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8 ejercicios para desarrollar tu estilo

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El estilo es aquello propio de un autor que lo hace reconocible frente a los otros.
Textualmente, son las palabras que utiliza, la manera en que compone sus oraciones
y párrafos, cómo estructura la historia en general. También es la actitud, los temas,
las preferencias y recurrencias de un autor. En suma, es el conjunto de idiosincrasias
de un autor y cómo las expresa en el texto.

La palabra «estilo» se intercambia habitualmente con la de «voz» porque, igual que


la voz cuando hablamos, el estilo se desarrolla sobre la página de forma
inconsciente; es la manera espontánea en la que escribes tu historia.

Pero esto no quiere decir que el estilo propio no se pueda pulir ni desarrollar. Todas
las herramientas que adquieras en esta pequeña guía te pueden servir para explorar
tu estilo, encontrar sus puntos fuertes y sus puntos flacos y pulirlo.

Volviendo a la metáfora de la voz, si la voz con la que hablas o cantas es algo con lo
que naces y no la puedes cambiar, sí que puedes modular y ampliar tu rango vocal,
llegando a tonos más agudos y más graves según lo requiera la melodía. De igual
manera puedes aprender a escribir mejor y utilizar diferentes técnicas para poder
adaptar tu voz natural como escritor a la tarea que tienes entre manos, sin pretender
impostarla ni imitar otras voces.

C. S. Lewis decía: «Escribe lo mejor que puedas y la voz vendrá de forma


natural». He escogido estos ejercicios para que sean un reto y para que te esfuerces
en sacar lo mejor de ti mismo. Si te atreves a escribir como tú mismo, la voz
propia vendrá a ti fácilmente.
Si eres escritor es porque la palabra te ofrece un deleite especial, diferente al que te
brindan otros medios. No solo escribes ideas e historias, sino que creas belleza
con las palabras. Las palabras son el medio mediante el cual comunicas tu mensaje,
pero son también un fin en sí mismas, pues cualifican ese mensaje de mil maneras
distintas.

En este ejercicio quiero que busques la Belleza. Sin exigencias de guion, sin
estructura narrativa a la que ceñirte ni restricciones métricas, escribe buscando
únicamente el placer sensorial, sobre todo el de los significantes, las palabras
literales que utilizas. Emplea las palabras por las palabras, no por el significado
adherido a ellas; déjate llevar por su música, juega.

Debes empezar a familiarizarte con los sonidos de tu escritura, escucharla en tu


mente y detectar los ritmos subyacentes. Si haces esto dirán de tu prosa (o de tu
poesía, si es este tu medio) que fluye grácilmente, tiene ritmo, está viva, que
acompaña dignamente las ideas que transmite.

Para trabajar el aspecto estético de tu obra prueba con diferentes figuras literarias.
Ya conoces y utilizas muchas de ellas sin darte cuenta: aliteración (reiteración de
sonidos semejantes), onomatopeya (imitación de un sonido natural), anáfora
(reiteración de una o más palabras), hipérbaton (inversión del orden habitual de las
palabras), etc.

Escribe un párrafo o más con el único objetivo de disfrutar del


sonido creado por las palabras. Después, léelo en voz alta y trata
de captar cómo interactúan unas palabras con otras. Puedes tratar
cualquier tema o idea, pero si necesitas un empujón prueba a
escribir sobre una estación del año, un sentimiento fuerte como la
rabia o tus últimas vacaciones.
Los nombres abstractos como el amor, la justicia o la maldad son atajos muy útiles
a la comprensión inmediata, pues aunque la definición de cada uno de ellos sea
subjetiva y esté mediada por la cultura del interlocutor, hay unos estándares
bastante similares a los que nos podemos atener. Por lo tanto podemos estar
hablando de amor en China y en la Polinesia y evocaremos en el lector una serie de
características análogas a nuestro amor (español y pasional 😉). Esto facilita en
gran manera el discurso filosófico, antropológico o sociológico, pues nos permite
hablar de generalidades aplicables a la especie humana.

Sin embargo, en la narrativa el término abstracto muchas veces diluye el relato


en lugar de darle fuerza. De una obra de ficción el lector espera obtener una
experiencia que nutra a la suya con otros afluentes, por lo que cuando hablas de
amor utilizando esa palabra abstracta, no agregas nada a su comprensión, sino
que te apoyas en la noción que el lector ya traía. Es una manera vaga (en tanto
ambigua y también perezosa) de transmitir la emoción de tu narrativa.

Si lo que quieres es provocar una emoción en el lector y hacer que se deleite, no


recurras al abstracto y trata de transmitir esa misma idea o emoción mediante otras
palabras. Busca que el lector identifique el amor, la justicia, la maldad con
acciones concretas de tus personajes, ambientes que transmitan esas ideas,
metáforas de cosas tangibles, para que obtenga una impresión nueva y visual.

Nuestro cerebro lee las palabras abstractas y no forma una imagen mental con
ellas. La ficción de nuestro siglo es una experiencia altamente sensorial que
requiere que el lector emplee todo el poder de su imaginación: si le hablas en
términos que pueda ver y sentir, su experiencia será infinitamente más gratificante
y tu novela dejará una huella en su recuerdo. Si lo logras mediante asociaciones
inusuales y verosímiles, tanto más se sorprenderá y deleitará.
Prueba a describir el amor utilizando una piedra. Sitúanos en un
ambiente maligno sin usar la vista ni el oído. Crea una metáfora que
hable de la justicia sin nombrarla (y no valen las balanzas ni las
espadas celestiales). ¿Cuál es el tema de tu novela? Busca
diferentes maneras de transmitirlo al lector sin nombrarlo.

Tu voz espontánea tiene unas preferencias, como es natural, pero deberías ser capaz
de ir más allá, saber qué preferencias y límites tienes e ir expandiéndolos poco a
poco. Acostumbrado a escribir un determinado género y unos temas propios,
tendrás unas preferencias en cuanto a ritmo, tono, registro, etc. Saber variarlos
te ayudará a sacarles el máximo provecho.

El ritmo de tu narrativa está determinado por la longitud y el sonido de las palabras,


oraciones y párrafos y por cómo se relacionan entre sí. El tono es la actitud del
narrador frente al texto, la emoción principal que transmite, y el registro es el grado
de formalidad de tu texto: coloquial, estándar, culto, formal, etc.

¿Escribes largas oraciones repletas de conectores y densamente puntuadas, a lo


Dickens, o prefieres oraciones cortas que transmitan urgencia e inmediatez, a lo Paul
Auster? ¿Utilizas un tono jocoso o solemne cuando narras? ¿Sabes cambiar la
tonalidad cuando la historia te lo pide? ¿Eres capaz de variar de registro con la voz
de cada uno de tus personajes?

No hay una modalidad mejor que otra, sino que lo óptimo es ser capaz de variar:
alternar frases largas y subordinadas con otras más cortas; imprimir un tono
dramático a una escena que te lo pide y relajar la tensión con un tono más ligero
después; utilizar un registro en función del contexto y del personaje.
Ahí van cuatro ejercicios para que practiques la variación. Puedes elegir libremente
el tema sobre el que escribir.

1. Escribe una única oración de 200-300 palabras.


2. Escribe un párrafo de 200-300 palabras con oraciones no más largas de ocho
palabras, y sin recurrir a fragmentos; es decir, cada oración debe tener su sujeto y
predicado.
3. Si has utilizado un registro formal o coloquial en los puntos anteriores, escribe
ahora en el registro contrario uno de estos textos.
4. Transforma uno de estos tres textos a un tono dramático, cómico o irónico,
manteniendo sus características formales.

Ray Bradbury aconseja a todo escritor leer poesía una vez al día, porque la poesía
es el germen de la metáfora y rompe con los patrones mentales tan fijos con que
navegamos por nuestro día a día. Creo que es un consejo genial, y yo iría aún más
lejos: haz poesía tú también, aunque sea «mala», o copia la poesía buena que leas y
permite que permee en ti esa manera de mirar el mundo, extrañada y a la vez
empática, que es tan propia del poeta y que debería serlo del novelista.

Una manera de entrenar tu conciencia de lo bello y practicar el extrañamiento es


hacer poesía con objetos banales que no se utilizan comúnmente como
imágenes poéticas. Prescinde de la luna, el mar, los ojos como faros y todas esas
figuras sobadísimas y encuentra la poesía en esta lista de palabras que te ofrezco a
continuación:
Escribe un poema de verso libre (o, si te sientes aventurero, con su rima y su
métrica) con 5 de las siguientes palabras:
codo – máster – manguera – aduana – ÍBEX 35 – minigolf – xilófono – matricular –
zepelín – inalámbrico – acomodador – vecindario – píldora
Si 5 está chupado para ti, prueba a incluirlas todas, a ver qué sale.

El resultado no es lo importante aquí, sino que logres trastocar las asociaciones y los
significados rígidos para poder ver lo poético en estas palabras. Aunque no te rimen
ni los verbos acabados en –aba, felicítate por el intento, porque te habrá ayudado a
expandir tu conciencia de lo poético y te permitirá encontrar metáforas
absolutamente tuyas.

Si quieres probar este ejercicio de nuevo con otras palabras, puedes utilizar este
generador de palabras aleatorias y tratar de incluir en un mismo poema las diez
palabras que te sugiera.

Cambiar de personaje punto de vista de forma elegante y sin que se pierda el lector
no es tarea fácil, pues requiere que la separación entre la psique de uno y la de otro
sea clara y esté justificada.

Si escribes en primera persona o en tercera limitada, el personaje punto de vista será


un único personaje de principio a fin y no hay más que hablar. Pero si tu narrador es
omnisciente o estás considerando pasar tu narración en clave de «yo» a la tercera
persona, tienes que saber hacer malabares sin que se te caigan ninguna de las bolas.

Uno de los problemas de las narraciones en tercera persona es no saber qué


personaje escoger para experimentar la escena. Muchos autores recomiendan
utilizar a aquel que tenga más que perder o ganar, pero no siempre es tan blanco
o negro, y muchas veces no sabrás la respuesta hasta que hayas experimentado con
diversos puntos de vista.

Solo la práctica te permitirá escoger el punto de vista acertado y comunicárselo al


lector de forma efectiva, y por eso quiero proponerte los siguientes ejercicios:

Imagina una escena en la que participen 3 o más personajes; por


ejemplo, una disputa familiar sobre una herencia o una cena
navideña. Escríbela desde el punto de vista de uno de los
personajes, accediendo a sus pensamientos y sentimientos y lo
que opina de los otros, en 200 palabras o más, en primera o tercera
persona. Después nárrala de nuevo bajo otro punto de vista. ¿Qué
cambia? ¿Qué narración tiene más impacto?

Escribe esa misma escena jugando ahora con los cambios de


punto de vista. En 200 palabras o más el narrador debe poder
penetrar en los tres personajes y el cambio debe resultar evidente
para el lector. Comprueba la eficacia de tus saltos leyéndole la
pieza a otra persona.

Mini consejo: una de las causas frecuentes de bloqueo en la escritura es la


elección de un narrador o personaje punto de vista equivocado. Prueba a
escribir un capítulo desde otra perspectiva y analiza cómo sientes tu historia. Debes
buscar la manera en que sea más auténtica para ti.

Este es un ejercicio para los momentos en que no tienes tanto tiempo o no te ves con
ganas de hilar una palabra tras otra.

Como escritor debes sentir que puedes tomarte la licencia de experimentar con el
lenguaje, aunque tus experimentos no vayan a hacerse públicos. Inventar un
lenguaje, como Tolkien su élfico o George R. R. Martin su dothraki, es solo una de las
maneras en que puedes divertirte. Otra es crear topónimos o nombres de personas,
o jugar a componer palabras utilizando sufijos y prefijos, con lo que se divertía
Quevedo enormemente.

Una palabra inventada colocada en el lugar preciso tiene un gran poder evocador en
la mente del lector que pasea por tu mundo de fantasía o ciencia ficción, pero
también puede generar un gran impacto en cualquier otra obra, sobre todo si se
trata de una palabra que necesitábamos urgentemente y que no teníamos hasta el
momento y se convierte en un neologismo, como el ciberespacio de William Gibson
o el universo paralelo de H. G. Wells

Pero al margen de la utilidad concreta que tus experimentos puedan tener, el mero
acto de jugar con la palabra te ayudará a romper los rígidos patrones mentales
que sustentan tu vocabulario y te dará más flexibilidad al escribir.

Atrévete a jugar con los siguientes ejercicios y, quién sabe, es posible que des con
alguna palabra innovadora y absolutamente necesaria para tu próximo relato:

Combina libremente un sufijo y un prefijo de los que


encuentres en esta lista de afijos latinos y griegos. Este ejercicio
puede resultar en palabras auténticamente útiles, pues son la
raíz del español actual y no estarían fuera de lugar en un texto
en esta lengua.

Utiliza un generador de palabras aleatorias y una lista de sufijos


castellanos para producir palabras nuevas. O combina dos palabras
completas en una sola y dales un nuevo significado unitario.

Crea palabras que sirvan para definir los siguientes conceptos:


añoranza del futuro – pérdida del sentido de la proporción –
alineación del estado de ánimo y los fenómenos meteorológicos –
necesidad de documentar las vivencias propias en internet – dar a
los animales domésticos un nombre confuso o impropio –
escuchar abiertamente una conversación ajena
¿Eres de esos autores a los que les encantan los adjetivos y los adverbios? Yo he de
confesar que peco con muchos adjetivos al mismo tiempo…

A menudo un exceso de adjetivación enmascara un problema de falta de


precisión. Cuando encuentras el nombre o el verbo correcto el adjetivo y el
adverbio se vuelven innecesarios.

Para desarrollar un estilo propio y adaptable a las necesidades del texto, necesitas
ser capaz de alternar entre el comedimiento y la exuberancia, pues el efecto que
tienen cada uno en el texto es muy distinto.

Un texto fuertemente adjetivado será por lo general más pausado y se prestará al


lirismo, y si abundan determinativos como bastante, algo o muy dará la sensación de
vaguedad. Tenderá a ser descriptivo y modular las acciones, en lugar de proceder a
un ritmo trepidante. Un texto limpio de adjetivos y adverbios, por el contrario,
tenderá a ser más concreto, avanzará más rápido y tendrá un efecto más vívido, pues
obligará al lector a ver imágenes concretas en su mente. Por ejemplo, decir que «sus
palabras le resultaron hirientes» es menos visual que «sus palabras le hirieron como
una bofetada».

Escribe uno o varios párrafos largos, entre 300 y 400 palabras,


resistiendo la tentación de usar ningún adjetivo o adverbio. Una vez
hayas terminado y estés satisfecho de tu trabajo, transforma ese
texto y añade los adjetivos que creas que podrían enriquecerlo.
¿Has usado menos adjetivos y adverbios de lo habitual? ¿Te ha
ayudado a ser más comedido en la elección de estos?

Coge cualquier texto que hayas escrito previamente y elimina


todos los adjetivos y adverbios o, por el contrario, añade tantos
como puedas. ¿Cómo es el texto resultante? ¿Qué efecto distinto
provoca en el lector?
Este es uno de los ejercicios más crueles a los que puedes someterte, equivalente a
hacer un centenar de dominadas en la barra del gimnasio (al menos para mis
bracitos).

Insisto mucho en que cuando escribas trates de relajarte y dejarte llevar por la Musa,
pero la contrapartida es que la Musa cuando está cómoda se pone a hablar y no hay
quien la pare. Esto es así porque cuando escribes estás primero contándote la
historia a ti mismo y descubriéndola a medida que vas sacando las palabras,
llegando a la esencia mediante grandes rodeos. Por eso la edición es un proceso de
desbrozo y de poda fina.

Francis Scott Fitzgerald presentaba guiones con largas intervenciones de 4 ó 5


líneas, inconcebibles para la gran pantalla, y sus editores la reducían a una –
exasperando al pobre hombre y gran maestro de la literatura. El resultado era a
menudo, aunque doloroso para el escritor, de una belleza condensada y muy precisa.

El proceso de cortar no es necesariamente el de eliminar palabras sobrantes e ir así,


poco a poco, cortando de aquí y de allí, reduciendo el conteo total. Se trata sobre
todo de reducir mil palabras a una imagen, de condensar la esencia. Eliminar
escenas que no aportan nada a la trama, convertir diálogos extensos en un breve
intercambio que va al meollo de la cuestión, reducir tanta narración expositiva como
sea posible, extraer el detalle superficial y cotidiano que ocultan el momento clave...

Se trata de ser juicioso también, y es por eso bastante difícil discernir lo que sobra
de lo que añade algo de valor. Y puede que tu narrativa no admita condensación, que
su valor sea la prolijidad: a ver quién es el guapo que le aconseja a Proust reducir
sus siete tomos de En busca del tiempo perdido a tres.

Recuerda que la regla es reducir a lo esencial, y debes conocer bien la regla antes
de pretender romperla.
A un primer borrador habitualmente le sobra un 30% de las palabras. Si, lo que oyes,
un 30% (o más). Esto no significa que debas recortar una palabra de cada tres, sino
que cuando revises tu novela tendrás que eliminar escenas enteras, según si sirven
algún propósito en la trama o no.

El ejercicio que te propongo es el siguiente:

Utiliza uno de los textos que has trabajado en esta guía y redúcelo
a la mitad. Elimina sin contemplaciones, como el que va quitando
hojas a una alcachofa hasta llegar al centro. Si te dejas algo que no
sea esencial tus lectores lo notarán, igual que si te dejas algunas
hojas antes de llegar a la parte tierna de esa alcachofa.

Si esto te da demasiado apuro, puedes hacer este ejercicio en tándem con otra
persona. Entrégale uno de tus textos y pídele que lo reduzca a la mitad, y haz tú lo
propio con el suyo. (Este ejercicio funciona mejor si le guardas un rencor secreto a
tu compañero de tribulaciones).
¡Hola!

Me llamo Marta, y estoy detrás de WriterMuse, un sitio


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Gracias por leerme. ¡Nos vemos pronto!

Un abrazo,

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