Está en la página 1de 13

Universidad Católica “Ntra. Sra.

de la Asunción”

ÉTICA PROFESIONAL

TRABAJO PRÁCTICO

TEMA: Los Principios de Diligencia, Corrección y Desinterés

Prof.: Vivian Quiñonez

Alumna: Karen Lorena Portillo Aquino

PJC 2022
INTRODUCCIÓN

El abogado debe ejercer su noble oficio, poniendo todo su empeño en servir la Justicia,
cooperando para el efecto con los Jueces y dirigiendo y aconsejando a sus clientes con
estricta sujeción a las normas jurídicas y morales. Debe defender el prestigio de la
Abogacía, la dignidad de la magistratura, el perfeccionamiento de las instituciones y el
orden jurídico, con desinterés y valentía.

En el presente trabajo abordaremos algunos principios con que debe contar un abogado
referente a la ética profesional, que son: diligencia, corrección y desinterés.
PRINCIPIO DE DILIGENCIA
1. LA DILIGENCIA COMO CARACTERÍSTICA DEL
CUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACIÓN CONTRACTUAL Y DE
LOS DEBERES DE COMPORTAMIENTO SEGÚN LA
DEONTOLOGÍA.

El principio de diligencia es ambivalente, porque tiene relevancia tanto desde el punto


de vista jurídico como característica del cumplimiento de las obligaciones inherentes al
ejercicio de la actividad profesional, como bajo un aspecto deontológico referido a la
característica de los comportamientos profesionales que caen dentro del ámbito de la
deontología forense.

Desde ambos puntos de vista la valoración de la diligencia del abogado no puede


prescindir de la consideración del concepto intrínseco de diligencia como cualidad
subjetiva del deudor, objetivada por relación a un tipo de ideal de buen deudor en el
sector particular de la actividad que consideramos. Se toma, pues, en consideración la
tendencia de la voluntad del deudor dirigida a ejecutar «exactamente» la prestación
debida, pero también a ejecutarla del mejor modo posible, «según ciencia y conciencia»
en relación a la fundación social desarrollada por la profesión.

Como es sabido, en el concepto intrínseco de diligencia se distinguen varios aspectos o


actitudes penales, que son la premura, el celo, el interés, la escrupulosidad, el cuidado,
la atención y otros que afloran de cuando en cuando bien en la ejecución técnica de las
prestaciones, bien en todos los comportamientos que la rodean, que son del dominio de
la deontología y que adquieren relevancia sobre todo en las obligaciones de hacer (o de
servicios) que en el sector del arte forense constituyen prioritariamente el objeto del
contrato de prestación de obra intelectual. Prescindiendo de la configuración de las
obligaciones de servicios y de resultado y de las de mera diligencia o prudencia, parece
que la valoración del comportamiento del profesional (en nuestro caso un modelo de
buen abogado y también, si tenemos en cuenta las especializaciones, de buen penalista,
de buen civilista, etc.), aun debiendo hacerse unitariamente, no puede excluir la
referencia a las reglas deontológicas de comportamiento, incluso con relación al
principio de la integración legal del contrato.
Por tanto, el criterio jurídico y el deontológico confluyen en la referencia a un tipo ideal
de buen abogado que no es sólo capaz técnicamente, sino también honesto, correcto,
leal, reservado y celoso de la protección de los intereses del cliente.

2. LA NEGLIGENCIA
Los comportamientos contrarios a la diligencia se consideran negligentes, es decir,
culposos (según el Derecho), pero se concretan de manera distinta, incluso en su aspecto
voluntarista, por la deontología y en consecuencia se sancionan de forma distinta en vía
disciplinaria.

Por ejemplo, ha sido declarado negligente el abogado que mantuvo durante mucho
tiempo y sin rendir cuentas de ello grandes sumas que el cliente le había consignado
para que las entregase a la parte contraria pero el mismo comportamiento ha sido
considerado en otros supuestos semejantes lesivo de los principios de probidad, de
dignidad profesional y de corrección. Sabemos que el cumplimiento inadecuado de las
obligaciones puede ser atribuido no sólo a una deficiente preparación técnica, sino
también a descuido, desatención o falta de preocupación, es decir, en sustancia, a
negligencia considerada con culpa leve. Lo que confirma que obligaciones jurídicas y
deberes deontológicos van a menudo íntimamente ligados a los comportamientos
técnicos que tienen su base en el contrato.

Por ejemplo, el haber dejado transcurrir el plazo perentorio prescrito para la


interposición de un recurso administrativo no solamente importa desde un punto de
vista técnico, sino también desde el deontológico. Pero es, especialmente, bajo este
último aspecto cuando se toman en consideración otros comportamientos, tales como la
omisión de noticias sobre el estado de la causa al colega que reside fuera del lugar
donde se lleva y del que se es procurador en un determinado sitio; el haberse olvidado
de presentarse a una audiencia, provocando así la conclusión del procedimiento, y no
frecuentando el despacho durante largo tiempo sin dar noticias de sí.

El ponerse al día científicamente entra en el deber de diligencia, aunque se conforma


también a los de dignidad y decoro profesional. De hecho, el abogado que ignora la
evolución doctrinal, legislativa y jurisprudencial no sólo daña su propia reputación, sino
también el prestigio de la categoría profesional. En la valoración de la diligencia del
profesional libre y de su negligencia se debe tener en cuenta la culpa leve, que concurre
en la aceptación no ponderada o hecha con excesiva ligereza de un encargo profesional
de difícil cumplimiento y que las modestas capacidades profesionales del abogado no
permiten desarrollar. En este supuesto, a una responsabilidad precontractual se une la
violación del principio deontológico de diligencia, que comporta a su vez una
responsabilidad disciplinaria con relación al ente profesional.

PRINCIPIO DE CORRECIÓN

1. OBLIGACIÓN JURÍDICA Y DEBER DEONTOLÓGICO DE


CORRECCIÓN
El principio de corrección presenta un contenido bastante amplio. Desde un punto de
vista deontológico la corrección profesional se especifica en una compleja serie de
comportamientos inspirados en los usos profesionales, en la tradición y en las reglas de
la costumbre por lo que respecta especialmente a los contactos que los abogados
mantienen con los clientes, con los colegas y con terceros, y que deben caracterizarse
por su seriedad, discreción, reserva, cortesía, honestidad y rectitud moral.

En las colecciones de reglas de deontología forense ya recordadas el principio de


corrección aparece formulado en términos muy genéricos. En el citado Código forense
de los Órdenes de Lombardía y en el de Palermo se establece que la conducta del
abogado debe caracterizarse, también exteriormente, por su corrección, incluso fuera del
ejercicio profesional. En el Código Lombardo se hace referencia, a este respecto, a
comportamientos caracterizados por la cordialidad y la lealtad, y se subraya la
circunstancia de que el abogado debe demostrar y tratar de merecer la confianza
recíproca, respetando la palabra dada y usando la máxima cortesía.

En otros Códigos tal principio queda restringido a las relaciones entre colegas. En el de
VIBO VALENTÍA (art. IX) se declara que comete incorrección grave el abogado que,
con conocimiento del impedimento momentáneo y justificado del colega adversario, se
aprovecha de ello para perjudicarle en su patrocinio, o bien hace uso en juicio de
escritos de carácter reservado o de informaciones confidenciales provenientes de dicho
colega.
2. CASUÍSTICA SOBRE EL TEMA DEL DEBER DE
CORRECCIÓN
La casuística es bastante variada en el tema de la corrección profesional. Extraemos de
la jurisprudencia disciplinaria algunos supuestos característicos. Se ha decidido que
viola el deber de corrección el abogado que aprovechándose de su posición de prestigio
social y público, o sirviéndose encubiertamente de servicios públicos, trata de
procurarse clientela o de anunciar su propio despacho. Igualmente, el abogado que
incluye en el rollo de la causa, antes de la audiencia, a las partes y sin conocimiento del
colega adversario un nuevo documento desconocido por este último. Se ha calificado
como acto de incorrección profesional conceder entrevistas a los diarios sobre supuestos
procesales en los que está interesado el entrevistado.

También algunas vicisitudes en la vida privada del jurista adquieren relevancia como
incorrección y, así, contraer deudas a base de letras de cambio que después son
protestadas.

3. L A CORRECCIÓN CON EL CLIENTE EN PARTICULAR


La mayor parte de las decisiones disciplinarias que reprimen los comportamientos
incorrectos del abogado se refieren a las relaciones entre colegas y con menor
frecuencia a las relaciones con la clientela.

Por cuanto concierne a las relaciones con la clientela, debemos subrayar la particular
gravedad de los comportamientos incorrectos del abogado, porque éste se aprovecha de
su posición de superioridad respecto del cliente, que desconoce las reglas del derecho y
las de la deontología y, por tanto, se convierte más fácilmente en víctima de la poca
seriedad y de la incorrección de su patrocinador. El cliente puede ser embaucado por su
abogado, que con comportamientos incorrectos se expone a caer bajo las sanciones no
sólo del ente profesional, sino también del Código Penal.

Adviértase que para perfeccionar este ilícito es suficiente el solo hecho de realizar la
estipulación, incluso si ello no tiene después ninguna consecuencia.

• Se ha sancionado por incorrección al abogado que instigó a su cliente a falsificar


la firma de su padre para cobrar de una compañía de seguros una indemnización
que le correspondía; al que retuvo sumas pertenecientes al cliente, entregándole
a cambio cheques sin fondos y efectos cambiarios protestados más tarde;

• Al que concurre a realizar a sabiendas un acto viciado de nulidad absoluta.

• Se sentenció la expulsión frente a un abogado que en una reunión de gran


importancia en su despacho arrancó con destreza de manos del cliente cheques
en circulación, reteniendo algunos a cuenta de sus honorarios, y que, además,
abusó del poder en blanco que le fue entregado por su cliente.
Este último caso se une a las numerosas manifestaciones de incorrección, como,
por ejemplo, las excesivas presiones o amenazas para conseguir los honorarios;
la petición de una compensación por prestaciones ya pagadas por la parte
contraria; retener sumas del cliente a cuenta de los honorarios todavía no
liquidados; apoderarse de sumas del deudor ejecutado y restituirlas tan sólo
después de un proceso por apropiación indebida; haber enviado al codefensor
una suma menor de la recibida para transmitir a éste y no haber indicado al
cliente en la minuta los anticipos recibidos, dando informaciones inexactas al
Consejo del Orden cuando éste lo requirió; promover muchos juicios ejecutivos
para recuperar los honorarios cuando habría bastado con uno solo.

4. LA INCORRECCIÓN GRAVE Y LA CONSIGUIENTE


EXPULSIÓN

El principio de corrección tiene ocasión de manifestarse especialmente en las


relaciones entre colegas. Algunos supuestos tienen especial gravedad, como el
tomar contacto directamente con la parte contraria sin advertir al colega
adversario o sin tener su autorización. Se comporta incorrectamente el abogado
que no informa a su colega sobre los puntos acordados, el que actúa en juicio
sustituyendo de hecho a un colega que ha sido expulsado del colegio e
ignorando completamente el contenido del proceso, el que mantiene sus
relaciones con el cliente no de un modo directo, sino sirviéndose de terceros, y
el que provoca la proliferación artificial de causas (dicotomía) con el solo fin de
incrementar la minuta.
Creemos interesante señalar ahora algunos casos de comportamiento incorrecto
que han provocado la expulsión.

El Supremo Colegio ha considerado bien aplicada la sanción de la expulsión de


un abogado que había cometido una falsificación en documento privado. El
Consejo nacional forense se ha pronunciado muchas veces sobre supuestos en
los que el comportamiento del abogado ha sido juzgado gravemente lesivo del
principio de corrección y merecedor de la pena de expulsión.

He aquí algunos casos en los que la incorrección resulta de varios


comportamientos distintos entre sí, ya que en general la decisión de expulsión se
toma en consideración a supuestos complejos:

• No haber inscrito la causa en el registro y haber proporcionado falsas noticias


sobre su pretendido desarrollo, dejando transcurrir un plazo de prescripción, así
como haber retenido sumas y objetos preciosos de propiedad del cliente, no
haber rendido cuentas a éste y haber restituido sólo en parte las sumas
ingresadas por terceros para el cliente;

• Haberse apropiado de sumas del cliente, haber sufrido un proceso penal


(cancelado por amnistía) y haber reclamado honorarios sin tener en cuenta los
anticipos recibidos 4S;

• Haber reclamado honorarios exagerados y obtenido un préstamo del cliente con


la garantía de un efecto cambiarlo no retirado.

• Haberse apropiado de una importante suma de dinero destinada a llevar un


asunto que nunca se cumplió, no haber depositado el rollo de la causa y la
rendición de cuentas y no haber dado las aclaraciones requeridas al Consejo del
Orden;

• Haber abandonado la defensa en juicio penal sin justa causa, etc.


EL PRINCIPIO DE DESINTERÉS

El principio del Desinterés es ciertamente uno de los más característicos de la


deontología forense. Inspira los comportamientos del abogado en virtud de un
imperativo categórico de orden ético caracterizado por su especial rigor, en
cuanto que impone al profesional el sacrificio de sus intereses y aspiraciones
personales, incluso si son legítimos y honestos, frente al interés del cliente y al
superior de la colectividad general.

El concepto mismo de «servicio de pública necesidad» referido a la profesión


DILIGENCIA, CORRECCIÓN Y DESINTERÉS pone en evidencia que la
actividad forense debe desarrollarse de tal modo que los intereses personales del
abogado queden separados de toda consideración egoísta, con el fin de realizar
la función social de la profesión.

Por ello, el principio del desinterés presupone, por un lado, la independencia y la


libertad profesional, y, por otro lado, la presencia en el abogado de dotes
morales solidísimas, que se manifiestan —pero que no se agotan— en la
conducta «distinguidísima e inmaculada» que condiciona la inscripción y la
permanencia en el registro profesional. Obviamente, el principio del desinterés
se une a los de probidad, dignidad y decoro profesional. El abogado debe
dedicarse por completo a su cliente, colocándose por encima de la Litis, pero
también por encima de sus propios intereses personales y de sus propios
sentimientos, hasta el límite consentido por el honor y por la dignidad
profesional. Y ello porque, como se ha dicho, los clientes son todos iguales, es
decir, que se debe prescindir de su clase social y de su condición económica, y
porque no existen causas grandes ni pequeñas, debiendo ser llevadas todas con
el mismo celo y diligencia.

El principio del desinterés encuentra también su expresión en algunas


disposiciones legales, como la prohibición del pacto de cuota Litis y la
delictuosidad de la representación infiel y de otras infidelidades del abogado.
Supone el deber de hacer todo lo que es lícito y posible para la mejor tutela del
interés del cliente y, entre otras cosas, cumplir personalmente el encargo, no
abandonar al cliente sin justa causa y sin causarle perjuicios. Este conjunto de
disposiciones legislativas confirma la elasticidad de contenido del principio del
desinterés y al mismo tiempo la vinculación existente entre la normativa
deontológica y la estatal.

Afirma CREMIEU que el ejercicio de la profesión forense exige independencia


y desinterés y que, por tanto, es incompatible con todo estado de subordinación
y con el espíritu de lucro. Ciertamente, el desinterés del abogado puede ser
entendido en varios sentidos, ante todo como falta de interés en el litigio o en el
asunto, ya desde el punto de vista de la ejecución-técnica, ya desde el del lucro o
el de la especulación. A este último respecto se debe poner de relieve que el
abogado no está llamado a prestar su trabajo gratuitamente, pues el contrato de
prestación de obra intelectual es por su naturaleza oneroso. Por otra parte, no
puede admitirse que el abogado quede completamente vinculado a las exigencias
del interés del cliente, porque la tutela de aquél se realiza objetivamente, en
relación a la función social que caracteriza a la profesión forense.

A la luz de estas consideraciones está claro que el principio del desinterés es


complejo y puede considerarse tanto / desde la posición del abogado como desde
la del cliente. El problema de la posición «desinteresada» del abogado aparece
también cuando éste asume la posición de abogado-empleado o cuando es parte
del llamado contrato de clientela a favor de un único cliente. En el primer caso,
ya sabemos que la subordinación del empleo exige que el trabajador colabore
con el empresario para la consecución del interés de este último, pero también
sabemos que si el objeto de la relación de trabajo es la prestación de labores
intelectuales de naturaleza esencialmente técnica (como, en nuestro caso, las del
abogado) la subordinación resulta bastante debilitada y queda confinada al plano
de las relaciones jerárquicas.

Por tanto, queda intacto en su sustancia el principio del desinterés cuando se


aplica a la relación de trabajo del abogado-empleado, dado que el profesional
permanece de todas formas separado del litigio y al mismo tiempo, a causa de la
función social de la profesión forense (en modo alguno afectada por el desarrollo
de la profesión en régimen de empleo), independiente también respecto de los
intereses objetivos de la empresa y del sujeto empresario. Y si éste es un ente de
derecho público, entonces se producirá una confluencia de intereses de
naturaleza pública. En el caso del contrato de clientela no se puede hablar de
relación de subordinación y, por tanto, el principio del desinterés no sufre
limitaciones de este tipo.

OPINIÓN

El abogado es el representante que una persona elige a dedo crítico para que la
auxilie en las cuestiones jurídicas que tenga. Es una entrega de confianzas en
cuanto a sus bienes, libertad, etc. Por ello, el mismo debe actuar con todos y
cada uno de sus clientes, de manera honesta, responsable, con desinterés en
cuanto al aspecto económico. Es sabido que, el abogado no está llamado a
prestar su trabajo de forma gratuita, tampoco puede admitirse que el mismo
quede totalmente vinculado a las exigencias del interés del cliente.

En cambio, debe ejecutar sus servicios ofrecidos de la mejor manera posible,


respetando a sí mismo, a su carrera y claro, al cliente.

Por su parte también, el comportamiento que el abogado debe demostrar ante su


cliente, siendo formal, tratándolo con lealtad y cordialidad. El mismo debe
demostrar y tratar de merecer la confianza que le es entregada.
CONCLUSIÓN

Al concluir este trabajo práctico, podemos entender y diferenciar a los tres


principios que en conjunto son las mejores cualidades que puede tener un buen
profesional del Derecho.

En el principio de Diligencia, hace referencia a un tipo ideal de buen abogado


que no es sólo capaz técnicamente, sino también honesto, correcto, leal,
reservado y celoso de la protección de los intereses del cliente.

El principio de Corrección, se refiere a los contactos que los abogados


mantienen con los clientes, con los colegas y con terceros, y que deben
caracterizarse por su seriedad, discreción, reserva, cortesía, honestidad y rectitud
moral.

Por último, el principio de Desinterés se une a los de probidad, dignidad y


decoro profesional. El abogado debe dedicarse por completo a su cliente,
colocándose por encima de la Litis, pero también por encima de sus propios
intereses personales y de sus propios sentimientos, hasta el límite consentido por
el honor y por la dignidad profesional. Y ello porque, como se ha dicho, los
clientes son todos iguales, es decir, que se debe prescindir de su clase social y de
su condición económica, y porque no existen causas grandes ni pequeñas,
debiendo ser llevadas todas con el mismo celo y diligencia.
BIBLIOGRAFÍA

Libro Deontología Profesional – Carlo Lega

• Editorial: Ediciones Jurídicas Olejnik


• Fecha de la edición: 2019
• Lugar de la edición: Santiago de Chile. Chile
• Colección: Biblioteca de Filosofía del Derecho
• Encuadernación: Rústica
• Medidas: 23 cm
• Nº Pág.: 153
• Idiomas: español

También podría gustarte