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Pineau retoma las ideas de Rosa María Torres (2003) para ampliar los sentidos del
derecho a la educación. Así entre otras cuestiones concibe a este derecho no solo como el
acceso a la escuela, sino como acceder a una buena educación —de calidad— y al
aprendizaje.
Esto significa que, a pesar de los altos porcentajes de escolarización que hay en
nuestro país (de acuerdo con el censo de 2010, la tasa de escolarización específica a nivel
nacional para las edades de los 6 a los 11 años era del 99.2%) 1, no todxs transitan su
escolaridad de la misma manera y con el mismo grado de éxito.
Uno de los factores que más inciden en el paso por la vida escolar es el nivel
socioeconómico. Gentili afirma que:
1 Dato extraído de: Ministerio de Educación de la Nación (DiNIECE) (2012). El nivel primario. Un
análisis cuantitativo. Serie Informes de Investigación / N° 7. ISSN: 2313. (p. 16)
toda situación de pobreza estructural p de intensificación de la misma,
inevitablemente impacta en el sistema escolar, cuestionando, interfiriendo y
fragilizando las condiciones para el ejercicio del derecho a la educación
(Gentili, 2009: 39)
A partir de lo expuesto hasta este punto, no resulta sorprendente que hayan sido los
sectores cuyos derechos son más vulnerados los más golpeados por la pandemia. En el
panel del 9 de noviembre organizado por la cátedra de Problemáticas Actuales de la
Educación Primaria, las docentes hicieron referencia a que durante el período de
confinamiento la conectividad de lxs chicxs resultó uno de los problemas más significativos.
Las docentes relataron que fue difícil mantener el contacto con sus alumnxs, ya que la
comunicación dependía de que en la casa hubiese algún dispositivo con internet, lo que no
siempre ocurría.
Ante esta realidad, cabe preguntarse por las consecuencias que deja la pandemia.
¿Qué sucede con aquellxs que apenas pudieron sostener la relación con sus maestras?
¿De qué modo se pueden alojar trayectorias tan disímiles en una misma aula?
La vuelta a la presencialidad que sucedió este año fue otro ámbito en el que se
experimentaron nuevas posibilidades de agrupamientos. Obligadxs por la situación sanitaria
a dividir los grados en burbujas, las escuelas se vieron en la necesidad de conformar grupos
más reducidos dentro de cada grado. En el panel, una de las docentes, Jazmín, relató su
experiencia durante la primera mitad del año. El grado a cargo de Jazmín, segundo grado,
estuvo separado en dos burbujas. La docente comentó que existió un criterio pedagógico
para realizar la separación: por un lado trabajaba con lxs que necesitaban reforzar
contenidos de primer grado y con el otro grupo trabajaba los contenidos propios de
segundo. Destacó que, si bien lxs niñxs concurrían durante menor cantidad de tiempo a la
escuela, el trabajo que se realizaba estaba basado en el punto de partida de los grupos, en
una mirada específica hacia cada uno y abordaba necesidades particulares, por lo que
resultaba fructífero. Finalmente, en agosto el grupo completo volvió a ocupar el aula, lo que
para Jazmín repercutió de un modo negativo en la posibilidad de pensar de manera más
específica los aprendizajes de lxs alumnxs.
Terigi afirma que “Todo se desbarata cuando el aula muestra que conviven en el
mismo espacio educativo sujetos que son aquellos que esperábamos en virtud de las
trayectorias teóricas con otros que claramente se alejan de esa expectativa” (Terigi, 2010:
9). Este pasaje podría representar la sensación de Jazmín al recibir a sus todxs alumnxs
nuevamente en el mes de agosto.
Las trayectorias teóricas a las que hace referencia Terigi crean la ilusión de que las
aulas son homogéneas, que todxs pueden aprender lo mismo al mismo tiempo, que todxs
tienen la misma edad, que avanzan un grado por año. Sin embargo, la repitencia, la
sobreedad, los aprendizajes no exitosos dan cuenta de que no es lo que ocurre realmente.
Por eso, la autora contrapone al concepto de trayectoria teórica el de trayectoria real. Afirma
que la imposibilidad de centrarse en las trayectorias reales muchas veces está dada por
supuestos pedagógicos y didácticos en los que se apoya el sistema escolar (transmitidos
desde la formación docente) y en los que se estructuran las prácticas docentes: entre otros,
la simultaneidad, la descontextualización de los aprendizajes, la presencialidad.
A partir de los textos analizados, se puede decir que, hace por lo menos una década,
lxs pedagogxs ponen en entredicho la especificidad de lo escolar y la concepción de la
educación como un derecho para pensar la inclusión educativa plena. Retomando la
propuesta de Pineau, es necesario pensar qué tiene derecho a aprender un sujeto para ser
partícipe de una sociedad más justa. Por su parte, Terigi nos aporta pistas para considerar
cómo deben ser esos aprendizajes y cómo es posible incluir toda la heterogeneidad de
trayectorias que, sabemos, habitan las escuelas.
Nota 10
Bibliografía
Kaufman, A.; Lerner, D.; Castedo, M.; Torres, M (2015). Seminario Acerca de la evaluación.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación. (Alfabetización en
la Unidad Pedagógica. Especialización Docente de Nivel Superior). En Memoria Académica.
Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.641/pm.641.pdf (pp. 77- 96)
Terigi, F. (2010). “Las cronologías de aprendizaje: un concepto para pensar las trayectorias
escolares”. Conferencia. Santa Rosa, La Pampa.