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MANIFIESTO DE CENIZAS

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INDICE

1. NIKA TURBINÁ

2. EUNICE ODIO

3. ANNA AKHMATOVA

4. MARINA TSVETAEVA

5. NADIA ANJUMAN

6. LESLYA UKRAINKA

7. SIBILLA ALLERAMO

8. ALISA ZINÓVIEVNA ROSENBAUM

9. ELSE LASKER-SCHÜLER

10. SAFO DE MITILENE

11. KAROLINE GÜNDERODE

12. CHARLOTTE STIEGLITZ

13. THOMAS LOWEL BEDDOES

14. GÉRARD DE NERVAL

15. HEINRICH VON KLEIST

16. LA GORGONA EURÍALE

17. CANCIÓN DE HADES A PERSÉFONE

18. CARONTE

19. MORTA

20. ÉREBO

21. CAÍN

22. ANUBIS
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23. HOLOFERNES

24. GEORG TRAKL

25. PEIU YAVÓROV

26. SERGEI ESENIN

27. JACQUES RIGAUT

28. VLADIMIR MAIAKOVSKI

29. FLORBELA ESPANCA

30. VACHEL LINDSAY

31. VIOLETA PARRA

32. MISUZU KANEKO

33. HART CRANE

34. SARA TEASDALE

35. RENÉ CREVEL

36. BELA AJMADÚLINA

37. ALFONSINA STORNI

38. ANTONIA POZZI

39. HERTA MÜLLER

40. CESARE PAVESE

41. TOR JONSSON

42. JEAN PIERRE DUPREY

43. JOHN BERRYMAN

44. ALEJANDRA PIZARNIK

45. JON MIRANDE

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46. ANNE SEXTON

47. JENS BJORNEBOE

48. ALEXIS TRAIANÓS

49. PAULA SINOS

50. ANTJIE KROG

51. DOLORES VEINTIMILLA DE GALINDO

52. ERNESTO NOBOA

53. ARTURO BORJA

54. ANÍBAL NÚÑEZ

55. IAN KEVIN CURTIS

56. ÁNGEL ESCOBAR

57. HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA

58. RODRIGO LIRA

59. OLGA OROZCO

60. PABLO DE ROKHA

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NIKA TURBINÁ

Después de la caída, quedan los huesos abandonados ante el rostro deforme del paisaje y de

la lepra. La ceniza y el sacrilegio poblaron del mismo modo nuestra casa. Ahora que los

espectros se han marchado, las cicatrices de tu carne se transmutan y los ángeles caídos nos

hablan con el mismo lenguaje de los excomulgados. ¿Qué van a saber ellos de la

putrefacción de nuestros sueños?. Nadie les contó que la infancia fue un leproso que se

arrancó los ojos en un nosocomio en ruinas. Nadie les contó que cada hemorragia fue un

símbolo que señaló el camino hacia la inmutabilidad de los espejos. En el corazón de ese

espejismo que desintegra el tejido del mundo, palpita ahora la geografía de nuestro

naufragio. La sed y la ceniza es lo único que queda en el osario de la memoria. Me hablas

del álgebra del deseo y te hablo de ángeles que tejen una mortaja de tinieblas. Es así como

confluye la correspondencia de nuestras grietas. La mirada de la esfinge no nos convierte

en piedra. Sin embargo, las palabras parecen hechas de distancias inabarcables. Hoy, que el

destino nos habla con el lenguaje anfibio de las sombras, creemos ver al huérfano que

escribe una frase en el espejo: el tiempo también está hecho de hemorragias.

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EUNICE ODIO

Hemos comenzado a jugar con la autodestrucción. No lo sabemos pero con cada grito se

abre una puerta hacia el vacío. Una deidad bicéfala nos escupe desde arriba, manufactura

nuestras pesadillas, nos recuerda que, en las mutaciones del silencio, surge la atalaya de oro

desde donde saltan los suicidas. De nada nos sirvió emprender este peregrinaje extrauterino.

De nada nos sirvió tejer una mortaja para los sueños. El espejo fue usurpado por los

espectros, los leprosos partieron en busca de un silencio amordazado, la lentitud de la luz

en los espejos no interfirió en la desintegración de la esperanza. Jugamos indiferentes ante

la destrucción del universo. Les entregamos los manuscritos de la niebla a los emisarios de

las sombras, aprendimos de memoria los silogismos de la incertidumbre. Cuando creímos

estar a salvo, un aullido emergió desde los mundos subterráneos. Cada quien caminó hacia

el mismo precipicio y sin mirar atrás con la calavera del destino entre las manos.

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ANNA AKHMATOVA

Escucho el graznido de tus cuervos en los callejones. Es la lepra y la distopía palpitando en

cada minuto, en cada segundo, sobre nuestra errancia. Hoy he descubierto la tiranía de la

inmediatez. Hoy he comprendido el terror de tus labios al enunciar un alfabeto embrujado.

La itinerancia de la esquizofrenia nos acecha. Tú lo sabes. Sus pasos oscurecen el mismo

bosque de alerces al que sueles acudir a invocar lo impronunciable. Alguien nos observa, se

aferra a una deidad harapienta y se compadece de nuestro mutismo. Su lenguaje es una

inmutabilidad que podría guiarnos a un territorio de encrucijadas. Confía tu contingencia a

esos evangelios de niebla que nada pueden ofrendarte. Alguien pinta en un lienzo el rostro

del ángel exterminador. ¿Son estas las huellas de tu desintegración? ¿Soy yo quien te cose

los labios?. Dime que no hemos llegado tarde a las exequias de la luna. Dime que crees en

la omnipresencia de la impenitencia. Dime que, antes de todo, asistirás a los desposeídos,

gritarás mi nombre en las galerías de la irrealidad.

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MARINA TSVETAEVA

Antes de tí las cosas se desintegraban. Tu abismo fornicaba con mi abismo y de su unión

nacía el eco anfibio de tu errancia. Los días eran un cementerio de relojes de sol. No había

movimiento, signos, mutaciones, solo desequilibrio. Eras una fractura, ¿Dónde buscarte?.

Fragmentación era tu nombre. Prolongación interminable del autoexterminio. Teníamos

ojos para ver el limbo y en eso se nos iba la vida: en una incontenible enunciación de lo

inabarcable. No había lenguaje que nos permitiera nombrar lo innombrable. Una noche de

resquebrajamientos, cansada de la tiranía de las sombras, aprendiste el lenguaje de las

grietas para describir con éxito la epidermis del caos. Una necrosis se apoderó de tus

palabras y comprendiste que eras un espejo roto. Fue la primera vez que tus propias ruinas

atravesaron el follaje del silencio. Eras lo impermanente: venías tejiendo, sobre el inmenso

cadáver del amanecer, tu mortaja de cenizas y emergieron de tu boca infinidad de

murciélagos que simbolizaban la desconfiguración de tu universo. Fui el primer cartógrafo

de tus escombros y mis dedos de ceniza crearon la primera imagen de tu apocalipsis.

Escribí versículos proféticos en tu piel como si fuera un lienzo de penumbras y allí anuncie

la emancipación de los espectros. La lepra de las palabras se apoderó de nuestra carne y

terminamos recluidos en el leprocomio del lenguaje. Anduviste sobre mis ruinas sin darte

cuenta de que también eras una hemorragia en los ojos del silencio.

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NADIA ANJUMAN

Todos los espejos son naturalezas muertas. Muestran los teratomorfismos del tiempo. Es así

que todo reflejo es un sepulcro. Un sangriento manifiesto de la existencia del vacío.

Desintegra con cada imagen el lenguaje del abismo. Su hemorragia detenida en el cristal.

Es una naturaleza muerta que advierte de las imágenes que se pudren en los sueños. Se

nutren de una realidad que se desangra en cada espejismo. Sus átomos son pájaros que

mueren de sed. Urdimbre de penumbras donde me observo siempre en la inabarcable

orfandad de mi necrosis. He visto a las esfinges anatematizando sus propios espejos.

¿Quién más nos salvara de los paisajes de la lepra?. ¿Del orfelinato de las palabras? Sin

embargo mis gritos buscan tus excoriaciones mientras inhalo las grietas que se gestan en el

vacío. Siento como se pudre en mi boca la palabra “abismo”. Mi lenguaje: manifiesto

oracular de espejos resquebrajados, expande la anarcomorfosis del universo y, de vez en

cuando, en mi garganta nace el Nirvana. Haces de la noche un símbolo del autoexterminio,

un coro noble interpretado por los hijos de las penumbras. He llegado a convertirme en una

grieta, escucho el lenguaje de los excomulgados y peregrino por la geografía tanatomorfa

de la impermanencia. Mi cuerpo es la hemorragia en la epidermis del vacío.

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LESYA UKRAINKA

En la palabra, el tiempo es gangrena que destruye los recuerdos. Pero la palabra es el último

de los oráculos y nace en el desgarramiento, en la hemorragia de los días donde aún

sangran los espejos. Un hermafrodita nos espera en ese abismo inenarrable que explora la

palabra, hierático permanece en el envés de la nada y teje con sus distancias una mortaja

para la lluvia. La palabra hace amuletos con mis huesos y tus dientes, y el ángel nos

observa desde ese paraninfo embrujado que es la muerte. Nuestra sangre habita la potencia

de lo indeterminado, ciertos precipicios jamás tocados por la palabra, palpitan en nuestro

interior y construyen una cripta para la impermanencia. A veces, desde afuera, una voz

grita nuestros nombres; la palabra que en la vida es cicatriz nos devuelve a los mundos

subterráneos al territorio impreciso de los signos de la noche. La palabra es una distancia

que nos saca del báratro y nos proyecta hacia una reposada inexistencia. Pero en este

cosmos todo tiende a las cenizas pues es propio del destino destruir todo lo que arde y

fluye. Alzamos la calavera de la memoria que nos mira desde la imposibilidad, somos la

efigie de su derrota. Peregrinamos entre los escombros atentos al polvo que cada día nos

hostiga somos la esfinge del silencio y nuestras heridas son signos telúricos o un limbo

dónde gritan los excomulgados. Persistimos incólumes con nuestros ojos de leprosos,

invocamos a un dios bicéfalo que nos salve de la ruina.

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SIBILLA ALLERAMO

El vacío se ha convertido en el color de la caída en el filo del naufragio. Los que besamos a

los leprosos, los que nos hicimos una corona con plumas de cuervo, sabemos que tan solo

la orfandad de nuestros huesos tiene la facultad de manufacturar esta tumba de espejismos.

Olvidamos el silencio. Bebimos la sangre del hermafrodita y, al caer la noche, buscamos

a Dios en las criptas abiertas. Los huérfanos tardaron en arrancarse los ojos. Su soledad es

solo una efigie de fango. El ángel lamiendo su lepra. Nunca advertiste el poema en la

mirada necrosada que construye su lenguaje con la ceniza de los días. Nunca abjuraste de

los espejos. En su presencia, vuelves a gritar con la certeza de ser el acertijo de la esfinge.

Con tu olor a precipicio, con tu alfabeto hecho de ausencias, sientes que, nuestra propia

intemperie, es el vértigo de todas las caídas.

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ALISA ZINÓVIEVNA ROSENBAUM

Nada se muestra más lejano que lo que perdimos atravesando los espejos, cada herida

sangra lentamente ante el lenguaje que la prolonga. Quien vuelve la mirada hacia las

grietas entiende que la incertidumbre es un territorio de anfísbenas. Sin embargo, es

necesario escuchar el grito para entender que, tras de él, se agazapan muchas sombras y la

ceniza también toma su lugar en nuestra errancia. Nombramos la orfandad y el rostro

invisible de la sangre, nos señala el sepulcro abierto del mundo, las expectoraciones que

arrojamos en la epidermis del vacío. Pero solo lo intangible nos pertenece, en cada

hemorragia encontramos la quintaesencia del naufragio, en cada paso en falso, un sendero

hacia nuestros escombros. Nombrar lo inasible nos permite desfigurar el propio rostro,

develar su correspondencia con los mundos subterráneos, su interminable precipitación al

abismo del lenguaje. Cuando la noche cae, y la sombra de un leproso cubre nuestros

rostros, reaparecen los símbolos que extraviamos en el oráculo. Desangrándonos en el

paraninfo del deseo, ignoramos que huimos para escapar de la tiranía de la neurastenia,

para desenterrar los cráneos que permanecieron debajo de la sal, para beber la saliva de un

ángel hermafrodita. Sólo tenemos una opción: desestructurar lo indeterminado para ver la

propia ruina recuperando su patria de cenizas.

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ELSE LASKER-SCHÜLER

Después de la caída, quedan los huesos abandonados ante el rostro deforme del paisaje y de

la lepra. La ceniza y el sacrilegio poblaron del mismo modo nuestra casa. Ahora que los

espectros se han marchado, las cicatrices de tu carne se transmutan y los ángeles caídos nos

hablan con el mismo lenguaje de los excomulgados. ¿Qué van a saber ellos de la

putrefacción de nuestros sueños?. Nadie les contó que la infancia fue un leproso que se

arrancó los ojos en un nosocomio en ruinas. Nadie les contó que cada hemorragia fue un

símbolo que señaló el camino hacia la inmutabilidad de los espejos. En el corazón de ese

espejismo que desintegra el tejido del mundo, palpita ahora la geografía de nuestro

naufragio. La sed y la ceniza es lo único que queda en el osario de la memoria. Me hablas

del álgebra del deseo y te hablo de ángeles que tejen una mortaja de tinieblas. Es así como

confluye la correspondencia de nuestras grietas. La mirada de la esfinge no nos convierte

en piedra. Sin embargo, las palabras parecen hechas de distancias inabarcables. Hoy, que el

destino nos habla con el lenguaje anfibio de las sombras, creemos ver al huérfano que

escribe una frase en el espejo: el tiempo también está hecho de hemorragias.

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SAFO DE MITILENE

El tren se marcha y entras con una calavera en uno de sus vagones. ¿De quién huyes?. Los

uxoricidas caminan en silencio por el oscuro sendero de un bosque de niebla. ¿Huyen como

tú de sus espectros? ¿Saben en qué paraninfo abandonado nos esperan?. Tienes una espina

en el costado y es entonces cuando me doy cuenta de que eres hija expósita. Tu dáimon se

queda atrás hasta que su éter se desvanece. A tu lado, ellos ocultan sus heridas, encienden

lumbres, dibujan un rostro como el de Antígona, unos naufragan, otros lamen sus

excoriaciones, vomitan áspides, bautizan el otoño, fabrican relojes de arena y otros pocos le

arrancan los ojos a las muñecas de una huérfana. Esto que me lleva lejos de tu

impermanencia es una corneja, la preferida de las endemoniadas y somos nosotros las

enervaciones de lo infinito.

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KAROLINE GÜNDERODE

Cae la noche sobre nuestros cuerpos desnudos. Un hilo de sangre lleva tus secretos al fondo

del mar de Bárents atravesando bosques de álamos y montañas embrujadas. Tus palabras

yacen desdibujadas, cada vez más desdibujadas como las cicatrices de la niebla. Estas

heridas abiertas son el recuerdo de la histeria, no su almendra, no su fractura, sino más bien

un mutismo, una decantación de recuerdos podridos en el propio laberinto. Ángel de la

guarda, mi abyección es el silogismo de lo que para la muerte es tan sólo un alarido del

silencio.

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CHARLOTTE STIEGLITZ

Opondré a tu aullido la incertidumbre de mi destino, a tu mutismo de roca, la implosión de

mi caos al borde de lo irreparable. Tú, la más bella emperatriz de las sombras, no podrás

resistir el fuego de mi evangelio ni las llagas que nacen en la piel de quienes osan

repugnarme. Nunca aprenderé tu mantra. Dejé sobre tus huesos mi escritura de hiedras y

niñas amordazadas, mutilé con un bisturí las muñecas de brujería que habías

manufacturado. Tú vivías en mí como la pestilencia de una Lamia. Algo nació en la sangre

y subvirtió los imperativos de la noche, y crece en tu vientre como un signo cifrado de la

impenitencia.

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THOMAS LOWEL BEDDOES

Todo lo ha devorado la neurastenia y la escalera de cristal que te lleva al inframundo ha

sido envuelta por una niebla sáfica. La primavera es un viejo ataúd de sueños y recuerdos

podridos en cuyo interior reposan las ruinas de tu desamparo. A través de la ventana, sólo

puedo distinguir los callejones de la inmortalidad. No hay resurrección. Mi voz es un rio de

penumbras, antítesis de un puñado de sinsentidos. Jamás te encontraste a ti mismo. Jamás.

Detrás de un espejo roto por entre las resquebrajaduras, vuelven a ti las burbujas de una

reminiscencia. Burbujas que revientan en el aire como un maleficio de Circe. El otoño ha

sofocado los aullidos de tu silencio. Fagocita sin miramientos las reliquias de tus sombras.

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GERARD DE NERVAL

Yo no soy el vómito azul de un ángel bicéfalo. No soy el hombre que busca sus ruinas entre

los excrementos de la incertidumbre. No soy una grieta en tu aturdimiento, ni la imagen que

se desdibuja en la intemperie del vacío. Yo no soy el sendero que nunca recorriste, tampoco

el sortilegio que se desintegra en el mausoleo del lenguaje. No aspiro el olor de tus

escombros, ni fabrico criptas para los recuerdos que se pudren en la memoria. El caos que

me habita es apenas una gangrena que se extiende por las polifonías de la

despersonalización. No soy el vomitorio donde escupen los sifilíticos, ni el hermafrodita

que practica espiritismo en las catacumbas de lo absoluto. No soy el leproso que persigue la

pestilencia de los sueños en estado de putrefacción. Yo no soy el huérfano que intenta

resanar las grietas de la otredad con la argamasa de la poesía. No soy la metáfora de la

autodestrucción. Tampoco el grito que altera el origen de las penumbras. No soy mi carne,

no soy mis huesos, no soy mis miedos. Creo que soy todo lo que se nutre de la

desintegración del universo. No soy un mapa a los mundos subterráneos, ni las edades de lo

irreparable, mucho menos la deconstrucción de todas las certezas. No soy la teratomorfosis

del destino. Tampoco la arcilla con la que manufacturo artesanías para los ángeles caídos.

Soy el fecaloma metafísico de los estafetas de las sombras. El estruendo del silencio. Soy la

ceniza, el aliento que traza signos paganos en el espejo de la despersonalización. Yo soy el

lenguaje de los excomulgados, la sangre que fluye por las arterias del báratro. Soy la

música pagana al interior de un paraninfo en ruinas. Soy el tanatomorfismo de lo

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impronunciable, una fornicación de emancipaciones y penumbras. Soy la palabra

ensangrentada que nunca encontró su morada en el silencio.

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HEINRICH VON KLEIST

Hay un caos en mi interior

Que mira yo no sé hacia qué limbo, hacia qué

Nirvana

Un caos cuya osamenta

La constituye el desamparo;

Las golondrinas de la noche

Como una liturgia para los casos difíciles.

Hay un caos

Que desconozco

Y sin embargo sé que es un exabrupto.

Como si olvidarlo no fuera suficiente

Para acabar de repugnarlo,

Mi aura se remonta a las alturas

Como buscando no sé qué acertijo

No sé qué inquietante abismo.

Hay un caos que me ha vilipendiado

Cuando apenas descubrí

Que nací para ser espejo o extremaunción.

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Un caos entre abedules y caobos gigantes

Un caos suave y crepitante

Que pasa como un río

Musitando leves vientos de desamparo

Para mi mundo trepidante y fantástico

Hay un caos en mi interior

Un caos que mira yo no sé hacia que sótanos

Hacia qué cenagales.

Un caos a quien los árboles, los pájaros

E inclusive los arroyos

Le hablan a diario

Con una impertinencia maravillosa

Y le revelan los misterios inescrutables

De las néyades y los faunos

Hay un caos que mira hacia mis miedos subterráneos

Y decanta con sus trémulas falanges

Todos los espectros que me habitan

Un caos que sabe todos los misterios de mis

vigilias

La trepidante constelación de mi desamparo.

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LA GORGONA EURÍALE

Qué hermosa es la Gorgona Euríale

qué hermosas las víboras que le rodean

el eczema que crece en su talle

el veneno letal que despliegan sus labios

al posar sobre el bansuri

su música en las orillas de la laguna Estigia.

Qué inquietante su cabello

-áspides sedientas que caen sobre sus hombros perfumados-

su nariz que respira otros limbos

y crea para tantos purgatorios

la mirra y el bergamoto que los sustituya.

Qué hermosa es Euríale

qué lanceolados sus tobillos

las lágrimas que derrama sobre la arena

para delinear el camino hacia la resurrección y hacia el hastío.

Qué perturbadores los gritos que le ha entregado al mundo

el exabrupto que se gesta en los precipicios de su vientre

el espejismo de sus ojos de fiebre.

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Qué hermoso este costado palpitante

esta voz embrujada

esta cicatriz perfumada

que guarda en sus lenguajes fragantes

otro durazno para las épocas de hartazgo.

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CANCIÓN DE HADES A PERSÉFONE

Cuán sagrado es el fango que se levantó de otros lodazales

y se formó como un ser feérico en el bosque

hasta cantar el nacimiento de las constelaciones.

Cuán bello su orgullo de plegaria

que se doblega como un espectro

al contacto inmisericorde de lo pagano.

Cuán bella es la mujer que exhumó los huesos de la niebla,

puso nombre a los utensilios de la muerte

y les canta a las cenizas del último arco iris

para que descienda el agua de los manantiales

sobre las tierras baldías del desamparo.

Cuán hermosa es Perséfone

innumerables son los escupitajos que le ha arrojado al mundo,

innumerables las espinas que lleva en su costado,

innumerables las salamandras que ha vomitado

e innumerables los senderos y desiertos recorridos

en su último destierro.

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Cuán hermosa eres Perséfone:

tu boca tiene la medida exacta de los frutos prohibidos

y tus ojos las visiones premonitorias

de todos los apocalipsis:

las huellas huérfanas y cerradas

de tus próximos exilios.

Cuán hermosa eres Perséfone

cuán magna tu sabiduría del Gehena

tu tortuoso peregrinar por los calabozos de esta tierra.

Cuán hermoso el paradigma del desarraigo,

tus tobillos, tus cabellos, tus muñones, tus pestañas,

tus manos de exiliada

en los confines de otro purgatorio.

Cuán hermosa eres Perséfone

esta noche me entregaré de nuevo a tus cicatrices, a tus gritos,

a tus hemorragias.

Como quien va de los precipicios del báratro

al vórtice inobjetable de otro dédalo,

me entregaré de nuevo a ti

como el último penitente,

como el último oniromante que puebla sobre el mundo.

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CARONTE

Mi sexto nombre es Caronte

soy la reencarnación del poniente

el hermano mayor de los cuervos del inframundo

el grito que echó raíces

hasta volverse un eclipse

un manantial de apostasías y arboladuras.

Soy agrimensor

he medido el báratro y sus abismos

he vivido la mayor parte de mi exilio en Danae

al oriente del purgatorio

en donde el árbol de la muerte

se extiende hacia los intrincados senderos que ahora circundo.

Soy Caronte

hermano de las sombras

hermano de las gorgonas,

de la niebla, de las criptas de Alepo,

de Set, del desarraigo y de las largas caminatas por lo innombrable.

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Gracias a los estorninos

encuentro el camino hacia tus huesos,

el crepitar de tu llanto sobre los mundos subterráneos

el silbido orquestal de las constelaciones,

las tierras baldías del Gehena,

el palpitar angustiado del limbo mahometano.

Soy hijo de una multiplicación de cenizas,

de Adamá, de la oscuridad,

del manantial prístino que manó de las heridas de Perseo.

Cosecho falanges, relojes de arena, máscaras mortuorias,

la omnidimensionalidad de la divina providencia

en donde yo,

transgresor de las palabras,

soy la parte alquímica de las cosas.

Mi sexto nombre es Caronte

soy un barco de osamentas

uno de los primeros nómadas negros;

de mí descienden todos los hijastros de las penumbras

y todos los hombres de miradas sepulcrales.

No creo en la metempsicosis, en los óbolos,

tampoco en los epitafios

las cosas están escritas, preconfiguradas,

soy agrimensor

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y aunque a mi padre subterráneo no le gusten mis oficios

hoy,

después de tanto tiempo,

vengo a ofrendarle mi osamenta.

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MORTA

Me llamo Morta soy hija de Nox

y descendiente de las penumbras

soy hija de esta cofradía de seres alados

creo en el origen del universo

en la metempsicosis

en la ignominia como amanecer

y en la incertidumbre como pretexto de las sombras.

Me llamo Morta

no tengo lira embrujada

ni siquiera un cuaderno de conjuros

no he sufrido ningún tipo de excomunión

no he soportado el peso de la caída en el Gehena

pero igual que el vidente de mi vida antepasada

he navegado todos los océanos

todos los acantilados

en busca del umbral inteligible

que me conduzca al mundo subterráneo

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y al manantial irrestañable de todas las quintaesencias.

Soy Morta

y formo parte de las tribus del insomnio

todos los espectros me pertenecen

declaro como mías

esa constelación de espejismos que te guía hacia un bosque de niebla

ese cielo de policromías volátiles

que besan a los plenilunios en la hora prohibida.

Soy nieta del mariscal de las penumbras

y me apropio a voluntad

de los chacales

de las hienas y de los cuervos

de las criptas y de los hipogeos,

de los estorninos.

Aunque no conozco en su totalidad el universo

llevo en mis manos

el mapa de las tierras

por donde peregrino, deambulo, tropiezo

canto y ofrezco mi sueño

a otro minuto de indeterminación

a otra corriente de incertidumbre

a esperar a la infancia

-húmeda infancia, lluvia de fango-

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que viene de lo incognoscible

a alquimizarme

a fortificarme

a transmutarme

en otra hecatombe

y en otra tierra labrantía.

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ÉREBO

Érebo,

hermano de cenizas, sortilegios, hemorragias y constelaciones

un océano de aguas atemporales gravita en las cicatrices de tu regazo

y se aglutina en mi reloj de arena

como un cartapacio que nos dice:

la eternidad es una corneja

y el espejo un acertijo

por donde nuestros gritos frenéticos

perciben otras oquedades, otros precipicios.

Inmarcesible Érebo,

el cráneo de ángel con el cual me bautizaste

tenía el olor de los evangelios prohibidos,

de tus reinos venían hasta mi prisión

unas víboras sedientas

que insuflaban en mis tobillos inermes

la toxina de lo incognoscible.

Hermano excomulgado por los cielos,

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el estruendo de tu grito polimorfo

penetraba mis entrañas

mi flujo sanguíneo y mi miedo más apócrifo.

Ante el rechazo de tu manto

- que yo he encontrado abyecto y ominoso -

y que tú alimentas con una infamia eviterna

yazgo en la orilla de tus lodazales, pensativo.

Oh, entrañable Érebo,

tus huellas de pus

van decorando mis heridas,

van perfumando de orégano, de éter y de alcanfor

mi cuerpo desastrado por los suplicios.

Mi sangre se impregnaba de tus lágrimas;

tus escupitajos

decoraban mi cabeza

como una corona abyecta tejida por cientos de peregrinos.

Nada soy sin tu animadversión

mariscal milenario;

tus manos son el fango

que cubre, ante la mirada de estos arcángeles misteriosos,

la inestabilidad, el desequilibrio y la distopía

de otros huérfanos en un estuario de tinieblas.

Érebo,

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hermano de mis hemorragias

hay en ti un artilugio para encriptar el infinito

como si la memoria de los arcanos

no aceptara la muerte de Asteria

como un sacrilegio de Mnemósine,

mi resurrección es un sacrilegio tuyo.

Tántrico Érebo,

con tu égida y tu yelmo

he atravesado el paraíso.

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CAÍN

Ahora que he saltado del fango a la resurreción

ahora que soy ceniza, flores secas, detritus y expectoración

me llaman Caín.

Una lluvia de Sión

me condujo por los caminos serpenteantes de tus criptas.

Soy Caín

dejé mi yelmo, mis reliquias y la casa de mi infancia

soy dueño de todo lo que alcanza a visualizar mi mirada:

los pomarrosos, las dársenas, las altas torres de marfil,

el orfismo de los bosques

la sacerdotisa que entreabre sus contornos

a las gotas gentiles del druidismo.

Soy Caín

no conozco de grandes epidemias;

sólo hablo con los leprosos,

los náufragos y los excomulgados

con los tripulantes de un barco pestilente

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que ondea sus velámenes y sus remos

por las aguas cenicientas del Mar Egeo.

Me llaman Caín

formo parte de una gran herejía;

una iconoclasia que llueve y canta,

se extiende hacia los desiertos insomnes de Eritrea

cuando el desequilibrio como agua

humedece la piel reseca de los hermafroditas

y los varicosos calcañales de todos los apóstatas de Mesopotamia.

Soy Caín

mi cosmogonía es infinita y libre

no colinda con lo intangible

no está demarcada por exégetas o jerarcas

ni siquiera por el lenguaje de las equidistancias.

Desde el lugar donde esté

todas las teosofías me pertenecen.

Que griten de estupor los internos del leprosario

que los escribas con sus antorchas incineren estos evangelios.

Yo me levanto como el halcón a las alturas

y arropo con mis alas revestidas de mesianismo

los templos derruidos de Anatolia, del Caúcaso, de Hebrón, de Elam,

del Éufrates y de Betel.

En esta torre de inscripciones lágidas

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abriremos el sarcófago embrujado de las quintaesencias,

lo limpiaremos,

lo acondicionaremos para que alberge los utensilios del silencio,

esta será nuestra casa, nuestra guarida

la embarcación que carecerá de bitácora

la teogonía que nos pedirá a gritos

que la divulguemos

desde las azoteas

desde la entrañas de las cenizas.

36
22

ANUBIS

Ahora que soy tantas grietas en el tiempo

ahora que recapitulo mis derrotas

y las lanzo a los chacales

para que se vuelvan contrasonidos

o mezquindad que se enfrente

al aire viciado de Séforis

me llaman Anubis.

Soy Anubis

el hijo del inframundo

el hermano de los heliotropos y las musaendas

he conocido el yizaidísmo

su teogonía subyugante

que he practicado

durante los eones que duró

mi vorágine por las inquietantes entrañas del averno.

Soy Anubis

tengo sesenta cicatrices

37
creo en la apostasía

en la seleunomancia

en el éter yerto que se transmuta en hespérides

más allá de estos huesos.

He regresado del purgatorio nueve veces

y ahora

soy el postfacio de un evangelio maronita.

Mis uñas de manos y pies

todavía están llenas de tierra de cementerios

pero también es cierto

que bajo mi cuerpo crece la niebla

la corneja que sobrevuela los orfanatos de Pretoria

el murciélago que remonta su vuelo

en busca de otras incorporeidades talmudistas.

Soy Anubis

Habitante de las sombras

huésped de los leprocomios

y de otras tierras gazatíes

cuyos nombres evocan el exilio.

Tengo el rostro cubierto con una mortaja

pero cada vez doy un paso

cada vez que un áspid

me recuerda que he resucitado

38
la mortaja va abriéndole espacio

a otras desafecciones, a otras bitácoras, a nuevas especies de mutismos,

a otras excomuniones.

Soy Anubis

y en este peregrinaje hacia el final de lo incontingente

me desmoronaré sobre otro espejismo

a tallar el ataúd sagrado

el fragmento de infinito

que me enseñe otra doxología

en donde todas las milicias clamen,

todos los mártires canten,

todas las precogniciones coexistan

con mi emancipación

y con tus demofanías.

39
23

HOLOFERNES

Inmolo mis huesos para que sobrevivan a la contingencia

y las piezas disímiles del acertijo

caen al precipicio del olvido como los imprevisibles designios del destino.

Holofernes es su nombre:

viaja en un caballo alado

su carruaje es de cristal bruñido

Y se desplaza

a través del purgatorio y sus extramuros.

Holofernes es su nombre 

en dirección contraria hacia la impermanencia

-matriz de éter-

Donde se gesta

la univocidad de las extenuaciones,

como una explosión de inusualidad,

como un salmo luciferino en la almendra del orfismo.

Donde mora una indómita criatura llamada Leviatán

Holofernes irrumpe con sus vejaciones,

40
y el silencio se expande ante la totalidad 

-secular y exculpatoria-

de un carruaje tirado por cornejas

montado por un apóstata.

Holofernes es su nombre

nadie conoce su génesis

sus logias cabalísticas

todos afirman que fue también visitado por los exégetas de las sombras

y obligado a abandonar

con sus clepsidras y sus catalejos

las extraterritorialidades del país de las tinieblas

Holofernes sigue siendo su nombre

aunque se aparezca entre las palpitantes decantaciones del mutismo

transfigurado por la extemporaneidad de su tristeza

y la ubicuidad de otra encrucijada.

Holofernes es su nombre

posee la facultad de transmutar la insignificancia

y extraer el plasma mentolado de las constelaciones

las dragonarias, los mirtos y las flores de arizá.

Del mismo modo en que desencriptó 

los evangelios de la pesadumbre y los politraumatismos

para llevar su dáimon ante el embrujo de la aurora polaris

así Holofernes peregrinará 

41
por lo intangible

hacia un arquetipo incontingente

-sin policromía o morbilidad-

para renacer a través de la emancipación

en el regazo de otros deslumbramientos.

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24

GEORG TRAKL

Yo no huyo para complacer a los voivodas de Valaquia. Mi propósito en la vida es perecer

en una implosión de autodescubrimiento y hacer menos tortuoso el camino que conduce a

los aullidos del silencio. Yo no vine a este planeta a coser los labios de Terpsícore. Mi reino

no es de este mundo. El dolor coexiste con el fango. La orfandad coexiste con la niebla y

las grietas coexisten con las cenizas. Esa es la trilogía del desarraigo. Con un manojo de

cartas adivinatorias accedo a conocimientos tan insignificantes como la casuística de la

irrealidad y el advenimiento del pontífice de las sombras. Accedo a discernimientos tan

complejos como el arte de metamorfosearse en estornino, la lectura del porvenir en el tarot

de las penumbras; y lo que es peor para esenios y rabinos, adormecer con el laúd del faraón

Menkaura a todos los pájaros del Estínfalo. Yo no vine a estos reinos a complacer a los

etnarcas. Nada me desestructura tanto como el llanto de los niños expósitos, el mutismo de

los extíspices de Corinto, y los papiros apócrifos que fueron hallados a orillas del mar de

Galilea. Nada me consuela tanto como el canto de los desposeidos: los himnos órficos, la

voz del adivino Tiresias, el olor a constelación de la ninfa Cirene. Yo no escribo para

complacer a las almas errantes. Y no creo estar blasfemando. Aún escribo un poema a tus

despojos y sé que aún eres una muñeca sin ojos cayendo a un despeñadero de tanatofonías.

Escucho el grito de Poliméstor mientras Hecuba le arranca los ojos y sé que su quejido

43
inaugurará nuevos criptomorfismos en tu alma. Haré de este refugio un hogar para todos,

construiré para mi descendencia una teosofía que esté dictaminada por los axiomas

absolutistas del paganismo, un reino en el que sea posible coexistir y que ofrezca a sus

patriarcas un lecho con dosel en el cual rememorar la teogonía de Hesiodo, las

equidistancias del ocaso, y los paisajes especulares de la autodestrucción.

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25

PEIU YAVÓROV

Como no asistirás a mi extremaunción, ni sabrás para qué busco los excrementos de la

niebla, pongo en tus manos, desde ya, la llave que abre la puerta de los reinos subterráneos.

Cada quién tomó su camino sin leer los pergaminos de la inmortalidad. Cada quién siguió

conectado al cordón umbilical del país de las sombras. Escribe para que regresen por su

cuaderno de invocaciones, que yo me bañaré con flores de espliego, mientras el universo se

transmuta en una fosa abisal. No te asombres si nuestros lenguajes no tienen la resonancia

de antaño, si nuestro porvenir, tal como se configura, escupe en nuestros rostros,

dejándonos completamente subyugados. ¿Qué hacer con los utensilios del silencio?. Esta

alteridad es el abecedario de nuestra propia emancipación. No tardes, El vacío nos espera.

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SERGEI ESENIN

Qué horrísonos los gritos del ángel. Gritos que recorren un manicomio de Cracovia en un

peregrinaje silencioso que deja un frio rastro de cenizas. Apenas son signos cifrados de un

evangelio prohibido que podría guiarnos a nuestras propias satrapías. El solsticio te obliga a

recorrer pasillos desolados y en el misterio único de ser catatonía o demonogénesis,

coexistir con las tinieblas. Así recibirás a tiempo tu alfabeto eólico, el lenguaje rupturista

del silencio. Reventarás también los tímpanos de la noche, delimitarás como un silogismo

ubicuo la profundidad del mutismo, la hemorragia irrestañable de los días perdidos que te

vio expandirse y languidecer.

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JACQUES RIGAUT

Mi máscara fue hecha con la discontinuidad de tus exilios. Me protege de una epidemia de

onirofagia y me abandona en la disyunción de dos realidades contrapuestas. Simulé

olvidarte en un reino de lémures, leí tu carta y convulsioné en una calle de Eritrea buscando

el acantilado de las sombras pero tu cabeza fue degollada por la guillotina de la orfandad.

"El anatema reverbera en tus labios" dicen los leprosos y la secreción pastosa de tu propio

purgatorio perfuma la inmutabilidad de mi desequilibrio, teje la urdimbre de la inmundicia

y revela la incertidumbre de esta itinerancia. Regresa hijo de las penumbras, perfecto

cuanto más ominoso, traza con tu pus en mi epidermis el nuevo porvenir. Profetiza que

aprenderé el lenguaje de los lémures, que encontraré el ectoplasma de los sueños y que

abriré el vientre de la noche para extraer la metástasis de tu desconsuelo.

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28

VLADIMIR MAIAKOVSKI

Tu espejismo palpita en las entrañas del bosque. Todo es tantrismo. Niño ciego en orfanatos

derruidos, hermafrodita, devorador de resquebrajamientos y de espejos. Ninguna diacronía

te ha advertido del riesgo de arrancar los párpados de la inmortalidad. La grieta en tus

labios reseca y vertical. Llegas como un heresiarca a barrer las cenizas del otoño. Nos

persignas para volvernos invulnerables a las penumbras. Niño de porcelana, expías en

nosotros la transmutación de nuestras apostasías. Las huérfanas piden tu lapidación en el

muro de sal de los excomulgados.

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29

FLORBELA ESPANCA

Desde este leprocomio lanzo unas falanges que rasgan el quietismo que rodea tu presencia.

Exhaustos piromantes lavan mi rostro con tu sangre. ¿Quién exhumará tus huesos para

descifrar los arcanos de la luz?

Romper el espejo. No hay penumbra más premonitoria. El lenguaje del naufragio te

persigue. Los sofismas se derrumban.

Con el espejo roto del destino buscaré tu osamenta junto a un ángel empantanado que talla

un ataúd para el cadáver de la infancia.

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30

VACHEL LINDSAY

Yo también te considero execrable. Tu poesía fue una niña que masticaba un hueso de

pájaro. Cuando dormías, reaparecían las Mnemónides ocultando las reliquias de las

sombras en los montes nevados de la Tracia. Te escruto sin atreverme a despertarte. Es la

hora en la que la irascibilidad y la concupiscencia coexisten. Escribo en la epidermis de tu

grito mi temor de no volver a verte, de que huyas a la colina de los excomulgados, de que

desaparezcas como una lágrima de fénix, de que caigas en el despeñadero de la otredad,

como un arcángel herido intentando restañar su propia hemorragia. Yo también he sufrido

las dentelladas de la abyección. El signo que abre la puerta de la fiebre se oculta en el

acertijo de tus cicatrices.

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VIOLETA PARRA

Ofreceré tus huesos al heredero del caos, ofreceré tu sangre al barquero del Hades. Porque

tu juegas con máscaras prohibidas, porque tu profanas la cripta de la niebla. Un puñal

ensangrentado extrajiste del vientre terso de tu propia bastardía. Somos mendigos

coronados de begonias buscando los utensilios de la muerte en la península de las sombras.

El leprocomio yace en ruinas, puedes entrar a ese reino secreto de espejos rotos y cenizas.

Puedes dejarte desangrar para que la alienación siga en ascenso.

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MISUZU KANEKO

Revierte la sustancia de la muerte, mide tus pasos, vivisecciona sus entrañas de Gorgona, y

ora frente a la perplejidad de los niños que arrancan sus párpados. Una herida en la

garganta, un oscuro sortilegio, entre las vísceras de la irrealidad. Yocasta cortando la

yugular del primer profeta. Mi estupor metaboliza tu ignominia. Es la mascarada de las

sombras, el negro evangelio de lo que pudo reverberar en ellas, la incorruptibilidad de sus

presagios. Traigo a tu lecho la sangre de los ángeles caídos, sus cuadernos de anatemas.

Debes resistir, cortar el dogal de la joven ahorcada, entregar a la ninfa Argíope las falanges

de Safo de Lesbos. Mira cómo su septicemia nos conduce a la antesala de la muerte, a la

multiplicación de los espectros, a las dentelladas del abismo. Mira cómo vamos extraviando

los signos que nos condujeron al códice de las tinieblas, cómo el vacío nos une a su pálpito,

la desintegración expandiéndose dentro de ti, las fauces de la nada fagocitando el misterio

de los espejos que has roto, la densidad del extravío, lo atávico del grito, que te revienta los

tímpanos.

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HART CRANE

Vivir en la cercanía de la inercia, en el devenir del necrotropismo, y en la herida abierta del

estupor, y alejarme, y sentir el horror de sentirte como un epitafio, sin cognoscibilidad. Una

imprecación desfigurada por la excesiva arbitrariedad de Dios. La niebla sepulta la mirada

ambulacral, los labios cosidos, los párpados rotos, los arpegios del silencio, y la osamenta

de la noche. ¿Por qué no huyes? ¿Por qué no destruyes los artificios de la muerte? ¿Por qué

no arremetes contra el aturdimiento? ¿Por qué no eclipsas tu suplicio?. Hay un lugar

reservado para tu tribulación. No esperes la llegada de la hija de las sombras.

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SARA TEASDALE

El desequilibrio es tan viejo como la impermanencia. No hay ventanas que miren hacia este

nosocomio. Solo collares de falanges, como amuletos contra los malos espíritus. Lo que

resta de desarraigo es tu alivio, tus dedos mutilados no alcanzan la epidermis de lo infinito.

Un poco más de neurastenia y hallarás tu evangelio de pus. Lenguaje sangrante en el confín

de toda abominación. Sólo el ahorcado se conduele de tu distopía, sólo su alma de las

grietas que la resquebrajan. Una inercia muchas veces sufrida termina por convertirse en

estrangulamiento, no así la baraja de los presagios que expone sus cartas y derriba cada vez

más el cerco de las exhortaciones. Quien se ensalza es el primero en perecer.

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RENÉ CREVEL

Vivir en la cercanía de la inapetencia, en las grietas del ocaso, en la herida abierta de la

neurastenia, y alejarse y exudar el horror de sentirse una resquebrajadura, sin sosiego, un

maniquí decapitado por la brutal caída en el báratro. El viento arrastra las cenizas de lo que

fuiste, tu olor a catacumbas y las hibridaciones de la niebla. ¿Por qué no te coses los labios?

¿Por qué no regurgitas el comportamiento de las inexactitudes? ¿Por qué no desentrañas los

utensilios de tu espanto?. Hay un lugar reservado para tus hemorragias. No esperes el

advenimiento de la inmortalidad.

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BELA AJMADÚLINA

Todo dentro de tu sangre va peregrinando hacia lo inaudito. De tu boca emerge un grito de

porcelana. Soy el vértigo de lo pagano, su manifestación más inexacta y extracanónica. He

encontrado tu olor a tumba profanada. Me viviseccionas, me excomulgas y yo canto para ti

este bosque de mirtos y rosales. Soy como los otros huérfanos pero algo en ti se opone,

toma la forma de un hipogrifo que se desangra en el jardín derruido. Nunca estuve tan lejos

de mí como en tus hemorragias. Una profecía siniestra te revelará los confines del Nirvana.

Abandónate a ella sin automutilarte.

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37

ALFONSINA STORNI

¿A dónde te llevarán estos pasos en falso?¿A qué tenebroso califato?¿A qué maleficio de

impronunciabilidades?¿A qué paisaje en sepia?¿A qué camino transitado sólo por los

exabruptos?. Estás esperando amparada por las encrucijadas. No recordaré tus plegarias

para volverlas a vomitar sobre tierra de cementerios. No exhumaré ninguna osamenta que

no sepa resistir la intemperie del vacío. ¿A dónde exorcizar la propia insignificancia?. Un

grito de leprosos resquebrajará la metástasis de tu adversidad.

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ANTONIA POZZI

Me une a tu estupor la dramaturgia del caos, el enigma de los reinos subterráneos, un collar

de colmillos de hiena. Si no te alejas, será porque todavía eres un espíritu ubicuo, porque

extraviaste los papiros de la noche, porque aún te encuentras metabolizando pesadillas.

Permíteme enseñarte los arcanos de la septicemia, la materia ectoplasmática de los

espectros que nos acechan. Tus párpados también están necrosados y es por eso que nadie

se atreve a auxiliarnos. Aquí hiberna el infinito. Nadie hablará de su inmanencia.

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HERTA MÜLLER

Tu rostro, tímpano de penumbras, engranaje de hollín y zozobras, calabozo en el que habita

lo insubsanable, lluvia de visceversas, implosión de cenizas, su lenguaje se emancipa, y nos

traza un sendero, en los oscuros territorios de la inercia. Pero es imposible peregrinar sin el

graznido del cuervo, sin el tránsito de lo tangible a lo intangible, sin un lienzo con el cual

amortajar el cadáver del vacío. Nadie sospecharía que peregrinamos en direcciones

contrapuestas. Muy cerca de tu piel el universo teje su sudario maronita. Perseguimos, sin

extraviarnos, las huellas de un ángel hermafrodita.

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CESARE PAVESE

Eres el pacto de las penumbras con la impermanencia. Diseñas para mí un sarcófago, el

más excelso en medio de la mendicidad. Tuve que ser vidente y en los vaticinios reservar

los secretos de tu hastío. Del vínculo con tu cataclismo abro criptas, catacumbas que no me

atrevo a mirar. Los arcángeles persiguen el canto de una niña coronada de espinas. Un

huérfano con cabeza de buitre desentraña el corazón de las tinieblas. Tu oficio te impide

arrancarme los párpados, regresas resquebrajada y me besas los ojos. La otredad debe

reverberar aún si el evangelio de la orfandad escribe signos cifrados en la epidermis de lo

irreparable.

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TOR JONSSON

Dibuja sobre mí tus despojos, cúbrelos de antimateria hasta que envilezcan. Extrae de mi

entraña una arcadia, enciéndele fuego. Inaugura en mi nombre un manifiesto de insumisión,

de presencias relapsas. Exígeles después desaparecer. Nunca fuiste una manifestación de

penumbras, una máscara de hueso, un accesorio de la fatalidad. Tu quintaesencia, es el

sarcófago del infinito, la grieta del silencio, la mortaja de la eternidad. Huyes para intentar

comprenderlo.

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42

JEAN PIERRE DUPREY

La inestabilidad lo envolvió todo lentamente. La ceniza cae en el rostro de una muñeca de

porcelana. Sin sacramentos, ni druidismos, ni dramaturgias, mi cognición fue

acostumbrándose a la dictadura de los espejos. La indefensión fue transmutando sus

insurrecciones frente a la destrucción. Palpamos el útero de lo ininteligible. Padecimos las

dentelladas de la fiebre. Huimos del absolutismo de la causalidad. Supe también que algún

día heredaría tu intemperie. Sobre los fresnos, el tiempo debió ser como una coartada de

impertinencias. Las vísceras del vacío tejen una urdimbre de penumbras sobre tu rostro

ensangrentado.

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JOHN BERRYMAN

El aliento de la niebla ha rodeado mi desgarradura. Sin tocar la epidermis del vacío, la

otredad señala una salida en las periferias de la vesanía.

Mis párpados se cierran cuando hay un grito de intangibilidades. Tus ojos intentan no

perder el rastro de los pájaros que se pierden en la transitoriedad de lo impostergable. Mi

vida ha sido el acertijo trazado en la piel del vacío por una multiplicidad de voces

suplicantes.

Fango en las ventanas, en los accesorios del desequilibrio. Maldices este ominoso destino

de tejer un sudario para la infancia muerta.

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ALEJANDRA PIZARNIK

Yo merodeo tu alma. La lumbre de mi fuego. Como los expedicionarios de las sombras que

manufacturan espejos con las penumbras. Busco en tu mar la flora de mi sosiego. Me he

arrojado al precipicio del silencio en busca del calor de tu mirada.

En busca de tu abismo, he viajado de polizón en el tren que lleva hacia la niebla. Vivo en

una noche poblada de ausencias, en un país cuyas esfinges conocen mi tribulación y a mitad

de este peregrinaje sé que tu olor es una epifanía, sé que toco el rostro del viento esperando

evitar que llenes de palomas ensangrentadas los orfelinatos de mi corazón.

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JON MIRANDE

Me llevaste por un sendero que conducía a la poliedricidad de tu tribulación. Ángeles

ensangrentados trazaron atroces encrucijadas. El irreparable pietismo de tu desdicha, la

osamenta de la inercia, algunos intestinos de fuego arrancados de lo infinito.

Te he visto vomitando un áspid y moviéndote entre espejismos en busca de los

criptogramas de la noche. He asistido a tu extremaunción. Escuché el sortilegio que te

convirtió en espejo orbicular.

No temo revelar la especificidad de mi naufragio. Tengo un eco de cenizas para

resquebrajar tu piel escarchada por la incertidumbre.

Mis salmos harapientos reinventan la alquimia de tu errancia.

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ANNE SEXTON

Mi desequilibrio posee la forma de un sagrario en ruinas. Nace del eco de mis palabras en

el calabozo de tu fiebre, de una gárgola de hospicio que cae en las profundidades del mar

jónico agrietada por el último de tus gritos. Sepulta esta mirada implorante en alguna

criptozona de tu psiquismo. Escucha la pulsación de mi errancia en el asilo de sombras al

que llegaste buscando tu ignominia.

Tu blasfemia es mi presidio. Todo aquello que nos acecha nace en las mutaciones del vacío.

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JENS BJORNEBOE

No espero la tempestad. Es una ventana clausurada por una mano de éter la que me impide

contemplar otros rostros. Ya no eres un silencio hecho de flores marchitas. Peregrino como

un ángel errante buscando tu olor a solsticio de invierno y sólo encuentro las hibridaciones

de la niebla. Cuando todo oscurezca, y los niños escriban un epitafio de ceniza, ignoraré la

incorruptibilidad de tu intemperie y el sincretismo de tu blasfemia. Jamás trazaré una señal

sobre tu sangre para que no intentes repugnarme. No necesito más que el escrutinio de la

histeria, ese tantrismo que vi propagarse en la península de tus intangibilidades.

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48

ALEXIS TRAIANÓS

Tu misterio es la geografía de un naufragio. aún no descifras la criptografía de la

inmortalidad. Quien mire con atención los párpados de la incertidumbre no encontrará los

alaridos del silencio. Cierra los labios. No pronuncies más metáforas excrementicias, más

blasfemias en lengua hitita. Díctame una teofanía que exorcise tus vulnerabilidades y

ayúdame a comprender por qué el alma tiene olor a palimpsesto, por qué no deja de ser una

polifonía de irreductibilidades. Déjame cerca de tu pestilencia. Día tras día, seguiré el

recorrido de tu perturbación por los callejones de la errancia.

II

Te fagocitan las fauces de la irrealidad. Pacientes, sus dedos te amortajan. Desintegraciones

yuxtapuestas por las que resbala un presagio líquido. Atalayas en llamas, tus plegarias en la

penumbra como respuesta al hostigamiento del infortunio. Entrar en el orfismo es hilar un

poco en la rueca de la impenitencia.

68
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PAULA SINOS

Guarda el grito que me ofreces, no entregues tus reliquias al fuego. Has escrito esta

encriptación como señal de inestabilidad. Ni mi patafísica, ni tu espiritismo, hacen parte de

los silogismos de la inmortalidad. Mis huellas no se borraron cuando hubo lluvia. Tus

manos permanecieron atadas mientras yo viviseccionaba el infinito. Y ahora intentas

atravesar las fronteras de lo ignoto. Retienes el grito un instante y me pides que trace las

runas de la vida. Como si la derrota fuera nuestra. Nosotros que no arriesgamos ninguna

efigie para la transfiguración de los espectros.

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50

ANTJIE KROG

¿ Acaso soy esta niebla que te rodea ?. Inocente, sin presagios en las manos, arrastrado por

el cauce de tu mirada, me hundo en tus aguas cenagosas. ¿Acaso eres esa esfinge en los

yermos territorios de mi corazón?. Te busco con cautela con este olor a pájaros muertos y

una corona de huesos de hespérides pero solo encuentro un puñado de cenizas. Sobrevuelo

tu osamenta, soy un estornino, ni siquiera he podido interpretar el criptograma de tu sangre.

Esa mano de neblina me guía hacia tus pasos. Soy una sombra que se desintegra, un ángel

que se desangra en tu memoria.

70
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DOLORES VEINTIMILLA DE GALINDO

Yo merodeo tu alma, la lumbre de mi fuego, como los expedicionarios de las sombras que

manufacturan espejos con las penumbras. Busco en tu mar la flora de mi sosiego. Me he

arrojado al precipicio del silencio en busca del calor de tu mirada. He viajado de polizón en

el tren que lleva hacia la niebla en busca de tu abismo. Vivo en una noche poblada de

ausencias, en un país cuyas esfinges conocen mi tribulación y, a mitad de este peregrinaje,

sé que tu olor es una epifanía, sé que toco el rostro del viento esperando encontrarme con

tus labios.

71
52

ERNESTO NOBOA

Nadie imaginaba encontrar en el bolsillo de ese ángel exterminador un poema del que

brotarían las más trepidantes premoniciones. Para que encontrara los cerrojos de la noche,

debía atravesar un pasillo de niebla. De su escritura manaban ángeles adictos al cloroformo,

espejos de neblina y esfinges con olor a sortilegio. Nadie sabía mejor que él que la vida es

un concilio de ausentes, que el tiempo es un grito de leproso y que es imposible escapar de

este laberinto de penumbras. Nadie imaginaba que su poesía era un tren de lejanías. Nadie

sospechaba que su corazón era una efigie bicéfala abandonada en el valle de los

excomulgados. 

72
53

ARTURO BORJA

Ha llegado con una máscara de jade el poblador de las dimensiones anfibias de la muerte, el

hijo de un sortilegio de penumbras. Alguien lo ha visto gritando que su corazón es un

bestiario. Alguien pregunta de qué sustancia está hecha su alma transparentada por oleajes

de antimateria. Yo lamento su sed de peregrino, las mutaciones de su desasosiego y su olor

a concilio de infortunios pero siento su llamado incansable a traficar tulipanes de fuego, a

manufacturar una efigie para el vacío. En Abisinia o en un templo de Pretoria ha recorrido

las dársenas del silencio donde alguien batalla contra legiones de espejismos o manufactura

una mortaja con jirones de silencio.

73
54

ANÍBAL NÚÑEZ

Es noviembre. Dices que el silencio tiene entrañas de vidrio. Recuerdo que eras el estafeta

de las penumbras y que estabas enamorado de la mujer que poseía ojos del color de los

solsticios. Había una puerta roja que conducía a una ciudad de cristal. La habitaba una

legión de ángeles bicéfalos que buscaban, en códices antiguos, el verdadero nombre de una

deidad harapienta. Tenías el mapa de un reino de jade y los graznidos de la impermanencia

habían comenzado a desdibujarte la mirada. Si la incertidumbre es un tren envuelto en

llamas que nos tiene atrapados en sus vagones, solo quedará en la noche el recuerdo de

nuestros gritos peregrinos. Es noviembre, mientras pinto un ángel bicéfalo, arrojo tus

huesos al precipicio de la memoria. 

74
55

IAN KEVIN CURTIS

Pudo ser en un bosque de álamos nevados. Pudo ser tocando un clavecín embrujado o cerca

a la estación de un tren fantasma, donde Ian Curtis, con las manos desastradas de tanto

desconfigurar espejismos, decidió fundar la secta de los adoradores de la niebla. Yo lo veo

abordando un carruaje negro que lo lleva a un castillo de los Cárpatos. Ian Curtis, de quien

se cuenta  que descifró los acertijos de la impermanencia cuando el silencio era un

monasterio abandonado, cuando la noche era una flor naciendo entre las ruinas. 

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ÁNGEL ESCOBAR

Tropezando con las sombras, alguien ausculta su lepra en el espejo. Cuando la

desesperanza se convierta en un ángel con los dientes podridos y la errancia sea  un

hermafrodita que se arranca los ojos, recuerda que eres un paisaje en ruinas, un grito que

recorre los pasillos embrujados de un castillo de Bolonia. Alguien escruta sus cicatrices,

busca mis escombros entre las esfinges. A sus ojos la oscuridad es una gárgola de niebla.

Una sedimentación de antimateria en la discontinuidad de la memoria. Alguien camina

hacia tus huesos.

76
57

HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA

El ángel harapiento que pasea por dormitorios de espejos embrujados, convierte

al poema en una ciudad derruida. El silencio es un paisaje de cenizas que oculta sus

secretas mutaciones. Tampoco es prudente cerrar las ventanas para no ver a los leprosos

que hablan de la metempsicosis, mientras en un castillo de cráneos, la eternidad sangra

como una niña que se arranca los ojos. Todavía es tiempo de huir, de hacerse un collar con

los huesos de Ifigenia pero estos espectros te hablan de la necesidad de autoinmolarte, de la

necesidad de manufacturar una efigie con las cenizas de la niebla.

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RODRIGO LIRA

Recorres los rincones del hospicio donde le escribías un poema a la impermanencia. Ese

mundo donde el olvido era un niño con cabeza de corneja. La memoria convirtiéndose en

esfinge ensangrentada o desencriptando los acertijos de la incertidumbre. El silencio (ese

hermafrodita desangrándose entre los sauces) escupiendo en la alcantarilla de mi orfismo. 

Tu tacto amortajando el cadáver del otoño. Eres fango abyecto en un espejo abandonado.

Veo tu efigie cayendo en el vacío mientras buscas las cenizas de este grito.

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OLGA OROZCO

He exhibido la calavera del viento. He arrancado los ojos de la niebla para naufragar como

una deidad bicéfala en mi reino de hienas y estorninos. Lo he leído en antiguos

manuscritos. Junto al sepulcro donde la luna inhuma los huesos del ocaso. Soy un

excremento de la niebla, un leproso perdido en el voivodato de las sombras. He cantado

entre tus llagas. Y lo he hecho respirando tu paganismo. Con el desasosiego del corazón,

que desarticula la propagación de la luz en el vacío, he recogido los escombros de tu

silencio. Lo he hecho en un orfelinato, en un leprocomio, en la casa de un espiritista que

intenta contactar con lo indeterminado. Me he asomado a tu necrosis como un pordiosero

que narra una pesadilla orbicular, como una niña con cabeza de paloma que acaba de

cortarse las venas mientras afuera todo tiende hacia la grieta y la ceniza.

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PABLO DE ROKHA

Hace falta estar  frente al espejo del vacío, con las palmas  de las manos  ensangrentadas y

con los párpados pesando como plomo, para asimilar  que la vida  es un bosque hacinado de

penumbras. Hace falta mirarse en el espejo, recoger los fragmentos del pasado, hurgar a

fondo  en las entrañas donde  fuerzas antagónicas se disputan  nuestro espíritu. Hace falta 

escribir en un poema nuestro viaje por el inframundo y con las heridas abiertas, hacerse una

máscara mortuoria. Eso de vivir  inmersos en la incertidumbre, nos conducirá a los arcanos

de nuestra sangre. Eso de peregrinar y no empalmar la memoria con los abismos interiores,

resquebrajará nuestro quietismo. Una y otra  y otra vez, se tornan desestructurantes los

recuerdos y una y otra y otra vez hemos de caer en el mismo precipicio.

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