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INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA

La Biblia es para:
 Oír
“Y me dijo: Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré, y
oye con tus oídos”. Ezequiel 3:10
 Leer
“Y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer
a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para
ponerlos por obra”. Deuteronomio 17:19
 Estudiar
“Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia”.
Proverbios 2:6
 Memeorizar
“He guardado tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti”. Salmos 119:11
 Meditar
“Estudia constantemente este libro de instrucción. Medita en él de día y de noche para
asegurarte de obedecer todo lo que allí está escrito. Solamente entonces prosperarás y te
irá bien en todo lo que hagas. Josué 1:8.

¿QUÉ ES LA BIBLIA?
El nombre «Biblia», en español, viene de una palabra griega, que significa «libros». La
Biblia es una colección de libros, agrupados en dos partes, llamadas «testamentos». La
palabra «testamento», en ese contexto, significa «alianza», «pacto», «convenio», que
establece una relación formal de obligaciones mutuas entre dos partes.
A primera vista, la Biblia es un compendio de escritos largos y cortos, sin ninguna
organización aparente, excepto su división principal en dos partes, el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento.
La Biblia trata del pacto que Dios hizo con Abraham, el patriarca del pueblo de Israel. El
Nuevo Testamento trata del nuevo pacto que Dios hizo con todos los pueblos
mediante, Jesucristo.
Los libros del Antiguo Testamento explican cómo comenzó el mundo, y narran la
historia del pueblo de Israel, antes de la venida de Jesucristo.
En el Nuevo Testamento se narra la historia de Jesucristo, de los apóstoles y de la iglesia
primitiva. El Nuevo Testamento incluye también algunas cartas, y un libro de visiones y
revelaciones, llamado Apocalipsis.
La Biblia contiene sesenta y seis libros, de los cuales treinta y nueve forman el Antiguo
Testamento y veintisiete el Nuevo Testamento. Fue inspirada por el Espíritu Santo. Su
escritura abarcó un período de mil quinientos años. Los escritores fueron más de
cuarenta personas, algunos eran ricos y otros pobres, reyes, campesinos, poetas,
pastores, pescadores, agricultores, sacerdotes, científicos, fabricantes de tiendas,
gobernantes, profetas, músicos, filósofos, maestros, recaudador de impuestos, médico.
Escribieron en palacios y en cárceles, en grandes ciudades y en el desierto, en tiempos
de terrible guerra y, de paz y prosperidad. En forma de relatos, poemas, historias, cartas,
proverbios y profecías.
La Biblia no es un libro de texto ni de teología abstracta. Es un libro sobre personas
reales, y acerca de un Dios real. Es la Palabra inspirada de Dios. Abarca temas de
teología, profecía, historia, ciencia, filosofía y sociología.
El Antiguo Testamento se escribió antes del tiempo de Cristo, en hebreo, la lengua del
pueblo judío, y sigue siendo la Biblia del pueblo judío. En los primeros días de la iglesia,
después de la muerte y resurrección de Jesús, se escribió el Nuevo Testamento, en
griego.
El Antiguo Testamento mira hacia la venida de Jesús, el Mesías o Cristo, que nos salvará
de nuestros pecados, y establecerá el reino de Dios, fundado sobre la justicia y la
misericordia. El Nuevo Testamento nos relata la historia de Jesús, y contiene escritos de
sus primeros seguidores.
Cada testamento empieza con libros históricos y termina con libros proféticos, el Nuevo
Testamento tiene uno solo. Entre los libros históricos y los proféticos están los libros
poéticos, en el Antiguo Testamento, y las cartas o epístolas en el Nuevo Testamento.

LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO


1. LOS LIBROS HISTÓRICOS
El Antiguo Testamento tiene diecisiete libros históricos. Los cinco primeros se llaman el
Pentateuco (en griego «cinco libros»).
El Pentateuco
Libro Tema Escritor Fecha
Comienzos del mundo
Génesis y de la nación hebrea Moisés 1445-1440 a.C.
Pacto con la nación hebrea
Éxodo Salida de Egipto Moisés 1445-1440 a.C.
Leyes morales, sacerdotales
Levítico y civiles de la nación hebrea Moisés 1445-1440 a.C.
Cuarenta años en el desierto
Números en viaje a la tierra prometida Moisés 1445-1440 a.C.
Repetición de la ley
Deuteronomio de la nación hebrea Moisés 1445-1440 a.C.

Libros Históricos
Libro Tema Escritor Fecha
Conquista de Canaán y reparto de
Josué la tierra a las doce tribus Josué 1405-1390 a.C.

Libros Históricos
Libro Tema Escritor Fecha
Caída de Israel en idolatría, Samuel
Jueces invasiones y liberación por Natán 1043-1004 a.C.
medio de los jueces Gad
Historia de Rut,
Rut ascendiente de David Samuel 1000- 900 a.C.
2 Samuel Reinado de David Samuel 1050-750 a.C.
Reinado de Salomón y
1 Reyes reinos de Judá e Israel Jeremías 590-570 a.C.
Reinos de Israel, al norte
590-570 a.C.
2 Reyes y de Judá al sur Jeremías
1 Crónicas Reino de Judá Esdras 430-425 a.C.
Reino de Judá: apostasía,
430-425 a.C.
2 Crónicas caída y periodos de reforma Esdras
Regreso de los judíos a
Jerusalén, reconstrucción del
Esdras Templo y reformas sociales y Esdras 457-444 a.C.
espirituales
Reconstrucción de los
Nehemías muros de Jerusalén Nehemías 457-444 a.C.
Liberación de los judíos
Ester del decreto de muerte Mardoqueo 464-435 a.C.

2. LOS LIBROS POÉTICOS


Entre los libros históricos y los proféticos del Antiguo Testamento hay cinco que son
poéticos. El libro de los Salmos, expresa la gama completa de las emociones humanas
desde la depresión hasta la confianza jubilosa en Dios. Ha sido durante tres milenios
una fuente de consuelo e inspiración para judíos y cristianos.
Libro Tema Escritor Fecha
Problema del sufrimiento
Job Meditaciones sobre los Moisés 1400 a.C.
caminos de Dios
David, Asaf,
Ciento cincuenta cánticos hijos de Coré,
Salmos Libro de oraciones Salomón, 1410-430 a.C.
Libro de alabanzas Moisés, Agur,
Himnario nacional de Israel Lemuel
Instrucciones sabias para
Proverbios asuntos prácticos de la vida Salomón 950-700 a.C.
Vanidad de la vida terrenal
Eclesiastés Esperanza de la inmortalidad Salomón 935 a.C.
Cantares Exaltación del amor conyugal Salomón 965 a.C.

3. LOS LIBROS PROFÉTICOS


El Antiguo Testamento contiene diecisiete libros proféticos. Los cinco primeros se
llaman los profetas mayores porque son más largos que los otros doce, que se llaman
los profetas menores.
Lamentaciones es un libro breve que está incluido con los profetas mayores porque el
profeta Jeremías lo escribió, al igual que su libro de Jeremías.
Profetas Mayores
Libro Tema Escritor Fecha
Profecías mesiánicas
Isaías Salvó Jerusalén de Asiria Isaías 740-680 a.C.
Esfuerzo para salvar a
Jeremías Jerusalén de Babilonia Jeremías 626-596 a.C.
Lamento por la
Lamentaciones desolación de Jerusalén Jeremías 586-584 a.C.
Caída de Jerusalén
Ezequiel Cautividad en Babilonia Ezequiel 593-571 a.C.
Promesas de restauración
Profeta cautivo en Babilonia
Caída de Babilonia
Daniel Surgimiento de imperios persa, Daniel 605-530 a.C.
griego y romano

Profetas Menores
Libro Tema Escritor Fecha
Apostasía de Israel presentada
Oseas como adulterio matrimonial Oseas 750-720 a.C.
El gran día del Señor
Joel Era del Espíritu Santo Joel 830 ó 600 a.C.
Apostasía de Israel
Amós Destrucción y restauración Amós 760 a.C.
Abdías Destrucción de Edom Abdías 586 a.C.
Jonás Misericordia para Nínive Jonás 750 a.C.
Caída de Israel y Judá
Miqueas Nacimiento del Mesías Miqueas 730 a.C.
en Belén
Destrucción final de Nínive
Nahúm Liberación de Judá de Asiria Nahúm 620 a.C.
Invasión de Judá
Habacuc Destrucción de los caldeos Habacuc 612 a.C.
El gran día de Jehová está cerca
Sofonías Pureza de labios en la tierra Sofonías 607 a.C.

Profetas Menores
Libro Tema Escritor Fecha
Reconstrucción del Templo
Hageo y su futura gloria Hageo 520 a.C.
Reconstrucción del Templo
Zacarías Visiones del Mesías Venidero Zacarías 515 a.C.
Malaquías Mensaje Final a Judá Malaquía 430 a.C
s

LA HISTORIA DEL ANTIGUO TESTAMENTO


El libro de Job fue escrito por Moisés, mientras estuvo en el desierto de Madián.
En la época de los Jueces se escribió el libro de Rut.
Los libros 2° de Samuel y 1° Crónicas tratan sobre la historia del David, quien durante
su reinado escribió la mayor parte del libro de los Salmos.
En la época que corresponde a 1° de Reyes, Salomón escribió Proverbios, Cantares y
Eclesiastés.
Los libros 1° de Reyes y 2° de Crónicas tratan, más o menos los mismos temas.
Los libros de Isaías, Jeremías, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum,
Habacuc y Sofonías fueron escritos durante el período de 2° Reyes.
Los libros de Lamentaciones, Ezequiel y Daniel corresponden al período del exilio en
Babilonia.
Los libros de Hageo y Zacarías fueron escritos en la época del regreso del cautiverio de
Babilonia con Esdras. El libro de Ester corresponde a la época de los libros de Esdras y
Nehemías. El libro de Malaquías fue escrito en la época del regreso de Babilonia, de un
contingente guiado por Nehemías.

LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO


1. LOS LIBROS HISTÓRICOS
Entre el final del Antiguo Testamento y el principio del Nuevo Testamento hay un
período de unos cuatrocientos años. Sabemos bastante de esos «años de silencio» por
otros libros que no forman parte del Antiguo ni del Nuevo Testamento. El Nuevo
Testamento contiene cinco libros históricos: los cuatro Evangelios, que relatan la vida de
Cristo, y el libro de los Hechos, que cuenta la historia de la iglesia primitiva, a través de
la obra del apóstol Pablo.
Evangelios
Libro Tema Escritor Fecha
Mateo Jesús es Rey Mesías Mateo 65-70
Marcos Jesús es Siervo de Dios Marcos 60
Lucas Jesús es Hombre perfecto Lucas 62
Juan Jesús es Hijo de Dios Juan 85

Hechos de los Apóstoles


Libro Tema Escritor Fecha
Hechos Formación y Extensión de la iglesia Lucas Principios del 63

2. LAS CARTAS O EPÍSTOLAS


El Nuevo Testamento contiene veintiuna cartas o epístolas. El apóstol Pablo escribió las
primeras trece que están colocadas por orden, desde la más larga (Romanos) hasta la
más corta (Filemón). Los apóstoles Juan (tres cartas), Pedro (dos), Santiago y Judas (una
cada uno), también otros escribieron; no se sabe exactamente quién escribió la carta a
los Hebreos. Todas las cartas se escribieron durante las primeras décadas de la historia
de la Iglesia.

Carta Tema Escritor Fecha


Romanos Revelación del evangelio de Cristo Pablo 57
Vida cristiana espiritual
1 Corintios versus la carnal Pablo 55
2 Corintios Pablo defiende su ministerio Pablo 56
Finalidad del evangelio
Gálatas Salvación por gracia no por la ley Pablo 48
Unidad de judíos y gentiles en
Efesios la iglesia en Cristo Pablo 60
Filipenses Carta misionera y del gozo Pablo 61
Colosenses Cristo cabeza de la iglesia Pablo 60
1 Tesalonicenses Una carta misionera Pablo 51
2 Tesalonicenses Segunda venida de Cristo Pablo 51
Instrucciones para el
1 Timoteo orden eclesial Pablo 62
2 Timoteo El buen soldado de Cristo Pablo 67
Tito Orden en la casa de Dios Pablo 64
Filemón Conversión de un esclavo fugitivo Pablo 60
Hebreos Cristo, superior a todos Desconocid 64
o
Sabiduría cristiana Jacobo
Santiago Buenas obras hermano 40
Religión pura del Señor
1 Pedro Animar a una iglesia perseguida Pedro 64
Advertencias contra los falsos
2 Pedro maestros y la apostasía Pedro 65
Crecimiento de la gracia
Jesús el Hijo de Dios
1 Juan Justicia y Amor Juan 90
Advertencias contra
2 Juan los falsos maestros Juan 90
El apoyo y la hospitalidad a
Juan
3 Juan los ministros itinerantes 90
Judas
Judas Apostasía y sus falsos maestros hermano 60
Exhortación a defender la fe del Señor

3. EL LIBRO PROFÉTICO
El Nuevo Testamento solo tiene un libro profético: el Apocalipsis. (Apocalipsis es la
palabra griega que quiere decir Revelación.)
Libro Tema Escritor Fecha
Revelación de Cristo y su Reino
Apocalipsis Victoria final de Cristo Juan 96

EL MENSAJE DE LA BIBLIA
Una convicción cristiana fundamental es que Dios ha hablado, y que lo ha hecho en una
situación geográfica e histórica concreta.
Siendo la Biblia una biblioteca de libros que tiene un Autor y muchos escritores, a lo
largo de más de mil años.

Algunos preguntan:
 ¿No se contradicen entre sí el Antiguo y el Nuevo Testamento?
 ¿No presenta el Antiguo Testamento a Jehová, como un Dios temible, de ira y
juicio, enteramente incompatible con el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo?
 ¿Cómo podemos reconciliar los truenos del Sinaí con la mansedumbre y la
benevolencia de Cristo?

La verdadera respuesta a estas preguntas resultará evidente al tratar de mostrar la


asombrosa unidad de la Biblia, que no contiene una mezcla de contradicciones, ni una
evolución gradual de las ideas humanas acerca de Dios, a medida que los hombres
crecían y descartaban sus nociones infantiles, sino que contiene, una revelación
progresiva de la verdad de Dios.

Indudablemente hay una progresión. Por ejemplo, el gran énfasis del Antiguo
Testamento sobre la unidad de Dios, contrasta con el politeísmo de las naciones
paganas. Aunque en el Antiguo Testamento se insinúa sobre la Trinidad, esta doctrina
está claramente establecida sólo en el Nuevo Testamento.
Hay progresión, desde las enseñanzas de Jesús, que están registradas, hasta el cabal
entendimiento de su persona y su obra, que hallamos en las epístolas y el prólogo del
Evangelio de Juan. Es exactamente lo que Jesús dio a entender que sucedería, cuando
dijo a los apóstoles en el aposento alto, Juan 16:12-15.

Sin embargo, la progresión no es lo mismo que contradicción. Un artista empieza


haciendo un boceto, y luego aplica sus colores a la tela poco a poco hasta que todo el
cuadro (presente desde el principio en su mente) emerge finalmente. También los
padres enseñan a sus hijos paso a paso: “mandamiento tras mandamiento, mandato
sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito aquí, otro quito allá”,
como dice Isaías 28:10. Pero si los padres son sabios, en las primeras etapas, no enseñan
nada que deba contradecirse más adelante. Sus enseñanzas ulteriores suplementan lo
que han dicho antes y construyen sobre esa base. Así Dios ha completado,
gradualmente, su revelación, ampliándola, pero nunca repudiándola, hasta que,
finalmente, estuvo completa en Cristo, el Verbo hecho carne, y en el testimonio de los
apóstoles de Cristo. La epístola a los Hebreos comienza con una valiosísima declaración
de esta verdad en Hebreos 1:1-2. El autor reconoce que hay varias diferencias entre las
revelaciones del Antiguo y del Nuevo Testamento. La revelación fue dada en diferentes
tiempos, a diferentes personas, y especialmente de diferentes maneras, aunque la
ocasión, los receptores y la forma de revelación eran diferentes, el autor era el mismo.
Fue Dios quien habló a los padres de diversas maneras, por medio de los profetas, y es
Dios quien nos ha hablado, en y por medio de su Hijo.
La Biblia es esencialmente una revelación de Dios. Una revelación de sí mismo. En la
Biblia oímos hablar de Dios. La Biblia se interesa en la salvación y da testimonio de
Cristo. Porque ha concebido y cumplido un plan, por medio de Cristo, para salvar a los
hombres caídos.

EL DIOS VIVO Y CONSECUENTE


Debemos considerar dos verdades básicas acerca de Dios, que se hallan en toda la
Escritura:
 Dios es soberano y está vivo
 Dios siempre es el mismo. Santiago 1:17.

Una y otra vez se contrasta al Dios único y verdadero con los ídolos muertos del
paganismo. Profetas y salmistas ponían en ridículo a los ídolos paganos. Isaías, era uno
de ellos. Isaías describió la escena en uno de los templos, cuando fue capturada
Babilonia. Presentó a las principales divinidades babilónicas arrancadas de sus
pedestales, llevadas en hombros por los hombres, y cargadas en carros. Dios no es un
ídolo que necesite ser llevado por los hombres, porque es quien lleva a su pueblo. Isaías
46:3-4.
En Isaías 44 y 45, el escritor predice el regreso de Judá del cautiverio, bajo Ciro, con
énfasis especial en el poder único de Jehová de predecir el porvenir. Ciro rey de Persia,
reinó desde 538 hasta 529 a, C. permitió el regreso de los judíos a Jerusalén y firmó un
decreto que autorizaba la reconstrucción del Templo. 2 Crónicas 36:22-23. Esdras 1:1-4.
Isaías profetizó en entre 740 y 700 a.C., alrededor de doscientos años antes de los días
de Ciro. Sin embargo, lo llama por su nombre, y predice que reconstruirá el Templo, que
en los días de Isaías aún no había sido destruido.
El argumento principal de estos dos capítulos es que el poder de Jehová para predecir
lo futuro demuestra Su superioridad sobre los ídolos. El que la profecía de lo por venir
era una evidencia de la Deidad, era una de las principales tesis de Isaías. Le gustaba
ridiculizar a ídolos e idolatras. Isaías 44:9-20. Isaías 45:20-25.

No sólo la incapacidad de los ídolos para salvar despertaba la burla de los profetas, sino
su completa falta de vida. Salmos 115:4-7
En contraste, con ellos. Salmos 115:3. Nuestro Dios es el Dios vivo, que ve, oye, habla y
actúa. Este Dios vivo es soberano, un gran Rey sobre toda la Tierra. Es rey de la
naturaleza, y de las naciones. Como rey de la naturaleza, sostiene el universo que ha
hecho, y a todas sus criaturas. Aún los elementos feroces están bajo su dominio. Salmos
95:5. Salmos 148:8.
Salmos 29 es una dramática descripción de una tempestad en la cual la “voz de Jehová”
quiebra los cedros del Líbano. Estalla el relámpago, el desierto es sacudido. Los bosques
quedan desnudos. La lluvia provoca inundaciones. A medida que el desastre se
expande, uno esperaría que desconfíe y se alarme. Pero el salmista está tranquilo y
confía que Dios maneja las cosas. Salmos 29:10.
Salmos 104 es un primitivo estudio de ecología, donde el salmista se maravilla. Salmos
104:17-18, de la manera en que las cigüeñas hacen sus nidos en las hayas, mientras “los
montes altos” son “para las cabras monteses”, y las “peñas”, madrigueras para los
conejos. Sigue describiendo cómo Dios alimenta a todos los animales. Salmos 104: 27-
28.

En total concordancia con esta insistencia del Antiguo Testamento, que Dios es el Señor
de la naturaleza, está la enseñanza de Jesús, en el Sermón del Monte, que Dios gobierna
a los mundos animados e inanimados. Por un lado, alimenta a las aves del aire, y viste a
los lirios del campo, por el otro, “hace salir su sol sobre malos y buenos” y “hace llover
sobre justos e injustos”. Mateo 5:45. Mateo 6:26-30.
El Rey de la naturaleza es también Rey de las naciones. Como dijo Daniel al rey
Nabucodonosor: “el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a
quien él quiere”. Daniel 4:32.

Los grandes bloques de poder en el Antiguo Testamento eran Egipto y Mesopotamia.


Cuando se enfrentaban entre sí, en el campo de batalla, y la marea de la guerra subía y
bajaba, Israel y Judá con los pequeños pueblos vecinos, quedaban en medio de los
contendientes. Sin embargo, Israel siempre lanzaba el espléndido grito de fe de Salmos
99:1.

Ninguna potencia de la tierra ya fuera sola, o en coalición con otras, podría triunfar
sobre el pueblo, sin el consentimiento de Dios. ¿Se unen los pueblos y complotan
contra el Señor, contra su ungido? La respuesta está en Salmos 2:4.
La misma convicción tenían los apóstoles de Jesús, en los días del Nuevo Testamento.
Cuando a Pedro y Juan se les prohibió hablar o enseñar en el nombre de Jesús,
convocaron a sus amigos a orar. Juntos elevaron sus voces a Dios, el “soberano Señor”,
el Creador del universo. Recitaron los dos primeros versículos de Salmos 2, aplicándolos
a Herodes y Poncio Pilato, los gentiles y los gobernantes de Israel. Quienes habían
conspirado juntos, contra Jesús, en Jerusalén. ¿Para qué? “Para hacer cuanto tu mano y
tu consejo habían determinado antes que sucediera”. Hechos 4:18, 23-28.

Los profetas enseñaban que los emperadores-soldados de la época, algunos de los


cuales eran hombres crueles y despiadados, eran instrumentos en las manos del Señor.
Salmanasar de Asiria era la vara de su ira, con la cual castigaría a Samaria. Isaías 10:5-6
Nabucodonosor de Babilonia, su “siervo”, mediante el cual destruiría a Jerusalén.
Jeremías 25:9. Jeremías 27:6.

Ciro de Persia, su “ungido” para liberar a su pueblo de la cautividad. Isaías 45:1-4. Isaías
44:28. Si el Dios de la Biblia es el Dios vivo y soberano, es también consecuente consigo
mismo, siempre. Nunca emplea arbitrariamente su poder soberano. Por el contrario, su
actividad es consecuente con su naturaleza, siempre.
Una de las declaraciones más importantes cobre Dios en la Escritura es que “él no
puede negarse a sí mismo”. 2 Timoteo 2:13.

 ¿Es sorprendente que se diga que Dios “no puede” hacer algo?
 ¿No puede hacerlo todo?
 ¿No es omnipotente?
Sí, puede hacer cualquier cosa que le plazca. Cualquier cosa que sea consecuente
con su naturaleza. Pero su omnipotencia no significa que pueda hacer
absolutamente cualquier cosa que se le ocurra; los límites están puestos, porque
es consecuente consigo mismo.

A veces se suelen oponer el amor y la ira de Dios, junto con sus obras de salvación y
juicio, como supuestamente incompatibles. El Antiguo Testamento, también lo revela
como un Dios de misericordia, mientras que el Nuevo Testamento lo revela, también,
como un Dios de juicio. En realidad, toda la Biblia, lo presenta, simultáneamente, como
un Dios de amor e ira. El apóstol Juan pudo decir a sus lectores cómo “Dios amó tanto
al mundo que dio a su hijo unigénito” y al final del mismo capítulo, declarar que, si
alguien desobedece al Hijo, “la ira de Dios está sobre él”. Juan 3:16, 36.

El apóstol Pablo puede describir a sus lectores como “por naturaleza hijos de ira, lo
mismo que los demás”, y en versículo siguiente, escribir que Dioses “rico en
misericordia” y nos ha amado con un gran amor. Efesios 2:3-4
La única explicación que da la Biblia de esta ambivalente actividad de Dios, de sus
hechos de salvación y juicio, es simplemente que es así. Tal es su carácter y por eso,
actúa de esa manera. “Dios es amor”, y ama a todo el mundo, y ha dado a su Hijo por
nosotros. 1 Juan 4:8-9. Pero también es un “fuego consumidor” Hebreos 12:19, cita de
Deuteronomio 4:24.

Su naturaleza de perfecta santidad no puede contemporizar con el mal, jamás.


El Dios de la Biblia es el “Dios de toda gracia” 1 Pedro 3:10
Gracia es amor que se inclina, se sacrifica y sirve, bondadoso para con el que no lo es, y
generoso para con el desagradecido. La gracia es el favor libre e inmerecido de Dios,
que ama al que no merece ser amado, busca al fugitivo, rescata al perdido, sin
esperanza, y levanta al mendigo para hacerlo sentar entre los príncipes. Salmos 113: 7-8.

Es la gracia la que llevó a Dios a establecer su pacto con un pueblo determinado. La


gracia de Dios es la gracia del pacto. Es verdad que también se manifiesta a todos, sin
distinción. Es lo que se llama su “gracia común”, por la cual da a todos sin
discriminación, bendiciones tales como la razón, la conciencia, amor, belleza, vida y
alimentos, matrimonio e hijos, trabajo y ocio, gobierno ordenado, etc. Pero el hecho que
Dios entre en un pacto especial, con un pueblo especial, puede considerarse como su
acto de gracia, distintivo. No escogió a Israel porque fuera más grande, o mejor que
otros pueblos. La razón de haberlo escogido residía en él, no en ellos. Deuteronomio
7:7-8.
“Pacto” es un término legal, y significa cualquier compromiso que obligue. Cuando se
menciona en las Escrituras, para describir lo que Dios ha hecho, no debe considerárselo
como un acuerdo entre dos partes iguales. Es más, un “testamento” en el cual el
testador dispone de lo suyo, a su sola y entera voluntad. Las palabras “pacto” y
“testamento” se pueden emplear alternativamente. Por eso las dos partes de la Biblia se
conocen como Antiguo y Nuevo “Testamentos”. La palabra griega diatheke puede
significar cualquiera de las dos cosas, y dos veces en las epístolas hay un juego sobre los
dos significados de la palabra, a fin de aclarar que el pacto de Dios es como una última
voluntad, y testamento, en que libremente ha hecho ciertas promesas. Gálatas 3:15-18.
Hebreos 9:15-18.
Las promesas de su pacto no son incondicionales, puesto que se exige a su pueblo,
obedecer sus mandamientos. Pero Dios mismo establece los mandamientos, así como
las promesas. De modo que, hasta el pacto del Sinaí, es un pacto de gracia.
Es importante entender que el pacto de Dios es el mismo, desde Abraham hasta Cristo,
de modo que los que son de Cristo, por la fe, son, hijos de Abraham, y herederos de las
promesas que Dios le hizo. Gálatas 3:29.

La Ley que Dios entregó en el Sinaí, no quedo anulada por el pacto de gracia. Por el
contrario, en el Sinaí, el pacto de gracia fue confirmado y renovado. La ley marcó y
amplió el requisito de la obediencia. Sólo cuando se considera a la ley, separadamente
del pacto de gracia, queda en oposición con el evangelio. De allí que la ley condena al
pecador por su desobediencia, mientras el evangelio le ofrece vida por la gracia.
Podemos centrar nuestro pensamiento en las tres etapas en la obra del pacto de Dios,
expresadas en las palabras “redención”, “adopción” y “glorificación”.

LA REDENCIÓN
Redención, no es originalmente una palabra teológica, sino comercial. A menudo en el
Antiguo Testamento, leemos acerca de la redención de una tierra que se había
hipotecado, o de alguna manera, enajenado. Ciertas personas tales como esclavos y
prisioneros, necesitaban también ser redimidas. En cada caso, algo o alguien se
compraba, restituyéndolo de algún estado de pérdida o esclavitud. Redimir era comprar
la libertad de alguien, recobrar mediante el pago de un precio algo, que se había
perdido.
Esta es la palabra que se aplicó al primer acto de gracia de Dios hacia su pueblo.
Cuando por alguna razón se había perdido, separados de él, y de su patria, en el exilio,
o el cautiverio, los liberaba de su esclavitud y los restituía a su tierra. Esto se repitió tres
veces en la historia de Israel.

Primero, Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos (no fue, estrictamente hablando,
una redención, pues Abraham no había estado en Canaán), luego liberó a Israel de su
esclavitud en Egipto, y finalmente, a los exiliados de su cautividad babilónica. En cada
caso, llamó, actuó, liberó y los trajo a la tierra de la promesa.
Este es el trasfondo de la gran obra de redención de Cristo, en el Antiguo Testamento.
La pérdida y esclavitud del hombre, son espirituales. Es su pecado, su rebelión contra la
autoridad de su Creador, y el bienestar de su semejante, lo que lo ha esclavizado, y
separado de Dios. Un hombre en pecado, es un hombre bajo juicio, que no merece sino
la muerte, a causa de su rebeldía.
En esta situación de impotencia y desesperación, vino Jesucristo. Tomó sobre sí la
naturaleza humana, al nacer, y la culpa del hombre, al morir. En el lenguaje directo, sin
adornos, del Nuevo Testamento, primero fue “hecho carne”, y después “hecho pecado”, y
aun “hecho maldición”, por nosotros. Juan 1:14. 2 Corintios 5:21. Gálatas 3:13.

Porque la simple verdad es que tomó nuestro lugar. Se identificó con nosotros, en
nuestra situación, que llevó nuestro pecado, y murió nuestra muerte. Nuestra vida
estaba perdida por causa del pecado. Murió en nuestro lugar, experimentando la
desolación de las tinieblas, del abandono de Dios.
Los autores del Nuevo Testamento trazan varias veces una analogía entre la Pascua, que
inició la redención de Israel, de Egipto, y la muerte de Cristo, que aseguró nuestra
redención del pecado. La vida de todo primogénito en Egipto, estaba en peligro, pero
Dios dispuso aceptar, a cambio, la vida de un cordero, si primero su sangre era
derramada, y luego salpicada sobre el dintel, y los postes de la puerta del frente de la
casa. Al ver Dios la sangre, pasaba de largo, para protegerla de su propio juicio.

El cumplimiento neotestamentario es dramático. Juan muestra en su Evangelio, que


Jesús derramaba su sangre en la cruz, en el momento en que se estaban sacrificando los
corderos pascuales. Juan 13:1. Juan 18:28.
Pablo escribió que “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada”. 1 Corintios 5:7.

Mientras Pedro se refiere a “la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin contaminación”, que fue derramada para redimirnos, y con la cual
debemos ser (simbólicamente) “rociados”. 1 Pedro 1:2, 18-19.
Luego que Cristo, el Cordero de Dios se ofreció a sí mismo, como nuestro sacrificio
pascual, hubo derramado su sangre y murió, Dios lo levantó de los muertos para
vindicarlo, y demostrar que su sacrificio por el pecado, no había sido ofrecido en vano.
Ahora se lo describe “sentado a la diestra de Dios”, descansando de su obra de
redención terminada, y coronado de gloria y honor, habiendo obtenido para nosotros,
“eterna redención”. Hebreos 9:12.
Y las multitudes celestiales cantarán por la eternidad: “El Cordero que fue inmolado es
digno…” Apocalipsis 5:12.

LA ADOPCIÓN
La redención es un concepto en gran parte negativo. Enfoca la situación de la que
hemos sido liberados, y el precio que hubo que pagar. Ciertamente ser redimidos del
pecado, por la sangre de Cristo, es ser redimidos “para Dios”. Apocalipsis 5:9
Pero este aspecto positivo de nuestra salvación se acentúa en el concepto de nuestra
adopción, como sus hijos. Pablo reúne ambas cosas, como virtualmente inseparables, en
Gálatas 4:4-7. Redimidos de la esclavitud y adoptados como hijos, es el glorioso doble
privilegio de aquellos que ponen su confianza en Cristo. Nuestra relación con Dios
como hijos es parte esencial de la promesa de su pacto.
Este hecho de “pertenecer a Dios”, era manifiesto en los días del Antiguo Testamento.
La fórmula del pacto, empleada cada vez que se lo renovaba, era: “Yo seré vuestro Dios
y vosotros seréis mi pueblo”. Además, esta adopción de Israel como pueblo de Dios,
siguió, inmediatamente a su redención. Una y otra vez, Dios tenía que recordárselos.
Éxodo 20:2.
Los había redimido, eran suyos, se los había explicado claramente, durante el tiempo
entre su redención de Egipto, y la renovación del pacto en el Sinaí. Éxodo 19:4-6.

A menudo se comparó este pacto, por el cual el pueblo redimido de Dios se tornó su
posesión, su especial tesoro, con un pacto matrimonial. Jehová era el esposo de su
pueblo. Se había deleitado en el primer amor de su esposa, su devoción en el desierto.
Jeremías 2:2. Jeremías 31:32.
Pero en Canaán, ella fue tras sus “amantes”, los baales de los santuarios locales. Se
convirtió en adúltera, y hasta en una ramera. Rompió el pacto.
La metáfora del matrimonio continúa, y se amplía En el Nuevo Testamento. El apóstol
Pablo describe cómo “Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”, pero
agrega cuán preocupado estaba, porque su esposa fuera de alguna manera extraviada”
de la sincera fidelidad a Cristo”. Efesios 5:25. 2 Corintios 11:2-3.
Sin embargo, la relación entre Dios y su pueblo, en los días del Nuevo Testamento, se
expresa más a menudo en términos del Padre y su familia, que del esposo y la esposa.
Es un desarrollo de la convicción del Antiguo Testamento que Israel era el “hijo
primogénito” de Dios. Por ejemplo, Éxodo 4:22.
Jesús enseñó a sus discípulos a considerar a Dios como su Padre celestial, y a ellos
mismos, como sus hijos amados, a orarle como su Padre, a confiar en que su paternal
cuidado, supliría sus necesidades materiales, y a interesarse por el nombre, el reino y la
voluntad de su Padre.

Uno de los mayores privilegios que nos concede el ser hijos de Dios, es tener dentro
nuestro, el Espíritu Santo. La presencia personal y permanente del Espíritu Santo, en
nuestros corazones, es una bendición característica, distintiva de la misma era cristiana.
Jeremías 31:33. Y del individuo cristiano. Porque “somos hijos”, Dios “envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo” Gálatas 4:6. Pablo se extiende sobre esto en Romanos
8:14-16. Así, pues, puede describirse la vida de los hijos de Dios como “vida en el
Espíritu”. Es una vida vivida bajo la dirección, y por el poder del Espíritu Santo. Da
testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Como “espíritu de sabiduría y de
revelación”, en nuestro conocimiento de Cristo Efesios 1:17, abre los ojos de nuestro
corazón para conocerlo mejor. Y es el Espíritu Santo que busca guiarnos a la santidad,
para hacernos semejantes a Cristo. 2 Corintios 3:18.

Vence el poder de nuestra carne, o naturaleza caída, y hace que maduren en nuestro
carácter, sus frutos de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza”. Gálatas 5:16-23.
Los hijos de Dios forman su familia, la Iglesia, gozando de una directa continuidad, con
el pueblo de Dios de los días del Antiguo Testamento. Esta fraternidad cristiana
trasciende todas las barreras raciales y sociales. Es difícil para nosotros imaginar cuán
grande era “el muro divisorio de hostilidad” entre judíos y gentiles. Pero Cristo lo
derribó, y Pablo dedica gran parte de su epístola a los Efesios, a demostrar que judíos y
gentiles, participan en Cristo, en igualdad de términos, como conciudadanos del reino
de Dios, y miembros de la familia de Dios. Efesios 2:19.

Existía otra gran brecha divisoria en la sociedad contemporánea, entre esclavos y libres.
En el imperio romano los esclavos no tenían derechos ante la ley, todos los privilegios
pertenecían a los libres. Pero cuando Pablo llevó a Cristo a un esclavo fugitivo, Onésimo,
lo devolvió a su amo, Filemón, rogándole que lo recibiera “no ya como esclavo, sino
como más que esclavo, como hermano amado” Filemón 1:16.
Los efectos sociales del evangelio eran explosivos. Para resumir, esta igualdad de todos
los miembros de la familia de Dios, Pablo escribió en Gálatas 3:28.
Este pueblo de Dios es un pueblo “santo”, distinto o separado, apartado del resto de la
humanidad para pertenecer a Dios. Sus miembros están llamados a ser lo que son, a
manifestar en su carácter y conducta, la santidad de su condición. Están “llamados a ser
santos”, llamados a ser diferentes del mundo secular, y no vivir conformados a sus
normas. “no haréis como hacen ellos”, había dicho Dios a Israel en el desierto,
refiriéndose tanto a los egipcios, como a los cananeos. Levítico 18:1-5.
De la misma manera Jesús, en el Sermón del Monte, dijo “no seáis” como ellos,
refiriéndose a los gentiles, tanto como a los fariseos.
En cambio, el cristiano ha de seguir a Cristo. Y sus normas éticas absolutas están
establecidas en los evangelios y las epístolas, sin contemporizaciones, así como las
normas de Dios para Israel, estaban establecidas en la ley y los profetas.
No debe caerse en la tentación de pensar, que el llamado de Cristo a su pueblo, a ser
“santo” o “diferente”, proporcione excusa alguna para retirarse del mundo en un
aislamiento. Poe el contrario, a aquellos a quienes ha “escogido del mundo”, Cristo los
envía de vuelta “al mundo” como sus representantes, para darse a sí mismos, a otros, en
humilde servicio y testimonio”. Juan 15:19. Juan 17:15-19.
Además, al permanecer, por Cristo, en el mundo, buscando servir a sus necesidades,
pero rehusando asimilarse a sus normas, experimentarán la oposición del mundo. Cristo
advirtió que éste los aborrecerá, y aun los perseguirá, por su misma diferencia. Juan
15:18-25. Juan 17:14.
De modo que tendrán que sufrir. En realidad, sufrir injustamente y renunciar a la
venganza, es otra parte de la vocación del cristiano. Porque Cristo nos dejó un ejemplo
de esto, para que siguiéramos sus pisadas. 1 Pedro 2:18-23.
Pero el sufrimiento conduce a la gloria. Así fue para Cristo. Y así es para sus seguidores.
Pedro nos ordena regocijarnos en nuestra participación en los sufrimientos de Cristo en
nuestra participación anticipada en la gloria que ha de revelarse. 1 Pedro 4:13. 1 Pedro
5:1, 10.
El apóstol Pablo dice lo mismo en Romanos 8:17. Estas son algunas de las aplicaciones
de nuestra “adopción” en la familia de Dios. Como hijos de nuestro Padre Dios, somos la
morada de su Espíritu, unidos en una fraternidad, con todos los otros cristianos,
embajadores de Cristo en el mundo, sirviendo y sufriendo por su causa, y también
coherederos con Cristo.
LA GLORIFICACIÓN
El Nuevo Testamento rebosa de esperanza cristiana, Nos recuerda que, aunque en el
pasado, hemos sido redimidos del pecado por Cristo, y ahora gozamos los privilegios
que nos ha conferido la adopción como hijos, en la familia de Dios, aún falta mucho
más por venir. Anticipamos esa consumación, porque nuestra “esperanza” cristiana no
tiene ninguna incertidumbre. Es una gozosa y confiada expectación, basada en las
promesas de Dios. Y nos sostiene mientras marchamos cual peregrinos, hacia nuestro
hogar eterno.

 ¿Cuál es el objeto de nuestra esperanza?


 ¿Qué es lo que vislumbramos más adelante?
Pablo lo llama “la esperanza de gloria” Romanos 5:2
 ¿Qué significa esto?
Primero, el retorno de Cristo. Jesús dijo, clara y repetidamente, que iba a volver, y que
su retorno sería “con poder y gloria”. Los apóstoles se afirmaron sobre esta seguridad.
Su venida será personal y visible, aunque su carácter trascendente, la coloca más allá de
nuestro entendimiento presente. Mateo 14:27.

Segundo, la resurrección. Resurrección no es lo mismo que “resucitación”. Aquellos que


Jesús levantó de la muerte, durante su ministerio terrenal, resucitaron en este segundo
sentido. Volvieron de la muerte, reasumieron su anterior modo de vida, y después
volvieron a morir por segunda vez. La resurrección, en cambio, significa el comienzo de
una nueva vida, diferente, inmortal. De modo que nuestros cuerpos resucitados, aunque
conservando cierta continuidad con nuestros cuerpos actuales, también serán
transformados. Serán tan diferentes, dice Pablo, como lo es la planta de la semilla, de la
cual ha brotado. Estarán libres de corrupción y de la “carne”, la naturaleza caída, que en
cierto modo les pertenece. También tendrán nuevos poderes. De hecho, el cuerpo de
nuestra resurrección será un “cuerpo de gloria”, como el de Cristo. Filipenses 3:21. 1
Corintios 15.35-57.

Tercero, el juicio. Cuando venga Cristo, se completarán tanto la salvación, como el juicio.
Porque ambos son procesos comenzados en esta vida, como enseño Jesús. Juan 5:19-
29.
Seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras. Mateo 16:27. Juan 5:28-29. Romanos
2:6. Apocalipsis 20:11-15.

No podemos ser justificados, o aceptados por Dios, por nuestras obras, la justificación
es solamente por la gracia de Dios, mediante la fe en Cristo, y su obra consumada. Pero
seremos juzgados por nuestras obras, porque el juicio será un acontecimiento público, y
nuestras “obras”, lo que hayamos dicho y hecho, será la única evidencia pública que
probará la presencia, o ausencia de una fe salvadora. Aquellos cuyas obras revelen que
han desobedecido al Evangelio, y rechazado a Cristo, estarán perdidos. Cualquiera sea
su exacta naturaleza, el infierno es una terrible realidad. Cristo lo llamó “las tinieblas de
afuera”, y nos mandó temer a Dios “que puede destruir el alma y el cuerpo en el
infierno”. Mateo 10:28.
Cuarto, el nuevo universo. Se lo describe de diversas maneras. Habrá “un nuevo cielo y
una nueva tierra” 2 Pedro 3:13. Apocalipsis 21:1.
Porque Dios hará “nuevas todas las cosas”. Apocalipsis 21:5.
Jesús lo llamó “la regeneración” Mateo 19:28.
Pablo habló de “reunir todas las cosas en Cristo”. Efesios 1:10.
Pedro habló de la “restauración de todas las cosas” Hechos 3:21.

La devoción popular cristiana se ha concentrado más en las promesas del Apocalipsis


que no habrá más hambre, sed, calor agobiante, insolación, lágrimas, dolor, noche,
condenación, ni muerte. Gracias a Dios por estas ausencias. Pero gracias a Dios, más
aún, por la razón de ellas, es decir, la presencia, central, y dominante, del trono de Dios.
Cuando a Juan se le concedió su visión de la realidad celestial, y se le permitió espiar a
través de “una puerta abierta”, lo primero que descubrieron sus ojos, fue “un trono”, el
símbolo de la soberanía de Dios. Apocalipsis 4:1-2.

Todo el resto de su visión se relacionaba con ese trono. En él estaba sentado el Padre, y
el Cordero lo compartía, junto con los “siete espíritus de Dios”, que representaban al
Espíritu Santo. A su alrededor, en círculos concéntricos, veinticuatro ancianos simbolizan
la iglesia, y cuatro seres vivientes la creación, y más allá de ellos, miríadas de ángeles.
Del trono salían relámpagos y truenos, y delante de él, se hallaba la gran multitud de los
redimidos, procedentes de todas las naciones y lenguas, vestidos con ropas blancas de
justicia, blandiendo ramas de palma de victoria, y atribuyendo su salvación a su Dios,
que está sentado en el trono, y al Cordero. Apocalipsis 4 hasta Apocalipsis 7.

La Biblia empieza con la creación del universo y termina con la recreación del universo.
En el comienzo, continúa con la descripción de la caída del hombre en un huerto, y la
pérdida del paraíso; termina en un huerto, con el paraíso reconquistado. Aquí están el
árbol de la vida para alimento y sanidad, y el agua de vida, para refrescar. Y se ve el “río
de agua de vida” que sale “del trono de Dios y del Cordero” Apocalipsis 22:1.
Porque al fin se ha consumado el reino de Dios. Toda la creación está sujeta a él. Y las
bendiciones de nuestra herencia final, se deberán a su gobierno perfecto. Así, pues, la
gran multitud canta. Apocalipsis 19:8.
Y de alguna manera, su pueblo redimido, adoptado, glorificado, participará de su
reinado. Apocalipsis 22:5.

PROPÓSITO DE LA BIBLIA

2 Timoteo 3:15-16 (PDT): “Desde niño conoces las Sagradas Escrituras que te pueden
hacer sabio. Esa sabiduría te lleva a la salvación a través de la fe en Jesucristo.   Toda la
Escritura es un mensaje enviado por Dios, y es útil para enseñar, reprender, corregir y
mostrar a la gente cómo vivir de la manera que Dios manda”.
El apóstol Pablo une el origen con el propósito. Su origen es la inspiración de Dios y su
objetivo o propósito es útil para la vida de los hombres, para la salvación, por la fe en
Jesucristo.

UN LIBRO DE SALVACIÓN
El propósito supremo de la Biblia, le dice Pablo a Timoteo, es instruir a sus lectores,
“para la salvación”. Indica inmediatamente que la Escritura tiene un propósito práctico,
que es moral más que intelectual. O más bien que su instrucción intelectual (su
sabiduría, como sugiere el término griego), se imparte con vistas a la experiencia moral
llamada “salvación”. A fin de comprender mejor este propósito de la Escritura, puede ser
útil compararlo con otros.

Primero, el propósito de la Biblia no es científico. Lo cual no significa que las enseñanzas


de la Escritura y la ciencia sean incompatibles entre sí, pues cuando mantenemos a cada
cual en su propia esfera no lo son. Realmente, siendo Dios, el autor de ambas, no puede
haber conflicto. Ni significa tampoco que las dos esferas nunca se superponen, y que en
la Biblia nada participa de la naturaleza de la ciencia, porque contiene declaraciones que
se pueden (y en muchos casos así ocurrió) verificar científicamente. Por ejemplo, se
registran una cantidad de hechos históricos, tales como que Nabucodonosor, rey de
Babilonia, sitió, tomó y virtualmente destruyó a Jerusalén, y el que Jesús de Nazaret
nació cuando Augusto era emperador de Roma.

Lo que quiero afirmar es que, aunque la Biblia pueda contener ciertos hechos científicos,
su propósito no es científico.

La ciencia (o al menos las ciencias naturales) constituyen un cuerpo de conocimientos


adquiridos laboriosamente mediante observación, experimentación e inducción. Pero el
propósito de Dios en la Escritura ha sido revelar verdades que no se podían descubrir
mediante este método empírico y que hubieran permanecido desconocidas y
encubiertas si no las hubiera revelado. Por ejemplo, la ciencia puede decirnos algo
acerca de los orígenes físicos del hombre (aunque ésta sea una cuestión discutible);
pero sólo la Biblia revela la naturaleza del hombre, tanto característica única como
criatura hecha a imagen de su Creador, como su rasgo como pecador que se ha
rebelado contra su Creador.

Luego, el propósito de la Biblia no es literario. Pero nadie puede negar que contiene
distintos estilos literarios, como la poesía. Trata de los grandes temas de la vida y el
rumbo humanos, y los maneja con sencillez, visión e imaginación. Tan buenas son las
traducciones en algunos países, que la Biblia ha llegado a ser parte de la herencia
literaria de la nación. El designio divino no consistió en que la Biblia fuera una gran obra
literaria. El Nuevo Testamento fue escrito en gran parte en komé, el griego que se
hablaba diariamente, y gran parte de él carece de estilos literarios elevados y finos, y
aun así adolece de fallas gramaticales.
El propósito de ha de hallarse en su mensaje, no en su estilo.

En tercer lugar, el propósito de la Biblia no es filosófico. Desde luego, la Escritura


contiene profunda sabiduría; la sabiduría de Dios. Pero algunos de los grandes temas
que los filósofos siempre han discutido no están tratados sistemáticamente en la
Escritura. Como los grandes problemas del sufrimiento y el mal. Como fenómenos de la
experiencia humana un tienen lugar prominente en la Biblia. Casi en cada página los
hombres pecan y sufren. Y aun cuando la cruz, por ejemplo, arroja alguna luz sobre
ambos problemas, no se ofrece ninguna solución definitiva para ninguno de ellos, ni se
justifica el tratamiento de los mismos por Dios. Incluso en el libro de Job, que se
concentra en el problema del sufrimiento, Job finalmente se humilla delante de Dios, sin
entender su providencia. Creo que la razón es simplemente que la Biblia es más un libro
práctico que teórico. Le interesa más decirnos cómo soportar el sufrimiento y vencer el
mal, que filosofar acerca del origen y propósito de los mismos.
La Biblia no es principalmente un libro de ciencia, ni de literatura, ni de filosofía, ni de
historia sino de salvación. La salvación es mucho más que el perdón de los pecados.
Incluye todo el alcance del propósito de Dios de redimir y restaurar a la humanidad y, a
toda la creación. Revela el plan de Dios.

Empieza con la creación, de modo que podamos conocer la semejanza divina en que
fuimos hechos, las obligaciones que hemos repudiado y las alturas de las que hemos
caído. No podremos entender ni lo que somos en el pecado, ni lo que podemos ser por
la gracia, mientras no sabemos lo que fuimos en el comienzo de la creación.
La Biblia sigue diciéndonos cómo entró el pecado en el mundo, y la muerte como
resultado del pecado. Acentúa la gravedad del pecado como una rebelión contra la
autoridad de Dios, nuestro Creador y Señor, y la justicia de su juicio sobre él. En la
Biblia hay muchas advertencias y consejos sobre los peligros de la desobediencia.
Pero el principal mensaje de la Biblia, es que Dios ama a los mismos rebeldes que solo
merecen juicio. Antes del comienzo del tiempo, dice la Escritura, tomó forma su plan de
salvación, originado en su gracia y su libre e inmerecida misericordia. Dios hizo un pacto
de gracia con Abraham, prometiendo bendecir a todas las familias de la tierra, a través
de su descendencia. El resto del Antiguo Testamento relata la misericordiosa relación de
Dios con los descendientes de Abraham, el pueblo de Israel. A pesar de haberse
obstinado en rechazar la palabra, como les fuera comunicada por la ley y los profetas,
Dios nunca los desechó. Quebrantaron el pacto, pero Dios no. La encarnación de Jesús
fue el cumplimiento de su pacto. Lucas 1:68-75.
Es importante observar en Lucas 1:71, que la prometida “salvación” de “nuestros
enemigos” se entiende en términos de “santidad y justicia” y, más adelante, del “perdón
de sus pecados por la entrañable misericordia de nuestro Dios”.

El Nuevo Testamento, se concentra en la operación de esta salvación, en el “perdón” y la


“santidad” por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo y el don del Espíritu
Santo. Los apóstoles ponen énfasis en al hecho que el perdón sólo es posible mediante
la muerte de Cristo por nuestros pecados, y el nuevo nacimiento que lleva a una vida
nueva mediante el Espíritu Santo. Luego, las epístolas están llenas de instrucción ética
práctica.

2 Timoteo 3:16 (DHH): “Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y
reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud”.

También presenta a la Iglesia de Cristo como la comunión de los salvados, llamados a


una vida de servicio sacrificial y testimonio en el mundo.
Finalmente, los autores del Nuevo Testamento insisten en que, aunque el pueblo de
Dios en un sentido ya ha sido salvado, en otro su salvación aun reside en el futuro. Se
nos da la promesa que un día nuestros cuerpos serán redimidos. Romanos 8:24 dice “en
esperanza fuimos salvos”. Y en esta redención final participará de alguna manera la
creación entera. Si hemos de ser revestidos de cuerpos nuevos, también habrá un cielo y
una tierra nuevos ocupados solamente por la justicia. Entonces, y sólo entonces, sin
pecado en nuestra naturaleza o sociedad, se completará la salvación de Dios.
La gloriosa libertad de los hijos de Dios será la libertad para servir. Dios lo será “todo en
todos” como dice Romanos 8:21 y 1 Corintios 15:28.
Tal es la salvación en el sentido amplio que las Escrituras presentan. Concebida en una
eternidad pasada, lograda en un punto en el tiempo e históricamente realizada en la
experiencia humana, alcanzará su consumación en el futuro, en la eternidad.

La Biblia es única en su capacidad para instruirnos para “una salvación tan grande”,
como dice Hebreos 2:3.

CRISTO EN LA LEY
La salvación para la cual la Biblia nos instruye está a nuestro alcance “mediante la fe en
Jesús”. Puesto que la Escritura tiene que ver con la salvación, y la salvación es mediante
Cristo, la Escritura está llena de Cristo.
El mismo Jesús entendía así la naturaleza y función de la Biblia. “Las Escrituras dan
testimonio de mí”, dijo en Juan 5:39.
Y, después de la resurrección, yendo con dos discípulos de Jerusalén a Emaús, les
reprochó su incredulidad, debida a su ignorancia de las Escrituras, en Lucas 24:27.
Poco más tarde el Señor resucitado en Lucas 24:44, dijo a un grupo mayor de sus
discípulos, que no sólo las Escrituras daban testimonio de Él, sino que cada una de las
tres divisiones de la Escritura del Antiguo Testamento, la ley, los profetas y los salmos,
hacían referencia a Él, y que todas las esas cosas debían cumplirse.

La relación fundamental entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, según Cristo, es entre


la promesa y el cumplimiento. La palabra “cumplido” primera que Jesús pronunció en su
ministerio público lo indica así en Marcos 1:15.
Jesucristo estaba plenamente convencido que los largos siglos de expectación habían
terminado, y que él mismo había introducido los días del cumplimiento. Así que pudo
decir a sus apóstoles Mateo 13:16-17.
Por “ley” se entiende el Pentateuco, que contienen algunas profecías fundamentales de
la salvación de Dios por medio de Cristo y que se reflejan en el resto de la Biblia. La
primera es la promesa que la simiente de Eva aplastaría la cabeza de la serpiente en
Génesis 3:15.
Luego la bendición por medio de los descendientes de Abraham, a todas las familias de
la tierra, en Génesis 12:3.
Y que “no será quitado el cetro de Judá, hasta su venida, en Génesis 49:10.
Se revela que el Mesías sería humano (descendiente de Eva) y judío (descendiente de
Abraham y de la tribu de Judá), y que aplastaría a Satanás, bendeciría al mundo y
reinaría para siempre.
Otra importante profecía de Cristo en la ley lo representa como el Profeta perfecto.
Deuteronomio 18:15, 18 b.

No sólo por medio de profecías directas señala la ley a Cristo, sino también por figuras.
Los tratos de Dios con Israel al escogerlo, redimirlo, establecer su pacto con él, expiar
sus pecados mediante el sacrificio, y al darle como herencia la tierra de Canaán, todo,
presentaba en términos limitados y nacionales lo que un día estaría al alcance de todos
los hombres por medio de Cristo.

Hay todavía una tercera manera en que la ley da testimonio de Cristo. El apóstol Pablo
la presenta en Gálatas 3:23-24.
Las palabras griegas que usa Pablo describen la situación del individuo encerrado en
una prisión militar, “encerrados” bajo llave, y con un tutor encargado de la disciplina de
los menores, precisamente porque la ley mortal condenaba al que la quebrantaba, sin
ofrecerle remedio alguno. Apuntaba a Cristo, el único que pudo darnos libertad, porque
la ley nos mantuvo en esclavitud. Estamos condenados por la ley, pero justificados por
la fe en Cristo.

CRISTO EN LOS PROFETAS


Cuando recordamos que las primeras palabras de Cristo acerca del “cumplimiento del
tiempo” conducen a que “el reino de Dios se ha acercado”, encontramos en la palabra
“reino” la clave que necesitamos. Israel comenzó como una nación regida directamente
por Dios. Aun cuando el pueblo rechazó el reinado de Dios, exigiendo un rey como las
naciones vecinas, y Dios les concedió su pedido, sabían que en último término Dios
continuaba siendo su Rey, porque continuaban siendo su pueblo, y sus reyes reinaban
como si fuesen sus virreyes.

Tanto el reino del norte, Israel, como del sur, Judá dejó mucho que desear. La
monarquía estaba viciada, por guerras extranjeras, por injusticia y opresión. Ambos
reinos se caracterizaban por la inestabilidad de todas sus instituciones humanas, según
los reyes accedían al trono, prosperaban y morían, Y a veces quedaban residuos a
minúsculos territorios, cuando los ejércitos extranjeros los invadían, finalmente amabas
capitales cayeron en poder de los enemigos y, tanto Israel como Judá, sufrieron un
humillante exilio. No es extraño que Dios se valiera de esa experiencia, para mostrarles
la perfección del futuro reino mesiánico, y estimularlos a esperar por él.
Los profetas mostraron claramente que el Mesías encarnaría los ideales que los reyes de
Israel y Judá, y aun el mismo David, habían prefigurado tan imperfectamente. En su
reino la opresión daría lugar a la justicia, la guerra a la paz. Y su extensión o duración no
tendrían límites, porque su dominio se extendería de mar a mar, hasta los fines de la
tierra, y duraría perpetuamente. Estas características, paz, justicia, universalidad y
eternidad, aparecen juntas en una de las famosas profecías de Isaías, el profeta
mesiánico, en Isaías 9:6-7. Los profetas predijeron la gloria del Mesías y sus sufrimientos.
La más conocida en Isaías 53:5-6.

CRISTO EN LOS “ESCRITOS”


Los “escritos”, también llamados “los salmos” debido a que el Salterio constituía el libro
principal de esta sección. En el Nuevo Testamento se mencionan varios salmos haciendo
referencia a la deidad, humanidad, sufrimientos y exaltación de Jesucristo.
Salmos 2:7 fue empleado por Dios, en el bautismo de Jesús y su transfiguración. Las
alusiones de Salmos 8 al hombre como “hecho poco menor que los ángeles” y
“coronado de gloria y honor”, fueron aplicadas en Hebreos.
Jesús citó en la cruz Salmos 22:1. Salmos 110:1.

Los escritos contienen además lo que se llama la literatura de sabiduría del Antiguo
Testamento. Los “sabios”, sabían que el principio de la sabiduría consistía en temer a
Dios y apartarse del mal. A menudo exaltaban la sabiduría comparándola con metales y
piedras preciosas, y ocasionalmente parecen haberla personificado como el agente de
Dios en la creación en Proverbios 8:27-31.

Otra de las maneras como se resume el testimonio de Cristo, en el Antiguo Testamento


es presentándolo como un profeta mayor que Moisés, un sacerdote mayor que Aarón y
un rey mayor que David, que revelaría perfectamente a Dios al hombre, reconciliaría al
hombre con Dios y gobernaría al hombre en nombre de Dios. Dando cumplimiento final
de los ideales del Antiguo Testamento sobre la profecía, el sacerdocio y el reino.

CRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO


Los Evangelios relatan desde distintos puntos de vista, la historia del nacimiento, la vida,
la muerte y la resurrección de Jesús, y proporcionan testimonios de sus palabras y
obras.
Estas “Memorias de los apóstoles”, como se las llamaba en la iglesia primitiva, se
conocieron más tarde correctamente como “Evangelios”, ya que cada evangelista relata
su historia como “evangelio” o buenas nuevas de Cristo y su salvación. No lo presentan
como lo haría un biógrafo, pues son testigos que llaman la atención de sus lectores
hacia alguien que identificaban como Dios-hombre, nacido para salvar a su pueblo de
sus pecados, cuyas palabras eran de vida eterna, cuyas obras dramatizaban la gloria de
su reino, el cual murió en rescate por los pecadores y resucitó triunfalmente para ser
Señor de todos.
En los Hechos de los Apóstoles escuchamos a Cristo por medio de los grandes
sermones de Pedro y Pablo, que registra Lucas. Vemos además los milagros que Jesús
hizo a través de ellos, en Hechos 2:43.
Y vemos a Cristo edificando su Iglesia, añadiendo a los conversos, en Hechos 2:47.

Las epístolas amplían el testimonio del Nuevo Testamento sobre Cristo, al hablar de la
gloria de su persona divino-humana y su obra salvadora, y relacionando con Él, la vida
de los cristianos y de la Iglesia. Los apóstoles exaltan a Cristo en Colosenses 1:19.
Colosenses 2:9-10.

Cristo los bendijo en Efesios 1:3


Podemos hacer todas las cosas por la fortaleza interior que nos da, en Filipenses 4:13.
El Cristo que presentan los apóstoles es suficiente para todo, capaz de salvar hasta lo
sumo y “perpetuamente a los que se por él se acercan a Dios”, en Hebreos 7:25.

En Apocalipsis de Juan, Cristo aparece como un hombre glorificado “en medio de


candeleros”, los cuales representan a las iglesias a las que el Cristo resucitado aparece
vigilando, y cada una puede decirle: “Yo conozco tus obras” en Apocalipsis capítulos 1 al
3. Luego la escena se traslada de la tierra al cielo, y Jesucristo aparece bajo la forma de
“un Cordero como inmolado”. La multitud de los redimidos la constituyen los “que han
lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero”, lo que significa que
deben su justicia sólo a Cristo crucificado, en Apocalipsis 5:6. Apocalipsis 7:14.
Luego hacia el final del libro, se ve a Cristo como un jinete majestuoso, montado en un
caballo blanco, que sale a juzgar, llevando su nombre escrito sobre él: “Rey de reyes y
Señor de señores”, en Apocalipsis 19:11-16.
Finalmente, se lo presenta como el Esposo celestial: “han llegado las bodas del Cordero,
y su esposa se ha preparado”. Su esposa es la Iglesia glorificada a la cual vemos
“descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada como dicen
Apocalipsis 19:7-9. Apocalipsis 21:2.
Casi las últimas palabras del Apocalipsis son el llamado para que regrese, en Apocalipsis
22:17, 20.

Entre los libros de la Biblia hay una gran variedad de contenido, estilo y propósito, y en
algunos el testimonio sobre Cristo es indirecto. Pero este breve repaso del Antiguo y
Nuevo Testamento debería bastar para demostrar Apocalipsis 19:10.

Si queremos conocer a Cristo y su salvación, debemos recurrir a la Biblia, porque es el


retrato de Cristo, hecho por Dios. De otra manera nunca podremos conocerlo.

POR MEDIO DE LA FE
“Por la fe en Cristo Jesús”, escribió el apóstol Pablo, las Escrituras son aptas para
instruirnos para la salvación. Puesto que el propósito de Dios, a través de ellas, es
traernos salvación, y puesto que la salvación está en Cristo, ellas nos señalan a Cristo.
Pero el propósito al señalarnos a Cristo no es para que sepamos acerca de Él y lo
entendamos, ni aun que lo admiremos, sino que pongamos nuestra confianza en Él. La
Escritura da testimonio de Cristo no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para
despertar en nosotros la fe.

En cuanto a la fe hay mucha confusión. Generalmente se supone que es un salto en las


tinieblas, totalmente incompatible con la razón. Pero no es así. La verdadera fe nunca es
irrazonable, porque su objeto es siempre la confiabilidad. Cuando los seres humanos
confiamos los unos en los otros, lo razonable de nuestra confianza depende de la
relativa confiabilidad de las personas involucradas. Pero la Biblia atestigua que
Jesucristo es absolutamente digno de confianza. Nos dice quién es y qué ha hecho, y la
evidencia que proporciona sobre su persona y su obra, es extremadamente convincente.
Al exponernos al testimonio bíblico de Cristo, y al sentir su impacto, profundo, pero
simple, variado, pero unánime, Dios crea en nosotros la fe. Recibimos el testimonio, y
creemos. Esto es lo que Pablo escribió: “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la
predicación por la Palabra de Cristo”. Romanos 10:17 (BJ).

Hemos visto que el propósito de Dios en, y a través de la Biblia es severamente práctico.
Dios la ha ordenado como su principal instrumento para llevar a los hombres a la
“salvación”, en su sentido más vasto y pleno. Toda la Biblia es un Evangelio de salvación,
y el Evangelio es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”, como dice
Romanos 1:16. Apunta a Cristo, de modo que sus lectores lo vean, crean en Él, y sean
salvos. El apóstol Juan escribe algo muy similar al final de su evangelio. Dice que ha
registrado solamente una selección de las señales de Jesús, quien hizo muchas otras, en
Juan 20:31. Juan ve el propósito final de las Escrituras, de la misma manera como lo ve
Pablo. Juan lo llama “vida”, Pablo “salvación”, pero los términos son virtualmente
sinónimos. Ambos apóstoles concuerdan, además, en que esta vida o salvación se
encuentra en Cristo, y que para recibirla debemos creer en Él. La secuencia Escrituras –
Cristo – fe – salvación, es exactamente la misma. Las Escrituras dan testimonio de Cristo
para que el hombre crea en Él y tenga vida.

La conclusión es simple. Cada vez que leemos la Biblia, debemos buscar a Cristo. Y
continuar buscando hasta ver y, en consecuencia, creer. Sólo si continuamos
apropiándonos de las riquezas de Cristo que se nos revelan en las Escrituras, por medio
de la fe, creceremos hacia la madurez espiritual, y seremos hombres y mujeres de Dios
“enteramente preparados para toda buena obra”.

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