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IMPORTANCIA DEL LENGUAJE

La importancia del lenguaje en los seres humano es vital, no solo nos distingue del resto de los seres vivos
debido a la capacidad que tenemos de comunicarnos sino que también somos capaces de hacerlo de
manera sistemática y entendible. Es sumamente complejo, cuenta con símbolos tanto fonéticos, como
escritos que permiten no solo comunicar y expresar ideas, pensamientos y sentimientos sino que es
posible hacerlo en diferentes situaciones ya sea entre 2 personas o más.

Siendo un poco más específico, el lenguaje intenta crear un sistema de cooperación entre quienes se
expresan. La evolución produce progresivamente formas avanzadas de lenguaje, como el lenguaje
humano, con características denotativas, teóricas. Con función de representación y expresión de juicios,
ponencias, creencias, esperanzas, intenciones.

El lenguaje transfiere información y se describe a la realidad para reorganizarla de manera propia.

Un lenguaje denotativo crea un puente entre elementos lingüísticos y objetos reales, asienta a tipos de
formas regulares independientes, representa el mundo, describe y explica lo que es. Los individuos
cognitivos prestan atención al mundo y generan distinciones al describirse, detallando qué puede
distinguirse como algo solo.

Como instrumento cognitivo, la manipulación lingüística sustituye a la manipulación de la realidad y


permite representar, transmitir y acumular conocimiento acerca del mismo. El lenguaje consiente el
desarrollo y el crecimiento de cultura, ciencia y tecnología.

Evitar los vicios del lenguaje, permite que los estudiantes sean capaces de analizar los errores comunes
de escritura y los errores de la lengua para corregir de una manera precisa, utilizando la semántica para
maximizar su capacidad de expresión oral y escrita.

¿CUÁL ES EL COLMO DE UN ESCRITOR?

Por: Esther Magar,


Escritora de realismo mágico y correctora profesional.

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¿Cuál es el colmo de un escritor?


Parece un chiste, pero te lo pregunto en serio.
¿Necesitas una pista? A ver…
Es algo en lo que suelen caer los escritores noveles, pero sobre todo los escritores malos o simplemente
vagos.
¿Ya lo sabes?
Te daré otra pista, esta vez con un refrán: si en casa del herrero, cuchillo de palo, en casa del escritor…

Pobreza de vocabulario.
Sí, el colmo de un escritor es tener un vocabulario pobre.
Cuando tu herramienta de trabajo son las palabras, la gente espera que emplees la palabra perfecta en
cada momento, es decir, la palabra más precisa. Porque ese es el quid de la comunicación efectiva.

Es fácil caer en la pobreza de vocabulario cuando escribes sin pensar. Tu cerebro se pone en modo piloto
automático y echa mano de las mismas palabras todo el rato. Al uso reiterado de las mismas palabras para
expresar ideas diferentes se le denomina pobreza léxica o monotonía y puede darse en sustantivos,
verbos, adjetivos y adverbios. ¿El resultado? Una prosa monótona… y un lector aburrido.

A veces te das cuenta de que tus palabras no son tan expresivas como quisieras. Entonces es probable
que caigas en un segundo error de estilo: recargar el texto con más adjetivos, adverbios y verbos para
hacerte entender. Pero, lejos de conectar con el lector, consigues el efecto contrario: ahora está a punto
de abandonar lo que has escrito porque, además de monótono, es largo.

¿Cómo solucionar la pobreza de vocabulario?


Si no eres consciente de tu pobreza léxica porque te faltan recursos lingüísticos, deberías replantearte eso
de dedicarte a la escritura y optar por leer, leer mucho, hasta enriquecer tu vocabulario.

Pero si ya eres un escritor con un vocabulario rico, puedes remediar la pobreza léxica de tus textos durante
la fase de corrección. Y para eso es necesario que detectes tus vicios del lenguaje.
Veamos unos cuantos ejemplos de pobreza de vocabulario.

Palabras comodín
Si digo «palabra comodín», ¿cuál es la primera que te viene a la cabeza?
«Cosa», seguramente. ¡Sirve para todo!
Tengo que contarte una cosa.
La cosa va de mal en peor.

Sin embargo, recurrir a ella hace que el mensaje resulte impreciso y muchas veces el lector necesitará del
contexto para comprenderlo. Lo recomendable es sustituir la palabra comodín por otra más concreta para
evitar malentendidos.
Tengo que contarte un secreto.
Mi situación laboral va de mal en peor.

También hay palabras comodín no tan evidentes, por ejemplo «tema».


El tema de la delincuencia preocupa al barrio.
Que podría sustituirse por:
El problema de la delincuencia preocupa al barrio.
¿Te parece más concreto? Un poco, quizá. Pero la verdad es que «problema» también suena a palabra
comodín la mayoría de veces.
¿Qué tal así?:
El aumento de la delincuencia preocupa al barrio.
Ahora sí, ¿no crees? Ya ha quedado claro cuál era el tema problemático de la delincuencia.

Muletillas
Las muletillas son también un tipo de palabra comodín. Cuando hablamos, las decimos con frecuencia sin
darnos cuenta. Recuerdo a una profesora de Historia que decía «¿ehhhh?» todo el rato. Abusaba tanto
de esa muletilla que yo no podía escuchar más que ese «¿ehhhh?» durante toda la clase. Y sí, lo reconozco:
¡hasta los iba contando! Su récord fueron sesenta y ocho «¿ehhhh?» en una hora. Era insoportable. E igual
de insoportable es leerlos decenas de veces a lo largo de una novela, por eso conviene eliminar las
muletillas de la narración.

A ver cuántas muletillas detectas en este párrafo:


A mí me dio mala impresión desde que lo conocí, y eso que yo no soy muy intuitiva que digamos. Era como
muy simpático, del tipo de chicos que gustan a todas. Pero, de algún modo, yo me di cuenta de que era
todo fachada, como si estuviera interpretando al hombre perfecto. Es el típico farsante, te lo digo yo.

Ahora reescribamos ese párrafo eliminando muletillas, a ver cuántas palabras nos ahorramos:
Aunque no soy muy intuitiva, a mí me dio mala impresión desde que lo conocí. Era demasiado simpático,
quería gustar a todas. Pero me di cuenta de que era todo fachada, que estaba interpretando al hombre
perfecto. Es un farsante.

Hemos pasado de sesenta palabras a cuarenta. Ese párrafo se puede escribir de mil maneras, al gusto de
cada escritor, pero lo que queda claro es que las muletillas «y eso que», «como muy», «del tipo de» o «el
típico» no cumplían ningún papel, por lo que eran prescindibles. Como ves, eliminar muletillas es una
buena forma de acortar textos sin perjudicar el contenido.

Pero como todo recurso de la lengua, las palabras comodín y muletillas también tienen su utilidad.
Durante la narración denotan pobreza de vocabulario, pero pueden venirnos bien en los diálogos para
caracterizar al personaje. Por ejemplo, si un hombre siempre usa la muletilla «como aquel que dice»,
demuestra que es inseguro porque nunca asume la autoría de sus palabras. Y si otro repite la palabra
«cosa» o «tema» para hablar de una situación concreta, esa falta de concreción transmite que no quiere
mojarse o que, quizá, le duele hablar de eso.

Verbos débiles
Los verbos débiles se emplean para expresar un amplio abanico de acciones y a menudo olvidamos que
pueden sustituirse por otros más concretos. Veamos unos cuantos ejemplos.

Haber
En ese bufete había cuatro abogados.
En ese bufete trabajaban cuatro abogados.

Tener
Mi abuela tiene una enfermedad degenerativa.
Mi abuela padece una enfermedad degenerativa.
Dejar
¿Me dejas tu cámara?
¿Me prestas tu cámara?

Poner
Los niños se pusieron en fila.
Los niños se colocaron en fila.

Hacer
Se ha hecho una casa en el campo.
Se ha construido una casa en el campo.

Dar
¡Me han dado el préstamo!
¡Me han concedido el préstamo!

Los usamos tan a menudo que hasta los colamos en las perífrasis. Y así, los verbos débiles acaban
convertidos en verbos barro. Por ejemplo:

Tiene miedo de los fantasmas que deambulan por la casa.

En lugar de:
Teme a los fantasmas que deambulan por la casa.

Como he dicho antes, podemos relajarnos un poco en los diálogos, puesto que a veces prima que suenen
creíbles. En esos casos, el verbo más preciso es el que mejor se adapte a la personalidad del personaje.
No escribirás el mismo verbo si tu personaje es un analfabeto que si es un pedante, por ejemplo.

Adjetivos inexpresivos
Otro error de estilo relacionado con la pobreza de vocabulario es el uso de adjetivos inexpresivos. El
adjetivo es esa palabra que acompaña al sustantivo para aumentar la información respecto a este. Pero
si escogemos un adjetivo inexpresivo, este pierde toda su razón de ser y, por tanto, es mejor prescindir
de él.

¿Y cuáles son los adjetivos inexpresivos?


Pues aquellos que has leído y escrito mil veces y que precisamente por eso ya no aportan nada nuevo. Por
ejemplo, si te digo que Israel es el niño más guapo y bueno de todo el colegio y que vayas a buscarlo,
¿crees que lo encontrarás? Apuesto a que no. «Guapo» y «bueno» son algunos de los adjetivos más
manidos y, además, son tan inconcretos que para cada lector sugieren una imagen diferente. Quizá estés
pensando que eso es lo que quieres: ¡que vuele la imaginación del lector! Ajá, perfecto. Pues entonces
ahórrate los adjetivos, porque eso también hará que le pongan la cara que quieran al pequeño Israel.

Como ya comentó Vicente Marco en la entrevista sobre escritura y premios literarios, un error habitual
de los escritores noveles es caer en abstracciones. Sin embargo, lo que realmente cautiva a los lectores es
la concreción. Si optas por adjetivos concretos, esos que se perciben mediante vista, oído, olfato, tacto o
gusto, tu prosa será más evocadora. Así sí que volará la imaginación de tus lectores, ¡y les harás sentir!
Otro error frecuente es creer que hay que incluir adjetivos a toda costa. Pero no: una descripción
sugerente se logra con los sustantivos y verbos adecuados. Los adjetivos han de ser útiles, no un mero
adorno.

Adverbios redundantes y acabados en -mente


Si los adjetivos modifican a los sustantivos, los adverbios hacen lo propio con los verbos, los adjetivos o
con otros adverbios.

Seguro que has oído mil veces que debes evitar los adverbios terminados en -mente. Se considera que
son un recurso fácil, propio de escritores inexpertos, y además provoca rimas internas. Así que sí, no
abuses de ellos para que el ritmo fluya.

Los adverbios tampoco son indispensables para una descripción buena. Por eso, es recomendable que
solo dejes aquellos que aportan matices al conjunto.

Su mirada vagó lentamente por las cenizas.


Por ejemplo, en la frase anterior, la elección de verbo ha sido adecuada y el adverbio solo redunda en la
idea. Si lo borramos, ni se nota:

Su mirada vagó por las cenizas.

Estos han sido algunos ejemplos de pobreza de vocabulario. Es normal caer en estos vicios de la lengua,
pero tu reto como escritor es detectarlos y eliminarlos de tus textos. ¡Nunca podemos bajar la guardia!

¿En cuál de estos ejemplos de pobreza de vocabulario caes más a menudo?


Fuente: https://relatosmagar.com/pobreza-de-vocabulario/

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