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A partir de la década de los veinte, la preocupación pública por la situación de los niños estuvo

marcada por la cuestión social. Así, las políticas de bienestar de la época planteaban que la
modernización del país dependía directamente del mejoramiento de las condiciones de vida de los
seres más vulnerables y desprotegidos de la sociedad

Para esto, se desarrollaron una serie de proyectos que incorporaron a la figura del infante, no sólo
en los discursos y plataformas programáticas, como lo fue la polémica Ciudad del Niño, sino que
también como figura representativa del futuro de la nación.

La vulnerabilidad que afectaba a los niños era tanto sanitaria, como moral y el alma de los
menores era amenazada por la delincuencia infantil, las precarias condiciones de trabajo, el
abandono de los padres y el uso "inapropiado" del tiempo libre

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