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El estilo es aquello propio de un autor que lo hace reconocible frente a los otros.
Textualmente, son las palabras que utiliza, la manera en que compone sus oraciones
y párrafos, cómo estructura la historia en general. También es la actitud, los temas,
las preferencias y recurrencias de un autor. En suma, es el conjunto de idiosincrasias
de un autor y cómo las expresa en el texto.
Pero esto no quiere decir que el estilo propio no se pueda pulir ni desarrollar. Todas
las herramientas que adquieras en esta pequeña guía te pueden servir para explorar
tu estilo, encontrar sus puntos fuertes y sus puntos flacos y pulirlo.
Volviendo a la metáfora de la voz, si la voz con la que hablas o cantas es algo con lo
que naces y no la puedes cambiar, sí que puedes modular y ampliar tu rango vocal,
llegando a tonos más agudos y más graves según lo requiera la melodía. De igual
manera puedes aprender a escribir mejor y utilizar diferentes técnicas para poder
adaptar tu voz natural como escritor a la tarea que tienes entre manos, sin pretender
impostarla ni imitar otras voces.
En este ejercicio quiero que busques la Belleza. Sin exigencias de guion, sin
estructura narrativa a la que ceñirte ni restricciones métricas, escribe buscando
únicamente el placer sensorial, sobre todo el de los significantes, las palabras
literales que utilizas. Emplea las palabras por las palabras, no por el significado
adherido a ellas; déjate llevar por su música, juega.
Para trabajar el aspecto estético de tu obra prueba con diferentes figuras literarias.
Ya conoces y utilizas muchas de ellas sin darte cuenta: aliteración (reiteración de
sonidos semejantes), onomatopeya (imitación de un sonido natural), anáfora
(reiteración de una o más palabras), hipérbaton (inversión del orden habitual de las
palabras), etc.
Nuestro cerebro lee las palabras abstractas y no forma una imagen mental con
ellas. La ficción de nuestro siglo es una experiencia altamente sensorial que
requiere que el lector emplee todo el poder de su imaginación: si le hablas en
términos que pueda ver y sentir, su experiencia será infinitamente más gratificante
y tu novela dejará una huella en su recuerdo. Si lo logras mediante asociaciones
inusuales y verosímiles, tanto más se sorprenderá y deleitará.
Prueba a describir el amor utilizando una piedra. Sitúanos en un
ambiente maligno sin usar la vista ni el oído. Crea una metáfora que
hable de la justicia sin nombrarla (y no valen las balanzas ni las
espadas celestiales). ¿Cuál es el tema de tu novela? Busca
diferentes maneras de transmitirlo al lector sin nombrarlo.
Tu voz espontánea tiene unas preferencias, como es natural, pero deberías ser capaz
de ir más allá, saber qué preferencias y límites tienes e ir expandiéndolos poco a
poco. Acostumbrado a escribir un determinado género y unos temas propios,
tendrás unas preferencias en cuanto a ritmo, tono, registro, etc. Saber variarlos
te ayudará a sacarles el máximo provecho.
No hay una modalidad mejor que otra, sino que lo óptimo es ser capaz de variar:
alternar frases largas y subordinadas con otras más cortas; imprimir un tono
dramático a una escena que te lo pide y relajar la tensión con un tono más ligero
después; utilizar un registro en función del contexto y del personaje.
Ahí van cuatro ejercicios para que practiques la variación. Puedes elegir libremente
el tema sobre el que escribir.
Ray Bradbury aconseja a todo escritor leer poesía una vez al día, porque la poesía
es el germen de la metáfora y rompe con los patrones mentales tan fijos con que
navegamos por nuestro día a día. Creo que es un consejo genial, y yo iría aún más
lejos: haz poesía tú también, aunque sea «mala», o copia la poesía buena que leas y
permite que permee en ti esa manera de mirar el mundo, extrañada y a la vez
empática, que es tan propia del poeta y que debería serlo del novelista.
El resultado no es lo importante aquí, sino que logres trastocar las asociaciones y los
significados rígidos para poder ver lo poético en estas palabras. Aunque no te rimen
ni los verbos acabados en –aba, felicítate por el intento, porque te habrá ayudado a
expandir tu conciencia de lo poético y te permitirá encontrar metáforas
absolutamente tuyas.
Si quieres probar este ejercicio de nuevo con otras palabras, puedes utilizar este
generador de palabras aleatorias y tratar de incluir en un mismo poema las diez
palabras que te sugiera.
Cambiar de personaje punto de vista de forma elegante y sin que se pierda el lector
no es tarea fácil, pues requiere que la separación entre la psique de uno y la de otro
sea clara y esté justificada.
Este es un ejercicio para los momentos en que no tienes tanto tiempo o no te ves con
ganas de hilar una palabra tras otra.
Como escritor debes sentir que puedes tomarte la licencia de experimentar con el
lenguaje, aunque tus experimentos no vayan a hacerse públicos. Inventar un
lenguaje, como Tolkien su élfico o George R. R. Martin su dothraki, es solo una de las
maneras en que puedes divertirte. Otra es crear topónimos o nombres de personas,
o jugar a componer palabras utilizando sufijos y prefijos, con lo que se divertía
Quevedo enormemente.
Una palabra inventada colocada en el lugar preciso tiene un gran poder evocador en
la mente del lector que pasea por tu mundo de fantasía o ciencia ficción, pero
también puede generar un gran impacto en cualquier otra obra, sobre todo si se
trata de una palabra que necesitábamos urgentemente y que no teníamos hasta el
momento y se convierte en un neologismo, como el ciberespacio de William Gibson
o el universo paralelo de H. G. Wells
Pero al margen de la utilidad concreta que tus experimentos puedan tener, el mero
acto de jugar con la palabra te ayudará a romper los rígidos patrones mentales
que sustentan tu vocabulario y te dará más flexibilidad al escribir.
Atrévete a jugar con los siguientes ejercicios y, quién sabe, es posible que des con
alguna palabra innovadora y absolutamente necesaria para tu próximo relato:
Para desarrollar un estilo propio y adaptable a las necesidades del texto, necesitas
ser capaz de alternar entre el comedimiento y la exuberancia, pues el efecto que
tienen cada uno en el texto es muy distinto.
Insisto mucho en que cuando escribas trates de relajarte y dejarte llevar por la Musa,
pero la contrapartida es que la Musa cuando está cómoda se pone a hablar y no hay
quien la pare. Esto es así porque cuando escribes estás primero contándote la
historia a ti mismo y descubriéndola a medida que vas sacando las palabras,
llegando a la esencia mediante grandes rodeos. Por eso la edición es un proceso de
desbrozo y de poda fina.
Se trata de ser juicioso también, y es por eso bastante difícil discernir lo que sobra
de lo que añade algo de valor. Y puede que tu narrativa no admita condensación, que
su valor sea la prolijidad: a ver quién es el guapo que le aconseja a Proust reducir
sus siete tomos de En busca del tiempo perdido a tres.
Recuerda que la regla es reducir a lo esencial, y debes conocer bien la regla antes
de pretender romperla.
A un primer borrador habitualmente le sobra un 30% de las palabras. Si, lo que oyes,
un 30% (o más). Esto no significa que debas recortar una palabra de cada tres, sino
que cuando revises tu novela tendrás que eliminar escenas enteras, según si sirven
algún propósito en la trama o no.
Utiliza uno de los textos que has trabajado en esta guía y redúcelo
a la mitad. Elimina sin contemplaciones, como el que va quitando
hojas a una alcachofa hasta llegar al centro. Si te dejas algo que no
sea esencial tus lectores lo notarán, igual que si te dejas algunas
hojas antes de llegar a la parte tierna de esa alcachofa.
Si esto te da demasiado apuro, puedes hacer este ejercicio en tándem con otra
persona. Entrégale uno de tus textos y pídele que lo reduzca a la mitad, y haz tú lo
propio con el suyo. (Este ejercicio funciona mejor si le guardas un rencor secreto a
tu compañero de tribulaciones).
¡Hola!
Un abrazo,
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