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LICENCIATURA EN ARQUEOLOGÍA
TEORÍA ARQUEOLOGICA
La noción de Identidad en la
arqueología
2. ¿Qué es la Identidad?
La identidad es un concepto que se utiliza de diferentes formas. Bajo la palabra “Identidad” en
arqueología y en otras ciencias sociales, se ha desarrollado la etnicidad, el género, y en menor
medida la religión, la edad y la clase (Shennan 1989). A pesar de estos múltiples usos, la
identidad es un concepto que no tiene límites claros y por ello es difícil de definir. Esto es
producto de la ambigüedad con la que ha sido aplicada, ya que, en su utilización, se ha referido
tanto a la identidad individual (y en la "identidad propia") como a la identidad grupal (Díaz-
Andreu et al. 2005).
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elemento estático, sino que es un proceso continuo (Hall 1996). Las identidades se construyen
a través de la interacción entre personas, y el proceso mediante el cual se adquiere y mantiene
la identidad propia es una elección y requiere de la agencia individual. Cada individuo puede
elegir como identificarse, aunque esta elección está limitada por la estructura social y cultural
en la cual se desarrolla, y por los límites propios del cuerpo humano (Díaz-Andreu 1996).
El papel activo del individuo en la conformación de la identidad, lleva a que estas sean
históricas, fluidas y sujetas a cambios persistentes. Estas identidades también están
socialmente mediadas, vinculadas a un discurso cultural más amplio y se realizan a través de
la encarnación y la acción, en donde se interactúa tanto con otros individuos, como con objetos
materiales y no materiales. Por ello, la arqueología tiene una importancia crucial para el
estudio de la identidad, tanto del pasado como del presente (Díaz-Andreu et al. 2005). Siendo
la cultura material es la protagonista en los estudios de la arqueología, esta le puede brindar la
dimensión de la materialidad a las investigaciones sobre la identidad, que no es tomada en
cuenta en otras ciencias sociales. Desde el análisis arqueológico es posible determinar cómo
los objetos son parte de las relaciones sociales, y a través de ellas ejercen una función en la
articulación de la identidad social, tanto del individuo y del grupo.
La búsqueda incesante de los elementos diagnósticos que definían una cultura también
condujo a un desequilibrio en la importancia dada a los objetos en la definición de cada cultura,
ya que este enfoque dirigía su atención hacia los rasgos que hacían distintas a las culturas, en
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desmedro de los más generales (Díaz-Andreu 1996). Esto quiere decir que los objetos más
valiosos eran los elementos que identificaban y definían culturas, y la mayoría de objetos
usados por toda la población, aunque eran incluidos en el análisis de elementos diagnósticos
para identificar la recurrencia cultural, no tenían la misma importancia para definir culturas,
y por lo tanto el análisis se subjetivaba por las preferencias del investigador.
Con el interés de la teoría evolutiva por parte de los procesualistas, hubo un énfasis en la
evolución cultural, por lo que se planteaba que las sociedades podían identificarse según una
escala que va desde lo simple a lo complejo. Las culturas iban evolucionando de un estadio a
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otro (bandas, tribus, jefaturas, etc.). Esta evolución servía al énfasis puesto en las
generalidades. Dos sociedades podían variar, pero ambas podían ser comparables si estaban
en el mismo nivel de la escala evolutiva (Johnson 2000).
Dentro de esta perspectiva, se destacó el antropólogo Pierre Bourdieu, que afirmaba que la
reproducción social y cultural tiene lugar en los aspectos de la vida cotidiana de los individuos,
de forma inconsciente. Las acciones de los individuos y las representaciones que producen se
forman a partir de sus observaciones, al mismo tiempo que influyen en las prácticas y
representaciones futuras. Para Bourdieu, la estabilidad de las estructuras sociales y el
mantenimiento de las tradiciones culturales están determinados en gran medida por un orden
natural asumido o de creencias incuestionables en la forma en que las cosas "siempre" han
funcionado, que él lo denomina como habitus (Bourdieu 1977; 1998).
Otro de los que se destacó en esta discusión, y que compartía muchas ideas con Bourdieu, fue
el sociólogo Anthony Giddens, el cual identificó las prácticas como las áreas donde la sociedad
y la cultura se hicieron en relación con las estructuras sociales. Giddens se interesó en cómo
estas prácticas sociales se reproducían a través del espacio-tiempo y se volvían cada vez más
sistemáticas en su forma. Este proceso es lo que denominó estructuración, que ocurre en gran
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medida en el nivel de la conciencia práctica. Este nivel de conciencia existe entre la conciencia
discursiva, cuando las personas pueden realmente explicar y expresar sus motivaciones para
actuar de una determinada manera y no de otra, y las motivaciones inconscientes, que los
individuos desconocen y, por lo tanto, no pueden explicar (Giddens 1981).
En este contexto, toma una gran importancia el concepto de la agencia, que se entiende como
la capacidad de actuar o realizar una acción que tienen los individuos. Es a través de la agencia,
que la sociedad y el mundo se transforma, pero estas acciones están influenciadas por los
principios estructurantes de las instituciones sociales, al mismo tiempo que estas "reglas" que
gobiernan el comportamiento humano se consideran tanto el medio como el resultado de su
reproducción a través de la acción humana (Díaz-Andreu et al. 2005: 5). Por lo tanto, los
individuos dentro de este modelo de sociedad no son ni agentes completamente libres, ni seres
totalmente pasivos ni determinados, donde las relaciones de poder tienen un gran impacto en
la libertad de acción de estos individuos.
La ruptura con las ideas procesuales de etnicidad se da con la publicación del libro Symbols in
Action (Hodder 1982). Aquí, Hodder describe como la cultura material es un elemento activo
en la creación de las relaciones sociales, y la necesidad de encontrar formas de interpretar el
significado de esta y del contexto, ya que es la que lo que la da el significado a los objetos. En
este trabajo, Hodder concluyó que la identidad cultural se relaciona con las interacciones entre
los individuos, que depende de las estrategias e intenciones de los grupos que interactúan y de
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cómo usan, manipulan y negocian los símbolos materiales como parte de esas estrategias
(Hodder 1982: 209). Estos grupos interactuantes podrían ser étnicos, pero también se observó
que otros subgrupos dentro de estos, como hombres y mujeres, jóvenes y adultos, entre otros.
Por todo ello, Hodder enfatizó la necesidad de que desde la arqueología se analicen y
comprendan las estructuras de las creencias, ya que, sin estas estructuras, la arqueología no
podría interpretar los patrones arqueológicos. Dentro de estos patrones, se puso el foco en la
“ideología” como un medio para imponer los intereses y hacer que las desigualdades se
naturalicen en el conflicto social (Hodder 1982).
Este trabajo abrió las puertas hacia el interés arqueológico en la etnicidad, la etnogénesis y las
trayectorias relacionadas de la política y el nacionalismo, tanto de sociedades del pasado como
del presente (Meskell 2001). Aquí destaca el trabajo de Emberling (1997), que diferencia la
identidad étnica de los términos jerárquicos como la clase y el estatus, ya que esta es un
concepto alineado con la construcción de parentesco, aunque más grande que el grupo, clan o
linaje, que puede ser atravesado por estatus, ocupación, género, etc., y permite el contacto
entre diversos grupos e identidades sociales (Emberling 1997: 305). Mediante esta concepción,
desde la arqueología se ha demostrado que la etnia no siempre es sinónimo de un solo idioma,
raza, ubicación o cultura material. Estudios de áreas tan diversas como Mesoamérica
(Teotihuacan, Chichén Itzá, Kaminaljuyú) y Mesopotamia (Kultepe Kanesh) han mostrado las
complejidades de identificar etnias, enclaves y fronteras culturales debido a los procesos de
asimilación cultural o mantenimiento de diferencias (Emberling 1997).
En los últimos años se han desarrollado una gran cantidad de investigaciones sobre el
nacionalismo y la creación y mantenimiento de identidades étnicas, que se ocupan de estos
conceptos tal como se articularon en la antigüedad o como se han implementado en entornos
modernos (Naccache 1998). Para dar un ejemplo de esto, el trabajo de Anthony (1995) muestra
el uso por parte de los nazis de materiales arqueológicos para fundamentar las afirmaciones de
superioridad étnica (Anthony 1995). Además de estas aplicaciones, algunos estudios sobre la
etnicidad han tenido un aspecto político y social muy importante, como es el caso de
arqueólogos y arqueólogas indígenas que han sido llamados a producir narrativas para
contrarrestar los discursos hegemónicos provenientes de la arqueología occidental (Meskell
2001: 190). Por eso los trabajos sobre identidad étnica se han vuelto muy importantes, ya que
su implicancia política es fundamental para el desarrollo de la arqueología.
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feministas criticaron el androcentrismo de la arqueología de la época y se preocuparon por
darle un lugar a las mujeres en la comprensión del pasado (Engelstad 2007). Desde ese
momento, la arqueología feminista mostro como la arqueología era androcéntrica, en donde
los hombres fueron retratados haciendo todas las actividades importantes, mientras que las
mujeres fueron interpretadas típicamente como estancadas en un segundo plano. Además, se
evidenció la preferencia hacia los investigadores hombres, que siempre eran los que recibían
el financiamiento más importante para grandes trabajos, en desmedro de las investigadoras
que tenían menos presupuesto para sus investigaciones (Harris y Cipolla 2017).
Este movimiento fue esencial para repensar la forma de hacer el pasado y desafiar las
suposiciones esencialistas, en donde se tomaron los elementos patriarcales y androcéntricos
de la sociedad occidental moderna, y se los trasladó al pasado como si fueran eternos,
universales e inmutables, lo que llevo a pensar que en las sociedades del pasado los hombres
eran los únicos que tenían poder, riqueza y la agencia para cambiar el mundo (Harris y Cipolla
2017: 56). Estas investigaciones fueron muy relevantes, ya que permitieron un análisis crítico
del sesgo masculino generalizado de la arqueología. Además, a partir de estos trabajos, se
empezó a analizar el género en las sociedades no occidentales.
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Investigaciones antropológicas y etnográficas dieron cuenta de sociedades de todo el mundo
que utilizan espectros de género que van más allá del sistema binario. Por dar algunos
ejemplos: en sociedades nativas americanas que tienen géneros de dos espíritus para los
individuos que no se identifican como hombres y mujeres (Holliman 1997). Otro caso como los
de los Xanith, en Oman, en donde las investigaciones mostraron como 17 jóvenes adoptan un
género temporal durante la adolescencia, y en los Balcanes a las vírgenes juradas, mujeres que
asumen aspectos de identidad masculina (Bolin 1996). Eso significa que hay que interpretar el
pasado más allá del dualismo femenino/masculino, analizando la gran variabilidad cultural de
los seres humanos.
Este enfoque demuestra que las ideas de diferencia entre géneros, sexualidades, etc., son
históricamente específicas, por ello como arqueólogos y arqueólogas no hay que tomar una
posición esencialista y encasillar los géneros del pasado con los del mundo moderno (Butler
1990). Hay que tener en cuenta que, para analizar las identidades del pasado, puede que haya
habido géneros que en el presente no existen, por ello hay que prestar atención a la
variabilidad, sin categorizar con géneros del presente.
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materializándolas, físicamente, en el cuerpo y a través de él. Sin embargo, estas diferentes
maneras de dar forma al cuerpo no se dividieron simplemente entre niñas y niños, sino que
también incluyeron un tercer género: aquellos que se convertirían en figuras religiosas célibes
(Joyce 2001). Aquí, el trabajo de Joyce, mediante el análisis del registro material, rompe con
la heteronormatividad y el dualismo mujer/hombre, atendiendo al tercer género azteca y
contemplando la variabilidad de identidades. De esta manera, el pasado se analiza de una
manera más integral y completa.
Esta visión establece a niños y niñas como productores y consumidores de cultura material y,
a través de esto, como agentes activos de identidades sociales, por lo que tienen la capacidad
de transformar la identidad a través de su agencia (Díaz-Andreu et al. 2005). La actividad
infantil no sólo está restringida a las actividades lúdicas y marginales, sino que, además,
comprende la reproducción de las condiciones de vida social, transmitiendo códigos culturales,
legitimándolos y perpetuándolos (Jackson 2008).
De esta manera, teniendo en cuenta a niños y niñas como actores sociales activos, se rompe la
visión androcéntrica y homogeneizadora de los contextos arqueológicos y de la interpretación
del pasado, en donde se creía que solo los hombres adultos eran los únicos productores de los
restos materiales, y por ende de la identidad (Jackson 2008). Además, esta postura de
ampliación de agentes permite visualizar la heterogeneidad etaria y también de género, en los
procesos de formación de la materialidad del pasado y el rol económico, tecnológico, simbólico
e identitario de la actividad de los niños y niñas en el pasado.
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desear ser visto como un adulto, o una persona blanca que podría desear ser vista como negra
(Díaz-Andreu et al. 2005). El límite biológico también está establecido por las normas
culturales de cada sociedad.
Esto introduce un problema, ya que muchos trabajos que exploran la identidad han dejado de
lado la importancia del cuerpo, concentrarse en la forma en que la identidad cultural está
separada de lo biológico o como la cultura está distanciada de la naturaleza, manteniendo ideas
del presente en el pasado y estableciendo dualismos (identidad-biología y naturaleza-cultura)
(Harris y Cipolla 2017: 66). Por ello, en los últimos años, se ha comenzado a darle más espacio
al cuerpo físico en las investigaciones sobre género e identidad.
Los postulados teóricos del embodiment introducen la agencia del cuerpo, donde el cuerpo es
formado por las acciones humanas (cuidado, curación, vestimenta, modificación,
categorización, entrenamiento, etc.), pero al mismo tiempo, este es el vehículo de la acción
humana. De esta manera, cualquier acción o representación crea al individuo,
simultáneamente que esta actúa y/o es representada (Robb 2009).
Reforzando aún más esta idea, la arqueología simétrica retoma parte de estos postulados y los
amplia. La base de esta perspectiva propone una construcción simultánea e interdependiente
de los seres humanos y las cosas, siendo que los seres humanos viven en constante interacción
ontológica personas, animales y cosas (Elias 2002). Así, se han buscado ontologías alternativas
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que recuperen con éxito las representaciones corporales y la noción del cuerpo en un mundo
sin las dicotomías de la modernidad.
Así, Hamilakis propone romper con la arqueología cartesiana y propone una “arqueología
multi-temporal, en el sentido que reconoce la capacidad de la materia y las cosas materiales
para activar diversos tiempos de manera simultánea” (2015: 50). Esta arqueología busca
enfocarse no solo en las cosas y en los sentidos, sino más bien en las interacciones de estos,
poniendo la lupa sobre los movimientos e interacciones donde se producen flujos e
intercambios de sustancias, afectos, memorias e ideas que conforman la identidad.
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Mediante este paradigma analiza la migración indocumentada, la cual la define como una
experiencia material y sensorial (Hamilakis 2015). Esto es así, ya que, mediante los materiales
que los inmigrantes llevan consigo, es como son percibidos. Si no poseen papeles, son
indocumentados y no tienen derecho a ser reconocidos como ciudadanos. Las cosas que llevan
en su viaje (objetos indispensables para sobrevivir a la travesía) y la ropa que tienen puesta
(para mezclarse entre los nativos) muchas veces les sirve a las fuerzas policiales a detectarlos.
Es más, incluso las personas que sí poseen ciertos objetos, como sus pasaportes, se dan cuenta
que en muchos países los mismos carecen de valor, es decir que no los permiten ingresar al
país que desean, o que, aunque estos papeles sean legales y estén en regla pueden llegar a ser
retenidos por los guardias. Esto demuestra que lo que termina determinando la suerte de los
migrantes (si pueden traspasar o no la frontera), aunque tengan lo necesario para ingresar, son
cuestiones sensoriales, como el color de la piel, las facciones, a la vestimenta y los objetos que
traen, los olores del cuerpo, la pronunciación, etc. Este perfil sensorial es utilizado por los
funcionarios de inmigración en los aeropuertos para detectar inmigrantes ilegales o
simplemente personas que no quieren dejar ingresar (Hamilakis 2015: 36). De esta manera, la
identidad propia pasa por lo sensorial y el reconocimiento por parte de los otros se realiza
mediante una serie de elementos que son perceptibles mediante los sentidos (color de piel, olor
corporal, idioma y/o pronunciamiento).
Esta perspectiva planteada por Hamilakis, además de la ampliación del concepto de identidad
en arqueología, sirve para cuestionar, debatir y buscar soluciones sobre problemáticas del
mundo contemporáneo. Como se trató en los párrafos anteriores, la percepción de ciertas
características que se perciben a través de los sentidos, sirven para identificar a los
inmigrantes, es decir que, las prácticas racistas, en este caso, son sensoriales, ya que se
identifica al otro por su color de piel o su habla, y también se lo discrimina por ello. Por lo
tanto, este es un aspecto muy importante para indagar y tener en cuenta en la disciplina, ya
que el impacto de investigaciones de este estilo sobre la sociedad, es directo.
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y efectiva el fenómeno de la emoción, y sus implicancias en la cultura. Siguiendo esta
perspectiva, Thomas Maschio (1998) considero cómo las cuestiones de identidad, elección e
imaginación moral se definen a través de una narrativa melanesia (proceso de
autoconstrucción que es la secuencia de hechos biográficos de vidas individuales) de entrega e
intercambio de regalos. Aquí, se enfoca las implicaciones emocionales del regalo, analizando
tanto el objeto en sí mismo, como el proceso que conlleva el intercambio.
Maschio interpreta que los objetos suelen ser portadores de una memoria cargada de
emociones. Por ello, estos regalos permiten comprender tanto a la persona que los envía, como
las que los recibe. Esto es así, ya que, cuando se muestran o intercambian objetos, las personas
asociadas a ellos regresan como imágenes y recuerdos. De esta manera, los objetos se
convierten en un "archivo visual", debido a las conexiones emocionales entre las generaciones
que son evocadas por este archivo (Maschio 1998: 96). Así es como las personas forjan sus
propias identidades a través de los objetos y los dones, que son una narrativa definida en parte
por las contribuciones que uno hace a los demás (a través del intercambio de objetos) y que
ayuda a desarrollar sus identidades. Los actos de intercambio se convierten en eventos
formadores de identidad que son altamente emocionales, ya que encarnan deseos por objetos
y sentimientos de deuda, gratitud y envidia (Harris y Sørensen 2010).
Este trabajo demuestra una perspectiva muy interesante, en la que al tener en cuenta la
emoción y los afectos como una parte constitutiva de los diversos fenómenos sociales y
culturales, en donde es posible comprender la formación de la identidad y la profundidad de
las interacciones humanas en el pasado. Esto lleva a tener en cuenta las emociones a la hora de
hablar de la identidad, ya que como en el caso mencionado, juega un papel fundamental en su
formación y desarrollo.
8. La personalidad y la identidad
El amplio desarrollo de la noción de identidad ha abierto el camino hacia preguntas más
amplias para la filosofía, la antropología y en los últimos años, para la arqueología. En
particular en estos años, se ha vuelto primordial el concepto de la personalidad (Harris y
Cipolla 2017). La personalidad es la condición de ser una persona. Esta se entiende con
frecuencia como una condición que implica un cambio constante y las transformaciones clave
para la persona ocurren a lo largo de la vida y la muerte. Las personas pueden pasar de un
estado o etapa de la personalidad a otro. La personalidad se alcanza y se mantiene a través de
las relaciones no solo con otros seres humanos, sino también con las cosas, los lugares, los
animales, etc. (Fowler 2004: 4). Por ello, la personalidad sigue siendo una condición
mutuamente constituida, y la arqueología con su dimensión material puede brindar
información valiosa sobre ella.
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Las personas modernas occidentales se perciben a sí mismos como individuos limitados. A
cada individuo se le da su propio nombre, poseen posesiones personales y entienden que tienen
libre albedrío. Hay un solo género asignado al nacer que es una parte esencial de nuestra
identidad (un concepto que está cambiando en la actualidad). La privacidad y los límites
corporales son importantes, y cualquier cosa que cruce estos límites es una violación a esta
privacidad. Esta noción establece que las personas son individuos únicos, en donde no hay dos
individuos exactamente iguales (Thomas 2004). Esta perspectiva de persona es la que se ha
trasladado a la investigación arqueológica. Sin embargo, desde la década del 2000 desde la
arqueología se inicia la discusión sobre la personalidad en el pasado.
Por ello, arqueólogos y arqueólogas han estado cada vez más interesados en rastrear cómo
diferentes tipos de personalidad relacional pueden haber existido en el pasado. De aquí se
comienzan a tener una perspectiva relacional, que a diferencia del dualismo ontológico que
marca una distancia entre los seres humanos y el mundo, esta establece un proceso de
incorporación continua. Esto permite reconocer ontologías que relacionan a personas, objetos
y lugares desde una lógica más difusa, y donde el foco no se centra solo en el individuo, sino en
las relaciones que tienen estos individuos (Vigliani 2015). Aquí, las investigaciones
arqueológicas han tomado para sus investigaciones los postulados posthumanistas de Bruno
Latour, que invita a superar los dualismos proponiendo que el mundo es una red compleja de
relaciones que desafían y sobrepasan los límites de naturaleza/cultura y sujeto/objeto. En esta
red, tanto los humanos como los no humanos cumplen diversas funciones (Harris y Cipolla
2017: 134). Esto quiere decir que, no solo los seres humanos tienen agencia, si no que los no
humanos también son participantes activos de la cultura, la sociedad y sus relaciones.
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John Chapman utiliza esta perspectiva para analizar en las razones por las que los objetos
arqueológicos se encuentran casi siempre fragmentados (Chapman 2000). Buscando otras
alternativas a la explicación tradicional que habla de roturas accidentales en el pasado o efectos
tafonómicos, él se pregunta si la rotura o fragmentación de los objetos puede ser en realidad
una estrategia deliberada, en donde la gente haría esto porque pueden estar usando estos
objetos para crear relaciones y, por lo tanto, para forjar sus identidades y su personalidad.
Entonces, al final de una comida, se rompería una olla y diferentes personas podrían llevarse
partes de ella, creando así un encadenamiento (Harris y Cipolla 2017: 64). Aquí se observa
como teniendo en cuenta la personalidad y la identidad en la arqueología, se pueden proponer
alternativas a los pensamientos e ideas clásicas que están tan arraigados en la disciplina. Es
por ello que es muy necesario tener en cuenta estos planteamientos teóricos a la hora de
analizar un sitio, porque ampliando la perspectiva de análisis es posible reconocer los sesgos
impuestos por el pensamiento tradicional, y de esa manera romper con esas imposiciones y
mejorar las interpretaciones sobre el pasado.
9. Conclusión
Como se ha visto en el texto, los conceptos de individuo e identidad han tenido un complejo
desarrollo en la arqueología. Los investigadores histórico-culturales con su mirada normativa
de la cultura, establecían a los individuos como todos iguales dentro de las mismas normas
culturales, por lo tanto, compartían una identidad objetiva e inherente. Con el cambio en la
concepción de la cultura por parte del procesualismo, y su creciente interés en la evolución, el
individuo incrementa su interés, ya que el individuo es el locus primario de la selección natural.
Sin embargo, no todos los individuos importaban, si no solo los que podían producir cambios
en la evolución de la sociedad. Aquí, comenzó a importar la identidad de las elites, que eran
según esta concepción los únicos que tenían agencia.
Por medio de los postulados teóricos de Anthony Giddens y Pierre Bourdieu, desde la
arqueología se comenzó a considerar al individuo como clave en la comprensión de la sociedad,
por lo tanto, la identidad adquirió un rol principal en las investigaciones, a la cual se sumaron
por el contexto político, los aportes teóricos del marxismo y del feminismo.
El feminismo se estableció y causo un gran impacto con su crítica de las prácticas arqueológicas
androcéntricas y esencialistas que trasladaban la cosmovisión del mundo moderno occidental
al pasado. A través de esta crítica, se cambió la forma de ver el pasado, buscando otras maneras
no esencialistas de interpretarlo en donde la razón principal era pensar a las mujeres como
presentes y como agentes activos. Sin embargo, este enfoque inicial en las mujeres se amplió a
otros géneros y otras formas de diferencia, como la raza, la etnia, la clase, la sexualidad y la
edad.
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A partir de allí tuvo un gran desarrollo en la noción de la identidad. Desde la arqueología de
género se comenzó a discutir la feminidad y masculinidad, la heternormatividad de la sociedad
moderna y otros géneros alternativos que habían sido invisibilizados por mucho tiempo. Todo
ello con el objetivo de superar el dualismo Femenino/Masculino y abarcado la gran
variabilidad de los seres humanos.
El interés por la identidad cultural abrió el camino hacia una serie de investigaciones
relacionadas con la etnicidad, la etnogénesis y las trayectorias relacionadas de la política y el
nacionalismo, tanto de sociedades del pasado como del presente, con una fuerte impronta
política. Esta importancia que se estableció en las identidades culturales étnicas y de género,
se traspasó a otros grupos etarios, en principal a niños y niñas, que dejaron de ser pasivos en
la sociedad, para convertirse en actores con la capacidad de transformar la identidad a través
de su agencia.
Como la identidad se articula a través de las relaciones sociales, todos los aspectos de esas
relaciones deben ser tenidos en cuenta. Por ello, desde la arqueología se introdujeron nuevos
elementos al análisis de la identidad. Uno de estos ha el concepto de embodiment donde se
estudió el papel activo del cuerpo en la formación de la persona y su identidad, mediante la
materialidad. Derivado del embodiment, la arqueología de los sentidos propuso un cambio de
enfoque desde la corporalidad a la sensorialidad, siendo que los sentidos van más allá de lo
meramente orgánico. Por ende, los movimientos e interacciones en donde se producen flujos
sensoriales conforman identidades, como se vio en Hamilakis (2015). Sumado a los sentidos,
también se han analizado las emociones, que son claves para el mantenimiento y desarrollo de
las relaciones sociales y en la generación de la identidad.
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