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Universidad de La Frontera, carrera de Psicología: Procesos cognitivos.

Manes, F. F., & Niro, M. (2014). Usar el cerebro. Planeta Argentina. Páginas 30-33

El fenómeno de la percepción
El cerebro destina aproximadamente el 25% de su actividad y más de treinta áreas
distintas para la percepción visual. El cerebro visual no retrata la realidad como una
máquina de fotos, sino que les otorga un significado a las imágenes (tanto en forma
consciente como no consciente). El ojo captura información incompleta del mundo
externo a partir de una imagen que no es 100% fidedigna: retiene lo más importante y
descarta los detalles más triviales. El cerebro es, en realidad, el órgano que le da sentido a
esta información.
El proceso de percepción, no solo para la visión sino para todos los sentidos, se lleva a
cabo de manera organizada y jerárquica: cada sistema pasa por distintas
estaciones en el cerebro de donde se extraen diversos patrones de información
imprescindibles para poder percibir el mundo que nos rodea y, a medida que esta pasa de
una estación a la siguiente, se complejiza.
Todo comienza en el nivel de los receptores sensoriales. La retina se encuentra en la parte
posterior del ojo y contiene células especializadas denominadas “fotorreceptores” que
perciben variaciones en la luz y convierten la energía óptica en energía eléctrica. La
información converge finalmente en el nervio óptico, que es el encargado de enviarla, a
través de varias áreas cerebrales, hacia la llamada “corteza visual primaria”, en el lóbulo
occipital. En esta parte del cerebro se complejiza más la información: el procesamiento
secuencial por distintas porciones de la corteza visual extraerá́ datos sobre el movimiento,
sobre tonos del color, el brillo, sobre la existencia de ángulos bruscos o redondeados, etc.
Por ejemplo, algunas células responden a líneas en direcciones determinadas: las que
responden a las líneas verticales no se activan frente a líneas en otras direcciones. Existen
circuitos que nos dan información del dónde (permiten así ubicar objetos en el espacio) y
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otros sobre el qué (aportan datos sobre la forma y características de los objetos para poder
identificados).
La percepción de rostros, como veremos en el próximo apartado, es un caso particular, ya
que existen estructuras cerebrales especificas dedicadas a este proceso más allá de las áreas
destinadas a la percepción visual en general. Toda esta especialización permite que
obtengamos detalles muy complejos del contexto.
La corteza visual también puede activarse en ausencia de visión. Si uno cierra los ojos y
piensa en una imagen, esta responde en forma similar a cuando uno efectivamente la está
percibiendo. Asimismo, diversos estudios han demostrado que la corteza visual se activa
cuando los ciegos leen con el sistema braille. Durante una alucinación (percepción de un
estímulo que en realidad no existe), las áreas cerebrales funcionan como si hubiera un
estímulo, y esto es lo que hace que parezcan tan reales y vividas. Las ilusiones ópticas, es
decir, la distorsión de nuestra percepción, muchas veces resultan de inferencias que hace
nuestro cerebro para rellenar espacios de información que no logró extraer del mundo
exterior.
Existen períodos críticos, principalmente hasta los 3 o 4 años, en los que se produce la
mayor organización de las redes neuronales visuales. Antiguamente se creía que si uno no
tenía estimulación visual antes de este período crítico, ya no podía recuperarse la
capacidad visual. Hoy sabemos que la plasticidad cerebral permite compensar algunos
déficits iniciales.
La actividad cerebral que crea una percepción del mundo visual al traducir patrones de
luz y colores en objetos y eventos es, quizá́, uno de los actos creativos más sofisticados.
Por eso, más que del cristal, todo parece depender del cerebro que interpreta lo que se
mira.
¿Quién eres?
Cuando se está en el hall del aeropuerto y quien espera reconoce al que llega, lo ve
caminar con sus valijas, lo saluda, se abrazan y se emocionan por el reencuentro; o cuando
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dos personas se cruzan azarosamente por la calle después de mucho tiempo y se paran
unos instantes para hablar de lo transcurrido; o cuando una maestra llama la
atención de un determinado alumno que está distraído sin hacer las tareas que le fueron
encomendadas, lo que se ha producido es un fenómeno muy complejo y fascinante dentro
del cerebro de todos estos protagonistas. Los rasgos faciales constituyen, a simple vista, lo
más distintivo de una persona y quizás por eso conforman el objeto visual más difícil de
reconocer.
Nuestro cerebro cuenta con una red cerebral especializada en el reconocimiento facial
que permite detectar un rostro determinado en menos de 100 milisegundos (¡menos que
un parpadeo!). Esta red, centrada en el área fusiforme del lóbulo temporal, se activa ante
la presencia de un rostro y estaría implicada en la codificación estructural de la
información facial (resulta curioso que esta activación se da también a partir de una
amplia variedad de estímulos faciales tales como caras de dibujos animados o de gatos).
Bebés de 1 a 3 días ya poseen una habilidad muy eficaz para reconocer una cara y
discriminarla de otra. Incluso estos bebés pueden determinar entre dos caras si se les
recorta la parte del pelo y solo se les muestra la parte interna (aunque, otro dato curioso,
les es imposible discriminar caras cuando están invertidas como sí podemos hacer los
adultos). Resulta probable, entonces, que dispongamos de un circuito o sistema neuronal
de reconocimiento de caras parcialmente preestablecido al nacer que espera de la
experiencia y del entorno para ser refinado. Esto da cuenta de que, aunque el cerebro
trabaja en red, tiene regiones dedicadas a reconocer caras, cuerpos y lugares. Todavía no
sabemos por qué contamos con regiones especializadas para algunas funciones cerebrales
y no para otras. Por ejemplo, una vez que aprendemos a leer, existe un área específica que
responde selectivamente a letras y palabras. Solo leemos desde hace unos pocos miles de
años, por lo que no se piensa que esta área sea producto de la evolución natural. Algunos
investigadores sugieren que, basados en nuestra experiencia, los humanos modulamos
estas regiones que se involucran luego en otros procesos, por ejemplo, la ortografía del
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lenguaje escrito. Asimismo, pareciera que estas regiones son extremadamente plásticas y
pueden desarrollarse en la vida adulta (es el caso de las personas que recién aprenden a
leer en edades avanzadas y pueden llevar adelante esta práctica exitosamente). Un
investigador estudió a través de neuroimágenes a chinos analfabetos y no encontró
activación de dichas áreas. Estas personas fueron alfabetizadas algunos tenían 40 años y,
luego del aprendizaje, las neuroimágenes mostraron que estas regiones se desarrollaron
de manera similar a las de las personas que aprendieron a leer de niños.
A menudo solo somos conscientes de la complejidad de nuestras habilidades cuando algo
va mal. Chuck Close es un pintor y fotógrafo estadounidense que alcanzó la fama a través
de sus retratos de gran escala. Su trabajo es aún más notable al tener en cuenta que sufre
prosopagnosia. Se denomina “prosopagnosia” a un déficit en la habilidad para reconocer
caras no atribuibles a deterioro en el funcionamiento intelectual. Las personas con este
síndrome suelen reconocer a los demás por la voz u otros rasgos. Chuck Close es
probablemente el único artista en la historia del arte occidental que pinta retratos sin ser
capaz de reconocer rostros individuales. ¿Cómo lo hace? Pinta los retratos a partir de
fotografías originales, transfiriendo las fotos cuadro a cuadro, como si se tratara de pixeles,
y le va agregando detalles de tal forma que la pieza final resulta extraordinariamente real.
Quizás también esto resulte una curiosidad, pero no si aún goza de buena salud esa frase
que se le atribuye a Albert Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor,
la electricidad y la energía atómica: la voluntad”.

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