción posterior podrían estar en relación con la necesidad de proporcionarle moneda de
cambio, ases y seriases, a las tropas asentadas en las provincias hispanas, cerrándose las cecas
a medida que se las legiones parten para Germania.
La moneda es la fuente más rica para el estudio de las transformaciones de nuestras ciudades
en municipios y colonias en época de César y Augusto, a pesar de la carencia de datos
personales en las leyendas hasta las primeras titulaciones de Augusto; pero con ellas se inicia
una documentación que en las fuentes aparece sólo esporádicamente o ya en las palabras de
Plinio. La transformación estatutaria no se hizo de igual forma en las dos provincias
republicanas, siendo más radical y canónica en la Citerior que en la Ulterior.
1. Tarraconensis. Las leyendas monetales constatan que César y Augusto transformaron en el
valle del Ebro muchas civitates en municipia:Municipium Emporiae, Municipium Urbs Victrix
Osca, Municipium Calagurris Iulia, Municipium Hibera Iulia Ilercavonia, Municipium Augusta
Bilbilis, etc. Todos estos municipios están regidos por unas magistraturas canónicamente
romanas: aediles, qattorviri y duumviri. Otra cosa es Ampurias, cuyos quaestores en colegios
de tres son de difícil comprensión y los títulos añadidos de P FL (primus flamen?) en dos
ocasiones son incomprensibles.
Estas monedas de las cecas del valle del Ebro son las que van a alimentar de numerario a toda
la tropa asentada en el frente cantábrico-astur-galaico. Las monedas que encontramos allí no
son béticas ni lusitanas, sino mayoritariamente de Bibilis, Celsa, Turiaso, Gracurris y Calagurris,
todas cecas del Ebro, al igual que ocurre con las numerosas monedas hispanas halladas en los
campamentos del limes hispánico. La homologación de sus valores -ases y seriases-, la de su
tipología -el toro- y la de su circulación -zonas militares- obliga a plantearse la causa militar de
su emisión. De ellas, la ceca de Calagurris es la más activa y podría haber desempeñado una
función importante en el suministro de moneda al ejército, no sólo la de bronce firmada por el
municipio, sino denarios y áureos romanos. En esta ciudad se han encontrado se han
encontrado los cuños del año 2 d. C. de L. y C. Caesares (Lucio y Cayo, nietos y herederos de
Augusto), monedas que, como destacó Bahrfeld, tan frecuentes son en los hallazgos de
España. El hecho de que otros cuños iguales procedan de Lugdunum parece indicar que
Calagurris actuó en este caso como ceca suplementaria. Incluso los denarios y áureos
adjudicados a Cesaraugusta, fechados en el 18-18 d. C. no deben ser de esta ciudad, dado que
su fundación no tuvo lugar posiblemente hasta el 15, pero sí podrían haber sido acuñadas en
Calagurris. Ella, y posiblemente antes la de Celsa, ha debido ser ceca emitiendo para suplir de
Ae al ejército, y un dato complementario es el que ambas emitían sólo ases y seriases, los dos
valores imprescindibles para la tropa; sin embargo, no acuña dupondios y sestercios como sí
hacen Cesaraugusta y Tarraco.
Además de estas transformaciones de promoción, digamos individual, existieron casos en los
que la necesidad política llevó a la conversión de las capitales provinciales o conventuales en
colonias. De época de César parece ser Tarraco, aunque la ceca no se abre sino con Augusto:
C(olonia) U(rbs) T(riumphalis) T(arraco), con tipos que presentan el único caso en que un
emperador es invocado como Deus Augustus y no como divus, hecho que, ya señalado por
Dessau y Etiénne, ha pasado inadvertido en los estudios recientes del culto imperial. Hay que
constatar, por la trascendencia que el dato posee, la inexistencia de una secuencia entre las
monedas ibéricas de kese y las augústeas de Tarraco. Ni aquéllas ni éstas tienen relación en la
tipología, el nombre o los valores. La información que proporcionan las monedas es que se
trata de dos ciudades diferentes; debemos recordar que existen dracmas de imitación con los
nombres kese y tarakonsalir, indicando la posible existencia entonces de dos ciudades, opinión
que por otros motivos Alföldy ha sostenido pero que arqueológicamente parece no
confirmarse. También por las monedas conocemos que pasó a colonia posiblemente en época
de César, Colonia Urbs Iulia Nova Cartago, aunque los magistrados constituidos son siempre
duumviros quinquenales, y en un caso sumándose el de augur. Es posible que tanto ella como
Ilici (Colonia Iulia Ilici Augusta) hayan debido sus fundaciones coloniales a ciertas deducciones
militares, ya que ambas ilustran signa en sus moneda aunque sin consignar las legiones
responsables. Sí sabemos por las monedas que Colonia Acci Gemella fue fundada por las
legiones I y II Augustas. Todas ellas son capitales de conventus.
2. Baetica y Lusitania. Una política similar encontramos en la Bética donde cierran la casi
totalidad de las cecas republicanas, abriéndose las de las colonias de nueva creación: Romula,
Traducta y municipios como Itálica. El pequeño volumen de estas emisiones y el frecuente
carácter conmemorativo de personalidades, cargos y fundaciones hacen pensar que sus
emisiones no desempeñaban papel económico importante, al contrario de lo que ocurría en el
valle del Ebro. La propia Colonia Patricia (Corduba), capital de la Bética, acuñará sólo una
emisión que, por sus tipos y escasez, parece más bien conmemorativa del pontificado
augústeo que de utilidad económica. Además de estas pocas cecas citadas, siguen activas las
de Gades y Abdera, viejas colonias fenicias que mantienen sus características culturales -tipos,
escritura y metrología- hasta su cierre. Es cierto que Gades acuña sestercios romanos
dedicados a ensalzar a dos de sus importantes patronos, Balbo como pontifex maximus y
Agripa. La leyenda de este último: AGRIPA PATER ET PATRONUS MUNICIPII es de importancia
capital para el estudio de su estatuto, nada claro debido a las equívocas palabras de Plinio (IV,
119-120), que lo llama oppidum civium Romanorum qui appellantur Augustani urbe Iulia
Gaditana. . Una moneda tiberiana (15 ª emisión, la 80) con la leyenda -COLONIA AUGUSTA
GADITANA-, cuya autenticidad es discutida, y numerosas contramarcas sobre moneda de
Gades con marca COL(onia) podrían atestiguar su estatus de colonial, rectificando así la
interpretación errónea de que un municipio hubiera sido capital de conventus.
En Lusitania presenciamos la misma política de cierre de cecas. Sólo funcionan las cecas de las
tres colonias augústeas: Emerita, Pax Iulia y Ebora, pero excepto Emerita las otras cecas
acuñan una sola emisión de Augusto, quedando toda la provincia sin moneda tras Tiberio al
cerrar también Emerita. Los tipos elegidos en Lusitania son claramente de propaganda
imperial, asociando divinidades locales a personajes imperiales y adjudicándoles títulos divinos
que no se repiten en otras partes del Imperio, posiblemente interpretationes imperiales.
Esta supeditación de la moneda imperial a las necesidades militares justifica el que, con
Augusto, las ciudades que emiten sean todavía abundantes y estén muy diseminadas, y el que
a medida que las legiones parten de Hispania hacia las Germanias las cecas disminuyan hasta
desaparecer. Existe, sin embargo, una incógnita importante en esta política económica que se
presenta igualmente en las Galias: ¿Por qué Roma no abre cecas más cercanas al
acantanonamiento de sus legiones y echa mano de las viejas civitates, ahora municipios o
colonias, para solventar los problemas militares?
Fueron también causas militares las que llevaron a la creación de deductiones coloniales,
produciéndose asentamientos de emeritii en ciudades creadas ex novo o en ciudades ya viejas.
Es de nuevo en las monedas donde encontramos los datos más precisos: Emerita Augusta es
fundada por las legiones V y X, Cesaraugusta por la X Gemina, VI Victrix y IV Macedonica y Acci
Gemella por las I y II Augustae. En otros casos vemos los signa militares pero,
desgraciadamente, no se han consignado las tropas implicadas, de manera que tenemos que
admitirdeductiones cuyos beneficiarios desconocemos. Ésta es la duda con Colonia Patricia,
capital de la Ulterior y más tarde de la Bética, con Italica, Ilici, Cartagonova, etc.
Además de estas promociones políticas, la causa estrictamente militar tuvo en Hispania una
importancia inmensa porque se vio asociada muy pronto con la explotación de mineral. La
imperiosa necesidad de Augusto de disponer de oro debió ser la causa del empeño en la
conquista del NO hispánico. El uso habitual de este metal para la amonedación, desde tiempos
de Sila hasta el propio Octavio, parece haber llevado a Augusto a contemplar la necesidad de
introducirlo en la gran reforma monetal que ha de emprender para poner fin a la moneta
imperatorumde la República tardía. Su marcha personal a Cantabria y la confirmación de los
ricos veneros de oro del NO le deben animar a introducirlo en la reforma del año 23 a. C.,
estando todavía en Tarraco, con el valor de 25 denarios = 1 áureo, es decir, como pieza
fácilmente utilizable y atesorable, sin prever la trascendencia del hecho.
Terminadas las guerras cántabras en el 19 a. C. es muy probable que el propio Agripa aplique a
las legiones a la explotación de mineral, sobre todo de oro, si es que no se había hecho ya
antes con Augusto. Esta suposición se ve apoyada hoy con la documentación que proporcionan
los lingotes hispánicos hallados en el pecio de Comacchio (Ferrara), donde, junto al sello de
Agripa, aparecen las que podrían ser de la X, GEM(ina) o GEME(lla), MAC(edónica) y L(egio)
PRI(ma), habiendo perdido ésta ya su cognomen de Augusta, todas ellas divididas en varios
destacamentos y bajo el control de Agripa y de un L. CAE(sius) BAT(tius)?, un
posible procurator metallorum de origen lusitano como su cognomen indica. Si esta
complejísima administración donde se crean vexillationes diferentes y se trae a una legión de
otra provincia, la Macedónica, la puso en funcionamiento Agripa para el plomo, es de suponer
que los testimonios arqueológicos y epigráficos que poseemos para la zona aurífera de Zamora
y León debamos relacionarlos, allí también, con una explotación metalúrgica, ya de época de
Augusto.
De estos veneros habrían salido los denarios y áureos romanos que se adjudican, aunque con
dudas, a Colonia Patricia. Estas emisiones se fechan precisamente del 20 al 17 a. C., inmediatos
a la reforma monetal y durante la estancia de Agripa en Hispania, cuya eficaz gestión se ha
comentado a propósito del cargamento de Comacchio, importante, por consolidar su
adscripción a Hispania y sus cronologías, es constatar el hallazgo de estos denarios en el
campamento de Oberaden (junto al Lippe), cuya vida transcurre del 11 al 8 a. C. En este
campamento, junto a esos denarios supuestamente de Colonia Patricia, aparecen bronces
hispánicos abundantes y muy homogéneos cronológicamente (23-12 a. C.), siendo el grupo
más importante tras el de Nemausus y la moneda céltica. Parece que allí llegó una legión
directamente desde Hispania llevando consigo los denarios y los bronces.
Pues bien, toda esta gestión militar afectó considerablemente a la amonedación hispánica. Las
ocho legiones presentes en Iberia durante las guerras cántabras, con Carisio, Augusto y Agripa
a la cabeza, tuvieron un impacto económico importante en las zonas de su asentamiento
puesto que hubo no sólo que alimentarlas, sino que proporcionarles numerario de bronce para
que pudieran ellas acceder a los “lujos” en lascanabae. Esto provocó una monetización de las
zonas ocupadas, básicamente la meseta norte, el NO y Lusitania, que en su mayoría vivían
dentro de una economía premonetal; pero el numerario de bronce era insuficiente y la
carencia de numerario divisionario en los propios campamentos fue un mal crónico que hubo
de solventarse con particiones de moneda, imitaciones oficiosas y contramarcas legionarias,
medidas todas ellas para aumentar la moneda menor o evitar que saliera del ámbito castrense.
Este déficit se dejó sentir en las zonas civiles cercanas, ahora acostumbradas a la moneda, y,
sobre todo, en las ciudades acuñadoras, que veían como la moneda salía del ámbito
ciudadano, y dejaba un vacío monetal que difícilmente podían paliar, acudiendo ellas también
a contramarcar sus monedas como propietarios con sus propios topónimos. Con Claudio las
emisiones provinciales de Occidente se suspenden, privándonos de una fuente de información
excepcional para la historia de Hispania. La circulación monetaria tras un periodo de carencia
que lleva a la producción de las “copias de Claudio”, muy comunes en las provincias más
occidentales, parece restablecerse, e Hispania entra ya, sin privilegios ni obligaciones, en el
circuito monetal del imperio del occidente romano.

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