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El rol del abogado

La actividad profesional de los abogados se desarrolla en dos ámbitos: las actividades que estos
desempeñan en exclusiva y las que pueden ejercer conjuntamente con otros profesionales.

Con excepción de la actividad de asistencia y de representación, cuyo monopolio, con la salvedad de


ciertas excepciones muy limitadas, se reconoce a los abogados, las actividades de asesoramiento y de
redacción de actas las pueden ejercer distintos profesionales, y no solo los que pertenecen al sector
profesional jurídico y judicial. Desde hace algunos años, el campo de actividad del abogado se ha abierto
también a nuevos dominios, de conformidad con el régimen de incompatibilidades que dicta la ley.

El monopolio de asistencia y de representación de


los abogados
El artículo 4 de la Ley n.º 71-1130, de 31 de diciembre de 1971 , que regula determinadas
profesiones judiciales y jurídicas, antepone el principio de monopolio por parte de los abogados en
cuanto a la asistencia y la representación de las partes, la demanda y el alegato, tanto en primera
instancia como en fase de apelación, ante las jurisdicciones del ámbito judicial y administrativo,
así como ante todos los organismos jurisdiccionales o disciplinarios.
Dicho monopolio no se encuentra territorialmente limitado. Cualquier abogado puede actuar como
representante, prestar asistencia jurídica y litigar ante todas las jurisdicciones o comisiones
administrativas francesas.
Si bien la dualidad de funciones entre la demanda y el alegato ha desaparecido prácticamente en lo que
se refiere a la profesión, aún subsiste a nivel territorial: un abogado puede formular alegaciones en
cualquier lugar, inclusive fuera del área de su competencia, pero no puede presentar una demanda sino
dentro de esa área. Si es necesario, corresponde a la parte designar adicionalmente un «abogado
defensor» inscrito en la jurisdicción donde se desarrolla la instancia.
La profesión de abogado no se beneficia del monopolio absoluto de asistencia y representación en
cualquier ámbito y ante cualquier tribunal:

 No es obligatoria la representación mediante un abogado ante un juzgado de primera instancia e


instrucción, el juez de proximidad, el tribunal de conciliación laboral, el tribunal competente en
cuestiones relativas a la Seguridad Social, el tribunal mercantil, el tribunal paritario para litigios
de arrendamientos rurales, ni las jurisdicciones represivas.
 Ante el tribunal de casación, la representación de las partes está asegurada por medio de
oficiales ministeriales denominados «abogados del Consejo de Estado y del tribunal de
casación», o «abogados de los consejos», que forman parte de una organización independiente
de la del resto de abogados y que disponen de un privilegio de representación ante esas dos
jurisdicciones. Existe un centenar de ellos en la actualidad.

Actividades compartidas con otros profesionales


El artículo 54 del título II de la Ley n.º 71-1130, de 31 de diciembre de 1971, modificada por la Ley
n.º 90-1259, de 31 de diciembre de 1990 , define las condiciones por las que cualquier persona,
directamente o como representada, puede, con carácter habitual o remunerado, prestar
asesoramiento jurídico o redactar contratos privados en nombre de terceros.
De este modo, el abogado comparte tareas con otros profesionales para asesorar a su cliente, emitir
dictámenes o efectuar consultas, redactar contratos, actas o transacciones de carácter privado, redactar
documentos ajustados al derecho de las sociedades (informes, actas de las asambleas generales, contratos
de fusión, etc.).
El abogado continúa siendo, sin embargo, el único profesional que puede redactar y regularizar las actas
de abogados como refuerzo de valor probatorio.

Las nuevas áreas de actividad de los abogados


El abogado, profesional del derecho, es el mandatario natural que acompaña a sus clientes en
todos los actos de la vida civil.
Entre los nuevos oficios de la profesión al servicio de los ciudadanos, figuran el de mandatario en
transacciones inmobiliarias y el de representante legal de artistas. El artículo L222-7 del Código de
Deporte autoriza asimismo al abogado a actuar en calidad de representante de un deportista sin
necesidad de poseer licencia como agente deportivo ni estar sometido a la disciplina de las federaciones.
El abogado puede actuar del mismo modo en calidad de:

 Mediador entre las partes a fin de regular sus discrepancias al sesgo de un proceso que, si tiene
éxito, dará lugar a un acuerdo amistoso. A tal respecto, el procedimiento participativo de
negociación asistida por medio de un letrado es un nuevo modo alternativo de regulación de los
litigios instaurado en el Código Civil francés, con la finalidad de incitar a las partes a la
resolución negociada de sus discrepancias.
 Árbitro que actúa como un juez independiente. Finalmente se pronunciará una sentencia
ejecutoria en virtud del derecho francés o, llegado el caso, en virtud de la convención
internacional que sea de aplicación.
 Fiduciario actuando de conformidad con las leyes que rigen la confianza, si bien esta debe
determinar por sí misma que dicha confianza tiene un fin legítimo.
 Lobista que actúa como representante de su cliente frente a las autoridades nacionales o
internacionales. En tal caso, deberá comunicar a dichas autoridades a qué intereses y personas
representa.

Incompatibilidades
Las incompatibilidades están reguladas por las disposiciones de los artículos 111 a 123 del Decreto
de 27 de noviembre de 1991.
De una manera general, la profesión de abogado es incompatible con el ejercicio de cualquier otra
profesión, especialmente con cualquier actividad de carácter comercial, sea esta ejercida directamente o
por representación de un intermediario, con las funciones de asociado en una sociedad en nombre
colectivo, de asociado comanditario en sociedades en comandita simple y por acción, de gerente en una
sociedad con responsabilidad limitada, de presidente de consejo de administración, de miembro de la
directiva o director general de una sociedad anónima, de gerente de una sociedad civil, a menos que esta
no tenga por objeto la gestión de intereses familiares o profesionales bajo el control del consejo de la
corporación.
Un abogado, no obstante, puede ser miembro del consejo supervisor o administrador de una sociedad
comercial si justifica siete años de ejercicio en una profesión jurídica reglamentada y tiene autorización
del consejo de su colegio de abogados.
ROLES TRADICIONALES Y NUEVOS DE
LOS ABOGADOS
Enviado por posii  •  21 de Julio de 2012  •  3.215 Palabras (13 Páginas)  •  1.593 Visitas

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ROLES TRADICIONALES Y NUEVOS DE LOS ABOGADOS

El rol que el abogado cumple hoy en la sociedad merece ser reexaminado.


Pero no desde la perspectiva tradicional de su rol como defensor o asesor legal de
su cliente, sino con relación a lo que la sociedad puede esperar de él por su especial
formación en ámbitos de actuación no tradicionales. La función social del abogado
aludiendo al turno de oficio y todo lo que ello implica para la defensa de personas
que se encuentran en particulares situaciones (violencia doméstica, atención de
inmigrantes, etc). También se estudia el rol participativo de la abogacía en los
procesos legislativos “afectantes a normas procésales y demás que se relacionen
con el ejercicio profesional” (con cita del artículo 68 del Estatuto General de la
Abogacía Española de 2001 y del artículo 9 de la Ley de Colegios Profesionales”
(Pág. 33).

El futuro de la abogacía al tratarse en la necesidad social del abogado en el


Estado de Derecho se expresa: “en los últimos años estamos siendo testigos de un
cambio legislativo de considerables proporciones. Este cambio, que responde a una
cada vez mayor complejidad de las relaciones entre los individuos, es necesario,
precisamente como salvaguarda de los derechos singulares de las personas. Cada
vez se hace más preciso, para dotar de contenido al sistema de libertades y
derechos proclamados por la Constitución, que la sociedad se encuentre mejor
informada y mejor defendida. Históricamente el papel de nuestra profesión se ha
justificado en cuanto garantes del Estado de derecho, como protectora de los
derechos de los ciudadanos frente al poder y como defensora de los intereses de
esos mismos ciudadanos, individualmente considerados, desde la independencia.

En el siglo que vivimos esta justificación tiene aún mayor trascendencia


puesto que se ha universalizado el acceso a la Justicia de los ciudadanos, y esta
universalización lleva consigo que los individuos, socialmente considerados,
quieran y deban recibir un asesoramiento jurídico acorde con la nueva realidad
social, sin que por ello la abogacía pierda, sino todo lo contrario, las notas
definitorias del papel histórico que ha venido desempeñando”.
Sin embargo yendo todavía más lejos este nuevo rol social de la abogacía debe
proyectarse a dos tipos de situaciones:

a. A las relaciones entre los ciudadanos y el poder público.

b. A las relaciones de los abogados con los ciudadanos que desean comprometerse
con causa de interés público.

ROLES TRADICIONALES Y NUEVOS DE LOS JUECES.

Para estar acordes con los valores superiores y con el Estado democrático y
social de Derecho y de Justicia, consagrado en la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, los jueces venezolanos deberán ostentar, entre otras, las
siguientes cualidades (Escuela Nacional de la Magistratura; Rol del Juez en el
Sistema de Justicia en Venezolano):

a. Ser garante del debido proceso, es decir, un administrador de justicia que


conozca a plenitud todos los actos que debe ejecutar en relación con su jurisdicción
y sus competencias. Para ello debe ser estudioso: conocedor a fondo del derecho
sustantivo y procesal, sobretodo del Derecho Constitucional y del sistema jurídico
nacional e internacional de protección de los derechos humanos.

b. Respetuoso de los derechos y libertades fundamentales, garante del derecho


a la tutela judicial efectiva y del acceso a la justicia de los ciudadanos.

c. Auténtico intérprete de la Constitución y de las normas que rigen el


ordenamiento jurídico venezolano.

d. Director del proceso que refleje autoridad, liderazgo en la conducción del


proceso y legitimidad social, garantizando el desarrollo de los actos procesales.

e. Gerente, es decir, que tenga cualidades para la administración eficiente y eficaz


de su despacho y de los funcionarios judiciales.

f. Independiente, autónomo y que sepa defender su autonomía y su independencia


jurisdiccional frente a interferencias de cualquier índole.

g. Conocedor y ejecutor del uso técnico de la palabra hablada (principio de


oralidad).
h. Conocedor de las ciencias sociales y humanísticas (sociología, filosofía,
psicología, entre otras), estrechamente vinculadas con la función de administrar
justicia.

i. Comprometido con el rol que le toca cumplir en la sociedad, conocedor del medio
económico, político y social en el cual se desenvuelve.

j. Persona con los más altos principios éticos y valores morales.

Con el fin de impulsar la credibilidad en el sistema de justicia venezolano y


garantizar la seguridad jurídica del ciudadano, la Escuela Nacional de la
Magistratura busca formar a los jueces, cubriendo todas las características
anteriormente señaladas y, en este sentido, el Perfil del Juez Venezolano, queda
reflejado en los siguientes atributos:

DEBE SER (Valores):

Justo, honesto, transparente en su conducta como servidor público, imparcial


conciliador, responsable, ponderado, ecuánime, íntegro, ejemplo para la
comunidad, garante en la tutela de los intereses jurídicos fundamentales, recto en
su proceder, firme en sus principios morales y éticos, progresista en las
interpretaciones humanitarias y reconocedoras de los valores superiores de la
persona.

DEBE TENER (Habilidades y destrezas):

Capacidad para el uso técnico de la palabra hablada, conciencia de su rol como


servidor público, vocación de servicio, aptitud para el trabajo sin tregua, constancia
y tenacidad, coraje y temple necesario para asumir la responsabilidad de sus
decisiones, equilibrio emocional, capacidad para escuchar y razonar, una cultura
general amplia que le permita ser abierto a los cambios y transformaciones de la
sociedad, Convicción ética de la importancia y responsabilidad de su papel en la
sociedad, capacidad para escuchar y razonar, Una cultura general amplia que le
permita ser abierto a los cambios y transformaciones de la sociedad, Convicción
ética de la importancia y responsabilidad de su papel en la sociedad.

DEBE ESTAR (Valores):

Al servicio de la comunidad, capacitado para administrar justicia, abierto a los


cambios y a las nuevas corrientes jurídicas, dispuesto a asumir los riesgos de su
misión,
...

¿Cuál es el nuevo rol del abogado y


las firmas en la construcción de la
paz?
15 de Noviembre de 2017

Imagen

Ana María Arboleda Perdomo

Directora ejecutiva Fundación ProBono Colombia

La coyuntura por la que atraviesa el país frente a la necesidad de una adecuada


implementación de los acuerdos de paz es más que histórica. Requiere ser
asumida con una actitud apartidista, apolítica y solidaria, y así lo hemos entendido
en la Fundación ProBono. Desde cuando recibimos el primer caso en el 2009,
comprendimos que la labor de ser el puente entre las necesidades jurídicas de los
menos favorecidos y los casi dos mil abogados afiliados que donan sus horas al
trabajo probono, debe ser –por encima de consideraciones de carácter político–
propender por darle relevancia a esa necesidad legal insatisfecha y de acceso a la
justicia de quien, de otra manera, no tendría cómo hacer valer sus derechos.

El momento de cambio que atraviesa Colombia es clave para la comunidad


jurídica, por la serie de transformaciones que el sistema legal va a requerir para
adaptarse. Desde la Fundación ProBono Colombia hemos identificado que estas
transformaciones tendrán sus principales efectos sobre el sistema jurídico
propiamente dicho, la forma de administrar justicia, el rol que juegan las empresas
que prestan servicios legales (firmas y departamentos jurídicos de empresas) y, en
general, la misma profesión legal.

En nuestro país, el 10 % de la población incluida en la Encuesta de Necesidades


Jurídicas en Colombia publicada por el Departamento Nacional de Planeación en
mayo pasado, manifestó haber tenido una necesidad jurídica. De este porcentaje,
el 60 % declaró no haber conseguido una solución a su necesidad. En la misma
línea, encontramos que en Colombia –con algunas excepciones ya con-sagradas
en las normas preexistentes y unas más recientes en el Código General del
Proceso– la mayoría de procesos judiciales y algunos trámites legales requieren la
representación de un abogado. Trabajar desde el ejercicio probono y asumir la
responsabilidad social que le compete a cada abogado es determinante para
entrentar estas realidades.
¿Cómo debe ser entonces el perfil del nuevo abogado?

Nuestra profesión está cambiando. Estamos hablando de temas antes ignorados


como paz, reconciliación, reinserción a la vida civil, restitución, acceso a la justicia,
etc., y nada de eso se logra con el sistema tradicional de un consultor que
simplemente hace su trabajo con apoyo en los códigos de hace cien años. Se
necesita una visión generosa y humanista de una profesión esencialmente
humana, lista para adaptarse al cambio, que también es humano y que es la
esencia de toda sociedad en desarrollo.

El profesional del Derecho de hoy ya no debe partir de en-tender los libros para
entender su entorno; debe hacerlo para hacer propuestas creativas para la
sociedad. En este contexto, un profesional integral podría combinar el ejercicio
natural lucrativo de una profesión liberal, con algo más altruista y que le dé
trascendencia a su labor. De esta manera, se enfoca en su responsabilidad social
como abogado y trasciende de la atención de lo inmediato y lo urgente.

Ser socialmente responsable como abogado pasa a un primer plano en el


posconflicto. Devolver a nuestra sociedad y al país lo que con tanta generosidad
nos han dado, cobra aún mas sentido en estos momentos de mayor necesidad
donde nuestros servicios se requieren con urgencia. Este accionar se convierte
además en un mecanismo para que las firmas de abogados y empresas legales
retengan talento y ganen reputación al mostrar su compromiso frente a una
comunidad que los requiere y de cara a clientes internacionales que, cada día con
mayor fuerza, toman sus decisiones de negocios basados en criterios de
responsabilidad social.

Así pues, desde la Fundación ProBono estamos abriendo un espacio de discusión


y de divulgación de ideas que permita a los abogados acercarse y participar para
construir una comunidad jurídica cada vez más proactiva, responsable y dinámica.
Que ese nuevo dinamismo de la profesión legal tenga la actividad probono como
bandera en la consolidación del sistema de justicia colombiano.

Un espacio para la discusión

Propiciar un espacio para generar reflexiones y debates con abogados


independientes, firmas, departamentos legales de empresas y facultades de
Derecho permite generar conocimiento y aportar a la discusión pública sobre el rol
de los abogados, el rol de los servicios legales y el rol del sistema judicial en la
construcción de paz, así como las dimensiones jurídicas de la transición en
Colombia.

Desde el 2016, la fundación lidera un proyecto convocado por la Cámara de


Comercio de Bogotá y con el apoyo académico de la Universidad del Rosario.
Este proyecto es más un ejercicio de ciudadanía de la sociedad legal, para aportar
desde la comunidad jurídica a la consolidación del Estado de derecho, la paz y el
desarrollo. ¿Cómo? Desde el rol desempeñado por la actividad probono y la
discusión de preguntas relevantes para el país en el ámbito legal.

Como insumo fundamental para la identificación del papel que deben representar
los abogados en la arquitectura de la paz en Colombia, es indispensable la
participación de profesionales del Derecho que desde su práctica laboral, lideren
los asuntos materia de discusión y puedan proponer compromisos reales que
resuelvan las tensiones que plantea el escenario jurídico del posconflicto.

¿Cuál es el rol del Fiscal en el proceso penal?


En la segunda, el fiscal es el encargado de promover la acción, como
parte procesal, en los delitos de ejercicio público de la acción penal, y es el
encargado de formular la acusación, en caso de haber mérito, y sostener la misma
en la etapa de juicio.

El rol del fiscal en el Código Orgánico Integral Penal

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Autor Wilson Toainga

Páginas 177-182

El rol del fiscal investigador.

El fiscal como parte procesal y litigante.

Desde el inicio del Estado como organización político social, el fiscal representa a la
sociedad, tanto en ejercicio de la vindicta pública como en la representación de los derechos de la
sociedad.

En el sistema inquisitivo, el fiscal es una figura decorativa en la trascendencia del proceso


penal, pues el rol de la investigación y el juzgamiento está en manos del juez del crimen o juez
penal; y únicamente el fiscal emitía un criterio u opinión al final de la etapa investigación, que en
pocas ocasiones era acogida en el auto, en cuanto se “acomodaba” al criterio del juez.

Con el advenimiento del sistema acusatorio oral, el fiscal asume el rol trascendental en la
investigación y procesamiento penal, pues asume para sí el reto de la investigación real e histórica
de los hechos presuntamente delictivos, con la responsabilidad de acopiar elementos que sirven
para fundamentar una resolución, tanto la que sirve para activar la acción penal y posterior
acusación; o aquella que sirve para desestimar y archivar.

Uno de los principios fundamentales o quizá el más importante que rige la actividad del
fiscal en el ámbito de la investigación es el principio de objetividad, que implica que el investigador
debe ponerse en una línea media, sin prejuicios; debe considerar las circunstancias que sirvan para
acusar, así como de las circunstancias que sirvan para descargo o beneficioso para el investigado.

Este principio no es nuevo, deviene desde el VII Congreso de las Naciones Unidas realizado
en La Habana, el 27 de agosto de 1990, que en su directriz Décima establece: “Los Fiscales en el
cumplimiento de sus funciones, actuarán con objetividad, teniendo en cuenta la situación del
sospechoso o procesado y de la víctima, prestando atención a todas las circunstancias, así sean
ventajosas o desventajosas para el sospechoso”.

Con esta ligera introducción, cabe analizar cuál es el rol que cumple el fiscal, en el Código
Orgánico Integral Penal, publicado en el RO 180, de 10 de febrero de 2014.

En el referido cuerpo de ley, se delimitan dos grandes áreas o ámbitos de acción; la


primera en la cual el fiscal es el encargado de dirigir la investigación pre-

procesal y procesal penal; el responsable del acopio de los elementos investigativos o de


convicción, que permitan conocer la verdad de un hecho puesto en conocimiento y que reviste
caracteres delictivos. En la segunda, el fiscal es el encargado de promover la acción, como parte
procesal, en los delitos de ejercicio público de la acción penal, y es el encargado de formular la
acusación, en caso de haber mérito, y sostener la misma en la etapa de juicio.

Para ejercitar la primera función que concede el COIP a la Fiscalía se establece la


atribución de dirigir y organizar un sistema especializado integral de investigación, de medicina
legal y ciencias forenses; dirigir el sistema de protección y asistencia de víctimas, testigos y otros
participantes en el proceso.

Pero lo fundamental, que profundiza el Código Orgánico Integral Penal, con relación al rol
del fiscal y la víctima, es el ser protector de sus derechos tales como el conocimiento de la verdad
de los hechos, el restablecimiento del derecho lesionado, la indemnización, la garantía de no
repetición de la infracción, la satisfacción del derecho violado, y la investigación eficaz y eficiente.
Otro aspecto importante que debe cumplir el fiscal, con relación a la víctima, es el
proporcionar la información suficiente del avance de la investigación preprocesal y de la
instrucción fiscal; e informar en su domicilio sobre el resultado final de la investigación.

El rol del fiscal investigador

Esta atribución del fiscal, de ser el titular de la investigación pre-procesal y procesal penal,
nace de la disposición contenida en el art. 195 de la Constitución de la República, que, con el
mismo espíritu o quizá con el mismo mensaje, encontramos en el art. 442 del Código Orgánico
Integral Penal.

Entre las atribuciones más importantes que se asigna al fiscal en el ámbito investigativo
están: recibir las denuncias en los delitos de ejercicio público de la acción; reconocer el lugar, las
huellas, las...

ROL SOCIAL DEL ABIGADO

El rol que el abogado cumple en la sociedad se puede visualizar como tradicionalmente se


ha hecho, esto es, desde la perspectiva tradicional en su rol como defensor o asesor legal de su
cliente, procurador, administrador o docente del derecho. Otro aspecto de ese papel es ver al
abogado desde una lente no tradicional.

Al Abogado, en cambio le correspon de, defender la validez de la correcta aplicación de la


Ley, en el campo de las relaciones públicas y privadas para que continué adelante el imperio del
Derecho, la paz y la justicia. Es decir, que la diferencia es imperceptible en la noble y sacrificada
clase profesional.24 nov 2005

LA FUNCION SOCIAL DEL ABOGADO Y SU PAPEL EN EL FUTURO

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LA FUNCION SOCIAL DEL ABOGADO Y SU PAPEL EN EL FUTURO

noviembre 24, 2005


Por: Dr. Bayardo Moreno Piedrahita

E N ESTE MOMENTO , con profunda emoción y respeto, cumplo la honrosa misión encarga
a por mis compañeros del Movimiento Académico de Abogados Progresistas, para referirme a la
Función Social del Abogado y su papel en el futuro, tema que abordaré con mística para reflejar en
forma integra el sentimiento de quienes dedicamos nuestro esfuerzo, nuestro espíritu y nuestra
energía al perfeccionamiento del Derecho y a la dinamización de nuestra clase profesional. con la
única finalidad de que la Ciencia Jurídica camine y nuestro ideal se perenniza a través de las
generaciones y el tiempo.

Muy difícil y ardua tarea constituye para mí cumplir la misión que se me ha encomendado,
si se toma en cuenta que hablar sobre la función social del Abogado y su papel en el futuro, es un
trabajo dentro de un tema tan amplio, que se presenta para el análisis de múltiples aspectos
científicos y morales que exceden a mi propio esfuerzo y exigencia, motivo por el cual pido
benevolencia a este distinguido auditorio, para dejar testimonio únicamente de los aspectos más
sobresalientes que en mi convicción personal cumple el Abogado, en su anhelo de ir a la conquista
de la verdad y la justicia.

Haciendo un poco de historia

En el sistema hispanoamericano, hasta antes de Alfonso El Sabio no se conoció el foro ni al


Abogado, por lo que jamás se escucho resonar la voz del defensor, ni se conocieron a ciencia cierta
los alegatos y arengas de los letrados. Es que antiguamente la legislación fue breve y concisa; los
juicios sumarios, el orden y las formulas judiciales sencillas y acomodadas al Libro de los Jueces o
Fuero Juzgo, de modo que nadie podía ignorar las leyes, porque para todos era fácil defender sus
causas y sus negocios concluían y perfeccionaban con admirable brevedad.

Efectivamente, en Castilla, hasta el reinado de dicho Monarca, las partes litigantes debían
concurrir personalmente ante los jueces para razonar y defender sus causas. A ninguna persona se
le permitía tomar o llevar la voz ajena, con excepción del marido por su mujer y del jefe de familia
por sus domésticos y criados, etc. para precaver que se violase la justicia o se oprimiese a los
desvalidos.

Al tratar este tema, necesariamente tenemos que manifestar que de todas maneras en la
antigüedad las leyes se multiplicaron y los Códigos de Espéculo, Fuero Real y Partidas fueron
sustituidas por breves y sencillos cuadernos municipales, haciéndose indispensable que personas
con vocación, se dedicasen a la ciencia y al derecho para juzgar las causas y buscar razones para
los que ignoraban las leyes. Don Alfonso El Sabio fue quien honró la profesión de los Letrados y
erigió a la abogacía al privilegiado sitial de oficio público prescribiendo que ninguna persona
pudiese ejercer la noble profesión, sin que preceda un examen y aprobación para que se
constituya en el futuro Abogado, luego de lo cual debía someterse al juramento de desempeñar
fiel y legalmente los deberes de su profesión, bajo el signo o la inscripción de su nombre en una
matrícula de abogados, según la información que se encuentra en el Ensayo Histórico de la
Antigua Legislación momento para refrescar nuestra raíz.
La excelencia de la Abogacía

Así es como se forja en sus inicios la profesión del Abogado, fundamentada en el Derecho
considerado como la ciencia cia de las leyes y como la fuente de la justicia; y, la grandiosa
concepción de Justiniano que la permitió comparar a los Abogados con los más grandes guerreros
y los hombres de las más altas virtudes.

No cabe duda que el hombre desde su inicio al abrazar la grandeza de la vocación del
Derecho, puso en evidencia la excelencia de la Abogacía, como así lo consagra Don Joaquín
Escriche, en su Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia cuando dice que la Abogacía
«…es de las más heroicas ocupaciones que hay en la República, de manera que no sin razón fueron
siempre sus profesores los más dignos del aprecio de los pueblos».

«Ellos son, prosigue, los que con sus sanos consejos previenen el mal de la turbación, los
que con rectas decisiones apagan el fuego de las ya encendidas discordias, los que velan sobre el
sosiego público, de ello depende el consuelo de los miserables: pobres viudas, huérfanos, hallan
contra la opresión, alivio en sus arbitrios ; sus casas son templos donde se adora la Justicia, sus
estudios, santuarios de la paz; sus bocas, oráculos de las leyes; su ciencia, brazo de los oprimidos,
por ellos cada uno tiene lo suyo y recuperan lo perdido; a sus voces huye la iniquidad, se descubre
la mentira, rompe el velo la falsedad, se destierra el vicio, y tiene seguro apoyo la virtud».

Misión del Abogado

Respetados amigos y colegas, una vez realizada esta breve síntesis sobre el origen de la
excelsa profesión de la Abogacía en su más exquisita concepción considero de transcendental
importancia hacer una breve pausa, para hablar sobre la misión del Abogado y del Jurista,
personajes afines, pero no iguales, inquietud ante la cuales menester dejar establecido que la
misión del jurista y del Abogado se hallan íntimamente vinculadas, caminan juntas en los variados
campos de la acción para el cumplimiento de sus finalidades. Al jurista le corresponde profundizar
la ciencia del Derecho desde el punto de vista doctrinario, afianzado en la Filosofía que lo informa,
porque el Derecho es vivencia de eficacia en las relaciones humanas y él le pertenece la
explicación del sentido y el espíritu de la Ley. Al Abogado, en cambio le correspon de, defender la
validez de la correcta aplicación de la Ley, en el campo de las relaciones públicas y privadas para
que continué adelante el imperio del Derecho, la paz y la justicia. Es decir, que la diferencia es
imperceptible en la noble y sacrificada clase profesional. El corolario, es que el jurista y el Abogado
cumplen hermanados sus actuaciones de dirección y responsabilidad en los diferentes campos del
saber y de la acción inminente para la cristalización de sus objetivos, fundamentalmente del
equilibrio para lograr el bienestar social.
El Jurista

En efecto, el Jurista, día a día cumple con el deber constitucional de reivindicar las
Instituciones de nuestro País que incesantemente se ven amenzadas por inescrupulosos y malos
ciudadanos, producto de la crisis moral que vive la sociedad. Esa es la tarea incansable del jurista
en el desempeño del gran papel de establecer los principios y las normas constitucionales y legales
que deben servir de fundamentos para que se consagre el ordenamiento jurídico y el ideal de
Montesquieu, esto es, que la ley: «está hecha para la convivencia de los asociados porque nace de
la entraña del pueblo y para el hay que legislar. Quienes no saben ni conocen las necesidades de
los demás, no pueden prestarse para legisladores». Esa es la gran misión que cumple el jurista de
la verdad.

En el campo jurídico de las relaciones privadas, en las manifestaciones individuales,


cuando se exige el cumplimiento de la Ley, cuando se denuncia la violación de la Ley, es donde
emerge la excelsa figura del Abogado, porque es allí donde se expone el sentido correcto y claro
del Derecho, para que se reconozca a las partes, lo que en verdad les corresponde y para que los
Jueces y Magistrados hagan la aplicación correcta de la Ley contenida en el ordenamiento jurídico,
para conseguir la paz social y el bienestar de todos.

Destacada actuación

En todo caso, es en el gran campo de acción del derecho social, en donde se impone la
destacada actuación y se pone en juego la ciencia, la técnica, el jurista y el Abogado para regular
los desajustes producidos por los fenómenos económicos, para conquistar en la mayoría de los
casos las aspiraciones sociales, que en definitiva tienden desequilibrar las desigualdades humanas.

Se expresa con gran acierto que: «Frente a la realidad objetiva donde se desenvuelven los
problemas sociales, es donde actúa con más excito el Jurista; ajeno siempre a las utopías, sabedor
que la Ley tiene que estar en función social, en esa dimensión espacio tiempo y que la norma
jurídica preexistente palpita y debe existir para la convivencia social; y, que en este sentido el
Jurista y el Abogado no serán meros espectadores, sino actores para el reacondicionamiento de lo
justo, de lo legal y de los jurídico».

Así se toma con claridad esta concepción, la presencia del Abogado es imprescindible y es
indiscutible en la esfera de lo político, en el quehacer y realizarse de la cosa pública; en las
controversias doctrinarias; en la ejecución de los medios para alcanzar los fines saludables del
Estado; es decir, en la interrelación de los hombres, es necesaria la presencia del Abogado, quien
alumbra con luz propia la conducción de los partidos políticos, la militancia de los grupos
ideológicos o en los equipos cívicos, como con imperecedera e incomparable gloria aquí en
nuestro País, lo hicieran hombres connotados, como Rocafuerte, Alfaro, García Moreno y otros
insignes apóstoles de la libertad.
Reconocimiento de su valor profundo

Esta es la concepción social del Abogado, al que no se le ha dado el valor que en realidad
se merece; sin embargo, a que su misión permanente es constituir la piedra angular de todas las
agrupaciones humanas; en verdad no se le ha reconocido su valor profundo, en la convivencia
humana; y, mas bien la ingratitud conla clase del Derecho se ha elevado al más alto sitial, porque
los enemigos y detractores consideran al Abogado como el símbolo de la iniquidad moral y
campeón de los delitos contra la propiedad.

Si anhelamos el bienestar de la sociedad, no podemos aceptar que un minúsculo sector de


ella, se haya formado un falso concepto sobre el Abogado y mas bien con nuestra lucha honorable,
permanente y responsable procuremos que desaparezca. El Abogado como el Derecho no pueden
permanecer inmutable frente a una sociedad que exige tantos cambios, a cambio de nada,
circunstancia que obliga a un replanteamiento de todos los valores éticos, morales y sociales. Por
lo tanto la sociedad tendrá que comprender que es necesario encontrar dialécticamente a los
mejores abogados para legislar, para las grandes masas de ciudadanos marginales, para las clases
profesionales, entre estas para el Abogado considerado como persona que se sacrifica por otros,
porque es inconcebible aceptar al Abogado como el conquistador de las más grandes aspiraciones
de todas las agrupaciones humanas de todas las clases sociales, pero sin ninguna capacidad para
reivindicar la suya.

El papel del Abogado en la actualidad

Estoy seguro de no equivocarme señores, el manifestar que el papel del Abogado en la


actualidad ha sufrido un grave quebranto, puesto que erróneamente se le ha considerado como
un elemento obstruccionista, y explotador, desconsiderado y lento, sin tomar en cuenta que el
mal reside en las normas procesales que conlleva nuestro sistema procedimental obsoleto, que
vuelve engorrosa a la administración de justicia y en una iniquidad al juzgador, que también es
Abogado.

Sin embargo, desde el inicio de la República hasta la actualidad, vale recordad que los
sistemas legales que han imperado en nuestro País, jamás han alcanzado a plenitud la aspiración
de los ecuatorianos por encontrar una administración de justicia ágil y justa; esto es, a través del
juicio rápido de trámite corto y de efectos inmediatos, para que el litigante no pierda cada día la fe
en la justicia, por la aplicación de sistemas caducos que no detectan la angustia de quienes
demandan la reivindicación de sus derechos violados.

Sobre las leyes


Las leyes se han dictado sin método ni planificación eficaz; sin las ideas centrales
debidamente estructuradas, sin mirar el futuro, sino mas bien la contingencia inmediata; y, no
para cumplir esa finalidad esencial de captar las hondas y veloces transformaciones sociales que
nos trae la historia y las consecuencias inmediatas que dejan atrás a los hechos, con el fracaso
total en la aspiración de alcanzar un sistema legal que carezca igualmente con el mismo ritmo del
sistema social, que por su dinamismo y movilidad excede en mucho a las posibilidades del sistema
constitucional y legal vigente.

Con la mística del maestro y la profundidad de un apóstol del Derecho, el señor doctor
Celso Olmedo Vásconez, catedrático de la Universidad Central del Ecuador, manifestaba:
«Nuestros sistemas legales han sido planificados en muchos casos siguiendo las corrientes
extranjeras, apartándose de las realidades nacionales, con matices filosóficas rígidos constituidos
en arquetipos congelados en razón a las nuevas modalidades de la vida de Derecho. A título de
ejemplificación allí está nuestro Código Civil, que reflejando las tendencias y aspiraciones
proclamadas por la Revolución Francesa, se van quedando varias de las Instituciones sin aplicación
práctica».

«Qué decir de nuestro Código de Procedimiento Civil dejando a salvo unas pocas reformas.
Se mantiene aún el juicio ordinario más complicado de América Latina. El sistema de incidentes
que soportamos, es para no acabar el pleito y sus instancias, cuya tramitación vuelve difícil a la
administración de justicia. El juicio ejecutivo que debería arrancar con el mandamiento de
ejecución y de haber excepciones tramitarse por separado, como actualmente se encuentra
estructurado constituye un obstáculo al desenvolvimiento bancario y económico que necesita más
movilidad en sus transacciones comeriales, y, lo que es más grave, la sentencia dictada en este
juicio, a capricho del litigante de mala fe, puede convertirse en juicio ordinario.

Quizá la institución de los jueces de paz, el sistema del juicio oral y en último caso, la
regulación normativa del juicio verbal sumario sería lo que más se acomode a nuestra realidad
social y que podría substituir con limitaciones en el trámite y en la concesión del recursos».

Estas enseñanzas nos invita a pensar que necesitamos trazar un progrma de acción en
orden a la revisión y reformas de nuestras leyes sustantivas y adjetivas; que existe la necesidad de
revisar nuestro sistema procesal, porque este es un requerimiento que constituye un clamor
general elevado a la categoría de protesta para qu se cambie los sistemas de procedimientos que
constituyen una traba para el desenvolvimiento socio-económico del País; para que los nuevos
procedimientos llenen los vacíos de la Ley, valla con la que se encuentran entrampados jueces y
abogados en el trámite de los pleitos; para que se establezcan procedimientos ágiles en donde la
justicia sea pronta y eficaz; para que se den amplias facultades a jueces y magistrados, a fin de que
cumplan a cabalidad con sus funciones.

Dinamización del Derecho y Organización Judicial

Ante este clamor social, somos nosotros los Abogados, quienes debemos comenzar con
una cruzada de dinamización del Derecho y Organización Judicial con el aporte de nuestra
experiencia y una práctica profesional honorable, fijada en una profunda y vigorosa cultura jurídica
, para erradicar eternamente a las calamidades e oncongruencias que tenemos que soportar con
este sistema caduco. Esta misión debe ser compartida por los Jueces y Magistrados que saben y
conocen de los viciosy vacios de la Ley y su necesidad de reforma, hasta llegar al proceso oral.

Si así pensamos, porque no hacemos realidad y damos paso al establecimiento de los


jueces de paz; al procedimiento oral; porque no regulamos la materia de los incidentes y aliviamos
el paso que soportamos todos; porque no damos paso al recurso de casación en todas las
materias, para que la Corte Superior de Justicia pueda andar a tono con las nuevas orientaciones
científicasa finde que este alto tribunal se encargue solo de la revisión de la Ley en la sentencia,
pero debidamente reglamentada, para evitar que esa alta instancia, pero debidamente
reglamentada, para evitar que esa alta instancia se convierta en bodega de juicios en letargo.

El sistema legal del paso fue más ágil y respetable

Mas bien parece que por falta de estudio, trabajo y decisión de nuestra clase, nuestro
sistemalegal en vez de avanzar ha retrocedido, porque así partimos deun análisis histórico, devero,
sin esfuerzo vamos a concluir, que el sistema legal del paso fue más ágil y respetale

Al respecto del pasado, en las sabias y saludables enseñanzas del ilustre Maestro al que
hice referencia, encontramos un requerimiento que incansablemente repetía y que aún está
vigente en nuestros días: «Señores Magistrados, Jueces, Abogados, os invito a ver una mirada
restrospectiva y a una profunda meditación de lo que fuie la administración dejusticia en los
juzgados de primera instancia antes del año 1937, año en que una nefasta dictadura rompió el
ordenamiento legal, cambiando el sistema de la justiciapagada, por el membrete de la justicia
gratuita».

Y, el maestro prosigue: «La jurisdicción se hallaba dividida entre el Juez de Hecho que
estuvo representado por el Alcalde cantonal, nombrado por los Consejos Municipales, quien se
encargaba de dar trámite a los juicios de mera sustanciación; y los Jueces de Derechos por
Abogados, asesores de los alcaldes con jurisdicción y competenciapara resolver los puntos de
derecho y expedir la sentencia. El escribano era el secretario del alcalde y de los asesores».

En efecto, la ciudad de Quito en el año de 1937 en que ocurrió el cambio del sistema legal,
existían inscritos en la Corte Superior de Justicia 333 Abogados, por consiguiente 333 asesores-
jueces, que por designación del Alcalde asumían la jurisdicción y competencia en el despacho de
las causas para las cuales habían sido designados.

Vino la novedad de la justicia gratuita y los asesores-jueces fueron sustituidos por los
jueces cantonales y los jueces provicionales y desde entonces vino el desvarajuste de la justicia en
todos los niveles, por la sencilla razón de que físicamente imposible que un número reducido de
jueces y magistrados, puedan desarrollar el trabajo de acelerado crecimiento poblacional

Esto no quiere decir que necesitamos copiar integramente el sistema del pasado, pero si
se evidencia que necesitamos regular nuestro sistema legal para que los miles de profesionales
inscritos en el Colegio de Abogados de Quito y de los demás Distritos del País, ayudemos en el
pronto despacho de las causas y aliviemos la situación de los trámites civiles y penales, con la in
valorable ventaja para que el profesional del Derecho tenga la oportunidad de prepararse como
Abogado y especializarse como Juez.

Si nosotros logramos esta aspiración en los Tribunales y Juzgados de la República, con


decisión, interés y patriotismo salvaremos al país de la enorme crisis moral en que se encuentra
sumergido; de la desorganización de las funciones públicas; de la disperción incontrolada de
nuestras leyes; del anarquismo en la interpretación de la ley; de los fallos disímiles dictados por un
mismo Tribunal; de la negligencia y la desesperación; y, la conspiración constante por destruir a la
Patria.

José martí alguna vez, sin compasión expresó: «Quien oculta la verdad, o no se atrevea
decirla, no es uin hombre honrado».

La actualidad

En la actualidad, es un rumor a gritos y para ninguno de nosostros es desconocido, que l


poder judicial no es lo mejor que existe en el País; y, que esta sentencia es una verdad indiscutible
porque en muchis casos se ha dictadoauto de prisión preventiva contra un criminal, éste paga y se
lo absuelve; se enjuicia al narcotraficante y el proceso se suspende por falta de pruebas; y, el
sumario se ha convertido en una mera estancia procesal de abuso y negligencia de algunos
funcionarios que se niegan a la integración y a la búsqueda de la verdad; y, porque en la mayor
parte de los caos, los procesos se estacionan en un letargo inmensoimposible de despertar, ni con
una explosión atómica.

Etica profesional y cultura jurídica

Por otra parte, por falta de formación ética-profesional y falta de cultura jurídica tenemos
a ciertos Jueces y Abogados en las distintas ramas del Derecho, que no cumplen con la sagrada
que les ha encomendado la sociedad, de ser y representar la excelencia del criterio; la objetividad
imparcialy la equidad; convirtiéndose más bien en la farza institucionalizada; en un riesgo y peligro
social, en el cúmulo de la corrupción y la superficialidad sin horizonte, sin objetivos y sin destino.ç
Por falta de esa formación morla y de esa ética, los más altos Tribunales de Justicia del País, se han
convertido en empresas organizadas de la propaganda inútil, anarquizante y destructiva,
olvidándose de la sagarada misión de administrar justicia.

La extraviada manera de actuar algunos profesionale sdel Derecho y de algunos jueces ha


constituido a la Función Judicial on una vida de azhar al vaivén de las influencias y de las pasiones,
hasta el extremo de convertirse en clases inservibles para el futuro del País y de la Sociedad.
No nos dejamos vencer por los que no cumplen con la sagrada misión que les ha
encomendado el pueblo. Luchemos hasta imponer para siempre los principios de la dignidad, la
honradez y la justicia primero en la clase profesional del Abogado y después de la sociedad, aún a
costa del sacrificio de nuestras vidas y de nuestros más nobles intereses, afianzándose para esto
en las disciplinas, en el esfuerzo, el trabajo y el respeto a la Autoridad honesta.

Que nuestros actos sena los guardianes fieles y constantes de una obra eficiente,
creadora, orientadora y digna que se imponga a los mezquinos intereses de quines no pueden
superar el estado traición, corrupciónm y maldfad, que evidencia ante el mundo un alto grado de
descomposición social que ha puesto en grave peligro a la democracia y a la propia existencia del
Estado.

Revolución mental de la sociedad

Ilustres y distinguidos Abogados, con sobriedad, constancia y sana decisión, tenemos que
emprender la revolución mental de la sociedad, para que ésta nos reconozca el derecho que nos
permita especializarnos en todos los campos de la vida y alos abogados prepararnos para ser los
futuros legisladores que organicemos y orientemos a la Patria, al destino individual y al destino de
la sociedad universidal, porque la función de legislar debe ser la excelsitud y la aureola de los más
grandes pensadores del Derecho, ambición que desgraciadamente no se cumple, porque la
función legislativa enun alto porcentaje se encuentra en poder de los ineptos e ignorantes, que al
ser designados, sorprenden con la existencia de la ley al escucharla por primera vez y que por esta
osadía desangran a la Patria on privilegios y prevendas que les permiten ingrsos aproximados de
S/. 2´000.000 (ahora sobre los 10´000.000 de sucre mensuales, sin sentir verguenza de la ineptitud
de sus actos y de la repugnancia que ocasiona en la sociedad, esta felonía.

El Legislador debe estar fraguado con la grandeza del espíritu; la pureza del estilo; la
profundidad del conocimiento; la creatividad fecunda; la inspiración inagotable y el pensamiento
amplio y sublime que esté por sobre toda la Corte Suprema de Justicia reunida en pleno, porque el
Legislador es el creador de las normas constitucionales y legales; es el interprete de la Constitución
y sus reformas, a diferencia del Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que por ilustre
quesea, se limita a la ejecución de la ley y en casos escepcionales a emitir resoluciones sobre
dudas, bacíos, obscuridadde la ley.

No estoy en contra, ni niego en el futuro la posibilidad a los profesionales de otras


latitudes diferentes al Derecho para que tengan la misión de legislar, pro con grandilocuencia,
propia de quienes conocemos y estudiamos incesantemente el Derecho y para quienes lom
estudiarán en el futuro, sin descartar el retorno del Congreso Bicameral, para que a la Camara
deDiputados concurran profesionales o gente de todas las latitudes con sus inquietudes y su deseo
de servicio, a fin de que una Cámara del Senado de la forma y recoja el espíritu de la ley.

Si se cristaliza esta ambición, será una realidad que en nuestra Patria se implante un
sistema legal que cumpla con las aspiracionesde la Sociedad y que con la ayuda permanente de la
práctica de la Abnogacía honesta, quede para la historia la impunidad solapada de los delitos, en
una sociedad civilizada y justa, en donde se establezca como norma la educación integral, la
creación de la riqueza y su equitativa distribución, para que los juzgados no se inunden de causas
de toda índole.

Expresión de la nobleza y del alto nivel de vida

El ordenamiento jurídico del futuro debe ser la expresión de la nobleza y del alto nivel de
vida conquistado por el pueblo. De ninguna manera debemos aceptar un ordenamiento jurídico
que por compasión, no sea sancionador, o por debilidad de los juzgadores, para que las
generaciones que nos sigan no naufraguen en la duda de conocer quien ha fallado, si los hombres
o el Derecho.

Para llegar al cumplimiento de los enunciados pripuestos, existe la necesidad insustituible


de preparar a la juventud con nuevos programas de trabajo en las facultades de Jurisprudencia de
la república, para perfeccionar al futuro Abogado, imprimiéndole en su esencia la imágen de un
nuevo Derecho humanístico, que estudie las causas y las razones que influyan en las las nuevas
proyecciones sociales, mediante la investigación y el esfuerzo, para que sean los nuevos
profesionales los que alcancen las reformas a la ley que necesita esta Sociedad agobiada por la
pobreza y amenazada por la delincuencia de los malos gobiernos de turno, si nuestra generación
no las llega a alcanzar.

En este momento que importante es recordar lo que los franceses dicen con mística y
razón: «Si la juventud supiese, si la vejez pudiese». Si la juventud supiese lo que tiene que hacer y
lo que tiene que cumplir en el futuro: si la jueventud supiese lo que tiene que aprehender y lo que
tiene que hacer. Otro serpía su destino. Muchas veces la juventud no sabe que papel va a cumplir
en su existencia e insensiblemente viene la vejez, sin haber aprendido ni habr realizado nada. Si la
vejez pudiese. pero en la vejez poco o nada se puede. El tiempo que paso, pasó y nadie lo detiene.
El tiempo que se desperdició, ha quedado desperdiciado, porque la vejez no es el mejor tiempo
para aprehender. Muchas veces la vejez únicamente sirbe para enterrarse con la mediocridad que
se ha forjado en la juventud. «No seáis vosotros jóvenes vulgares nunca, vosotros soís la juventud
que sabe lo que el Ecuador exige. La juventud que sabe qué es lo que espera de ella la ciencia, el
arte y la sabiduría, es aquella que cumple su destino positivamente». Así lo expresaba el
respetable Ex-Presidente de la República, Dr. José María Velasco Ibarra.

El Abogado debe volver a ser el hombre probo

En sintesis, vale recordar a Justiniano, para manifestar que el Abogado debe volver a ser el
hombre probo, preito para hablar, lleno de probidad profesional, incapaz de producir la tiniebla y
luego enorgullecerse con el desgraciado honor de haber oscurecido la verdad; y volver a la era de
pensar en que el Abogado-Magistrado, a más de ser un verdadero sabio, debe ser un perfecto
caballero, sereno y desapasionado, porque para ser justo no necesita ser alo, como bien lo afirma
el ilustre Dr. Bolívar León Velásquez.

Señores luchemos porque el sistema legal y el Abogado del futuro, constituyan los mejores
garantes del convivir social, «porque el honor de una sociedad está reflejado en la rectitud de la
justicia», según lo expresaba Concepción Arenal. Luchemos también para que en el futuro se
olvide la vieja concepción que grita «desdichados los pueblos cuya última necesidad es la Justicia».

Con Eduardo Couture, afirmemos: «Seguid teniendo fe en el Derecho como el mejor


instrumento de la convicencia humana, en la Justicia como en el destino normal del Derecho; en la
paz como el sustitutivo bondadoso de la Justicia; y, sobre todo tened fe en la Libertad sin la cual
no hay Derecho, ni Justicia, ni Paz».

«El más fuerte no es nunca suficientemente fuerte para siempre el amo, sino de
trsnformar la fuerza en Derecho y la obediencia en Deber».

ROL PROFESIONAL DEL ABOGADO

El abogado que el país necesita: es un profesional perito en derecho, capaz de hacer


aplicación de sus conocimientos teóricos en la defensa de los derechos e intereses de los
ciudadanos y las colectividades y con sensibilidad social para saber y entender dónde comienza y
dónde termina el derecho de cada quien.

Perfil de Profesional

Perfil de Profesional de Derecho

El perfil del Abogado está fundamentado en tres pilares esenciales:

Su formación científica

Su conocimiento experto del Derecho y

Su sentido de la Justicia y la equidad.

Para el desarrollo adecuado de estos tres pilares el abogado debe poseer conocimiento y
destrezas metodológicas adecuadas De esta forma:
“El Abogado es el profesional especializado en la técnica de producción, interpretación y
aplicación de normas. De ahí la importancia de que el profesional del Derecho posea un alto grado
de preparación, conciencia y responsabilidad que lo habilite para realizar a través de su técnica
una tarea renovadora de la sociedad.

Asimismo debe poseer una formación ética y moral que le permite ser un Justo orientador
en los conflictos que a diario se plantean en la sociedad

El papel del abogado debe ser un ministerio, lo que significa un compromiso y a la vez un
privilegio en estos tiempos de crisis de valores, se requiere el estudio y aplicación de las normas
jurídicas con verdadera equidad”.

El abogado que el país necesita: es un profesional perito en derecho, capaz de hacer


aplicación de sus conocimientos teóricos en la defensa de los derechos e intereses de los
ciudadanos y las colectividades y con sensibilidad social para saber y entender dónde comienza y
dónde termina el derecho de cada quien. Por ello, el Abogado requiere de las destrezas
metodológicas necesarias para adquirir constante mente los conocimientos científicos técnicos,
morales y éticos necesarios para poder cumplir con su rol en la sociedad.

El rol del abogado ante la ética y el ejercicio profesional

The role of lawyer suede ethics and professional practice

O papel do advogado camurça ética e prática profissional

Emilia Mª Santana Ramos1

1Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. España. Correo electrónico:


esantana@dcjb.ulpgc.es

RESUMEN:

La intención principal de este trabajo, es acercarnos a la idea de la existencia de una


relación inequívoca entre la ética-moral con la deontología, con respecto a las profesiones
jurídicas en general y en particular, con la profesión de la abogacía.
En este sentido, adquiere una especial atención el análisis sobre la naturaleza de las
normas deontológicas y los instrumentos que posibilitan la eficacia de estos códigos. Por lo tanto,
aunque las normas deontológicas pudieran realmente encontrarse en ese estadio intermedio
entre el Derecho y la moral, una vez normativizadas en un código, establecen un marco de
principios y deberes profesionales de obligado cumplimiento. La deontología legitima así, un
ámbito de actuación profesional que afecta a materias sensibles y valoradas de la sociedad. Con
ello, se aplica un espíritu ético mínimo en un marco de cotidianidad profesional que capacita
sobremanera en su actuación al operador jurídico, garantizando a la sociedad en la que ejerce, un
quantum de garantías legales y morales como salvaguarda principal de su actuación.

Palabras clave: deontología; operador jurídico; derecho; moral; abogacía

ABSTRACT:

The main intention of this work, is to approach the idea of the existence of an unequivocal
relationship between moral-ethics and deontology, with respect to the legal professions in general
and, in particular, with the profession of the legal profession.

In this sense, acquires a focus analysis on the nature of ethical norms and instruments that
enable the effectiveness of these codes. Therefore, although ethical standards could actually
found in this intermediate stage between law and morals, once nature in a code, they establish a
framework of principles and professional duties of mandatory. Ethics thus, legitimizes a
professional scope that affects society valued and sensitive materials. This applies a minimum
ethical spirit in a context of everyday professional life that enables greatly in his performance the
legal operator, ensuring that society in which exerts, a quantum of moral and legal guarantees as
the main safeguard of his acting profession.

Keywords: Ethics; legal operator; law; morality; advocacy

RESUMO:

A intenção principal deste trabalho é para nos trazer mais perto para a idéia da existência
de uma relação clara entre a ética-moral com a ética, no que diz respeito às profissões jurídicas em
geral e em particular, com a profissão de advogado.
Neste sentido, adquire uma análise de foco sobre a natureza das normas éticas e
instrumentos que permitem a eficácia destes códigos. Portanto, embora padrões éticos podem
realmente encontrado neste estágio intermediário entre a lei e a moral, uma vez a natureza em
um código, estabelecem um conjunto de princípios e deveres profissionais de obrigatório. Ética
legitima assim, um âmbito profissional que afeta a sociedade com valor e materiais sensíveis. Isto
aplica-se um espírito ético mínimo em um contexto do cotidiano profissional que permite
grandemente em sua performance, o operador jurídico, assegurando de que a sociedade em que
exerce, um quantum de garantias morais e legais, como a principal salvaguarda de sua
desempenho.

Palavras-chave: ética; operador jurídico; lei; moral; advocacia

Planteamiento

Dentro de cualquier actividad profesional puede entenderse que nos encontramos con un
especialista en la materia, que la lleve a cabo. Así, los camareros, los estibadores, los médicos,
pueden catalogarse dentro de un ámbito profesional determinado. Pero, en el caso que nos
ocupa, cuando hacemos referencia a un operador jurídico, además de un profesional en
determinada materia, estamos señalando a alguien, que no solamente tiene su calificación
académica, sino que además cumple una concreta función social. Esta función social a la que nos
referimos, no es más que “un genérico que identifica a todos los que con habitualidad se dedican a
actuar en el ámbito del Derecho, sea como creadores, como intérpretes, como consultores o como
aplicadores del Derecho, y que se diferencian precisamente por ese papel, que caracteriza su
actividad, del común de los ciudadanos” (Peces Barba Martínez, 1987).

Así parece entenderlo también Hierro (Hierro Sánchez-Pescador, 1997), cuando reconoce
que “la profesión jurídica sería toda aquélla en la que la titulación resulta una condición
indispensable para el servicio o trabajo que se realiza, es decir, para ser un operador del Derecho”.
No siendo, en este sentido, suficiente dicha titulación, sino la posterior acreditación y jura del
código deontológico, la Constitución española y las leyes, ante el correspondiente colegio de
abogados, como formalidad previa a la realización de actividad profesional de la abogacía.

En su labor profesional, la importancia que asume el operador jurídico se plasma en


cualquier acto que tenga relación con una norma jurídica, ya que son precisamente éstos, los que
tienen la función de interpretar y aplicar el derecho. En este sentido, resulta destacable como la
función del operador jurídico varía en dependencia directa de la función que realiza en el ámbito
de actuación profesional, ya que puede proyectarse en el ámbito de la docencia jurídica, como
teórico del derecho, como intérprete, como mediador, entre otras muchas funciones. Todo ello,
pone de manifiesto que “estos modelos aparecen mezclados o confundidos en la realidad de una
cultura jurídica concreta” (Peces Barba Martínez, 1987), que no es otra que la aplicación e
interpretación del derecho.

La figura del abogado, a lo largo de la historia ha sufrido numerosas vicisitudes en cuanto


al rédito en su actividad. Es por ello, que este trabajo se centra en ella; ya que como operador
jurídico, sus funciones resultan heterogéneas y dispares frente a la sociedad. En esa línea se
contempla que los abogados pueden ejercer un sinfín de tareas profesionales, como dirimir o
mediar en conflictos, ejercer el derecho de defensa de los condenables, asesoramiento
empresarial, personal, en colaboración con las administraciones en infinidad de gestiones y
procedimientos, y qué duda cabe, como funcionario público en el propio funcionamiento de la
tutela judicial efectiva. Tutela que también se incardina en unos principios básicos de actuación de
jueces y tribunales, entre los que se encuentran sin lugar a dudas, la independencia, la
imparcialidad y la motivación, tripartito que conforma los principios rectores que orientan a la
impartición de justicia (Atienza Rodríguez, 2003).

Por otro lado, si bien es cierto que los abogados no tienen la capacidad para dictar una
sentencia, no es menos cierto que su labor es necesaria para el buen funcionamiento de la
Administración de justicia (Torre Díaz, 2008). Ya que se debe tener presente que son los que de
primera mano hacen acopio de las pretensiones del ciudadano para ajustarlas a derecho (Martí,
2002) y garantizar el derecho a la tutela judicial efectiva.

En garantía de los derechos del justiciable, tanto la ley como los Colegios profesionales
actúan como garantes de los deberes exigibles a los abogados. Precisamente por ello, el secreto
profesional o la confidencialidad resultan principios básicos exigibles al abogado con respecto a su
cliente. No obstante, desde esta base inicial hay que comprender el papel y la limitación de los
Códigos deontológicos, pues los mismos definen en un texto normativo los criterios compartidos
por el colectivo o colegio profesional. Haciendo con ello realidad la afirmación de que la Ética tiene
que convertirse en horizonte para la Deontología; las normas y deberes deontológicos precisan de
un horizonte de aspiraciones éticas (Hortal Alonso, 2002).

Uno de los retos a los que se enfrentan los abogados como defensores de la justicia, es el
que resulta del marco normativo al que deben estar sometidos y por el que se apuesta desde la
ética profesional. Cuando hacemos referencia a una conducta ética dentro del ámbito jurídico, nos
referimos al comportamiento lógico y exigible que deben respetar los operadores jurídicos como
profesionales al servicio de la Administración Pública de Justicia. De modo que, aunque puede
afirmarse que “las relaciones entre Ética y Deontología, como tantos conceptos filosóficos, pueden
hallarse o plantearse antagónicas o bien conectadas en desarrollo. La Deontología sería con,
carácter general, la palabra que designaría la aplicación de la Ética al campo profesional; la
Deontología sería, pues, una especificación de la Ética, como Ética aplicada a una profesión”
(Grande Yánez, 2010). Y, puede afirmarse que derivado de esa interpretación, “la ética aplicada a
la profesión del jurista y del abogado se denomina deontología jurídica” (Pérez Valera, 2002).

Entonces, la deontología viene reconocida como “la ética aplicada al mundo profesional,
concretada en unas normas y códigos de conducta exigibles a los profesionales, aprobados por el
colectivo de profesionales, que enumera una serie de deberes y obligaciones mínimos para todos
los profesionales con algunas consecuencias de carácter sancionador” (Torre Díaz, 2008).O como
defiende Rodríguez-Toubes (Rodríguez-Toubes Muñiz, 2010), “la deontología es, en su significado
originario y todavía vivo, el estudio de los deberes morales de conducta”. Precisamente por ello, el
Código deontológico se concibe como una exigencia en torno a los deberes de los operadores
jurídicos desde un prisma ético y legítimo, mediante la regulación de comportamientos básicos por
los que debe guiarse ese ámbito profesional determinado.

En este punto, entra en juego la ética y la moral privada del abogado, pues no resultan
automáticamente exigibles en el ámbito profesional, por tanto, las medidas que garanticen su
ejercicio profesional con una mínima base axiológica, atendiendo en todo caso, a los valores
superiores que asisten a la sociedad que recibe la acción del operador jurídico. Ni tampoco
garantiza, a priori, una conducta eficiente. Vistas así las cosas, el contenido de los Códigos
deontológicos son un compendio de reglas, principios y deberes que supervisan al abogado en el
ejercicio de su actividad profesional, no pudiendo en ningún caso, como no podría ser de otro
modo, entrar a valorar las actuaciones realizadas en el ámbito privado.

Ese compendio de reglas, principio y deberes provienen del propio colectivo de la abogacía
(Carnicer Díez, 2003), en aras de alcanzar una unificación de criterios en torno a un ámbito de
valores y derechos que conformen la justicia, la seguridad jurídica y la honestidad en una esfera de
actuación precisa y determinada.

La limitación al ámbito estrictamente profesional hace que el operador jurídico conforme


su personalidad privada y personal como desee, pero que extreme la atención en el cumplimiento
de las normas deontológicas establecidas en el entorno de sus tareas profesionales. Todo ello en
garantía de que el derecho que reciba el ciudadano sea el más eficiente, responsable y respetuoso
que pueda exigir.

La importancia deontológica del profesional abogado

En las sociedades modernas un requerimiento esencial en el ámbito de la justicia es


precisamente que “toda persona tenga la posibilidad de proteger sus intereses, con los medios del
Derecho, ante jueces y tribunales imparciales” (Rodríguez-Toubes Muñiz, 2010).
La figura del abogado, en este sentido, juega uno de los papeles más importantes en el
escenario jurídico, puesto que garantiza la información, actúa como asesor, representa el derecho
de defensa, entre otros. Por tanto, el abogado no se puede concebir tan solo, como un
representante del justiciable, sino que también como un operador del sistema jurídico, que tiene
como objetivo el buen funcionamiento de la Administración de justicia (Zapatero, 2009).

Como colaborador de la Administración de Justicia, deberá no sólo conocer la ley, la


jurisprudencia y la praxis en los tribunales, sino también, tener un código ético que le permita
realizar su misión atendiendo al valor que representa la justicia. En este sentido, afirma Hilda
Garrido, que:

el abogado no sólo forma parte de la administración de justicia, sino que juega un papel
básico en su desarrollo. Tiene además algunas circunstancias muy particulares; Un abogado, como
miembro de una profesión jurídica, es al mismo tiempo el representante de un cliente, un
operador del sistema jurídico y un ciudadano que tiene una especial responsabilidad en el
mantenimiento de la calidad del sistema de justicia (Garrido Suárez, 2012).

Se parte, entonces, de la idea que promulga que la abogacía tiene una función de orden
social vinculada al interés público. De ahí, que su reconocimiento por parte de las instituciones así,
como su régimen deontológico y de responsabilidad, disponga la conducta profesional a la que
debe estar enteramente subordinado.

La respuesta a la relación que guarda la ética profesional con respecto a la deontología,


cobra todo su sentido cuando se entiende que la deontología exige un determinado modelo de
actuación y precisamente la ética, responde a las motivaciones. Así, autores como Hortal (Hortal
Alonso, 1994), defienden que “sin la perspectiva ética, la deontología se queda sin su horizonte de
referencia”. La deontología de la que se parte en este trabajo es la deontología en el ámbito
jurídico y por ende, sería considerarlos principios y deberes del abogado en relación a la
interpretación y aplicación del derecho.

En el modelo español, concretamente en el Estatuto de la Abogacía Española reconoce a la


abogacía como “una profesión libre e independiente que presta un servicio a la sociedad en
interés público y que se ejerce en régimen de libre y leal competencia, por medio del consejo y la
defensa de los derechos e intereses públicos o privados, mediante la aplicación de la ciencia y la
técnica jurídica, en orden a la concordia, a la efectividad de los derechos y libertades
fundamentales y a la justicia”. Se desprende del contenido de este artículo, que el ejercicio del
abogado como profesional del derecho tiene como objetivo la búsqueda y la realización de la
justicia, de ahí, que se defienda que la función de la abogacía no es más que la fórmula de
contribuir a la aplicación más justa del derecho.

En su actuación, la relación abogado-cliente deberá estar investida de una serie de


garantías que permitan la confiabilidad de su representado. Esas garantías son reconocidas y
exigidas por un código deontológico, que posibilita una guía de principios y de actuación que
deberá seguir la actuación del abogado durante el procedimiento. Ahora bien, si se parte del
reconocimiento de la ética entendida como aquellos valores intrínsecos donde el individuo actúa
conforme a su conciencia individual; se corre el riesgo de que el abogado como persona, pueda
incurrir en la vulneración de algunos de los deberes recogidos en los códigos, precisamente por la
falta de mecanismos institucionalizados que sancionen la vulneración de un precepto ético
individual. En este sentido, el manual de conducta exigible o Código Deontológico del que están
dotados los Colegios Profesionales, surge como necesidad de adecuar el comportamiento
individual dentro del ejercicio de la profesión, evitando así, en lo posible, el riesgo aludido.

La deontología y la ética trabajan con el mismo campo de actuación, precisamente por


ello, es común que en el lenguaje cotidiano no encuentren diferencias. Autores como Torre Díaz
defiende que “la ética profesional es esa ética aplicada, no normativa y no exigible, que propone
motivaciones en la actuación profesional, que se basa en la conciencia individual y que busca el
bien de los individuos en el trabajo. La ética es, por lo tanto, configuradora del sentido y la
motivación de la deontología” (Torre Díaz, 2000). La deontología se configura, entonces, como un
principio que inspira las formas en las que se debe obrar dentro del ejercicio de una profesión.

En el caso que nos ocupa, resulta necesario conocer cuál es el contenido de los deberes,
obligaciones y alcance del ejercicio del abogado. Ya que la deontología en el ámbito profesional
tiene como objetivo declarado el establecimiento de reglas que si bien pertenecen al ámbito moral
o ético en sentido estricto, no es menos cierto que su carácter imperativo las posiciona en
auténticas normas de obligado cumplimiento.

La proyección ética y moral del abogado en el ejercicio de su profesión

La actuación del abogado en el ejercicio de su profesión está íntimamente ligada a la


configuración ética-moral que tiene como un ente personal.

En el lenguaje común es frecuente entre los estudiosos de los sistemas normativos,


referirse a la moral y a la ética como conceptos sinónimos. Es por ello que resulta necesario
concretar aspectos diferenciadores, puesto que ambas expresiones indican niveles de
pensamientos diferenciados. La ética, en este sentido, constituye una pauta conductual del
comportamiento. La ética viene entendida como una corriente filosófica cuyo objetivo prioritario
es el análisis del comportamiento humano. Como ciencia, la ética explica las cosas por sus causas
(Gutiérrez Sáenz, 2005).

La ética

Por una parte, y en el caso que nos ocupa, se parte de la relación que existe entre la ética y
la moral en el ejercicio profesional. Si tomamos como antecedentes los referentes incuestionables
de la deontología jurídica con el deber moral de los operadores jurídicos, se puede observar que la
ética se ocupa de analizar qué valores deben estar presentes y las metas que se deben alcanzar en
el ejercicio de su profesión. En la misma línea, la ética profesional, está íntimamente relacionada
con la moral personal y colectiva. Este razonamiento parte de la consideración que defiende que el
abogado debe tener presente que es un servidor de la defensa legítima de los derechos de su
cliente y por tanto, la relación de confianza y de responsabilidad debe primar en todo caso, unido
al respeto por su dignidad personal. El objetivo de la ética no es otra que la de dotar de respuestas
a los actos asumidos por la moral del sujeto. Un análisis sobre el tema que nos ocupa, quedaría
abreviado en la reflexión que hace la profesora Cortina Orts (Cortina Orts, 1989), cuando defiende
que “la ética a diferencia de la moral, tiene que ocuparse de lo moral en su especificad, sin
limitarse a una moral determinada, tiene que dar razón del porqué de la moral”. O bien, lo que
otros autores como Gutiérrez (Gutiérrez Sáenz, 2005), entiende cuando defiende que la ética
“trata de emitir juicios sobre la bondad o maldad moral de algo, pero dando siempre la causa o
razón de dicho juicio”.

Entendida la ética como el comportamiento o conducta que tiene el ser humano ante el
grupo social, permite hacernos una breve idea de la ética que debe tener el abogado como
servidor de la justicia y colaborador de la Administración de Justicia. En consecuencia, la labor del
abogado quedaría resumida en el deber de salvaguardar y garantizar con obediencia las normas
jurídicas-morales así como, la tutela judicial efectiva de todos los ciudadanos, empleando en todo
caso, los medios éticos-legales de los que dispone.

Precisamente por ello, como servidor de la justicia y por la función social que representa,
se le requiere el compromiso de ostentar un criterio de justicia ecuánime. En el modelo Español,
estos imperativos exigibles vienen derivados por la propia Ley y por las normas de obligado
cumplimiento por parte del colectivo que representa.

Un ejemplo de ello, sería la protección por parte del Derecho Penal español con respecto
al secreto profesional y a su vez el reconocimiento que hace del mismo el Código Deontológico de
la Abogacía en España. De ahí, la importancia que asumen los Colegios Profesionales cuando se
convierten en corporaciones que tienen como objetivo prioritario velar con eficacia por la
salvaguarda de los deberes profesionales que se encuentran reconocidos por el código de
conducta o código deontológico.

En el modelo español, la función y utilidad pública de la profesión jurídica, viene


cristalizada en el propio preámbulo del Código Deontológico de la Abogacía Española cuando
afirma que “La función social de la Abogacía exige establecer unas normas deontológicas para su
ejercicio” y por ello, la exigencia de cumplir con unas reglas deontológicas que ya vienen
reconocidas por el propio Código.

Así, se determina de forma amplia el nivel de cumplimiento al que está obligado el


profesional jurídico español cuando se le requiere a respetar los principios éticos y deontológicos
de la profesión establecidos en el Estatuto General de la Abogacía Española, aprobado por Real
Decreto 658/2001, de 22 de junio, en el Código Deontológico aprobado por el Consejo de Colegios
de Abogados de Europa (CCBE) el 28 de noviembre de 1998, y en el presente Código Deontológico
aprobado por el Consejo General de la Abogacía Española, en los que en su caso tuvieren
aprobado el Consejo de Colegios de la Autonomía, y los del concreto Colegio al que esté
incorporado.

La moral

Por otra parte, la moral viene reconocida como las normas que sirven como principios
rectores del comportamiento humano y derivan directamente de la opción doctrinal que
representan (Ara Pinilla, 2002). Por lo tanto, existirán tantas morales, como doctrinas filosóficas,
religiosas, políticas, entre otras, existan.

A tal respecto existen autores que la entienden como “un conjunto de principios,
preceptos, mandatos, prohibiciones, permisos, patrones de conducta, valores e ideales de vida
buena que en su conjunto conforman un sistema más o menos coherente, propio de un colectivo
concreto en una determinada época histórica… la moral es un sistema de contenidos que refleja
una determinada forma de vida” (Cortina Orts y Martínez, 1996). De ahí, que la deontología
jurídica venga identificada como un conjunto de obligaciones morales que el abogado debe tener
presente en el ejercicio de su actividad profesional.

La figura del abogado en el ámbito profesional español

En el modelo español, es el propio Estatuto General de la Abogacía Española quien en su


artículo 5 reconoce que “el abogado podrá ejercer su profesión ante cualquier clase de órganos
jurisdiccionales y administrativos de España, así como ante cualesquiera entidades o personas
públicas y privadas. También podrá ejercer como árbitro, mediador o interviniente en cualesquiera
otros métodos alternativos a la jurisdicción para la resolución de conflictos o litigios”.

Una definición material viene contemplada en el artículo 1 del propio Estatuto cuando
establece que:

La Abogacía es una profesión libre e independiente, que asegura la efectividad del derecho
fundamental de defensa y asistencia letrada y se constituye en garantía de los derechos y
libertades de las personas. Los Abogados deben velar siempre por los intereses de aquellos cuyos
derechos y libertades defienden con respeto a los principios del Estado social y democrático de
Derecho constitucionalmente establecido.

Una definición más formal la encontramos en el artículo 9.1 del propio estatuto “Son
abogados quienes, incorporados a un Colegio español de Abogados en calidad de ejercientes y
cumplidos los requisitos necesarios para ello, se dedican de forma profesional al asesoramiento,
concordia y defensa de los intereses jurídicos ajenos, públicos o privados”. En este sentido, es
importante señalar que una de las tipologías que defendía, por ejemplo, Torre Díaz (Torre Díaz,
2000), con respecto a la apertura de un despacho profesional, queda extinguido con lo
contemplado en el artículo 10 del Estatuto donde se defendía a la figura del abogado como
“quienes, incorporados a un colegio de Abogados en calidad de ejercientes, se dedican con
despacho profesional a la defensa de intereses jurídicos ajenos”.

Ese reconocimiento que se le dispensa al abogado, responde a la idea de que el abogado,


como operador jurídico que debe satisfacer necesidades de la sociedad en general, debiendo velar
por garantizar la tutela judicial efectiva en todo momento. Así entendida, la función social que
cumple la abogacía está muy clara, puesto que el abogado como servidor de la justicia, está
obligado a la defensa y garantía de las libertades fundamentales y los derechos inherentes de
todos los ciudadanos sin perjuicio de raza, sexo o religión. De esta manera, se garantiza al
conjunto de la sociedad que todas las personas tienen derecho a alcanzar una tutela judicial
efectiva por parte de la Administración de Justicia sin que pueda producirse indefensión.

En la misma línea, al abogado como operador jurídico también se le reconoce como pilar
básico en la Administración de justicia, por la función social que representa. Con la denominación
de operador jurídico, nos referimos a todos aquellos que se dedican a actuar dentro del ámbito del
Derecho con una habitualidad profesional, ya sea como aplicadores del Derecho o bien como
creadores, intérpretes o consultores del mismo (Peces Barba Martínez, 1987). Por ello, habrá que
matizar que no todos los licenciados del derecho son operadores jurídicos, ni todos los operadores
jurídicos son juristas. En este sentido, se pronuncia el profesor Peces Barba cuando hace
referencia a la labor de un alcalde que es licenciado en medicina. En el ejercicio de sus funciones
está trabajando como un operador jurídico, sin tener la competencia de un profesional jurídico,
puesto que su titulación no le confiere conocimientos técnico-jurídicos (Peces Barba Martínez,
1987).

Nuestra carta magna, realiza un reconocimiento expreso de esa labor social y de


responsabilidad, pues así viene consagrado en el artículo 24 de nuestra Constitución española,
cuando establece que “Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los
jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso,
pueda producirse indefensión. Asimismo, todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado
por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada
contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los
medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse
culpables y a la presunción de inocencia. La ley regulará los casos en que, por razón de parentesco
o de secreto profesional, no se estará obligado a declarar sobre hechos presuntamente delictivos”.

En el modelo constitucional español, se dota exclusivamente al Poder Judicial la


posibilidad en materia de resolución de conflictos interpartes, relegando en ocasiones, la
viabilidad de mecanismos altamente cualificados para la resolución de conflictos, quedando
reconocido como “el principal, y a veces único, garante de los derechos y libertades
fundamentales de los ciudadanos” . Así parece entenderse cuando la interpretación del artículo
117, apartado 3 de nuestra Constitución española, dota con carácter exclusivo al Poder Judicial la
función de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado.

Es destacable, sin embargo, cómo la figura del abogado como operador jurídico, adquiere
una relevancia en cuanto a garante de los principios básicos del Estado de Derecho. Pues el
ciudadano litiga contra las instituciones en defensa de sus derechos y es guiado por el letrado en
su camino, asumiendo así la protección de los derechos subjetivos de éste frente a los propios
órganos del Estado.

Sobre las funciones que debe cumplir el Derecho es necesario hacer una reflexión sobre lo
que debe ser el derecho y para qué debe servir (López Calera, 1996). Para responder esta cuestión
habría que plantearse primeramente las funciones que cumple el Derecho como conjunto de
normas que se postulan para organizar la vida social (Ferrari, 1989). En este sentido, se pronuncia
el profesor Elías Díaz (Díaz García, 1996), cuando defiende que el Derecho se constituye como un
conjunto de disposiciones normativas que deben conseguir, instaurar o reforzar una organización
social. Entendiendo así, que el Derecho ayuda a mantener una estructura social determinada,
colaborando a su conformación en base a esos ideales que la propia sociedad requiere o exige.
Como parte de la Administración de Justicia, el abogado se encuentra en un contexto
determinado. Por un lado, al formar parte de la organización de la Administración de Justicia, se le
considera un operador del sistema legal. Pues con esa adscripción queda supeditado a lo
contemplado por el sistema judicial. Y por otro lado, su circunscripción como operador jurídico le
obliga a realizar una serie de funciones encaminadas a la búsqueda de la justicia.

Ahora bien, el abogado puede tomar partido ante un conflicto en su actuación como
asesor o consejero, indicando al cliente cuáles son sus derechos y obligaciones. También puede
operar como evaluador, analizando los asuntos legales de su cliente e indicarle el escenario
jurídico en el que se encuentra. Pero, en todo caso, el abogado deberá actuar con su cliente
transmitiéndole el marco legal y los límites legales de cualquier acción que pretenda realizar,
señalando la mejor manera de actuar en la defensa de sus intereses e indicando además, las
posibles consecuencias de un pleito o la realización de determinados recursos. Todo ello, en un
marco de confianza, respeto y de total reconocimiento al ámbito del derecho, límites y normas
aplicables.

Dicho esto, aunque parezca obvio, hay que entender que en la práctica del ejercicio, el
abogado puede encontrarse con situaciones en las que sea difícil mantener el sentido de justicia.
Imaginemos que se encuentra con un cliente que no quiera continuar el procedimiento tal y como
establece el marco normativo o con pretensiones irreales y fraudulentas. Ello no significa, que el
abogado quede eximido de explicarle la repercusión legal en caso de contravención y las
consecuencias jurídicas que deriven de la elección realizada por su cliente. Pues, como se indica, la
pretensión final del abogado es la justicia en beneficio de su cliente, pero también en beneficio de
la sociedad y principalmente de la justicia.

Puede suceder también, que un abogado ante una dilatación del proceso en la justicia
ordinaria, se convierta en un auténtico mediador en la resolución de conflicto a través de técnicas
extrajudiciales, como puede ser la conciliación, el arbitraje o la mediación, para superar la
ralentización que sufren los juzgados por el número de asuntos, o el coste que supone acceder a la
Administración de Justicia (Falcón Martínez de Marañón, 2005). Colaborando de esta forma al
logro de la justicia que reclama su cliente, mediante técnicas legales y conformadoras del Derecho,
participando así de la efectividad de la justicia.

En todo caso, la labor primordial del abogado como operador al servicio del Derecho en
cualquiera de las funciones que represente, no es más que la de gestionar los asuntos del cliente,
tratando siempre que a éste le resulte provechosa la posibilidad que le otorga el Derecho,
asegurando en todo caso resolver el conflicto con eficacia y sentido de la justicia. Así lo reconoce
la profesora Añón Roig (Añón Roig, 1998), cuando defiende que el abogado en el ejercicio de sus
funciones tanto de asesoramiento, negociación o mediación y en la defensa de intereses en litigio,
coopera en la realización y aplicación real de algunas funciones del derecho, tales como la
orientación social, la resolución de conflictos o la integración social.

La deontología en el ámbito jurídico

La deontología viene entendida como la ciencia que estudia el conjunto de los deberes
morales, éticos y jurídicos con que debe ejercerse una profesión liberal determinada.

Así, Ángela Aparisi, la entiende como “aquella exigencia moral anclada en la naturaleza de
una profesión. Desde esta perspectiva, las normas deontológicas son, básicamente, exigencias de
ética profesional. Por ello, al igual que ocurre con las normas morales, se nos muestran ‘prima
facie’ como un deber de conciencia” (Aparisi Miralles, 2006).

Entre los diferentes enfoques que pueden versar en torno a la aproximación conceptual,
autores como Sánchez-Stewart definen a la deontología como “el conjunto de normas jurídicas
que regulan sus relaciones con su cliente, con la parte adversa, con sus compañeros de profesión,
con los órganos y funcionarios ante los que actúa y con su colegio profesional, normas cuyo origen
y tutela es corporativo” (Sánchez-Stewart, 2008).

En la actualidad, las transformaciones sociales, económicas y políticas que sufren los


Estados exigen una reconstrucción en el planteamiento sobre la propia deontología jurídica.

En esta línea, se pronuncia el Código Deontológico de la Abogacía Española cuando afirma


que “La función social de la Abogacía exige establecer unas normas deontológicas para su
ejercicio. A lo largo de los siglos, muchos han sido los intereses confiados a la Abogacía, todos ellos
trascendentales, fundamentalmente relacionados con el imperio del Derecho y la Justicia
humana”.

Siguiendo ese marco, véase por ejemplo, el artículo 1.1 del Código Deontológico del
Consejo de los Colegios de abogados de la Unión Europea cuando reconoce que: “En una sociedad
fundada en el respeto a la Justicia, el Abogado tiene un papel fundamental. Su misión no se limita
a ejecutar fielmente un mandato en el marco de la Ley. En un Estado de Derecho el Abogado es
indispensable para la Justicia y para los justiciables, pues tiene la obligación de defender los
derechos y las libertades; es tanto el asesor como el defensor de su cliente”.
Puede entonces afirmarse, que en el ejercicio de la abogacía la figura del abogado
representa una pieza fundamental en el funcionamiento de la Administración de Justicia. Por la
función social que representa, las normas deontológicas resultan del todo necesarias en la figura
del abogado, puesto que trabaja con un arsenal ético tan importante como resulta de la seguridad
jurídica, la justicia, la lealtad, la equidad, entre otras.

La respuesta a la necesidad de un Código Deontológico parte de la consideración del


compromiso moral que debe tener el abogado, precisamente por la función social que representa.
En el ejercicio de sus funciones no puede en ninguno de los casos, poner en riesgo la
independencia, la lealtad, ni el secreto profesional, comprometiéndose en todo caso a actuar con
honradez, diligencia y rectitud.

La justificación del esquema normativo que emana del Código Deontológico en la


abogacía, cobra todo su sentido, en la necesidad de garantizar los valores ético-morales y de
justicia en el ejercicio de su profesión.

Estas exigencias representan a en los ciudadanos una garantía de protección de los


derechos que le son reconocidos, y permiten la posibilidad de incoar un procedimiento
sancionador al abogado, cuando el interesado se vea vulnerado en cualquiera de sus derechos
fundamentales, sin necesidad de acudir a la jurisdicción ordinaria.

El debate sobre la naturaleza de las normas deontológicas ha sido una constante dentro de
los diferentes ámbitos. En este sentido, la deontología profesional se presenta como un esquema
que se encuentra ubicado entre el derecho y la moral (Rodríguez-Arana Muñoz, 2003).

Si bien es cierto que, el Código Deontológico de la Abogacía Española es quien contempla


las directrices deontológicas del abogado en el ejercicio de su profesión, no es menos cierto que
los Consejos Autonómicos de la Abogacía y los Colegios de Abogados tienen la capacidad para
aprobar normas de esta naturaleza con un alcance similar.

La naturaleza vinculante que asume la normatividad jurídica, viene reconocida en el


artículo 9.1 de la Constitución española cuando establece que “los ciudadanos y los poderes
públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”, se hace extensible
por tanto esta sujeción a los acuerdos provenientes de Tratados Internacionales, acuerdos entre
partes, los convenios colectivos etc. Derivado de lo cual, si las normas jurídicas vinculan a todos los
ciudadanos, nada impide un posible reconocimiento de los acuerdos que surgen a través de la
autonomía en el ámbito privado, sea individual o colectivamente, comprometiendo
exclusivamente a quienes lo lleven a cabo.
Concretamente, esta aseveración viene reforzada con la Sentencia del Tribunal
Constitucional 132/89 de 18 de julio cuando consagra la libertad como valor superior del
ordenamiento jurídico español, lo que implica el reconocimiento como principio general inspirador
del mismo de la autonomía del individuo para elegir entre las diversas opciones vitales que se le
presenta, de acuerdo con sus propios intereses y preferencias. Siendo así, que el abogado en su
profesión se ve sujeto al cumplimiento estricto de las normas colegiales y al código deontológico
firmado, pues de otro modo, si no quiere asumir el cumplimiento del código deontológico
establecido, tiene plena libertad para no ejercer en un ámbito determinado del Derecho.

Por otro lado, el resultado de las disposiciones normativas provenientes del Código
Deontológico de la Abogacía Española tiene una naturaleza corporativa (Carnicer Díez, 2003) pues
regulan exclusivamente la labor del colectivo de la abogacía en el deber que debe cumplir como
profesional.

Resultan oponibles exclusivamente a los abogados, pudiendo ser sancionados


disciplinariamente cuando atenten gravemente contra el interés del cliente (Carnicer Díez, 2003).

El propio Código de Deontología para Abogados Europeos ya defiende en su artículo 1.2


que “Las normas específicas de cada Colegio de Abogados nacen de su propia tradición. Estas
normas se adaptan a la organización y al ámbito de actuación de la profesión de Abogado en cada
Estado miembro; así como a los procedimientos judiciales y administrativos y a la legislación
nacional. No es posible, ni aconsejable, sacarlas fuera de contexto, ni intentar extrapolar unas
normas que, por su naturaleza, no son susceptibles de generalización”.

Así lo defiende también el Tribunal Constitucional, cuando reconoce que estas normas son
producto de la relación instituida sobre la base de la delegación de potestades públicas en los
entes corporativos, a los que se les dispensa facultades para lo relativo a la ordenación y control
del ejercicio en lo relativo a las actividades profesionales, reconocida además en el artículo 36 de
la Constitución española (Iglesias Pérez, 1991).

Ya el propio Código de Deontología de los Abogados Europeos en su artículo 1.1 defiende


que “Las normas deontológicas están destinadas a garantizar, la correcta ejecución por parte del
Abogado de su indispensable función, reconocida como esencial en todas las sociedades
civilizadas. La inobservancia de estas normas por el Abogado puede tener como consecuencia
sanciones disciplinarias”.
Aparte de la naturaleza de los Códigos Deontológicos, otra de las cuestiones que también
suscita cierto debate es precisamente, cuál es el contenido y el alcance normativo de estos. Se
plantea, en este sentido, qué comportamientos quedan incluidos o excluidos dentro de su ámbito
de aplicación.

Autores como Iglesias (Iglesias Pérez, 1991), ponen en duda la naturaleza normativa de los
Códigos Deontológicos, esgrimiendo que los códigos deontológicos en general no participan ni de
la normatividad jurídica ni de la voluntariedad de los pactos entre particulares. Esa normatividad
jurídica viene reconocida como la capacidad de coercibilidad o coactividad que asume la
normativa jurídica (Díaz García, 1984). En este sentido, defienden algunos autores que los Códigos
Deontológicos no vienen respaldados legalmente por la formalidad material exigible para
reconocerlos como una auténtica norma jurídica, así como la inexistencia de una articulación que
los incorpore al ordenamiento jurídico y por todo ello, pone en tela de juicio su capacidad
normativa.

Olvidan quienes así piensan, que la validez del contenido normativo de los Códigos
Deontológicos viene reforzada precisamente por la Ley y los Colegios Profesionales en el
reconocimiento de la delegación normativa que se les confiere. En particular, en el caso español, el
Código Deontológico de la Abogacía viene reforzado normativamente por el Estatuto General de la
Abogacía.

Así, el Estatuto General de la Abogacía, define en su propio Preámbulo que una de las
principales pretensiones es reconocer la mayor autonomía de los Colegios para determinar su
propia organización y las reglas de su funcionamiento. Esta nueva concepción parte de la
distinción entre los títulos materiales relativos al ejercicio profesional y a los Colegios
profesionales. Establecida esta distinción, se afirma la amplia competencia del Estatuto General
para regular el ejercicio de la profesión de Abogado, mientras que se le reconoce un papel menor
para establecer reglas de organización de la estructura colegial. El texto recoge normas
deontológicas adecuadas a la realidad social actual, definiendo una deontología profesional no
corporativista, protectora de los derechos del cliente y del interés general.

En el terreno de la deontología profesional en general y en de la deontología de la


abogacía en particular, nociones como el secreto, la libertad profesional, la diligencia, la
independencia, la competencia, o la lealtad, entre otros, son objeto de numerosos estudios por
parte de diferentes ámbitos de conocimiento.

Se trata en realidad, de dar respuesta a si la realización de un acto inmoral justifica la


intervención del derecho (Nino, 1984), o bien, si la inmoralidad de un acto resulta suficiente para
que el derecho pueda sancionar (Colomer Martín-Calero, 2002). Esta disquisición surge
precisamente, para responder sobre el alcance que puedan tener los códigos deontológicos con
respecto a los actos que se alejan de los principios ético- morales en los profesionales, en
particular en la del abogado.

A este respecto, no son pocos los autores que se han pronunciado en una posible
intervención paternalista ante un acto individual que pueda ser moralmente rechazable, cuando
se lesiona o daña a terceros. Sin embargo, autores como Mill (Mill, 2004) defendía al respecto, que
nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso
fuera mejor para él, porque le haría feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más
acertado o más justo.

Para Nino (Nino, 1984), el principio que está en juego es lo que denomina principio de
autonomía de la persona, según el cual, el Estado no debe interferir en la elección o adopción de
ideales de excelencia humana, limitándose a diseñar instituciones que faciliten la persecución
individual de esos planes de vida y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno sustente.

Se justifica por ello, la necesidad de la instauración de un Código Deontológico que


contemple los deberes ético-morales en el ejercicio de la abogacía y que venga reforzado por un
orden disciplinario. De tal manera que, en el caso que se vulnere o se lesione daño a terceros por
un acto inmoral por parte del profesional de la abogacía, puedan los ciudadanos sentirse
protegidos por una regulación que permita la protección de su integridad. En este sentido, se
parte de la consideración que el contenido de los códigos deontológicos deben reconocer
principios que instauren compromisos por parte de quienes ejercen una profesión cualificada.

Si partimos de la acepción que define a la Deontología como una disciplina que se ocupa
de las obligaciones de los profesionales, la Deontología Jurídica responde a los principios a los que
debe de ajustarse el profesional del derecho. El código de deontología jurídica sirve como guía de
principios y normas cuya función prioritaria es la de suministrar y adecuar el valor que supone la
ética en el ejercicio de la profesión de los operadores jurídicos. Principios como la honradez,
integridad, honestidad, lealtad, celeridad o claridad, resultan una virtud que debe estar presente
en el ejercicio del profesional del derecho. En este sentido, resulta necesario separar el carácter
deontológico de lo que no lo es, sobre todo, para evitar una posible confusión entre lo que se
puede entender como normas de carácter social o moral.

En la esfera sobre la deontología del abogado, el Código de la Abogacía Española en su


Preámbulo reconoce unos principios fundamentales para la figura del abogado, y entre ellas
resultan destacables, el secreto profesional, la independencia, la libertad de defensa y la
confianza, entre otros. Estos valores suponen principios imprescindibles en la garantía al derecho
de defensa del justiciable.
En cuanto al secreto profesional, resulta destacable lo contemplado por el Código
Deontológico, adaptado al nuevo Estatuto General de la Abogacía Española y aprobado por Real
Decreto 658/2001, de 22 de junio, en su artículo 1, que reza “el abogado está obligado a respetar
los principios éticos y deontológicos”. Se desprende a tenor de lo contemplado en el contenido del
artículo que la intimidad de la vida privada del cliente constituye uno de los deberes éticos del
abogado. Así viene reconocido en el artículo 4.1 del Código Deontológico de la Abogacía Española
cuando establece que “La relación entre el cliente y su abogado se fundamenta en la confianza y
exige de éste una conducta profesional íntegra, que sea honrada, leal, veraz y diligente”.

Si bien es cierto que la Constitución española de 1978 no reconoce el derecho al secreto


profesional, no es menos cierto, que su garantía se hace extensible cuando reconoce el derecho a
la intimidad y la propia imagen en el artículo 18 donde dispone que “Se garantiza el derecho al
honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”.

En cuanto a la independencia y las dispensas reconocidas a los abogados, resulta


destacable lo contemplado por el artículo 542.2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial donde
establece que "en su actuación ante los juzgados y tribunales, los Abogados son libres e
independientes...". Esta idea también viene reforzada tanto por el Estatuto General de la Abogacía
en su artículo 33.2 en el que establece que “El abogado, en cumplimiento de su misión, actuará
con libertad e independencia, sin otras limitaciones que las impuestas por la Ley y por las normas
éticas y deontológicas” como en el artículo 2 del Código Deontológico de la Abogacía Española
donde se le otorga a la independencia, un valor normativo y un deber del abogado como exigencia
en el asesoramiento y defensa de los legítimos intereses de sus clientes.

En lo que respecta a la libertad, el Código Deontológico de la Abogacía Española reconoce


a la libertad de defensa como un principio fundamental en la actividad del abogado. Así lo
reconoce en su artículo 3.1 cuando establece que “El abogado tiene el derecho y el deber de
defender y asesorar libremente a sus clientes, sin utilizar medios ilícitos o injustos, ni el fraude
como forma de eludir las leyes. Por otro lado, el artículo 26.1 del Estatuto General de la Abogacía,
establece que “Los abogados tendrán plena libertad de aceptar o rechazar la dirección del asunto,
así como de renunciar al mismo en cualquier fase del procedimiento, siempre que no se produzca
indefensión al cliente”.

Por su parte, la confianza asume un elemento cardinal en el ejercicio de la abogacía. Pues


indiscutiblemente, la base de la confianza se basa la relación abogado-cliente. Así viene
reconocido en el Código Deontológico de la Abogacía Española en su artículo 4.1, cuando
establece que “La relación entre el cliente y su abogado se fundamenta en la confianza y exige de
éste una conducta profesional íntegra, que sea honrada, leal, veraz y diligente. O en los principios
Generales de la Abogacía cuando reconocen que, las relaciones de confianza no pueden existir si
existe alguna duda sobre la honestidad, la probidad, la rectitud o la sinceridad del abogado”. La
confianza se postula como un instrumento ideal para la sugestión, ya que cuando una persona
confía en otra, le prestaremos oídos, de lo contrario, no sería así (Bieger, 2006).

La abogacía: una visión española

En España, para poder ejercer la abogacía, hasta la entrada en vigor de la Ley 34/2006 el
30 de octubre de 2011 bastaba con poseer el título de licenciado en Derecho y la afiliación al
Colegio de Abogados. En este sentido, el propio estatuto establece con criterio general, ser mayor
de edad, no estar incurso en causa penal o cualquier incompatibilidad de derive del cargo que
representa así como tener nacionalidad española o pertenecer a un Estado miembro de la Unión o
Acuerdos Internacionales.

Como respuesta de las reformas legislativas y como los cambios políticos y sociales
sufridos en la sociedad española, el ejercicio profesional del abogado en España se ha visto
inmerso también inmerso en esa vorágine.

Es precisamente el Consejo General de la Abogacía española quien regula y coordina el


ejercicio de los Colegios profesionales. Entre sus objetivos se encuentra la organización del
ejercicio y actuación en el ámbito profesional de los abogados en aras de conseguir un sistema de
justicia que cuente con todas la garantías de celeridad y eficacia.

A tal respecto, resulta destacable lo contemplado en el preámbulo del Código


Deontológico de la Abogacía Europea, en el cual se defiende que “En un Estado de Derecho, el
Abogado resulta indispensable para la justicia y los justiciables cuyos derechos y libertades le
corresponden defender, cumpliendo a la vez el papel de defensor y asesor de su cliente”.

Es el Estatuto General de la Abogacía Española en su artículo 1.1 quien desde un punto de


vista formal define a la abogacía como “es una profesión libre e independiente, que asegura la
efectividad del derecho fundamental de defensa y asistencia letrada y se constituye en garantía de
los derechos y libertades de las personas. Los Abogados deben velar siempre por los intereses de
aquellos cuyos derechos y libertades defienden con respeto a los principios del Estado social y
democrático de Derecho constitucionalmente establecido”.

En este sentido, se pronuncia Calamandrei esgrimiendo que:


para juzgar sobre la utilidad procesal de los abogados, es necesario no mirar al defensor
aislado, cuya actividad unilateral y parcial, tomada en sí, puede parecer hecha ex profeso para
desviar a los jueces de su camino, sino que es preciso considerar el funcionamiento en el proceso
de dos defensores contrapuestos, cada uno de los cuales, con su propia parcialidad, justifica y hace
necesaria la parcialidad de su contradictor. Imparcial debe ser el juez, que es uno, por encima de
los contendientes; pero los abogados están hechos para ser parciales (Calamandrei, 1980).

No son pocos los autores que reconocen en la figura del abogado profesional que asume la
dirección técnica en la preparación del procedimiento y la consecución de los medios de prueba
(Weber, 1969).

La visión que se proyecta en la figura del abogado en el ejercicio de sus funciones


constituye una de las herramientas obligatorias en la defensa y garantía de los derechos del
justiciable ante la tutela judicial efectiva desde una visión de justicia social. Así lo entiende
Sánchez-Stewart cuando defiende que “el abogado es un operador esencial e irremplazable en la
administración de justicia y en el funcionamiento de uno de los poderes del estado y es pieza
fundamental en la confianza que dispensa (o no dispensa) a ese servicio público” (Sánchez-
Stewart, 2008). El rol del abogado en el ejercicio constituye, en este sentido, una función de orden
social como garantía en la defensa de los derechos humanos.

En esta línea, surge el planteamiento del por qué siendo la abogacía la una profesión libre,
tal y como se defiende en el propio Estatuto de la Abogacía, requiere que el abogado para el
ejercicio de profesión como litigante deba estar al amparo de un Colegio Profesional regulado por
el derecho público”. Así lo indica la Ley 2/1974 de 13 de febrero sobre Colegios Profesionales, en
su artículo 1.1., cuando establece que los Colegios Profesionales son corporaciones de derecho
público, amparadas por la Ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y
plena capacidad para el cumplimiento de sus fines.

A tal respecto, el Tribunal Constitucional se pronuncia entendiendo que la naturaleza


jurídica de los Colegios Profesionales y el carácter mixto en función de la naturaleza del asunto,
estableciendo claramente su naturaleza pública cuando se trata de derechos fundamentales,
jurisprudencia que ha mantenido a lo largo de los años desde el Auto 93/1980 de 12 de
noviembre.

No empero, la Constitución española en su artículo 23 reconoce que “1. Los ciudadanos


tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de
representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal. 2. Asimismo,
tienen derecho a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos, con los
requisitos que señalen las leyes”.

Lo que si queda del todo patente es, que para ser profesional del derecho se debe tener
tal y como se defiende “un buen conocimiento de la ley de la jurisprudencia y de la práctica de los
tribunales” (Gómez Pérez, 1991).

En la actualidad, la profesión del abogado está algo denostada. En su conjunto, el sistema


judicial no ofrece en algunas ocasiones la celeridad y eficacia solicitada por el orden social y ese
prisma, se hace extensible a los abogados, que deberán en todo caso actuar ante cualquier
vulneración de la ley o injusticia social (González Bilbao, 2007).

Queda del todo patente que el ejercicio de la abogacía está íntimamente ligada con los
principios de actuación que rigen por el propio Estatuto de la Abogacía y lo derivado del Código
deontológico, teniendo como objetivos prioritarios la impartición de justicia, la aplicación correcta
del Derecho garantizando, en todo caso, la defensa y la protección de los valores universales que
supone el reconocimiento de los derechos humanos.

Estos principios de actuación como la diligencia, la competencia, la independencia, la


libertad, la lealtad o el secreto profesional, son auténticos principios que deben estar presentes en
todo caso en el ejercicio de su profesión.

Dentro de estas particularidades, la consideración como profesional liberal, quedan


sometidos los preceptos deontológicos que resultan exigencias normativas precisamente porque
en caso de incumplimiento tiene como respuesta la incoación de un procedimiento disciplinario.
Vistas así las cosas, el abogado en el ejercicio de sus funciones queda sometido no sólo a un
régimen jurídico especial como profesional, sino también como ciudadano a la ley general.

En torno a la relación abogado-cliente, se parte de la consideración que el abogado, como


profesional, se debe a su cliente. Es por ello, que la confianza se presenta como una prioridad de
primer orden. En cuanto al vínculo que une a un abogado con su cliente, esa relación de confianza,
debe respetar una serie de principios que responden a la confiabilidad exigible. Teniendo además
presente, que el cliente es un consumidor y usuario de determinados servicios profesionales
protegidos además por la ley, y en base al Real Decreto Legislativo 1/2007 de 16 de noviembre,
por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios y otras leyes complementarias.
Al respecto de la profesión de abogado, García Piñeiro afirma que:

las profesiones liberales son actividades intelectuales ya que consisten en aplicar la lex
artis definida como un conjunto de contenidos de carácter ético y técnico-científico, a problemas
de especial trascendencia para la persona y para la sociedad. Así, el carácter intelectual de los
abogados es obvio, pues aplican los conocimientos propios de la Ciencia del Derecho para
solucionar los problemas jurídicos que se le plantean. Además la abogacía cumple una función
social, pues resulta esencial para la defensa de las libertades fundamentales y de los derechos de
las personas, asumiendo la posición de intermediario entre el Estado y el ciudadano (García
Piñeiro, 2009).

ol Politico Del Abogado


Enviado por dylancho  •  5 de Marzo de 2012  •  681 Palabras (3 Páginas)  •  1.821 Visitas

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ROL POLÍTICO DEL ABOGADO

Es algo muy común la distinción entre el Jurista-Político, empleado en el


sistema político, y el dedicado al ejercicio de la profesión en sentido estricto. Este
ultimo será abogado, juez o tendrá algunos otros roles típicos del sistema jurídico.

Este rol se ha multiplicado en el siglo XX en gran medida por que la expansión


de la actividad jurídica ha permitido a los juristas una ocupación a tiempo
completo en el sistema jurídico. La opinión común tiende a poner esta actividad
profesional a la política, especialmente cuando se refiere al abogado que ejerce el
derecho.

La creación de normas jurídicas (Legislación) por los representantes del


pueblo o los gobernantes se mira como una actividad política. Pero estas normas
requieren luego de una interpretación rigurosa que permita entender cada una de
ellas como integrantes de un sistema general perfectamente coherente. Mientras
que la legislación parece posible y hasta conveniente la participación de personas
de distintas ocupaciones o preparación disciplinarias, la actividad de interpretación
es la propia del jurista de aquel que tiene una preparación formal y certificada en el
derecho.
Como los abogados tienen el monopolio de la representación ante los
tribunales y ante organismos administrativos, naturalmente será muy importante
saber qué tipo de intereses van a defender ante ellos y si la defensa de algunos
intereses la harán con más vigor que la de otros. Dicho de otra manera los juristas,
por el hecho de serlos expropian un conocimiento relevante para la sociedad y lo
pondrán al servicio no sólo de si mismos sino de grupos sociales que nos interesan
destacar:

a) En primer lugar, de quienes puedan pagar los servicios de los abogados.


Pero es natural en esta sociedad que los servicios jurídicos a aquellos que no van a
pagar por ellos, o van a pagar muy poco se presten con menos interés y entusiasmo
que aquellos solicitados por personas que pueden pagarlos bien.

b) En segundo lugar hay personas o grupos sociales más inclinados a solicitar


los servicios de abogados que otros. No sólo entre quienes no tienen como pagar los
servicios jurídicos habrá renuentes a solicitarlos sino que, entre quienes tienen
disponibilidad económica.

c) Por último, debe observarse que consultaran más y aprovecharan mejor los
servicios de un abogado quienes estén organizados mejor para aprovechar tales
servicios.

CRITICA A LA PROFESIÓN JURÍDICA

La principal crítica que se puede realizar es la corriente clásica que encajona el


juez como simple repetidor de la norma. Estas ideas que propugnaron el método
exegético de interpretación de la ley, y que pregonaron que el proceso mediante el
cual sentencia el juez es un simple silogismo que nunca ha sido aplicado. Puede que
haya jueces que crea que esta

ETICA DE LOS ABOGADOS

El código ético del abogado supone el libre ejercicio de sus funciones, de manera que no
esté sujeto a presiones de ningún tipo. Los abogados pueden decidir si aceptar o no un caso, y
tienen la libertad para determinar las acciones más adecuadas a seguir, siempre en el respeto de
la ley y para defender a su cliente.

¿Qué es la ética profesional del abogado?

Los abogados representan a sus clientes cuando estos atraviesan situaciones de gran
vulnerabilidad, por lo que es importante que velen adecuadamente por sus intereses en el
cumplimiento de la ley. La ética profesional del abogado, también conocida como deontología del
abogado, es el conjunto de obligaciones y deberes que rigen su práctica profesional y garantizan la
máxima protección del cliente. Si te estás planteando estudiar Derecho, visita nuestro artículo
creado únicamente para aportar toda la información relevante sobre esta profesión.

¿Cuáles son los 5 principios éticos del abogado más importantes?

Ejercicio libre de la profesión. El código ético del abogado supone el libre ejercicio de sus
funciones, de manera que no esté sujeto a presiones de ningún tipo. Los abogados pueden decidir
si aceptar o no un caso, y tienen la libertad para determinar las acciones más adecuadas a seguir,
siempre en el respeto de la ley y para defender a su cliente. Si el abogado no puede ejercer con
total independencia debe rehusar el caso.

Mantener el secreto profesional. El código de ética profesional del abogado indica que tiene la
obligación de mantener en privado toda comunicación e información que reciba de su cliente. Por
tanto, no puede aceptar casos contra un cliente anterior, tanto si se trata del mismo
procedimiento en que le defendió como uno nuevo derivado del precedente, ya que así se evita la
posibilidad de que utilice en su contra la información recibida bajo secreto profesional.

Informar al cliente. El abogado debe especificar el coste de sus honorarios y posibles gastos en los
que incurrirá el cliente. Debe explicar las costas por desestimación, así como la viabilidad de las
acciones o recursos a interponer. Aunque no es obligatorio, el código ético del abogado
recomienda realizar una hoja de encargo que refleje el presupuesto y las actuaciones a seguir.
Asimismo, el abogado debe informar al cliente de posibles relaciones personales, familiares o de
amistad con la parte contraria que puedan afectar el caso.

Solicitar la venia del abogado anterior que llevaba el caso. El cliente tiene derecho a cambiar de
abogado en cualquier momento, pero el nuevo profesional que contrate debe solicitar la venia al
anterior. Si el nuevo abogado no puede ponerse en contacto con el anterior, puede solicitar la
venia al Colegio o decano. El abogado anterior, por su parte, está obligado a entregar toda la
información y documentación que posea sobre el caso.

Comunicar cualquier cambio al abogado contrario. Los principios éticos del abogado indican que
este solo se relacionará con la parte contraria a través de su abogado. La comunicación entre
ambos es confidencial, a menos que exista un acuerdo que indique lo contrario. A su vez, el
abogado debe comunicar lo antes posible a la parte contraria cualquier cambio del cliente si se
está negociando un acuerdo.

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El camino ético del abogado venezolano. Consideraciones generales

21/09/2017 por Alan Aldana & Abogados

Toda profesión genera un conocimiento de utilidad para resolver problemas de diversa índole.
Lograrlo requiere no solo de la apropiación del conocimiento formal. Además se necesita de una
profunda comprensión de los principios éticos que rigen el ejercicio de la actuación profesional.

La moral profesional muestra el camino que debe seguir cualquier capacitado en un área
determinada. Para dar cumplimiento legal y ético a su acción en la vida laboral. El estudio de los
deberes morales de un profesional se denomina deontología.

Sin duda, en todas las profesiones la integridad y la ética son pilares fundamentales para el debido
ejercicio. Sin embargo, en el Derecho estos valores tienen un peso especial, si tomamos en cuenta
que el abogado se encarga de defender y administrar la justicia.

La deontología jurídica rescata el conocimiento necesario para ser abogado y todas las
capacidades relacionadas con ello. Como la principal obligación moral en esta carrera universitaria.
Esto es equivalente a poseer las herramientas para comprender las leyes, la jurisprudencia y la
práctica de los tribunales.

En líneas generales, un abogado durante un juicio debe seguir algunas normas cuyo cumplimiento
también denota profesionalismo en su actuación. Entre ellas resalta el dominio del tema a tratar,
la presentación de los argumentos de acuerdo a lo establecido, el respeto por los colegas
presentes y testigos, el uso correcto del lenguaje en sus intervenciones y la puntualidad al
presentarse.

A pesar de que existen códigos que rigen la conducta general de estos profesionales, cada país
tiene la potestad de establecer su manual de ética correspondiente, ajustado a la naturaleza de la
práctica jurídica en su territorio.

Moral y acción en Venezuela


En Venezuela el Código de Ética Profesional del Abogado Venezolano es de obligatorio
cumplimiento para todos aquellos que tengan las capacidades académicas para ejercer la
profesión.

En el artículo dos del mencionado código se establece que «el abogado tendrá como norte de sus
actos servir a la justicia, asegurar la libertad y el ministerio del Derecho. El abogado que conozca
de cualquier hecho que atenta contra las prohibiciones de este Código, está en el deber de dar
información inmediata al Colegio de Abogados al cual está inscrito el infractor».

La probidad, honradez, discreción, eficiencia, desinterés, veracidad y lealtad son requisitos


fundamentales para la actuación profesional. De igual manera, se dispone que el abogado debe
conservar la independencia en su actuación laboral al no aceptar sugerencia de su representado o
patrocinado para lesionar su integridad y dignidad profesional.

En el artículo nueve el manual especifica que es relevancia para la actuación legal que el
profesional mantenga la confidencialidad en los casos manejados. Evitando la exposición a los
medios de comunicación para ofrecer información sobre los asuntos que se le encomiendan. O
evidenciar piezas del expediente que todavía no hayan sido sentenciadas. En el artículo 25 se
refuerza el cumplimiento estricto del secreto profesional, extensivo también a sus archivos y
papeles aún cuando el abogado haya dejado de prestar sus servicios al defendido.

Celebrar arreglos con la contraparte a espaldas del patrocinado es considerado una deslealtad
infracción grave al ejercicio. En caso de tener relaciones con la otra parte, el abogado deberá
notificarlo a su defendido, tal como se establece en el artículo 33 del código de ética.

Otro requisito moral para el abogado venezolano radica en la colaboración

Y apoyo irrestricto a la justicia en todo el ejercicio de su labor. Esto incluye la contribución con
colegas en caso de ser necesario.

La deontología jurídica recomienda a los abogados no prestar sus servicios a causas ilícitas,
injustas o que lesionen los derechos humanos. Igualmente se aconseja estipular un costo justo y
correcto para sus servicios que no perjudique al cliente.

A la hora de cumplir con sus obligaciones es importante ser diligente y eficiente. Pues los retrasos
en los procesos perjudicarán al patrocinado. Sobre todas las cosas, el ejercicio legal requiere del
estudio, verificación y análisis correcto de los casos, pruebas y argumentos.
Los códigos de ética establecen un modelo correcto de actuación apegado a los principios de la
justicia. Desde Alan Aldana & Asociados apoyamos el cumplimiento obligatorio de cada una de las
disposiciones correspondientes al Código de Ética del Abogado Venezolano, garantizando
eficiencia, honradez y propiedad a la hora de hacer justicia.

BRITICAS A LA PROFESDION DE ABOGADOS

Criticas a la profesion juridica

Páginas: 3 (574 palabras) Publicado: 27 de noviembre de 2011

CRITICAS A LA PROFESION JURIDICA

" El abogado aprende el 20% de su profesión en las aulas de la universidad y el 80% restante en la
practica diaria de los conocimientos obtenidos. "

1.competencia desleal

2. ineficiencia de su labor en el Poder Judicial

3. ineptitud como jueces

4. Poder Judicial por retardar los juicios,

5. la falta de dinero para que el procesado hagaaligerar y finiquitar a su favor el caso.

6. Vaya y observe en cualquier sede del Colegio de Abogados como estos profesionales se reúnen
de la manera más natural, hablan sin ningún recato, y como seponen de acuerdo, defensor y
acusador, en sacarle a sus clientes la mayor suma de beneficio posible,

7. sobornan a los jueces que manejan juicios en el área penal, civil, tributario, de tierra, detransito,

8. que los profesionales del derecho están totalmente desvalorizados en la sociedad;

9. Debemos tomar en consideración que la principal característica de la profesión de abogado,


esservir a los demás, con empeño, dedicación y lealtad.

10. Que nuestro fin como abogado, es saber que desde que comenzamos a ejercer
profesionalmente muchas personas ponen sus esperanzas ennosotros, y al asumir esa
responsabilidad, no solo debemos demostrar nuestra capacidad académica sino también nuestros
valores morales, un abogado debe ser una persona comprometida con la justicia de su país,aun
desde la pequeña labor que pueda desempeñar, su accionar puede hacer la diferencia en nuestra
sociedad.

"Quien elige una carrera como la de abogado a ella tiene que entregarle el corazón".
ROL DE LAS INSTITUCIONES JURIDICAS

Institución es una idea de obra o de empresa que se realiza y dura jurídicamente en un medio
social; para la realización de esta idea, se organiza un poder, sele procura los órganos necesarios y,
por otra parte, entre los miembros del grupo social interesado en la realización de una idea, se
producen manifestaciones de comunión dirigidas por órganos de...Leer documento completo

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los egresados se les exige una práctica jurídica profesional, a veces de varios años, en despachos
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de carácter oficial o ante los colegios de abogados, para ser admitido plenamente en las citadas
actividades profesionales". 2 Se ha visto que la...

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a un tipo de órgano jurisdiccional presente en diversos países. Habitualmente son...

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...ejercicio de las profesiones jurídicas y sostiene que entre el derecho y la ética se encuentra la
justicia. La justicia si se encuentra vinculada con el Derecho, pero también el Derecho con la
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designa todo el sistema normativo e institucional que da...

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CARACTERÍSTICAS. Educación dogmática y educación. Las diferentes Escuela de Derecho, que
funcionan en Venezuela, tienen como objetivo central la formación y capacitación de sus
educandos para la obtención del título de Abogado, que se otorga a la conclusión de los estudios.
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...EVOLUCIÓN DE LA PROFESIÓN JURÍDICA. El hombre moderno está acostumbrado a ver en todo


proceso judicial la presencia de un defensor llamado abogado. Sin embargo, la institución de la
defensa ha sufrido una evolución interesante en la historia. Se pueden dar muchos ejemplos. Así,
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existió la defensa con abogado, las partes se dirigían por escrito al tribunal, explicando...

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hombre que, normalmente, constituye para él una fuente de ingresos, y, por tanto un fundamento
económico seguro de su existencia. Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española apunta que
el vocablo profesión proviene de professio, es decir, acción y efecto de profesar, pero también
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CRITICAS DEL NEOCONSTITUCIONALISMO AL POSITIVISMO JURÍDICO


...CRITICAS DEL NEOCONSTITUCIONALISMO AL POSITIVISMO JURÍDICO. Sea lo primero señalar que
el estandarte del Positivismo Jurídico, se basa en la importancia de las Normas, vista esta como la
manifestación de la voluntad del órgano autorizado para la elaboración del derecho, es decir, La
ley. El fundamento del derecho está dado por un sistema de normas hechas por el hombre. Las
normas son obligatorias por emanar de los órganos facultados por ella para...

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