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EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ

La cruz, es un símbolo que, bajo formas diversas, se encuentra casi por todas partes, y eso desde las
épocas más remotas; por consiguiente, está muy lejos de pertenecer propia y exclusivamente al
cristianismo como algunos podrían estar tentados de creerlo, mismo al que mencionaremos de manera
mínima. Asimismo, gracias a este estudio, me he tomado la libertad de mencionar el pensar de científicos
contemporáneos y su opinión atea actual, pues ya en 1931 René Guénon tuvo respuestas claras, en esta
obra, a las principales aseveraciones de estos pensantes. He tratado, gracias al consejo de mis colegas, de
hacer esta presentación lo más agradable posible. Usted encontrara, como aporte personal, varios puntos
de interés general, con sutiles condimentos de ocultismo. Así que mi compromiso es tratar de poner a
conocimiento, de la mejor manera posible, lo más importante de esta obra en la que finalizaremos
identificando diferentes tipos de cruces que el autor no menciona en la obra original, pero que es menester
citar.

Comencemos hablando del “Hombre Universal”, el principio de toda la manifestación, al que la mayoría
de las doctrinas tradicionales simbolizan con el signo de la cruz, que representa muy claramente la
manera en que esta realización se alcanza por la comunión perfecta de la totalidad de los estados del ser,
de “amplitud” y de “exaltación”, un símbolo Rosa-Cruz. Esta doble expansión del ser puede considerarse,
por una parte, horizontalmente en cierto nivel o grado de existencia determinado, y por otra,
verticalmente en la superposición jerarquizada de todos los grados. La doctrina hindú lo llama
“Liberación”, o lo que el esoterismo islámico llama la “Identidad Suprema” que es representado por el
conjunto “Adam-Eva” y tiene el número de Alá.

Algunos escritores occidentales, con pretensiones más o menos iniciáticas, han querido dar a la cruz una
significación exclusivamente astronómica, diciendo que es “un símbolo de la unión crucial que forma la
eclíptica con el Ecuador”, y también “una imagen de los equinoccios, cuando el sol, en su curso actual,
cubre sucesivamente estos dos puntos”.

“Clemente de Alejandría dice que de Dios, “Corazón del Universo”, parte de las extensiones indefinidas
que se dirigen, hacia lo alto, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda, adelante y hacia atrás; dirigiendo su
mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual; él es el comienzo y el fin (el
alfa y el omega); en él se acaban las seis fases del tiempo, y es de él de quien reciben su extensión
indefinida; éste es el secreto del número 7”. Lo que cita también la Epístola a los Efesios, III, 18. Sin
embargo, debo aclarar que no es esta precisamente la concepción de dios que nosotros defenderemos
como numen del presente texto.

El Zohar, del mismo modo que el Talmud, divide en efecto la duración del mundo en seis periodos
milenarios. “A los cuales hacen alusión las seis primeras palabras del Génesis”; y estos seis milenarios
son análogos a los seis “días” de la Creación (“…pues para con el Señor un día es como mil años, y mil
años como un día” (2ª de Pedro 3, 8)). El séptimo milenario, como el séptimo “día”, es el Sabbath. Hay
ahí una suerte de cronología simbólica, que evidentemente no debe tomarse al pie de la letra, como
tampoco las que se encuentran en otras tradiciones.

“Desde el punto de vista numérico, la unidad es independiente de las fracciones”. Los tres elementos (el
que Conoce, el Conocido y el Conocimiento) no son verdaderamente más que Uno; es lo que puede
expresarse diciendo que “el Ser se conoce a Sí mismo por Sí mismo” (Alá ha creado el mundo de Sí
mismo por Sí mismo en Sí mismo”). En la Biblia hebraica, el relato de la manifestación de Dios a Moisés
en la Zarza ardiente: al preguntarle Moisés cuál es Su Nombre, Él responde: Eheieh asher Eheieh, lo que
se traduce más habitualmente por: “Yo soy El que soy” (o “Lo que Yo soy”), pero cuya significación más
exacta es: “El Ser es El Ser”.
Citemos acá las nociones del ateísmo sobre la afirmación de que Dios no existe y que nunca fue necesario
para la creación del Universo, mismo que fue originado de la nada en absoluto fruto de una colisión de
materia y antimateria (el big bang), la materia salió vencedora e inmediatamente se expandió a una
velocidad increíble hacia todas partes. El francmasón Guénon nos brinda en la esencia de su obra una
explicación similar, pero en la que sí existe Dios: “EL ORIGEN INVISIBLE DE TODAS LAS COSAS”,
EL “PUNTO” OCULTO DE QUIEN TODO PROCEDE Y TOMA NACIMIENTO. Por eso es por lo que
se dice en el Sepher Ietsirah: “Antes del Uno, ¿qué puedes tú contar?”. Es decir: antes de ese punto, ¿qué
puedes tu contar o comprender? Antes de ese punto, no hay nada, excepto Ain, es decir, EL MISTERIO
DEL ÉTER PURO E INAPREHENSIBLE, llamado así (por una simple negación) a causa de su
incomprehensibilidad. ES EL “COMIENZO” COMPREHENSIBLE DE TODAS LAS COSAS, ES
LLAMADO “PENSAMIENTO” CREADOR (Mahasheba). El Palacio interior, el quinto elemento, ya
que el puro e inaprehensible éter permanece siempre misterioso. ES EL MISTERIO DEL PALACIO
INTERIOR O SANTO DE LOS SANTOS, LA SHEKINA “PRESENCIA DIVINA” (LA MISMA
EXPANSIÓN DEL QUE TODOS LOS SERES Y TODAS LAS COSAS EMANAN, ES EL PUNTO
DIVINO DE LA CREACIÓN QUE SE ENCUENTRA EN TODAS PARTES DEL UNIVERSO, ES EL
GEÓMETRA QUE ACTÚA COMO LA CONSCIENCIA MISMA DEL COSMOS, ES DIOS EN
NOSOTROS).

“El Principio no puede ser alcanzado ni por la vista ni por el oído, no puede ser entendido; lo que se
entiende, no es Él. El Principio no puede ser visto; lo que se ve, no es Él. El Principio no puede ser
enunciado; lo que se enuncia no es Él. El principio, al no poder ser imaginado, tampoco puede ser
descrito”. Todo lo que puede ser visto, entendido, imaginado, enunciado o descrito, pertenece
necesariamente a la manifestación, e incluso a la manifestación formal; es pues, en realidad, la
circunferencia la que está por todas partes.

En la numeración china, la cruz representa el número 10 (la cifra romana X, es también, la cruz dispuesta
de otro modo); se puede ver ahí una alusión a la relación del denario con el cuaternario: 1+2+3+4 = 10,
relación que estaba figurada también por la Tétraktis pitagórica.

Otro aspecto del simbolismo de la cruz es el que le identifica a lo que las diversas tradiciones designan
como el “Árbol del Medio” que simboliza el “Eje del Mundo”. Es la línea vertical de la cruz que
constituye el tronco del árbol, mientras que la línea horizontal (o las dos líneas horizontales para la cruz
de tres dimensiones) forma sus ramas. Este árbol se eleva en el centro del mundo, el dominio en el que se
desarrolla un estado de existencia. En el simbolismo bíblico, en particular, es el “Árbol de la Vida”, que
está plantado en el medio del “Paraíso terrestre”, el cual representa el centro de nuestro mundo. Pero hay
otro que desempeña un papel no menos importante e incluso más generalmente conocido: es el “Árbol de
la Ciencia del bien y del mal”, que estaba igualmente “en el medio del jardín”; y finalmente Adam,
después de haber comido el fruto del “Árbol de la Ciencia”, no habría tenido más que “extender su mano”
para tomar también del fruto del “Árbol de la Vida” (Génesis III).

Se sabe que la cruz misma de Cristo se identifica simbólicamente al “Árbol de la Vida” (lignum vitae), lo
que se comprende por lo demás muy fácilmente; pero, según una “leyenda de la Cruz” que tenía curso en
la Edad Media, ésta habría sido hecha de la madera del “Árbol de la Ciencia”, de suerte que éste, después
de haber sido el instrumento de la “caída”, habría devenido así el instrumento de la “redención”.

Refirámonos también al árbol que ostenta una forma ternaria, el “árbol sefirótico”, puede sintetizarse
como el “Árbol de la Vida” y del “Árbol de la Ciencia”, como si éstos se encontraran reunidos en uno
solo, un conjunto de tres árboles unidos por sus raíces, donde el del medio es el “Árbol de la Vida”, y
donde los otros dos corresponden a la dualidad del “Árbol de la Ciencia del bien y del mal”. Que
encuentra algo comparable en la figuración de la cruz de Cristo entre otras dos cruces, las del buen y mal
ladrón colocados respectivamente a su derecha y a su izquierda. La cruz de Cristo ocupa siempre el lugar
central que pertenece propiamente al “Árbol de la Vida”; y, cuando está colocada entre el sol y la luna,
como se ve en la mayoría de las antiguas figuraciones, es todavía la misma cosa: ella es entonces
verdaderamente el “Eje del Mundo”.

Por otra parte, la serpiente tiene dos significaciones opuestas (es un símbolo de Cristo y de Satán y se
encuentran tan estrechamente unidas en la curiosa figuración de la “anfibena” o serpiente de dos cabezas);
y se podría decir que presentan una cierta similitud con la representación respectivamente del “Árbol de
la Vida” y el “Árbol de la Ciencia”.

Ahora, brevemente, conozcamos el simbolismo de la esvástica, que bien parece vincularse directamente a
la Tradición Primordial, ya que se encuentra en los países más diversos y más alejados los unos de los
otros, y eso desde las épocas más remotas; lejos de ser un símbolo exclusivamente nazi como se cree a
veces, es uno de los que están más generalmente extendidos, desde el extremo oriente hasta el extremo
occidente, ya que existe hasta en algunos pueblos indígenas de América. Es cierto que, en la época actual,
se ha conservado sobre todo en la India y en el Asia central y oriental, y que quizás no es más que en
estas regiones donde se sabe todavía lo que significa; pero, sin embargo, en Europa misma, no ha
desaparecido enteramente. En la antigüedad, encontramos este signo, en particular, en los celtas y en la
Grecia prehelénica e incluso permaneció en uso como tal hasta el final de la Edad Media. Sus dos
direcciones representan la rotación vista desde uno y otro de los dos polos; esto se vincula al simbolismo,
muy complejo, de los dos hemisferios, una en sentido de las agujas del reloj y la otra su inversa, la cruz
sovástoca.

Para continuar conozcamos el yin-yang, simbolismo tradicional del extremo oriente. Un círculo
representativo de una evolución individual o específica de dos dimensiones en el cilindro cíclico
universal. No teniendo espesor, no tiene opacidad, y se le representa diáfano y transparente, es decir, que
los gráficos de las evoluciones, anteriores y posteriores a su momento. Pero, bien entendido, “es menester
no perder jamás de vista que sí, tomado aparte, el yin-yang puede considerarse como un círculo, es, un
elemento de hélice: toda modificación individual es esencialmente un vórtice de tres dimensiones; no hay
más que un solo estado humano que no vuelve a pasar jamás por el camino ya recorrido” (anulando de
esta manera la reencarnación).

Y en realidad, el hombre no es libre, en efecto, de su nacimiento ni de su muerte. Para su nacimiento, no


es libre ni de la aceptación, ni de la negación, ni del momento. Para la muerte, no es libre de sustraerse a
ella; y, en toda justicia analógica, no debe ser libre tampoco del momento de su muerte...

Con respecto de la “Gran Triada” que considera la tradición extremo oriental: sus tres términos son el
“Cielo” (Tien), la “Tierra” (Ti) y el “Hombre” (Jen), y este último desempeña en cierto modo un papel de
“mediador” entre los otros dos, como si uniera en él sus dos naturalezas. Para que el hombre pueda
desempeñar efectivamente el papel de que se trata es menester que haya llegado a situarse en el centro de
todas las cosas, es decir, que haya alcanzado al menos el estado del “hombre trascendente”. Equivale a
decir que el verdadero “mediador”, en quien la unión del “Cielo” y de la “Tierra” está plenamente
realizada por la síntesis de todos los estados, el “Hombre Universal”, idéntico al Verbo. La figura del
“Andrógino”, y se traduce en él por la presencia de los dos términos yang y yin, pero en proporciones
diversas y siempre con la predominancia del uno o del otro; la unión equilibrada de estos dos términos
realizada es el “estado primordial”.

Lo manifestado no sería absolutamente nada sin este punto esencial que contiene en principio todas las
manifestaciones posibles, es verdaderamente el “motor inmóvil” de todas las cosas, el origen inmutable
de toda diferenciación y de toda modificación, por consiguiente esencialmente supraracional, y que
implica el asentimiento de la ley de armonía que liga y une todas las cosas en el Universo, que constituye
verdaderamente la “sensación de la eternidad”.

La Cruz es la base de todos los símbolos de orientación en los diferentes niveles de existencia del
hombre, el cordón umbilical jamás cortado en relación al cosmos creador, el recuerdo de nuestro origen,
de nuestra esencia espiritual, de nuestra filiación a Dios.

Sumerjámonos en este momento al significado de las diferentes cruces: La Cruz Papal: Con tres
travesaños de longitud diferente, es la utilizada por la jerarquía eclesiástica. La Cruz de Lorena: Con
dos travesaños de longitud diferente, representa la inscripción burlona de Poncio Pilatos en la cruz de
Jesús: “Jesús de Nazareth, Rey de los Judíos”. La Cruz Tau: Una Cruz sin cúspide, y simboliza la
serpiente clavada en una estaca, la muerte vencida por el sacrificio. La Cruz Griega, Cuadrata o Cruz
Pate: De cuatro brazos iguales y rectos, sirve de planta arquitectónica a las iglesias bizantinas y siríacas.
Representa el equilibrio de las fuerzas activas y pasivas de la vida, los principios de Sattwa y Tamas del
Hinduísmo, los equinoccios y los solsticios de la astronomía, la consciencia sujeta al tiempo. La cruz
Ansata o Ankh de Egipto: Símbolo de la escritura jeroglífica que representa llave que guarda el secreto
del despertar de la energía kundalini y la inmortalidad, la Vida Eterna.

Finalmente La Cruz Latina o Crux Inmissa Capitata: utilizada por el Cristianismo, cuyo brazo
inferior es más largo que los demás. Sirve de base arquitectónica a las iglesias románicas y góticas.
Simboliza la Pasión, el suplicio sufrido y Resurrección de Cristo, su victoria sobre la muerte. Esta misma
cruz invertida, representa todo lo contrario, el triunfo del mal sobre el bien, la victoria de la muerte sobre
la vida. Llega a ser un simbolismo diabólico y macabro. Razón que nos lleva al estudio y entendimiento
de que una crucifixión en la que la cruz esta de cabeza representa lo contrario al ser Cristianado, misma
de la que habría sido víctima Pedro. Más, sin embargo, Flavio Josefo nos desvela esta incógnita al
instruirnos que si se crucificaba a una persona de cabeza… la cruz latina jamás se volteaba sino, en su
lugar, se habría las piernas del ejecutado y se estiraba sus manos por la parte inferior del brazo más largo
de la mencionada cruz, entonces efectivamente el crucificado estaba de cabeza pero la cruz no.

Es cuánto.

“Todo lo tuyo es tuyo y con tu luz jamás se ira de tu lado, amate a ti mismo, luego podrás amar a tu
prójimo como a ti mismo y finalmente tener el sublime sentir de amar a tu prójimo más que a ti mismo.
Namasté”.

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