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LILIANA BODOC i

—Caminemos hasta las piedras — d i j o . Y agregó—:

T i t u b a estará siempre con nosotros.

Las mentiras del fuego

Algunas veces no hablaba m i papá sino su mandíbula.

— M i r a esta mocosa parada frente a los autos cuan-

do tendría que estar estudiando...

Sus palabras salían apretadas y con rigor de hueso.

— M e gustaría saber dónde están los padres de

esta p i b a .

La chica del semáforo me parecía, en ese entonces,

la persona más distinta a mí que habitaba el planeta. Y

también la más feliz. Ella era tan flaca que sus pantalo-

nes parecían polleras. Jugaba; siempre estaba jugando.

Y como tenía el pelo m u y largo y desordenado, y o la

bauticé Rapunzel.

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LILIANA BODOC LAS MENTIRAS D E L F U E G O

Veíamos a Rapunzel casi a d i a r i o , cuando volvía- Ella tenía ropa de todos colores y el fuego le obedecía.

mos del colegio. —Debe ser difícil hacer eso — m e atreví a comentar

— ¿ C ó m o te fue en el examen de inglés? un día.

—Bien. — ¡ P o r favor! —saltó m i v i e j o — . Difícil es recibirse,

Cuando nos acercábamos a la esquina, yo cruzaba los difícil es salir a trabajar a las seis de la mañana todos

dedos para que el semáforo nos detuviera en el sitio indica- los días.

do, ¡usto para ver a Rapunzel haciendo malabares con cla- Y puso la radio.

vas encendidas. Jugar con fuego, sonreír en mitad de una Algunas veces no hablaba m i papá sino su bolsillo.

calle dispuesta a arrancar en amarillo a cualquier precio. — M i r a si le voy a dar plata por la pavada que hace.

Yo con el cinturón debidamente puesto, el uniforme La plata se gana trabajando — y me miraba de r e o j o — ,

debidamente planchado. Yo con un pelo t a n lacio que ¡rompiéndose el l o m o ! Y no haciendo piruetas en una

era imposible despeinarlo. esquina.

C l a r o que no siempre el semáforo nos detenía por- A mí me daba vergüenza. Sobre t o d o cuando Ra-

que no siempre es roja la buena suerte. En esas ocasio- punzel se acercaba a la ventanilla, sonriendo, y m i viejo

nes veía a Rapunzel parada j u n t o al semáforo. N o son- le decía que no con el dedo índice. Ella iba al auto de

reía. Solo esperaba el m o m e n t o de entrar a escena. A atrás y m i papá seguía hablando del asunto por un par

veces tomaba agua de una botella. de cuadras. La cosa cambiaba cuando, p o r alguna ra-

N u n c a me m i r a b a . Y eso me daba u n poco de ra- zón, m i mamá viajaba con nosotros. Ella buscaba unas

b i a . . . A fin de cuentas, éramos casi de la misma edad. monedas, se estiraba sobre el m a l h u m o r de m i padre y

Pero n o . Rapunzel me ignoraba c o m o si y o fuera un se las daba.

adulto más. —Gracias —decía Rapunzel.

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—Por lo menos sabe decir gracias —comentaba m i Lunes de lo peor, lunes pegajoso. La ciudad teñida de

viejo. lunes. Y m i viejo con un h u m o r de perro.

C o m o entonces yo iba en el asiento trasero, tenía la A lo mejor eso ayudó a que sucediera lo que suce-

posibilidad de darme vuelta para ver a esa chica, t a n dió. A lo mejor iba a suceder de todos modos, aunque

distinta a mí, con un puñado de clavas encendidas en la el sol tocara la batería.

m a n o , recibiendo monedas y jugando. R o j o en la esquina. Señor conductor, deténgase

Algunas veces no hablaba m i viejo sino su licencia aunque sea lunes y tenga ganas de atravesar la esquina

de conducir. como un insulto.

— ¿ A vos te parece esta piba? Se pone a joder justo M i papá se detuvo. Y a pesar de que las huellas de

a la hora p i c o . . . Te j u r o que cambiaría de camino con la llovizna estaban cerca, Rapunzel apareció frente a

tal de no verla más. Pero estos —decía " e s t o s " — están nosotros. M i viejo bufó con ganas.

en todas partes. Es verdad que t o d o se veía raro. El fuego en las cla-

Rapunzel sonreía aunque no le diéramos monedas. vas estaba deslucido, húmedo. Y Rapunzel no sonreía

A n d a b a con un m a n o j o de fuego entre los autos, de en presente.

aquí para allá, con los segundos contados. ¡ C ó m o si se Eso, el lunes y la fatalidad.

hubiese escapado del Cirque d u Soleil! Rapunzel se distrajo, se demoró alcanzando una

moneda. M i viejo recibió las bocinas histéricas de los

Era día lunes y había estado lloviendo toda la ma- autos que estaban atrás y no entendían qué pasaba. Ahí

ñana. fue que decidió arrancar para sacarse el problema de

A l mediodía, cuando salí del colegio, apareció el encima. Y ahí, justo ahí, Rapunzel corrió en dirección a

sol. Pero no le puso ganas, y el lunes no mejoró nada. la vereda.

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El auto la golpeó y la tiró al asfalto. — V o y a ir a la casa de la piba del fuego. — A s í la


Miré asustada a m i papá. Algunos automovilistas se llamaba desde el accidente—. Q u i e r o ver c ó m o sigue.
detuvieron para ayudar a Rapunzel. M i viejo se sacó el La lesión, según el i n f o r m e médico, era menor. U n
cinturón de seguridad, temblaba. golpe en la parte superior de la pierna derecha, sin daño
— Q u é d a t e acá — m e d i j o antes de bajar. grave ni permanente. Pero al parecer, m i papá también
V i a Rapunzel intentando ponerse de pie. Pero no la estaba golpeado.
dejaron. V i las clavas desparramadas en la calle. Conté: —¿Puedo acompañarte? —pregunté.
una, dos, tres continuaban encendidas. También v i a m i —Vamos.
viejo, asustado y tímido c o m o nunca antes. De vez en La dirección, que m i papá había obtenido en algu-
cuando me m i r a b a . Yo quería decirle que no tenía la na de las instancias del trámite, correspondía a una
culpa, aunque no lo sabía del t o d o . pensión.
Después llegó la policía, los datos, el seguro... Venía La que parecía dueña del hotel familiar explicó que
en camino la ambulancia, porque de ninguna manera Ra- los inquilinos no podían recibir visitas. M i viejo le expli-
punzel podía irse como si nada hubiese pasado. Era nece- có la situación con sus mejores modos y logró conven-
sario que la viera un médico y le hicieran radiografías. cerla.
Cuando llegó la ambulancia, las tres clavas que se —Por el pasillo. Es al final, la número once.
habían esforzado en mantener el fuego estaban muertas. Yo llamé a la puerta. Rapunzel se asombró m u c h o

y dijo que no hacía falta, que estaba bien. Pero ¡pasen,


Algunas veces no hablaba m i papá sino esa remera p o r favor!
mamarracho que se ponía los días feriados. La casa era una habitación, apenas cabían la cama,
Era d o m i n g o y él dijo algo inesperado. una mesa plegable puesta contra la pared y una cajonera,

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y tenía una ventana que daba a u n patio interno. Había —Ah.

solamente dos sillas, una de plástico blanco y otra de Y esa expresión intentó disimular m i decepción. L o

madera. T a l vez p o r eso m i papá ofreció ir a c o m p r a r que yo creía que era el sol, resultó ser una moneda.

facturas. —Apenas me reciba, vuelvo a Misiones — d i j o Ra-

De nuevo v i las clavas. Pero ahora estaban apagadas punzel.

y puestas en una botella, como u n ramo de flores secas. — ¿ Q u é estudias?

—Tenes tonada de otra parte — d i j e . Antes de que pudiera contestarme, se abrió la puerta.

— D e Misiones. — ¡ D e pastelera y dulce de leche! — M i viejo entró

— E l a ñ o pasado fuimos a las cataratas. con u n paquete exagerado.

—Son lindas —se acordó. H a b l a m o s u n rato. M i papá dijo que se alegraba de

Sabía que m i papá n o iba a demorar demasiado, así verla bien, le pidió que se cuidara. Y después carraspeó

que me animé a decirle lo que me desvelaba. para indicar que era hora de irnos. Rapunzel quiso dar-

—Es l i n d o hacer malabares c o n fuego, ¿no? nos las facturas que quedaban.

Rapunzel sonrió. Era u n par de años mayor que y o . — N i se te ocurra — d i j o m i viejo.

— E r a l i n d o — d i j o — . Antes, cuando jugaba en el Después, los dos se abrazaron. Y j u r o que parecía

p a t i o de t i e r r a de m i casa y m i abuela me aplaudía que se daban las gracias.

sentada a la s o m b r a de la h i g u e r a . A h í sí que era

lindo... A partir de ese día, m i viejo tomó o t r o camino para

— ¿ Y ahora no? ir desde el colegio a casa. H a b r á sido vergüenza, o n o

—Saco unas monedas para mantenerme. M i mamá saber qué hacer cuando volviéramos a verla. Por m i

me ayuda un poco; pero t a n t o no puede. parte, fingí no darme cuenta del cambio.

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De vez en c u a n d o pienso en Rapunzel y en las

mentiras del fuego. Fuego que brilla y miente, que baila y

miente. Y hace que, a la distancia, todo parezca un juego.

Little Boy

T h e o d o r e V a n K i r k tenía demasiadas medallas

c o m o para saludar a cualquiera. Q u i n c e , además de

otros galardones que había recibido en los últimos años

como reconocimiento a su acción por la patria.

T h e o d o r e Van K i r k era u n h o m b r e estricto en sus

horarios, así que subió al ascensor con el t i e m p o nece-

sario. Quería llegar t r a n q u i l o a su reunión con el co-

leccionista p r i v a d o que deseaba a d q u i r i r su licencia de

vuelo. N o tenía dudas de que sería una conversación

interesante. T h e o d o r e escucharía calmadamente para

luego decir que no era cuestión de precio sino de honor.

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