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La actividad profesional de los abogados se desarrolla en dos ámbitos: las actividades que estos
desempeñan en exclusiva y las que pueden ejercer conjuntamente con otros profesionales.
Mediador entre las partes a fin de regular sus discrepancias al sesgo de un proceso que, si tiene
éxito, dará lugar a un acuerdo amistoso. A tal respecto, el procedimiento participativo de
negociación asistida por medio de un letrado es un nuevo modo alternativo de regulación de los
litigios instaurado en el Código Civil francés, con la finalidad de incitar a las partes a la
resolución negociada de sus discrepancias.
Árbitro que actúa como un juez independiente. Finalmente se pronunciará una sentencia
ejecutoria en virtud del derecho francés o, llegado el caso, en virtud de la convención
internacional que sea de aplicación.
Fiduciario actuando de conformidad con las leyes que rigen la confianza, si bien esta debe
determinar por sí misma que dicha confianza tiene un fin legítimo.
Lobista que actúa como representante de su cliente frente a las autoridades nacionales o
internacionales. En tal caso, deberá comunicar a dichas autoridades a qué intereses y personas
representa.
Incompatibilidades
Las incompatibilidades están reguladas por las disposiciones de los artículos 111 a 123 del Decreto
de 27 de noviembre de 1991.
De una manera general, la profesión de abogado es incompatible con el ejercicio de cualquier otra
profesión, especialmente con cualquier actividad de carácter comercial, sea esta ejercida directamente o
por representación de un intermediario, con las funciones de asociado en una sociedad en nombre
colectivo, de asociado comanditario en sociedades en comandita simple y por acción, de gerente en una
sociedad con responsabilidad limitada, de presidente de consejo de administración, de miembro de la
directiva o director general de una sociedad anónima, de gerente de una sociedad civil, a menos que esta
no tenga por objeto la gestión de intereses familiares o profesionales bajo el control del consejo de la
corporación.
Un abogado, no obstante, puede ser miembro del consejo supervisor o administrador de una sociedad
comercial si justifica siete años de ejercicio en una profesión jurídica reglamentada y tiene autorización
del consejo de su colegio de abogados.
ROLES TRADICIONALES Y NUEVOS DE
LOS ABOGADOS
Enviado por posii • 21 de Julio de 2012 • 3.215 Palabras (13 Páginas) • 1.593 Visitas
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b. A las relaciones de los abogados con los ciudadanos que desean comprometerse
con causa de interés público.
Para estar acordes con los valores superiores y con el Estado democrático y
social de Derecho y de Justicia, consagrado en la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, los jueces venezolanos deberán ostentar, entre otras, las
siguientes cualidades (Escuela Nacional de la Magistratura; Rol del Juez en el
Sistema de Justicia en Venezolano):
i. Comprometido con el rol que le toca cumplir en la sociedad, conocedor del medio
económico, político y social en el cual se desenvuelve.
Imagen
El profesional del Derecho de hoy ya no debe partir de en-tender los libros para
entender su entorno; debe hacerlo para hacer propuestas creativas para la
sociedad. En este contexto, un profesional integral podría combinar el ejercicio
natural lucrativo de una profesión liberal, con algo más altruista y que le dé
trascendencia a su labor. De esta manera, se enfoca en su responsabilidad social
como abogado y trasciende de la atención de lo inmediato y lo urgente.
Como insumo fundamental para la identificación del papel que deben representar
los abogados en la arquitectura de la paz en Colombia, es indispensable la
participación de profesionales del Derecho que desde su práctica laboral, lideren
los asuntos materia de discusión y puedan proponer compromisos reales que
resuelvan las tensiones que plantea el escenario jurídico del posconflicto.
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Páginas 177-182
Desde el inicio del Estado como organización político social, el fiscal representa a la
sociedad, tanto en ejercicio de la vindicta pública como en la representación de los derechos de la
sociedad.
Con el advenimiento del sistema acusatorio oral, el fiscal asume el rol trascendental en la
investigación y procesamiento penal, pues asume para sí el reto de la investigación real e histórica
de los hechos presuntamente delictivos, con la responsabilidad de acopiar elementos que sirven
para fundamentar una resolución, tanto la que sirve para activar la acción penal y posterior
acusación; o aquella que sirve para desestimar y archivar.
Uno de los principios fundamentales o quizá el más importante que rige la actividad del
fiscal en el ámbito de la investigación es el principio de objetividad, que implica que el investigador
debe ponerse en una línea media, sin prejuicios; debe considerar las circunstancias que sirvan para
acusar, así como de las circunstancias que sirvan para descargo o beneficioso para el investigado.
Este principio no es nuevo, deviene desde el VII Congreso de las Naciones Unidas realizado
en La Habana, el 27 de agosto de 1990, que en su directriz Décima establece: “Los Fiscales en el
cumplimiento de sus funciones, actuarán con objetividad, teniendo en cuenta la situación del
sospechoso o procesado y de la víctima, prestando atención a todas las circunstancias, así sean
ventajosas o desventajosas para el sospechoso”.
Con esta ligera introducción, cabe analizar cuál es el rol que cumple el fiscal, en el Código
Orgánico Integral Penal, publicado en el RO 180, de 10 de febrero de 2014.
Pero lo fundamental, que profundiza el Código Orgánico Integral Penal, con relación al rol
del fiscal y la víctima, es el ser protector de sus derechos tales como el conocimiento de la verdad
de los hechos, el restablecimiento del derecho lesionado, la indemnización, la garantía de no
repetición de la infracción, la satisfacción del derecho violado, y la investigación eficaz y eficiente.
Otro aspecto importante que debe cumplir el fiscal, con relación a la víctima, es el
proporcionar la información suficiente del avance de la investigación preprocesal y de la
instrucción fiscal; e informar en su domicilio sobre el resultado final de la investigación.
Esta atribución del fiscal, de ser el titular de la investigación pre-procesal y procesal penal,
nace de la disposición contenida en el art. 195 de la Constitución de la República, que, con el
mismo espíritu o quizá con el mismo mensaje, encontramos en el art. 442 del Código Orgánico
Integral Penal.
Entre las atribuciones más importantes que se asigna al fiscal en el ámbito investigativo
están: recibir las denuncias en los delitos de ejercicio público de la acción; reconocer el lugar, las
huellas, las...
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E N ESTE MOMENTO , con profunda emoción y respeto, cumplo la honrosa misión encarga
a por mis compañeros del Movimiento Académico de Abogados Progresistas, para referirme a la
Función Social del Abogado y su papel en el futuro, tema que abordaré con mística para reflejar en
forma integra el sentimiento de quienes dedicamos nuestro esfuerzo, nuestro espíritu y nuestra
energía al perfeccionamiento del Derecho y a la dinamización de nuestra clase profesional. con la
única finalidad de que la Ciencia Jurídica camine y nuestro ideal se perenniza a través de las
generaciones y el tiempo.
Muy difícil y ardua tarea constituye para mí cumplir la misión que se me ha encomendado,
si se toma en cuenta que hablar sobre la función social del Abogado y su papel en el futuro, es un
trabajo dentro de un tema tan amplio, que se presenta para el análisis de múltiples aspectos
científicos y morales que exceden a mi propio esfuerzo y exigencia, motivo por el cual pido
benevolencia a este distinguido auditorio, para dejar testimonio únicamente de los aspectos más
sobresalientes que en mi convicción personal cumple el Abogado, en su anhelo de ir a la conquista
de la verdad y la justicia.
Efectivamente, en Castilla, hasta el reinado de dicho Monarca, las partes litigantes debían
concurrir personalmente ante los jueces para razonar y defender sus causas. A ninguna persona se
le permitía tomar o llevar la voz ajena, con excepción del marido por su mujer y del jefe de familia
por sus domésticos y criados, etc. para precaver que se violase la justicia o se oprimiese a los
desvalidos.
Al tratar este tema, necesariamente tenemos que manifestar que de todas maneras en la
antigüedad las leyes se multiplicaron y los Códigos de Espéculo, Fuero Real y Partidas fueron
sustituidas por breves y sencillos cuadernos municipales, haciéndose indispensable que personas
con vocación, se dedicasen a la ciencia y al derecho para juzgar las causas y buscar razones para
los que ignoraban las leyes. Don Alfonso El Sabio fue quien honró la profesión de los Letrados y
erigió a la abogacía al privilegiado sitial de oficio público prescribiendo que ninguna persona
pudiese ejercer la noble profesión, sin que preceda un examen y aprobación para que se
constituya en el futuro Abogado, luego de lo cual debía someterse al juramento de desempeñar
fiel y legalmente los deberes de su profesión, bajo el signo o la inscripción de su nombre en una
matrícula de abogados, según la información que se encuentra en el Ensayo Histórico de la
Antigua Legislación momento para refrescar nuestra raíz.
La excelencia de la Abogacía
Así es como se forja en sus inicios la profesión del Abogado, fundamentada en el Derecho
considerado como la ciencia cia de las leyes y como la fuente de la justicia; y, la grandiosa
concepción de Justiniano que la permitió comparar a los Abogados con los más grandes guerreros
y los hombres de las más altas virtudes.
No cabe duda que el hombre desde su inicio al abrazar la grandeza de la vocación del
Derecho, puso en evidencia la excelencia de la Abogacía, como así lo consagra Don Joaquín
Escriche, en su Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia cuando dice que la Abogacía
«…es de las más heroicas ocupaciones que hay en la República, de manera que no sin razón fueron
siempre sus profesores los más dignos del aprecio de los pueblos».
«Ellos son, prosigue, los que con sus sanos consejos previenen el mal de la turbación, los
que con rectas decisiones apagan el fuego de las ya encendidas discordias, los que velan sobre el
sosiego público, de ello depende el consuelo de los miserables: pobres viudas, huérfanos, hallan
contra la opresión, alivio en sus arbitrios ; sus casas son templos donde se adora la Justicia, sus
estudios, santuarios de la paz; sus bocas, oráculos de las leyes; su ciencia, brazo de los oprimidos,
por ellos cada uno tiene lo suyo y recuperan lo perdido; a sus voces huye la iniquidad, se descubre
la mentira, rompe el velo la falsedad, se destierra el vicio, y tiene seguro apoyo la virtud».
Respetados amigos y colegas, una vez realizada esta breve síntesis sobre el origen de la
excelsa profesión de la Abogacía en su más exquisita concepción considero de transcendental
importancia hacer una breve pausa, para hablar sobre la misión del Abogado y del Jurista,
personajes afines, pero no iguales, inquietud ante la cuales menester dejar establecido que la
misión del jurista y del Abogado se hallan íntimamente vinculadas, caminan juntas en los variados
campos de la acción para el cumplimiento de sus finalidades. Al jurista le corresponde profundizar
la ciencia del Derecho desde el punto de vista doctrinario, afianzado en la Filosofía que lo informa,
porque el Derecho es vivencia de eficacia en las relaciones humanas y él le pertenece la
explicación del sentido y el espíritu de la Ley. Al Abogado, en cambio le correspon de, defender la
validez de la correcta aplicación de la Ley, en el campo de las relaciones públicas y privadas para
que continué adelante el imperio del Derecho, la paz y la justicia. Es decir, que la diferencia es
imperceptible en la noble y sacrificada clase profesional. El corolario, es que el jurista y el Abogado
cumplen hermanados sus actuaciones de dirección y responsabilidad en los diferentes campos del
saber y de la acción inminente para la cristalización de sus objetivos, fundamentalmente del
equilibrio para lograr el bienestar social.
El Jurista
En efecto, el Jurista, día a día cumple con el deber constitucional de reivindicar las
Instituciones de nuestro País que incesantemente se ven amenzadas por inescrupulosos y malos
ciudadanos, producto de la crisis moral que vive la sociedad. Esa es la tarea incansable del jurista
en el desempeño del gran papel de establecer los principios y las normas constitucionales y legales
que deben servir de fundamentos para que se consagre el ordenamiento jurídico y el ideal de
Montesquieu, esto es, que la ley: «está hecha para la convivencia de los asociados porque nace de
la entraña del pueblo y para el hay que legislar. Quienes no saben ni conocen las necesidades de
los demás, no pueden prestarse para legisladores». Esa es la gran misión que cumple el jurista de
la verdad.
Destacada actuación
En todo caso, es en el gran campo de acción del derecho social, en donde se impone la
destacada actuación y se pone en juego la ciencia, la técnica, el jurista y el Abogado para regular
los desajustes producidos por los fenómenos económicos, para conquistar en la mayoría de los
casos las aspiraciones sociales, que en definitiva tienden desequilibrar las desigualdades humanas.
Se expresa con gran acierto que: «Frente a la realidad objetiva donde se desenvuelven los
problemas sociales, es donde actúa con más excito el Jurista; ajeno siempre a las utopías, sabedor
que la Ley tiene que estar en función social, en esa dimensión espacio tiempo y que la norma
jurídica preexistente palpita y debe existir para la convivencia social; y, que en este sentido el
Jurista y el Abogado no serán meros espectadores, sino actores para el reacondicionamiento de lo
justo, de lo legal y de los jurídico».
Así se toma con claridad esta concepción, la presencia del Abogado es imprescindible y es
indiscutible en la esfera de lo político, en el quehacer y realizarse de la cosa pública; en las
controversias doctrinarias; en la ejecución de los medios para alcanzar los fines saludables del
Estado; es decir, en la interrelación de los hombres, es necesaria la presencia del Abogado, quien
alumbra con luz propia la conducción de los partidos políticos, la militancia de los grupos
ideológicos o en los equipos cívicos, como con imperecedera e incomparable gloria aquí en
nuestro País, lo hicieran hombres connotados, como Rocafuerte, Alfaro, García Moreno y otros
insignes apóstoles de la libertad.
Reconocimiento de su valor profundo
Esta es la concepción social del Abogado, al que no se le ha dado el valor que en realidad
se merece; sin embargo, a que su misión permanente es constituir la piedra angular de todas las
agrupaciones humanas; en verdad no se le ha reconocido su valor profundo, en la convivencia
humana; y, mas bien la ingratitud conla clase del Derecho se ha elevado al más alto sitial, porque
los enemigos y detractores consideran al Abogado como el símbolo de la iniquidad moral y
campeón de los delitos contra la propiedad.
Sin embargo, desde el inicio de la República hasta la actualidad, vale recordad que los
sistemas legales que han imperado en nuestro País, jamás han alcanzado a plenitud la aspiración
de los ecuatorianos por encontrar una administración de justicia ágil y justa; esto es, a través del
juicio rápido de trámite corto y de efectos inmediatos, para que el litigante no pierda cada día la fe
en la justicia, por la aplicación de sistemas caducos que no detectan la angustia de quienes
demandan la reivindicación de sus derechos violados.
Con la mística del maestro y la profundidad de un apóstol del Derecho, el señor doctor
Celso Olmedo Vásconez, catedrático de la Universidad Central del Ecuador, manifestaba:
«Nuestros sistemas legales han sido planificados en muchos casos siguiendo las corrientes
extranjeras, apartándose de las realidades nacionales, con matices filosóficas rígidos constituidos
en arquetipos congelados en razón a las nuevas modalidades de la vida de Derecho. A título de
ejemplificación allí está nuestro Código Civil, que reflejando las tendencias y aspiraciones
proclamadas por la Revolución Francesa, se van quedando varias de las Instituciones sin aplicación
práctica».
«Qué decir de nuestro Código de Procedimiento Civil dejando a salvo unas pocas reformas.
Se mantiene aún el juicio ordinario más complicado de América Latina. El sistema de incidentes
que soportamos, es para no acabar el pleito y sus instancias, cuya tramitación vuelve difícil a la
administración de justicia. El juicio ejecutivo que debería arrancar con el mandamiento de
ejecución y de haber excepciones tramitarse por separado, como actualmente se encuentra
estructurado constituye un obstáculo al desenvolvimiento bancario y económico que necesita más
movilidad en sus transacciones comeriales, y, lo que es más grave, la sentencia dictada en este
juicio, a capricho del litigante de mala fe, puede convertirse en juicio ordinario.
Quizá la institución de los jueces de paz, el sistema del juicio oral y en último caso, la
regulación normativa del juicio verbal sumario sería lo que más se acomode a nuestra realidad
social y que podría substituir con limitaciones en el trámite y en la concesión del recursos».
Estas enseñanzas nos invita a pensar que necesitamos trazar un progrma de acción en
orden a la revisión y reformas de nuestras leyes sustantivas y adjetivas; que existe la necesidad de
revisar nuestro sistema procesal, porque este es un requerimiento que constituye un clamor
general elevado a la categoría de protesta para qu se cambie los sistemas de procedimientos que
constituyen una traba para el desenvolvimiento socio-económico del País; para que los nuevos
procedimientos llenen los vacíos de la Ley, valla con la que se encuentran entrampados jueces y
abogados en el trámite de los pleitos; para que se establezcan procedimientos ágiles en donde la
justicia sea pronta y eficaz; para que se den amplias facultades a jueces y magistrados, a fin de que
cumplan a cabalidad con sus funciones.
Ante este clamor social, somos nosotros los Abogados, quienes debemos comenzar con
una cruzada de dinamización del Derecho y Organización Judicial con el aporte de nuestra
experiencia y una práctica profesional honorable, fijada en una profunda y vigorosa cultura jurídica
, para erradicar eternamente a las calamidades e oncongruencias que tenemos que soportar con
este sistema caduco. Esta misión debe ser compartida por los Jueces y Magistrados que saben y
conocen de los viciosy vacios de la Ley y su necesidad de reforma, hasta llegar al proceso oral.
Mas bien parece que por falta de estudio, trabajo y decisión de nuestra clase, nuestro
sistemalegal en vez de avanzar ha retrocedido, porque así partimos deun análisis histórico, devero,
sin esfuerzo vamos a concluir, que el sistema legal del paso fue más ágil y respetale
Al respecto del pasado, en las sabias y saludables enseñanzas del ilustre Maestro al que
hice referencia, encontramos un requerimiento que incansablemente repetía y que aún está
vigente en nuestros días: «Señores Magistrados, Jueces, Abogados, os invito a ver una mirada
restrospectiva y a una profunda meditación de lo que fuie la administración dejusticia en los
juzgados de primera instancia antes del año 1937, año en que una nefasta dictadura rompió el
ordenamiento legal, cambiando el sistema de la justiciapagada, por el membrete de la justicia
gratuita».
Y, el maestro prosigue: «La jurisdicción se hallaba dividida entre el Juez de Hecho que
estuvo representado por el Alcalde cantonal, nombrado por los Consejos Municipales, quien se
encargaba de dar trámite a los juicios de mera sustanciación; y los Jueces de Derechos por
Abogados, asesores de los alcaldes con jurisdicción y competenciapara resolver los puntos de
derecho y expedir la sentencia. El escribano era el secretario del alcalde y de los asesores».
En efecto, la ciudad de Quito en el año de 1937 en que ocurrió el cambio del sistema legal,
existían inscritos en la Corte Superior de Justicia 333 Abogados, por consiguiente 333 asesores-
jueces, que por designación del Alcalde asumían la jurisdicción y competencia en el despacho de
las causas para las cuales habían sido designados.
Vino la novedad de la justicia gratuita y los asesores-jueces fueron sustituidos por los
jueces cantonales y los jueces provicionales y desde entonces vino el desvarajuste de la justicia en
todos los niveles, por la sencilla razón de que físicamente imposible que un número reducido de
jueces y magistrados, puedan desarrollar el trabajo de acelerado crecimiento poblacional
Esto no quiere decir que necesitamos copiar integramente el sistema del pasado, pero si
se evidencia que necesitamos regular nuestro sistema legal para que los miles de profesionales
inscritos en el Colegio de Abogados de Quito y de los demás Distritos del País, ayudemos en el
pronto despacho de las causas y aliviemos la situación de los trámites civiles y penales, con la in
valorable ventaja para que el profesional del Derecho tenga la oportunidad de prepararse como
Abogado y especializarse como Juez.
José martí alguna vez, sin compasión expresó: «Quien oculta la verdad, o no se atrevea
decirla, no es uin hombre honrado».
La actualidad
Por otra parte, por falta de formación ética-profesional y falta de cultura jurídica tenemos
a ciertos Jueces y Abogados en las distintas ramas del Derecho, que no cumplen con la sagrada
que les ha encomendado la sociedad, de ser y representar la excelencia del criterio; la objetividad
imparcialy la equidad; convirtiéndose más bien en la farza institucionalizada; en un riesgo y peligro
social, en el cúmulo de la corrupción y la superficialidad sin horizonte, sin objetivos y sin destino.ç
Por falta de esa formación morla y de esa ética, los más altos Tribunales de Justicia del País, se han
convertido en empresas organizadas de la propaganda inútil, anarquizante y destructiva,
olvidándose de la sagarada misión de administrar justicia.
Que nuestros actos sena los guardianes fieles y constantes de una obra eficiente,
creadora, orientadora y digna que se imponga a los mezquinos intereses de quines no pueden
superar el estado traición, corrupciónm y maldfad, que evidencia ante el mundo un alto grado de
descomposición social que ha puesto en grave peligro a la democracia y a la propia existencia del
Estado.
Ilustres y distinguidos Abogados, con sobriedad, constancia y sana decisión, tenemos que
emprender la revolución mental de la sociedad, para que ésta nos reconozca el derecho que nos
permita especializarnos en todos los campos de la vida y alos abogados prepararnos para ser los
futuros legisladores que organicemos y orientemos a la Patria, al destino individual y al destino de
la sociedad universidal, porque la función de legislar debe ser la excelsitud y la aureola de los más
grandes pensadores del Derecho, ambición que desgraciadamente no se cumple, porque la
función legislativa enun alto porcentaje se encuentra en poder de los ineptos e ignorantes, que al
ser designados, sorprenden con la existencia de la ley al escucharla por primera vez y que por esta
osadía desangran a la Patria on privilegios y prevendas que les permiten ingrsos aproximados de
S/. 2´000.000 (ahora sobre los 10´000.000 de sucre mensuales, sin sentir verguenza de la ineptitud
de sus actos y de la repugnancia que ocasiona en la sociedad, esta felonía.
El Legislador debe estar fraguado con la grandeza del espíritu; la pureza del estilo; la
profundidad del conocimiento; la creatividad fecunda; la inspiración inagotable y el pensamiento
amplio y sublime que esté por sobre toda la Corte Suprema de Justicia reunida en pleno, porque el
Legislador es el creador de las normas constitucionales y legales; es el interprete de la Constitución
y sus reformas, a diferencia del Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que por ilustre
quesea, se limita a la ejecución de la ley y en casos escepcionales a emitir resoluciones sobre
dudas, bacíos, obscuridadde la ley.
Si se cristaliza esta ambición, será una realidad que en nuestra Patria se implante un
sistema legal que cumpla con las aspiracionesde la Sociedad y que con la ayuda permanente de la
práctica de la Abnogacía honesta, quede para la historia la impunidad solapada de los delitos, en
una sociedad civilizada y justa, en donde se establezca como norma la educación integral, la
creación de la riqueza y su equitativa distribución, para que los juzgados no se inunden de causas
de toda índole.
El ordenamiento jurídico del futuro debe ser la expresión de la nobleza y del alto nivel de
vida conquistado por el pueblo. De ninguna manera debemos aceptar un ordenamiento jurídico
que por compasión, no sea sancionador, o por debilidad de los juzgadores, para que las
generaciones que nos sigan no naufraguen en la duda de conocer quien ha fallado, si los hombres
o el Derecho.
En este momento que importante es recordar lo que los franceses dicen con mística y
razón: «Si la juventud supiese, si la vejez pudiese». Si la juventud supiese lo que tiene que hacer y
lo que tiene que cumplir en el futuro: si la jueventud supiese lo que tiene que aprehender y lo que
tiene que hacer. Otro serpía su destino. Muchas veces la juventud no sabe que papel va a cumplir
en su existencia e insensiblemente viene la vejez, sin haber aprendido ni habr realizado nada. Si la
vejez pudiese. pero en la vejez poco o nada se puede. El tiempo que paso, pasó y nadie lo detiene.
El tiempo que se desperdició, ha quedado desperdiciado, porque la vejez no es el mejor tiempo
para aprehender. Muchas veces la vejez únicamente sirbe para enterrarse con la mediocridad que
se ha forjado en la juventud. «No seáis vosotros jóvenes vulgares nunca, vosotros soís la juventud
que sabe lo que el Ecuador exige. La juventud que sabe qué es lo que espera de ella la ciencia, el
arte y la sabiduría, es aquella que cumple su destino positivamente». Así lo expresaba el
respetable Ex-Presidente de la República, Dr. José María Velasco Ibarra.
En sintesis, vale recordar a Justiniano, para manifestar que el Abogado debe volver a ser el
hombre probo, preito para hablar, lleno de probidad profesional, incapaz de producir la tiniebla y
luego enorgullecerse con el desgraciado honor de haber oscurecido la verdad; y volver a la era de
pensar en que el Abogado-Magistrado, a más de ser un verdadero sabio, debe ser un perfecto
caballero, sereno y desapasionado, porque para ser justo no necesita ser alo, como bien lo afirma
el ilustre Dr. Bolívar León Velásquez.
Señores luchemos porque el sistema legal y el Abogado del futuro, constituyan los mejores
garantes del convivir social, «porque el honor de una sociedad está reflejado en la rectitud de la
justicia», según lo expresaba Concepción Arenal. Luchemos también para que en el futuro se
olvide la vieja concepción que grita «desdichados los pueblos cuya última necesidad es la Justicia».
«El más fuerte no es nunca suficientemente fuerte para siempre el amo, sino de
trsnformar la fuerza en Derecho y la obediencia en Deber».
Perfil de Profesional
Su formación científica
Para el desarrollo adecuado de estos tres pilares el abogado debe poseer conocimiento y
destrezas metodológicas adecuadas De esta forma:
“El Abogado es el profesional especializado en la técnica de producción, interpretación y
aplicación de normas. De ahí la importancia de que el profesional del Derecho posea un alto grado
de preparación, conciencia y responsabilidad que lo habilite para realizar a través de su técnica
una tarea renovadora de la sociedad.
Asimismo debe poseer una formación ética y moral que le permite ser un Justo orientador
en los conflictos que a diario se plantean en la sociedad
El papel del abogado debe ser un ministerio, lo que significa un compromiso y a la vez un
privilegio en estos tiempos de crisis de valores, se requiere el estudio y aplicación de las normas
jurídicas con verdadera equidad”.
RESUMEN:
ABSTRACT:
The main intention of this work, is to approach the idea of the existence of an unequivocal
relationship between moral-ethics and deontology, with respect to the legal professions in general
and, in particular, with the profession of the legal profession.
In this sense, acquires a focus analysis on the nature of ethical norms and instruments that
enable the effectiveness of these codes. Therefore, although ethical standards could actually
found in this intermediate stage between law and morals, once nature in a code, they establish a
framework of principles and professional duties of mandatory. Ethics thus, legitimizes a
professional scope that affects society valued and sensitive materials. This applies a minimum
ethical spirit in a context of everyday professional life that enables greatly in his performance the
legal operator, ensuring that society in which exerts, a quantum of moral and legal guarantees as
the main safeguard of his acting profession.
RESUMO:
A intenção principal deste trabalho é para nos trazer mais perto para a idéia da existência
de uma relação clara entre a ética-moral com a ética, no que diz respeito às profissões jurídicas em
geral e em particular, com a profissão de advogado.
Neste sentido, adquire uma análise de foco sobre a natureza das normas éticas e
instrumentos que permitem a eficácia destes códigos. Portanto, embora padrões éticos podem
realmente encontrado neste estágio intermediário entre a lei e a moral, uma vez a natureza em
um código, estabelecem um conjunto de princípios e deveres profissionais de obrigatório. Ética
legitima assim, um âmbito profissional que afeta a sociedade com valor e materiais sensíveis. Isto
aplica-se um espírito ético mínimo em um contexto do cotidiano profissional que permite
grandemente em sua performance, o operador jurídico, assegurando de que a sociedade em que
exerce, um quantum de garantias morais e legais, como a principal salvaguarda de sua
desempenho.
Planteamiento
Dentro de cualquier actividad profesional puede entenderse que nos encontramos con un
especialista en la materia, que la lleve a cabo. Así, los camareros, los estibadores, los médicos,
pueden catalogarse dentro de un ámbito profesional determinado. Pero, en el caso que nos
ocupa, cuando hacemos referencia a un operador jurídico, además de un profesional en
determinada materia, estamos señalando a alguien, que no solamente tiene su calificación
académica, sino que además cumple una concreta función social. Esta función social a la que nos
referimos, no es más que “un genérico que identifica a todos los que con habitualidad se dedican a
actuar en el ámbito del Derecho, sea como creadores, como intérpretes, como consultores o como
aplicadores del Derecho, y que se diferencian precisamente por ese papel, que caracteriza su
actividad, del común de los ciudadanos” (Peces Barba Martínez, 1987).
Así parece entenderlo también Hierro (Hierro Sánchez-Pescador, 1997), cuando reconoce
que “la profesión jurídica sería toda aquélla en la que la titulación resulta una condición
indispensable para el servicio o trabajo que se realiza, es decir, para ser un operador del Derecho”.
No siendo, en este sentido, suficiente dicha titulación, sino la posterior acreditación y jura del
código deontológico, la Constitución española y las leyes, ante el correspondiente colegio de
abogados, como formalidad previa a la realización de actividad profesional de la abogacía.
Por otro lado, si bien es cierto que los abogados no tienen la capacidad para dictar una
sentencia, no es menos cierto que su labor es necesaria para el buen funcionamiento de la
Administración de justicia (Torre Díaz, 2008). Ya que se debe tener presente que son los que de
primera mano hacen acopio de las pretensiones del ciudadano para ajustarlas a derecho (Martí,
2002) y garantizar el derecho a la tutela judicial efectiva.
En garantía de los derechos del justiciable, tanto la ley como los Colegios profesionales
actúan como garantes de los deberes exigibles a los abogados. Precisamente por ello, el secreto
profesional o la confidencialidad resultan principios básicos exigibles al abogado con respecto a su
cliente. No obstante, desde esta base inicial hay que comprender el papel y la limitación de los
Códigos deontológicos, pues los mismos definen en un texto normativo los criterios compartidos
por el colectivo o colegio profesional. Haciendo con ello realidad la afirmación de que la Ética tiene
que convertirse en horizonte para la Deontología; las normas y deberes deontológicos precisan de
un horizonte de aspiraciones éticas (Hortal Alonso, 2002).
Uno de los retos a los que se enfrentan los abogados como defensores de la justicia, es el
que resulta del marco normativo al que deben estar sometidos y por el que se apuesta desde la
ética profesional. Cuando hacemos referencia a una conducta ética dentro del ámbito jurídico, nos
referimos al comportamiento lógico y exigible que deben respetar los operadores jurídicos como
profesionales al servicio de la Administración Pública de Justicia. De modo que, aunque puede
afirmarse que “las relaciones entre Ética y Deontología, como tantos conceptos filosóficos, pueden
hallarse o plantearse antagónicas o bien conectadas en desarrollo. La Deontología sería con,
carácter general, la palabra que designaría la aplicación de la Ética al campo profesional; la
Deontología sería, pues, una especificación de la Ética, como Ética aplicada a una profesión”
(Grande Yánez, 2010). Y, puede afirmarse que derivado de esa interpretación, “la ética aplicada a
la profesión del jurista y del abogado se denomina deontología jurídica” (Pérez Valera, 2002).
Entonces, la deontología viene reconocida como “la ética aplicada al mundo profesional,
concretada en unas normas y códigos de conducta exigibles a los profesionales, aprobados por el
colectivo de profesionales, que enumera una serie de deberes y obligaciones mínimos para todos
los profesionales con algunas consecuencias de carácter sancionador” (Torre Díaz, 2008).O como
defiende Rodríguez-Toubes (Rodríguez-Toubes Muñiz, 2010), “la deontología es, en su significado
originario y todavía vivo, el estudio de los deberes morales de conducta”. Precisamente por ello, el
Código deontológico se concibe como una exigencia en torno a los deberes de los operadores
jurídicos desde un prisma ético y legítimo, mediante la regulación de comportamientos básicos por
los que debe guiarse ese ámbito profesional determinado.
En este punto, entra en juego la ética y la moral privada del abogado, pues no resultan
automáticamente exigibles en el ámbito profesional, por tanto, las medidas que garanticen su
ejercicio profesional con una mínima base axiológica, atendiendo en todo caso, a los valores
superiores que asisten a la sociedad que recibe la acción del operador jurídico. Ni tampoco
garantiza, a priori, una conducta eficiente. Vistas así las cosas, el contenido de los Códigos
deontológicos son un compendio de reglas, principios y deberes que supervisan al abogado en el
ejercicio de su actividad profesional, no pudiendo en ningún caso, como no podría ser de otro
modo, entrar a valorar las actuaciones realizadas en el ámbito privado.
Ese compendio de reglas, principio y deberes provienen del propio colectivo de la abogacía
(Carnicer Díez, 2003), en aras de alcanzar una unificación de criterios en torno a un ámbito de
valores y derechos que conformen la justicia, la seguridad jurídica y la honestidad en una esfera de
actuación precisa y determinada.
el abogado no sólo forma parte de la administración de justicia, sino que juega un papel
básico en su desarrollo. Tiene además algunas circunstancias muy particulares; Un abogado, como
miembro de una profesión jurídica, es al mismo tiempo el representante de un cliente, un
operador del sistema jurídico y un ciudadano que tiene una especial responsabilidad en el
mantenimiento de la calidad del sistema de justicia (Garrido Suárez, 2012).
Se parte, entonces, de la idea que promulga que la abogacía tiene una función de orden
social vinculada al interés público. De ahí, que su reconocimiento por parte de las instituciones así,
como su régimen deontológico y de responsabilidad, disponga la conducta profesional a la que
debe estar enteramente subordinado.
En el caso que nos ocupa, resulta necesario conocer cuál es el contenido de los deberes,
obligaciones y alcance del ejercicio del abogado. Ya que la deontología en el ámbito profesional
tiene como objetivo declarado el establecimiento de reglas que si bien pertenecen al ámbito moral
o ético en sentido estricto, no es menos cierto que su carácter imperativo las posiciona en
auténticas normas de obligado cumplimiento.
La ética
Por una parte, y en el caso que nos ocupa, se parte de la relación que existe entre la ética y
la moral en el ejercicio profesional. Si tomamos como antecedentes los referentes incuestionables
de la deontología jurídica con el deber moral de los operadores jurídicos, se puede observar que la
ética se ocupa de analizar qué valores deben estar presentes y las metas que se deben alcanzar en
el ejercicio de su profesión. En la misma línea, la ética profesional, está íntimamente relacionada
con la moral personal y colectiva. Este razonamiento parte de la consideración que defiende que el
abogado debe tener presente que es un servidor de la defensa legítima de los derechos de su
cliente y por tanto, la relación de confianza y de responsabilidad debe primar en todo caso, unido
al respeto por su dignidad personal. El objetivo de la ética no es otra que la de dotar de respuestas
a los actos asumidos por la moral del sujeto. Un análisis sobre el tema que nos ocupa, quedaría
abreviado en la reflexión que hace la profesora Cortina Orts (Cortina Orts, 1989), cuando defiende
que “la ética a diferencia de la moral, tiene que ocuparse de lo moral en su especificad, sin
limitarse a una moral determinada, tiene que dar razón del porqué de la moral”. O bien, lo que
otros autores como Gutiérrez (Gutiérrez Sáenz, 2005), entiende cuando defiende que la ética
“trata de emitir juicios sobre la bondad o maldad moral de algo, pero dando siempre la causa o
razón de dicho juicio”.
Entendida la ética como el comportamiento o conducta que tiene el ser humano ante el
grupo social, permite hacernos una breve idea de la ética que debe tener el abogado como
servidor de la justicia y colaborador de la Administración de Justicia. En consecuencia, la labor del
abogado quedaría resumida en el deber de salvaguardar y garantizar con obediencia las normas
jurídicas-morales así como, la tutela judicial efectiva de todos los ciudadanos, empleando en todo
caso, los medios éticos-legales de los que dispone.
Precisamente por ello, como servidor de la justicia y por la función social que representa,
se le requiere el compromiso de ostentar un criterio de justicia ecuánime. En el modelo Español,
estos imperativos exigibles vienen derivados por la propia Ley y por las normas de obligado
cumplimiento por parte del colectivo que representa.
Un ejemplo de ello, sería la protección por parte del Derecho Penal español con respecto
al secreto profesional y a su vez el reconocimiento que hace del mismo el Código Deontológico de
la Abogacía en España. De ahí, la importancia que asumen los Colegios Profesionales cuando se
convierten en corporaciones que tienen como objetivo prioritario velar con eficacia por la
salvaguarda de los deberes profesionales que se encuentran reconocidos por el código de
conducta o código deontológico.
La moral
Por otra parte, la moral viene reconocida como las normas que sirven como principios
rectores del comportamiento humano y derivan directamente de la opción doctrinal que
representan (Ara Pinilla, 2002). Por lo tanto, existirán tantas morales, como doctrinas filosóficas,
religiosas, políticas, entre otras, existan.
A tal respecto existen autores que la entienden como “un conjunto de principios,
preceptos, mandatos, prohibiciones, permisos, patrones de conducta, valores e ideales de vida
buena que en su conjunto conforman un sistema más o menos coherente, propio de un colectivo
concreto en una determinada época histórica… la moral es un sistema de contenidos que refleja
una determinada forma de vida” (Cortina Orts y Martínez, 1996). De ahí, que la deontología
jurídica venga identificada como un conjunto de obligaciones morales que el abogado debe tener
presente en el ejercicio de su actividad profesional.
Una definición material viene contemplada en el artículo 1 del propio Estatuto cuando
establece que:
La Abogacía es una profesión libre e independiente, que asegura la efectividad del derecho
fundamental de defensa y asistencia letrada y se constituye en garantía de los derechos y
libertades de las personas. Los Abogados deben velar siempre por los intereses de aquellos cuyos
derechos y libertades defienden con respeto a los principios del Estado social y democrático de
Derecho constitucionalmente establecido.
Una definición más formal la encontramos en el artículo 9.1 del propio estatuto “Son
abogados quienes, incorporados a un Colegio español de Abogados en calidad de ejercientes y
cumplidos los requisitos necesarios para ello, se dedican de forma profesional al asesoramiento,
concordia y defensa de los intereses jurídicos ajenos, públicos o privados”. En este sentido, es
importante señalar que una de las tipologías que defendía, por ejemplo, Torre Díaz (Torre Díaz,
2000), con respecto a la apertura de un despacho profesional, queda extinguido con lo
contemplado en el artículo 10 del Estatuto donde se defendía a la figura del abogado como
“quienes, incorporados a un colegio de Abogados en calidad de ejercientes, se dedican con
despacho profesional a la defensa de intereses jurídicos ajenos”.
En la misma línea, al abogado como operador jurídico también se le reconoce como pilar
básico en la Administración de justicia, por la función social que representa. Con la denominación
de operador jurídico, nos referimos a todos aquellos que se dedican a actuar dentro del ámbito del
Derecho con una habitualidad profesional, ya sea como aplicadores del Derecho o bien como
creadores, intérpretes o consultores del mismo (Peces Barba Martínez, 1987). Por ello, habrá que
matizar que no todos los licenciados del derecho son operadores jurídicos, ni todos los operadores
jurídicos son juristas. En este sentido, se pronuncia el profesor Peces Barba cuando hace
referencia a la labor de un alcalde que es licenciado en medicina. En el ejercicio de sus funciones
está trabajando como un operador jurídico, sin tener la competencia de un profesional jurídico,
puesto que su titulación no le confiere conocimientos técnico-jurídicos (Peces Barba Martínez,
1987).
Es destacable, sin embargo, cómo la figura del abogado como operador jurídico, adquiere
una relevancia en cuanto a garante de los principios básicos del Estado de Derecho. Pues el
ciudadano litiga contra las instituciones en defensa de sus derechos y es guiado por el letrado en
su camino, asumiendo así la protección de los derechos subjetivos de éste frente a los propios
órganos del Estado.
Sobre las funciones que debe cumplir el Derecho es necesario hacer una reflexión sobre lo
que debe ser el derecho y para qué debe servir (López Calera, 1996). Para responder esta cuestión
habría que plantearse primeramente las funciones que cumple el Derecho como conjunto de
normas que se postulan para organizar la vida social (Ferrari, 1989). En este sentido, se pronuncia
el profesor Elías Díaz (Díaz García, 1996), cuando defiende que el Derecho se constituye como un
conjunto de disposiciones normativas que deben conseguir, instaurar o reforzar una organización
social. Entendiendo así, que el Derecho ayuda a mantener una estructura social determinada,
colaborando a su conformación en base a esos ideales que la propia sociedad requiere o exige.
Como parte de la Administración de Justicia, el abogado se encuentra en un contexto
determinado. Por un lado, al formar parte de la organización de la Administración de Justicia, se le
considera un operador del sistema legal. Pues con esa adscripción queda supeditado a lo
contemplado por el sistema judicial. Y por otro lado, su circunscripción como operador jurídico le
obliga a realizar una serie de funciones encaminadas a la búsqueda de la justicia.
Ahora bien, el abogado puede tomar partido ante un conflicto en su actuación como
asesor o consejero, indicando al cliente cuáles son sus derechos y obligaciones. También puede
operar como evaluador, analizando los asuntos legales de su cliente e indicarle el escenario
jurídico en el que se encuentra. Pero, en todo caso, el abogado deberá actuar con su cliente
transmitiéndole el marco legal y los límites legales de cualquier acción que pretenda realizar,
señalando la mejor manera de actuar en la defensa de sus intereses e indicando además, las
posibles consecuencias de un pleito o la realización de determinados recursos. Todo ello, en un
marco de confianza, respeto y de total reconocimiento al ámbito del derecho, límites y normas
aplicables.
Dicho esto, aunque parezca obvio, hay que entender que en la práctica del ejercicio, el
abogado puede encontrarse con situaciones en las que sea difícil mantener el sentido de justicia.
Imaginemos que se encuentra con un cliente que no quiera continuar el procedimiento tal y como
establece el marco normativo o con pretensiones irreales y fraudulentas. Ello no significa, que el
abogado quede eximido de explicarle la repercusión legal en caso de contravención y las
consecuencias jurídicas que deriven de la elección realizada por su cliente. Pues, como se indica, la
pretensión final del abogado es la justicia en beneficio de su cliente, pero también en beneficio de
la sociedad y principalmente de la justicia.
Puede suceder también, que un abogado ante una dilatación del proceso en la justicia
ordinaria, se convierta en un auténtico mediador en la resolución de conflicto a través de técnicas
extrajudiciales, como puede ser la conciliación, el arbitraje o la mediación, para superar la
ralentización que sufren los juzgados por el número de asuntos, o el coste que supone acceder a la
Administración de Justicia (Falcón Martínez de Marañón, 2005). Colaborando de esta forma al
logro de la justicia que reclama su cliente, mediante técnicas legales y conformadoras del Derecho,
participando así de la efectividad de la justicia.
En todo caso, la labor primordial del abogado como operador al servicio del Derecho en
cualquiera de las funciones que represente, no es más que la de gestionar los asuntos del cliente,
tratando siempre que a éste le resulte provechosa la posibilidad que le otorga el Derecho,
asegurando en todo caso resolver el conflicto con eficacia y sentido de la justicia. Así lo reconoce
la profesora Añón Roig (Añón Roig, 1998), cuando defiende que el abogado en el ejercicio de sus
funciones tanto de asesoramiento, negociación o mediación y en la defensa de intereses en litigio,
coopera en la realización y aplicación real de algunas funciones del derecho, tales como la
orientación social, la resolución de conflictos o la integración social.
La deontología viene entendida como la ciencia que estudia el conjunto de los deberes
morales, éticos y jurídicos con que debe ejercerse una profesión liberal determinada.
Así, Ángela Aparisi, la entiende como “aquella exigencia moral anclada en la naturaleza de
una profesión. Desde esta perspectiva, las normas deontológicas son, básicamente, exigencias de
ética profesional. Por ello, al igual que ocurre con las normas morales, se nos muestran ‘prima
facie’ como un deber de conciencia” (Aparisi Miralles, 2006).
Entre los diferentes enfoques que pueden versar en torno a la aproximación conceptual,
autores como Sánchez-Stewart definen a la deontología como “el conjunto de normas jurídicas
que regulan sus relaciones con su cliente, con la parte adversa, con sus compañeros de profesión,
con los órganos y funcionarios ante los que actúa y con su colegio profesional, normas cuyo origen
y tutela es corporativo” (Sánchez-Stewart, 2008).
Siguiendo ese marco, véase por ejemplo, el artículo 1.1 del Código Deontológico del
Consejo de los Colegios de abogados de la Unión Europea cuando reconoce que: “En una sociedad
fundada en el respeto a la Justicia, el Abogado tiene un papel fundamental. Su misión no se limita
a ejecutar fielmente un mandato en el marco de la Ley. En un Estado de Derecho el Abogado es
indispensable para la Justicia y para los justiciables, pues tiene la obligación de defender los
derechos y las libertades; es tanto el asesor como el defensor de su cliente”.
Puede entonces afirmarse, que en el ejercicio de la abogacía la figura del abogado
representa una pieza fundamental en el funcionamiento de la Administración de Justicia. Por la
función social que representa, las normas deontológicas resultan del todo necesarias en la figura
del abogado, puesto que trabaja con un arsenal ético tan importante como resulta de la seguridad
jurídica, la justicia, la lealtad, la equidad, entre otras.
El debate sobre la naturaleza de las normas deontológicas ha sido una constante dentro de
los diferentes ámbitos. En este sentido, la deontología profesional se presenta como un esquema
que se encuentra ubicado entre el derecho y la moral (Rodríguez-Arana Muñoz, 2003).
Por otro lado, el resultado de las disposiciones normativas provenientes del Código
Deontológico de la Abogacía Española tiene una naturaleza corporativa (Carnicer Díez, 2003) pues
regulan exclusivamente la labor del colectivo de la abogacía en el deber que debe cumplir como
profesional.
Así lo defiende también el Tribunal Constitucional, cuando reconoce que estas normas son
producto de la relación instituida sobre la base de la delegación de potestades públicas en los
entes corporativos, a los que se les dispensa facultades para lo relativo a la ordenación y control
del ejercicio en lo relativo a las actividades profesionales, reconocida además en el artículo 36 de
la Constitución española (Iglesias Pérez, 1991).
Autores como Iglesias (Iglesias Pérez, 1991), ponen en duda la naturaleza normativa de los
Códigos Deontológicos, esgrimiendo que los códigos deontológicos en general no participan ni de
la normatividad jurídica ni de la voluntariedad de los pactos entre particulares. Esa normatividad
jurídica viene reconocida como la capacidad de coercibilidad o coactividad que asume la
normativa jurídica (Díaz García, 1984). En este sentido, defienden algunos autores que los Códigos
Deontológicos no vienen respaldados legalmente por la formalidad material exigible para
reconocerlos como una auténtica norma jurídica, así como la inexistencia de una articulación que
los incorpore al ordenamiento jurídico y por todo ello, pone en tela de juicio su capacidad
normativa.
Olvidan quienes así piensan, que la validez del contenido normativo de los Códigos
Deontológicos viene reforzada precisamente por la Ley y los Colegios Profesionales en el
reconocimiento de la delegación normativa que se les confiere. En particular, en el caso español, el
Código Deontológico de la Abogacía viene reforzado normativamente por el Estatuto General de la
Abogacía.
Así, el Estatuto General de la Abogacía, define en su propio Preámbulo que una de las
principales pretensiones es reconocer la mayor autonomía de los Colegios para determinar su
propia organización y las reglas de su funcionamiento. Esta nueva concepción parte de la
distinción entre los títulos materiales relativos al ejercicio profesional y a los Colegios
profesionales. Establecida esta distinción, se afirma la amplia competencia del Estatuto General
para regular el ejercicio de la profesión de Abogado, mientras que se le reconoce un papel menor
para establecer reglas de organización de la estructura colegial. El texto recoge normas
deontológicas adecuadas a la realidad social actual, definiendo una deontología profesional no
corporativista, protectora de los derechos del cliente y del interés general.
A este respecto, no son pocos los autores que se han pronunciado en una posible
intervención paternalista ante un acto individual que pueda ser moralmente rechazable, cuando
se lesiona o daña a terceros. Sin embargo, autores como Mill (Mill, 2004) defendía al respecto, que
nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso
fuera mejor para él, porque le haría feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más
acertado o más justo.
Para Nino (Nino, 1984), el principio que está en juego es lo que denomina principio de
autonomía de la persona, según el cual, el Estado no debe interferir en la elección o adopción de
ideales de excelencia humana, limitándose a diseñar instituciones que faciliten la persecución
individual de esos planes de vida y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno sustente.
Si partimos de la acepción que define a la Deontología como una disciplina que se ocupa
de las obligaciones de los profesionales, la Deontología Jurídica responde a los principios a los que
debe de ajustarse el profesional del derecho. El código de deontología jurídica sirve como guía de
principios y normas cuya función prioritaria es la de suministrar y adecuar el valor que supone la
ética en el ejercicio de la profesión de los operadores jurídicos. Principios como la honradez,
integridad, honestidad, lealtad, celeridad o claridad, resultan una virtud que debe estar presente
en el ejercicio del profesional del derecho. En este sentido, resulta necesario separar el carácter
deontológico de lo que no lo es, sobre todo, para evitar una posible confusión entre lo que se
puede entender como normas de carácter social o moral.
En España, para poder ejercer la abogacía, hasta la entrada en vigor de la Ley 34/2006 el
30 de octubre de 2011 bastaba con poseer el título de licenciado en Derecho y la afiliación al
Colegio de Abogados. En este sentido, el propio estatuto establece con criterio general, ser mayor
de edad, no estar incurso en causa penal o cualquier incompatibilidad de derive del cargo que
representa así como tener nacionalidad española o pertenecer a un Estado miembro de la Unión o
Acuerdos Internacionales.
Como respuesta de las reformas legislativas y como los cambios políticos y sociales
sufridos en la sociedad española, el ejercicio profesional del abogado en España se ha visto
inmerso también inmerso en esa vorágine.
No son pocos los autores que reconocen en la figura del abogado profesional que asume la
dirección técnica en la preparación del procedimiento y la consecución de los medios de prueba
(Weber, 1969).
En esta línea, surge el planteamiento del por qué siendo la abogacía la una profesión libre,
tal y como se defiende en el propio Estatuto de la Abogacía, requiere que el abogado para el
ejercicio de profesión como litigante deba estar al amparo de un Colegio Profesional regulado por
el derecho público”. Así lo indica la Ley 2/1974 de 13 de febrero sobre Colegios Profesionales, en
su artículo 1.1., cuando establece que los Colegios Profesionales son corporaciones de derecho
público, amparadas por la Ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y
plena capacidad para el cumplimiento de sus fines.
Lo que si queda del todo patente es, que para ser profesional del derecho se debe tener
tal y como se defiende “un buen conocimiento de la ley de la jurisprudencia y de la práctica de los
tribunales” (Gómez Pérez, 1991).
Queda del todo patente que el ejercicio de la abogacía está íntimamente ligada con los
principios de actuación que rigen por el propio Estatuto de la Abogacía y lo derivado del Código
deontológico, teniendo como objetivos prioritarios la impartición de justicia, la aplicación correcta
del Derecho garantizando, en todo caso, la defensa y la protección de los valores universales que
supone el reconocimiento de los derechos humanos.
las profesiones liberales son actividades intelectuales ya que consisten en aplicar la lex
artis definida como un conjunto de contenidos de carácter ético y técnico-científico, a problemas
de especial trascendencia para la persona y para la sociedad. Así, el carácter intelectual de los
abogados es obvio, pues aplican los conocimientos propios de la Ciencia del Derecho para
solucionar los problemas jurídicos que se le plantean. Además la abogacía cumple una función
social, pues resulta esencial para la defensa de las libertades fundamentales y de los derechos de
las personas, asumiendo la posición de intermediario entre el Estado y el ciudadano (García
Piñeiro, 2009).
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c) Por último, debe observarse que consultaran más y aprovecharan mejor los
servicios de un abogado quienes estén organizados mejor para aprovechar tales
servicios.
El código ético del abogado supone el libre ejercicio de sus funciones, de manera que no
esté sujeto a presiones de ningún tipo. Los abogados pueden decidir si aceptar o no un caso, y
tienen la libertad para determinar las acciones más adecuadas a seguir, siempre en el respeto de
la ley y para defender a su cliente.
Los abogados representan a sus clientes cuando estos atraviesan situaciones de gran
vulnerabilidad, por lo que es importante que velen adecuadamente por sus intereses en el
cumplimiento de la ley. La ética profesional del abogado, también conocida como deontología del
abogado, es el conjunto de obligaciones y deberes que rigen su práctica profesional y garantizan la
máxima protección del cliente. Si te estás planteando estudiar Derecho, visita nuestro artículo
creado únicamente para aportar toda la información relevante sobre esta profesión.
Ejercicio libre de la profesión. El código ético del abogado supone el libre ejercicio de sus
funciones, de manera que no esté sujeto a presiones de ningún tipo. Los abogados pueden decidir
si aceptar o no un caso, y tienen la libertad para determinar las acciones más adecuadas a seguir,
siempre en el respeto de la ley y para defender a su cliente. Si el abogado no puede ejercer con
total independencia debe rehusar el caso.
Mantener el secreto profesional. El código de ética profesional del abogado indica que tiene la
obligación de mantener en privado toda comunicación e información que reciba de su cliente. Por
tanto, no puede aceptar casos contra un cliente anterior, tanto si se trata del mismo
procedimiento en que le defendió como uno nuevo derivado del precedente, ya que así se evita la
posibilidad de que utilice en su contra la información recibida bajo secreto profesional.
Informar al cliente. El abogado debe especificar el coste de sus honorarios y posibles gastos en los
que incurrirá el cliente. Debe explicar las costas por desestimación, así como la viabilidad de las
acciones o recursos a interponer. Aunque no es obligatorio, el código ético del abogado
recomienda realizar una hoja de encargo que refleje el presupuesto y las actuaciones a seguir.
Asimismo, el abogado debe informar al cliente de posibles relaciones personales, familiares o de
amistad con la parte contraria que puedan afectar el caso.
Solicitar la venia del abogado anterior que llevaba el caso. El cliente tiene derecho a cambiar de
abogado en cualquier momento, pero el nuevo profesional que contrate debe solicitar la venia al
anterior. Si el nuevo abogado no puede ponerse en contacto con el anterior, puede solicitar la
venia al Colegio o decano. El abogado anterior, por su parte, está obligado a entregar toda la
información y documentación que posea sobre el caso.
Comunicar cualquier cambio al abogado contrario. Los principios éticos del abogado indican que
este solo se relacionará con la parte contraria a través de su abogado. La comunicación entre
ambos es confidencial, a menos que exista un acuerdo que indique lo contrario. A su vez, el
abogado debe comunicar lo antes posible a la parte contraria cualquier cambio del cliente si se
está negociando un acuerdo.
Si te interesa la profesión del abogado y estás pensando en estudiar Derecho, con nuestro Grado
Oficial en Derecho en Madrid, Barcelona, o a distancia, podrás seguir profundizando en el código
ético del abogado. Adquirirás un conocimiento interdisciplinar del ordenamiento jurídico español y
comunitario, profundizando en las diferentes ramas jurídicas y la normativa vigente, de manera
que cuando te gradúes podrás desempeñarte como abogado, procurador, juez o fiscal, trabajando
en administraciones públicas o empresas privadas. Si quieres una mayor especialización en este
sector, infórmate sobre nuestro Máster Universitario en Abogacía de Madrid Habilitante o, si lo
prefieres, puedes cursarlo Online desde cualquier lugar en el que te encuentres.
Toda profesión genera un conocimiento de utilidad para resolver problemas de diversa índole.
Lograrlo requiere no solo de la apropiación del conocimiento formal. Además se necesita de una
profunda comprensión de los principios éticos que rigen el ejercicio de la actuación profesional.
La moral profesional muestra el camino que debe seguir cualquier capacitado en un área
determinada. Para dar cumplimiento legal y ético a su acción en la vida laboral. El estudio de los
deberes morales de un profesional se denomina deontología.
Sin duda, en todas las profesiones la integridad y la ética son pilares fundamentales para el debido
ejercicio. Sin embargo, en el Derecho estos valores tienen un peso especial, si tomamos en cuenta
que el abogado se encarga de defender y administrar la justicia.
La deontología jurídica rescata el conocimiento necesario para ser abogado y todas las
capacidades relacionadas con ello. Como la principal obligación moral en esta carrera universitaria.
Esto es equivalente a poseer las herramientas para comprender las leyes, la jurisprudencia y la
práctica de los tribunales.
En líneas generales, un abogado durante un juicio debe seguir algunas normas cuyo cumplimiento
también denota profesionalismo en su actuación. Entre ellas resalta el dominio del tema a tratar,
la presentación de los argumentos de acuerdo a lo establecido, el respeto por los colegas
presentes y testigos, el uso correcto del lenguaje en sus intervenciones y la puntualidad al
presentarse.
A pesar de que existen códigos que rigen la conducta general de estos profesionales, cada país
tiene la potestad de establecer su manual de ética correspondiente, ajustado a la naturaleza de la
práctica jurídica en su territorio.
En el artículo dos del mencionado código se establece que «el abogado tendrá como norte de sus
actos servir a la justicia, asegurar la libertad y el ministerio del Derecho. El abogado que conozca
de cualquier hecho que atenta contra las prohibiciones de este Código, está en el deber de dar
información inmediata al Colegio de Abogados al cual está inscrito el infractor».
En el artículo nueve el manual especifica que es relevancia para la actuación legal que el
profesional mantenga la confidencialidad en los casos manejados. Evitando la exposición a los
medios de comunicación para ofrecer información sobre los asuntos que se le encomiendan. O
evidenciar piezas del expediente que todavía no hayan sido sentenciadas. En el artículo 25 se
refuerza el cumplimiento estricto del secreto profesional, extensivo también a sus archivos y
papeles aún cuando el abogado haya dejado de prestar sus servicios al defendido.
Celebrar arreglos con la contraparte a espaldas del patrocinado es considerado una deslealtad
infracción grave al ejercicio. En caso de tener relaciones con la otra parte, el abogado deberá
notificarlo a su defendido, tal como se establece en el artículo 33 del código de ética.
Y apoyo irrestricto a la justicia en todo el ejercicio de su labor. Esto incluye la contribución con
colegas en caso de ser necesario.
La deontología jurídica recomienda a los abogados no prestar sus servicios a causas ilícitas,
injustas o que lesionen los derechos humanos. Igualmente se aconseja estipular un costo justo y
correcto para sus servicios que no perjudique al cliente.
A la hora de cumplir con sus obligaciones es importante ser diligente y eficiente. Pues los retrasos
en los procesos perjudicarán al patrocinado. Sobre todas las cosas, el ejercicio legal requiere del
estudio, verificación y análisis correcto de los casos, pruebas y argumentos.
Los códigos de ética establecen un modelo correcto de actuación apegado a los principios de la
justicia. Desde Alan Aldana & Asociados apoyamos el cumplimiento obligatorio de cada una de las
disposiciones correspondientes al Código de Ética del Abogado Venezolano, garantizando
eficiencia, honradez y propiedad a la hora de hacer justicia.
" El abogado aprende el 20% de su profesión en las aulas de la universidad y el 80% restante en la
practica diaria de los conocimientos obtenidos. "
1.competencia desleal
6. Vaya y observe en cualquier sede del Colegio de Abogados como estos profesionales se reúnen
de la manera más natural, hablan sin ningún recato, y como seponen de acuerdo, defensor y
acusador, en sacarle a sus clientes la mayor suma de beneficio posible,
7. sobornan a los jueces que manejan juicios en el área penal, civil, tributario, de tierra, detransito,
10. Que nuestro fin como abogado, es saber que desde que comenzamos a ejercer
profesionalmente muchas personas ponen sus esperanzas ennosotros, y al asumir esa
responsabilidad, no solo debemos demostrar nuestra capacidad académica sino también nuestros
valores morales, un abogado debe ser una persona comprometida con la justicia de su país,aun
desde la pequeña labor que pueda desempeñar, su accionar puede hacer la diferencia en nuestra
sociedad.
"Quien elige una carrera como la de abogado a ella tiene que entregarle el corazón".
ROL DE LAS INSTITUCIONES JURIDICAS
Institución es una idea de obra o de empresa que se realiza y dura jurídicamente en un medio
social; para la realización de esta idea, se organiza un poder, sele procura los órganos necesarios y,
por otra parte, entre los miembros del grupo social interesado en la realización de una idea, se
producen manifestaciones de comunión dirigidas por órganos de...Leer documento completo
...capacita para el ejercicio de las diversas profesiones jurídicas, y por ello en numerosos países, a
los egresados se les exige una práctica jurídica profesional, a veces de varios años, en despachos
de abogados, oficinas públicas o ante los tribunales, y posteriormente un examen público, ya sea
de carácter oficial o ante los colegios de abogados, para ser admitido plenamente en las citadas
actividades profesionales". 2 Se ha visto que la...
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...PROFESIONES JURÍDICAS El juez es la autoridad pública que sirve en un tribunal de justicia y que
se encuentra investido de la potestad jurisdiccional. También se caracteriza como la persona que
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evidencias o pruebas presentadas en un juicio, administrando justicia. Juez de paz, hace referencia
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hombre que, normalmente, constituye para él una fuente de ingresos, y, por tanto un fundamento
económico seguro de su existencia. Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española apunta que
el vocablo profesión proviene de professio, es decir, acción y efecto de profesar, pero también
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