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En 1976, recién terminada la edición de las obras de la s tim e ra s series de VTA, Downey decide dar un paso mas en

«su proceso personal de descubrimiento a través del continente americano. El deseo de profundizar en la búsqueda de
los orígenes le conduce a la ribera del Amazonas, lugar señalado porque constituye el asentamiento de numerosas
comunidades de indígenas que, con dificultad, han conseguido mantener su identidad y sus territorios frente a la influencia
y el expansionismo de la cultura (católica) occidental.
Acompañado de su mujer y de su hijastra, Titi Lamadrid, el artista convivió con los Guahibos durante agosto y septiembre
de 1976, y con los Yanomami desde noviembre de 1976 a mayo de 1977.

I A m a z o n a s 1976-1977

“Es hora de empezar una obra de arte y de documentar activamente la casi


extinta interacción de la cultura de la ladera oriental de los Andes con
aquellas del nacimiento de la Cuenca del Amazonas. La propuesta original
de VIDEO TRANS AMERICAS sigue pareciendo apropiada. Aunque las expediciones
en blanco y negro constituyen una obra de arte perfecta en si misma, parece
necesario extenderla a las áreas en las que es más probable que tenga lugar
un encuentro con la mente salvaje. El conocimiento de los pueblos aborígenes
constituye un recurso cultural patente y en proceso de desintegración Las
culturas aborígenes* por otra partn se .enriquecerán .por la conciencia de
otras poblaciones indígenas de los continentes americanos. Aunque esta nueva
expedición de vídeo debería utilizar un equipo de color, las anteriores
cjntas en blanco y negro se volverán a pasar”.

continua la má: ra tradición cinematográfica del documental etnologico de pioneros


os”, adoptar las costumbres de la comunidad con
” a través del visionado de las imágenes
-
nácéüowney esta tamizada por un compól
opone al distanciamiento de los observad
observada como parte activa. Al igual qu€ mores de VTAt íá aproximación ai “otro” pasa por un
descubrimiento de sí mismo, y ahora en laia ^$& ja i^ b ja d o co m p le m en te de su mundo reconocible, de su familia incluso
en algunos momentos, el descubrimiento su surge a veces en forma de revelación, como si su mente no pudiera ya pensar
con la lógica a la que estaba acostumbrada. Las acciones no sé describen de forma lineal, más bien se dramatizan para
reflejar no sólo los hechos sino sobré todo los estados de ánimo y los “ritmos del cuerpo” . Downey no está interesado
tanto en los elementos que componen el microcosmos de los Yanomami o de los Guahibos, sino en cómo
determinamos rituales y las costumbres de cada comunidad.
GUAHIBOS, Orinoco C entral, agosto -s eptie m bre, 1976

Los Guahibos son una población relativamente heterogénea y muy diseminada que habita los llanos del oeste de
Venezuela y el este de Colombia. El nomadismo guahibo, con el cual se procuraban los componentes de su dieta,
fue la característica social que más resaltaron todos los escritos del período colonial. Actualmente es una población
muy mezclada y, ya en los años setenta, había recibido una fuerte influencia de la cultura occidental de núcleos rurales
o urbanos próximos.

Guahibos, 1976
Vídeo, 25:10, color, sonido
Equipo VTA: Marilys Belt de Downey, Juanfi Lamadrid, Titi Lamadrid. Montaje: Juan Downey y John Trayna, en E.AJ
Editada en septiembre-octubre de 1976, es la primera obra realizada con material procedente de la Reserva Federal
del Amazonas. En parte registro antropológico y en parte odisea personal (Downey tuvo graves problemas, tanto para
conseguir el permiso de entrada en la R.F.A., como para moverse dentro de sus límites, donde incluso fue arrestado
una noche, no se sabe si porque lo confundieron con un buscador de oro o con un espía de la C.I.A.), esta obra
muestra el mestizaje de los Guahibos que, aunque conservan sus costumbres, se han acercado mucho a los modos
sociales y económicos del mundo occidental. La apreciación de este shock cultural, que llevará al artista a considerar
esta tribu “como una metáfora de sí mismo”, se manifiesta en la edición del vídeo en el que se insertan, por ejemplo,
imágenes de la película Jaws (Tiburón) con la preparación del casabe (pasta alimenticia) o las ocupaciones cotidianas
de los Guahibos en la búsqueda diaria de alimentos.
La edición de esta cinta de vídeo está estructurada en secuencias de seis segundos. El artista seleccionó el número
6 porque es una dominante en los tejidos de los Guahibos, y aparece también en otros motivos culturales.
En una parte de la obra Downey utiliza subtítulos en inglés que cuentan la misma historia con palabras diferentes a
las del audio, también en inglés. De nuevo surge el recuerdo de su infancia en Chile:
“Tenias que leer las películas, asi que nunca tenias tiempo para ver las Imágenes.
Más lejos todavía, te contaban la historia al oído y te pedían que leyeras una historia d istinta, que
es una sobrecarga to ta l. Ese es el sentimiento hacia los niños en el Tercer Mundo. Es demasiado.”
(Juan Downey: Fuente desconocida)

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"M i - i n t e n c i ó n en este programa de video es na de extender los 1imites del formato documental
para expresar la experiencia intensamente personal de la que se" compone el paisaje primitivo,
mediante secuencias organizadas de movimientos corporales y ritmos natural e s J Los indígenas
Yanomami del sur de Venezuela y del norte de B ra si l son una de las pocas sociedades que
permanecen aisladas del mundo, y constituyen la más: primitiva de las grandes tribus de los
continentes americanos. Colaboramos con 1os, Yanomami! én la producción de videos que utilizan
imágenes de los entornos naturales y sociales, para facíJitaf- el acceso a la duración física
de las acciones "primitivas” y sus significados. Este programa implicará al público espectador
en los momentos repetitivos que los indígenas representan mientras trabajancontactan a los
espí ri tus o simplemente descansan, balanceándose en una hamaca.^La organización visual de
las partes montadas vendrá determinada por el 1atido i interno de los cuerpos Yanomami en
movimiento. Las contracciones y expansiones de los músculos que aparecen en una serie crean
un ritmo natural.
Este latido procedente del reflejo espontáneo del cuerpo es una manífestación de la vida
misma, y proporcionará la estructura para un programa de emisión basado, principalmente, en
valores estéticos tales como(duración, forma y composición. La sensación audiovisual a múltiples
niveles explorará las capacidades no-figurativas del medio televisivo. Aunque el programa
intentará introducir a las audiencias televisivas al trabajo espiritual de los indígenas
utilizando principalmente medios no-verbales, habrá una narración describiendo, en lenguaje
común, la naturaleza de las actividades vista como secuencia de ritmos estructurados. Sobre
una combinación cuidadosamente armonizada de sonidos salvajes y humanos aparecerá someramente
una explicación de las imágenes.”

(Juan Downey: Escritos del artista, ca. 1976. Inédito)

YANOMAMI, Alto Orinooo, noviembre 1976 - mayo 1977


El corpus de obra realizado por Downey durante la estancia entre los Yanomami supone el punto culminante de sus series
de VTA, y es fundamental para comprender toda su trayectoria anterior, a la vez que anticipa algunas claves de lo que
será su producción a partir de este momento.
Downey vivió con parte de su familia en las comunidades Yanomami de Bishassi y Tayeri y realizó breves incursiones en
otras cercanas como Karohi.
Los Yanomami pertenecen a la etnia Yanomama, la más antigua de América y la más numerosa del Amazonas. Son
agricultores, cazadores, pescadores y recolectores. El territorio que ocupan se reparte de forma desigual entre el sur de
Venezuela y el norte de Brasil. La población total se estima cercana a los 22.000 individuos.
Hasta una fecha reciente estos indígenas han permanecido confinados al aislamiento más absoluto. Los primeros contactos
esporádicos se realizaron en las primeras décadas del siglo pasado, pero sólo a partir de 1950 algunos de ellos han tenido
un contacto continuo con extranjeros, especialmente misioneros y científicos. Los lugares tradicionales de asentamiento
han estado constituidos por las montañas y las cabeceras de los ríos y caños más importantes del sur de Venezuela y del
norte de Brasil. Actualmente la mayor parte de la concentración demográfica se sitúa aún del lado brasileño en la misma
Sierra Parima y, del lado venezolano, en el espacio comprendido entre dicha sierra y el Orinoco, especialmente en las
cuencas de algunos de sus tributarios como el Ocamo, Putaco, Hénita, Manaviche y Mavaca. Al sur del Orinoco, las
comunidades suelen tener entre 40 y 250 habitantes, y encontrarse a más de un día de marcha; al norte suelen tener
entre 20 y 150 personas y pueden encontrase varias en un mismo día de camino. Es común que las comunidades surgidas
en un pasado reciente de una comunidad “madre” se encuentren especialmente cercanas y coordinen sus desplazamientos
migratorios como medio de seguridad.
Desde su llegada al territorio de los Yanomami, Downey se sumergió en la estructura social indígena de los shabonos,
campamentos elípticos o circulares que conforman su vivienda comunal.

"Shabono es la palabra que designa tala, limpio o claro de la selva, la elipse o el círculo está trazado en función del coeficiente
numérico de los individuos que lo Ifabitan y en función también de la estructura familiar de las partes integrantes. Toda
la superffbie central de la elipse o mm. círculo queda talada y barrida como plaza de la población. Y a lo largo de la línea
exterior del círculo o de la elipse se levanta la estructura perfeccionada de un cerco de paravientos interrumpido. El
"paravientos" conforma un inmenso techo de una sola agua, construido con troncos de árboles y hojas de palmeras. Dependiendo
de la estructura familiar puede llegar a ser un techo interrumpido, pero si entre las familias faltan eslabones inmediatos en
el grado de parentesco, la continuidad del techo se interrumpe por una serie de espacios vacíos". ?De B arajarán , Daniel y waiaiam, Aushi.
Los
h ijo s de la Luna. M onografía Antropológica sobre los Indios Sanemá-Yanoama, Editorial Arte)

"El shabono es un microcosmos donde se produce la exacta convergencia de los órdenes cosmológico, religioso y social (...) A
partir de la plaza central y hasta la selva -del interior al exterior-, es posible delimitar una serie de círculos concéntricos en
cuyo interior se realizan actividades específicas: la parte alta del alero, un poco más adelante de los postes de apoyo del mismo,
es un lugar habitualmente consagrado a los grandes acontecimientos de la vida social: ejercicios y curas chamánicas, sesiones
de alucinógenos, intercambio de objetos y consumición de las cenizas de los muertos. La parte baja, entre las dos hileras de
postes que separan el techo inclinado, es el lugar de la vida familiar y las actividades domésticas. Más atrás, fuera de los leños
colocados al borde de la selva, es el basural donde se tiran los desechos y los excrementos de los perros; es también el lugar
donde se va a orinar. El shabono es igualmente un reflejo de la representación que los Yanomami se hacen del universo. La
plaza central es la bóveda celeste, y la parte baja del alero tiene su punto de unión con el disco terrestre. Cuando el chamán
sale de viaje entre los diferentes niveles que componen el universo para recuperar un alma robada, para "comer" un niño o
con cualquier otro propósito, la vivienda es para él una cómoda representación geométrica en la cual se orienta perfectamente".
(Lizot, Jacques: El círculo de los fuegos, Monte Avila, Venezuela 1992. Primera edición en francés: Éditions du Seuil, París 1976)

Cuarenta horas de grabación, más de medio centenar de dibujos, un centenar de fotografías y varios textos, son el testimonio
de la intensa actividad del artista durante esos siete meses. Downey se interesó por todos los aspectos de la vida en el
shabono y fuera de él. Grabó las expediciones de los hombres para cazar animales y recolectar frutos, la preparación de las
comidas y el trabajo artesanal de las mujeres, las excursiones a la selva para recoger las flores y las plumas que adornarían
los cuerpos en las fiestas, la preparación de la pintura para el cuerpo, los juegos de los niños, el descanso en los chinchorros,
etc. El interés antropológico de este material es indudable, pero lo que define el peculiar carácter del “observarse obsérvando”
del que habla Downey se aprecia sobre todo en las imágenes de los ritos y ceremoniales de los chamanes, y en las del ritual
de consumición de las cenizas de los muertos. Los Yanomami son una tribu endocaníbal, que comen las cenizas de los
muertos. Este hecho fascinó a Downey, que consideraba esta práctica el modo más desarrollado de arquitectura funeraria.
En su deseo de atrapar “el alma” de ese pueblo, Downey se detiene en los rostros y los gestos, devolviéndonos la mirada
irónica de los Yanomami. El agua y el fuego son también presencias continuas por las que se filtra el ritmo interior del acontecer
en la selva.
Los audios van desgranando los mitos de creación, la visión cosmológica, el origen del agua o del fuego, los rituales de
cremación de los cadáveres y consumición de sus cenizas, alternando con narraciones extraídas de los escritos del artista
leídas por él mismo o por sus compañeras de viaje.

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J u a n D o w n e y , 1 9 7 7
DIBUJANDO CON LOS YANOMAMI

Arriba de mis ojos hay una esfera que alumbra sin c alo r, s in cambio, constante en su m isterio.
Quiero penetrar esa esfera o dejarla crecer, pero caigo en olvido. A veces, la luz aparece desde
el centro superior de mi cráneo, y se reparte por la piel hacia abajo. ¿Es eso el p r in c ip io v it a l
mismo? ¿Por qué se consume?
V i v í s u c e s i v a m e n t e con d o s c om u n id a d e s Yanomami d e l A l t o O r i n o c o , B i s h a a s i y Tayeri, d es d e nov iem b re
de 1 9 7 6 h a s t a mayo de 1 9 7 7 ; p e rio d o durante el cual h ice los d ib u jo s de la p r e s e n t e e x p o s i c i ó n ,
basados en m i s p r o p i a s m ed itacio n es co tid ia n a s, y t a m b ié n en la cosm olo gía de e s t o s in d íg e n a s.
Aquí, a r t e e s e l doc umento de un p r o c e s o , y no la m a n i p u l a c i ó n de m a t e r i a l e s p a s i v o s . Durante e ste
tiempo, t am b ién e s c r i b í e ste texto.

COMER EL PRINCIPIO VITAL INMATERIAL


Hukobatawe camina diez metros, g i r a , enarbola flecha, tensa el arco y apunta con exactitud. El
cuerpo de apariencia f r á g i l , en relación a la envergadura de las armas, es inesperadamente fuerte.
Solo el taparrabos rojo tiembla. Todo Hukobatawe es decisión, en ese instante su ojo se aguza, no
vacila. Los mosquitos inundan la atmósfera caliente. Se escuchan los g r i l l o s o el destello fosforescente
de un lagarto que cruza la alta ribera, contra la que el rio Orinoco (caudaloso en esa temporada
de l l u v i a s ) vira y recibe la afluencia del Mavaca, de cuya cabecera es o r i g i n a r i o Warishewe: el
s h a m a t a r i que ahora, en c u c l i l l a s , ignora la flecha precisa que ya soltó la mano dura de Hukobatawe.
La caña recta en sus dos metros, penetra el aire con su punta envenenada y describe un helicoide
en su v ia je , impulsada por la s plumas curvadas de la cola. Se entierra en e s p ira l en el torso
desnudo, con un chasquido seco como el golpe de la cuerda contra su arco, y antes de un g r it o , ya
la sangre corre sobre la piel contraída y la hierba verde, límpidas.
Hukobatawe huye mientras lo s s h a m a t a r i le prometen vengar la muerte de Warishewe: “Espera” .
Warishewe, ese s h a m a t a r i ahora inerte, cadáver en pudrición hasta que lo cremen, yace muerto; pero
hace sólo unos días, se ha agitado en el violento orgasmo que ha proseguido la violación y el rapto
de la mujer de Hukobatawe.
Hukobatawe y su fa m ilia esperan con miedo una posible incursión armada de lo s fi e r o s s h a m a t a r i .
Dos lunas después, el río bajo, en el calie n te fin a l de otro día sin l l u v i a de comienzos de la
temporada seca, la madre de Hukobatawe se columpia en su hamaca en Bish aasi. Un viento repentino
arremolina el polvo blanquecino de la plaza central de la vivienda comunitaria, donde Hukobatawe
y su f a m ilia se han trasladado a v i v i r buscando la protección de lo s guerreros más feroces de
Bish aasi. Saben que el viento no trae nada bueno.
Lejos, en el t e r r i t o r i o s h a m a t a r i , se eleva el canto de un chamán que, erguido, vibra, mientras
los e s p í r i t u s salen de su pecho manchado de mocos verde-rojizos de droga. Busca a quién devorar.
Quiere, con su poder chamánico, vengar la muerte de Warishewe. En forma de e s p íritu va en el viento.
En Bishaasi lo s chamanes corren a increpar lo s e s p í r i t u s que soplan en ese vendaval maligno. La
madre de Hukobatawe (en buen estado de salud, y en ese momento, olvidada de las amenazas) se columpia
en su hamaca, y ya el espasmo de la muerte paraliza a la vieja. Hukobatawe exclama: “ ¡Mamá! i Mamá I
¡Mamá!” . En una nota repetida y luego tres tonos más bajo. A ese canto o lamento se añaden la s
voces de otros parientes que ya rodean el cadáver de la vieja.
Yo a Bishaasi vine al justo tiempo, a la angosta ocasión en que el combate escaló del flechazo
que derrama sangre, a la muerte chamánica: el crimen que devora el alma.
Cantan el dolor con armonías de rezo. En la oscuridad frente al chinchorro de la muerte rodeado
de parientes, dos viejas ejecutan un r it u a l: sostienen maracas en cada mano, avanzan cuatro o cinco
pasos á g ile s en la punta de los pies, arriba de los hombros y luego, dos o tres pasitos hacia atrás.
Como duendes o como gruesas sombras sin peso, p artic ip an en el lla n t o pero desconectadas entre
s í, a no ser por la si mi 1a ri dad de los gestos. El resto de los dolientes ignoran estas dos oficiantes
del lla n to . ¿En sus gestos rit u a le s , acaso se defienden solas de su propia muerte?
Toda esa noche, el lamento perdura. Trato de entender el orden del sonido. A ratos, todos parecen
cansarse al unísono. Antes de despuntar el alba, retoman vigo r lo s lla n t o s y preparan leña. El
chamán mayor va y viene organizando la pira. Los demás chamanes y el l í d e r p o l í t i c o , armados de
arco y flech as, se alinean en c u c l i l l a s , entre el chinchorro, con el cadáver y la fogata que ya
arde hacia el centro de la vivienda comunal. Aumentan los g r it o s y dos hombres salen de las sombras,

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del lugar donde la muerte ha ocurrido, cargando por la s a x ila s y las piernas, el cuerpo encogido,
desnudo, duro y de piel cetrina arrugada. Una mano de la muerta se suelta y g e s tic u la en el aire
con torpeza inanimada. Columpian el cadáver con lo s brazos, y lo lanzan sobre la pira ardiente,
cara hacia abajo. Rápido, afirman leña.sobre su lomo expuesto entre el humo y la s llamas. Los
gimientes se e n c u c lilla n cerca y dispersan sobre el fuego todas la s pertenencias de la difunta:
sacan hoja a hoja su tabaco y quiebran la maraca negra, en la que hace pocos dias la he v i s t o
traer agua del rio. Un canasto rebota en la cúspide del montón de palos para rodar intacto hacia
el lado. Una de la s b a i la r i n a s llo ro n a s que desde la noche an terio r ha repetido lo s pa s ito s de
avance y retroceso con doblar de codos, abandona su ritmo, recoge el canasto y lo devuelve al fuego. ¡
El humo aumenta, cambia de color, se vuelve transparente y más caluroso, a juzgar por la deformación
óptica que produce a esa parte del paravientos c i r c u l a r directamente detrás de la fogata, desde
mi punto de vis ta . Persiste en mi retina, nítidamente, ese cuerpo in s c r it o de verde, senos sueltos,
grandes pliegues de piel separada casi del esqueleto, g i r a r en el aire para caer de boca sobre la
leña en llamas. En este instante lo veo detenido, en el instante de traspasar el humo, i Veré siempre
esa imagen!
Cuando lo s hombres regresan de una cacería de larga duración, al atardecer, una f i l a corta de
parientes pasea en un canasto de tejido apretado, los huesos calcinados de la difunta. En oración
o lla n t o con ritmo, completan tres vueltas a la vivienda c i r c u l a r de la comunidad. Los hombres
con una llantin a caminan armados de arco y flechas; las mujeres se quejan, avanzando y retrocediendo.
Pasos rítmicos en punta de pies, con r o d i l l a s f l e x i b l e s y rápido, repetido doblar de los brazos
en alto.
Antes de dormirse, pero ya en la oscuridad, Hokobatawe prepara su atavío para los r it o s funerarios
del siguiente amanecer: pone ramitas de onoto a remojar en una maraca con agua, y amarra en grupos

de tres, largas plumas t ie s a s , rojo asalmonado en una cara y azul saturado de^tobalto en la otra:
guacamayo.
Yo sueño que Hukobatawe se queja de tener demasiadas mujeres y pocas hamacas, y que alguien me i
hace c o s q u illa s hasta ahogarme. Grito. Sin querer, despierto conmigo a un buen número de vecinos
de sueño. Les d i v i e r t e la naturaleza de mi sueño; pero no creen que lo s extranjeros sueñan.
“Los brujos s í , e llo s sueñan porque copulan poco” , me dicen. Están más dispuestos a creer que, ya
que mi chinchorro se encuentra en el primer lugar después de la entrada viviendo desde el río ,
algún Yanomami enemigo me ha flechado en la oscuridad.
Volvemos a dormir.
Los g r it o s estridentes de un chamán armado, de pie a dos metros de mi cabeza, me despiertan mucho
antes del alba; pero Hukobatawe se para al unísono y ya está en c u c l i l l a s a los pies del chamán,
dialogando ese ritu a l o ratorio nocturno. Aunque la noche apenas destiñe, ya todos lo s fuegos han
sido atizados y muchas hamacas cuelgan vacías. Terminado el r i t u a l , Hukobatawe se e n c u c li lla más
cerca del fuego, mientras una esposa le refriega el cuerpo con onoto. Su sombra se recorta contra
el chisporroteo del fuego; tiene el pene y los t e s t íc u lo s pequeños, y todo el cuerpo de músculos
prominentes y duros. No parece Yanomami, cuyas contexturas son, a menudo, menos rígid as, más fe lin a s
o fle x ib le s. Sobre la pintura roja uniforme que cubre casi enteramente su piel, la mujer le inscribe
con negro, líneas v e r tic a le s ondulantes. Hukobatawe se atavía con trofeos de pájaros que él mismo
ha cazado: se ajusta brazaletes de p a u j í negro, con plumas cortas en un colgajo y otras en grupos,
t i e s a s y la r g a s , rojas por un lado y azul por el otro, rectas hacia arriba sobre cada bíceps.
El Orinoco, al amanecer, se desmenuza en neblina. Un tejido de humo se levanta lentamente, y entre
la vegetación aletargada, flo ta n vapores. Antes del sol y la vio lencia de la s chicharras, hay un
presente detenido en un instante: el Orinoco, culebra gigante, se desprende de la noche. Por un

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momento, no hay tiempo; hay peso, músculo que se vuelca sin velocidad.
Como el chamán Yanomami (a veces, en la violencia del yopo, detiene los g rito s y el temblor exagerado
de las plumas coloridas que cuelgan de sus orejas perforadas, detiene los ala rid o s , el aspaviento
y el desenfreno, para, inmóvil, im itar el s in g u la r canto de un solo p a j a r it o que él escucha, en
su alucinación, muy lejos, en el corazón del monte) el Orinoco, cuando la noche despeja, se queda
un momento, unos segundos congelados, permanece, dura una eternidad. El Orinoco vive.
Una vez despierto, cierro los ojos y enciendo el blanco abismo redondo que vivifica lo frontal de
mi cerebro. En ese blanco hay algo especifico y completo, termina en un limite que es otro campo
de blanco en si mismo. Mil fronteras se abren: el paso de la noche al alumbramiento del fósforo.
Cada di a quiero descifrar ese blanco; quiero hacerlo viajar mi cuerpo y consumir amarras. Quiero
la médula que no se agota; o un borde redondeado de algo luminoso que nunca está entero.
(Una representación geométrica de esta luz, es el circulo o la esfera, pero exhibe un comportamiento
concéntrico, de ahi la espiral).
El grupo de llo ro ne s crece, pasean los huesos calcinados y repiten el ritmo de su lla n t o . Siete
jóvenes de cuerpo pintado, ataviados de plumas y armados de arco y de flechas, con plumón blanco
en la cabeza, irrumpen corriendo y gritando desde el otro extremo de la vivienda comunitaria, en
un recorrido c ir c u l a r y violento. Algunos van tirando la cuerda de sus arcos, y dejándola golpear
secamente el madero. Otros acarrean un tronco ahuecado de unos dos metros de la rgo y ve in tic in c o
centímetros de diámetro, como una tosca canoa, pintada con onoto rojo, y como único ornamento,
flo re s blancas en los extremos de la perforación alargada. Este visto so grupo corre con estridencia
hacia lo s llo ro ne s, trayendo también grandes hojas de plátano b r i l l a n t e s , y dos palos largo s de
dos metros y siete centímetros de diámetro, también enrojecidos de onoto. Los objetos son depositados
entre lo s llo rones en c u c l i l l a s , quienes, en reacción, aumentan el caudal de quejidos. Algunos de

los jóvenes o fic ia n t e s ataviados, forran el hueco del tronco con la s hojas que han traíd o. Otro
vierte lo s huesos dentro del hueco. La vieja que antes los ha llevado en un canasto en procesión
c i r c u l a r , ahora cae por t i e r r a y re friega sus manos y su rostro cubierto de lágrimas contra el
rojo del madero que ahora contiene los huesos chamuscados de su madre. Las pocas ropas que a e lla
pertenecíeron, su piel y su propia carne, la s maracas y canastos, se fueron en el humo, se quemaron
en el fuego r i t u a l, en la mañana que ha proseguido a su muerte. Ahora ya no quedan sino esos pocos
huesos que dos hombres ataviados muelen con la más total indiferencia, sirviéndose de los dos palos
la r go s que hacen g i r a r al a p la s ta r . Los otros o f ic i a n t e s están de pie, más atrás, impasibles,
erguidos, sosteniendo sus armas. Los parientes más cercanos gr ita n a cada c rujido de los huesos
que se pulverizan. Terminada esta tarea, una maraca grande con sopa de plátanos y un pariente cercano
y l í d e r p o l í t i c o de la comunidad, vierte sobre el líq u id o , algo de esa cal g r i s verdosa de lo s
huesos, que f lo t a hasta que la revuelven. La beben lo s más próximos. Otros traen una palangana
grande con mucha sopa de plátanos, que vierten en el tronco ahuecado después de r e t ir a r la s hojas.
Algunos hombres se in c lin a n sobre éste y beben directamente, apurando el líq u id o con la s manos,
hasta chupar los dedos. Algunas mujeres beben de maracas pequeñas mientras llo ra n . El esposo de
la hija mayor de la difunta, sin una expresión en su rostro, antes gemía y ahora se abalanza sobre
el espeso líq u id o , traga y lame lo que se escurre entre sus dedos como garras. C iertos trozos de
hueso demasiado grandes permanecen al fondo.
Los que antes emplumados y con parsimonia se han ocupado de la molienda, vuelven a su tarea hasta
remoler cada partíc u la, y ofrecen la punta de los palos embadurnados de plátano y polvo de huesos
a Hukobatawe, quien los limpia con la lengua, lengüetea sus propios lab io s e ingiere, para que ni
un solo átomo permanezca. En el tronco ahuecado añaden carato de plátanos, y lo vuelven a comer
todo. El tronco y los palos moledores son destrozados a hachazos por uno de los o fic ian tes, y junto

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con la s grandes hojas que han u t i li z a d o en la molienda i n i c i a l , van a un fuego ya atizado. Todo
se va en el humo, inclu so añaden un canasto que la vieja ha acarreado pendiente de una corteza
sobre la frente, para que su e s p í r i t u lo llev e de la misma manera, ahora que retorna a la selva.
La humareda es densa y la s llamas cortas, pero eficaces, en el mismo lugar frente a donde vi vi a y
murió, exactamente donde hace algunos dias, otro fuego ha quemado su cadáver. Los oficiantes esperan
erguidos, o rgu llo sos e indiferentes junto al fuego, confundidos por el humo, separados por planos
más o menos g r is e s , por la humareda más o menos espesa. Por una apertura en el gran paravientos
c i r c u l a r , el sol despunta entre la selva verde joven y c i e lo azul 1impido. Algunas excreciones
del sol cortan en lin e a s rectas el humo. Los parientes que todavia llo ra n bajo la oscuridad del
paravientos, ya no tienen ni una sombra, ni un re fle jo de su deudo. Absolutamente todo lo que era
su persona f i s i c a ha sido consumido, y sus escasos bienes ya se han quemado o están ahora en ese
fuego que dura, rodeado de s ile n c i o . Han puesto sobre el fuego el canasto mismo que ha contenido
los huesos. Hay un vacio. Nos miramos. Esa persona de la cual nada tangible permanece, está presente.
Percibimos este ser que perdura más a l l á de todo objeto, simbolo o imagen que podrían traérnoslo
a la memoria. El sonido mismo de su nombre debe o lvid arse, reabsorberse en el lenguaje, jamás ser
proferido. Los Yanomami quieren la i n v i s i b i l i d a d total para sus muertos, y de este modo, logran
lib e r a r al e s p í r i t u en su camino a la selva o el conuco. Un e s p í r i t u sin imagen afirma su propio
transcurrí r.
De pronto, en s i l e n c i o un hombre trae cantidades de carne previamente ahumada ( v á q u i r o , p a u j i ,
c a c h i c a m o ) y la distribuye y ata concienzudamente sobre tres canastos grandes repletos de pijiguaos,
bajo el ojo v i g i la n t e de los demás. Extrañamente, la muerte es unida con comer carne. Los canastos
son transportados colgando de una corteza seca y ancha alrededor de la frente de un joven, hacia
tres puntos distanciados bajo el paravientos. A l lá , el jefe de fa m ilia desata la carne, la corta

y la reparte a sus próximos en parentesco y en el c írc u lo de la vivienda (ya que la ordenación en


el e d i f i c i o expresa la estructura s o c i a l ) , junto con una cantidad de p ijig u a o . Todavía algunos
despojos arden y ya entierran los dientes en la sabrosa carne.
Un lugar blanco y redondo se abre en lo frontal de mi cerebro. Son excreciones de luz que se reúnen
vagamente en círculos, la intensidad de una espiral o la paz infinita del color violeta. Los blancos
son presencias saturadas; no superficies, sino densos líquidos donde mi ojo interior se desplaza
en un medio que también se desplaza. Quiero entrar en el blanco espacio de mi conciencia vacía.
Desprendido de lo doméstico, en silencio penetro otra química, otros impulsos transitan las áreas
del cerebro, otra velocidad.

Publicado en Juan Downey, Galería Adler Castillo, Caracas 1977


J u a n D o w n e y , 1 9 7 7
NORESHI TOWAI

Algunas culturas del continente americano existen hoy di a en un aislamiento to ta l, desconocedores de la


diversidad cultural del hemisferio y de los mitos comúnmente compartidos. Decidí estudiar América del
Norte, Central y Sur, empleando el video para d e s a r r o ll a r una perspectiva global izadora entre sus
habitantes, especialmente entre los indígenas, para reforzar la riqueza de sus lazos tr ib a le s ; testimonio
grabado en video que se extendiera desde Alaska a Tierra de Fuego -una especie de espacio envolvente
que evoluciona en el tiempo- reproduciendo una cultura en el contexto de otra, la cultura misma en su
propio contexto, y finalmente, edición de todas las interacciones de tiempo, espacio C o n t e x t o en una
obra de arte.
Desde 1972, he venido dirigiendo expediciones culturales a B o liv ia , Chile, Guatemala, México, Nicaragua
y Perú, con un equipo p o rt á til de media pulgada. En 1976, becado por la Fundación Guggenheim, fui a
Venezuela a v i v i r y trabajar con tribus indígenas del Alto Orinoco. Desde agosto hasta octubre de 1976
viví con los Guahibos, y desde noviembre hasta mayo de 1977, con los Yanomami. Durante todo este periodo
también realizé dibujos basados en mis meditaciones d i a r i a s y en la cosmología de esos nativos. Aquí,
el arte es un documento de un proceso, y no la manipulación de materiales pasivos; el rol del a r t i s t a
es entendido como el de un comunicador cultu ral,
i Es hora de i n i c i a r una nueva estética!
Entre los Yanomami, el cine, la fotografía, y (desde mi estancia en su te r r i t o r i o ) el vídeo, se denominan
n o r e s h i t o w a i , término que, literalmente, s i g n i f i c a “tomar el doble de una persona” . Por esta razón los
Yanomami se asustan un poco con la s cámaras de los blancos. El n o r e s h i es la sombra, o doble, de una
persona, y forma parte integral de su e sp íritu . Ni siquiera los propios Yanomami saben con certeza cuál
es la razón del término n o r e s h i t o w a i, mediante el cual le atribuyen semejante poder a las cámaras. No
obstante, se deleitan viendo buenos documentales de su propia cultura, y escuchando grabaciones de sus

chamanes. En más de una ocasión he debatido con e llo s sobre la absurda relación entre el n o r e s h i y la
fo to gra fía . La única razón que parece p e r s i s t i r para su re siste n cia a la cámara es la de no querer, en
un futuro posible, entristecer a sus descendientes al enfrentarles a la imagen de una persona muerta.
Así, la cámara sólo representa un peligro más a llá de la muerte -y aún y as í, como mucho, el de provocar
pena a sus parientes. La imagen fo to grá fic a , filmada o impresa, no ofende a los Yanomami, salvo en esa
relación con la muerte. (Consciente del riesgo de perder una imagen por la destrucción de ésta, debido
a la furia salv aje de un pariente ultrajado, tuve cuidado con qué le mostraba a quién).
En Tayeri fui al s h a b o n o vacío (morada comunitaria c ir c u la r ) para grabar una cinta del e d i f ic i o sin sus
habitantes. (Toda la gente de Tayeri estaba viviendo temporalmente en la selva, recolectando frutas y
quizás cazando). Un resplandeciente p a u j i * decidió acompañarme en mi ruta circular, di virtiéndome mientras
seguía con la cámara su figura negra e irid isc e n te . Sólo en la morada vacía, estaba grabando el caminar
del pájaro cuando Flebewe, un joven de veinte años, irrumpió a través de una pequeña abertura en la base
del techo, llamándome. Se mantuvo erguido mientras yo me acercaba, enfocando la cámara sobre él. Con
los ojos llenos de lágrimas, dijo: “Un niño ha muerto en la selva. Todos están t r i s t e s . Ahora regresan.”
Se dio la vuelta y se fue. Entendí que me había invitado a s e gu ir lo , y s a l í con mi equipo de vídeo.
Vi a los Yanomami regresando, y oí sus lamentaciones crecer dentro del techo c irc u la r. Sin la cámara,
volví al in t e r io r del s h a b o n o , donde preparaban una pira. Entonces empezaron los gestos funerarios y
las danzas rituale s de la madre y otras mujeres, lamento rítmico a modo de canción. El amarillento cuerpo
sin vida de un niño, a media tapar en un canasto, fue arrojado a las llamas por un pariente. Muchos
hombres se unieron a la s lamentaciones y rodearon el fuego, trayendo consigo arcos y flechas. Algunos
chamanes, haciendo ademanes con brazos y manos extendidos, intentaban hacer s a l i r el peligroso humo hacia
arriba y lejos del sha b on o .
Quería conseguir que mi equipo de vídeo grabase tan hermoso rit o , pero temí interrumpir de esta manera
el dolor que parecía tan grande. ¿Pero de verdad había querido Hebewe que sacase el equipo de vídeo del

149
abono, para permitir que la celebración de la cremación tuviese lugar en el in te rio r?
Los Yanomami mostraron gran interés en todo tipo de grabaciones de imagen y sonido. Incansablemente (mucho
más a l l á de mi propio interés y paciencia) observaban y escuchaban las p e líc u la s y cintas que tenia de
e llo s . Aquellos que aprendieron a manejar el equipo de video o la cámara se enorgullecían y complacían
en e llo , y en general se dedicaban con entusiasmo a jugar con el vídeo de c irc u it o cerrado, como si fuese
un espejo reflejando ángulos y d is ta n c ia s va riables. Desde que estaban seguros de que no habría, en el
futuro, imágenes que les causaran dolor a sus descendientes, la te le v is ió n en directo les f a c i l i t ó una
aproximación lúdica a la tecnología electrónica y cibernética. Pero además, para esta cultura, cuyo valor
más elevado es la tr a n s ic ió n o el comportamiento, un juego emplazado tan singularmente en el presente
como es el vídeo de c i r c u i t o cerrado, que no violaba sus prohibiciones r i t u a le s , afec taría las f ib r a s
más íntimas de su temperamento e imaginación.
Una noche estábamos viendo un vídeo sobre los Incas. Había muchos insectos; docenas de mosquitos volaban
en el rayo de luz que emanaba del monitor, o se posaban en la misma pan talla, oscureciendo la imagen,
i Al f i n a l, los indígenas estaban comentando la gran cantidad de mosquitos que hay en Perú! Evidentemente,
para e llo s la to ta lid a d del contenido luminoso que emergía de la tele era parte integrante del vídeo;
en otras palabras, todo lo que pasaba dentro del cono azulado de luz podría ser considerado el tema del
vídeo. 0 mejor aún, para los observadores absortos en el programa, las circunstancias concomitantes se
convertían en elementos del contenido.
Los Yanomami no parecían d i s t i n g u i r entre blanco y negro, y color. Para e llo s , ambas representadones
eran una reducción de la realidad, igualmente válida o inválida. Solamente para nuestros ojos occidentales,
que han sido testigos del desarrollo de la fotografía , del cine, de la televisión, y de su supuesto progreso
desde el blanco y negro al color, es preferible uno u otro sistema. Para los indígenas, ambos son n o r e s h i
t o w a i , o el tomar la sombra o el doble de una persona, pero nunca es la persona misma. Tanto el blanco y
j^negro como el color son abstracciones igualmente apartadas de la realidad.

En diversas ocasiones, dos jóvenes chamanes se prepararon, por separado, para conversar con los e sp íritu s,
habiendo acordado que yo grabaría un vídeo durante la sesión r e lig io s a . En ambas ocasiones tomaron drogas
y convocaron a los e s p íritu s ; pero en el momento de empezar el canto, f a l l ó la voz. i Los dos tenían miedo
de la cámara! Lo mismo puede afirmarse incluso de los chamanes más experimentados, cuyos cantos y movimientos
corporales extasiados son menos be llos cuando una cámara está presente. No obstante, las grabadoras de
sonido no les molestan, ya que sienten que son incapaces de atrapar una mínima parte del e s p íritu de la
V persona.
^— * Para grabar los sonidos de la jungla durante la noche, coloqué el grabador de audio fuera de mi choza.
Antes del amanecer me levanté y le di la vuelta a la cinta, y dejé que siguiese grabando mientras volvía
a la cama. Por la mañana tuve, como resultado, una hora y media de sonidos naturales en la oscuridad.
Escuchándolos con p r is a s , noté que los dos momentos cuando había estado programando la grabadora ( la s
diez de la noche y la s tres de la madrugada, aproximadamente) se caracterizaban por el bajo volúmen de
los cantos de los animales, y pensé que debía haber grabado o bien al anochecer o bien al amanecer, cuando
lo s pájaros rompían a cantar. Más tarde, una audición más atenta reveló que las cintas contenían varias
sorpresas más: también habían registrado el sonido de alguien que se acercó a mí esa noche mientras dormía.
Más de una vez, el sonido de sus pasos se distingu ía claramente, merodeando alrededor de la puerta cerrada
tras la cual yo dormía sin darme cuenta de la presencia de ese Yanomami en v i g i l i a . ¿Por qué me espiaba
alguien mientras dormí a? ¿Quién, qué indígena, necesitaba oírme dormir?
En Bishaasi, una vieja indígena sordomuda me indicó con gestos que quería que grabase un cinta de su canto.
E lla apenas era capaz de emitir suaves sonidos guturales. Con el micrófono muy cerca de su boca, hacía
ver -con mímica- que cantaba, mientras en su garganta articulaba leves gruñidos, extraños a u llid o s sin
volumen. Esta cinta de canciones casi silenciosas es la favorita de muchos Yanomami. Algunos de los jóvenes
de Bishaasi venían con frecuencia a mi choza a escuchar de nuevo, burlonamente, la cinta de la muda que
canta. ¡Extraño humor indígena!

150
El video, como proceso o como instrumento, impresiona a los Yanomami tanto como un motor fuera-borda,
una escopeta o una linte rn a. Desde el punto de v is ta de los indígenas, la te le v is ió n no es más que
otra cosa que crean los “extranjeros”, tan deseable como cualquier otro bien de consumo, (iPor contraste,
en nuestra cultura, la tele transporta el espectador a un paraiso de bienes de consumo extremadamente
deseables!). La te le v is ió n de c i r c u i t o cerrado o en directo no les pareció más sorprendente que un
espejo, y el hecho de que el video no requiera revelado no les interesa, por la simple razón de que
no conocen el cine y su lento tratamiento en el labo ra to rio. El c i r c u i t o cerrado y la exención de
tratamiento, por tanto, no son ventajas inherentes al video, sino más bien en comparación con el cine;
un proceso catalizador en nuestra cultura, pero no en la de los Yanomami.
Desde mi primera llegada, me dediqué a grabar un vasto repertorio de chamanes contactando con los
e s p ír it u s . De forma inv olu ntaria, mi tarea estética asumió un insospechado valor informativo. Para
los indígenas, la s cintas que yo grababa les fa c i li t a b a un ojo de cerradura, a través del cual podían
ver sin ser v is to s , a chamanes distantes y, a veces, a sus enemigos, objetos de tantas sospechas - a
menudo infundadas. Les fascinaba ver las cintas de los chamanes enemigos, que yo habla realizado en
comunidades vecinas, que e llo s no podían v i s i t a r sin ser atacados. Algo imposible era posible con el
video: ver ese ser pavoroso, o ir su voz e, interpretando sus palabras, descubrir su conspiración con
los e s p íritu s .
Esta función, la de un observador protegido acercándose a un sujeto peligroso (el chamán en acción,),
podría haber sido lograda por el cine, pero con un retraso de semanas; o mejor aún, por una cinta de
sonido tan sólo, puesto que el poder chamánico reside principalmente en la palabra cantada, y sólo
secundariamente en el gesto o la danza.
Dos jóvenes hombres Yanomami me acompañaron a pie por la jungla, en dirección a K aro h i, comunidad
vecina que estaba a unos noventa minutos de distancia. Ya que nos dirigíamos a su sh ab ono, se adornaron
con plumas. Uno estaba armado con arco y flechas, el otro con una escopeta - lo s dos dispuestos a

cazar, sus caras pintadas absortas. Seguimos el angosto camino que serpenteaba por la húmeda vegetación
s e lv á tic a , poblada de pájaros y animales cuyos cantos y huellas en las hojas atraían con frecuencia
la atención de los oidos alertas de mis acompañantes.
Llegamos a un claro. El indígena que guiaba se habla adelantado; durante un rato no hablamos podido
verlo. Me sorprendió al emerger, de repente, desde el denso bosque a mi derecha. Apuntándome con su
escopeta cargada, me estaba amenazando, repitiendo nerviosamente la s preguntas: “¿Tienes miedo? ¿Eres
feroz?” . En ese instante, ipor suerte!, yo estaba grabando una cinta. Sujetando la cámara con mi mano
derecha, a través de e lla observaba la selva y esos acontecimientos, con esa extraña irre a lid a d que
el blanco y negro confiere al peligro. De forma in s t in tiv a apunté la cámara hacia mi asesino potencial,
como si ésta fuese un arma de fuego, con este gesto agresivo, esa amenaza imaginaria que nosotros,
los video-creadores, utilizamos como una advertencia de que la cámara también es un arma peligrosa,
como si pudiesen s a l i r balas de los objetivos. Mirando aún por la cámara, percibí un susurro detrás
mió. Sin mover mis pies, giré el torso desde la cintura, noventa grados hacia atrás, y vi por el f i n d e r
que el Yanomami que se habla quedado atrás me estaba amenazando ahora seriamente, con su arco doblado,
preparado para disparar. Entre los dos cazadores, me tenían cercado. Pero los indígenas también tomaron
mi cámara por un arma p e lig r o s a , y mientras yo lo apuntaba hacia uno y otro alternativamente, se
abstuvieron de aproximarse, como temiendo que yo pudiese disparar. Sin embargo, no cesaron de amenazar,
y poco a poco se estaban acercando. En todo caso, aunque la tensión se vo lvía insoportable, seguí
resistiendo, sobre todo sin mostrar miedo. Tras amenazarme durante mucho tiempo, bajaron sus armas y
proseguimos nuestro camino.
¡Por suerte, pude grabar un video de todo el episodio! *

*Paujícola blanca, espécimen domesticado del Craz alector {Cracidaé), gran pájaro negro que suele llamarse por el nombre onomatopéico baibaimi, en imitación de su característico
canto de apareamiento.
J u a n D o w n e y , 1 9 7 7
TAYERI

jueves 10 de marzo, 1977


La meditación también crea una adicción. Espero con ansia s esa hora de la mañana , cuando después
de haber ingerido el café a s o la s y con único fondo de sonidos los de la selva, c ie rro lo s ojos
y encuentro un movimiento dentro del movimiento.
La fa l t a de soledad te puede volver loco. Los Yanomami me rodean, golpean a la puerta de mi pequeño
rancho, se asoman por la ventana, o bien me miran f i j o cuando leo. No pueden entender cómo, porqué,
yo, a veces quiero estar solo. E llo s s o l i c i t a n mi constante atención. Quieren objetos, promesas.
Llegan al extremo de regalarme su comida para luego pedírmela, y s e n tir la honra de haber recibido
de mi esa rara ofrenda como duplicada por un espejo: el reflejo de un don. Raro placer de alegrarse
por el ofrecimiento de algo que se poseía antes de i n i c i a r el intercambio. Me dan la s fruta s que
recogen en la selva, para luego comérselas de mi canasto sobre mi mesa.

El v i d e o - t a p e no puede considerarse Arte, a no ser que se borren de él los pasos d escritos durante
su producción y, conversamente, se profu ndice en aq uella tr a n s f o r m a d ó n que aconteció en el
re a liz a d o r. No se busque mostrar la s aventuras y d i f i c u l t a d e s exte riore s al trabajo mismo, ni
lo s elementos de ese proceso, sino la transformación i n t e r i o r del supuesto a r t i s t a en busca de
una iluminación que se comunica, no con toda su carne, sino con su estructura y mediante símbolos
que reducen la complejidad de ese acontecer a un lenguaje d ig e r ib le de formas v isu a le s y sonoras.
Es posible un documental que desmenuce el cotidiano quehacer:
1. Científicam ente: descifrando el código cultural de determinada tribu.
* 2. Artísticam ente: confrontando la subjetiva conciencia del a r t i s t a con el m isterio impenetrable

^ lo Total Desconocido, del cual sentimos un ansia inmemorial e in s a c ia b le , y formulando esta


Frontación de manera simbólica.

EXCURSIÓN A KAROHI
Antes de ayer, Hebewe, b e llo K a r o h i- t e r i, marido de Tabrobemi, Hisokoiwa, marido de Subama, que
se p re cip ita a la ceguera, y yo, caminamos hasta Karohi supuestamente para a s i s t i r a la curación
chamánica del hijo menor de Turayewe, l e a d e r p o lític o y re lig io s o de esa comunidad del río Manaviche.
Además de la cámara f o t o g r á f ic a y la grabadora de sonido, yo llevaba un hacha que r e g a la r ía a
Turayewe como i n i c i a c i ó n de un intercambio, en el cual yo estaba supuesto también a proveer
medicinas para la malaria y el r e s f r í o corriente (Aralen, el orí quina y a s p i r i n a s ) , a cambio de
poder n o r e s h i t o w a i ( f o t o g r a f i a r ), o literalm ente, tomar lo s r e fle jo s o sombras de lo s chamanes
de Karohi mientras éstos se ocupaban de lo s e s p í r i t u s .
Durante nuestra bella caminata por el estrecho sendero que serpentea a través de la húmeda maraña
vegetal (cinco u ocho kilómetros que separan Tayeri de Karohi), apenas pude tomar f o t o g r a f í a s ,
tal era la velocidad del recorrido de mis acompañantes. En vano les expliqué mi dolor de pies
debido a heridas i n f l i g i d a s por anteriores caminatas sin zapatos en la selva. Esta vez, para no
lastimarme, usé los últimos zapatos que me quedan, pero ya su estado es calamitoso y deja mucho
que desear, y me veía forzado a arquear los dedos para sostener los desvencijados zapatos alrededor
de mis pies, lo que me produjo dolorosas ampollas. Si me detenía a tomar una fo to gra fía por escasos
segundos, los Yanomami -con cantos y r i s a s - protestaban por mi le n titu d . Les expliqué lo de mis
ampollas: "Desházte de lo s zapatos", me respondió Hebewe con a le g ría . Los Yanomami fueron conmigo
jocosos y tie rn o s . No vi la v io le n c ia sangrienta de la cual había le íd o, ya que a mi llegada al

152
t e r r i t o r i o Yanomami, como bien describo en otras páginas, la guerra por el dominio f í s i c o había
sido reemplazada por una enemistad de los e s p í r i t u s . Del flechazo o golpe que perfora la piel y
derrama sangre, se había entrado al c i c l o de los devoradores de alma y lo s grandes chamanes: se
convertirían en seres mas dañinos que un grupo de excelentes arqueros, o inclu so que las preciadas
armas de fuego que los misioneros reparten a aquellos indígenas serv iles del avasallador imperialismo
cri s t i ano.

Anoche desperté atenazado por una p e s a d i lla . Soñé otra vez que la s dos le sb ia n a s que viven en
nuestro l o f t de New York se apoderaban de éste, en complicidad con el l a n d l o r d , y se negaban a
devolvérnoslo el 15 de agosto como acordado. Me sentí extrañamente descansado una vez despierto;
tanto, que pensé que se acercaba el amanecer y encendí la radio. Para mi sorpresa, escuché la s
n o t i c i a s de medianoche: el gabinete de Pinochet ha renunciado en pleno, Pinochet es acusado
internacionalmente por v io lación de derechos humanos, y musulmanes negros han tomado por las armas
va rios e d i f i c i o s de gobierno en Washington D.C., guardando como rehenes a cien empleados. ¿Será
p o s ib le tanta f e l i c i d a d ? Hoy d ía, la mañana s ig u ie n t e , lo de Pinochet me parecía una p o s ib le
realidad; pero Washington D.C. aterrorizado por los musulmanes me parece algo soñado, un elemento
anárquico que'hay en mí y que yo q u is ie r a ver en acción, i Qué m arav illa s e ría si el Imperio de
USA se derrumbara de veras y nuestros países de Latinoamérica fuesen li b r e s de veras! ¡Qué o rgu llo
s e n t ir í a yo por lo s negros si éstos dominasen! i Y qué miedo también a su racismo, a esa venganza
en los blancos, que no será menos cruel que todo el dolor que éstos por s i g l o s han i n f l i g i d o en
aq uellos. ¡Cada gota de explotación será pagada! v_
Pero volvamos a trás en la lín e a del re la to , o bien reiniciemos otro c i c l o en el re la to de mi

viaje a Karohi. Decía que caminaba acompañado de Hebewe y de Hisokoiwa con destino a Karohi cuando
reconocí el lugar donde diez días antes habiá sido amenazado, ocasión en la cual (como acostumbro
frente al p e lig r o ) no sentí una pizca de miedo. Sin embargo, aquel preciso lugar de la selva se
grabó en mi memoria, cosa que no acostumbro, ya que toda la selva me parece demasiado idéntica a
sí misma como para recordar éste o aquel árbol. Rara vez memorizo con tal p r e cis ió n la calid ad
del humus, el color de la s cortezas, etc., como fue en tal ocasión de p e ligro .
Lo más extraño acerca de la eventualidad de que lo s musulmanes hubiesen tomado un e d i f i c i o del
gobierno en Washington D. C. es que no tengo p o s ib ilid a d de comentarlo con nadie, y esta ausencia
de todo posible diálogo me hace sentirme como en un sueño dentro de otro sueño. Anoche, ¿desperté
yo realmente a medianoche completamente descansado y escuché la radio? 0 bien, ¿escuché realmente
la s n o t i c i a s de C h ile y luego me dormí y en sueños creí escuchar la d elec ta b le n o t i c i a de la
acción anárquica de lo s negros musulmanes? No puedo ni siqu iera comprobar con otro ser humano si
estos sucesos son medianamente capaces de suceder, o si me he vuelto completamente loco y creo
escuchar en la radio, a oscuras, lo que profundamente deseo con una parte de mi corazón - la
caída de Washington. Porque en c i e r t o sentido no me conviene, debido a mi origen s o c ia l en la
alta burguesía; ni conviene tan violenta caída a mi arte ni a mi carrera. Más me conviene, hablando
egoístamente, una s o c ia liz a c ió n humanista de nuestra sociedad, transformación cultural en la cual
yo ocupara un papel honroso de c a t a l i s t a e stétic o .
Quizás en estos meses apartado de la c i v i li z a c i ó n he perdido completamente la cabeza, y un programa
de radio escuchado insomne se convierte en una realidad, en más de un nivel de consciencia. ¿Es
el mito contemporáneo de la anarquía un arquetipo en mí, tan poderoso que lo proyecto consciente?
¡Qué ganas de encontrar a a lg u ie n de mi c u ltu r a y d i s c u t i r es ta s p o s i b l e s e ven tu alid ad es!
Explicarle a un Yanomami la importancia mundial de Washington o el s ig n ific a d o de los B l a c k M u s l i m s ,
o el impacto de este hecho en la comunicación de masas, seria imposible. ¡Cómo ansio la presencia
de alguien capaz de medir el juego de mis 'creencias y miedos! ¡Cómo q u is ie r a regenerarme con el
intercambio de este tip o de ideas! Y, por otro lado, también gozo esta desconexión de occidente,
j este desyuntamiento, d e s r a p e o como quiera llamársele. Ya ni siquiera se a qué nivel de consciencia
l me he desplazado. ¿Dónde estoy siendo?
c i c l o de mi v ia je a Karohi. Cuando ya nos acercábamos al s h a b o n o de lo s K a r o h i- T e r i , Hebewe
se detuvo para a r re gla rs e el pelo, v e s t ir s e lo s bíceps con frondosos brazaletes de plumas negras
y rizadas de p a u j i , y c olgajos de variados colores de lo ro, y reordenar la s flech as en su mano,
y hacer de esta manera, erguido y desnudo, entrada t r i u n f a l en la plaza central del s h a b o n o de
sus padres. Yo le seguía, occidental con ropas, transpirando, con anteojos, con cámara y grabadora,
con zapatos rotos y mi andar desgarbado. Hebewe cruzó la plaza c entral, b e llo como un pavo real
con un sol de media mañana, ya que habíamos s a l i d o de Tayeri al alba, y se d i r i g i ó al lu gar,
bajo un segmento del paravientos, donde habitan sus padres.
Yo v a c ilé en el medio de la plaza c e ntral, sin saber si s e g u ir lo , pero de inmediato vi una mano
que se agitaba invitándome. Era Turayewe, en el que no supe reconooer el o rg u llo s o li d e r , debido
al estado de t r i s t e z a en que él y su mujer se encontraban por la enfermedad del niño.
Más de un Yanomami me o fre c ió carnes de v o l á t i l e s y cuadrúpedos, y una hamaca para descansar. Al
cabo de un gran rato se había in ic ia d o un d r o g e en el que casi todos los hombres (chamanes y no-
chamanes) compitieron en intensidad; para dar paso luego a uno de la s mas ac tiv os y desesperados
intentos de curación que he presenciado. Actuaban (y bien digo “actuaban” porque el chamanismo
Yanomámi es, además de e s p i r i t u a l , en c i e r t a medida t e a t r a l ) alrededor de diez brujos que se

alternaban, individualmente o en pares, para arrancar los males que habitaban el cuerpo diminuto
y pálido del hijo de Turayewe. Cánticos en grupos desenfrenados que decayeron como una hora después,
cuando el efecto de la droga decreció, para reverdecer en melodías y ala rid os después de una nueva
ingestión de alucinógenos. Esta vez se acercaron los hombres mas jóvenes (no-brujos) y participaron
en la toma de alucinógenos desde un lado. Se encontraban casi todos bastante inmersos en aquel
extraño mundo cuando el niño murió, no en lo s brazos de su madre sino en lo s de una pariente
cercana que, debido al agotamiento de la madre, la había reemplazado en soste n e rlo durante su
curación. En el momento en que la vida de ese niño se evaporó, simultáneamente el chamán se detuvo.
Inmediatamente, la madre se abalanzó y arrancó de los brazos de su hermana el cuerpo pálido verdoso,
ya inerte pero aún f l e x i b l e , y ya no contuvo su dolor, sino que g r i t ó su l la n t o e increpó a lo s
chamanes por su f a l t a de poder ante la muerte. Éstos enmudecieron de súbito, como avergonzados;
lo s que estaban de pie se e n c u c lilla r o n en el mismo s i t i o en el que los sorprendió esa muerte, y
en to ta l s i l e n c i o , dejaron v i a j a r sus mentes alucinadas por extraños senderos alumbrados. ¡Oh,
extraño c i c l o de muertes y nacimientos que lo s Yancmami son tan aptos a l l o r a r y celebrar en cada
ocasión! C ic lo del cual son tan conocedores y parecen tan profundamente conmovidos en el instante
en el que sucede y luego, instantáneamente, tan bestialmente in d ife re n te s , recuperan la rutina
cotidiana, como, si nada hubiera cambiado el m isterio de la aguda exclamación de esa madre, rasgada
por la constatación de un c i c l o más terminado, otro h ijo muerto, éste, me aseguraron, de muerte
natural y no de muerte chamánica.
El c ie lo ya nuboso se cubrió completamente, y el sol de mediodía dio paso a una l l u v i a delgada.
Esa tarde entera fue g r i s . Turayewe y su fam ilia se enredaron en una lla n t in a rítmica como cántico
o rezo. Mucho antes de que empezara a oscurecer, prepararon la fogata en la habian de quemar, en

154
medio de una l l u v i a que caía a rato s, el cuerpo de ese niño envuelto en un canasto. Guardo de
este evento una cinta grabada y fotos que no me impidieron tomar ya que me mantuve distante. Pero
Turayewe estaba tan e n t r is te c id o que no tuve valor de acercarme y re g a la r le el hacha pesada que
le había traíd o a través de la selva. Una vez que la s llamas apenas devoraban el cuerpo del niño,
iniciamos un s i l e n c i o s o regreso a Tayeri. S ile n c i o s o , comparado con otras excursiones Yanomami
que acostumbradamente son lle n a s de a lg a ra b ía . Este r e l a t i v o s i l e n c i o no só lo se debió al r i t o
de la cremación que se desarrollaba a nuestras espaldas mientras nos alejábamos, sino a la l l u v i a
más torrencial que esta luna nos ha deparado, como si al s a l i r de Karohi la temporada seca hubiese
abruptamente terminado. Esta vez éramos muchos. Iniciaba yo la f i l a con mi paso cauteloso y dolido,
seguido de un número de voces que protestaban por mi l e n t i t u d , en medio del agua que caía
despiadadamente sobre el saco que contenía mi cámara y mi grabadora. Tanta humedad no dejaba de
inquietarme.
Entre los que me seguían venía aquel K aro h i-te ri que quería venderme su mujer sucia (cien veces
vendida ya a lo s curas, a los empleados de M a la r io lo g ía , o a los del M in i s t e r i o de Minas) por un
c u c h illo , i Qué t r i s t e se veía a la pobre con un vestido andrajoso en medio de la l l u v i a ! Vestido
hum illante que le había regalado una M ision era, ien pago por haber acusado a un empleado de
Malariología de haberle pagado por un acto sexual! Extraña prostitución la que generan las Misioneras
al pagar a la s indígenas por denunciar a lo s que la s fo rn ican . Me e xp lic ó esta pobre Yanomami
sucia que desde que la s Misioneras in ic ia ro n esta p o li c ía secreta de la sexualidad, e lla se vende
más y más, ya que la s Misioneras la in c ita n a venderse al o frecerle regalo s a cambio del nombre
del que acepta el ofrecimiento de su marido. El intercambio de mujeres que es v o lu n ta rio pero
d is c r e to entre lo s Yanomami, lo ha convertido el c r i s t i a n is m o en un comercio sórdido. Ahora la

indígena tiene un doble incentivo, y además ensucia lo que antes le era na tu ral, ya que recibe
un doble pago: primero de manos del hombre que la posee, y segundo de manos de la Misionera
morbosamente deseosa de escuchar tal confesión. A tal doble recompensa por un solo acto sexual y
su con siguie n te denuncia, la indígena se s ie nte doblemente a t ra íd a . La Misionera es cómplice,
entonces, del empleado de M a la rio lo g ía (probablemente un Maquiritere) en implantar la prostitución
entre lo s Yanomami. No es solamente la C i v i l i z a c i ó n la que prostituy e a la s indígenas, sino que
es la C i v i l i z a c i ó n con su tr a d ic io n a l aliad o, el C ristian ism o.
Desde mi llegada a la región Yanomami, observé a los Misioneros C atólicos y Protestantes confundir,
a sabiendas, el mundo e s p i r i t u a l con el mercantilismo y el consumismo, mientras que entre lo s
Yanomami se v i v í a un período de intensa ocupación e s p i r i t u a l . Las enemistades, d is c r e p a n c ia s ,
odios, amenazas -en breve, la activid ad b é lic a - , se expresaban principalmente en actos chamánicos
realizados a d is ta n c ia del enemigo, mientras lo s Misioneros se aprovechaban para re p a r t ir armas
hipócritamente y así conquistar a los indios a su conversión al Catolicism o o al Protestantismo.
De esta manera lo s dos bandos de M isioneros, C a t ó lic o s y Protestantes, han traslad ad o al Nuevo
Mundo una problemática de otra época: el Vaticano y la Reforma. No s in razón d i j o R ock e feller
que es bueno dar dinero a los Misioneros, e llo s se encargan de expandir el mercado del Capitalismo.

Hoy volví a observar ese v io le ta que fluoresce como un velo de croma saturado y habitado de luz
blanca. Luego un am arillo v i v i f i c a n t e , cada color a s o las y v i t a lí s im o . Aunque ambas experiencias
fueron individualmente s in g u la r e s , fueron también la relació n de c o n tr a rio s: un par de opuestos
vi s u a l e s .
Luego descendí al río , con el sol poniente. ¡El río , el río , r e f l e j o en movimiento, espejo de

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transcurso donde la s formas se repiten, s in s i g n i f i c a r , pero hermosas como formas puras: sombras
más reales que el objeto del cual emanan. Comprendí la palabra “Orinoco” : el agua a esta hora es
oro pálido . El antiguo sueño del buscador de El Dorado creyó que estas aguas lo lle v a ría n a encontrar
ese precioso metal en su forma más pálida.
Me extendí en el agua cara al c i e lo , y me sostuve a unas ramas ondulantes y sumergidas, y fui la
corriente misma. Con el rostro prominente sobre la s u p e r fic ie líq u id a , miraba en el c i e lo un pasar
de nubes que c o r ría transv ersal al agua. El movimiento que con intensidad percibía en la s retin as
era perpendicular a la sensación t á c t i l que me daba el agua corrie nte en todo el cuerpo. También
el c r e p it a r de lo s in se c to s y el canto de lo s pájaros que de por sí aumenta a esa hora, parecía
más voluminoso o c laro que nunca antes. Luego, moviendo lentamente mi cabeza hacia atrás, hundí en
el agua mis dos orejas, y el imperio de sonidos era otro. Había golpes precisos y repetidos, desplazarse
de peces, casi cantos que p e r c ib ía detrás de mi nuca, primero por la oreja derecha y luego la
izquierda, escuché lenguajes y trabajos sumergidos. Moví mi cabeza entonces, apenas dos centímetros
hacia arrib a, y al emerger mis oídos sobre la s u p e r fic ie del agua traspasé un umbral, pasé de los
sonidos del agua a lo s sonidos de la luz. Fue como nacer con un s u t i l amanecer d i f í c i l de p e r c ib ir
por la s e n c ille z de sus elementos casi i n a d v e r t i b le s .
i La soledad es un extraño v ic io !

Hay d if e r e n c ia s entre el Arte del Vídeo y documentales hechos con v i d e o - t a p e , sí se entiende el


v i d e o - t a p e como el Arte de la Diferencia C u ltu ral.
El v i d e o - t a p e no puede d esignarse arte, sino a condición de que presente, a través de símbolos,
las tramas vivas en la consciencia del a r t i s t a y la confrontación de éstas con uno o varios contextos
c u ltu ra le s .
Un documental etnográfico hecho con v i d e o - t a p e puede mostrar el proceso a n a l í t i c o y descodificador
del sistema simbólico de determinada cultura, o sea, de aquello que fue el trabajo de terreno, cada
fase del proceso de inte rlocución entre el documentalista y el sujeto observado.
Mi discurso e sté tic o , vía v i d e o - t a p e , ofrece el resultado de un proceso
de d e sc o d ific ac íó n de una cultura y el proceso de inte rlo c u c ión entre sus mitos y lo s mitos de mi
consciencia su bje tiv a. En el arte de video se debe borrar toda huella de lo s trabajo s emprendidos
durante esta introspección, donde se yuxtaponen lo s conceptos de comunicación de masas con lo s de
t r ib u , magia, sobrevivencia na tu ral. En un documental pueden in t e re s a r lo s anécdotas que siempre
rodean tal tip o de aventura; pero en el Arte sólo interesa e m itir un mensaje firmado en respuesta
a una señal r e c ib id a . El d is c u r s o e s t é t ic o debe parecer una h i p ó t e s is (no necesita pruebas), o
con ve rtirse en un símbolo que se sostendría aún en la ausencia del enunciador. La obra de arte no
necesita un descodificador; cada receptor interpreta y recrea.

El uso de la mentira para manipular una s itu a c ió n p o l í t i c a es corriente entre lo s Yanomami. A los
numerosos e spías de lo s S a le s ia n o s , aprendí a mentir para luego conseguir información r e l a t i v a a
esa mentira, pero ya d ig e rid a y aumentada por la estructura de espionaje. De esta manera, podía
detectar y evadir lo s c i r c u i t o s de información u t i l i z a d o s por e l l o s . Las p e r tu r b a d o n e s que lo s
S a le s ia n o s constantemente d i r i g í a n a mi trabajo , fueron asi apartadas metódicamente. Lo que más
temen los r e l i g i o s o s es la ciencia y lo s medios de comunicación masiva. Ya que mi quehacer estétic o
le s pare cía sospechoso o un p e l i g r o , lo d i s f r a c é de i n v e s t i g a c i ó n r e t in a l y de periodism o.

En la soledad, al p r in c ip io , creí enloquecer. El decrecimiento de entradas occidentales a mi sistema


neurològico acarreó una confrontación desnuda con mis v ie j o s fantasmas. Los v ie j o s problemas se
presentaron descarnadamente, y ahora ya me encuentro sin armas, desnudo, s o lte ro , sin h ijo s , para
m itigar la presión demasiado real de tan profunda introspección. Al observarme actuar, fui alterando
t a le s estru c tu ra s s u b j e t iv a s , y piedra a piedra, reconstruí el e d i f i c i o de mis p ropó sitos. ¿Cómo
v i v i r en una sociedad p rim itiva cuando aquellos, con quienes v i n i s t e a compartir un e s t i l o de vida
arraigado en la selva y sus e s p í r i t u s , se te acercan lle n os de ternura pero también con constantes
exigencias cuya s a t is f a c c i ó n engendraría la destrucción de esa misma vida que admiras?
Te piden cualquier cosa: “Préstame una pelota o la ra d io ” .
“Dáme medicina para el dolor de cabeza o mañoco” . “Por grabar una cinta de mi brujeo, págame con

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un hacha, dos machetes, una palangana, o bien, dame dos b o lí v a r e s ” .
No hay medida o equivalencia . Quieren cualquier resabio de aquella otra c ultu ra, la extranjera,
la no-yanomami, la que yo odio.
No hay medida ni término a la l i s t a de peticiones. Si les das A, quieren
B, luego C, y etcétera, o por lo menos la promesa de una serie abierta de regalos.
Quieren m itigadores, a n a lgé sic o s, todo aquello que les acerque a la realidad extranjera, y sin
embargo, a esa realidad extranjera la consideran impura y mezquina. Más aún, esa realidad extranjera
d e struirá lo que e l l o s mismos son.
'Cómo no dejarse dominar por su a le g r í a e s tr e p ito sa , o por la tierna ofrenda de un pedacito de
pescado y plátano azados! iCómo no ceder entonces ante la s interm inables demandas de a r e p a s ,
arroz, chocolate!

viernes 11 de marzo, 1977


Si algo perdido ya para siempre pudiera volverse a perder; digamos la repérdida de una cosa aún
no reencontrada -eso me sucedió a mi en el A lto Orinoco, perdí la fe al cuadrado. Antes, para
perder la fe completamente, me fue necesario i r al Vaticano para dejarme deslumbrar por el fastuoso
lu jo en que viven lo s P rincipes de la I g l e s i a , y con statar que el C r i s t o de lo s Pobres y sus
enseñanzas han sido vilipe n d ia do s por el lujo burocráticamente protegido del Papado.
I p s o f a c t o , yo ya habla perdido la fe en esa I g l e s i a que en su comportamiento se asemeja más a
una Compañía Transnacional que a la hermandad de j u s t i c i a fundada por el Dulce Jesús en el desierto
de Judea. Hoy, ya no es necesario i r a Roma para comprender tal engaño... La d iscrepan cia es
manifiesta en el Alto Orinoco, donde los Salesianos y The New Tribes Missions decapitan culturas,
humillan indígenas , desraízan un mundo e s p ir it u a l profundo y bello , fabrican infamias, reparten
ropa vieja con la s consabidas enfermedades que ésta acarrea.
Los sacerdotes (o, llamémoslos “s a c e r d o t i s a s ” , ya que su comportamiento h ip ó c rita y f e li n o nada
tiene de v i r i l ) hacen de p o l i c í a s , y astutamente impiden la entrada a antropólogos o p e r io d is ta s
que pudieran defender al in d io de la s c r i s t i a n a s atro cid ad es, o simplemente ser t e s t i g o s del
crimen etnocida que cometen en el nombre de Cristo. C ie n tífic o s (antropólogos, e c ó l o g o s , sociólogos)
que in ic ia n trabajos en la región Yanomami, son sistemáticamente difamados por la s “s a c e rd o tis a s ”
y, a menudo, expulsados del t e r r i t o r i o por los o f i c i a l e s del gobierno.
El caso de Bokosiwe, el v i g i l a n t e que lle g ó a proponerme sus mujeres, in c ita d o por los Padres
Ramos y Bladé, es sólo un h i lo de una telaraña minuciosamente te jid a por la Nariz Enorme de Sor
Nora, para precipitarme en un escándalo de sexo y drogas que e l l o s ya se aprestaban a denunciar,
según me informaron lo s propios espías Yanonami.
Los S a le s ia n o s no quieren t e s t i g o s del etn oc id io que cometen, sólo buscan cómplices; y aquél
que ose considerar al indígena ccmo un ser humano, será puesto en descrédito ante las autoridades.

ADVERTENCIA AL LECTOR:
Donde dice Padre, debe decir Marica. Así como la traición es un defecto masculino, la hipocresía y la felinidad son defectos femeninos. Pero los Padres Salesianos no son
traidores, son felinos.

12 de marzo, 1977
Entonces, mi admiración por la sabiduría indígena es motivada por una ansiosa búsqueda de valores
humanos primogenios. Un anhelo de quebrantamiento de lo s valores occidentales y propios; un deseo
de cala r hasta el hueso, de apartar nervio de a r te ria .
Quiero la soledad y ésta me h orro riza. ¿Qué s i g n i f i c a el aislam ien to ? Ha lle g ad o el tiempo de
una d i f í c i l transformación, a fuerza del apartamiento del alcohol y de todo aquello que en nuestra
c i v i l i z a c i ó n deforma la realidad. El comportamiento es la e xteriorización de un ser que construyó
para funcionar una in fr a e s tr u c tu r a , de la cual pasó a ser dependiente. Luego, esta infraestructura
(objetos, condicionamiento s o c ia l, cultura) pasa a determinar ese comportamiento que supuestamente
debía sostener; los factores alteran su producto. Al alejarse uno de esa ín fr a e s t r u c t u r a , nuestro
comportamiento se p r e c ip it a en una ansiosa búsqueda de identidad. El primer ape tito es el del
d iá lo go con in t e r lo c u t o r e s que regeneraban dicho comportamiento; y, en general, se m anifie sta
en una voracidad por todo aquello que alimentaba la concepción que tenemos de nuestro propio
ser. No es la percepción de otros ámbitos, otras personas, ni la de los vínculos o apertura hacia
a q u e llo s , lo que extrañamos, s in o lo s r e f l e j o s -aunque deformes- de la propia id e n tid ad . El
s i g n i f i c a d o fundamental de la soledad es, pues, la ausencia de espejos.
Los Yanomami buscan mi amistad, primeramente porque yo les doy acceso a un sinnúmero de herramientas
de acero, comestibles y medicinas; y muy en segundo lugar, porque les hago ver y escuchar documentos
de su propia cultura. Tengo, por ejemplo, varios lib r o s ilu s t ra d o s sobre indígenas. Aquellos acerca
de lo s Yanomami, lo s pueden gozar interminablemente; así mismo la s transp aren cias, y la s c in ta s
grabadas de otros chamanes. Los l i b r o s que se refieren a otros indígenas le s aburren algo. Los
v i d e o - t a p e s de otras sociedades no les despiertan mayor interés, a no ser por lo s objetos deseables
que en e l l a s aparecen; g u ita r ra , lancha a motor, escopeta.
La cinta de vídeo no-Yanomami de más é xito es la de lo s Guahibos. Estos indígenas y su ambiente
natural, siendo vecinos geo grá fico s, les permiten, en c ie rta medida, una a u t o - id e n t ific a c ió n . Es,
pues, evidente que lo que buscan en los medios de comunicación masiva es un catálo go de bienes de
consumo y un r e fle jo de sí mismos.
Yo s a l í de nuestra c u ltu ra, sobrealimentado de sombras propias; pero una vez que la memoria de
éstas se agotó, la s defensas están bajas, el ser mío d é b il, y anhelo la presencia de M a r ily s o,
en su ausencia, la de alg o o a lg u ie n que me asegure que to d avía hay ciudades, b a r r i o s donde
potenciales i n t e r i ocutores míos se empeñan en proporcionar una s í n t e s i s simbólica de la experiencia
e s té t ic a . Tanto lo s Yanomami como yo crecemos en una dependencia de la radio, en la medida en que
ésta m itiga la soledad al presentar ecos de mí mismo y una p r o li f e r a c ió n de bienes de consumo.
Es, pues, ahora la larga espera de cualquier diminuto r e fle jo , ya que terminadas la s p i l a s y los
r o l l o s f o t o g r á f i c o s , no puedo hacer vídeo, ni c i n t a s de sonido, ni f o t o g r a f í a s , t r a b a jo s que
ciertamente me j u s t i f i c a r í a n . El trabajo en la c ultu ra nuestra, en la misma medida que es una
j u s t i f i c a c i ó n , es también una necesidad de i n t e rlo c u c ió n , que también m itiga cua lqu ier p o s ib le
culpabilidad. Y esa c ulpabilidad es congènita de los occidentales y no del ser humano. Los Yanomami
no sienten ningún resquemor a la f l o j e r a , sólo el hambre lo s mueve. Lo verdaderamente humano no
es, pues, lo que hacemos para j u s t i f i c a r n o s , sino para s a t i s f a c e r una necesidad tan .directa (como
el hambre. ¿Cuáles son nuestros verdaderos hambres y no los adquiridos? ¿Es la búsqueda de sí mismo
demasiado e go ísta?

sábado 12 de marzo, 1977


Hoy regresó Mashitowe. Su padre vino j u b i la n t e a anunciármelo cuando yo ya bajaba el barranco
atraído por el ruido de la canoa a motor del s e r v ic io de M a l a r i o l o g í a . Yo ya había escuchado hacía
rato el zumbido del motor , lo que me había dado tiempo de esconder l i b r o s , ponerme ropa de
occidental, etc., ya que un l i b r o o la f a l t a de camisa pueden, en el T e r r it o r io Federal Amazonas,
levantar la s más in u sitad as sospechas entre los misioneros, y desatar un ro sario de acusaciones e
i nterrogatori o s .
Este Yanomami recién regresaba de Caracas y trajo maleta nueva, radio, r i f l e de pistones, pantalones
de N e w y o r i c a n y camiseta de Harlem. Al s u b ir del río encontró a su padre que daba brin q u ito s de
j ú b i l o . El angosto sendero lo s o b lig ó a una aproximación f i s i c a ; s in embargo, apenas cruzaron
miradas y una vaga s o n ris a . Se d i r i g i ó al s h a b o n o aún en s i l e n c i o , ocupó una hamaca cerca de la
de su madre y permaneció impermeable. Su hermana sollozaba con un niño pequeño, verdoso y jadeante,
entre lo s brazos. Los chamanes con mocos colgantes, fuertemente “enyopados” , gesticulaban con los
brazos extendidos. La madre del infante moribundo solloza, y aunque fatigada, la a s is te para sostener
al enfermo. Los chamanes la rodean y se alternan en el canto, con excepción del lí d e r r e l i g i o s o ,
que d e sc rib ió a s o la s un c í r c u lo completo al s h a b o n o , exorcizando cada rincón, cambiando de lugar
cada objeto. Al completar la vuelta, cerca de la hamaca del enfermo y bajo unas cáscaras de plátano,
encontró una presencia i n v i s i b l e que, mediante gestos te a tr a le s (mimo m a g is t r a l) , nos hizo real a
lo s espectadores. Primero, sujetó este e s p í r i t u a la t i e r r a , clavándolo con una ramita quebrada.
Una vez que nos hubo explicado su naturaleza dañina, lo hizo abandonar el s h a b o n o , haciéndolo
obedecer a esa ramita desde c ie rta d is ta n c ia .
El tip o de espectáculo que lo s chamanes Yanomami ofrecen es s i m i la r al P e r f o r m a n c e A r t de calidad
que se practica en c ie r ta s c a p ita le s del mundo occidental. El chamanismo Yanomami trae a la mente
el teatro d e fin id o por Artaud. El quehacer chamánico Yanomami obviamente opera o intenta operar
en un nivel parap sic oló gic o , al que Josef Beuys o Yvonne Rainier aspiran. Pero sus conexiones con
la danza de vanguardia en New York, en la s im p lic id a d de elementos, en el ritmo r e p e t i t i v o y
bruscamente quebrantado, son por lo menos formalmente parecidos.
Hoy Bokotawe (el líd e r r e lig io s o ) desplegó un acto de magia, con una admirable economía de objetos,
que nos hizo p e r c ib ir la presencia de un sinnúmero de e s p í r i t u s o de cuerpos v i r t u a le s , frente a
lo s cuales d e s a rr o lló actividades de repulsión, expulsión y exterminio, en lo s cuales envolvió a
lo s demás chamanes de esta comunidad, para d e s c r i b i r con e l l o s una segunda vuelta de exorcismo
del s h a b o n o , ésta, de teatro c o le c t iv o y más m agistral aún que la primera. A todo ésto, en el
s h a b o n o , teatro de muchos n iv e les, acontecían otras realidades. Después de un breve descanso, el
Yanomami que recién había regresado, procedió a qu itarse su ropa e s t i l o Harlem, para columpiarse
en su hamaca luciendo su ropa i n t e r io r : camiseta naranja y c a lz o n c illo s color am arillo. Más tarde
comenzó a comunicarse con su hermano menor, que aún vive apegado a lo s brazos de su madre - lo s
que terminó por abandonar por los cariños del recién llegado.
El enfermito empeoró y llegaron refuerzos de Karohi: la abuela del niño y otro chamán que también
in t e n tó su c urac ión . Una b e lla joven tr a ta b a de inducirme a r e g a l a r l e s a r d i n a s y m a ñ o c o .

Hoy debe ser domingo. 'Tengo gripe y una fiebre a lt í s im a . Se acabaron la s a s p ir in a s hace va ria s
noches. Aunque la temporada seca ya vislumbra su f i n con l l u v i a s cada tres o cuatro días, el río
sigue bajo y nadie remonta hasta tan a r rib a . No puedo dormir ni levantarme. ¿Tendré m alaria?
¿Cuántos días pasarán antes del próximo bote? ¿Cuándo volverá Marilys? ¿Es que estoy definitivamente
sólo? ¿Soy abandonado?
Anoche soñé que moría. Pero fue el niño enfermo quien murió. Parece ser un viru s muy fuerte, ya
que no parecía d e b i li t a r s e cuando aún nos quedaban a s p ir in a s . Algunos Yanomami me culpan a mí de
esta ola de r e s fr ío s por haber quemado mi basura. El humo es peligroso. El niño era hijo de Hebewe.’
Makokoiwe me despertó al amanecer. El Orinoco se d e s t e j ía en vahos. Cazó una lapa (roedor de
unas cuarenta l i b r a s de peso) preñada. El feto ya estaba por nacer, su madre alimentará a lo s
amigos y parientes de Makokoiwe, inc lu so a mí; pero aunque la e xisten cia del feto en el vientre
del animal cazado es signo de buen augurio, Makokoiwe no probará de su carne so pena de convertirse
en un mal cazador - prohibición r i t u a l . El cazador o rg u llo s o me hizo levantarme antes del sol y
descender al río, pero él no tocó el animal. Makokoiwe tenía f r ío ; hicimos fuego y café. Le encargó
a un niño de diez o doce años cortar y limpiar el animal muerto. Este niño lo limpió meticulosamente,
pero no habría de probar esa carne tampoco: no sólo el cazador debe obedecer a una proh ibició n
r i t u a l, sino también el carnicero. De esta manera lo s Yanomami comparten y distribuyen los bienes.
El joven carnicero primero sumergió a la lapa recién muerta. Luego la subió cerca del fuego, y
con agua h irvie n te la a fe it ó por completo. Luego regresó al río donde abrió el vientre, extrajo
el feto ya bien formado, introdujo hojas en el ano y h a lló la s entrañas lle n a s de excrementos.
Subió la lapa cerca del fuego. La mitad p o s te rio r de la lapa fue troceada y hervida. La parte
delantera fue dejada cruda para más tarde ser ahumada y luego z a n c o c h a d a .

El sh a b o n o abandonado
El e d i f i c i o c i r c u l a r fue comido por la hiedra y devorado por la niebla . La pudrición deshizo la
estructura. El paravientos redondo, perforado por la l l u v i a , d estejido y tumbado por vendaval y
tormenta. Pájaros de cola fosforescente lo cruzan en su vuelo, y la plaza central que antes vio
b a ile s c ir c u la r e s o d e s f i l e s emplumados de armamentos es hoy poblado de arbustos, escondrijo de
la g a r t o s , c la r o en la selva que ya c i c a t r i z a . La f o r e s t a avanza y corrompe lo construido por
manos de in d io , que en su s a b id u r ía buscaban una morada f r á g i l para que el orden de la selva
permaneciera intacto.

“Tayeri" (fragmento de los diarios del artista), 1977. Inédito


Se ha optado por mantener algunos términos curiosos empleados por Downey en este texto, aún cuando no sean gramaticalmente correctos, remarcándolos en cursiva. Son fácilmente comprensibles
por su contexto, en unos casos, o por su origen anglosajón en otros; sumados a las palabras extraídas del léxico Yanomami, reflejan la frescura del estilo narrativo del autor.

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